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ArribaAbajoCanto VIII


ArribaAbajo Despues que Alberto con Garin gozoso
Un espacio pequeño se entretiene,
Donde trabaja el cómitre cuidoso
Con diligencia cuidadoso viene,
Y del seguro puerto y espacioso  5
Hace tomar la posta que conviene;
Y dar orden tras esto que la gente
Del trabajo asperísimo se aliente.
Estaba el sol en la mitad del cielo,
Quando la armada en este punto estaba,  10
Y despejado el africano suelo
De gente mora al General mostraba:
El qual con vigilante aviso y zelo
Ya el orden conveniente consultaba
Para saltar en tierra, y que la armada  15
Fuese del daño inmenso reparada.
Para lo qual, habiendo sido tanto
El daño en general de los vaxeles,
Y faltándoles agua, y leña, y quanto
Hacen faltar tormentas tan crueles:  20
Siendo forzoso despalmar, si tanto
Lugar le dan los bárbaros infieles,
Resuélvese en sacar la gente armada,
Y que esté en esquadron fortificada.
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Y aunque desde galera descubria  25
Los montes, y los valles, y laderas,
En tierra manda echar experta espía,
Que lo mire y advierta mas de veras:
Luego manda aprestar la infantería,
Que tiene repartida en las galeras,  30
Que es su guardia ordinaria, mil soldados
Por cinco capitanes gobernados.
Es sobrino de Alberto el uno, Almonte
Del Pó llamado, fuerte y valeroso:
El otro el florentin Alcimedonte,  35
Y de Palermo el bravo Sinforoso:
Los otros dos de Nápoles, Oronte,
Y Filadelfo, jóven generoso,
A quien Marte y Apolo en gloria suma
Daban, ora la espada, ora la pluma.  40
Estos cinco famosos capitanes
Sacan su gente plática y briosa,
Algo aliviada ya de los afanes
De la brava tormenta peligrosa:
Ya tienden las banderas los galanes  45
Alféreces, la caxa belicosa
Ya recoger á toda priesa suena,
Aunque la toca el atambor á pena.
Con baxo son, las caxas destempladas,
Recogen la feroz gente de guerra,  50
Por no alterar con altas algaradas
La sosegada gente de la tierra:
De las agudas proas acostadas
A la falda mas llana de una sierra
Sale la armada gente ya por anchas,  55
Para aquel menester capaces, planchas.
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Alberto era el primero que salia,
Y tras él sale su sobrino Almonte,
A quien sigue una brava compañia
De gente agreste del Vesúvo monte:  60
Al mismo tiempo en tierra la ponia
Con gente de Salerno Alcimedonte,
Y con napolitanos Sinforoso,
Y Oronte, y Filadelfo valeroso.
Es Sargento mayor Ulisio fuerte,  65
Un varon de valor discreto lleno,
Descendiente del hijo de Laerte,
Y en nada á su mayor menor ni ageno:
Este, para que en orden se concierte
La gente, visto del infiel terreno  70
El llano, el monte, el valle, y las laderas,
Ordena, traza y forma las hileras.
Hace tres esquadrones de la gente,
Guarnecidos de diestros tiradores,
Mostrando cada qual en la ancha frente  75
Largas picas de armados contendores.
Marchan luego con paso diligente
Para el bosque, á la sorda, sin rumores:
Tras ellos sigue chusma de los fieles
Con hachas, y barriles, y cordeles.  80
Estaba el sol en medio del camino,
De la mitad postrera de su via,
Quando se vió la gente en el vecino
Bosque, donde agua y leña pretendia;
Y ya el robusto roble y alto pino  85
Con recio golpe la segur hería,
Y de altos pozos, que en el campo estaban,
A sacar agua dulce comenzaban.
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Quando, como si hubiera allí sembrados
Por Cadmo dientes de la sierpe airada,  90
Una gran banda de árabes armados
Apareció con súbita algarada;
Y de flechas y dardos arrojados
Les dió una carga súbita y pesada,
Entrando con tropel bárbaro y fiero,  95
Aunque muy fuerte, el esquadron primero.
No dexó de alterar á nuestra gente
El no esperado acometer furioso;
Aunque Alberto, y Almonte, osadamente
Mostraron bien su esfuerzo generoso:  100
El Sargento mayor diestro y prudente
Al segundo esquadron manda animoso
Que entre al socorro del primero, y manda
Que corte el otro la enemiga banda.
De doscientos soldados de galera,  105
Y los doscientos del Vesúvo monte,
Nuestro fuerte esquadron primero era,
Adonde van el General, y Almonte;
Y todo, aquella gente airada y fiera,
Salida al parecer de Flegetonte,  110
Le descompone, rompe y desbarata,
Y á mas de cien soldados hiere y mata.
Alcimedonte y Filadelfo tienen
El esquadron segundo con su gente,
Los quales animosos contravienen  115
Al furor de la bárbara corriente:
Cuyo soberbio arremeter detienen,
Mostrando cada qual honradamente
La fuerza que conviene, y la prudencia,
Para tan peligrosa resistencia.  120
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Por otra parte Oronte y Sinforoso,
Como mandó el Sargento, acometieron,
Arremetiendo al esquadron furioso
Por el lado mas cómodo que vieron;
Y con esto su fuego belicoso  125
De tal manera todos encendieron,
Que suben de sus llamas las centellas
Hasta al que las reparte á las estrellas.
Un moro, armado de luciente malla
Casi desde los pies hasta la frente,  130
Es el que pone en la cruel batalla
El primero de todos fuego ardiente:
Rompe y abate todo quanto halla,
Qual grande y furiosísima creciente,
Con un pesado alfange damasquino,  135
Contra quien no hay acero fuerte, ó fino.
Llámase el fiero moro Tulipante,
Nacido entre leones y criado,
De miembros y estatura de gigante,
De corazon mas que de tigre airado,  140
Robusto y fuerte, bravo y arrogante,
Sagaz y diestro, suelto y alentado,
Ladron furioso en tierra y temerario,
Y en mar astuto y singular cosario.
Este abre calle á su esquadron, y pasa  145
Por el del General á pura fuerza:
Este con raudo curso le traspasa,
Sin que por nadie le detenga, ó tuerza:
Este á su gente de valor escasa
Con sus obras bravísimas esfuerza:  150
Este mata á Leandro, y á Timbreo,
Y al jóven Claudio, y viejo Clodoveo.
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Quatro soldados ornamento y gloria
De Taranto su patria ilustre fueron,
Donde con lastimosa y triste historia  155
Segunda vez por muerte tal nacieron,
Quedando en larga vida la memoria
Del valor con que á ella se ofrecieron,
Viéndola irreparable, irremisible,
En el acero deste monstruo horrible.  160
El qual al valeroso Sigismundo,
Primo de Filadelfo, y su Sargento,
Priva de un golpe de la luz del mundo,
Y de otro al noble Mucio de Agrigento:
Con lo qual causa con dolor profundo  165
En Filadelfo tanto sentimiento,
Que á él ardiendo en cólera se arroja,
Puesta de punta la templada hoja;
Y fué con tanta fuerza, y tanta suerte,
Que por la fina malla el hierro entrado,  170
Quedó en el atrevido pecho fuerte
Hasta el tercio postrero sepultado.
Sintió el moro la furia de la muerte,
Que al corazon le habia ya llegado;
Y alza el alfange, pero al mismo punto  175
Cayó ante el fuerte capitan difunto.
El qual sabroso desto, y encendido
Del enojo de ver su primo muerto,
Pasa adelante con valor subido
A socorrer al General Alberto:  180
Sigue su gente, y es tambien seguido
De Alcimedonte el florentin experto,
Que á Bósforo mató, y á Sarmacante,
Mientras él al soberbio Tulipante.
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Y aunque de Abenzain de Yarba, y Fraso,  185
Con sus tres compañias contrapuestos,
Se defendia el peligroso paso,
En pretension de mejorar de puestos:
Fué de los tres contra los dos escaso
El valor de los ánimos dispuestos,  190
Pues á sus manos mueren, y su gente
El puesto y paso gana honradamente.
Su gente, entre la qual dos caballeros
De aquel heroyco antiguo honor romano,
Valerosos soldados verdaderos  195
Se muestran contra el émulo africano:
César, cuyos fortísimos aceros
Del César parecian soberano;
Y Pompeyo, que imita al gran Pompeyo
En deseos de triunfos del Parpeyo.  200
César, que á Lesbo, á Parto, á Turbo, Olíto,
En pretension del paso de aquel suelo,
El espantoso paso de Cocíto
Hace pasar en presuroso vuelo;
Y Pompeyo, que á Franio, á Tolomíto,  205
Al grande Audalla, al espantoso Orbelo,
Las almas saca por sangrientas puertas,
Que las dexan al paso estrecho abiertas.
Llegan al fin á donde con Almonte
El General valiente detenia  210
La furia de la gente, que del monte
Por entre el bosque al llano descendia;
Y allí con Sinforoso, y con Oronte,
Gran resistencia el gran valor hacia,
Habiendo por el lado ya el Sargento  215
Rompido el esquadron á su contento.
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Alberto, y su sobrino Almonte, en tanto
Resistiendo la furia horrible y brava,
Cada qual con inmenso horror y espanto
Del atrevido moro peleaba:  220
Alberto al fuerte capitan Leofanto,
Que alcayde en Tunez fué de la Alcazaba,
De un revés la cabeza le derriba,
Y en dos de un tajo se la parte á Liba.
Aismen mató de una estocada, y junto  225
De otra muerto sobre él echó a Creonte,
A Nicandro y Perilo al mismo punto
Mató, y á Nicoran y á Musco, Almonte.
A Celebin en su esquadron difunto
Dexó, y á Zeletin y á Torvo, Oronte:  230
Sinforoso á Dalmuz á Zen, y Abdella,
A Nico, y Tracio, y Nicanor degüella.
Y aquí el noble y discreto Serafino,
Eterno honor del águila famosa,
Y Fulvio de Sulmona, y Antonino  235
De Capua, y Vitantonio de Venosa,
A Lanco, Ormuz, Obir Zerbin, Folino,
Faon, Jafer, Aluz, Pafin, famosa
Y heroycamente peleando embisten,
Y el gran furor detienen y resisten.  240
Un hora, ó mas habia que duraba
El combatir furioso y porfiado,
Quando á la gente sarracena brava
Un socorro le vino reforzado:
El qual, á la cristiana que ganaba  245
Gran parte ya del campo, por un lado
Entrando á toda furia, descompuso,
Y en retirada á paso largo puso.
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Mas eran de tres mil los que primero
Acometieron nuestros esquadrones,  250
Y de otros tantos era este postrero
Bravo tropel de bárbaros varones;
A cuyo acometer soberbio y fiero
Quedaron los cristianos corazones
Llenos de espanto, pero no de suerte  255
Que haya quien vuelva el rostro al moro fuerte.
Con valor admirable peleando,
Y aquella brava furia resistiendo,
Se iban ya para el monte retirando,
Baxar á la marina no pudiendo;  260
Pero los fieros bárbaros, tomando
Todos los pasos, fuéronlos trayendo
Al ancho llano, donde á todos lados
En rueda los tenian ya cercados.
Reconocida aquí la adversa suerte  265
El valeroso exército cristiano,
No pretendiendo mas de honrada muerte,
Hinche de sangre bárbara aquel llano:
No hay pluma, ó lengua, que á decir acierte
Lo que allí hizo la cristiana mano;  270
Pero la multitud de gente perra
Ya ya ganaba la sangrienta guerra.
Que demás de tenellos circuidos,
Y de ser tantos mas los africanos,
Y de estar tan cansados ya y heridos  275
Los bravos y fortísimos cristianos,
Y á los forzados míseros rendidos
Atadas tienen las robustas manos,
Y al buen Garin con ellos juntamente
Tiene ya preso la furiosa gente.  280
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Al buen Garin, por cuya causa el fiero
Infernal enemigo suyo habia
Traido al bravo moro bandolero
A revolver allí mortal porfia.
Atado el triste monge, y prisionero,  285
Tiernas y amargas lágrimas vertía,
Pidiendo á Dios algun piadoso medio
Para el bien de su campo, y su remedio.
¡O Señor clementísimo amoroso,
En quantos modos á tu pueblo amado  290
Muestras el tierno corazon piadoso
De dulcísimo padre regalado!
¡Si permites que á trance peligroso
Sea por sus deméritos llegado,
Tu amor y zelo mas allí le muestras,  295
Y en tu divina voluntad le adiestras!
En el peligro extremo de las vidas,
De los feroces árabes cercados,
Las generosas almas no rendidas,
Estaban los fortísimos soldados;  300
Quando por las furiosas y homicidas
Armas de aquellos bárbaros ayrados,
Un robusto mancebo entró desnudo,
Con una espada sola y un escudo.
Con sola una camisa cobijaba  305
Los fortísimos miembros el cristiano,
Que entte la gente mora se mostraba
Como leon entre esquadron villano.
Era tan alto, que sobrepujaba
Al mas alto de todos una mano;  310
Y era conforme á la admirable altura
La trabazon del cuerpo y compostura.
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Más en las bravas fuerzas y destreza,
En ánimo, en valor, y en osadía,
A la disposicion, y á la belleza,  315
Con ventaja grandísima excedia:
Era un milagro de naturaleza
Aventajado á quanto engendra y cria,
Como se podrá ver ahora en parte
Todo empleando de mi musa el arte.  320
Al primer moro, en quien probó la espada,
Partió desde la frente á la cintura;
Del cuerpo la cabeza destroncada
Rodando á otro echó por la llanura:
Al través de otra fiera cuchillada  325
Otro partido tiende en la verdura;
A otro los dos muslos le cercena;
Y juntos de una punta á dos barrena.
De un corte era la espada, y tunecina,
Aunque derecha y larga á lo cristiano,  330
Tan segura de temple, y fuerte, y fina,
Qual la del Teucro que forjó Vulcano;
Y no menos que espada diamantina
Conviene á tan robusta y fuerte mano,
Para sufrir los golpes espantosos  335
Con que entra por los árabes furiosos.
Hácese larga plaza el jóven fuerte,
No hay quien resista, no hay quien rostro haga
Súbita furia de repente muerte
Es de su espada la mas corta llaga:  340
Ni ciencia de Esculápio habrá que acierte
A curar sus heridas, ni arte maga;
Todas van de mortal congoja llenas,
Hasta agotar la sangre de las venas.
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Revuelve los airados ojos, vista  345
Ya poca resistencia de aquel lado,
Y ve matar á Sérgio, y á Batista,
Un viejo alferez, y su abanderado:
Pone en el bravo matador la vista,
Ques un valiente moro señalado,  350
Y á él se arroja, derribando á Brino,
A Zayde, á Mir, y al capitan Fandino.
Espera el bravo bárbaro arrogante,
Y en la fuerte rodela recogido
Repara el golpe, que el antiguo atlante  355
En dos montes hubiera dividido:
El escudo cortó, brazo y turbante,
Y el cuerpo de anchas mallas circuido
En dos medios partió, y la fiera espada
Quedó en el suelo un palmo sepultada.  360
Saca la espada, y pasa presuroso
Adonde ve una cruel pendencia
Que tienen Filadelfo y Sinforoso,
A mas de mil haciendo resistencia:
Entra por ellos con rigor furioso,  365
Y lleno de valor, y de inclemencia,
Cuerpos y piernas, brazos y cabezas,
Volando envia por el ayre en piezas.
Adonde estan los dos valientes llega
Hiriendo y derribando á todos lados,  370
Y de manera enciende allí la brega,
Que van los moros ya desbaratados:
Crece la furiosísima refriega,
Y llega tras los bárbaros airados,
Adonde un moro, capitan valiente,  375
Con gran valor hace parar su gente.
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Con treinta bravos moros se acompaña
El capitan valiente y señalado,
Y todos juntos con furiosa saña
Acometen al jóven esforzado:  380
El qual no pierde un pié de la campaña,
Ni un punto de su espíritu extremado;
Antes se arroja entre la esquadra fuerte,
Llevando en la sangrienta espada muerte.
Lo mismo Filadelfo, y Sinforoso,  385
Con encendido corazon hicieron,
Y entre el tropel soberbio y riguroso
Con denodado esfuerzo se metieron.
Cúpole á Filadelfo el valeroso
Arabe capitan, y allí vinieron  390
A batalla cruel de solo á solo,
Que duró tanto quanto al dia Apolo.
Sinforoso, siguiendo al fiero mozo,
Hace a su exemplo pruebas varoniles,
Con miserable pérdida y destrozo  395
De aquellas atrevidas gentes viles;
Cuya grita, alarido, y alborozo,
Aumenta nuevo esfuerzo al nuevo Aquiles:
Con el qual hace innumerables pruebas
Espantables, fortísimas, y nuevas.  400
El General estaba con Almonte
Quando el bravo rencuentro en esto estaba,
Y con su mejor gente, y con Oronte,
En peligroso y fuerte trance andaba:
Al qual el valeroso Alcimedonte,  405
Trayendo el resto de la gente brava,
Acude á socorrer con el Sargento,
O á ver con él el último tormento.
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En este punto aquí tambien llegaron
Los nueve capitanes que en el puerto  410
En las nueve galeras se quedaron,
Quando dellas salió el prudente Alberto;
Que habiendo visto el caso, procuraron
Dexar la armada en el mejor concierto,
Y partir luego con intento honroso  415
De verse en aquel trance peligroso.
De la nobleza de la gran Sirena
Son todos los valientes capitanes:
Sus nombres son Ricardo de Lorena,
Flotante de Altamor, Fadrique Danes,  420
Alardo, Olindo, Anselmo de Ravena,
Uberto, Guido, y Telamon de Alfanes:
Faltaba el buen Tancredo, que en la fiera
Tormenta se perdió con su galera.
Desembarcaron asimismo, junto  425
Con estos capitanes señalados,
Cien pasageros, que en tan fuertes puntos
No quieren de flaqueza ser notados,
Conociendo de honor el claro punto
A que todos estaban obligados:  430
Son españoles, y la fama antigua
De solos dos los nombres averigua.
Cardona, capitan grande y famoso,
De heroycos capitanes descendiente,
Cuyo apellido y grado suntuoso  435
Por todo el orbe resonar se siente;
Y Aragon de Segorbe el valeroso,
De Reyes de Aragon claro pariente,
Amigos de amistad inseparable,
De voluntad, de amor y fe inviolable.  440
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Son los dos que la fama aclara y nombra
Por excelso valor entre los ciento,
Cuyos nombres dexó en escura sombra,
Como es estilo de su corto aliento;
Pero de todos el valor asombra  445
Al insolente bárbaro sangriento,
Que al grande Alberto sus desinios turba
Con la braveza de su infame turba.
Juntos pues todos ya con el valiente
Alcimedonte, y con Ulisio, llegan  450
Donde combate el General prudente,
Matando á quantos el camino niegan:
Crece con ellos la raudal corriente,
Con que los secos páramos se riegan
De sangre mora, aunque también mezclada  455
Con la valiente sangre bautizada.
Allí acudió también el jóven fiero,
Que por el campo todo penetraba,
Mil veces mas airado que primero,
Por dos ó tres heridas con que estaba:  460
Llegó de los cristianos el postrero
Adonde el grande Alberto peleaba,
Pero no fué tan tarde su venida,
Que á mil no fuese muerte, y á mil vida.
Estaba el sol muy cerca de encerrarse  465
En el profundo golfo de poniente,
Quando el rencuentro vino allí á trabarse
Tan porfiada y rigurosamente:
Viniendo en breve término á juntarse
Toda la nuestra y la contraria gente,  470
Como dándose priesa á la victoria,
Antes que dexe el sol sin luz su gloria.
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Era el caudillo de la gente mora
Un viejo capitan bravo y osado,
Hecho á correr desde la clara aurora  475
Hasta el hercúleo Calpe el mar airado:
Sus vaxeles perdió, y andaba ahora
Con aquel pueblo acá y allá arrojado,
Haciendo por las bárbaras marinas
Mil insultos, asaltos, y rapiñas.  480
En dos bandas traía repartida
El moro experto aquella gente fiera,
Por un sobrino suyo era regida
La una, y él regía la primera:
La que de su pariente era traida,  485
Es la que en la batalla entró postrera;
Zeylan se llama el viejo, el mozo Armeno,
De gracia, de valor, y de amor lleno.
Este es quien queda en singular batalla
Con Filadelfo, capitan famoso,  490
Y es quien en la de dulce amor se halla
Con Lixerea, de quien es esposo:
Con Lixerea, que, qual él, de malla
Ornado el cuerpo varonil hermoso,
Suele entrar en revueltos esquadrones,  495
Y rendir valentísimos varones.
No entró en este bravísimo rencuentro
La bella mora, por haber quedado
Del alto bosque en el secreto centro,
Adonde estaba su aduar plantado:  500
Ni lo pudo saber ella allá dentro
Habiendo sido tan arrebatado,
Por suceder inesperadamente
En viendo todos la ocasion presente.
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Esta suerte de gente al fin los fieros  505
Arabes eran, que al famoso Alberto
Probaron los fortísimos aceros,
Quando descanso pretendió en el puerto;
De quien con sus valientes caballeros
No se escapára de cautivo, ó muerto,  510
Si Dios á tan buen punto no enviára
Aquel fuerte varon que le amparára.
El qual, en el mayor conflicto ahora,
Junto ya con Alberto, y con su gente,
De la que en el merchan de Arabia adora  515
Vierte la sangre miserablemente;
Ya vuelve el rostro la canalla mora,
Ya no hay quien mire la cristiana frente:
Sigue el alcance aquel feroz mancebo
Hasta que se escondió la luz de Febo.  520
La chusma, que prendida en sus cordeles
Estuvo grande rato ya cautiva,
Y el monge, digno que un famoso Apeles
Le pinte, y un Virgilio le describa,
De poder de los bárbaros crueles  525
Fueron sacados por la gente altiva,
Que por el jóven de inmortal memoria
Tuvo del enemigo la victoria.
A retirar entonces manda Alberto
Que apriesa toquen los marciales sones,  530
Y así del peligroso desconcierto
Se retiraron luego sus varones;
De quien el viejo Ulisio como experto
Vuelve luego á formar sus esquadrones,
Visto que el roto bárbaro arrogante  535
Su campo forma poco dél distante.
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Alberto queda al pié de la montaña,
Y allí pone su exército en defensa,
Y, entrél y el puerto, el moro en la campaña,
Determinado de vengar la ofensa;  540
Y cada qual con diligencia extraña
Las cosas en su exército dispensa,
Por el orden que entiende que en el hecho
Le serán de mas cómodo y provecho.
No hay quien se quite ni una sola malla,  545
No hay quien repose, ni aun el mas herido,
Cada qual de la suerte que se halla
Puesto está en arma con atento oido:
No hay reparo, trinchera, ni muralla,
Ha de estar el soldado apercibido,  550
Para que al primer arma que sonare
Cale la pica, ó la saeta encare.



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ArribaAbajoCanto IX


ArribaAbajo Así ya puestos de una y otra parte,
El General en todo cuidadoso
Manda buscar aquel su nuevo Marte,
Aquel fuerte mancebo milagroso.
Hállanle, y viene ante él ya puesto de arte  5
Que no esté por desnudo vergonzoso:
De un bárbaro despojo en noble suerte
Viene armado y vestido el jóven fuerte;
Y desta suerte al General llegado,
Que, de los capitanes de galera,  10
Y de Garin, y de otros rodeado,
Con deseo grandísimo le espera,
Con rostro grave, alegre y sosegado,
Les hace cortesía; de manera
Que todos conocieron ser persona  15
En todo digna de real corona.
El valeroso General prudente,
Visto el real respeto y la prudencia,
Le abraza con amor estrechamente,
Y con gran cortesía y reverencia;  20
Hizo lo mismo aquella noble gente,
Ofreciéndole todos obediencia
Como á señor, y como á quien debian
La vida y libertad que poseían.
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Tras esto, y tras curalle dos heridas  25
Que en un muslo y un brazo habia sacado,
Y haber con las mochilas proveídas
A la naturaleza restaurado:
A las partes del mozo esclarecidas
El General discreto aficionado,  30
Con razones dulcísimas le obliga
A que su nombre y calidad les diga;
Y particularmente la venida
Milagrosa, señor, le dice, cuenta,
Que ha sido á tantos libertad y vida,  35
Y que tanto tu honor y gloria aumenta:
De tu patria del cielo engrandecida,
Pues un varon le dio de tanta cuenta,
Y de tu nombre, al fin, haz satisfechos
A los que ya lo estamos de tus hechos.  40
El fuerte jóven con el rostro humano,
Agradecido al noble tratamiento,
Mostrando ser no solo cortesano,
Pero señor del cortesano asiento,
Con dulce estilo gravemente llano  45
Responde: cumpliré tu mandamiento.
Soy Don Diego Horel, nací en Castilla,
Sucesor, aunque indigno, de su silla.
Cardona, y Aragon, que el nombre oyeron,
Puesta la vista mas atentamente,  50
Al heroyco varon reconocieron,
De ambos deudo, aunque en modo diferente:
Alegres dél á conocer se dieron;
Alegre él los conoce, y la valiente
Mano las de ambos toma, y sosegado  55
Así prosigue el cuento comenzado.
—137→
Por varios casos, y por gran deseo
De ver del mundo las heroycas cosas,
Salí de España, donde no hay empleo
Por ahora de empresas generosas;  60
Y despues de larguísimo rodeo
Del mar y sus carreras tan dudosas,
A Roma al fin llegué, y en coyuntura
Qual pudiera pedir á la ventura.
No es posible que sepas el gran hecho  65
Del Santo Leon Quarto, pues te hallo
Con estos moros puesto en este estrecho,
Y así será justísimo contallo,
Que de admirable regocijo el pecho
Tendrá qualquiera lleno al escuchallo;  70
Y mas en tí será tal regocijo,
Qual de la Iglesia tan ilustre hijo.
Responde Alberto: de la Iglesia santa
Soy, y de su Pastor hijo obediente,
Y de su gozo ha de caberme tanta  75
Parte, qual es á un hijo conveniente;
Y así, señor, suplícote con quanta
Cortesía te debo, el excelente
Hecho que dices digas por extenso,
Que heroyco ya y altísimo le pienso.  80
Sabá, rey africano valeroso,
Don Diego dice, con su armada grande,
Como tan arrogante y victorioso,
Por las costas de Italia y Grecia ande:
Confiado, por verse poderoso,  85
De que nadie en su daño se desmande,
El puerto de Ostia de improviso toma,
Determinando destruir á Roma.
—138→
El gran Prelado valeroso y santo
Teniendo aviso del peligro urgente,  90
Depuesto el sacro venerable manto,
Corre á las armas valerosamente;
Y con presteza singular, en tanto
Que el campo forma la enemiga gente,
El con la suya de la santa tierra  95
Sale animoso á la sangrienta guerra.
Yo que ofrecido al gran Leon habia,
Como en tal ocasion era obligado,
Mi persona, con gozo y alegria
De haber á punto tal allí llegado,  100
Con la gente tambien que le seguia
Salí tras el santísimo Prelado:
El qual guiado de virtud divina
Con gran presteza para el mar camina.
Ya el moro con formados esquadrones  105
Talando todo el campo, apresuraba
La multitud inmensa de ladrones
Con que tan atrevido y bravo andaba,
Quando el Santo Leon con sus leones
Al sacrílego lobo se acercaba;  110
Tanto ya, que en un ancho y largo llano
Se descubrió el exército africano.
Descubiertas las bárbaras banderas,
El valeroso y gran Caudillo nuestro
Va primero á las armas verdaderas,  115
Como en ellas tan plático y tan diestro.
Rinda, Señor, aquellas gentes fieras,
Con lágrimas decia, el pueblo vuestro:
El pueblo que os confiesa y que os adora
Rinda, Señor, aquella gente mora.  120
—139→
No permita, mi Dios, vuestra clemencia,
Que este contrito y fiel pueblo romano,
Sea con tan sacrílega insolencia
Vencido del soberbio infiel tirano;
Muestre en nuestro favor vuestra potencia  125
La fuerza inmensa de su diestra mano,
Pues veis, Señor, lo que á su santa gloria,
Y de su Iglesia, importa esta victoria.
De ese divino trono sempiterno,
Donde á infinita omnipotencia unida  130
Infinita clemencia en su gobierno
Tanto en favor del hombre es conocida,
Salga favor de dulce padre tierno
Contra esta gente bárbara perdida,
Que con tanta soberbia y saña intenta  135
Hacer á vuestros hijos tanta afrenta.
Así oró, regando las mexillas
Con eficaces lágrimas ardientes,
Puesto con todo el campo de rodillas,
En forma de contritos penitentes;  140
Y luego con palabras, que al oillas
Los ojos convertiamos en fuentes,
A la cercana gloria nos incita,
Nos mueve, nos aníma, y habilita,
Diciendo: ó valentísimos varones,  145
Acostumbrados por virtud nativa
A sujetar las bárbaras naciones
En quanto el sol reparte su luz viva;
Si deseais en vuestras posesiones
Gozar de ilustre palma y dulce oliva,  150
No hay camino mas cierto que domando
El fiero orgullo deste iníco bando.
—140→
Mirad, mirad que es pueblo de Mahoma
El que se atreve con armada mano
A la triunfante vencedora Roma,  155
Y á su pueblo ya bueno, ya cristiano,
Contra quien siempre le ha vencido toma
Las armas el infiel pueblo africano,
Y contra CRISTO; pues mirad si en esto
Conviene echar de nuestra fuerza el resto.  160
Así diciendo al pueblo, que ya habia
Por orden suya en Roma confesado,
Con poderosa mano bendecia,
Todo en alegres lágrimas bañado;
Y allí de nuestra santa Madre pía  165
Abre el tesoro á su gobierno dado,
Con indulgencias, con absoluciones,
Y con mil largas gracias y perdones.
Estaban ya muy cerca los reales
Del Libio Rey, quando el Romano Papa  170
Las armas de su imperio celestiales
Desta suerte descubre y desatapa:
Tras lo qual las segundas materiales
Muestra dexando la tiara y capa,
Y descubriendo la persona santa  175
Cubierta del arnés hasta la planta.
Como quando á la luz del claro dia
Suele quitar alguna nube parte
De los ardientes rayos de alegría,
Que por el orbe anchísimo reparte;  180
Si aquella de repente se desvía
Con el furor de un bravo viento á parte,
El radiante sol se nos ofrece,
Que con mas clara lumbre resplandece:
—141→
Así de nuestra Iglesia el Sol luciente,  185
Dexando el sacro manto religioso,
Al nuevo aparecer resplandeciente
Del limpio arnés fortísimo y lustroso,
Divinos rayos repentinamente
Con resplandor despide milagroso  190
Del claro electro y de la santa cara,
Con viva lumbre mas ardiente y clara;
Y junto con el rayo repentino
Del rostro y del arnés, al mismo instante
Ante el sagrado Capitan divino  195
Fué vista una doncella relumbrante,
Que su redondo escudo diamantino
Con fuerte brazo le tenia delante,
Animándole al hecho señalado
Con rostro alegre, grave, y confiado.  200
Y luego el Santo Príncipe famoso
Arma, arma dice, y arma el campo suena,
El clarin alto, el atambor furioso,
Con fiero alarma cielo y tierra atruena;
Y al enemigo campo poderoso,  205
Que en aquella presteza piensa á pena,
Con ordenada furia en varios modos
Nos arrojamos al instante todos.
Creciente, que de altísimas montañas
Trayendo piedras y árboles descienda;  210
Rio, que en vegas, valles y campañas
Con avenida súbita se extienda;
Rayo, que las fortísimas entrañas
Del Apenino, ó Pirineo encienda;
Temblor de tierra que revuelva el centro,  215
No pueden compararse al fiero encuentro.
—142→
Juzgo que fueron muertos y heridos
Mas de diez mil en el encuentro airado
De los soberbios moros atrevidos,
Que en mal punto incitaron al Prelado:  220
Luego por todas partes embestidos,
Y el conflicto del todo ya trabado,
Con brava obstinacion la gente mora
Hizo furiosamente rostro un hora:
Al cabo de la qual, ya no pudiendo  225
Resistir al exército cristiano,
A la mar se vinieron retrayendo
Con prestos pies, desamparando el llano.
Entonces la victoria prosiguiendo
Siguió el alcance el Capitan Romano  230
Hasta el mar, que en mar roxo convertia
La inmensa sangre que el infiel vertia.
Allí yo (pues me mandas que te diga
Como fué mi venida aquí á tal punto)
Siguiendo la vencida y enemiga  235
Gente con el sagrado Leon junto,
Viendo que en un batél con gran fatiga,
Y con color y rostro de difunto,
De las manos Sabá se nos escapa,
Y que á voces lo dice el Santo Papa:  240
Del caballo me arrojo al mar, y á nado
Sigo el batél donde iba el moro fiero,
Y alcánzole, que habia ya llegado
Sobre un vaxel fortísimo y ligero:
Subo tras él, y hago lo que armado  245
Tiene en obligacion un caballero;
Y fué mi buena suerte de manera,
Que rendí en breve espacio la galera.
—143→
Y como tuve alguna resistencia,
Aunque para prender al Rey ponia  250
Con gran cuidado toda diligencia,
Mientras con sus soldados combatia
Se desapareció de mi presencia,
Y en un vaxel ligero que tenia
Veo despues que por el agua vuela  255
Con largos remos y con ancha vela.
Corria una furiosa tramontana,
Que en espuma tenia convertida,
Con prestas y altas olas, la romana
Exênta playa con razon temida:  260
Yo, que en aquella cólera de gana
Por prender aquel Rey diera la vida,
Con los cristianos de galera junto
Hago vela, y volando parto al punto.
Pongo la proa por la misma via  265
Que lleva la ligera galeota,
Y doyle brava caza todo el dia,
No perdiéndole un punto la derrota;
Más, ya que el sol sus rayos escondia,
El viento creció tanto, que la escota,  270
Y los amantes, y el timon rompiendo,
Vine á quedar en un peligro horrendo.
Los pláticos cristianos, que en galera
Habian sido mucho tiempo esclavos,
Acá y allá con xárcias y madera,  275
Con remos, con estacas, y con clavos,
Hicieron en el arte de manera,
Que por entonces á los vientos bravos
Se pudo resistir, aunque en mil modos
Ya nos amenazaban muerte á todos.  280
—144→
Tres dias desta suerte contrastamos
La brava furia á nuestro daño intenta,
Y hoy todos ya del todo confiamos
Salir con bien de la mortal tormenta,
Que á tres ó quatro leguas allegamos  285
De tierra, cada qual haciendo cuenta
Que la pisaba ya, quando al navío
Nos hizo mil pedazos un baxío.
Estaba yo en la popa asido á un remo,
Que en cierto modo de timon servia,  290
Quando ví el triste y miserable extremo
A que el grande peligro nos traía;
Fué favor (ello es cierto así) supremo,
Que para tanto en mí valor no habia:
Quítome los vestidos en un punto,  295
Y salto al mar con aquel remo junto.
Desde el cruel baxío peligroso
Hasta el mojado pié de esta montaña
Nadando vine por el mar furioso
Con pena á qualquier otra pena extraña.  300
Besé la tierra quando el pié gozoso
En ella puse, y luego la campaña
Con gente armada se me ofrece, y luego
Conozco el ser del belicoso fuego.
Y con dolor inmenso de que el fiero  305
Infiel al fiel tuviese tal ventaja,
Asiendo de las armas que primero
Se me ofrecieron vine á la baraja.
Apenas á este punto el caballero
Llega, quando el gran cuento le baraja  310
Un arma viva, que á la estable sierra
Hizo casi mover á brava guerra.
—145→
A la primera voz los caballeros
Saltan en pié, y acuden á la parte
De donde comenzaron los primeros  315
Gritos del alto estrépito de Marte.
El Sargento mayor sus sábios fueros
Con diligencia próvida reparte,
Y puesto en arma con atento oido,
Ver no pudiendo, atiende al gran ruido.  320
Así pues con las armas aprestadas,
Alerta estando la animosa gente,
Por las tinieblas lóbregas cerradas
Metiendo paz viene un varon prudente.
Repórtense las armas alteradas,  325
Viene diciendo en alta voz vehemente:
Amigo, amigo soy: hágase pausa
Al gran rumor que mi venida causa.
Su nombre en alta voz así diciendo
Mil veces por el campo repetia:  330
El sábio General reconociendo
La amiga voz, á aseguralle envia;
Y todo el campo en su quietud volviendo,
Seguro paso al valeroso abria:
Al valeroso Filadelfo amado,  335
Ya por muerto en su exército llorado.
Viene el valiente mozo generoso
En paz y en guerra extremamente bueno,
Cansado por un peso victorioso
Que trae puesto al noble y fuerte seno:  340
Es el bravo caudillo valeroso
Sobrino de Zeylan, llamado Armeno;
Aquel con quien ya dixe que quedaba
Trabado en singular batalla brava.
—146→
El moro viene en una sien herido  345
De una gran cuchillada, y el cristiano
Desde los hombros á los pies teñido
De su sangre, que riega todo el llano.
Estaba sin aliento y sin sentido
Por la vertida sangre el africano,  350
Quando ya el capitan para curarle
Adonde Alberto está viene á dexarle.
Luego al son eficaz de sacros versos
Fué la corriente sangre restañada,
Y el alma de mortales y diversos  355
Espantos fue á sosiego revocada;
Y de sucesos de la guerra adversos
Con amiga esperanza consolada,
Que es la que sobrelleva adversidades
En las almas de heroycas calidades.  360
¡O alivio de la vida de este mundo,
Cuyo nombre mas pio y justo es muerte,
Dulce esperanza de valor profundo,
Contigo el sufrimiento se concierte,
Que en tí con él la mortal vida fundo!  365
¡O vital muerte trabajosa y fuerte
De este engañoso temporal infierno,
Donde eres tú tan celestial gobierno!
Gobierno celestial, santa esperanza,
Acompañada á santo sufrimiento,  370
¿Qual hay del mundo fiera malandanza
Que del alma te arranque de cimiento?
¿Qual tú nos pintas bienaventuranza
Que fuera sea del empíreo asiento?
Y ¿qual consuelo y bien en él no calas  375
Con el excelso vuelo de tus alas?
—147→
Ya pues que el sábio Armeno fue curado,
Despues que en su sentido le volvieron,
Y su daño y peligro reparado
De la manera que mejor pudieron,  380
Del capitan valiente y señalado
La causa de traelle así supieron:
La qual fué al grande Alberto tan gustosa,
Quanto al discreto Filadelfo honrosa,
De quien en breve así fué referida:  385
Como cayese ese caudillo fuerte,
La fuerza con la sangre ya perdida,
Yendo sobre él me dixo desta suerte:
Vencido habeis; pero si dar la vida
Quereis, á quien habeis traido á muerte,  390
Haced, fuerte soldado, de manera,
Si ser pudiere, que cristiano muera.
No dixo mas el valeroso Armeno,
Y yo le dixe que por él haria,
Visto el buen fin de aquel su intento bueno,  395
Todo lo que á cristiano le debia;
Entonces replicó de gozo lleno,
En medio del desmayo y su agonía:
Yo sé que no hay camino en este suelo
Sino la ley de CRISTO para el cielo.  400
Que quando mi dichosa suerte quiso
Que fuese esclavo en la ciudad sagrada,
Adonde está del alto paraiso
La santa llave al viejo Apostol dada,
Tuve de la cristiana Fe el aviso  405
Que gobierna la gente bautizada,
Y junto con las lenguas de cristianos
Supe sus sacros cultos soberanos.
—148→
Y siendo mi intencion y mi deseo
Renacer en el agua del bautismo,  410
Me traxo de uno en otro devaneo
El fiero rey del espantoso abismo,
Hasta que libre ya tras gran rodeo
Me volvió al africano barbarismo,
Y al poder de mi tio, y de esta gente  415
Enemiga de paz naturalmente.
Con esto se quedo sin movimiento,
Y yo lleno de lástima y de pena;
Mas conociendo que el vital aliento
Aun no faltaba, puesto que era á pena,  420
Con el recato que yo pude y tiento
Le levanté de la sangrienta arena,
Y como ya se ha visto le he traido,
De mi promesa y su deseo movido.
Apenas fin al cuento aquí ponia  425
Discretamente el capitan famoso,
Quando Garin, que atento estado habia
Al referir del caso misterioso,
Al grande Alberto lleno de alegría
Dixo, qual verdadero religioso:  430
Con tu licencia yo de Armeno quiero
Ser para el cuerpo y alma el enfermero,
Holgóse el General; pero mostrando
Valor de heroyco príncipe perfeto,
A Filadelfo quanto puede honrando,  435
Así dice con término discreto:
En eso, padre mio, yo no mando,
A Filadelfo Armeno está sujeto,
Pues en tan buena guerra le ha ganado,
Y así pedilde á él lo demandado.  440
—149→
Filadelfo, el honor reconociendo
Que á su valor su General hacia,
Discretamente fué correspondiendo
Con alta y generosa cortesía;
De manera que todos concediendo  445
Al buen Garin la peticion tan pia,
El se amparó del moro caballero,
Con zelo de cristiano verdadero.
Mas entretanto que en el campo nuestro
En tales modos Marte ha sucedido,  450
El injuriado moro del siniestro
Suceso en brava cólera encendido,
Como valiente capitan y diestro
No reposaba en descuidado olvido,
Sino con cuidadosa diligencia  455
Descubre allí su plática experiencia.
Y sabida la nueva lastimosa
De la prision de su sobrino Armeno,
De dolor bravo y de pasion furiosa
El iracible y fuerte pecho lleno,  460
Con diligencia á su querida esposa
Despacha un hombre en eloqüencia bueno,
Para que con discreto y cuerdo aviso
Del triste caso sepa darle aviso.
Y para que la mueva y solicite  465
A que venga al exército volando,
Y á que su hermano como suele incite,
Con los valientes moros de su bando,
A que venga á gozar de aquel convite,
Que con victoria les está esperando,  470
Y sobre todo manda que encarezca
Que vengan todos antes que amanezca.
—150→
El bravo capitan Abenagonte,
De la famosa Lixerea hermano,
Con cien caballos de Biserta el monte  475
Habita, y corre la marina, y llano;
De quien por todo el clima y horizonte
Que ilustra el suelo bárbaro africano,
La veloz fama esparce y cuenta hechos
Que dan envidia á mil valientes pechos.  480
Este es de quien la veloz fama cuenta
Aquella maravilla señalada
De aquel dragon que tuvo en tanta afrenta
A Biserta su patria regalada:
El qual tenia por tributo y renta  485
Para comida suya dedicada
Una doncella noble cada dia,
Que por concierto el pueblo le ofrecia.
Es caso en toda la Africa sabido,
Que destruyendo este dragon la tierra,  490
Y no habiendo el poder della podido
Jamás vencerle con sangrienta guerra,
Vino por cierto oráculo á partido
De dar de las familias, que en sí encierra
Mas nobles, una moza la mas bella  495
Cada dia al dragon para comella.
Cupo la suerte á Rosa, ilustre dama,
Dama de Abenagonte, mas querida
Que el alma propia, y á quien ella ama,
Con casto y justo amor, mas que á su vida:  500
Ardiendo en él de amor la viva llama,
Su vida á muerte tal viendo ofrecida,
En lugar della el bravo moro y fuerte
A la fiera se ofrece, y á la muerte.
—151→
Salió, sin que supiese dél alguno,  505
Al mismo tiempo que de escuro bosque
El hambriento dragon salia ayuno
Al pasto con quien él despues se embosque;
Y animoso, y valiente, y oportuno,
Antes que el largo cuello desenrosque,  510
Bate las piernas el veloz ginete,
Y por frente al dragon fiero arremete.
Y con tal suerte, y tal destreza, y tanta
Fuerza al dragon la larga lanza arroja
Por medio de la boca y la garganta,  515
Que en medio el corazon el hierro aloja;
Si el alto silbo, si el mirar espanta,
O si la sangre con que el suelo moja,
Y la espuma mortífera que vierte
Amenazaban en tal muerte muerte.  520
Juzgar podráse con saberse solo,
Que fué este drago de la misma raza
Que el Fiton cruelísimo de Apolo,
Del mismo daño y de la misma traza:
Abenagonte, al fin, así matólo,  525
A quien su dama por su esposo abraza
En digno premio del famoso hecho,
Y del amor que lo inspiró en su pecho.
Pero el moro que el triste aviso lleva
Donde está Lixerea llega, y dalo  530
Haciendo de su ingenio y lengua prueba
En hablar con afecto y con regalo;
De tal manera que consuele y mueva
A todos tanto, que sin intervalo
De turbacion, ó triste sentimiento,  535
Zeylan consiga su prudente intento.
—152→
Y así sucede como pretendia,
Que apenas el aviso Timbro ha dado,
Quando en son alto ya el clarin heria
El ayre triste, lóbrego, y turbado:  540
A caballo, á caballo referia
El sonoroso arambre apresurado;
Y luego al estandarte, al estandarte,
Y el socorro tras esto apriesa parte.