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ArribaAbajoReflexiones seleccionadas de la Historia


ArribaAbajoLa Historia

La historia (como dicen los que mejor sintieron de ella) es luz de la verdad, maestra de la vida, vida de la memoria, recuerdo de la antigüedad, archivo de los tiempos, espejo de la prudencia; y ninguna cosa de éstas puede ser perfectamente no refiriendo los casos lamentables, porque en estos resplandece la divina justicia para temerla como en los felices la misericordia para alabarla; éstos nos animan a imitar lo bueno, aquéllos nos enseñan a huir lo malo, que es el fin de la historia.

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Siempre fue gustosa a los sentidos la variedad de las cosas. En la historia se experimenta esta verdad con más continuación, pues si se tratan de una sola materia muy pocos fueran los que no dejaran de disgustarse. Tengo, pues, por conveniente decir los sucesos que en esta memorable Villa de Potosí se vieron cada año conforme fueron, si unos prósperos otros adversos, prometiéndome con esta variedad no disgustar a ninguno, junto con que escribiéndose en estos capítulos hechos y cosas dignas de ser sabidas acaecidas en esta Villa, el lector puede sacar de todo provecho pues siempre la virtud es alabada y el vicio vituperado.

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Suélese decir comúnmente que no es otra cosa la pintura sino una historia para satisfacer a los ojos y (por el contrario) que la historia es una pintura para cumplir con los oídos, y siendo así, la historia y la pintura tienen un mismo oficio para satisfacción de diversos sentidos; pero en esto se diferencia la una de la otra, que la pintura puede poner en una misma tabla allí patente muchas cosas que acontecieron juntas y ni más ni menos representarlas como acontecieron, lo cual no tiene la historia porque las cosas que se cuentan en ella necesariamente han de ir sucesivamente unas tras otras como vinieron a suceder, y si acaecieron en unos mismos días forzosamente se han de relatar primero unas y después otras a elección del historiador que las cuenta. Por esto, pues, si alguno fuere tan curioso que reparare en si unos casos sucedieron antes o después que los otros de los que refiero, le pido que no sea tan prolijo ni se apure en si entro o salgo bien o mal de uno a otro, pues siendo varios en un mismo día, mes o año, forzosamente se han de contar unos tras otros conforme sucedieron sin andar con introducciones ni rodeos.

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Y aunque así ofrezco la Historia de Potosí, juzgo por imposible librarla de malas lenguas, pues cada uno tiene licencia de poner sus faltas, y será lo peor y más sensible en aquello que estará más libre de merecerlo. Pero si las obras de San Jerónimo no se libraron de Rufino; las de Homero, de Zoilo; las de Horacio, de un Nebio; ni de Pierio las de Virgilio, siendo todas tan insignes, ¿cómo se podrán librar las mías si también les han de dar motivo sus faltas? Es verdad que la historia tiene poca necesidad de recomendación, pues nadie ignora que la prudencia, hija del uso y de la memoria, es quien enseña con facilidad esta tan importante virtud, y por esto con justa razón la llaman maestra de la vida y dan otros renombres bien acomodados que me alargara mucho en referirlos. Por lo cual en esto y en excusar mi libro de las faltas que le acompañan, pienso que es excusado detener al lector, pues ni lo primero es necesario ni posible lo segundo. No obstante, prudente y amado lector, si tal cual está mi obra (con pocos o muchos defectos como te la presento) alcanzaré tu aprobación, conoceré tu nobleza, tendré por feliz el trabajo, por lograda la fatiga y rendiré las gracias a Dios, porque como dijo Santiago: «toda dádiva buena y todo don perfecto, es por disposición divina que baja por influjo del padre de las luces».

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Confieso que pocas veces corren parejas las obras con los deseos. El mío ha sido de acertar, que como dijo Propercio «siempre quise estar solícito en cosas grandes». Y así como es puesto en razón que se reciba la voluntad, yo te ofrezco la mía y te suplico te acuerdes de aquel sentencioso dicho del profeta Isaías en el capítulo 57: «Ay de los que aprobáis lo malo por bueno y lo bueno por malo,   —108→   dando vuestro parecer no conforme a la razón sino guiados de la pasión que os ciega». Y concluyo con decir que si nada de todo lo dicho bastare e indiscretamente quisiera la prudencia calumniar mis escritos (que no será nuevo, pues siempre se experimenta que se tiene por sabio y discreto quien no censura trabajos ajenos, pareciéndole disminuye su crédito si así no lo hace: cuya lengua comparó el filósofo Pitaco al hierro de lanza, diferenciándose en herir uno la carne, otro traspasar el corazón, advirtiendo Teofrasto se debe fiar más de caballo desenfrenado que de lengua descompuesta), desde este punto para cuando así lo hicieren hago el ánimo a la paciencia pues no puedo hacer otra cosa. Demás que escribiendo libre de toda pasión y con verdad sencilla tanta variedad de sucesos y casos ejemplares, no tendrá razón ni parte la malicia para reprobar esta obra; adelantando más la advertencia al benigno lector y suponiendo que aunque mi corto caudal no la emprendiera, otros (como ya queda dicho) extraños de ella (movidos de sus méritos) la han engrandecido y pueden engrandecer en adelante, precediendo en todo sus plumas a la mía.

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Perdonárame el que se estrecha a leyes de general y larga historia si me dilato algo en decir las comarcas y singularidades de mi patria: legítima disculpa, si bien en todo este libro hago el oficio de historiador de ella escribiendo los sucesos prósperos y adversos, grandezas y menoscabos, que el singularizarme más cuando con algún elogio la engrandezco es obligación de la naturaleza más que amor de crianza, y cayera en la ignominia de maldito, que dijo Eurípides: «Si no fueras pésimo, no alabaras la religión en que vives menospreciando la ciudad en que naces». «Y a mi juicio» (añade Eurípides) «mucho yerra el que se olvida de todas las comarcas de su tierra y patria, y alaba a la ajena, gozoso de singularizar extranjeras costumbres». Diré lo que dice el mismo Eurípides en otro libro: «Tú, pero, oh tierra mía, oh patria de mis padres, vale estéis enhorabuena, que al varón prudente, aunque la patria lo trate como a extraño, no hay cosa más suave que acordarse que lo ha engendrado»; y por esto no dejaré de obrar según el consejo de Teógenes, poeta megarense, que dijo: «Alabaré mi patria ciudad hermosa y país lustroso, ni dejando de referir lo excelente, ni dejando de vituperar lo malo».

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Entre otras excelentes propiedades que la historia tiene, dos son las que más la acompañan: verdad y deleite. La verdad es como fundamento donde se fabrica toda la narración de la historia; el deleite es el sainete en la misma variedad de los sucesos, que deja sabroso el gusto del que lee y más cuando siguen el hilo de la historia, que algunas veces la diferencia y mezcla de tal y tal caso no se puede excusar ni tampoco deja de leerse con gusto.

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Los autores en sus escritos engrandecen mucho todo género de historias porque siendo (como son) verdaderas y escritas por tan excelentes plumas, digo que apacientan a los doctos, adelgazan a los groseros, enseñan a los mancebos, recrean a los viejos, animan a los humildes, sustentan a los buenos, castigan a los malos, resucitan a las conciencias muertas, y a todos da fruto su lección, y aunque ésta mía no dé tan abundantes frutos, a lo menos (si quisieran algunos tomarlos) no les faltará si bien lo consideran y advierten, y cuando no quieran tomarlos paréceme que siquiera un loable divertimiento del tiempo no puede dejar de conseguirse. Es la perfecta historia testigo de los tiempos, y para satisfacer a las obligaciones en que la ponen oficios tan altos, no debe perdonar a disgresiones importantes, y más cuando divierten poco del primer intento y tuvieron dependencia de él, y así me parece que no se me llevará muy a mal este particular y más cuando en ello no hay mucha dilación.

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Entre los muchos títulos que con justa razón tiene la historia es uno y el más principal el ser maestra de la vida humana, por lo cual no sólo se debe enseñar lo que se ha de obrar sino lo que se ha de huir. Para lo primero suelen servir los hechos y vidas de los hombres heroicos en virtud, y de lo segundo nos suelen ser ejemplos los que no han sido tales.

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El grande deseo que en muchos de mis compatriotas y de otros hombres de varias provincias del orbe avecindados en esta Imperial Villa de Potosí (doctos unos, y otros que no lo son) he conocido de ver escrita la historia de esta famosa cuanto memorable Villa, me le pudo adelantar en mí, que también estaba con el mismo deseo, para emplear mi talento (bien que pobre) en un asunto que le había menester muy rico, satisfaciendo en parte a tantos loables deseos. Pienso, pues, que sólo mi voluntad se puede agradecer, porque si bien el trabajo no ha sido pequeño, la obra (como mía) no puede ser grande. No es menos el motivo que por su parte me ha dado el famoso Cerro Potosí para escribir esta historia, pues, está claro que si él no se representara tan poderoso con su incomparable riqueza, no había para qué cortar la pluma y correr con felicidad líneas que me acarrearon desvelos.

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Pues entre los más atractivos afectos de los humanos es cosa experimentada ser grande sin comparación éste de la patria, loable su cariñoso amor con impulso entrañable, justamente   —109→   encarecido de natural e intenso. Así Valerio Máximo lo iguala al de los dioses y le hace mayor que el de padres y hermanos. San Agustín le pone en segundo lugar, y muchos la prefieren a su propia vida: entre los cuales se cuentan Curcio, Escévola, Marco Bruto, Cayo Mario (romanos los cuatro), Codro, rey ateniense; Menelao, tebano; Ancuro, hijo del Frigio Midas; los filenos cartagineses, y la madre de Cleómenes. Sólo Sócrates refiere Plutarco no quería llamarse griego sino ciudadano del universo. Con estos motivos y autoridad de Aristóteles, afirmando ser el lugar natural conservativo de lo que él se cría, por donde ama cada uno tanto la patria como su perfección, ofrezco yo a la mía, discreto lector, este pequeño cuanto afectuoso servicio, publicando y proponiendo al teatro del mundo con limpia y cándida intención un trabajo de mayor voluntad que merecimiento, con que me parece cumplir en algo con la obligación de hijo suyo, manifestando general y particularmente sus grandezas y riquezas con los memorables sucesos que en ella se han visto, aunque para hacer ostentación y alarde de todo pedían mejores y más elocuentes plumas que la mía.

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Verdad es que son muchas las que con alto vuelo han proporcionado particularidades de esta materia con el caudal de sus grandes talentos; pero no se debe extrañar que salga a luz esta mi general historia. Utilidad tendrá mi trabajo siquiera para que, guisado de diferente suerte, despierte y avive el apetito de saber más largamente lo que ella contiene. Cuanto y más que por mucho que se escriba siempre hay más que escribir; ni es justo que haya límite ni tasa en eso, sino muy provechoso que se escriban muchos tratados, por ser los gustos de los hombres tan varios que han menester mucha variedad de doctrina, porque unos gustan de una y otros de otra.

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Bien conozco la cortedad con que declaro la mía, mas no por eso dejaré de llevar adelante mi designio. El cual es (como llevo dicho) sacar a luz el compendio historial de la Villa Imperial de Potosí, sus incomparables riquezas, sus guerras civiles y casos memorables, recogiendo algunos granos después de tantas cosechas escondidos al sordo riesgo del olvido, que los escritores son como los que siegan o vendimian, que aunque llevan la mayor parte, no todo; siempre (conforme a la ley) queda la espiga o el racimillo para el pobre que viene a espigar o a la rebusca. No soy yo de los segadores de hoz; como Ruth andaré cogiendo las espigas que se les quedaron, que como las quiero para mi pobre caudal, confío en Dios Nuestro Señor saldrá mi medida colmada.

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Callar tal vez el historiador (dijo una docta pluma) alguna cosa que con la serie de los sucesos no tiene conexión o es de poca consecuencia, no sé si sería conveniente; pero desfigurar los sucesos por sólo mostrarse respetuoso al poderoso nunca puede ser lícito, pues con perjuicio de la verdad enflaquece la fe de la historia. Porque ¿Quién le tendrá por verídico en lo lustroso si le descubre menos fiel en lo poco favorable? Y pues refiriendo yo circunstancias precisas no les quito nada de sus intereses (que les fuera muy sensible), déjenme referir sus rigores y codicias, pues no me dan motivo para decir virtudes.

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Yo vuelvo a advertir que sé ni puedo escribir panegíricos sino historia, y que la verdad sola sin otra mezcla ha de gobernar la pluma del historiador.

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No es menos trabajo a las veces, para quien ha de escribir historia, no hallar qué decir que sobrar materias y diversidad de negocios que comparar, si bien esto último es mejor que no la falta, porque es fatiga grande haber poco que escribir y hallarlo confuso.

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Y aunque tengo entendido que los lectores siempre quisieran que les contasen grandes batallas, extraños acaecimientos, notables hechos y mudanzas, pero también entiendo que las historias de los príncipes y ministros pacíficos, y de tiempos felices y sin guerras y desastres, no son tan agradables para muchos como las que cuentan muertes, guerras, batallas, caídas de estados, mudanzas de reinos, victorias muy señaladas, bullicios, bandos, alborotos y finalmente grandes acaecimientos de bien o de mal, tanto que los libros de mentiras y fabulosos son leídos y agradan comúnmente, porque matan muchísimos hombres y combaten ciudades y fingen cosas casi imposibles. Por lo cual (conformándome yo con el parecer de muchos discretos) he determinado de tener cuidado también de agradar como de aprovechar al lector cuando puedo, contando algunas de estas grandes cosas de armas que tanto ha habido de ellas en esta memorable Villa, y no callando asimismo los ejemplos de paz y buenas costumbres de los pacíficos y mansos jueces, y condenando los vicios y pecados con condenar y abominar los que los usaron y cometieron. Porque para esto principalmente se escriben y se han de leer las historias, para que leyendo los vicios y pecados los huyan, y las virtudes imiten, y de los casos y acaecimientos tomen aviso los lectores, y reglas para la vida, y se hagan experimentados y sabios para otros semejantes.

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El sabio filósofo Sócrates instruyendo a un príncipe y señor perfecto le aconseja que huya de aduladores y lisonjeros como ponzoña pública que destruye todo género de virtudes y hace peligrar a las personas perfectas. La misma instrucción se puede aplicar a cualquier juez y cabeza, y del mismo modo podía decir este filósofo instruyendo un historiador perfecto, pues de las lisonjas en sus escritos se seguirían daños mayores y tantos más perjudiciales cuanto va a decir que el aire se lleva las palabras y lo escrito se queda escrito. Por esto, pues, sin exagerar en pro ni en contra cosa alguna con puntualidad en esta historia lo que otros dicen llana y sencillamente, y no se me tengan a mal el decir la verdad tocante a las cabezas y jueces porque es muy preciso, y si así no ha de ser no había para que escribirla; y si en alguna manera me descuidara en alguna lisonja, temiera que algunos de mis amigos (los viejos, digo, que saben muy bien lo que pasó en aquellos tiempos) hicieran de mí la burla que los de Aristipo filósofo hicieron de él cuando habiendo pedido para un grande amigo suyo cierta merced a aquel tirano famoso Dionisio el mayor, no queriendo concedérsela por más razones y argumentos que trajo para moverle se hincó de rodillas y le besó los pies, con lo cual al punto otorgó y concedió cuanto se le pedía. Estaban a la mira los amigos de Aristipo y de él hicieron mofa y burla por haberle visto hacer una tan grande lisonja, a los cuales el filósofo satisfizo diciendo: «¿Pues ahora ignoráis que Dionisio tiene los oídos en las rodillas y la voluntad en los pies?»

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Más cierto es en las cosas humanas lo que se ve que lo se oye, y mejor testigo el que escribe en la patria que el que asiste en Europa.

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Peso de Ocho Reales acuñado en Potosí en 1684, bajo el reinado de Carlos II. Descripción: Leyenda: Potosí año 1684 El Perú. Columnas de Hércules coronadas sobre olas. Primera línea: P por Perú/. 8 (reales)/ VR iniciales del ensayador. Franja central: Plu/sul/tra. Tercera línea: VR/ 84/ P por Perú.

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Peso de Ocho Reales. Leyenda: «Philippus IIII D. G. Hispaniarun». Escudo de Castilla y León. Año: 1650. Peso: 27 gramos. Fino: 11 dineros, cuatro granos (930 mm).

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ArribaAbajoEl Cerro Rico

El famoso, siempre máximo, riquísimo e inacabable Cerro de Potosí; singular obra del poder de Dios; único milagro de la naturaleza; perfecta y permanente maravilla del mundo; de los mortales, emperador de los montes, rey de los cerros, príncipes de todos los minerales; señor de 5.000 indios (que le sacan las entrañas); clarín que resuena en todo el orbe; ejército pagado contra los enemigos de la fe; muralla que impide sus designios; castillo y formidable pieza cuyas preciosas balas los destruye; atractivo de los hombres; imán de sus voluntades; basa de todos los tesoros; adorno de los sagrados templos; moneda con que se compra el cielo; monstruo de riqueza; cuerpo de tierra y alma de plata (que con más de 1.500 bocas que tiene llama a los humanos para darles sus tesoros, siendo otros ojos para ver sus necesidades, y tanta su liberalidad que les da el corazón por esos ojos); a quien las cuatro partes del mundo conocen por la experiencia de sus efectos, sus católicos monarcas lo poseen (¡qué mayor grandeza!), los demás reyes lo envidian, las naciones todas lo engrandecen, aclaman poderoso, aprueban excelente, ensalzan portentoso, subliman sin igual, celebran admirable y elogian perfectísimo; a quien procuran fogosos su acendrada plata, cortan el viento por adquirirla, surcan el mar por hallarla y trastornan la tierra por tenerla; a quien corren los pinceles y pintan en figuras y hieroglíficos de un venerable viejo con cana y luenga barba, sentado en el centro de su bien formada máquina, adornado de preciosos vestidos de plata, ceñidas sus sienes de imperial corona rodeada de triunfador laurel, cetro en la diestra mano, en la siniestra una barra de plata ofreciéndola a los pies de las reales armas que a su lado tiene, debajo de los cofres de riquezas, piñas de su precioso metal, barras y moneda, esparciéndolo con sus plantas. Pintan a la Villa en figura de hermosísima y grave doncella, sentada a la falda del Cerro, con riquísimos vestidos, adornando sus sienes imperial diadema, cetro en la diestra mano puesta sobre el mundo, y con la siniestra tomando barras del rico Cerro unas en pos de otras para ofrecérselas.

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¿Qué pluma, qué imaginación, qué entendimiento, qué sutileza podrá explicar cumplidamente la gran riqueza que se ha sacado y se saca hoy del Cerro de Potosí; la maquina de millones de plata que ha dado de quintos a sus católicos monarcas; las grandezas de sus nombrada Villa; la caridad y liberalidad de sus moradores; la fe y veneración que tienen al culto divino; y asimismo los piadosos castigos (pues siempre lo son) de la mano de Dios que ha experimentado por sus culpas, ocasionados, si más de la riqueza de sus habitadores y sobra de corporales bienes, también efectos del dominio riguroso de sus estrellas a que el libre albedrío pudieran oponerse?

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En las espantosas cuanto ricas entrañas de este admirable monte resuenan ecos de los golpes de las barretas, que con las voces de unos, gemidos de otros, gritos de los mandantes españoles, confusión y trabajo intolerable de unos y otros, y espantoso estruendo de los tiros de pólvora, semeja tanto ruido al horrible rumor de los infiernos: noviciado parece de aquel centro formidable.

Innumerables son los que han perecido en sus entrañas: cada paso que dan en una de sus minas llegan a los umbrales de la muerte, sirviéndoles a cada uno de vela para morir aquella que traen en la mano para poder andar. Unas veces se les apaga la luz y allí perecen; otras se los traga la misma tierra donde pisan, porque ignorantes de los huecos que debajo pasan, se abren y los sepultan; otras se hallan enterrados de los sueltos que sobre ellos caen; otras se caen en aquellos pozos y lagunas de mucha profundidad que hay allí dentro y se ahogan. Veréislos unas veces trepar por las sogas cargados del metal, sudando y trasudando, otras veces los veréis descender por unos palos muy delgados 200, 300 y más estados; y a veces los veréis, por desmandárseles un pie, bajar por esa escala hasta llegar a la muerte. También los veréis algunas veces asemejarse a las bestias caminando en cuatro pies con la carga a las espaldas, y otras arrastrándose como gusanos.

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Y tú, oh gran Cerro, decían a este Potosí, rey de los cerros y montes, envidia de los reyes del orbe, y aunque soberbio por tu altivez y grandeza, sólo eres, pero pareces divino pues mantienes con tu riqueza todo el mundo. Regocíjate, admirable Cerro, imán de las voluntades, breve resumen de las grandezas de Dios, cuerpo de tierra y alma de plata, por la dicha que has tenido de merecer por tu rey un Felipe. Mucho has dado, pero mucho más tienes que dar: comience tu magnanimidad a dar ricos metales en albricias del invicto monarca que has merecido.

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¡Oh prodigioso Cerro, causa de tan buenos y malos efectos, causa de tanta desventura para los miserables indios que por sacar de sus entrañas las riquezas los españoles experimentan estos naturales tanta calamidad, y lo peor es tanto rigor! Díganme los dueños, minadores y mayordomos, respóndanme los señores desvanecidos: ¿quién los desigualó tanto? ¿El cuerpo? No puede ser, que también es carne y hueso como el suyo. ¿El padre? No, que en la tierra todos tenemos por padre a Adán, y a Dios los unos y los otros le decimos: «Padre nuestro que estás en los cielos». ¿El alma? No, que ambas son espirituales, eternas y redimidas por Cristo. ¿La virtud y el recogimiento? No, que lo ordinario es ser tan perdido el señor como el criado, que amo perezoso y vicioso nunca pudo hacer   —112→   criado diligente y virtuoso, y casi siempre es mejor y más temeroso de Dios el pobre indio que le sirve que no el dueño a quien obedece.

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Finalmente, hombres ha habido que habiendo entrado sólo por curiosidad a ver aquel horrible laberinto han salido robado el color y (dando diente con diente) ni pronunciar una palabra han podido (efectos del horror que acababan de experimentar), y sosegados, no han sabido cómo ponderarlo ni referir los asombros que hay dentro, pues en partes por más que se levante la vista a ver el tope no lo alcanzan, y si miran abajo no llegan a ver el fin; en un lado, encuentran un horror, en otro un asombro, y todo es confusión cuanto se ve allí dentro (por mano de hombres que ha formado la codicia de sacar plata).

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Fuente y escalera de la Casa de los Oficiales Reales. Dibujo de 1940.

Entre las naciones del mundo pocas ha habido que no hayan hecho estimación del oro y la plata, y de lo que la estiman y guarda hay muchas. Verdad es que su codicia no llegó a tanto como la de algunos españoles, que sin ser idólatras idolatraron el oro y la plata de estos indianos reinos de tal modo que como malos cristianos han hecho por el oro y la plata excesos tan grandes, así la riqueza del Cerro de Potosí a muchos ha llevado a su perdición por el mal uso de ellas.

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Anónimo. Siglo XVIII. Virgen del Cerro. Museo de La Moneda, Potosí.

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ArribaAbajoPotosí

La muy celebrada, siempre ínclita, augusta, magnánima, noble y rica Villa de Potosí; orbe abreviado; honor y gloria de las Américas; centro del Perú; emperatriz de las villas y lugares de este Nuevo Mundo; reina de su poderosa provincia; princesa de las indianas poblaciones; señora de los tesoros y caudales; benigna y piadosa madre de ajenos hijos; columna de la caridad; espejo de liberalidad; desempeño de sus católicos monarcas; protectora de pobres; depósito de milagrosos santuarios; ejemplo de veneración al culto divino; a quien los reyes y naciones apellidan ilustre, pregonan opulenta, admiran valiente, confiesan invicta, aplauden soberana, realzan cariñosa y publican leal; a quien todos desean por refugio, solicitan por provecho, anhelan por gozarla y la gozan por descanso.

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No parecía esta desdichada Villa habitación de cristianos sino bárbaros crueles, un territorio de confusiones y una junta de enemistades, pues continuándose éstas entre casi todas las naciones que la habitaban, no pasaba día sin que sus nobles matronas y sus honestas doncellas enjuagasen los raudales de sus ojos llorando, o ya las muertes, heridas y pendencias, o ya las ausencias, destrucción de hacienda, embargos de la justicia de sus padres, maridos, hijos, hermanos, y lo que más para sentir era ver el femenil sexo tan de veras imitando a la crueldad y rigor de los hombres, pues también se mataban y herían unas a otras, o a veces mostraban tener valor como los mismos hombres.

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Gime y llora, Potosí, tan grave mal como has experimentado. Éstas son, han sido y serán las glorias de vuestro afamado Cerro y de vuestra memorable Villa. Lo que más pesa y lo que más ha lucido en ti han sido y son las riquezas. ¿Y qué cosa son las riquezas sino un trabajo para antes, un cuidado para luego y sentimiento para después? ¿Qué más son? Un atractivo de vicios, una ocasión de envidias, un tropiezo de disgustos, y lo que más es un camino que te lleva al infierno si no usares bien de ellas.

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Y aunque es verdad que en ocasiones se ha mostrado esta Imperial Villa tan horriblemente cruel con sus enemigos, ha sido motivada y forzada de tantas sinrazones como se verán en el discurso de esta Historia, movida de su nobleza y honra que siempre ha estimado, ocasionada también de la suma riqueza que siempre ha gozado, que es difícil mantener la paz donde abunda la plata, que si es tan apetecida de los hombres es también causa de su ruina. Asimismo sus guerras, odios, pendencias y disensiones, es propio influjo de sus estrellas, a que con el valor del libre albedrío pudieran oponerse sus habitadores, finalmente, como dicen muchos autores y la experiencia y fama lo publica, no ha tenido ni tiene el orbe villa ni ciudad de tanta grandeza, riqueza y liberalidad como ésta de Potosí, ni que tan incomparable suma de millones haya dado a sus reyes otra ninguna como ella, por lo cual se debe glorificar de ser única en el mundo.

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Pocas veces quien está en la cumbre de las dichas mira a los profundos bajíos, donde por asentar mal el pie suele caer quien es poco dichoso. ¡Desdichado de ti, Potosí, que cuando más encumbrado te hallabas en tus prosperidades, entonces, por no mirar la bajeza a que te habían puesto tus pecados, caíste miserablemente, que las grandezas se ven abatidas cuando la soberbia las ocupa, porque toda potestad es Dios!

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No hay prosperidad que no sea principio y aun el medio de un fin, de una adversidad y de una ruina. Mejor fuera en ocasiones no experimentar sobras y grandezas de temporales bienes, si por fin han de parar en miserables bajezas y lamentable falta de ellos, para mayor confusión y sentimientos de que a la posesión de riquezas, pompas y aplausos se les sigas pobrezas, miserias y desprecios. ¡Oh, cuánto de esto experimenta hoy la siempre augusta Villa Imperial de Potosí! ¡Oh, y con cuántas ponderaciones lo significan sus ancianos y pobres hijos, aquellos que gozaron de mucha prosperidad y hoy no alcanzan para sus sustentos! ¡Oh, cuánta grandeza mantuvo esta Villa en los pasados tiempos, y cuánta desdicha posee al presente!

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Es la paz bien tan grande que aun esperado basta para hacer amigos fidelísimos de los enemigos más declarados. Si quieren Dios, tengan paz entre sí que sólo ella es la corte donde el soberano rey del cielo reside, la casa y palacio donde mora la paz estará con vosotros. Pero en esta Imperial Villa jamás la ha habido (como se ve por esta historia) y es para horrorizarse advertir que el supremo Señor de la paz puede desampararla totalmente.

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Los convites los inventó la amistad, o para empezarse o para rehacerse. En ellos el cariño o se engendra o se aliña. En un banquete llama la amistad a la naturaleza humana a recrearla y entretenerla, pero en los de esta villa no llama sino a gravísimas   —115→   ofensas de Dios, causadas de la embriaguez introducida por el demonio para tanta lascivia. Lo menos a que convida es al gusto de los manjares; éste no sirve sino de señuelo. Lo grande a que convoca es al dulcísimo sabor que hallan los hombres en el consuelo de los amigos; pero aquí, ¡Oh qué lástima!, lo hallan en las amigas, y nada tiene remedio; aquí van a divertirse no los unos a los otros sino los unos a las otras. El alterno decir y el alterno escuchar hace en todos un deleite continuado; las obras cada uno podrá decir sus efectos, que yo digo que todo es infierno.

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El cielo gobierna la tierra y dicen que hay un monte que tiene en los hombros al cielo. La verdad de esto no está en este monte sino en los grandes senados. El rey es el que lo hace todo, pero ellos tienen en los hombros al rey, a que también podemos añadir que un monte de plata como el de Potosí, si no tiene en sus hombros al cielo tiene en ellos a toda la tierra, y así merece esta ilustre Villa y su cabildo toda estimación.

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Muy gran vergüenza han de tener de corregir a otro los que ven que hay mucho que corregir en sí mismos, porque el hombre que es tuerto no toma por adalid al ciego. Andense todos a robar, a matar, a saltear y a hacer otras insolencias, pues vemos en el mundo y en particular en esta Villa que todo está ya tan corrupto y casi de Dios tan desamparado que cada uno toma lo que puede y mata a quien quiere, deshonra a quien se le antoja y a todos perjudica. Y lo que es peor de todo que tantos y tan grandes males ni los que gobiernan los quieren remediar ni los agraviados de ellos se osan quejar. Son hoy tan inexorables las supremas cabezas y tienen tan amedrentados a los míseros pobres, que éstos tienen por menos mal sufrir en sus casas las tribulaciones que poner delante de ellas algunas querellas, y así a los jueces también los disculpo pues lo más poderoso deshace lo que ellos hacen en bien de una república.

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Dime, famosa Villa de Potosí, ¿qué se ha hecho tu antigua grandeza, riqueza y pasatiempos tan gustosos? ¿Qué se han hecho tus lucidas fiestas, juegos de caña, justas, torneos, sortijas, máscaras, comedias, saraos y premios de tanto valor? ¿Dónde están las invenciones, letras y cifras con que entraban a las plazas de regocijo tus famosos mineros? ¿Qué se ha hecho el valor de tus criollos, su gallardía, caballos, jaeces y galas tan costosas con que se hallaban en las fiestas? ¿Qué se han hecho los bríos y destrezas en rejonear y derribar los bravos toros, y asimismo qué se han hecho los ricos trajes de tus varones, cintillas de oro y piedras de inestimable valor de sus sombreros y cadenas preciosas de sus pechos? ¿Qué se han hecho las costosas galas de sus matronas, doncellas y damas, que cada una se ponía 12, 15 y 20.000 pesos en galas y joyas, pues sólo las perlas y bordados de sus chapines pasaban de 600 o 1.000 pesos su valor? Y si así adornaban sus pies, ¿qué diré de sus gargantas, cabezas, pechos y manos, que éstas [se cubrían] de hermosos lazos de perlas y sus cabezas y pechos de joyas y piedras preciosas? ¿Qué se han hecho los trajes riquísimos de las mestizas, aquellas ojotas de sus pies, cuyos ceñidores eran cordones de seda y oro, embutidas perlas y rubíes, sayas y jubones bordados en tela fina de plata, prendedores y cadenas de oro y otras ricas galas de que ordinariamente estaban arreadas? ¿Qué se han hecho también los trajes a su usanza de las mujeres indias, aquellas famosas con que cubrían sus cabezas, tejidos vestuarios de claros y varios colores y sembradas ricas perlas y piedras? ¿Y qué se han hecho las camisetas de los indios de brocados, telas, rasos y felpas, los llantos de sus cabezas apreciados en ocho o 10.00 pesos por las muchas perlas, diamantes, esmeraldas y rubíes que en ellas había? ¿Qué se han hecho sus fiestas a su modo, y aquel regocijo con que en ellas entraban a las plazas? ¿Qué se han hecho, oh ilustre Villa, aquellas barras de plata que con ostentación admirable cubrían el suelo de los altares, todo el espacio de la Casa de Moneda y cajas reales el día de Corpus, y las piñas que servían de candeleros? ¡Qué se han hecho aquellos poderosos dotes, unos de millones u otros de centenares y millares de pesos que llevaban en matrimonio las nobles doncellas? ¡Qué se ha hecho toda esta grandeza y otra mucho mayor que no digo?

Todo se ha acabado, todo es pena y fatiga, todo llanto y suspiros. Por cierto fue ésta una de las notables caídas que han acontecido por las poblaciones del mundo: ver tanta vanidad, tan incomparable riqueza vuelta en polvo y en nada. Ejemplo cierto bien notable, así para que los pobres y afligidos se consuelen y sufran con paciencia las adversidades como para los muy ricos y poderosos que no se fíen del mundo que a las veces suele halagar con el rostro y herir como escorpión con la cola, y levantar a los hombres en alto para dejarlos después caer con mayor estruendo.

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No permitía Roma, con ser cabeza del mundo, que se llevase su oro a las provincias sujetas, y de España le sacan aun las enemigas. Así lo dice Cicerón orando por Flaco: ¿y qué podremos decir sin ser Cicerón por esta Villa y reino? Encarecían delante del rey Enrique IV de Francia la riqueza de España, y él dijo: «Su abundancia se convierte en necesidad, pues afanan el dinero y nos lo dan a nosotros, que somos ya sus acreedores, pues con las más viles mercancías y baratijas de nuestro reino les sacamos cada año 4.000.000 de oro». Y ¿cuánto diremos que en cada un año le ha sacado Francia a Potosí en estos 22, que incesantemente han traído millones de drogas y géneros los más adulterados? Pero si   —116→   los españoles los regalan con los marcos de fina plata sin labrar, hacen muy bien [los franceses] de reírse cuando vuelven sus navíos lastrados de oro, piñas y moneda. (1726)

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Es la paz bien tan grande que aun esperado basta para hacer amigos fidelísimos de los enemigos más declarados. Si quieren tener las repúblicas cristianas, cabezas y estados consigo a Dios, tengan paz entre sí que sólo ella es la corte donde el soberano rey del cielo reside, la casa y palacio donde mora de asiento y se aposenta. Tened paz, dice el apóstol, y luego el Dios de la paz estará con vosotros. Pero en esta Imperial Villa jamás la ha habido (como se ve por esta Historia) y es para horrorizarse advertir que el supremo Señor de la paz puede desampararla totalmente.

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Es notable por cierto ver cuántas incomodidades como tiene esta Imperial Villa las allana la riqueza de su Cerro... hácele frío estar su sitio y rico Cerro tan levantado y empinado y ser todo bañado de vientos tan fríos y destemplados especialmente el que aquí llaman tomahavi, que es impetuoso y frigidísimo y reina por mayo, junio, julio y agosto. Su habitación es fría, seca y muy desabrida y del todo estéril, que no se da ni produce fruto, ni grano, ni yerba, y así naturalmente es inhabitable por el mal temple del cielo y por la grande esterilidad de la tierra, aunque los otros ocho meses son benignísimos a la naturaleza.

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Se experimentó (una calamidad) aun de mayor calidad, la cual fue un total perdimiento de temor a la justicia divina y humana que se vio en todo su vigor este año de 1708) en más bandadas de vagamundos, fieros homicidas y ladrones que no dejaban vivir a los vecinos y demás habitadores de esta Villa, pues por más que velaban las noches ninguna faltó sin experimentar (particularmente los pobres) el no dejarles estos ladrones ni aun cama en que dormir, pues llegó a tanta la desvergüenza que rompiendo más veces las tapias y otras puertas y techumbres entraban y atando a los dueños de pies y manos añadiendo amenazas de muerte si levantaban la voz les llevaban cuanto tenían, ocasionando estas maldades la falta de vigilancia y rectitud en los jueces pues aunque les entregaban a diligencia propia los pobres robados a los ladrones luego les pedían y piden (pues ya es costumbre) información a los afligidos dueños como si el ladrón había de robar delante de testigos. Lo más notable es que con los ricos y poderosos no sigue esta costumbre sino solamente con los desvalidos y pobres.

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Osténtase su grandeza así en la mitad del dilatado reino del Perú rodeándola en circuito extendidísimas provincias; al occidente tiene las mayores y más excelentes ciudades como son la de Los Reyes, Trujillo, Huamanga, Arequipa, Cuzco y La Paz, varios puertos y otras muchas villas, pueblos y lugares; al oriente los dilatados valles de Llalaca, Pilaya, fronteras y muchas provincias incógnitas de indios gentiles; al septentrión las ciudades de La Plata y Misque, provincia de los Charcas con otros dilatadísimos valles y regiones aún no pisadas de españoles; al mediodía las provincias de los chichas, las extendidas y abundantes del Tucumán, Paraguay, Buenos Aires y reino de Chile.

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A los corregidores de Potosí les parece poco cuanto más les dan, porque ellos se tienen por dueños de todo lo ajeno.

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Veranse admirables casos sucedidos en las minas de este gran Cerro de Potosí y en otros minerales del Perú por quitarse unos a otros lo que a cada uno les dio Dios; trabajos intolerables que han padecido los hombres por descubrirlos y adquirir el oro y la plata en tierras ásperas, estériles, destituidas de todo lo necesario a la vida humana, sin que en muchos de ellos haya habido ninguna cosa que comer (sino traído de muy lejos) ni otro alivio alguno, que sólo por la insaciable codicia de la plata hace que le vayan a buscar los hombres, como llevada la avaricia de su semejante, que cuanto abundan los avarientos de riquezas tanto carecen de los demás bienes, siendo así que la demasiada hacienda es un tesoro de males, un manantial de vicios, un seminario de calamidades, y todo junto una calentura frenética, que cuanto es mayor tanto mayores bascas y congojas causa, y tanto mayores disparates y locuras hace decir y hacer.

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Maestro de Santa Mónica. Cristo ante el Sanedrín. Iglesia de Santa Mónica, Potosí.

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ArribaAbajoLa Justicia Divina

Pero oh qué gran consolación puede ser para los pobres atribulados de estos reinos pensar y tener por cierto que hay un Dios justo quien les hará justicia de los jueces injustos, porque de otra manera si los atribulados no hubiesen por cierto que de sus atrocidades no tomasen venganza, ellos mismos a sí mismos quitarían la vida, o, permitiéndolo Dios, de ovejas mansas se vuelven fieras bravas para vengar ellos sus injurias.

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Y estemos todos en esta certidumbre, que todo libidinoso, imprudente, avariento y con otros vicios, trae consigo o muy cerca de sí el castigo de Dios, como el cuerpo anda acompañado de su sombra.

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Todo estrago de los reinos y ciudades viene por los pecados de sus habitadores: si faltaren para el castigo los enemigos hombres, no faltarán hambres, pestes y rayos terribles que los destruyan, como sucedió en esta Imperial Villa.

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Más que nunca la lujuria, la avaricia, la ambición y el homicidio dilatan su imperio. La usura, la injusticia, simonía disimulada con honesto traje pasan a cara descubierta; los contratos y donaciones ilícitas sin saber quién les hable una palabra. La profanidad de los trajes brota sensualidad que por no nombrarse no se reprende; han pasado a muchos hombres los de las mujeres. Tratan los particulares de sus particulares; desvanécese lo público; la mentira burla de la verdad; el cuerdo y recatado es escarnio de las gentes; el disoluto y atrevido es alabanza pública. Pues si tanta variedad de vicios se veía triunfar, ¿cómo no se había de temer la ira de Dios?

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Lo que yo digo es que no hay castigo justo que no eche delante la amenaza. El cielo desenvaina la espada con ruido porque se esconda de él en la enmienda; al que se reforma no halla el golpe. Está la mayor parte de esta Villa burlándose de unas señales prodigiosas, mensajeras de otras desdichas, y piensa que aquella espada tiene los amagos perezosos, que le queda mucho tiempo para errar y ella bastante para evitar el golpe.

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¿Quiénes serán los que en medio de estos fuegos no se queman, quiénes serán éstos para alabarlos? ¿Dónde se hallarán hombres que al ídolo de Baal no doblen la rodilla? ¿Dónde se hallarán tres mancebos que no se amancillen con los manjares de la mesa del rey de Babilonia? ¿Dónde se hallarán diez justos para que no destruya Dios a Sodoma y las otras ciudades?

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Grandes son las calamidades que se acarrean la peste y el hambre en esta miserable vida, pero nadie podía negar (y más los experimentados) ser mayores las que se trae la guerra; porque de tres azotes de la divina justicia con que suele castigar a los reinos y ciudades es el que trae consigo mayores penas y (lo que peor es) mayores culpas, de las cuales carece la peste: en tiempos de ésta todos procuran componerse con Dios y disponerse para la muerte, aun los que están sanos, y Dios (que es la suma bondad) es el que envía la peste sin atravesar por manos de hombres como sucede en la guerra, por lo cual David tuvo tan a dicha que padeciese peste su pueblo y no guerra, porque juzgó por mejor caer en las manos de Dios que en las de los hombres; también el hambre, aunque trae algunos pecados disminuye otros, porque aunque la acompañan muchos hurtos no consiente tantos faustos y vanidades, y no son tanto los géneros de vicios que permite como la guerra ocasiona.

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Mas siempre quien se burló de su peligro, se halló burlado de él. En su mano en nuestra mano nada se logra, en la de Dios nada se pierde: pongámonos todos en ella temiéndole y amándole, que así iremos seguros. Pocas veces son dichosos los avisos saludables en poder de los jueces cuando se precian de crueles; no es nuevo en ellos tomar el buen advertimiento para olvidarle y mofar de él, ni poco tiempo cursado perderse por haberle olvidado.

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ArribaAbajoLa Vida

La misma vida es una lámpara de aceite, vidrio y fuego: vidrio que con un soplo se hace, fuego que con un soplo se apaga.

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Pero estemos ciertos que las cosas de esta vida son una farsa y una comedia. ¿Qué más comedia y farsa puede ser que la que experimentamos cada día en las muertes de los reyes y demás príncipes?

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La miseria de esta vida por la mayor parte es común según la experiencia, se advierte que por todas partes hay infelices y que al que lo es desde luego comienza a perseguirle su estrella; pero al que siempre le asiste infelicidad todo le sucede prósperamente.

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Preguntando el magno Alejandro a un sabio de la India (como refiere Plutarco) cuál era más fuerte, la vida o la muerte, respondió que la vida porque sufre tantas adversidades y calamidades como la combaten.

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Es muy ordinario que después de un gran contento se siguen muchos disgustos.

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Nadie se espante de las mudanzas de la fortuna, nadie de los sucesos de esta vida. ¿Quién fía en las propiedades humanas, quién en los favores de la fortuna? ¡Qué poco hay que disponer en los humanos sucesos, y cuán sin pensar llegan las desgracias y faltan las venturas, fragilidad de nuestro mudable ser!

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Pero ¿qué mucho, si siendo tan débil la vida tiene tantos contrarios que la conducen a la muerte? Es flor y una fiebre la marchita; es vidrio y el acaso de una caída la quiebra; es luz y el infortunio de un naufragio la apaga; es artista y la inclemencia de un incendio la sepulta; es vapor y el aire de un pesar la aniquila; es hilo y el hierro de un puñal, de una espada, de un palo, de una piedra violentamente la corta; es sombra y el desmán de un desorden la hace nada; es nada y su misma inconstancia la hace menos; es vida, en fin, y contra ella sola se conspiran tantas muertes como caven posible contingencia en los sucesos.

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Es muy de tener en la memoria que para pasar esta miserable vida con muchos peligros es lo mejor amar las gentes la medianía, porque muy mayor es una caída de los que la fortuna lleva al cuerno de la luna, que mil trabajos que padezca un pobre, y de lo uno y lo otro se escapa el discreto que sabe trabajar hasta adquirir un mediano estado y se sabe conservar en él, sin necesidad ni sobresalto de la caída que suelen dar los muy ricos y levantados, tras el rastro de los cuales anda muy de ordinario la carcomienta envidia.

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Se experimenta siempre que toda esta vida y sus acciones y accidentes representan al vivo una farsa o comedia en quien los personajes que ayer hicieron reyes hoy salieron esclavos; el que hoy se ve poderoso, rico y estimado, mañana se verá en un cadalso; y en un poco tiempo los que vimos en mayores caídas y desgracias los miramos luego dichosos y contentos.

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ArribaAbajoLa Muerte

¿Qué otra cosa es la muerte sino una trampa con que se cierra la tienda donde se venden las miserias de esta misma vida?

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Notablemente cosa es los riesgos de nuestra humana vida, muchos son los enemigos que la cercan y varios los caminos por donde puede suceder la muerte, que son innumerables, pues una vena que se rompa en el cuerpo, una apostema que reviente en la entrañas, un humor que suba a la cabeza, un vaho de un enfermo, una pasión que ocupe el corazón, un tropezón que con fuerza dé, una teja que caiga de lo alto, un aire colado que penetre, un yerro de cuenta, una pared que caiga, un bostezo que dé la tierra y se trague a uno y otras cien mil ocasiones abren la puerta a la muerte y son ministros suyos. Por esto, pues, es bueno estar siempre en gracia de Dios, pues si no lo estamos está pendiente nuestra eterna condenación de un hilo. Nadie sabe lo que le ha de suceder el día que amanece, la hora en que se halla, y el momento en que está, porque cuando menos piensa entonces le acomete la muerte o el fatal suceso.

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No puede dejar de estar enfermo quien siempre en su misma vida tiene mal de muerte. Con este mal nace, con él vive y de él muere. Quien quitase la muerte quitaría de la fábrica del mundo la piedra angular, quitaría la armonía y el orden, no dejaría otra cosa que disonancia y confusión.

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Todo es morir y ninguno en esta mortal vida podrá escaparse de esta inexorable parca porque con igual pie pisa la muerte las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres.

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Afligirse y desesperarse por desconfianza no hace mejor efecto que anticipar el daño que se espera, cosa por cierto indigna de un ánimo varonil en quien no sólo han de ser los trabajos tolerables mas hasta el fin acompañados de constancia y firmeza. Una mala vida produce muy cobardes extremos, porque si el morir es dulce y agradable a los buenos, por el contrario es sumamente amargo y espantoso para los malos, pues ¿quién no teme el homicidio de sí mismo cuando tanto arriesga su alma?

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El temor de la muerte pone alas para guardar la vida y enseña a volar a los más pesados.

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¡Oh muerte, solamente eres horrible a aquellos con quienes se acaba su memoria, no para los que preserva después de ella la gloria de sus virtudes!

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A los buenos es dulce el morir y muy amargo a los malos, y por esto vale más morir bien, pobre y sin cargos de restitución, que vivir mal en posesión de riquezas mal adquiridas.

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Todo es morir y ninguno en esta mortal vida podrá escaparse de esta inexorable parca, ninguno podrá excusarse de gustar este amargo y terrible trago, nadie dejará de hacer esta temerosa jornada, y todos hemos de experimentar este espantoso trance de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Por cierto que si un señor de la mayor parte del mundo (como lo es un rey de España), dueño de tanta multitud de riquezas, las había de dejar y acabar, con todo, no tenía que estimarlo en más que la nada pues en nada había de parar; y si todas las cosas temporales tienen esta mala propiedad por ser caducas y perecederas, no se les debe dar mayor estimación que a lo que no es, pues han de dejar de ser tan presto.

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Matarse por no morir es ser injustamente cobarde y necio, es del entendimiento la acción más infame por ser hija de padres tan ruines como son ignorancia y miedo, dos vicios en cuyo matrimonio no se ha visto divorcio, pues ignora quién tiene miedo y quién miedo ignora. Yo no sé cómo puede llamarse valor el matarse cuando aquel que se mata no le tiene para aguardar que le maten. Entiendo que ésta es hazaña del temor, que también sabe dar heridas y ensangrentarse.

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Ninguno muere de repente, si bien se advierte, de descuido y divertido sí, porque ¿cómo puede morir de repente quien desde que nace ve que va corriendo por la vida y lleva consigo la muerte? ¿Qué otra cosa se ve en el mundo sino entierros, muertos y sepulturas; qué otra cosa se oye, a qué se vuela los ojos que no sea para acuerdo de la muerte? El propio vestido que se gasta, la casa   —122→   que se cae, cualquier cosa que se envejece, y hasta el sueño cada día os puede acordar de la muerte retratándola en sí. Pues ¿cómo puede haber hombre ni mujer que se muera de repente en el mundo si siempre lo andan avisando tantas cosas? No pudiera decir que murieron de repente sino que murieron de incrédulos de que podían morir así, sabiendo con cuán secretos pies entra la muerte en la mayor mocedad, y que en una hora misma, en dar bien y mal, suele ser madre y madrastra.

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Luis de Peralta. Cristo crucificado. Iglesia de San Roque, Potosí.

 
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¿Qué otra cosa es la sepultura sino un castillo en que nos encastillamos contra los sobresaltos de la vida y contra los vaivenes de la fortuna? Por una de dos cosas se les hace de mal a los hombres morir, es a saber: por el amor que tenemos a lo que dejamos o por el temor que tenemos a lo que esperamos; pues si no hay cosa en esta vida que se deba amar, y tampoco hay cosa en la muerte (si se vive bien) que con razón se deba temer, ¿por qué ninguno se teme morir?

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La Virgen del Rosario. Anónimo.

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La muerte, contrabandista de blancos y negros.

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Cual hubiera sido la vida de cada uno tal será su muerte, porque la muerte es sombra que sigue a la vida como la sombra naturalmente al cuerpo, y así para juzgar si uno murió bien véase si vivió bien.

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ArribaAbajoEl Buen Gobierno

Los pobres se pueden gobernar por señas: para los ricos, para los poderosos son menester los gritos de las leyes y preceptos reales y un brazo muy rico que las ejecute. Si no hubiera leyes, la avaricia, la venganza y la soberbia fueran dueñas del mundo, que harto de esto se ha experimentado en esta Villa de todas maneras.

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Por esto es bueno que el eclesiástico sea ejemplo y espejo terso donde se mire el secular sin la empañadura de vicios. Si no miran por sí mismos algunos de aquel altísimo estado, ¿cómo no ha de permitir Dios que se atrevan los del otro a delatar sus imperfecciones?

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Las aves llevan las palabras. No solamente vemos que es peligroso murmurar del príncipe4, pero aun decirle la verdad con libertad suele ocasionar peligro.

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A todas las injurias deben los mortales paciencia, a ninguna tanta como a las que les hace su rey o sus ministros poderosos, deben los hombres de cualquier estado que sean sufrir el príncipe o superior áspero y arrebatado pues Dios lo permite.

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No hay fuerzas que basten a quitar todos los abusos con ejecutivo imperio; fácil suele ser templar con persuasión al pueblo, pero no el pagarle. Por evitar daños más nocivos se permiten otros menores. Es muy difícil quitar de todo punto las antiguas costumbres; con industria se han de ir moderando. Amedrentándose los ánimos si de una vez se les intima ejecución de cosas arduas; en vez de corregirse se exasperan más y hallados mejor en el desahogo de su proceder antiguo hacen empeño de irle continuando.

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Estos sucesos podrán ser ejemplo para que los señores jueces no se fíen mucho en su poder y fuerzas ni se atrevan a injuriar a sus súbditos pensando que lo mal que se les antoja es lícito y que no ha de haber quien se les oponga y castigue sus insolencias, pues así es lo que dice el proverbio que mientras más uno tiene de poder tanto lo tiene menos de licencia para desmandarse a cumplir sus apetitos y pasiones. Porque cuando menos se cataren los tales hallarán otros hombres animosos que los aniquilen y quiten la vida, como infinidad de veces ha sucedido.

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El pobre y el rey, dice Salomón, el monarca y el pastorcito, nacieron de una misma suerte y pasaron por unas leyes: no se esmeró más la naturaleza en la forja del príncipe que en la del plebeyo, ni se vistió de más galas para adornar al caballero que al villano, no dio más ojos ni más pies y brazos al noble que al perchero, porque los grandes y pequeños todos tenemos un principio y hemos de tener un fin. Y aun fuera bien para abatir su altivez del señor considerar aquel dicho de Macrobio que al que los sucesos hicieron siervo y esclavo le pueden con la misma facilidad levantar a ser amo, y al amo abatirlo a la bajeza y estado de siervo.

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Nuestra Católica religión no estima tanto la nobleza del cuerpo cuanto la del ánima ni mira tanto la suerte y el estado de los hombres cuanto al ánima de cada uno; al señor y al esclavo, al grande y al chico, al noble y al plebeyo, juzga y mide por esta medida, porque delante de Dios no hay distinción de uno y de otro ni es exceptor de personas porque iguales los hizo la redención y la sangre de Cristo que por todos fue derramada.

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A muchos sabios les pareció que atento a que dio libertad la naturaleza a los hombres nadie se la podrá quitar, pues que en ser racionales y libres se diferencian de los animales brutos, y así les parecía ser contra la naturaleza y contra la razón que hubiese esclavitud y no tuviesen todos su propia libertad.

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Dicen bien los desengañados que la nobleza no se adquiere naciendo sino obrando: esto es si ellos entienden por nobleza las aplicaciones generosas de la virtud.

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Las repúblicas se administran y gobiernan bien cuando envían ministros a los reinos distantes que procuran antes estorbar las alteraciones, bandos y robos, que castigar los que roban, los bandidos y alterados. Las más veces padecen mayores traiciones los Príncipes en el castigo de los traidores por algunos jueces, que   —124→   en las traiciones por los traidores. Quien estorba que no sea traidor su ministro, guarda su ministro y su reino; quien deja ser traidor, pierde su reino y su ministro. Aquellos pecados se cometen más, que más veces se suelen castigar: por eso el ahorrar castigos suele ahorrar pecados.

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No hay tirano que no acabe si se juntan unos que aborrecen la que es apacible tiranía y otros que la aborrecen por la razón. Entonces el aborrecimiento es cabal, cuando se aúnan el que aborrece al tirano por no seguir con crueldad su tiranía, y el que aborrece la tiranía: aquél o aquéllos incitan, y otros ordenan; el uno es entendimiento de la inclinación del otro.

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Sabía cuánto riesgo hay en empezar cosas que se aseguran si las sigue el pueblo, pues aun en llegarse a las que se sigue hay peligro, porque la multitud tan fácil deja, y en lugar de acompañar confunde. Carga es y no caudal. Tan pesada es esta carga que hunde al que se carga de ella; y al contrario, ninguna cosa que no sea muy leve la cargan que no se hunda en ella. Con un soplo se alborota porque es como el mar, y ahoga sólo a los que de ella se fían.

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La suavidad siempre, o las más veces, ha sabido conseguir la quietud y buena amistad, siendo al contrario la crueldad, que ésta es una terrible inhumanidad y fiereza detestable y vicio de bestias fieras: es la crueldad enemiga de toda sazón y justicia, y aun peor que el pecado de la ira y de la soberbia; la crueldad, finalmente, no es oficio de hombres sino de fieras, pues se goza el que la usa, de sangre y mal ajeno.

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El tiempo siempre es el mismo y éste no daña a los reinos y ciudades, y siendo duración natural del primer noble no puede obrar en las cosas si no es con uniformidad. Los vicios de los hombres o sus virtudes son causa de la bondad o malicia de los tiempos. A las revoluciones de las estrellas, queda ileso el libre albedrío que es causa inmediata de las acciones humanas y de los consejos. Otros lo reducen a la divina providencia (y es así) de cuyo imperio dependen los estados de los reinos. Pero es muy obscuro conocer los modos que Dios tiene en la conservación o ruina de una monarquía, reino, ciudad o villa.

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No obsta para el acierto en el gobierno que la clemencia sea sólo adorno de la majestad, porque tal vez conviene se vista de severidad para administrar justicia, y ha de proceder de manera que ni la severidad disminuya el amor, ni la clemencia debilite a la autoridad, porque el perdonar a todos los delincuentes es tan gran crueldad como no perdonar a alguno.

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Cuando la ignorancia y el miedo se apoderan de un juez, nada es bastante a que se sujete a la razón: todo lo atropella porque de todo teme. Esto es confesarse indigno de las defensas del sufrimiento (invencible despreciador de calamidades). El sufrimiento, la paciencia y la prudencia son los valentones de la virtud. No padece la fortuna ultrajes de otros; en ellos se desalientan los castigos, y cánsase en su perseverante crueldad.

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Ninguna acción a que muchos atienden la aprueban todos, porque donde asisten malos y buenos no es posible la concordia y es forzosa la diferencia, y más cuando la pretensión se acompaña con algún interés. Riesgo propio es el de las juntas populares cuando las convoca el primer grito y las arrebata cualquier demostración: tiene en ella más parte el que se adelanta que quien se justicia. Siempre es la victoria violenta (o el temor) cuando lo da la mayor parte; vence el número y no la razón.

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Nunca tienen acierto los jueces que a la ejecución de la justicia les mueve el interés o la demasiada pasión, porque siempre adquieren por enemigos a una de las partes. ¡Oh si todos los que administraran la real justicia no carecieran de prudencia, pues con ella dieran a cada uno su derecho y no agraviaran a los unos por sólo complacer a los otros!

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Más provechoso es al que gobierna el que le da cuidado que el que le quita, porque siendo cuidado el gobierno, le quita el gobierno quien le quita el cuidado. El súbdito que aborrece en el superior lo que le hace aborrecible, no aborrece al superior sino a quien le aborrece; pero quien por acreditarse se vale de la lisonja y se toma la licencia para decir lo que quiere sin evitar el daño que de su mal consejo sobreviene, éste ciertamente aborrece al superior y a toda la república, pues todos participan de los males procedidos de su dañado consejo.

  —125→  

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La falta del poder en la justicia es el mayor enemigo de la república.

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La fortaleza es mayor que otras excelencias adquiridas si se toma su grandeza por la parte que se dilata más su conocimiento. Otras virtudes adquieren inclinación para el sujeto que las tiene, mas la fortaleza, inclinación y respeto, acompañada del amor de la patria, hizo en los antiguos romanos increíbles acciones, e imperada de la caridad ha hecho en los cristianos prodigiosos mártires. La fortaleza es en la paz envidiada, temida en la guerra; es el brazo de la prudencia humana, la seguridad de los amigos y el asombro de los enemigos. Un ánimo fuerte pocas veces se ha visto padecer pobreza, porque esta virtud sabe adquirir riquezas, de que (a no temer tanta prolijidad) pudiera traer innumerables ejemplos. Ella ha hecho reyes, conservado ciudades y defendido repúblicas. Finalmente es uno de los adornos del alma y uno de los instrumentos de la felicidad del cuerpo.

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Tienen por cosa acertada algunos señores y jueces el despreciar los papelones y pasquines que hacen hablar mal a las esquinas y pilares, porque dicen que el modo mejor que hay de que callen es no hablar de ellos, y que mejor se caen dejándolos que quitándolos. Mas este templado discurso y razón de estado vive mal informado del fin que tienen en tales libelos las postizas lenguas de las puertas y cantones. Su intento no es deshonrar al que vituperan, mas es el fondo de su malicia. Fíjanlos para reconocer (por el modo con que hablan de ellos) los retiramientos de los corazones cerca de las personas de quien hablan. También se fijan para reconocer quiénes son los que aborrecen a los que aborrecen. No lo hacen para desfogar el enojo sino para descubrir el caudal y séquito que hay para desfogarle. Bien podemos apropiarle a estos papeles nombre de veletas del pueblo, por quien se conoce adónde y de dónde corren el aborrecimiento y la venganza, lo que previene y sabe el que los pone por lo que oye decir a los que vieron puestos5.

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Los ministros no se han de vestir de lo que quitan a otros y más cuando lo quitan de los pobres, porque Dios ha de castigar severamente a los que tal hicieren (y si no en esta vida en la otra, que es lo más terrible) sin que les valga pretextos tomados para colorear el daño que hacen, porque la luz eterna descubre y manifiesta cada cosa (lo que es distintamente) en esta estatua del mundo: el oro, la plata, metal, hierro o barro, como emulación viva a las tinieblas que todo lo confunden, y haciendo falsos pesos el hipócrita tal vez pasa por santo, el logrero por piadoso y el ambicioso por celoso del bien público.

*

La república bien ordenada depende de la conformidad entre los ministros, pero cuando las discordias por intereses particulares los aparta de su obligación, todo será ruina, y así no es bien que por comodidad propia o interés ajeno falten a lo que deben, que no hay ignorancia tan grande como es granjear de balde enemigos, o comprar a costa de un favor mal pensado que se hace el menosprecio e injusto agravio de algunos, el enojo de muchos, y con él, inexcusables daños.

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A los principios fueron con algún tiento, y con todo eso se conoció en los reinos de Europa y no en éstos, donde se debía primero haberlo conocido. Pero hemos de estar en que en los reinos de las Indias muy tarde o nunca las maldades de los ministros que son de España se castigan, porque de unos en otros cunde como aceite, y todos callan porque todos tienen el mismo delito. En el Perú pocas leyes saben convencer de delincuente al que hurta con consideración. Esta consideración se entiende hurtar tanto que (habiendo para satisfacer al que los envidia, y para acallar al que pudiera acusarlos, y para inclinar a los jueces) sobra mucho para el delincuente que hurtó para todos.

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Los jueces atentos son como médicos de la república, pues de la misma manera que en el cuerpo humano no son los miembros los que hacen el daño, sino los humores que destemplados deshacen la armonía que entre sí tenían, y así causan la enfermedad que pone al enfermo en tan apretado peligro, así el prudente médico entonces purga el humor que hacía el daño para que no se infeccionen los demás. Con esto mejora el enfermo y queda libre del mal que le amenazaba. De esta misma prudencia usan los jueces, pues viendo que por maldad de sus costumbres algunos hombres no sólo son dañosos a sí mismos sino a todos los demás, los castigan para que con su muerte quede evacuada la república y cobre de todo punto salud. De manera que el castigo de los malos es tan necesario que   —126→   debe tener justísimamente su muerte cualquier comunidad donde hay descuido en aplicar esta medicina.

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Los consejos malos han arruinado las repúblicas en varias ocasiones. Quien sabe recibir consejo hace que le sepan dar. Aquel ministro, cabeza o señor lo es verdaderamente que sabe por sí (por lo que determina en lo que le aconsejan) aconsejar a los mismos que le aconsejan y consultan. Cierto es que los consejos admitidos por ellos en muchas cosas han acertado, y de la misma manera han tenido acierto los que los han desechado.

*

Nunca es reputación de una corona intentar cosas con que no ha de salir, y cuando se intenta y no se sale con la reforma o nueva pretensión es gravísimo el daño, porque o se tiene por flaco el poder para corregir las malas costumbres y ocasiona mayor osadía a los transgresores de las leyes, o se originan gravísimos males y ruinas de las repúblicas, como el perderlas los reyes.

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Inescrutable es el secreto del gobierno del sol. Él lo hace todo, y que lo hace todo todos lo ven, ven lo hecho y nadie lo ve hacer. Sus eclipses no carecen de política doctrina. Apréndese de ello cuán perniciosa cosa es que el súbdito se junte con su señor en su propio grado, y cuánto quita a todos quien se le pone delante. El sol ya se ve que es sumamente llano y comunicable: ningún lugar desdeña. Mandole el Criador que naciese sobre los buenos y los malos. Diferentes efectos hace con su propio calor, porque como grande gobernador se ajusta a las disposiciones que halla. Cuando derrite la cera, endurece el barro. En asistir a la producción de la ortiga se ocupa tanto como a la de la rosa. Ni los frutos trueca a intercesión de las plantas. Y con ser en todo exceso tratable al parecer, es severo terriblemente. Para que lo vean todo da luz a los ojos, y juntamente con la propia luz no consiente que los ojos le vean, y esto es generalmente, sin hacer más favor a unos que a otros. No quiere ser registrado de los suyos, sino gozado.

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Los pleitantes son como las aves baldías: sus oficios públicos son la era donde se pone el cebo para engañarlos, la red es el juez y los cazadores son los ministros y abogados, procuradores y escribanos.

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Adviértase, pues, que así como en la navegación cualquiera falta que haga el pasajero es de poca importancia, y grave y peligrosa la que hace el que lleva el gobernable, así en el gobierno de la república, cuando un particular peca, el daño lo hace solamente a su persona, mas cuando el rey y gobernador peca es perjudicial a toda la república. El mismo parecer fue el de Platón el cual afirmaba que los súbditos por la mayor parte son cuales parecen los señores, que por eso dicen allá que si la cabeza duele todo el cuerpo está dolorido.

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Antigua cosa es que el ánimo de la soberbia tiene mayores las alas del deseo que las fuerzas de su posible: andando arrastrada con los viles hechos quiere volar con los altivos títulos pues se han intitulado divos, felices, invictísimos y augustos, que como los gentiles césares profanaban estos nombres cristianos y divinos; y aunque los de excelencia y señoría son más usados, no serán propios si no conforman con las obras buenas.

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Las determinaciones grandes quieren que prevenga la propia prudencia a la malicia ajena. Hase de poner en el alma reclusión tan estrecha a los pensamientos, que no se les deje salida ni respiradero desde los sentidos a las potencias. Los ojos son parleros y las acciones del cuerpo suelen ser chismes de la negociación y de aquellos que dispone el entendimiento. El que piensa divertido, suspenso dice lo que calla y tiene en su pecho. Hase de imaginar de suerte que por el semblante no pueda el tirano, el traidor y malhechor imaginar qué se imagina.

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Muy sobre falso edifica el que libra sus esperanzas de príncipes y pretende sólo con lisonjas y adulaciones conseguir lo que desea. Los soberanos del mundo (hablando en común) son altivos, presuntuosos y siempre ambiciosos, y por esto se dice que el ánimo soberbio y despreciador es mal de nobles, y éstos de ordinario la ventaja que hacen a los demás en fortuna la hacen también en inconstancia, y así los que andan de pretensión con los sueños andan en muy peligrosa ladera de malos pasos y de ocasionados resbaladeros, de modo que el que cae una vez no para ni halla dónde parar: en comenzando uno a ser desfavorecido nunca se acaba de serlo.

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Trate cada uno de su negocio si no quiere oír la reprensión de Apeles y piense que es necedad sin disculpa por tomar el mundo cuenta de lo que no le toca, dársela a Dios de lo que no le encarga. Hacerse cronistas unos de otros suele muy ordinariamente estarles mal a muchos, demás de que lo que trae a infeliz estado las repúblicas es trocarse los estados y que el juez sea ministro, el ministro juez, el caballero oficial, el oficial caballero, el señor mercader, y el mercader señor, en lo cual ya no se repara muchas veces para entregar los negocios de importancia ni se atiende a que es imposible que el licor vil (aunque esté en vaso precioso) deje de ser lo que primero ha sido, y que el hombre bajo (aunque se coloque en alto puesto) deje de volver a lo que fue, respondiendo la inclinación adonde su humilde natural le llama.

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Es muy justo que los hombres, los príncipes, los jueces y todo el mundo favorezcan las letras y a los que las profesan, aunque llegaren a estar en gente humilde y esclava, pues por ellas se engrandece, siendo así que en las repúblicas que no se estiman las letras ni tienen premios honrosos, allí prevalece la ignorancia, piérdense los estudios como cosa que no sirve para mantener un hombre en honra y estado. Y ésta fue la causa por donde las repúblicas escogían por reyes y gobernadores a los hombres que eran entre los otros más fuertes, más animosos, más liberales, más benignos, más prudentes, más sabios. Y a los sabios llamaban y hacían reyes como parece por los persas orientales, que los filósofos y grandes astrólogos eran sus reyes.

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Por dichoso y muy feliz se puede tener el reino, provincia o república que merece el gobierno de un buen príncipe, señor o juez, pues si es con prudencia, haciéndose padre de las virtudes y padrastro de los vicios, mostrándose ni siempre riguroso ni siempre blando sino tomando el medio entre estos dos extremos (pues en eso consiste el punto de la discreción), no sólo se conservarán en paz sus habitadores y súbditos mas también serán loables y duraderas sus disposiciones.

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Porque a la verdad las obras del prudente juez en su gobierno son permanentes en la obediencia, pues si hace nuevas ordenanzas las mide y proporciona con las fuerzas de sus súbditos para que como buenas en todo se guarden y se cumplan, que las pragmáticas y órdenes que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen, antes dan a entender que el príncipe, señor o juez que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor para hacer que se guardasen, y las leyes que atemorizan y no se ejecutan vienen a ser como la fábula que se cuenta de la vida, rey de las ranas, que al principio las espantó y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella.

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Siempre correrá el agua por donde tiene hecho el curso y los pobres quedarán continuando sus lamentos, porque cuando una apoplejía se apodera del cerebro se mueren los pies y tiemblan las manos, y por la cabeza que padece y calla hablan con temblores los brazos; de la gota que en el corazón derriba el mal caduco es señal el ímpetu que con grande furia maltrata los miembros. Jueces, atended, que los letargos que os asisten con título de buscavidas, de mantener vuestras obligaciones superfluas y de asegurar para lo venidero vuestra descanso, os quitan el sentido de los males que os causan: conocedlos en las quejas de vuestros miembros y remediadlos, y así también os remediaréis.

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Es muy propia de la natural condición de los poderosos sentir mucho el que se les opongan los inferiores, y que éstos lleguen a medir sus fuerzas y piensen que puede haber modo para librarse de sujeción y de no contribuir los efectos que jamás han de saciar su ambición, pareciéndoles ser muy dañoso a su reputación y que es mal ejemplo a cualquier inferior.

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Por esto puedo decir que mil veces desdichado el estado de los jueces cuyas acciones son más vistas y atendidas de todos cuanto a todos están más superiores. Cada uno a su gusto los interpreta: si el juez es secreto éste dice que es recto, aquel que es impío, y otro que es inhumano; si es rector, que es hombre incomunicable y de pocos amigos; si es cuerdo, dicen que es poco esparcido y para negocios nada a propósito; si es prudente, que es para sí solo; si no desperdicia, dicen que es avariento; si de todos se deja ver le desestiman, y si no da audiencia le murmuran.

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Grande oficio hacen las letras y los que las profesan en las repúblicas, donde como hay tan diferentes naturalezas, diferentes condiciones, diferentes acciones, pareceres y malas intenciones juntamente con muchas ignorancias, es conveniente alguna cosa que junte y componga este cuerpo de la república cuando padece tanta desunión. ¿Qué nervio hay que así penetre, junte, mueva y gobierne todo el cuerpo del hombre como las letras y los letrados penetran, juntan, mueven y gobiernan todos los miembros de la república? Por eso dijo el divino Platón en el diálogo tercero de sus leyes: «Ha de procurar todo lo posible el legislador de poblar sus ciudades de hombres sabios y desterrar sobre todo los ignorantes,   —128→   porque será darles ser, vida y movimiento.» Los letrados, pues, con buena intención atajaron con razones mayores alborotos, que por la variedad de los apasionados ánimos mezclados con ignorancia pudieran resultar en particular de este pleito.

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Las sospechas se dividen en buenas y malas: unas son propias a los que gobiernan, las otras a los que calumnian, y cuando las sospechas son sin caridad es hasta desventura del que las padece.

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El que se ha de encargar del gobierno de almas es necesario que se aventaje en el resplandor glorioso de las virtudes, de suerte que (como el sol a los demás astros) exceda en los rayos de su luz a los más perfectos y que éstos parezcan centellas breves que de él reciben (como de fuente) sus claridades.

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Grande bien para los pueblos son las sagradas misiones pues con ellas se remedian los daños, jugando los misioneros las armas espirituales contra la protervidad de los pecadores. Ellos se muestran apacibles y humanos con los hombres pero rígidos y capitales perseguidores de los vicios. Si en el confesionario benigno, en el púlpito son severos. Afables son en el trato y muy modestos, pero en la predicación con honesta libertad son desosegados. No temen, no, la aspereza de los semblantes, como curen las llagas de las conciencias. Verdades sólidas predican, de altísimos desengaños adornadas. Levantan la voz, y con vehemente espíritu quebrantan las soberbias e hinchadas naves de Tarsis. Claman como sonoras trompetas para con sus ecos despertar los dormidos. Voces dan llamando a los errados para reducirlos al verdadero camino. Tráelos Dios a estos sus siervos humildes para que sean más eficaces sus voces, asombren como truenos, como relámpagos alumbren, y resuelvan en contrición y lágrimas sus oyentes.

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Y es muy bien hecho excusar cualquier disgusto con un cabildo porque sus buenos senadores son los ministros primeros de una república, son el entendimiento público que gobierna y dirige las acciones del cuerpo de aquel estado; son ellos los ojos perspicaces que divisan los males por venir y enmiendan los males antes que vengan; son ellos hombres de crédito, tanto que se puede depositar en ellos seguramente una república porque la guardan sin servirse de ella; y en fin, son unos grandes árboles que no hacen sombras. Los demás árboles de la tierra, el sol que cogen para sí le cogen, con la sombra no le dejan pasar a que verifique lo que está debajo de ellos. Muy lucidos están ellos, mas las yerbas que cubren muy desmedradas. Estos otros árboles de un ilustre senado cogen el sol para todos y viven para la común utilidad: lo que se les llegan lo ayudan y no lo marchitan. Ministros que tienen estas calidades hónrelos mucho el rey nuestro señor porque ellos son los atlantes de república que tienen por suya, y más ésta de Potosí que con tantas ventajas le sirve.

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Llena de penalidades Dios los vicios porque por ellos los aborrezcamos, porque con su inquietud despertemos del sueño de la culpa y que tengan otros ejemplos para no desenfrenarse. Los que son hombres que usan de la razón, con el desasosiego y miserias que el pecado trae consigo despierten del letargo del pecado. A los hombres que están tan torpes como si aún no les hubiera llegando el uso del entendimiento, se le dispone mejor el alma con las inquietudes del vicio para dormir en la culpa.

Lo dificultoso es lo que se ha de hacer, que lo fácil hecho se está. Los pobres se pueden gobernar por señas: para los ricos, para los poderosos son menester los gritos de las leyes y preceptos reales y un brazo muy rico que las ejecute. Para esto se hicieron los reyes y se hicieron poderosísimos porque los ricos junto a ellos parezcan pobres.

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Para esto están los reyes y las repúblicas llenando de mercedes y comodidades a los gobernadores y demás ministros, porque no hayan menester la hacienda de los súbditos poderosos. Con esto hay leyes para los ricos y brazos que las ejecuten. Si no hubiera estas leyes, la avaricia, la venganza y la soberbia fueran dueñas del mundo, que harto de esto se ha experimentado en esta Villa en todas maneras.

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El rey ha de hacer no sólo que le respeten sino que le admiren y que tiemble el traidor de sólo oír su nombre; más ha de parecer hombre para que mucho le reverencien los hombres. El oficio del rey es hacer a sus vasallos que vivan en rectitud y justicia.

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La república tiene necesidad de hombres de letras, de experiencia, de juicio y de caridad con que gobiernen: sin ellos estará como un cuerpo sin ojos. Cual era el color de las varas de Jacob, tal era el color de los corderos que nacían. Del color de las   —129→   costumbres de los que gobiernan son las costumbres de los que obedecen.

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Muy conveniente es que los ministros que se envían a los reinos distantes, como a estas Indias, sean bien escogidos porque en ellas hay mucho campo para que se cebe la avaricia, gobierne la pasión, se atropelle la justicia y se tenga por lícito todo lo que se quiere. ¡Oh, válgame Dios, y cuántos monstruos de éstos han destruido esta Villa, peores los unos que los otros!

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Es grande crédito del rey elegir buenos ministros, y así debe averiguar sus calidades y mandar se haga información exacta de sus prendas. Preguntó Tiberio a Balo por qué se había revelado su reino de Dalmacia contra Roma, a que él respondió: «Vosotros, oh senadores, sois la causa, pues para apacentar ovejas no enviáis pastores sino lobos».

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Así Aristóteles como Jenofrón, Platón y en general todos los que han escrito de república y política dicen que no hay cosa más peligrosa y dificultosa que el reinar o gobernar república. Porque (como dice una docta pluma) la posesión de riquezas, el quererlas adquirir quitándolas de los súbditos, el ser respetado, la libertad del poder hacer su voluntad sin haber quién se la reprenda y el no tener quién le desengañe, son los fuelles que en los hombres encienden las llamas de todos los vicios.

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Véanse las sagradas letras y se hallará que de 22 reyes que después reinaron en Judea, de sólo cinco o seis se lee que permanecieron en virtud y bondad. Y si miramos qué tales fueron los de Israel, hallaremos que desde Jeroboán, hijo de Nabath, hasta el último de ellos que fueron 19, todos administraron mal el gobierno público. Pues veamos los romanos, que con haber regido la más floreciente república del mundo, los más de ellos fueron viciosos crueles, excepto algunos que gobernaron razonablemente, cuales fueron Augusto, Vespasiano, Tito, Antonio Pío, Antonio Vero y Alejandro Severo. Y quien con diligencias se llegase a ver los hechos de los griegos, asirios, persas, medos y egipcios, hallará que es mayor el número de los que fueron malos que no el de los buenos.

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No hay en la vida cosa más dificultosa que ser buen superior y juez. Es el arte de las artes saber gobernar hombres, y son bien pocos los que esta dificultad conocen y no sé si son menos los que la temen, porque con las ansias de mandar gastan todo el temor en que la dignidad no les falte o que el provecho se aumente, y no les queda temor para sentir su peso ni recelar su peligro.

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La multitud de leyes suele ser ocasión de muchos pleitos, por lo cual debieran ser pocas y buenas, y siendo tales castigar severamente a los transgresores; pero ser muchas y no necesarias no sirven más que de motivar injustos pleitos éstos de muchos gastos con que se consumen las haciendas. Decía Eneas Silvio (que fue pontífice Pío II) que las leyes y pleitos eran redes, los tribunales la era o campo, los litigantes las aves, y los cazadores los abogados, procuradores, agentes y jueces; y como caen en la red las aves y perecen, así los pleitantes en cayendo en esta red antes de salir de ella quedan despojados.

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Los vicios y abusos de la república nunca se han de probar pero no se han de arrancar de golpe sino poco a poco porque no se alborote el pueblo. No se puede pasar (dice una docta pluma) de extremo a extremo sin peligro de mayor daño. No se sigue el verano al invierno, ni el invierno al verano inmediatamente; la primavera y el otoño median, para que no se sienta dañosa destemplanza si de repente se pasase de mucho calor a mucho frío. Para curar enfermedades arraigadas comiénzase por remedios lentos, que con sola una medicina no pueden repentinamente curarse.

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Acomódese el que gobierna al tiempo: aplique medicamentos suaves que vayan corrigiendo los humores, para que sin violencia quede sana la república. No se arranca el árbol antiguo que ha echado raíces muy profundas sin grande conmoción de la tierra que ocupa, y sin mucho ruido y aun estrago. Experiméntase esto mismo en queriendo arrancar costumbres depravadas que con la duración del tiempo han echado extendidas raíces en los pueblos. En pretendiendo remediarlo todo, no se remedia nada.

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El codicioso trata sin rigor a los usureros; el que tiene vanidad de brioso se apasiona por lo briosos que son los delincuentes; el vengativo aplaude las temerarias venganzas de los vengativos, porque dice saben volver por su honra. Los vicios propios son patrocinio de los ajenos, y debajo de la opresión de este cariño está padeciendo lo bueno de la república.

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Infinitas veces se ha mostrado con sus aplausos el pueblo semejante al humo, que siendo producción de la claridad de la llama, hijo obscuro, la anochece y afea, ahoga en sus globos las centellas que levanta, cuando juntamente las deja ver resplandecientes y las apaga en hollín. La plebe pólvora es en cohete, que levemente tocada de cualquier chispa, le sube con bravatas de rayo, le ostenta en los confines de las nubes estrella, y le hace descender confesando en ceniza las bravatas ridículas del papel.

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Es máxima infalible en la filosofía del cielo que en habiendo paz dondequiera que sea, entra Dios a la parte y se avecinda entre los que la tienen, de manera que el aposentarse Dios o no en nosotros todo está en tener paz, en habiéndola luego es cierta su presencia en nuestras almas, de donde también sucede todo el bien de los cuerpos.

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La misericordia es crueldad cuando Dios quiere se ejercite la justicia. Algunos vicios parecen virtudes y son en sustancia vicios. Perdona el juez al culpado: parece piadoso y es injusto. El pueblo con el descuido de los jueces se relaja en no hacer justicia: llámase piedad la remisión y es crueldad. Entre tanto que el ministro está perdonando al facineroso, está maquinando la muerte al inocente. Comete traición o mata el delincuente sin piedad, y juzga el juez con misericordia y sin justicia tanta crueldad; y mayor es perdonar a todos que a ninguno, porque el que a nadie perdona es cruel con algunos que pudiera perdonar, pero el que a todos perdona es cruel con muchos a quien matan los facinerosos que perdona; el uno alienta al pecar, el otro lo reforma y lo contiene.

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Conceder el príncipe lo que no es justo y negar lo que está puesto en justicia es ocasión para que los súbditos o vasallos no vivan quietos viendo se les concede a uno lo que se niega a otros. Esto tiene más fuerza si para hacer gracias en lo superfluo se quita a algunos lo necesario y más si aquello que se quita ni es para el rey ni para la república sino para sólo el interés propio de aquella parte favorecida. Inclínase más la naturaleza a conservar lo que tenía que adquirir de nuevo y así es más sensible privar a un hombre de aquello de que tiene dominio y posesión que negarle lo que, aunque no tenga merecido, no tiene real derecho a ello. Y de aquí se sigue que el que recibe la gracia no la agradece, y queda ofendido el que ha de contribuir de lo propio al aumento ajeno.

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Hay sospechar calumniando y hay sospechar de oficio del que gobierna. Los malos siempre sospechan mal de los buenos. El que con caridad sospecha el mal pero desea hallar el bien, y en su misma imaginación desea ser vencido, entonces se alegra cuando halla que se engañó en lo que sospechaba mal. Sospechar mal con benevolencia es propio de príncipes como de jueces, cuando ven alguna cosa que tiene mala apariencia y desean ser de su misma imaginación vencidos.

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¿Qué es una república sin letras sino un cuerpo sin nervios, un campo todo estéril, una confusión bárbara, un hato de bestias? El filósofo Platón decía que eran venturosas las repúblicas donde gobernaban sabios. Pues ¿cuán desventuradas serán donde no los hay? ¡Oh cuánto de esto se carece en Potosí y en todos los reinos de estas Indias con venir de España a los corregimientos hombres que sólo lo son en el nombre y peores que bestias en las obras, pero no les falta habilidad para sólo recoger con grandes extorsiones de los súbditos, que sólo para este fin son sus pretensiones en la corte!

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¡Qué no se acarrea la pasión, vanidad y soberbia de un juez! En ellas halla espadas la ira, máscaras el enojo, variedad de caras la traición, novedades el embeleco, disfraces la asechanza, joyas el soborno, galas, trajes profanos y rebozos la ambición, la maldad puestos y la infamia crecido caudal.

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Es cosa tan ordinaria en todas las comunidades de perfección y en los hombres famosos y excelentes en algún género de virtud tener émulos y personas que con envidia reprendan su buen obrar, que apenas podríamos hallar una o uno de los ilustres varones a quien la envidia no haya mordido con su diente canino y rabioso.

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No se admiren de la desemejanza en que sea mayor el número de los jueces malos, que siempre el de los buenos es pequeño, y de éste son escogidos y mucho es que alguno entre pocos salga excelente, y milagro grande si viéndose altamente levantado persevera en la virtud. El que es valeroso suele aventurar el estado y persona para mostrarlo; el viejo es duro y avaro; el discreto y malo (si uno y otro puede estar acompañado), terrible; el cruel, carnicero de la república; el codicioso arranca el pelo y el pellejo. Pocas veces y muy de tiempos se ven algunos de estos señores y jueces cumplidos de todas virtudes, que sean ejemplos de bondad, justicia y perfecciones, notables desdichas y trabajo intolerable de una república.

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Vemos que raras veces se contiene la humana felicidad y ansia de crecer y de subir; hoy ruegan, y mañana mandan y poco después tiranizan. ¡Oh ambición desordenada en los mortales! ¿Hasta cuándo has de correr con tu curso? El arroyuelo aspira a ser río, el río aspira a ser mar, el vasallo a ser ministro, el ministro a ser valido, el valido a ser príncipe, el príncipe a ser monarca. ¿Nunca ha de haber en el hombre límites en el mandar?

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Siempre la crueldad es muy grande enemiga de justicia y toda razón. Muy peor es este mal y pecado que la ira ni soberbia, porque el airado parece que lo mueve el enojo cuando obra y hace mal a otro; mas de los crueles muchos vemos y leemos que con risa y algazara y sin ningún enojo, de pura maldad y crueldad, atormentan y matan los hombres. Es enemiga capital de la justicia dije, y es así, porque ésta veda y no consiente que ninguno reciba mal ni daño sin culpa y a los malos y culpados castiga templada y piadosamente, aunque de esta piedad se abusa mucho en esta Villa, adonde fuera muy necesario un gravísimo rigor contra los insolentes para escarmiento.

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No hay cosa más necesaria en la administración de las ciudades y demás poblaciones y aun en el cotidiano trato con los hombres, que saber mudarse los discretos conforme a la circunstancias de personas, tiempo y lugar, como Proteo, unas veces en fuego y otras en agua. Así que conviene al varón prudente (pues no a todos da contento una manera de proceder) usar de varias formas para ganar y conservar amistades, adaptando a cada uno la que le cuadra y conviene; y de la misma manera se obrará sabiamente en la administración de las repúblicas y comunidades, porque unas veces es menester usar de clemencia, otras de rigor.

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Una afectada disimulación de dolor donde el dolor puede mostrar a uno inocente, donde la culpa es de peligro (como lo es el de esta ciudad) y el peligro de levantamiento, a mi parecer es más dañoso que útil consejo, cualquiera que no sea sino el de la paz y conformidad. Ella es argumento de fidelidad y cualquiera oposición lo es de miedo de poder ser castigado; o, creído o conocido éste, luego sucede la ejecución. También se ha de estar en que quien no hace que el pueblo tema se hace temer del pueblo. Son impelidos con mayor facilidad sus tumultos de los hombres intrépidos que de los prudentes, porque estiman más el pecho que el cerebro y se dejan más fácilmente forzar que persuadir.

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Todas las repúblicas tienen bastantes leyes: de lo que tienen necesidad es de quien las ejecute. Si no hay quien ejecute las leyes por adulación a los ricos o por no parecer mal a los malos, se transformará todo el gobierno del mundo.

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Tienen las aguas semejanza con el pueblo. Las cosas ligeras sustentan las graves; sumergen las tumultuosas e inestables. Fáciles de refrenarse sosegadas, difíciles cuando corren turbulentas. Crece su ímpetu donde hallan reparo, mas quien las entretiene, aunque trabajosas, las encamina a su provecho.

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El comercio humano necesita de todos los oficios: los que no puedan ejercitar unos, se pueden ocupar en otros, así se evitarán delitos, cesarán los daños, habrá abundancia, florecerá la república. Si no cuidaran las abejas de echar de la colmena a los zánganos que no trabajan y la comen, no lograran la dulzura de su miel: hagan lo mismo los que gobiernan y vivirán los súbditos descansados. El ocio no es descanso, que de éste nace la inquietud; aquel se deriva del trabajo.

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Los ingenios demasiadamente vivos y altivos son poco aptos para gobernar a otros, teniendo antes suma necesidad de riendas que les refrenen para no despeñarse. Y la larga experiencia ha hecho conocer que estos tales con sus ingenios demasiadamente resueltos sirven más para inquietar las gentes que de buenos instrumentos para conservarla en la paz y buena satisfacción, que debe ser el principal cuidado de los que tienen entre manos el gobierno de las provincias y repúblicas.

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Si el ser acusado presupusiera culpa nadie hubiera inocente en el mundo, y la envidia y el odio y la venganza presumieran de virtudes, dándolas por libres de la calumnia, infame solar de su descendencia. Es hija del odio la acusación y madre de la venganza: dícela el que aborrece, óyela el que teme. El envidioso le da voz, el poderoso crédito. Éste aborrece al que advierte, desprecia al que aconseja, premia al que acusa. No advierten los miserables poderosos en mando que la acusación más veces mira a la introducción del que la hace, que al útil del que la admite. Aquellos creen sin aguardar probanza las acusaciones que merecen padecer los delitos de ellas: suple los testigos la rea conciencia. Quien oye y premia a los acusadores, antes se castiga a sí que a los acusados, y compra su inquietud, no su advertencia.

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La antigua sentencia, traída ya por refrán entre los antiguos y presentes, dice que los reyes tienen muy largas las manos y muy largas las orejas, dando a entender que los reyes, sus lugartenientes y muy poderosos hombres, desde muy lejos se pueden vengar y pagar de quien los enoja; y también que lo que en secreto se dice de ellos, lo saben y se les revelan. Son tantos los que quieren agradar al que manda la tierra que nada se les esconde. Por esto todos los sabios aconsejan que nadie diga del rey en el escondido, porque en tal caso dicen que las paredes oyen. Y Plutarco dice que las aves llevan las palabras. No solamente vemos que es peligroso el murmurar del príncipe, pero aun decirles la verdad con libertad suele ocasionar peligro.

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Se debe procurar diligentemente hallar sujetos mañosos de natural fácil, que se dejen vencer de los ruegos y buenos consejos y se sepan acomodar los de otros, no admitiendo los que por cuatro años continuos no hubiesen estudiado la importante filosofía de vivir y dejar vivir, basa en que seguramente estriban el sosiego y quietud de los vasallos y toda la seguridad del buen gobierno de un sabio y discreto ministro, a quien juzgaba no era tan necesaria la ciencia de las leyes y estatutos como el ser versados en aquella prudencia, artificioso modo y destreza de juicio que no se hallan registrados en los libros. También se debe excluir a los crueles totalmente y estimar sumamente los sujetos que estudian más en prohibir delitos que en castigarlos, y que firmen las sentencias de muerte con la tinta de lágrimas de sus ojos.

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Algunos hombres falsos y mentirosos hacen su oficio de acusadores y soplones en los que hablan y sienten mal de los ricos y de los jueces. Saben éstos que los ricos (tal es la envidia que les tienen) y los jueces interesables sólo estiman al que les da más noticia de más enemigos y que sólo tiene por sospechoso al acusador que deja de acusar a alguno, y esto es porque siempre están de parte del odio que tienen a los unos y los otros.

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El juez prudente consiguiera en su gobierno buenos aciertos si a imitación del sol se mostrase siempre sereno y claro, sin que le afeen las tinieblas de sus propias pasiones, considerando que el gusto y aun la vida de los súbditos depende de la vida del ministro que los gobierna, que la da o la quita conforme al temple de su condición, que la indignación del juez, y más si está apasionado, es para el súbdito un mensajero de la muerte.

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La paz es hija de la justicia, y no puede haber aquella donde ésta no se administra.

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No hay señor o juez de quien menos se quejan los súbditos que del que les dé licencia para ello: la última señal de servidumbre es quitar el quejarse.

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En los peligros y venganzas los chicos esperan a que grandes y poderosos los saquen de ellos y venguen. Por esto se satisfacen con decir mal del señor o juez, lo que es peligroso en los poderosos por la sospecha de la cercanía que tiene el hacer con el decir en quien concurren saber y poder; y así en los pobres, cuando tratan de conjurar, tomándose la intención.

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Los súbditos desesperados siempre procuran la ruina del juez o señor, aunque arriesguen hacienda y vida; los malcontentos la desean sin aventurar, satisfaciéndose más de lo presente conocido que del bien dudoso, y solamente son la yesca para los alborotos y peligrosas inquietudes. A ella los desesperados la venganza; los inquietos, el cumplimiento de su deseo; a los malcontentos, la satisfacción y comodidad de liberarse de molestia.

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Las traiciones que se acusan, las más veces antes se suelen castigar que averiguar, porque si son tales se temen sin oírlas y se creen en oyéndolas. El que las ocasiona tiene por averiguación su mérito: nadie dirá que hay traición que no la haya en el castigo aunque falte en la verdad. Estado miserable el de los señores y jueces que si no oyen las acusaciones no pueden vivir, y si las oyen no los dejan que vivan. Bueno es descubrir la traición, más no del todo seguro. También nos muestran las historias que tan mal efecto han hecho traiciones castigadas como puestas en ejecución y cometidas, y nos dicen más, que aun le han hecho peor añadiendo a la primera traición la venganza de ella, con la última. Conque las traiciones siempre muestran la bondad, talento o prudencia del juez, o al contrario su malicia, poco entendimiento e imprudente poder.

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Grande gloria es ser único en la bondad, empero es gloria avarienta. Igualmente se suele perder una república debajo del   —133→   buen señor o juez como del malo, y así es menester usar de prudencia que ni por su bondad le falten el respeto por desvergüenza, ni por su mal obrar lo aborrezcan hasta destruirlo.

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Si los jueces ejecutan las leyes primero por sí, no fuera menester más para que luego la imitasen todos, como lo vemos en varios ejemplos, que no hay piedra imán para traer a los súbditos a la ejecución de cualquier acción en bien o en mal por difícil que sea como el ejemplo del príncipe, del señor y del juez. A los que la doctrina no mueve (y aun a veces ni aun el rigor) el buen ejemplo los apresura y es diferente cosa llevar por la mano un hombre que encaminarle de palabra, y si son más poderosos los ejemplos buenos para mover al bien que no aprovecha de ellos señal es que su voluntad está muy obstinada en el mal pues que hace tanta resistencia.

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Todos los demás vicios no hacen de un hombre más que un hombre malo, pero la soberbia hace un demonio de un hombre. El que ha de demandar y gobernar a otros debe ser templado, sabio y prudente, y guardarse de ofender a nadie fiado en su poder, pues anda el castigo de Dios (que excede infinitamente todo potentado) por el rastro de los malos para castigarlos con penas como merecen sus culpas.

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Lo violento daña y no dura. Siempre fue la novedad violenta. Lo que la naturaleza no abraza no le es de cariño a la naturaleza. Es otra naturaleza la costumbre y es contra la costumbre la novedad. Hace más que la violencia que daña y dura.

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Tan dañosa es a las repúblicas la novedad como a los estómagos. Más se ha de trabajar en desterrar las novedades que en establecer leyes. No hay ley segura de la novedad. Muchas leyes relajan y muchas novedades destruyen.

Desventura grande sería faltar en una república letras pues con ellas se crían los niños con razón, los mancebos crecen con juicio y pasan los viejos con contentos. Y si aun con las letras tienen algunos las disposiciones por erradas, ¿qué fuera sin ellas? Las letras, pues, son muy necesarias en las repúblicas; ellas honran en las prosperidades, ayudan en las adversidades y dan gran consuelo en los trabajos. Esto es en particular, pues muchos en poder de enemigos y tiranos, muchos presos y cautivos y muchos desterrados de su patria aliviaron con las letras sus trabajos. Ellas en casa deleitan, fuera no embarazan, con nosotros velan, caminan y descansan, y lo que más es, que acabando nosotros no se acaban pues después de muertos honran a sus amigos.

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Cuando por sus desórdenes se muestra el pueblo descontento, peligran los buenos y los sabios entre las quejas de la gente y también entre los espías y acusadores que los conjurados traen mezclados en todos los corrillos, y es casi imposible poderse salvar en esta borrasca los oídos ni las lenguas porque para el que teme es cómplice igualmente el que calla como el que responde.

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Verdad muy experimentada es que de los pecados que cometen las cabezas es participante en el castigo todo el cuerpo de la república.

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Quien ha de gobernar y moderar las condiciones de otros, no es bien que sea riguroso defensor de las suyas, sino que tal vez se deje vencer del consejo y amigo de la razón, de la prudencia y de la caridad, que es muy necesaria entre los humanos.

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ArribaAbajoSituación de los Indios

Y ciertamente yo me hallo confuso sin poder determinarme o a defender esta calamidad de indios que padecen con la mita, o abandonarla por ser ayuda del bien universal. Porque quitada la mita totalmente y no habiendo quien trabaje en las minas (pues no lo pueden hacer los hombres de la Europa ni sus hijos los que nacen en esta América ni los negros de África, porque luego perecieran, salvo si se acostumbraran a ello) dese ya por perdido todo: cesará sin que haya duda el comercio de Europa y demás partes del mundo, porque ni habrá plata ni azogue con que beneficiarla, pues de quitar la mita de Potosí también se quitará la de Huancavelica de donde se saca el azogue; cesará, pues con eso el llevar a los reinos del orbe tantos millones de oro y plata en galeones y otras embarcaciones, y sin esto por Buenos Aires y otros puertos tantos millones de marcos en piñas sin labrar.

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El perseverar la mita, por lo que toca a los indios, es una de las grandes lástimas el verlos salir para esta Villa dejando sus provincias y casas cada año al entero de esta mita. ¡Qué de demostraciones de sentimientos no hacen, qué de llantos, alaridos de mujeres y gritos de sus hijos no se oyen al despedirse por aquellos campos y poblados! Por no verse en este trance muchas familias se han desaparecido de sus casas y tierras sin que jamás se haya sabido de ellas por entrarse en las incógnitas naciones de infieles, y muchos se han quitado la vida con sus propias manos huyendo de sus gobernadores al convocarlos para la dicha mita.

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No pueden morir sin pena, que bien saben que sus mujeres, hijos o parientes han de quedar vendidos para pagar sus entierros a los curas que con tanto rigor los cobran; no viven sin vergüenza por su naturaleza sino por la tiranía con que los tratan los españoles azotándolos públicamente por cosas leves, quitándoles sus hijas y aun sus mujeres muchas veces para sus abominables torpezas, no pagándoles muchos su personal trabajo, causa de que por no perecer hurtan lo poco que pueden; no nacen sin honra pues Dios los hizo libres y la abominable violencia española los hace esclavos tan injustamente. Y todo esto ¿a cuántos españoles tendrá en los infiernos llenos de tanta miseria? Y estos pobres naturales estarán en la gloria con incomparable honra por su humildad, por su paciencia, por el culto divino en que tanto se emplean y por otras virtudes que les acompañan.

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Indio potosino, descendiente de los mitayos. Fotografía Roberto Gerstman, 1928.

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Sabida cosa es que los indios en todo este Nuevo Mundo carecían de las letras (ignorando totalmente aun el conocimiento para leerlas y formarlas) como al presente carecen, pues son pocos los que las ejercitan y logran tamaño bien, no porque en ellos falte la capacidad de aprenderlas sino porque no se ponen a ello. Y comúnmente los de este peruano reino son de muy rara habilidad, claro entendimiento y general aplicación, pues se experimenta (con gran sentimiento de los españoles) el que los indios se hayan alzado con el ejercicio de todos los oficios, no sólo los mecánicos más también los de arte, causando no poca admiración ver formar uno de estos naturales un retablo, una portada, una torre y todo un edificio perfecto y maravilloso sin tener conocimiento de la geometría ni aritmética, y (lo que es más) sin saber leer ni escribir; formar guarismos, caracteres y labores, como también hermosas figuras con el pico y el pincel, solamente con ver el dibujo; y como se ha experimentado su buena capacidad e inclinación, han alcanzado una real cédula para los hijos de los caciques y gobernadores y los demás nobles indios puedan (estudiando facultades y teología) ser ordenados hasta de presbíteros, la cual les dio y remitió nuestro rey y señor don Carlos II, de gloriosa memoria.

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Cosa es que admira en esta Villa Imperial de Potosí y aun en muchas partes o las más del Perú, y sin duda será la causa estar este reino mal adquirido por los españoles, pues fuera de los daños que a los naturales se les hizo en sus primeras entradas a sangre fría, los tratan actualmente peores que si fueran esclavos así en minas como en sementeras, y esto con el mayor rigor que se puede imaginar, porque el indio debajo del demonio del español lo mismo es que una humilde ovejuela, y ésta es la causa de su mayor desdicha. Pero al fin, quizás ellos en muriendo van a coronarse a la gloria por premio de sus terribles trabajos, y muchos españoles que los oprimen van a ser esclavos a los infiernos.

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Ciertamente es grandísima lástima la miserable servidumbre a que han llegado estos desventurados naturales, no por guerra justa que les hiciesen, particularmente en este reino peruano, que ellos se les fueron dando por amigos llana y libremente, y los primeros conquistadores luego que los vieron rendidos los hicieron esclavos y los trataron peor que si realmente lo fueran; y si les hicieron alguna guerra fue muy injusta, por donde no puede haber señorío sobre el vencido ni el vencedor le pudo adquirir, porque el injusto y mal título no se le puede dar, por el cual no se puede ese tal llamar señor sino tirano.

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Español en estos reinos es nombre común, que así llaman a los de España como a sus hijos, los peruanos, esto es, que sean habidos en hijas también de los de España, no en indias, que ésos se llaman mestizos, y es necesaria esta advertencia para la claridad en todo de esta Historia. Unos y otros, pues, ordinariamente maltratan a estos desventurados indios, y luego llevan la corriente de que no hacen nada bien, cuando aun las fieras se sujetan a la suavidad con que las rigen. Pero ya he dicho que la misma humildad de los unos ensoberbece a los otros, como si los indios fueran de otra especie, sin mirar que son sus tierras y que de ninguna manera son ellos esclavos, y con todo eso nos sirven en un todo y sin ellos no hay nada en estos reinos, porque los tienen para todo mantenimiento, ellos tejen la ropa, fabrican las casas y mantienen todos los oficios mecánicos sin que ya se vean sino muy apenas tal cual oficial español.

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Aunque cierto presumido dijo por ellos que los indios nacen sin honra, viven sin vergüenza y mueren sin cuidado: no pueden morir sin pena, que bien saben que sus mujeres, hijos o parientes han de quedar vendidos para pagar sus entierros a los curas que con tanto rigor los cobran; no viven sin vergüenza por su naturaleza sino por la tiranía con que los tratan los españoles, azotándolos públicamente por cosas leves, quitándoles sus hijas y aun sus mujeres muchas veces para sus abominables torpezas, no pagándoles muchos su personal trabajo, causa de que por no parecer hurtan lo poco que pueden; no nacen sin honra, que Dios los hizo libres y la abominable violencia española los hace esclavos injustamente. Y todo esto ¿a cuántos españoles tendrá en los infiernos llenos de tanta miseria? Y estos pobres naturales estarán en la gloria con incomparable honra por su humildad, por su paciencia, por su culto divino en que tanto se emplean y por otras virtudes que les acompañan.

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Luis Niño. Virgen del Rosario. Museo de La Moneda, Potosí.