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ArribaAbajoEl Dinero y la Riqueza

El principio de las aves es el agua: de éstas hay algunas tan feroces que comen carnes. Los cuervos son de las aves que las comen. Diranme que los cuervos sólo se atreven a los ojos de los cuerpos muertos, y yo les respondo que también se abalanzan a los ojos de los jumentos vivos. Ya veo que la riqueza, según la verdad, es una poca de aguachirle, pero de esta agua salen las aves de rapiña que el mundo llama ricos. Éstos se comieran muertos a los pobres, y aun vivos se los comieran si no hubiera leyes ni majestades que los amparasen.

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Si entonces no dormía por pobre ahora no podía sosegar de rico, que tan pesada carga es la riqueza al que no está usado a tenerla ni sabe usar de ella, como lo es la pobreza al que la tiene continuo. Cuidados acarrea la plata y cuidados la falta de ella, pero los unos se remedian con alcanzar una mediana cantidad, y los otros se aumentan, mientras más parte se alcanza.

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Todo desapareció como el humo y como la sombra, porque Dios sabe y puede quitar lo mismo que da, cuando lo toman los hombres por instrumentos de su ofensa. El camino más seguro de hacerse sus personas dueños de todo es despreciarlo todo, porque no hay tan alto modo de poseer los bienes como es tenerlos de la suerte que si no se tuviesen, lo cual se consigue con no tenerlos como si se poseyesen. Crates, filósofo, arrojó en la mar sus riquezas diciendo: «Anégueos a vosotras yo porque vosotras no me aneguéis a mí». Pues si esto dijo un hombre gentil ¿por qué un cristiano no deja el paso de las riquezas antes que el mal uso de ellas lo anegue como perecieron en estas aguas?

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¿Quién no sabe la fuerza del interés con que se adquiere cuanto se intenta, quien no el valor del poder de la soberbia cuando se apodera del hombre que se ve superior? Todo lo acomete la ira, a todo se rinde la codicia. Porque los presentes ricos con que el indigno adquiere lo que pretende, aun en las casas de los reyes ejecutan lo que no debieran, pues no hay puerta tan cerrada que no se deje abrir con la llave de oro.

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¡Oh plata, oh dinero, y lo que cuestas! Mucha es la diversidad de metales que el Criador encerró en los armarios y sótanos de la tierra, y de todos ellos tiene utilidad la vida humana. De unos se sirve para curar sus enfermedades, de otros para armas y defensas contra sus enemigos, de otros para aderezo y gala de sus personas y habitaciones, de otros para vasijas y herramientas y varios instrumentos que inventa el arte humana.

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La malicia o bondad del poseedor es la que hace a las riquezas y pobrezas buenas o malas, que de suyo ellas son indiferentes y no hay para qué condenarlas de todo punto ni tampoco hacer caudal de alabarlas mucho, que por la mayor parte son muy dañosas por usar mal de ellas.

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Muchas veces por las riquezas les quitan otros la vida corporal, y ellos asimismo con su mal obrar se quitan la del alma; las más veces el oro y plata los ensoberbece y levanta a mucha altura, y eso mismo los derriba. Es la plata y oro ocasión de enemistades, muertes, pendencias y heridas.

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La envidia por su parte jamás se desvía de la prosperidad más eminente, y en esta Villa con mayor fuerza siempre se han experimentado estas calamidades, pues por la plata se han visto ocasiones en que no ha habido padres para hijos ni hijos para padres, no se ha conservado el parentesco ni los amigos. ¿Pero cuándo no es general que por un interés se muestran muchas deslealtades? Y finalmente la posesión de estos dos preciosos metales ha sido y es ruina de innumerables almas, total perdición de muchos pueblos y destrucción de sus moradores.

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Los humanos con las riquezas de este mundo se desvanecen y se sueñan unos dioses; pierden el juicio con ellas, y no es mucho que digan y hagan desatinos; pero los justos humildes con el tesoro del amor de Dios, en cierta manera de participación graciosa se endiosan.

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No debieran los hombres estimar riquezas con desorden, pues toda su propiedad es aumentar deseos de adquirir más y atormentar con ellos, necesidad y cuidado. Demás de esto, ¿adónde se han encastillado y hecho fuertes los vicios sino en los ricos y poderosos? Las crueldades y codicias, las deshonestidades y glotonerías ¿adónde se hallan en su punto sino en ellos? ¿Quién, pues, estima aquello que les hace ser desestimados?

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Espada desnuda son en manos de loco las riquezas en los más de los ricos, y el bien de la pobreza es quitar los filos a esa espada y dejarla inútil para poder hacer mal.

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Y pues que su divina majestad puso en el mundo pobres y ricos, bien sabe lo que hizo. Además que la experiencia y tan innumerables ejemplos nos muestran que unos por otros se libran de condenarse: el pobre por su paciencia y el rico por su limosna, y mejor camino es la pobreza para salvarse que la riqueza, que por la mayor parte es arriesgada. Bien puede uno ser rico y santo que así lo fueron los patriarcas, y la Iglesia celebra muchos reyes y varones poderosos por santos canonizados, otros que sin serlo hizo Dios maravillas en demostración de su virtud, y así no debemos condenar riquezas de varones sino varones de riquezas que no son dueños de ellas sino siervos apocados. La riquezas ayudan a los vicios para serlo más, y con lo que crecen también en ellos las inadvertencias de su perdición.

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El mundo sólo sabe hacer estimación de los suyos, que si habla el rico (aunque diga necedades) en tanto que es rico todos le honran y acompañan, y si le duele algo todos se duelen: todos dan al que tiene y al pobre todos le pelean.

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En tanto que tiene el hombre que dar, aunque no dé nada todos se andan tras él, como los buitres, perros y lobos que en cuanto hay carne muerta están sobre ella, mas cuando queda en los huesos todos la dejan y se van.

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Pero ¿cuándo el oro y la plata no allanan montañas, cuándo el interés no alcanza todo cuanto quiere? «Todo lo puede el dinero», así lo canta el vulgo, «y el que lo tiene en su casa tiene todas las cosas». ¡Qué de maquinas no fabrica, qué de quimeras no entabla! Él facilita imposibles, él levanta ambiciosos, como a estos llevadores de piñas que no contentos con tanto como tenían adquirido procuran adquirir más con daño tan general, atropellando leyes y mandatos reales.

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¡Cuántas noblezas ha dado este interés, cuántas honras, privilegios, varas, cargos, títulos y plumas que de hormigas fueron alas! Pues ¿cómo no han de ser estimados, cómo no han de trastornar el mundo por adquirir dinero los ambiciosos y los que no lo son? ¿Qué muro habrá que no rompa el interés, qué puerta habrá que no abra, qué acero habrá que no ablande y que peña habrá que no parta? Pues ¿cómo no han de arriesgar los hombres sus créditos, sus vidas, y todo por juntar dinero, cómo no se han de perdonar los delitos y cómo se han de ejecutar los mandamientos reales si se atraviesa el interés?

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La prosperidad de los hombres se lleva gran parte de ellos a los infiernos. Ésta es la que les hace olvidar de Dios y de sí y de sus prójimos, ésta los confía de las riquezas, los enlaza con la vanidad, los ciega con el gozo, los carga con los tesoros, los entierra con los oficios. ¿En qué tragedia no reparte todos los papeles? ¿Qué cordura en llegando a ella no se resbala, qué locura no crece, qué advertencia tiene lugar, qué consejo se logra, qué castigo se teme y cuál no se merece?

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Esta prosperidad alimenta de sucesos los escándalos, las historias de escarmientos, los tiranos de venganzas y los verdugos de sangre. ¿Cuántos ánimos tuvo la miseria y el apocamiento canonizados, que en poder de la prosperidad fueron insolentes formidables?

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El dinero tiene puesto pleito a los tres enemigos del alma (mundo, demonio y carne) diciendo que quiere ahorrar de émulos y que adonde él está no son menester porque él solo es todos los tres enemigos. Y yo me fundo en lo que vulgarmente se dice, que el dinero es el diablo y que lo que no hiciere el dinero no lo hará el diablo: cosa endiablada es el dinero.

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Se suele decir que no hay más mundo que el dinero: quien no tiene dinero váyase del mundo; al que le quitan el dinero dicen que le echan del mundo y que todo se da por el dinero. Para decir que es la carne el dinero, dice el dinero: «Dígalo la carne»; y remíteseles a las mujeres malas, que es lo mismo que interesadas. Conque de esta manera no tiene mal pleito el dinero, y lo tiene con todos.

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¿Quién es aquel que por hallarse con el colmo y aun la sobra de todos los mundanos bienes se asegura de toda felicidad? ¡O qué   —139→   locura y temeridad de los que tienen tal confianza sin que los desengañe tanta experiencia! Pero los prósperos sucesos con prudencia pocas veces están acompañados y el rico con nada se contenta, y así de necesidad ha de tener falta de muchas cosas, y siempre anda hecho esclavo de sus codicias, lleno de temor y sospecha, murmurado y notado y hecho enemigo de todos, lo cual no tiene la vida pobre pues es camino real y seguro, defendido y guardado de ladrones, puerto sin tormentas, escuela de sabiduría y vida pacífica y de quietud.

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Anónimo. Retrato del Azoguero Antonio López de Quiroga. Museo de La Moneda, Potosí.

 
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De toda la diversidad de metales que encerró el Criador en los armarios y sótanos de la tierra, tiene utilidad la vida humana. De uno se sirve para curar enfermedades, de otros para armas y defensa contra sus enemigos, de otros para aderezo y galas de sus personas y habitaciones, de otros para sus vasijas y herramientas y varios instrumentos que inventa el arte humano. Pero sobre todos estos usos (que son naturales y sencillos) halló la comunicación de los hombres el uso del dinero, el cual (como dijo Aristóteles) es medida de todas las cosas, y siendo en naturaleza una cosa sola es todas en virtud porque el dinero es comida, vestido y casa y cabalgadura y cuanto han menester los hombres, y así al dinero todo obedece.

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Debieran atender aquellos hombres que gozaban de tanta prosperidad, que siendo necesario en esta vida el oro y la plata (y pues todas las cosas de la tierra pasan por su valor) podían siendo ricos subir al cielo por escalas de estos dos preciosos metales y darles con ellos el asalto y batería, poniendo las balas y saetas de estos metales en las manos de la caridad.

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Ya vemos, no obstante de lo dicho, que llamase San Agustín al oro y la plata enfermedad de la soberbia, flaqueza de las virtudes, materia de trabajos, peligro del poseedor, señor insufrible y esclavo atraidorado, y San Ambrosio «lazo del demonio», y San Crisóstomo «escuela de vicios y dolencia del alma». Y si de esta riqueza del oro y plata nació a Creso la soberbia, a Heliogábalo y a Sardanápalo la lujuria, a Nerón la crueldad, a Cómodo Vitelio la gula, si por él Polícrates murió en la horca, Creso en la hoguera. Craso degollado, Heliogábalo arrastrado, y Midas (que lo pidió a los dioses por don) pereció quedándole por mantenimiento en la abundancia de lo que tanto había deseado, no tuvo de todo esto la culpa el oro ni la plata, sino la mala naturaleza del poseedor o la sed codiciosa del que lo deseaba, pues esta riqueza en los ánimos liberales no impide el camino de las virtudes, antes ella les da fuerzas, grandeza y lustre, como en un Constantino Magno que a la iglesia romana, la enriqueció cuanto pudo, un Manuel, rey de Portugal, que dilató la fe católica por el oriente y por toda la Etiopía y Guineas, un Carlos V de España, un Felipe II y otros dos, III y IV, defensores de la iglesia católica y fe de Nuestro Señor Jesucristo, y otros muchos que supieron desprender valerosamente el oro y la plata.

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De manera que en estos preciosos metales está el gusto o deleite, el contento o tristeza, la muerte o la vida de quien lo posee o desea; pero vemos que en esta Imperial Villa en aquellos tiempos no imitaban los ricos a los buenos sino a los malos que poseyeron riquezas, por lo cual se las ha quitado Dios en estos presentes a sus moradores.

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No va a menos peligro el alma cargada de virtudes y merecimientos navegando en el cuerpo por el mar de esta vida, que el navío cargado de riquezas surcando el piélago entre el agua y el cielo: porque si un viento que se levanta contrario suele hundir el vaso, el alma por más rica que navegue, si un viento determinado se levanta de vanagloria, de un incauto mirar y de una lisonja admitida, dará con todo al traste y perderá en un momento las riquezas de merecimiento que ganó en muchos años.

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Ciertas especies hay de animales que no saben más que su negocio. Una de estas especies son los ricos: ellos no saben más que andarse aumentando sus haciendas sin querer gastarlas con Dios que se las da, ni en provecho de sus almas. De éstos hay muchos, no todos, que también los hay siempre muy buenos, pero de aquellos el infierno no es tan insaciable en ambición. El infierno para acaudalar más almas se vale de infinitos engaños y de innumerables malicias. Los ricos para aumentar sus caudales, si no hubiera leyes fueran peores que el infierno. Sólo son liberales para gastarlos en abominaciones y pecados.

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Cualquiera de mediano entendimiento conoce que la sed insaciable que los hombres modernos tienen del oro y de la plata con la ambición de gobernarlo ha llenado el mundo de los males que vemos y experimentamos todos. ¿Cuál maldad, cuál impiedad, por execrable que sea, no cometen los hombres con suma facilidad por acumular grandes sumas de dinero? Pues si esto hace la ambición, la necesidad hace otras cosas peores.

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Siempre ha sido experiencia de grave mal en esta Villa tener sus poderosos y sus ricos abatidas las leyes y tan hollada la razón   —140→   y la justicia. Lo que éstos quieren las más veces solamente se hace, ya sea justo ya injusto, siendo su gusto y su parecer el arbitrio de las leyes. En diciendo el pobre y plebe: así lo dice el fulano o él lo ordena así, no hay que replicar sino obedecer. Desdichada la república que llega a tales extremos.

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El hombre rico no quiere tener conocimiento del hombre pobre y lo mira como si fuese de otra especie.

Pero ¿cuándo el oro y la plata no allana montañas, cuándo el interés no alcanza todo cuanto quiere? «todo lo puede el dinero», así lo canta el vulgo, «y el que lo tiene en su casa tiene todas las cosas». ¡Qué de máquinas no fabrica, qué de quimeras no entabla! Él facilita imposibles, él levanta ambiciosos, como a estos llevadores de piñas que no contentos con tanto como tenían adquirido procuraban adquirir más con daño tan general, atropellando leyes y mandatos reales. ¡Cuántas noblezas ha dado este interés, cuántas honras, privilegios, varas, cargos, títulos y plumas que de hormigas fueron alas! Pues ¿cómo no ha de ser estimado, como no han de trastornar el mundo por adquirir dinero los ambiciosos y los que no lo son? ¿Qué muro habrá que no rompa el interés, qué puerta habrá que no abra, que acero habrá que no ablande y que peña habrá que no la parta? Pues, ¿cómo no han de arriesgar los hombres sus créditos, sus vidas, y todo por juntar dinero, cómo se han de perdonar los delitos y cómo se han de ejecutar los mandamientos reales si se atraviesa el interés?

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Pero estemos en que con ser fiera y no hombre, el león grueso reconoce su especie en el león flaco. El hombre rico no quiere tener conocimiento del hombre pobre y lo mira como si fuera de otra especie. ¿Qué será esto? ¡Que el pobre no es hombre? No, sino que no es hombre el rico; pues quédese para fiera inhumana.

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No debieran los hombres estimar las riquezas con desorden, pues toda su propiedad es aumentar deseos de adquirir más y atormentar con ellos, y poner a los poseedores en mayor necesidad y cuidado. Demás de esto, ¿adonde se hallan en su punto sino de ellos? ¿Quién, pues, estima aquello que le hace ser desestimado? Espada es desnuda en manos de loco las riquezas en los más de los ricos, y el bien de la pobreza es quitar los filos a esa espada y dejarla inútil para poder hacer mal.

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El interés es del diablo.

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Gastan en toros, galas profanas y lascivias millones de pesos. Ciertas especies hay de animales que no saben más que su negocio, una de estas especies son los ricos: ellos no saben más que aumentarse sus haciendas.

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El dinero es comida, vestido, casa y cabalgadura, y cuanto los hombres han menester y así todo obedece al dinero: causa de que por adquirirlo, no dejan que puedan hacer, y aun se matan por quitárselo los unos a los otros.

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Mayor desdicha es llegar a que el dinero tenga necesidad de hombre que lo disponga, que no que el hombre tenga necesidad de dinero para gastarlo. Demás que un miserable con todos los tesoros de la tierra es más pobre que el hombre más triste del mundo, porque éste puede ser que sea rico algún tiempo y aquel no es posible que deje de ser pobre, éste puede ser poderoso en el ánimo y aquel, si es mísero en las haciendas es miserabilísimo en el ánimo y en todo.

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ArribaAbajoEl Amor

Siempre el amor fue reputado por cruelísimo tormento, si bien nunca es más insufrible que cuando encubierto y recatado de donde nace, que mientras el corazón se anima a disimularle entonces crece con mayor furia, brotando como ardiente efímera al rostro y a la boca las reliquias de su fuego.

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La fuerza del deleite (poderoso hechizo que adormece la razón y el más despierto discurso) es tanta que parece no hay para ella resistencia: a la ignorancia se la lleva a empellones y da en la ocasión con ella, y a la conciencia más advertida y recatada la soborna y la hace torcer la severidad de su juicio.

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Todo cabe en los hombres. Mas si bien se advierte, ¿quién (pregunto yo) podrá resistir las amorosas flechas, y más cuando la belleza del objeto es extremada?

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El amor mundano es un fuego escondido y una agradable llama, es un sabroso veneno y una muy dulce retama, es un alegre tormento y una gustosa infamia, finalmente es una penetrante herida y muerte que presto acaba. En el punto que uno ama las cosas terrenas, es cierto que luego empieza a temer. En el amor mundano no hay razón, orden ni firmeza.

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Amor, dinero y cuidado dicen que es imposible disimularse (el amor porque habla con los ojos, el dinero porque sale al lucimiento de su dueño, y el cuidado porque se escribe en el semblante del rostro).

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El amor es hijo de Marte, y aunque tal vez regala delicioso, tal pelea animoso.

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En la escuela de amor el mirar apacible son de su ciencia las primeras letras.

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La experiencia muestra que el amor ni mira respetos ni guarda términos en sus discursos: también este rapaz amoroso tiene la misma condición que la muerte, que así acomete los altos alcázares de los reyes como las chozas humildes de los pastores, y cuando de una alma se toma entera la posesión lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza.

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Quien procura quedar libre en las correspondencias que otras personas intentan, no tiene más cuerdo remedio que no oír, o (no pudiendo divertir el oído) no entender sus razones, olvidar sus palabras y promesas, y excusar sus beneficios. Pero es necesario ejecutarlo con mucha prudencia y después huir si no hay otro remedio del peligro, porque el amor acompañado de celos es enemigo terrible, como lo muestran tantos ejemplos.

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Es fuego el amor y se ceba con la vista de la cosa amada: para apagarse, el remedio mejor es que se quite el cebo.

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La fuerza, necesidad y celos de amor no hay ley que la reprima, ni precepto tan grave que la mitigue, pues ellos solos con toda facilidad rompen y atropellan las del honor, del respeto, y de la fama; atropéllase la vergüenza, y se arriesga la hacienda y la vida.

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Oh amor, y lo que se extiende tu tiranía, pues a toda calidad de hombres y naciones atrae tu dominio, y como bárbaro cruel, viciosamente al más hidalgo y generoso sin ningún respeto lo cautivas y aprisionas y pones de suerte que parece el más vil y apocado esclavo de Etiopía. De aquí es que viendo Platón la insolencia y señorío con que este vicio trata a un alma en tomándole las llaves de su corazón, le arguye de tirano, porque la vida que él hace pasar a los suyos no es de señor que gobierna bien sino de cruel patrón que manda a palos. Viendo, pues, tal tiranía cualquiera que se precia de entendido no se maraville (si se le entrare por sus puertas) que pierde la libertad con que vivía.

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Decía Orfeo que el amor es una dulce amargura o una dulzura amarga, porque el amor es cosa dulce, y aunque el morir es cosa amarga, pero el que de veras ama morirá dulcemente por la cosa amada.

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Aunque el amor no perdona a los ignorantes es con esta diferencia: que a los discretos los vence con la hermosura del alma, y a éstos con el vano lustre del cuerpo. El amor entienden algunos discretos que no es otra cosa que una costumbre de los ojos en cierta natural correspondencia fundada, oculta a nosotros, y esto se infiere de que se aumenta con la continuación y se enfría con la ausencia.

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La mayor diligencia que puede hacer un hombre para llegar a ser amado (esto es si no se conoce aborrecido) es ponerse adonde por ser visto muchas veces la comunicación descubra los quilates de la correspondencia que antes estaba oculta, y al contrario, aquel que libre se quisiere ver de tales molestias piense que con guardarse se aparta, y con no ver (quitando la costumbre a los ojos de lo que la voluntad desea) ella fácilmente se olvida y se excusan las penas que con el amor recibe.

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Quien ama y sosiega, o quiere poco o lo niega. El amor es una grave enfermedad del alma, y pocas veces tiene quietud un enfermo.

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Es amor una guerra interior donde la voluntad hace oficio de general, el entendimiento sirve de espía, los deseos son soldados, el cuidado centinela, cajas las sospechas, los celos son los enemigos, pólvora el enojo, ojos y lengua los tiros, y fuego vivo el corazón. Imagínese, pues, cómo estará un pecho siendo campaña de ejércitos enemigos y si será posible que le falten desvelos.

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Como el mayor despertador de los sentidos y de los cuidados es el amor, cuyas alas y las del deseo vuelan más que las del tiempo, de aquí viene que para quien espera la mañana las estrellas son perezosas, los gallos mudos, las horas eternas, la noche no acaba de acabarse, y por eso dice quien más ama, más madruga.

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La peste más fatal que hay entre todas las pasiones es el amor. Ya no es simple enfermedad sino un compuesto de todos los males del mundo. Tiene los temblores y ardor de la calentura, lo penetrante de la jaqueca, lo rabioso del dolor de muelas, el desvanecimiento de los vahídos, las furias del frenesí, los tristes vapores de la hipocondría, los sueños del letargo, las inquietudes de la gota coral, los desabrimientos de la tísica, lo violento del mal del corazón, los dolores de la hijada, lo asqueroso de la lepra, la malicia del contagio, la putrefacción del cáncer y todo lo que hay en la naturaleza.

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¿No es esto verdad, enamorados? Confesadla por tal, palabras, pues las obras os la confirman. ¿No advertís que entregáis vuestros cuerpos al deshonor, vuestras almas al pecado que es el mayor mal de los males, vuestra reputación a la infamia, vuestra hacienda a saco y vuestra vida a infinidad de inquietudes y tormentos? Pues ¿por qué después de todo esto hacéis de este mal un Dios a quien ofrecéis elogios, himnos, cánticos y víctimas? Entregáisle el imperio de vuestros corazones, sujetáisle un alma que no fue criada sino para el Señor que la redimió, veneráis sus prisiones y adoráis su tiranía.

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León Hebreo dice que el verdadero y perfecto amor es hijo de la razón y padre del deseo; bien es verdad que aunque es hijo de la razón no se sujeta a ella, y esto es común al amor honesto y deshonesto; pero en éste, cuanto más sin ella es mayor vicio, como en aquél virtud más excelente cuanto con menos freno de razón se deja gobernar. Dieron al amor por compañeros los escritores antiguos a la borrachez, dolores, enemistades, contiendas, muertes y otras semejantes pestilencias, las cuales es molesto referir, cuanto más padecer. Refiéralas elegantemente Marulo, y de aquí es que Apolonio Rodio dijo que Cupido era origen y fuente de todos los males. Aunque hablando con más propiedad, él no es malo sino ocasión e incitamento a los hombres viciosos de serlo, como sintió Arquías.

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Los hombres se muestran locos en no creer que hacen más las mujeres en confesar que los aman que en ser verdad, que así lo hacen porque toda su dificultad es que ellas acaben con su vergüenza, porque el amor no mira respetos ni anda en rodeos.

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Es para notar lo terrible y violento del amor y la variedad que se experimenta, pues en unos es agudo; en otros loco e impetuoso; en otros alegre y risueño; en otros turbulento y confuso; en otros bárbaro y desnaturalizado; en otros mudo y   —143→   vergonzoso; en otros engañoso y traidor; en otros inconstante y transitorio; en otros pegajoso; en otros caprichoso y desigual; y lerdo; en otros alocado; en otros furioso; y en otros desesperado.

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Santa Rosalía. Anónimo, óleo sobre cobre.

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El rigor de la ausencia, que es el más fuerte enemigo del amor y el más poderoso contrario que tiene la voluntad.

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ArribaAbajoLos Pecados

Tales desatinos acarrea la embriaguez, y con experimentarse cada día es tan apetecible y tan general que se debe llorar con lágrimas de sangre los males que todos estamos viendo de almas, cuerpos, honras y créditos.

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El apetito humano es bosque de fieras y su malicia inficiona a muchos y perdona a pocos.

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Todos nuestros males son hijos de nuestras culpas. Como van creciendo las culpas van creciendo los males. No hay número para contarlos porque no hay número para contarlas. Vivimos en la noche de la ignorancia aprisionados y por eso se agravan nuestros males con la ignorancia. Menos fueran si los registrara la luz del conocimiento.

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Si triunfan los vicios, los engaños, las discordias y enemistades, los latrocinios, las tiranías e injusticias, ¿qué se puede esperar sino calamidades y desdichas?

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Pecados son la causa de tantas calamidades como padece esta Imperial Villa, y está tan lejos de su remedio cuanto estuviere de su enmienda. Quéjanse todos sus moradores de tan continuados trabajos atribuyéndolos a los acasos temporales: echan la culpa a unos y tiénenla todos. La licencia común en pecar es la raíz de su mal, y la medicina no la ha de dar mano ajena si no la toma cada uno aplacando a Dios enojado. Esto es infalible y la experiencia lo muestra, pues como no cesan los pecados también se continúan las calamidades un año y otro año, lo mismo será en adelante, conformándose los males con los males, es a saber el grave mal del pecado con el grave mal de la pena.

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Si quieres, pues, oh avaro, vivir alegre, procura tú aprovecharte a ti mismo de tus propias riquezas y servir de algún provecho a otros, a lo menos al pobre más necesitado, que por poco con que le socorras tendrás muchos aumentos en ellas y no por eso descaecerán en nada; y advierte que allegar muchas riquezas no es tener fin en la miseria sino mudarla, esto es, mudar la miseria del pobre en la necesidad del avariento.

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Son incomprensibles y secretos los caminos y juicios de Dios. Y a la verdad es así que la avaricia y ambición codiciosa son los más perniciosos y detestables vicios que pueden caer en los que gobiernan, porque demás de que los hace odiosos y desamados de sus súbditos, es raíz y fuente de grandísimos males y pecados en los poderosos y cabezas de los reinos y repúblicas, porque de ella salen y nacen las fuerzas, las injusticias, las rapiñas y cohechos, los rigores y crueldades, e intolerables exacciones, el no pagar los servicios que al rey se hacen, el condenar los inocentes, el venderse los delitos, el codiciar y tomar lo ajeno, las guerras, los alborotos, bandos y muertes.

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Santa soberbia es la que se ensordece contra el mundo, la que desestima el siglo con todas sus grandezas, regalo, estimaciones, y no usa de ellas atendiendo siempre a lo celestial. Al contrario hay una humildad que no es propiamente virtud sino nimia abyección entremetida a buscar por todos los medios la gracia humana aunque aventure la salvación.

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Cuando la soberbia no es santa a la verdad sino solamente a la apariencia, vistiéndose el soberbio del agradable color de la humildad, es tempestad en nube disimulada para hacer estrago en la república.

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Estamos ciertos en que no abre brecha por donde entre más a su salvo en la plaza o ciudad murada la artillería del enemigo: los pecados de sus habitaciones son tiros más fuertes. Si calman los vicios, levantará el enemigo el sitio de la plaza que tuviere más fatiga con generales asaltos, secretas minas y otras máquinas de guerra. Todo estrago de los reinos y ciudades viene por los pecados de su habitación: si faltaren para el castigo los enemigos hombres, no faltarán hambres, pestes y rayos terribles que los destruyan.

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La murmuración (liviana o pesada) al cabo es una plática nacida de envidia o malquerencia, que procura deslustrar y oscurecer la fama, vida y virtud ajena, y toda murmuración es un mortal veneno de la amistad; además que el murmurar es oficio de mujeres y no de varones.

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La murmuración no tiene mejor velo para paliar y encubrir su maldad disoluta que darse a entender al murmurar que todo cuanto dice son sentencias de filósofos, y que el decir mal es reprensión y el descubrir los defectos ajenos buen celo; y no hay vida de ningún murmurador que (si bien se considera y escudriña) no se halla llena de vicios y de insolencias, como se experimentaba en aquellos malintencionados, que siendo ellos abominables por sus vicios reprendían a este buen mercader lo que ellos tenían por mal, que era la quietud y poca comunicación con los malos. Abominable es por cierto la hipocresía en el hombre pues fuera de la principal causa, que es la gravísima ofensa de Dios con ella, también por ser oculta ponzoña hiere, mata y destruye a los hombres. Porque (si bien se experimenta) los efectos nocivos de un hipócrita son semejantes a los del veneno que disfrazado con la buena presencia de un regalado manjar quita la vida al que le gusta. ¡Qué de crueldades y traiciones no oculta un hipócrita, qué de halagüeñas y engañosas palabras no pronuncia para acreditarse, qué de infernales intenciones no encierra en sí, qué de fingidas obras (en la apariencia buenas) no manifiesta sólo a fin de engañar a los incautos que le atienden!

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En muchas cosas se parece el erizo al hipócrita, y entre éstas es una que este animalejo espinoso, todo el tiempo que nadie le ve ni pretende cazarle, está desplegado, desenvuelto, anda y corre como los demás, pero en oyendo ruido de los cazadores encoge la cabeza, recoge los pies y hácese un ovillo; todo el tiempo que no está en público el hipócrita es como los demás hombres, esparcido, alegre, amigo de divertirse, pero cuando siente ruido y se ve en publicidad encoge la cabeza y la tuerce, encoge los pies para que no vean sus pasos ni se conozca la intención de sus obras.

*

Dice el Señor: «No seáis como los hipócritas, que hacen ostentación de lo que no son y usan de ardides para parecer que ayudan y afectando créditos de santidad dan solapadamente rienda al vicio. ¡Oh monstruosos embusteros, ermitaños en la apariencia y demonios en los efectos! Bien dijo aquel que os comparó al prodigioso monte de Catania en esta cuarteta:


Hipócrita Mongibelo,
nieve ostentas, fuego escondes.
¿Qué harán los humanos pechos
si saben fingir los montes?



Así son los hipócritas: montes (como el Mongibelo) cubiertos de blanca nieve de fingida virtud, y adentro ¿qué son? Dígalo ese monte, una boca de infierno según sus defectos.

*

¡Oh mundo confuso, ciego y sin entendimiento, pues amas, y quieres, y buscas, y procuras todo lo que es en perjuicio de ti mismo! Si no entendemos lo que hacemos, es muy grande la ceguera e ignorancia, por la cual no se puede excusar el pecado, y si lo entendemos y no lo remediamos viendo el yerro que hacemos, ninguna excusa nos basta, y así todo es perdición de almas y todo será infierno eterno para ellas.

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La envidia es vicio de los más antiguos del mundo, el que más se usa y no tendrá fin hasta que el mundo lo tenga, es vicio de que uno no puede librarse. Del mentiroso podemos guardarnos excusando el conversar con él; del soberbio no igualándonos con quien lo es: más el envidioso no basta huirle y menos halagarle. Es tan poderoso y atrevido y (como dice una docta pluma) no hay homenaje que no escale, ni muro que no derribe, ni mina que no contamine, ni potencia a que no resista, ni hombre a que no acometa. Si hubiese alguno en quien se hallase la fortaleza de Sansón, la sabiduría de Salomón, la ligereza de Azael, la hermosura de Absalón, las riquezas de Creso, la liberalidad de Alejandro, la justicia de Trajano, la elocuencia de Demóstenes y el celo a su patria de Cicerón, entiendo que no tendrá tantas gracias cuando sea perseguido. ¡Oh cuántas ruinas se han visto en Potosí por no poderse liberar de este infernal vicio, cuántos caudales se han perdido y cuántas insolencias no han hecho por él!

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Si el humano corazón da en aborrecer y ser vengativo, les gana a las más bravas fieras.

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¡Oh interés, y lo que puedes! ¿Quién bastará a decir las cosas mal hechas que se hacen en el mundo por causa de interés? Pues donde se atraviesa, ni queda la ley de amistad, ni de parentesco, ni de justicia, ni de razón ni de hidalguía. ¡Qué de juramentos falsos, votos no cumplidos, fiestas quebrantadas, qué de rencillas y muertes, hasta torpezas, se venden a dinero, qué de maneras de hurtos!

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No hay oficio donde no hay mil géneros de fraudes y engaños. ¡Qué de colores para quebrar las pragmáticas de los precios, los aranceles y tasas de los oficios, qué de maneras de disimulados logros, de disfrazadas simonías! No hay vicio que no sea vendible.   —146→   A Cristo nuestro bien vendió Judas una vez por 30 dineros; ahora habrá 30 que le vendan 30 veces por un dinero.

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¡Oh bárbara crueldad, bastantemente quedas desacreditada de terrible! ¡Oh rencor infernalmente apoderado de pechos cristianos, qué intratable eres, qué insufrible, pues ni contigo vale la razón ni adquiere veneración la hermosura ni compasión las lágrimas!

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Sólo la ingratitud de los hombres jamás se podrá acabar de decir.

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Pudiéramos (si no se temiera tanta prolijidad) proponer mil ejemplos probando lo que degenera nuestra naturaleza y el lustre que pierde cuando injusta se niega e ingrata el beneficio olvida, pues aun en los animales ha sido loable el agradecimiento como cuentan las historias, y en ellas consta del perro de Jasón, el áspid egipcio, el caballo de Antíoco, el águila Sextia. A veces hace cosas la cólera que después de haberla llorado los ojos no las puede remediar la prudencia, y esta pasión siempre es como la de un loco, cuyos pensamientos se dirigen solamente al fin de su aprensión.

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Desdichado del avariento que no solamente es atormentado del cuidado de adquirir sino del miedo de perder aunque sea un real que dé al poder. Y no sé cómo puede perder un avaro, si (en sentencia de Quintiliano) «tanto le falta lo que tiene como lo que no tiene». Oh desdichados avarientos que pudierais tener un descanso temporal y otro eterno si dierais limosna al pobre, y no que vuestro tesoro ni es de provecho a vosotros ni al pobre que es vuestro hermano, y al cabo, en llegando la muerte se llevan vuestra alma los demonios y vuestra plata los ricos.

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No se acordaba el buen viejo de sus principios, y de que habiendo un hombre de tener las dos edades, juvenil y decrépita, es menos inconveniente ser mozo en las costumbres cuando en la edad es mozo, que no trocar los tiempos y siendo viejo en la mocedad, ser mozo en la senectud.

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Suelen ser prodigiosas aquellas cosas que de sí mismas degeneran en lo que de su naturaleza desmienten; causan admiración si son buenas, y si no lo son se tienen por vilísimas. Torpísimo vituperio del mundo han sido los hombres que se han mostrado afeminados. Siempre fueron milagrosa aclamación de los siglos las mujeres que han sido varoniles, porque cuando es ignominioso renunciar lo bueno que uno tiene es glorioso renunciar lo malo y flaco.

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Es el hombre por extremo olvidadizo del bien recibido y de su bienhechor, y aun de sí mismo, y (lo que es más de sentir) hasta del mismo Dios. La ingratitud tenida fue de todos siempre por infame y ha sido calificada por grave culpa de todas las escuelas divinas y humanas.

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No cabe este vicio de la ingratitud en nobles pechos, y es cosa experimentada que él basta para avillanar la nobleza de sangre, y por el contrario el agradecimiento hace de los villanos hidalgos. Quiero decir que va siempre mejorando al agradecido, pero con la ingratitud se desmedra el ingrato. Dijo Séneca que no dar gracias por el beneficio recibido es gran torpeza, y San Gregorio afirma que no es digno de recibir beneficios de nuevo el que no agradece los recibidos.

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Suele la ingratitud acompañarse con la desvergüenza que es la capitana de las torpezas.

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El envidioso de tal manera se disgusta de sí mismo que no quiere ver retrato suyo en su semejante: con tanta injuria de lo bueno lo quiere para sí que lo aborrece en otros. Mayor cosa es ser igual a lo excelente que superior a ruin. Con todo eso, con menoscabo de su grandeza quiere esto más que aquello y no aborrece cosa más que su imagen.

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Quien sirve bien obliga; el que se halla obligado debe satisfacer o confesarse enemigo de los hombres, pero también estemos en que la ingratitud es tan grave delito que los antiguos juzgaron que nadie cometería tanta maldad, y por esto los legisladores no establecieron leyes contra los ingratos, o fue prevención del cielo, porque nadie se quedara sin castigo o se arruinara la naturaleza.

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Verdaderamente somos todos desagradecidos y quien lo dudase pregúntese a sí mismo si está quejoso de algún ingrato, y conocerá con experiencia propia y ajena que no hay quien deje de quejarse de otro, y por esto parece cierto que todos seamos desagradecidos.

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El pobre y el rey, dice Salomón, el monarca y el pastorcito, nacieron de una misma suerte, y pasaron por unas leyes; no se esmeró más la naturaleza en la forja del príncipe que en la del plebeyo, ni se vistió de más galas para adornar al caballero que al villano; no dio más ojos ni más pies y brazos al noble que al pechero, porque los grandes y pequeños todos tenemos un principio y hemos de tener un fin. Pues, ¿por qué el amo ha de ser tan cruel con el criado, porque si lo castiga no será con piedad, por qué no ha de tener alguna conmiseración del que es su hermano?

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Como hijos todos de un padre, todos vivimos debajo de un cielo, a todos alumbra un mismo sol, a ninguno se niega el aire y los demás elementos. De manera que si el señor se aprecia de mandar bien sus miembros, no se le encogen al súbito por serlo; y si el señor puede naturalmente extender los dedos de sus manos (que entre los antiguos fue símbolo de la libertad), también los alarga el esclavo por más señales exteriores que le pongan de no tenerla. Y aun fuera bien considerar para abatir su altivez aquel dicho de Macrobio, que al que los sucesos hicieron siervo y esclavo le pueden con la misma facilidad levantar a ser amo, y al amo abatirlo a la bajeza y estado de siervo.

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Los aduladores a todos saben agradar, cuánto más a los que sirven, porque a los pródigos llaman liberales, a los avarientos, sabios y prudentes que saben guardar; a los que festejan, corteses; a los muy parleros, discretos; a los vengativos, honrados; a los muy entrometidos, diligentes; a los alentados, valientes; a los perezosos, graves; a los sobradamente diligentes, hombres de sus casas; finalmente a los porfiados, dicen que son constantes. ¡Oh dulce ponzoña que mata, oh encanto suave de sirena que adormece, oh palabras blandas y suaves de lisonjeros dichas a los ciegos que las oyen y no las ven!

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¡Oh adulación falsa, cruel y tirana, a cuántos sin cuchillo matas, robas, destruyes y acabas, porque tu madre no es otra que la codicia y tu padre Satanás!

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Muchos casos extraños se refieren de la astrología judiciaria, mas como en el mundo son más antiguos los embusteros que los astrólogos y en todo tiempo hubo credulidad e ignorancia, y juntamente mentirosos, yo pongo en duda la verdad de estos cuentos y más cuando pretenden este ejercicio algunos ignorantes embusteros.

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«El vino», dice en sus Apotegmas y sentencias el papa Pío XI, «se ha de beber para despertar el juicio, y muchos lo beben para trastornarle», y por eso se excusará bien el mundo de beber vino, porque de él se acrecentaron los trabajos (a los hombres) de labrarlo y las enfermedades en beberlo. Demás de esta verdad tan experimentada, estamos también viendo cada día los males que se acarrea en la gente honrada si se descuidan de beber más de lo conveniente, tanto descrédito, tanto menosprecio y tanta manera de estragarse y perder la hacienda.

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Los mancebos sensuales que obedecen las leyes de su lujuria sólo intentan que por ellos responda la misma naturaleza: pretenden también que aquellos errores a sus años sean dispensables, como si tuvieran cédula de vida hasta la vejez. Ya se ve que conforme los años de que se van cargando ellos, conocen cada día más luces de la verdad y se enmiendan, porque la anciana edad les resfría aquellos espíritus que se encendieron en los ardores de la juventud siempre mal aconsejada; pero no se debe esperar a que la misma naturaleza traiga estos resfríos porque puede la divina justicia quitarles la vida en el medio de sus más verdes años y echarlos a los infiernos.

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Las cosas grandes no las consigue quien no las aventura. Más son los que han muerto en los encuentros por ocasión del miedo que a fuerza de hierro, y no son pocas victorias las que ha alcanzado el temor por desesperado, no por valiente. Esto, con la experiencia de cada día, aviso a la sagacidad del victorioso (si lo quiere ser) a cometer con prudencia y conforme al caso, porque si por huir son muchas las veces que han perdido la vida innumerables gentes, por lo mismo también la han escapado algunos. De aquí se colige que el miedo se hace temer, y que en el cobarde que huye suele ocasionar victoria el vencedor que le sigue, y juntamente que la cordura es el todo del buen suceso pues la temeridad de acometer imposibles muchas veces trae desdichas y ruinas lastimosas.

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¡Oh con cuánta más facilidad defiende el artífice su madera del daño que le puede hacer el agua o el fuego, que de la carcoma que cría en sus entrañas! Más fácilmente guardamos nuestra ropa de los ladrones que de la polilla que allá ocultamente la consume. Dentro del alma nos hace la guerra nuestra sensualidad y como traidora pretende abrir las puertas de nuestro consentimiento al enemigo cruel.

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Terrible monstruo es un hipócrita pues es tan semejante por sus malas obras a muchas fieras y varios irracionales, siendo como el avestruz que tiene alas y no vuela y apenas se puede levantar de la tierra pues en ella tiene puestos los ojos de sus deseos e intentos, siendo éstos tan malos que porque otros no vuelen a lo alto los derriban en tierra con sus abominables palabras u obras; siendo cisnes en la apariencia blancos, que aunque tratan bien y hablan palabras buenas se sustentan del cieno, por lo cual mandó Dios en la ley que no les ofreciesen cisne, pues siendo como la nieve en lo exterior es en lo interior negro como la pez6, siendo como la zorra que no tiene cosa buena sino la piel.

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Parece que esta verdad de la miseria y avaricia de algunos entendía Álamo, emperador de la Tartaria, que venciendo en Baldaco al califa maestro de la secta mahometana (que era el más poderoso rey que entonces había en el mundo), viendo que por no ayudarse de sus riquezas y no gastarlas en sueldos no había tenido resistencia contra el ejército de los tártaros, después que lo cautivó lo mandó meter en una jaula entre el oro y joyas preciosas que antes tenía, sin permitir que se le diese otro mandamiento, diciendo que aquél comiese a su voluntad, y así entre la grande abundancia de sus riquezas murió de hambre el miserable manifestando con rabia la obra que ninguna cosa hace el avariento buena si no es morirse, porque deja lo que tiene a quien puede usar de ello. No particularizando la reprensión ni señalando personas (cuando son dignas de estimación) a ninguno se hace agravio, porque quien dice mal de los avarientos, de los injustos, de los venéreos, de los vengativos, de los traidores y de los demás vicios en común, solamente dice lo mal de la avaricia, de la injusticia, de la destemplanza, de la venganza, de la deslealtad y de los demás vicios.

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La vanidad es como la mujer fea y enferma que para parecer bien se afeita, pero en cayéndose el afeite parece lo que es. Fea y enfermiza es la vanidad de esta vida: afeitada anda, pero dura poco su afeite y con pequeñas ocasiones se pierde. El vano, pagado con el afeite, sin averiguar la verdad se entrega a la soberbia, al desprecio de los humildes y a todo falso deleite, y al fin queda burlado.

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La ira no nace siempre de principios recios ni de grande importancia, antes muchos, o por burla, o una risa, o un movimiento, una guiñada, o una palabra leve u otra cosa de tan poca cuenta se encienden, como Alejandro que recibió grande enojo con Clístenes porque andando de mano en mano en la mesa una gran taza para que todos la bebiesen dijo que él no haría cosa para tener después necesidad de médico.

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Mas así como la llama que de las astillas y estopas se levanta se apaga fácilmente y la que en macizos y espesos maderos arde luego en todo cuanto topa prende, así el que al principio aprovechándose de su consideración ve que su ánimo por alguna liviana chocarrería se comienza a encender, con muy pequeña pena (que es con callar o menospreciando) luego se sosiega, porque de la misma manera que no atizando o no añadiendo leña al fuego se mata éste luego, de la misma manera el que no sustenta la ira que nace ni le da aire con el alboroto que la encienda, ligeramente se escapa y libre de ella se conserva.

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Los vapores que el calor del enojo levanta tapan el cielo al que esta enojado. Grande infelicidad es quedarse sin cielo por no saber apagar la ira; ella ha dado en la oscuridad de los infiernos con infinitas almas y ha privado de la claridad del cielo a esas mismas.

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El desesperado de creer en riquezas, apesarado o colérico suele tomar resoluciones que no dándole mejoría en sus deseos le arrastran a lo infeliz de una pasión. Quien reposar no sabe en la dicha, quien templarse no puede en la felicidad, su más querer es para desgraciarse más presto. Dos accidentes destruyen al hombre que no se vale de su buen entendimiento (si tal lo tiene): una dicha no merecida y un suceso no esperado; con aquella, si es capaz, se desvanece, y en éste, indiscreto, se desespera.

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La ambición puede más por hija de su conveniencia que lo loable de los hechos por timbre de los buenos ánimos. Seguir sólo las luces de su apetito porque brillan es andar a la luz de lo que luce por deseos de brillar temiendo las tinieblas de la confusión, donde es mayor el miedo de la pérdida de los intereses que la caridad y quietud en los trabajos como fruto que tributa la perseverancia de un pecho noble y proceder cristiano. Pero si a la una parte le falta la razón y no carece de nota por la tenacidad de su posesión, a la otra le sobran aplausos por su tolerancia y discreto modo de proceder en tan justa defensa, y es muy digna esta parte de alabanza porque las otras pasiones de amor o de miedo o de envidia no se extienden a todas las personas.

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La ira no guarda privilegio a nadie, contra todos quiere romper su ímpetu, y así muchas veces nos enojamos (aun por leves causas) contra nuestros amigos, contra nuestros hijos, contra nuestros padres y aun contra los animales y contra las cosas que ni tienen vida ni sentido, como Tamiris que hizo pedazos su vihuela, y Píndaro que se maldecía si después de haber roto las cuerdas de la suya no la abrasaba en el fuego; Jerjes, enojado de que ciertas manos suyas se hubiesen perdido por tormenta, vino a dar en tan gran desatino y disparate que juraba que había de castigar el mar, y el mismo amenazaba el monte Alto que si no le daba buenos marmoletes para sus obras le había de hacer picar y echar en el mar.

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Y ciertamente son cosas extrañas y espantosas las que acomete la ira, y por lo consiguiente muchas tan frías y fuera de propósito que cualquiera se ríe de ellas, y de aquí viene que no hay pasión del ánimo que sea más aborrecida y más menospreciada de todos.

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La primera causa que por señal es de una república corrompida y ya para expirar, nadie podrá negar que es cuando sus moradores sin hacer penitencia se envejecen en pecados, principalmente graves y notorios, los cuales aun en esta vida mortal los suele vengar Dios enviando por ellos calamidades como los santos profetas en sus sagrados oráculos frecuentemente lo repiten, más especialmente cuando en la república hay muchas leyes y ninguna se guarda porque ni por amor de la virtud ni por miedo de la pena se aprovechan en virtudes los moradores.

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En todos es la codicia de poca piedad, y en muchos hijos es vicio feroz. Para embravecer mucho a los perros bravos les dan sangre de fiera mezclada con leche. Esta bien la toman los racionales de la madre, pero si se mezcla con la codicia, cuando crecen y son impíos sangre es de fiera para que más se embravezcan.

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Cuando quieren las estrellas echar crueldad grande en la codicia que dieron, dan hijos al que le dieron la codicia: con la dulzura de aquel amor va mezclado el corazón fierísimo. No está más arrebatador el tigre con cachorros, no está más acaudaladora la leona parida. Con hijos no hay avariento templado: pero si esto es de padres a hijos, mucho peor es de hijos a padres cuando se apoderan de este vicio, porque lo ordinario es desearles la muerte por la codicia de heredar, y si no tienen que heredar aun ver a un pobre padre o madre no quieren.

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Gran quebranto es navegar contra vientos contrarios y nadar contra la corriente, pero mayor será nuestro trabajo si por falta de ánimo perdemos el alma. Éste es valle de lágrimas y es ley que lloremos todos, y el que en él buscare contento hallará materia para más llorar: no pretenda el pecador gozar descanso firme, siendo pecador, adonde el justo padece siendo justo, los que verdaderamente son cristianos, curan muy poco de guardar lo superfluo y adquirir con ambición los grandes tesoros. San Pablo dice que basta pasar la vida una mediana pasadía de comer y vestir, y que habiéndolo con esto debe estar el hombre contento.

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Cuántas personas hay en el mundo que fueran dichosas si supieran evitar el cruelísimo golpe de esta pasión y que por no evitarla entregan sus cuerpos al deshonor, sus almas al pecado, su reputación a la infamia, su hacienda a saco y su vida a infinidad de inquietudes y tormentos, y muchísimas veces a perder las vidas de alma y cuerpo. ¡Oh pasión, oh lascivia, y qué avasallado tienes el mundo! Por ti se sobornan y roban las doncellas principales, se destruyen las familias, los hijos ingratos ocasionan la muerte a sus padres; por ti hay en el mundo tantas viudas mozas padeciendo deshonras, tantas de este femíneo sexo que después de haber servido de fábula en las grandes poblaciones mueren en un hospital, tantos muertos inocentes con una muerte que aun se adelanta a su nacimiento, tantos niños arrojados al mundo como espuma del mar, entregados a la pobreza y al vicio; por ti, oh pasión tan apetecida, se inquietan y perturban los más castos matrimonios; por ti el veneno y el cordel se usan, las espadas se afilan, las tragedias se empiezan en las sombras de la noche y llegan a acabarse sobre   —150→   un cadalso en medio del día. Todos estos males acarrea la lascivia.

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Las culebras se sustentan de tierra: si la tierra quisiese librarse de las culebras tenía necesidad de convertirse en cielo. Las lenguas maldicientes se limitan de los vicios ajenos, los vicios están asidos a la tierra: hágase cielo quien quisiere librarse de las lenguas maldicientes.

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El primer precepto que puso Dios en la tierra fue de no comer: por comer se perdió el mundo, no por comer lo necesario, que no vedaba eso el precepto, sino por comer lo superfluo, que era lo que vedaba. El árbol vedado hoy de la tierra son los manjares excesivos. En ellos se conserva el primer precepto. No se quebrante mandato tan antiguo; mírese que esta culpa está enseñada a hacer terribles daños7.

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Para ser virtud la ira, o propulsación de las injurias, no ha de pasar la raya de la discreción y medianía sin la cual se convierte en locura y es necesario enfrenarla en los principios; donde no el iracundo, ciego de la pasión, sin las riendas de la razón, hará cien cegueras y desatinos. Así que la razón es con las pasiones del alma como Eolo con los vientos, porque el que con ella no las moderare hallárase aherrojado al pasar de haber sin miramiento procedido en sus palabras y obras dejándose llevar por riscos y despeñaderos del inconsiderado apetito.

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Muy poco aprovecha tener las casas llenas de hacienda y por otra parte estar los corazones poseídos de codicia, porque las riquezas que se allegan por codicia y se guardan con avaricia quitan al poseedor la fama y no le aprovechan para sustentar la vida. No se podrá sufrir muchos días, ni menos encubrirse muchos años, ser el hombre tenido por rico entre los ricos y por honrado entre los honrados, porque el hombre que es muy amigo de su hacienda es imposible sino que sea amigo de su fama.

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La crueldad dijo Aristóteles que era una inhumanidad y fiereza detestable y vicio de bestias fieras. Mejías dijo ser enemiga de toda razón y justicia, y aun dice ser peor que el pecado de la ira y de la soberbia. La crueldad dijo Séneca que no es oficio de hombres sino de fieras, pues se goza el que la usa de sangre, de mal ajeno y de ver morir lastimosamente. El mismo filósofo dijo: Suprema crueldad es dilatar la pena, y que crueldad ejercita el que a su amigo afligido reprende. Y si dice ser crueldad reprender al afligido, ¿qué será una flaca mujer con tan acerbos tormentos? Pero como dijo Tito Livio, al cruel y soberbio cuanto más le tarda el castigo, tanto más riguroso viene y más grave.

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Es mucho más cruel maleficio matar con la lengua que con la espada y herir con la pluma que con la flecha, siendo mayor pérdida la de la honra que la sangre. Fuera de que el homicida desde su riesgo mata a los vivos, y el malediciente desde su seguridad mata aun a los muertos.

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El agua turbia no retrata nada, en ella no se engendran imágenes. En pecho turbado con el odio no se ve la imagen de la razón: ella se le pone delante mas él no la compra.

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La ira asentada en el tribunal de un príncipe a ninguno le está bien ni a nadie le puede parecer seguro. Si lo advierten unos y otros verán que la fortaleza (que es gran compañera de la justicia) no hay por qué más se la dé, ni que más procure alcanzar, ni cosa que en ella más se muestre que en la mansedumbre, la cual se debe procurar como joya, que también se le asienta, porque vencer hombres en quien no hay mucho valor a otros que mucho más que ellos valen, cosa es que acaece muchas veces, mas ganar triunfo de la impetuosa ira contra la cual apenas hay quien ose levantar bandera no puede proceder sino de una muy notable y excelente virtud, que es la que conserva el juicio entero y le da fuerza contra todos los deseos y pasiones a que los ánimos humanos sin consideración de bien se inclinan.

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Grandes filósofos, reyes y grandes príncipes han sabido vencer esta terrible pasión de la ira, aun provocada con cuentos de aduladores que nunca faltan: un Antígono contra unos soldados suyos, un Filipo contra Arcadio, Pisístrato con Trasíbulo, Persona con Mucio Escévola, Mega con Filomenes, Tolomeo con Peleo, el gran Alejandro con el rey Poro. Todo cuanto un buen príncipe y señor poderoso debe tener se comprende debajo de humanidad y mansedumbre, y así los griegos el mayor loor que daban al rey (el cual ellos hacían a sus dioses) era llamarle Miliquión, que quiere decir manso y amoroso; los atenienses no sabiendo otro vocablo con que más encarecer sus loores, le llamaban Memactes, y esto por la facilidad y prontitud a bien hacer; mas a los espíritus que ellos dicen que tienen por oficio de castigar a las ánimas dañadas los llaman demonios y diablos infernales, de los cuales es propia la venganza y crueldad.

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El aguardiente, introducido por el demonio y por los hombres, se ve triunfante en todas partes(y en esta Villa en particular) de las más aventajadas personas de entrambos sexos, con que se han perdido y pierden honras, créditos, vidas y haciendas. Este maldito licor es contra el entendimiento porque le turba, contra la salud porque le gasta, contra el juicio porque le priva, contra la devoción porque la apaga, contra el buen lenguaje porque le corta, contra la cortesía porque no la guarda, contra el buen proceder porque son contrarios sus efectos, y contra la oración pues vemos que los santos le apartan de sí. Es también contra las obras de misericordia y piedad, y contra la limosna, que más lo quieren para aguardiente que para darla. Y últimamente digo que este vicio es contra todo genero de ocupación, oficio o habilidad, pues se ha visto en los pasados tiempos, y en los nuestros vemos cuántos hombres insignes en arte y oficio se han perdido por él y en esta Villa son muchísimos los que lastimosamente por la continuación de este vicio se ven sin estimación y sin poderse valer de su saber. Y si esta mancha cae en hembra es de mayor daño por ser la mujer de menos resistencia y tener más que perder y arriesgar la vida.

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La soberbia es un vicio desvergonzado y atrevido contra el mismo Dios, que le niega el debido rendimiento y le hace rostro y conspira contra su omnipotencia, y así el Señor (a los soberbios) los sacude de sí dejándolos vanos e hinchados para su mayor tormento y humillados para su mayor confusión, y por el contrario da la mano, levanta y exalta a los humildes, y liberalísimo les comunica y llena de su divina gracia. Éstos son los grandes del reino de los cielos, los que roban a Dios el corazón. Y la razón es porque andan en verdad en su presencia, y como Dios es la misma verdad son los humildes cortados a medida de su corazón.

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El mundo yace contumaz en sus errores, dice el filósofo; todo lo gobierna su consorte la mentira. El mal se ha introducido con disfraz de bien, el error oscurece al entendimiento, la riqueza es apetecida y con increíbles medios, ya buenos, ya malos, solicitada, como un tanto monta de las glorias de esta vida. En poseerlas constituyen los humanos su bienaventuranza, todo su trato y desvelo es de adquirir, conservar y aumentar hacienda.

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Los que adoran ídolos no osan llegarles las manos; ídolos de los avarientos deben de ser la plata y el oro pues no se atreven a tocarlos. Por cosa sagrada tienen la riqueza escondida y no manejándola es cosa endemoniada. No hay ídolo que no sea demonio y es también demonio la plata mal adquirida y con grave daño de los pobres. El dinero con que no se hace bien hace a su dueño mal. La hacienda con que no se socorre al pobre, y antes se quita del pobre para su aumento, es demonio para el rico: él no acierta a llevarla a las manos del necesitado, y ella acierta a llevarle a él al infierno.

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Es el avariento de la calidad del topo; no hay para éste más tesoro ni más bien que excavar la tierra y entrañándose en sus senos, y no es dudable que hay otros tesoros y bienes que el topo no conoce. No le quiso la naturaleza próvida dar a esta bestezuela ojos; sobráronle a un animal que tiene toda su felicidad puesta en el cieno. Las aves, las bestias y los peces, si no les falta el preciso manjar para sustentar la vida viven contentos, y a la codicia del hombre no bastan para saciarlo los elementos todos contribuyendo con lo más precioso y deleitable. Siempre suspira y por más anhela y son otros tantos los desengaños, los suspiros que avisan que en toda esta visible máquina no hay cosa que pueda llenar el vacío de su corazón, porque está en más esfera su última felicidad. El cuerpo se formó por el alma, y este mundo visible por otro mundo, pero el pecador ciego como el topo no sabe salir de la tierra. El mundo es un campo tan fatal que el que tiene más parte de él tiene mayor mal.

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No puede llegar a más la habilidad de los malos que a aliñar de manera un delito que se lo agradezcan. Hacer mérito de la culpa es lo sumo de la política. Ser malos sin que halle por dónde entrar el castigo es gran sagacidad de los malos, pero adquirir con la maldad derecho a los premios es arte profundísimo.

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Hase apoderado el demonio con tal ferocidad de esta yerba coca, que es certísimo cuando la toman por vicio los saca y priva de juicio como si se cargan de vino, y les hace ver terribles visiones y los demonios se les representan en formas espantosas. En esta Villa de Potosí se vende públicamente por los indios de las minas, con que no se puede remediar el daño que de su abundancia se sigue en ella, pero ni tampoco es remediable en otras grandes ciudades de este reino. Se les ha prohibido el que la traigan ni la vendan, y con todo eso ocultamente la llevan y venden y de ella se valen para los maleficios y otras semejantes maldades.

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Es cosa notable ver de la manera que se apodera una pasión de los hombres, que como es un acto del apetito sensitivo originado de una aprehensión del bien o mal se llaman las pasiones perturbaciones, porque perturban el cuerpo y el alma. Y de aquí se dice que el apasionado está lleno de envidia, de odio y de malicia y crueldad, y aun está totalmente ciego o con los ojos vendados porque no pesando el valor de las cosas estima en menos las preciosas que las viles. Más aprecio hace de la venganza y del gusto vano que de la virtud y del sosiego, más estima la mentira que la verdad. Por esto pintan a este vicio de la pasión en hábito de mujer, porque viviendo rendida a sus pasiones no hay ímpetu más furioso ni que siga el vicio sin más freno.

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Quien tiene alguna llaga, aunque se la oculte y defienda el vestido, todo piensa que le topa en ella; los que han cometido alguna culpa, aunque tengan cien maneras de ocultarla siempre andan sospechosa del castigo, y éste tarde o temprano ha de llegar.

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Pecados todos los cometen, pero éste de la ira es terrible y casi general. La ira propia es la pasión natural y la iracundia es el hábito vicioso del que dejándose arrebatar fácilmente de la ira se llama iracundo. Mas ordinariamente se llama ira no sólo la pasión sino el acto de airarse. Así como a los animales más imperfectos y desarmados, a las víboras, a los escorpiones, a las arañas y a las abejas, dio la naturaleza más prontas y venenosas armas para la venganza, así la iracundia en los débiles es más viril. Por eso se dijo que cualquier mosca tiene su cólera, y con ésta quitaron tantas vidas en esta Villa, siempre teatro de tragedias.

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Todos nuestros males son hijos de nuestra culpas. Como van creciendo las culpas van creciendo los males. No hay ya números para contarlos porque no hay números para contarlas. Vivimos en la noche de la ignorancia aprisionados, y por eso se agravan nuestros males, menos fueran si los registrara la luz del conocimiento. No hay ciego que no camine con miedo temiendo mayor mal que la ceguedad, por la ceguedad. No fueran grandes los males si la ceguedad no los hiciera mayores. No tenemos mayor bien que el del mal si nos aprovechamos del mal para el bien. No descansa quien no se cansa; no tiene alivio quien no tiene trabajo.

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Son las pasiones asentadas en el alma como las convalecencias de recias enfermedades que cualquier exceso por ligero que sea derriba al enfermo y lo pone en la sepultura.

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Es muy propio de la maldad cundir como una mancha de aceite.

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Siempre la codicia padece de achaques de hidropesía, creciendo la sed cuanto más se bebe.

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La envidia en todas partes se aloja ya en los palacios de los príncipes, ya en las opulentas casas de los bárbaros y en las chozas de los pastores y esto de ver medrar al vecino que me parece no tener más mérito que yo, fatiga casi a todos demasiadamente.

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Tengo por infeliz y miserable al que pone su felicidad y buena dicha en el gobierno y superioridad; porque, ¿cómo puede ser bienaventurado el que pretende cargo y mando y se hace esclavo de muchos por mandar y poder y muchas veces la compra con tan congojosos cuidados, con la vida, con su honra y con su alma?

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Pero estemos en que todo nace de la ambición que es cruelísima tirana y es raíz de la maldad, veneno secreto, pertilencia oculta, madre de la hipocresía, padre de la envidia, origen de los vicios, fin de las virtudes, polilla de la santidad, fomento de la maldad y ceguedad del corazón.

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No hay ceguedad tan densa como ser traidor para que otro gobierne. Si sucede mal, da la cabeza como si hubiera querido poner en ella una corona; si sucede bien, queda sospecha aún para la cabeza que ha levantado a cabeza; las mercedes que se le hacen, o se deshacen o se destraman cuando el tronco es sólo para escribir en el patrón de la infidelidad. Los ciegos cómplices en una traición en cobrándola no solamente tienen medio pero tienen premio.

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Todas las cosas de esta vida tienen término señalado: la buena fortuna lo tiene como una de ellas, la mala fortuna también lo tiene, pero tiene más desviado; páganse más a la memoria los vicios ajenos que las virtudes ¡Oh ignorante el que busca medios para perpetuar el odio de que es digno!

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La maldad una cosa tiene peor que ella y es necesitar de ruines para su aumento y conservación.

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Melchor Pérez Holguín. Sagrada Familia con los padres de la Virgen. Museo de La Moneda, Potosí.

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Las más de estas (pendencias) ocasionan los banquetes, el vino y aguardiente, que si con ansia se satisface a la gula, con desvergüenza se sacrifica a Baco la embriaguez, la sensualidad y el homicidio. No parecen sino animales de la piara de Epicuro y con tanta generalidad que no hay diferencia entre el europeo y el peruano.

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El avariento por allegar no come y ésa es pena, no duerme por guardar lo que allegó y ése es tormento, afana por aumentar lo que guardó, y ése es trabajo, por no dar lo que aumentó dice que no tiene, y eso es llanto, porque ve abundante de lo que no tiene se recela de todos, y ése es temor, porque se ve amigo de las riquezas presume que los demás las desean, las alcanzan adelántandose a su solicitud y eso es envidia, de suerte que el avaro tiene en su misma hacienda penas, tormentos, temor, trabajo, llanto y envidia, todo lo cual es pensión de su avaricia y castigo de su pecado.

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ArribaAbajoLas Virtudes

El varón justo llena de bienes temporales y espirituales la posada donde le reciben y le hacen bien.

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Señal es conocida de entereza de corazón no disimular la amistad que se trabó y asentó en el tiempo de la felicidad con el que está en baja fortuna, y conservarla cuando otros le persiguen. Materia es de alabanza entre los que sienten bien y conocen las leyes de la verdadera amistad, pues (como dijo el idiota contemplativo) la amistad verdadera se ha de medir con amor recíproco y desinteresado, no con la falsa medida de la utilidad propia.

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Es cuerdo quien por la amistad sabe hacer libres el punto vano y leyes del duelo, para dejar en perpetua esclavitud el amor, la caridad y la estrecha y perfecta amistad, donde son fuertes hierros las obligaciones de pechos pacíficos. Tener dominio en las voluntades es el imperio más dichoso: mil veces, pues, dichoso quien sabe adquirirle, o ya si es superior en los súbditos y esclavos o ya si es igual en los amigos. La mayor dificultad que en muchos se ha conocido es en saber hacer de los contrarios, parciales, y de los enemigos, amigos, y como es la cosa más difícil debe ser la más estimada. Estimen, pues los pacíficos, los no rencorosos y los que agraviados perdonan, la piedad con que les enriqueció el cielo, pues a ellos les es fácil lo que a muchos dificultoso.

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Es cierta verdad que no hay mayor tesoro que los amigos, porque demás de ser una riqueza viva que acompaña en los peligros es una prosperidad cuerda que consuela en los trabajos.

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Nunca es bueno faltar a las obligaciones de noble, ni es bien que por comodidad propia o interés ajeno se emprendan cosas indignas, que no hay tan grande ignorancia como en granjear de balde (o por cualquier interés) enemigos y descréditos, o comprar a costa de una malpensada generosidad y de un mal consejo el menosprecio e injusto agravio de algunos, el enojo de muchos, el escándalo de todos, y no poder excusar por muchos daños.

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El que se precia de buenas obligaciones y que ha nacido bien no debe sacar en público lo que por amistad o cualquier conocimiento ha llegado a saber de secreto, ni aun darlo a entender por ningún modo, porque quien habla con razones dudosas dice cuanto el que las oye puede o quiere imaginar. Verdad es que hay cosas que por apretados lances se pueden decir a otros, que referir secretos tales a quien los ha de saber callar no es descubrirlos sino traer testigos por su parte de la razón que ha tenido para el caso. Bien pone cuidado la honrilla de esta vida la estimación y la loa del siglo, la vanidad de las obras y aplauso de ellas, aun siendo malas, que cuando son buenas dignas son de loa; pero no se engañen, que así esa prosperidad como el resto de la demás grandeza y mando secular está sujeta a mudanzas y engaños, y la honra no es la que hace virtuoso al hombre ni excelente, sino solamente es señal de que hay (o según buena razón había de haber) excelencia de virtudes y merecimientos en la persona honrada.

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Gran cosa es un ánimo valeroso: si primero acomete tiene ganada la victoria, que el principio y la determinación en los valerosos hechos y de fama por la mitad del hecho se repuntan, pero la cobardía y detención en ninguna calidad de persona, ni parece bien ni le ésta bien.

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No hay duda sino que aunque el rigor y fuerza tiene su tiempo, ocasión y aun su necesidad y que en varias partes la ha habido para usar de él, de las armas y de la fuerza, con todo eso hemos también visto que es el mejor camino la blandura y suavidad en los príncipes, gobernadores y demás jueces, pues es por donde se granjea las voluntades aun de la gente más rústica y fiera, y los domestica y allana más el amor y suavidad que la severidad y el rigor.

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Los filósofos llamaban cuadrado al hombre constante, firme y perfecto en la virtud, que es la forma o figura más segura la cuadrada, porque así como el dado (que por todas partes es cuadrado) levantándolo en alto y cayendo halla asiento y queda firme, así el varón perfecto ora le levante la prosperidad, ora lo derribe la adversidad queda firme en la equidad y constante en la rectitud.

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¡Oh pobreza, y cuán terrible eres pues pones muchas veces en tan graves riesgos! Ya veo que al rico falta cuanto desea, pero al pobre sólo lo que necesitaba. El rico necesitaba por muchos y para muchos vicios, el pobre sólo para su vida. A quien le falta lo que tiene verdaderamente es pobre, y a quien sobra lo que le falta es   —155→   verdadero rico. Muchos también son pobres porque no se contentan con poco o con buscar en lo que menos riesgo tiene. Si se siente daño y pena insoportable en la pobreza, no está en ella sino en el pobre, porque a veces el mismo deseo de adquirir algo atropella toda prudencia.

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La fama de cada uno es sobrescrito y epígrafe que declara lo que hay en él. Ella se lleva los ojos y oídos del pueblo. Lo que todos publican se hace más creíble que lo que dice uno u otro, porque el particular puede engañar y engañarse pero el universal consentimiento no es fácil que pueda padecer o conspire a introducir el engaño: por eso la fama es el más seguro tesoro y de más estima. Es verdad que en atribuir o quitar opinión al príncipe se toma el vulgo mucha autoridad, porque acostumbrado a oír sin discreción y sin reparo hablar cuanto a la imaginación ocurre lo derrama sin freno despreciando el examen, que es la piedra de toque de la verdad. Fácilmente se le impresiona y no basta la conocida evidencia a que trueque el concepto o mude el estilo.

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Por esto es sabio consejo no despreciar del todo los rumores que el vulgo esparce: antes será conveniente mirarse en sus voces como en espejo y cortar prestamente lo que le pueda ser de tropiezo y a Dios de desagrado, y (si se juzgare necesario) tratar con suavidad amorosa y aun dar alguna satisfacción a los autores calumniantes, aunque sean populares de baja esfera y costumbres ruines.

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La gracia que se puede hacer nunca es bueno retardarla, pues quien la espera juzga no la ha de recibir como la ve dilatar, tomándose después más como desesperada que como agradecida. Por esto, pues, no será bien comprometer al que pide lo que al tiempo del darle, si se atraviesa dilación, se sienta haberlo ofrecido, que si en el rostro se le descubre el sentimiento al que ofrece se podrá desobligar al que salió con el beneficio. Dos cosas hacen amables a los hombres: docilidad en su proceder y beneficencia en sus obras. Cualquiera recibiendo y de un agrado se confiesa dos veces deudor. Más si se da y con disgusto es zaherir al que admite, y para ofensa no le falta sino el nombre, pues lo acredita la acción.

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Dicen muy bien los desengañados que la nobleza no se adquiere naciendo sino obrando: esto es si ellos entienden por nobleza las aplicaciones generosas de la virtud. Pero el mundo no tiene a la virtud por nobleza, y no es tan ciego el mundo que no vea que la virtud es atributo mejor que la nobleza de la sangre; pero ese atributo tiene diferente nombre. La claridad de los abuelos tiene solamente por nombre nobleza. El saberse de hombre muchas virtudes y buen proceder, le hace excelente; saberse los nombres de muchos abuelos y sus altos puestos, le hacen noble. El que dice noble no dice precisamente virtuoso, el que dice virtuoso no dice noble precisamente.

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Todos saben que la virtud es mucho más venerable cosa que la nobleza; pero miran a la virtud como a prenda grande que por sí mismo la puede adquirir cualquiera y a la nobleza como a joya que no la puede tener sino el que la tiene. Hábil está el noble para adquirir excelente virtud, pero el excelente virtuoso no está capaz de ser noble si no lo es. Por esto es tan estimulada a los ojos del mundo la ilustre descendencia.

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El que padece tribulaciones y agravios con paciencia, vive con un pie en la tierra y con otro en el cielo, y por el desprecio de sí mismo se hace dueño del mundo. Cuando la humanidad no fuera de suyo, por ser virtud, tan amable como lo es, son los intereses y conveniencias que da a quien la ejercita de veras tales que bastarán a hacerla apetecible y bienquista. Sobre ser el remedio de las hinchazones que causa la loca vanidad, sobre ser la que ministra la mejor y más pura luz para conocer los engaños del propio amor, es un brevísimo y cierto atajo para llegar a la estimación que busca por tantos rodeos y no encuentra las más veces la soberbia.

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Sobre esto dice una docta pluma que la nobleza que pasa al alma es la mejor nobleza; la que se queda sólo en el cuerpo es nobleza escasa. El hombre que tiene dos cuartos nobles y dos villanos es noble defectuoso. El hombre se compone de alma y cuerpo: el que tiene noble el cuerpo solamente y sin nobleza el alma no es noble cabal. La nobleza de la sangre no se puede tener sino naciendo, la del alma no se puede tener sino obrando. Los cuerpos, si no es naciendo, no pueden ser nobles porque descienden unos de otros; las almas no pueden ser nobles si no es obrando porque no descienden unas de otras. Lo que hallan hecho los cuerpos en los antepasados nobles es menester que se haga cada alma por sí misma.

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El alma que no se hace la nobleza se queda sin ella. Quien nace bien y vive mal no es noble cabalmente, porque le falta la nobleza del alma que se hace con las obras. Quien nace mal y vive   —157→   bien, podrá con sus buenas obras acreditarse de noble, pero si con malas obras pretende parecer noble se engaña pues ellas publican su ruindad y es imposible excusarla.

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Anónimo. Siglo XVIII. Inmaculada Concepción. Iglesia Santa Teresa, Potosí.

 
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El que se precia de noble y generoso linaje se precia de un bien ajeno y alaba lo que él no hizo, y si no es virtuoso se acusa y deshonra a sí mismo porque degenera de la obligación con que nace. El noble y el plebeyo, el pobre, el rico, el negro y el blanco, todos descendemos de un mismo padre y de una misma madre, que fueron Adán y Eva, y por esta parte parece que habíamos de ser todos iguales en nobleza; pero no es así, porque el noble con soberbia tilda los defectos del que no es noble, el que tiene defectos procura con emulación el desdoro del noble.

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Aunque es verdad que todos somos compuestos de una misma tierra y todos nos hemos de revolver en ella, con todo eso puede tener esta misma tierra tales accidentes que le hagan muy preciosa y que por ellos debe ser muy estimada. Tierra es el oro y la plata y las piedras preciosas, y la tierra es el lodo y el polvo. Tierra son los nobles pero tierra preciosa porque los accidentes preciosos de sus virtudes y de las de sus antepasados les dan valor y estima como al contrario por los de los vicios degeneran y se hacen viles. El que no nació noble procure serlo por las obras virtuosas; pero si no se quedara vil, cieno y asco de las gentes.

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En todas las naciones y en todos tiempos ha habido hombres señalados en valor. Éste es sobremanera digno de alabanza cuando se emplea en hazañas grandes y empresas de fama, pero si en cosas particulares y de poco momento se ejercita, y más sin salir de una república, al perder la vida a manos de cualquier contrario o de la justicia. Porque así como no es compatible la felicidad con el dolor, no lo es con el temor, porque no causa tanto contento el vencimiento que se goza como tristeza el mal que se teme.

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Suma felicidad parecía aquella del tirano de Siracusa que con abundancia excesiva lograba espléndidas mesas, inmensas delicias y sumos honores; mas era infelicísimo porque estaba siempre imaginando sobre su cabeza una espada afilada pendiente de un hilo frágil. A tantas dulzuras verdaderas acibaraba un peligro imaginario: la bebida más suave le asustaba como veneno.

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No hay cosa más apacible de ver ni que mejor parezca que una persona digna de su grandeza, que habiéndole dado ocasión de enojarse, con una profunda mansedumbre guarda su graciosa serenidad, fácilmente comienza (sin hacer mucho hincapié en ellos) a menospreciar los dichos y los hechos de otros, los cuales ponen delante una falsa honra u otras cosas que ellos fingen procurando de incitar a venganza o a lo menos a públicos sentimientos.

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Nadie hay tan desinteresado que no guste del agradecido. El que no vende el beneficio, se huelga de no perderle. Todos aman sus obras. La obra sale a gusto, se prosigue porque se hizo algo se quiere hacer mucho. Obra es muy agradable la que se hace en sujeto que no parece ingrato, el que quisiere que se haga mucho por él, dé a entender que agradece lo que se ha hecho.

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La verdadera gloria de las acciones fuertes consiste en la ocasión que empeña a hacerlas, y la verdadera ocasión no es la alabanza propia sino el beneficio ajeno, y cuanto mayor es el beneficio tanto mayor es la verdadera gloria de la fortaleza. Tal es el exponer la vida por sus padres, por la patria, por la santa fe de Jesucristo. Es indigno de la vida quien no la expone por quien la dio. Al beneficio de haberla recibido no se puede corresponder con otro que con dedicarla al propio autor.

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ArribaAbajoLos Hombres

Los que tienen por muy duro el diamante no deben haber conocido el corazón del hombre: más duro es que la más dura piedra.

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El hombre es lobo para el hombre.

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Los hombres son los más acerbos enemigos de los hombres.

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Quien nace bien y vive mal no es noble cabalmente, porque le falta la nobleza del alma que se hace con las obras. Quien nace mal y vive bien podrá con sus buenas obras acreditarse de noble.

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¡Oh descaminados y contumaces deseos de los hombres, que por el contagio de la culpa os procuráis la pena! Si la piedad de nuestro gran Dios no contradijera nuestra propia pretensión, sólo concediendo los arbitrios a nuestros deseos nos castigara. ¿A cuántos, permitiéndoles el Señor de toda la riqueza que le piden, les quitó el sueño y la quietud que tenían y les dio envidiosos y ladrones? ¿Cuántos le importunaron por dignidades y honras, a quien envió con ellas al despeñadero y la afrenta? ¿Qué mujer no le pide y ruega con vehemencia le dé hermosura, sin ver que ella consigue el riesgo de la honestidad y la dolencia de su reputación? ¿Qué mancebo no desea gentileza y donaire y con ella adquiere el aparato para adúltero y los méritos para deshonesto? Si el hombre más presumido de su acierto, a instancias de su conciencia paseare alguna vez la verdad por los tránsitos de su vida y por los corredores de su espíritu, hallará que ha sido ruina de su alma cuanto por sí ha fabricado en ella, y contará en salud tantos portillos como edificios.

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No saber desear y arrojarse a pedir es delito espiritual, es necedad humana. Bien acierta quien sospecha que siempre yerra. Quien para los negocios con Dios recusa sus deseos, sabe contestar la demanda ajustada a la ley de Dios, que es por la que se juzga; y como sola una ley resume los derechos del cielo, no padece equivocaciones ni menos consiente trampas.

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Anónimo. Colección Particular. La Paz.

Hacer bien a otro sin hacer mal al prójimo ni a sí mismo, blasón es de Dios. No por esto pongo dificultad en el hacer bien, sino cuidado: hágase bien pero mírese a quién se hace, que esto es lo que digo.

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Tampoco niego que no se ha de hacer bien a todos, a los buenos y los malos, a los amigos y a los enemigos: a los buenos porque lo merecen, a los malos para que lo merezcan, a los amigos porque lo son, a los enemigos porque no lo sean. Hacer bien es poner en honra, y hay quien sólo supo aguardar a verse en ella para ser ruin, y como sea cierto que el que dio la honra hizo bien, también será cierto que al que se la dio le hizo mal si con ella le hizo ruin.

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Por eso se ha de mirar a quién se hace bien, porque quien con el bien se hace malo siempre se ha visto, y quien con el mal se hace bueno muchas veces se ve.

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¿Quién sino por sólo alcanzarla arrojó a Horacio del puente abajo, armado de todas armas en la profundidad del Tíber; quién abrasó el brazo y la mano de Mucio; quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma; quién, contra todos los agüeros que en contra se la habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y con más modernos ejemplos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el famoso héroe Hernán Cortés en este Nuevo Mundo? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, unos por sus admirables letras y otros por el valor de sus armas.

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Los más altos lugares y estados son los menos seguros y a peligros y desastres más sujetos, así para el cuerpo como para el alma. Lo del alma es más dificultoso de probar porque es cosa que pasa más secreta y de quien ha de ser Dios el juez; pero (a lo que parece) en los lugares altos hay mayores ocasiones, aparejos mayores y libertades para pecar, y más embarazos y dificultades para dejarlo de hacer. Y en cuanto a la parte de los hombres es la flaqueza igual en los altos y en los bajos, que es argumento de mayor riesgo.

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Considerar los peligros es prudencia de cobardes, habiendo de entrar a experimentarlos, y muchas veces también es cobardía de valientes. Muchos triunfos ha ocasionado la consideración, y muchas victorias ha dado la temeridad. No apruebo a los temerarios ni a los cobardes condeno: digo quiénes son los que deben ser lo uno o lo otro, y muestro el peligro de esta virtud y el logro de aquel vicio.

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Es claro y notorio a todos que mayor obligación tiene un hombre bueno a obrar cosas buenas y virtuosas, que uno que no lo es tanto, digo en la calidad y linaje, y así, por esta obligación que tiene sobre sí merece mayor premio y honra en ser bueno siguiendo la virtud de sus pasados, que no el que es de abajo y obscuro linaje porque no está tan obligado a usar aquella bondad, y así como al bueno se le ha de dar mayor premio por esto, es digno de mayor infamia si se desvía el camino que se fundó el que dio principio a su linaje y siguieron los que de él han procedido, y si es digno de mayor infamia faltando a su obligación, justo será que se le dé mayor honra sin contradicción ninguna.

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Yo no veo en el mundo cosa que en más se deba tener, precisar y estimar que la honra, de la cual dice el filósofo que es el mayor bien de todos los bienes exteriores, y así todos la buscamos y anteponemos a los otros bienes mundanos y la tenemos por la subida y más próspera felicidad y riqueza de todas las que en esta vida pueden alcanzarse para vivir en ella, porque por ella estiman las gentes todos los otros bienes en poco: el dulce amor de los hijos, la afición de sus mujeres, el sosiego de sus casas y patrias, y finalmente tienen en poco las vidas ofreciéndolas a cada paso por la honra.

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Tan grande virtud como riesgo es ser bueno entre los malos, y el mérito mayor para con los malos es ser de entre los malos el peor.

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Los malos siempre sospechan de los buenos.

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Una de dos: o no empezar a ser cruel o no acabar de serlo, porque el desprecio es más ejecutivo que el temor, y aquel se alienta en la mudanza que hace el cruel que se templa, y éste crece en la porfía del que multiplica su crueldad. Digo que éste acabará peor pero no tan presto: y así el pertinaz consigue la duración, interés a que trueca su alma, que ésta, riquezas mal adquiridas y todo se pierde.

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¡Oh cuán inadvertidamente se aseguran riesgos particulares en conveniencias comunes, y más cuando se funda en el daño de uno la conveniencia de muchos! ¿Quién fue tan necio que pueda persuadirse a que su salud importe tanto a otro como a él?

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Grande es la ceguedad de los hombres pues una desdicha no escarmienta para otra. El marinero adereza la nave que la tempestad le maltrató, para volverla al peligro. Sobre las ruinas de la casa que se le cayó vuelve el dueño a edificarla, sin mirar que edifica para que se vuelva a caer. El ruiseñor a quien el labrador descompuso el nido, vuelve a hacer otro en el ramo mismo que se le rompieron. La abeja a quien el oso le desbarató el panal, vuelve a labrar el panal quizás para el oso.

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Hay muchos ignorantes que piensan que con el uso de las temeridades enamoran, y así las emprenden ordinariamente delante de mujeres, y algunos de éstos contra ellas, siendo la más vil acción que la cobardía ha podido enseñar pues en confianza de que lo son, se atreven.

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Es inconstante nuestra naturaleza, pues casi a un mismo tiempo llora y ríe, padece y descansa, se atormenta y se alegra.

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Ser bueno entre buenos no es mucho y ser bueno entre malos es mucho.

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¿Quién no se lastima de ver en ánimos bien nacidos, naturales ingratos? Las buenas obras que se hacen a los hombres son delicadísimo manjar a quien cada uno convierte en su substancia; y como un mantenimiento mismo es veneno en el pecho de una serpiente y triaca8 en el de otros animales, y una misma flor en la boca de la abeja miel, y ponzoña en la de una araña, así también el beneficio es para uno, veneno mortal y ponzoña, y sabrosa miel triaca9 para otros.

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Hay mucho que sufrir en condiciones de hombres, en sus términos malquísimos, desagradecidas correspondencias, injurias voluntarias, y adversas voluntades. Miseria es todo el hombre y causa de miserias. ¿Quién hay tan dichoso que contente a todos o que nadie le envidie; quién hay tan piadoso, caritativo, ni tan bienhechor que no tenga algún quejoso; quién hay tan liberal que no encuentre a un desagradecido, sino a muchos; quién hay tan estimado que algún murmurador no le desprecie? Ninguno hay tan ajustado que en él no halle qué reprender la envidia y mal afecto de otros, o la extravagante condición.

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En la tierra no hay felicidad que no lleve un contrapeso grande, no hay dicha que se ensalce tanto que alguna calamidad no le agrave.

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No hay cosa que cause más miserias en los hombres que las pasiones de los hombres, que con ellas a sí mismos no se perdonan. El soberbio se carcome, se encoleriza y se deshace por la ajena felicidad. El envidioso se muere de ver a un dichoso con vida y hacienda. El codicioso por lo que no ha menester ni puede adquirir se desvela. El impaciente se despedaza las entrañas por lo que nada le importa. El colérico se pierde por lo que no le va ni le viene. Cuántos por no vencer una pasión han venido a perder el sosiego, la hacienda y últimamente la vida temporal y eterna. Fuera de toda esta miseria, a muchos han sido las pasiones unos verdugos crueles que les han sacado repentinamente el alma, pues si las pasiones mortificadas son de tanto daño a la propia vida, ¿cuán perjudiciales (las no mortificadas) serán? Por cierto que aunque faltaran las demás desdichas humanas, son muy grandes las que las pasiones de los hombres causan. Con menos dificultad se defenderá uno de muchos leones que de un hombre si es cruel y su enemigo; más seguro vivirá entre fieras que entre tales hombres, como lo vemos en David y en otros.

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La experiencia enseña que no es conforme a razón ni a justicia dejar libres a los esclavos sin dejarles también alguna ayuda para su mantenencia, ni darles libertad por ser viejos y enfermos, que es un género de inhumanidad cruel pues les dan causa a que fallezcan en el desamparo o anden mendigando, y esto harta afrenta es para su amo, ni parece que la conciencia puede permitir servirse de un hombre en la mocedad y mientras está sano y con fuerzas para trabajar, y en faltándole desampararle y darle ocasión que muera; y si acaso estando el esclavo enfermo su amo lo echase de casa sin procurar que cuide de su salud y vida alguna otra persona, sin duda alguna (sin recurso, a remedio de volverlo a su esclavitud aunque sea por patronazgo real) queda libre según las leyes.

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Siempre vemos cuán tracista10 e ingeniosa es la necesidad, y no hay quien sepa tanto como ella: necios son los más sabios en su   —161→   comparación, como los más fuertes flacos, y los animosos tímidos y cobardes.

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En el rigor de sus aprietos, ¿qué no vence cuando vence, y a quién no rinde cuando aprieta, y qué no allanan que no facilitan los deseos de acrecentimientos, y a qué no animan las esperanzas de salir de pobreza y laceria?11

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Aunque uno sea hijo de un negro de Etiopía, en siendo bien inclinado, modesto y virtuoso, es noble, hidalgo y caballero, porque la verdadera hidalguía es la que desciende del solar de la virtud.

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Hay hombres tan poco cautos que a todos dicen lo íntimo de su pecho, y otros tan recatados que aun al amigo niegan sus secretos, y si pudieran de sí mismos los ocultaran. Todo esto es extremo y será vicio fiarse y desconfiar de todos. A uno de estos dos extremos se debe llamar humano y honesto, al otro útil y seguro. Así se podrá culpar a los que continuamente están en su trabajo sin perder hora, por ser tempestad y molestar locura, como a los que con ociosidad viven siempre gozando de mucho reposo, porque es una enfermedad continua: débese mezclar el confiar de todos y la desconfianza, como el trabajo y el reposo.

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El que obra debe suspender su ejercicio tal hora; el que no trabaja, razón es de que se ejercite alguna vez: si esto se duda aconséjese con la naturaleza, que ella les dirá para qué hay amigos y enemigos y para qué hizo el día y la noche.

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Quien juzga a alguno por su amigo y ha conocido con la experiencia que lo es, si de él no se fía como de sí mismo va fuera de camino y parece que le falta el conocimiento de la verdadera amistad. También se ha de advertir que cuando al amigo se le descubre el pensamiento o secreto del alma, se ha de dar indicio que se le tiene por leal y seguro, porque así le sabrán hacer con estas calidades, que algunos se ha sabido ya que se han perdido diciendo que temen ser engañados y con esta sospecha han abierto lo ojos a la traición.

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No es bien que yo me recate de mi amigo siéndolo verdaderamente; razón es que cuando estoy en su presencia juzgue que me hallo solo. Guárdese también el que pide consejo de aconsejarse con el que es ignorante aunque sea su amigo, así como se guarda y recata del que es sabio y discreto si es su enemigo.

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Siempre es grande la constancia de los hombres: la misma facilidad que tienen en amar tienen en aborrecer, desean con vehemencia y luego aborrecen con amargura: Para lo uno ni para lo otro no hay más razón que su razón, y esta su razón toda es una sinrazón que no tiene otro buen fundamento ni es más que un estragado gusto, y por eso es tan trabajoso el trato de los hombres y muy insufrible; y cuando a esta humana flaqueza se arrima el poder es el remedio sufrir y no condenar sus sinrazones, porque el que contradice está arriesgado a experimentar su rigor.

*

Ha puesto la vanidad del mundo la honra tan vidriosa, que con una palabra que diga quien quisiere la quite, y de la misma manera quien no hiciere a gusto del que se precia de honra cosa que no se la acreciente, por lo cual es ocasión que vivan muchos deshonrados, y si quieren cobrar la honra perdida les ha de costar la vida o hacienda, o la quietud. Tales son las cosas de los hombres en este particular, con tantos puntos y fueros, que si real y verdaderamente todos fuesen locos no le pudieran poner peor. ¿Qué es toda la locura sino decir y hacer cosas sin proporción, ni orden ni razón? Pues así como no hay cosa que sin proporción, ni orden ni razón que este mundo, no hay tampoco cosa más loca.

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Paréceme a mí que el llorar un hombre no es indicio de cobardía sino argumento de valor, porque pienso que en semejante ocasión le sucede lo que a un pedernal herido del acero: aquí es crédito de la hidalguía la lumbre que sale de la piedra, y así las lágrimas centellas del corazón que herido de las penas muestra la piedad con que se acredita de noble. El llanto es de naturaleza blanda, líquida y suave, y así se debe temer más a un corazón que arroja lágrimas que a una lengua que multiplica amenazas, porque ésta avisa con las injurias y aquél asegura y engaña con la piedad. Demás que sí cuerdamente se advierte, unas veces lo hace lastimado, y otras para quedar endurecido.

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Reducidos los hombres a la última desesperación (que es cuando los flacos obstinadamente pelean y sacan de su flaqueza fuerzas) suelen hallar sus vidas en la muerte de sus contrarios.

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¿De qué le sirve al hombre la razón si no se aprovecha de ella? Cuando él no hubiera experimentado lo que es el mundo fuera prudencia tomar doctrinas en trabajos ajenos, y no lo es querer experimentar en propia persona con cierto daño suyo lo que por tantos siglos es sabido. Da Dios al hombre el talento de la razón para que se valga de él en todo lo bueno, no para que en más daño suyo lo sepulte en ignorancia y voluntaria torpeza. No es respuesta decir «no supe, no entendí lo que estaba obligado a saber y entender» y si esa respuesta para con los hombres excusa, para Dios acusa, que juzga las cosas no por lo que parecen sino por lo que son, y no se puede engañar ni ser engañado.

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Los que se alaban de que saben hacer venir las ocasiones muestran no saber que sean tales, pues cuando por vía de ingenio se pueda hacer es arte y no es ocasión: aunque se mezcla con lo que se puede, es no menos diferente y de diversa razón, y así el que la intenta tomarla a tiempo deja tantas veces la anticipación como la dilación. Los de agudos ingenios en lo primero se pierden impacientes, porque apenas vino la sombra cuando se mueven a cogerla; en lo segundo lo fueron los tardos, pues siendo la ocasión de su naturaleza veloz no son capaces en tan breve tiempo de conocerla, y conocida tomarla.

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San Mateo. Melchor Pérez Holguín, 1724. Museo de La Moneda, Potosí.

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Mayores daños causa a veces la fortuna próspera que la adversa, y cuando favorece a los hombres con exceso suele ser su mayor enemiga, porque si no pone freno a sus apetitos la prudencia los desempeña la ambición, y llegando al lleno de la prosperidad, o de repente se oscurece su lucimiento (como la luna, que si no es cuando está llena no se eclipsa), o vanamente ensoberbecidos despreciando a los demás se hacen odiosos. No agradecen los bienes a la mano de donde vienen: ingratos olvidan al autor de sus dichas, y la abundancia les sirve de cebo para delinquir, de señuelo para ofender y de instrumento para pecar.

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Prevenir los males no es evitarlos. Ser bueno o malo está en las manos del consejo propio, ser dichoso o ser desdichado, en los arbitrios del cielo. Lo más que puede hacer la prudencia que adivina mejor es templar los males con las prevenciones. Lo que puede hacer siempre es preparar el ánimo para sufrirlos.

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Tres cosas hacen al hombre en esta vida mortal bienaventurado: la tolerancia en los trabajos, la humillación en las propiedades, la templanza en los deseos. A los trabajos el sufrimiento los desarma, la impaciencia los dobla. Las felicidades sin humillarlas poseídas envanecen, perdidas desesperan. Los deseos son tormentos del corazón: más infelices ha hecho la destemplanza de los deseos que la misma infelicidad.

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Los crueles odios, las falsas amistades, los sangrientos encuentros, las fieras ambiciones y las envidias que universalmente se ven en nuestra edad reinar entre los hombres, es lo que por la mayor parte los tienen puestos en la confusión que todos vemos. Por tanto la corrección de estos males presentes se debe esperar tan solamente del ingerir en el corazón del humano género la caridad, el amor recíproco y santo del prójimo, que es el primer precepto de Dios. Por la cual razón deben todos, eclesiásticos, grandes y pequeños, emplear sus fuerzas con palabras y obras en quitar las ocasiones de los odios y rencores que en este tiempo se han apoderado del corazón de los hombres; que si alguna hora pudiésemos conseguir esto, el linaje humano (no de otra suerte que las fieras aman a su especie) echara de sí los odios y cualquier otro ánimo de rencor. Más ¡ay, dolor! Que según esta apoderada esta terrible pasión de los humanos parece ya irremediable.

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Ver uno que los hombres se le anteponen o que pretenden igualdad es gran tormento, y en esto padecen engaño. Este accidente fue el primer gusano que introdujo el homicidio, y el primer homicidio fue entre los primeros hermanos. No es mucho que entre los que no lo son en lo particular (que en lo general hijos somos de un padre, Adán) se quieran beber la sangre.

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Hay algunos curiosos que en sus casas son ciegos, cuando salen de ellas se arman de linces vistas para escudriñar, aunque sean de ricos y poderosos, no se les pasa por alto la pequeña pajuela que está en el lagrimar de los prójimos sin echar de ver la viga de lagar que les tapa a las niñas de sus ojos, y cuando con voces no pueden explicar su nota lo hacen con la pluma; y es digno de notar, como yo noté, ver la capa de celo con que cubren la infamia de su murmuración y depravada delación, para que haga el efecto que desean, aunque nada les vaya ni venga de ello.

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Mas ¿qué importa al hombre haber nacido de honrados padres si sus obras son de hombre infame? Al que nace en humildes mantillas sus procederes buenos le ennoblecen y antes éstos dan crédito a su sangre. El noble que procede mal su misma calidad le es afrenta, porque vista ésta al aviso de aquellas queda más deshonrado cuanto son mayores las obligaciones a vivir bueno.

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No pueden los hombres vivir felices si no viven seguros: por esto se fabrican ciudades, se aceptan los príncipes y se toleran las imposiciones.

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Miseria es todo el hombre y causa de miseria.

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Ya es propia la galantería de algunos hombres prometer grandes cosas a las pobres mujeres, y después cumplir lo que mejor frisa con sus deseos y aun con sus torpezas y apetitos, ingratitudes y otros males.

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Hay muchos hombres que andan aliñando las vidas ajenas y echando a perder las suyas: son los barrenderos de las costumbres. Los que barren las arañas para barrerlas, pero déjanlas sin polvo y sin lodo: las calles quedan limpias y ellos llevan mucho polvo y mucho lodo. Los que murmuran las acciones de los otros y ponen faltas en otras repúblicas, lastiman al que murmuran y a lo que motejan aunque sea de pedernal, pero a que se enmiende: él o la república se enmienda, y ellos se llevan la tacha de deslenguados.

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El entendimiento del hombre, porque no tiene fin adecuado en este mundo, todo lo que se le pone delante apetecible lo apetece como fin, y apenas lo ha conseguido cuando lo hace servir de medio para alcanzar otro fin que aquel lo tenía cubierto; y tanto dura el ser fin cuanto tarda en ser conseguido.

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Nadie ignora (hablando moral y humanamente) que dos cosas son principales, las que mueven y levantan a los hombres a hacer grandes y señalados hechos en la guerra y en la paz: la   —164→   primera es honra y fama, y la segunda el provecho e interés. Los magnánimos y grandes corazones principalmente codician y procuran lo primero, y los más bajos y menos nobles mucho más los mueve la codicia de los premios.

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Ninguna cosa hay en esta universidad del mundo a quien la naturaleza no diese semejante y contrario: contra el odio natural de los opuestos queda el natural amor de los semejantes. No hay criatura debajo del cielo sin amigos ni enemigos; y si esto es por sólo naturaleza, ¿qué será recibiendo bien o mal unos de otros los hombres?

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Notable cosa es el ver cuán fácilmente se hallan, se juntan y unen con lazo de amistad estrecha los que tienen una misma inclinación, de donde se debe inferir que para averiguar las costumbres de alguno ni hay más segura ni más cierta información que saber las que tiene quien profesa su amistad. ¡Qué presto se conforman los maldicientes para murmurar, qué prontos se hallan los tahures para el juego, qué dispuestos los crueles para la venganza, y qué fáciles unos y otros para seguir el vicio a que su inclinación les solicita!

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Por donde no lo imagina el hombre por allí le viene su bien o su mal.

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Crecer sin trabajo es de plantas, aumentarse con la dicha es de hombres. El hombre sin osadía no es más que carne y cabellos; sólo es de hombre el cuerpo en que hay espíritu grande.

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Los hombres ambiciosos y presuntuosos que miden sus obras no con los pocos días que han de vivir sino con los pensamientos altos que tienen de mandar, la vida se les pasará en trabajo y la muerte en peligro; y el remedio de esto es que el hombre sabio y cuerdo si no alcanza lo que quiere conténtese con lo que puede.

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El diamante se ablanda con la sangre de un pajarillo; el corazón del hombre no se ablanda con la sangre de su enemigo.

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Es cosa indigna de hombres grandes mudar con la fortuna las costumbres si no es para mejorarlas, desvanecerse12 con las dignidades siendo menos las dignidades que el haberlas merecido.

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Traer las manos entre la masa sin que se les pegue alguna cosa a los hombres, estar a la vista del basilisco y no emponzoñarse, y cerca del fuego la cera y no derretirse naturalmente es imposible: que no se nos pegue el afecto al oro y la plata manoseándolo, que no nos dañe el veneno de las cosas temporales poseyéndolas, que no se nos derrita el corazón con el fuego de la codicia, teniéndole tan cerca es muy dificultoso y sin especial gracia de Dios, casi imposible.

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Las felicidades no gustan de corazones templados, las osadías hechizan a las estrellas. Al que no se atreve le mira la fortuna como a indigno. También tiene sus reglas la suerte: por los alientos mide las dichas.

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Causa admiración ver las cosas que los hombres han inventado para el regalo de los sentidos: para los ojos, como más principales, tanta diversidad de telas, brocatos, labores, oro, plata, pinceles, esculturas y adornos: para el oído tanta diversidad de instrumentos de consonancia; tanta diferencia, tantos mixtos de olor para el olfato; para el gusto tanta sazón de manjares, y tanta adulación de blandos objetos para el tacto. Finalmente es muy notable la vida del hombre y la vemos tan puntualmente servida de regalos y tan variamente acechada de enemigos, y siendo ella sola falta número para contar las enfermedades y riesgos que destruirla procuran.

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La vanagloria del mundo es vanidad de un ánimo que juntamente tiene algún bien y de poseerle ignora el modo; es un enfermizo efecto con ciertas hinchazones de excelencia; es torbellino de presunción que tiene su asistencia en ánimo leve; es una imaginación para las cosas mal fundadas apacible, y para las adversas inútil: ésta es brevemente la vanagloria. Los vanagloriosos son aquellos a quienes el viento de la jactancia   —165→   levanta sobre sí mismos, los que desean que todos los alaben, los que con vivas ansias procuran que injustamente los veneren, los que favorecen a los aduladores, los que revientan por mandar y ser obedecidos vanamente, los que quieren enseñar cuando para sí no saben, los que intentan ser tenidos por doctos en lo que no entienden, los que se alegran de que ellos se crean grandes cosas, los que en sus palabras se muestran tan graves que se escuchan, los que son en prometer veloces y limitados en dar, los que para los sucesos prósperos son alegres, frágiles en los adversos, cuidadosos en los oprobios, inmoderados en los regocijos, y para lo honesto difíciles.

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San Mateo. Melchor Pérez Holguín.