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ArribaActo II

 

La escena dividida en dos áreas. En una, la sala de la posada, donde el CURA, el VENTERO, el DUQUE y la DUQUESA platican; en la otra, que estará a oscuras, el aposento donde duermen DON QUIJOTE y SANCHO.

 

VENTERO.-  ¿Y dice su merced, señor Cura, que los libros de caballería son los que han trastornado el juicio del caballero que duerme en el aposento de junto?

CURA.-  Exactamente, amigo mío. Y esta dama que nos acompaña y este caballero, que son en realidad un Duque y una Duquesa amigos míos, se han prestado amablemente a llevarlo, por medio de invenciones y mentiras, a su casa, donde lo esperan con ansia su sobrina y su ama.

DUQUE.-  Es cosa de admirarse con cuánta facilidad cree este desventurado hidalgo todas esas invenciones y mentiras, solamente porque ha leído unas parecidas en sus dichosos libros de caballería.

DUQUESA.-  Yo lo admiro, porque quiere luchar contra la injusticia; y no le teme a lo peligroso, con tal de cumplir con sus ideales.

VENTERO.-  ¿Y el otro, también está loco?

DUQUE.-  Le ha hecho creer su amo que va a ganar una fortuna, o el gobierno de una ínsula.

CURA.-  Es un hombre tonto.

Duquesa.-  No, a mí no me lo parece, por el contrario, es un hombre listo. Piensa en su conveniencia y, sobre todo, es muy simpático. Me divierte muchísimo.

 

(Se escucha un gran estruendo y la voz de DON QUIJOTE.)

 

VENTERO.-  ¡Pero qué ruido es ese!

 

(Se abre la puerta del aposento y entra SANCHO.)

 

SANCHO.-  ¡Acudid, señores, rápido! Y socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante Pandafilando, ese de la corta vista, que le ha tajado la cabeza, cercén a cercén, como si fuese un nabo!

CURA.-  ¿Qué dices, Sancho?

DUQUE.-  ¿Cómo diablos puede ser eso?

DUQUESA.-  El gigante está a mil leguas de aquí.

VOZ DE QUIJOTE.-  ¡Detente ladrón, malandrín, follón, que ya te tengo, y de nada va a valerte tu cimitarra!

SANCHO.-  No se queden ahí parados, y entren a ayudar a mi amo.  (El ruido cesa. SANCHO los detiene.)  Esperen. Ya no es necesario, sin duda, el gigante ya está muerto.

DUQUE.-  Eso no puede ser, Sancho.

SANCHO.-  ¿Qué no? Yo vi correr la sangre por el suelo. Y vi caer la cabeza, que es así de grande, como un gran cuero de vino.

VENTERO.-  ¡Ay, ay, ay, ay! Ese don Quijote ya les dio de cuchilladas a mis cueros de vino. ¡Ay, mis cueros de vino!

 

(El VENTERO, seguido de los otros, entra precipitadamente al aposento donde dormía DON QUIJOTE. Luz a esa área. DON QUIJOTE, con la almohada como escudo, está con la espada levantada, en señal de triunfo, y con los ojos cerrados. Todos se detiene a verlo.)

 

DUQUE.-   (Sorprendido.)  Está dormido.

VENTERO.-  Dormido estará, pero miren cómo me ha destrozado mi casa.

DUQUESA.-   (Divertida.)  Solo estaba soñando.

VENTERO.-  Yo me encargaré de despertarte. ¡Ten!, ¡toma!, has destrozado mis toneles. ¡Toma!

 

(El CURA y el DUQUE detienen al VENTERO. DON QUIJOTE cae exánime.)

 

CURA.-  Deténgase, buen hombre.

DUQUE.-  ¡Alto, alto!

 

(SANCHO, mientras tanto, busca por el suelo afanosamente.)

 

DUQUESA.-  ¿Qué haces, Sancho?

SANCHO.-   (Maravillado.)  En verdad que todo lo que rodea a mi señor es encantamiento; pues no encuentro la cabeza del gigante.

DUQUESA.-  No hay tal cabeza, Sancho.

SANCHO.-  Yo vi con mis propios ojos cómo la cortó. Y la sangre que salía del cuerpo, como de una fuente; ¡y corría y corría...!

VENTERO.-  ¿Qué no ves, majadero, que esa sangre que dices es el vino tinto que nada en este aposento? ¡Ah, nadando los vea yo en el infierno!

DUQUES.-  ¿Lo miras, Sancho? No es sangre, es vino.

SANCHO.-   (Obsesivo.)  Yo no sé nada. Solo sé que si no encuentro la cabeza, a mi condado se lo va a llevar el aire.

DUQUE.-  Pero, ¿será posible? Este está peor despierto, que su amo dormido.

CURA.-   (Sacudiendo a DON QUIJOTE.)  ¡Despierte, señor don Quijote! ¡Despierte!

 

(DON QUIJOTE despierta y confundiendo al CURA con la DUQUESA, besa la orla de su sotana, arrodillándose ante él.)

 

QUIJOTE.-  ¡Oh, alta y hermosa señora, ya podéis vivir tranquila; pues, con la ayuda de Dios y el esfuerzo de mi brazo, he dado muerte al gigante Pandafilando!

SANCHO.-  ¿Ya ven cómo era cierto? Mi amo mató al gigante.

QUIJOTE.-   (Con voz débil.)  Y ya cumplida la palabra que os di, me iré ahora, para tratar de desencantar a mi señora Dulcinea...  (Intenta levantarse, pero cae rendido de nuevo.) 

CURA.-  Vamos a dejarlo dormir. Así tendremos un rato de tranquilidad.

 

(Salen hacia la sala de la posada, el DUQUE, el CURA y el VENTERO.)

 

SANCHO.-   (Desesperado, intenta seguir buscando la cabeza.)  Que no pueda yo encontrar esa cabeza...

DUQUESA.-  Vamos, Sancho. No te preocupes más, que yo creo en la muerte de ese gigante, sin necesidad de ver la cabeza.  (Lo lleva hacia la sala.)  Y ya recuperado mi reino, don Quijote tendrá mi agradecimiento y tú tendrás tu ínsula; yo me encargo de ello.

SANCHO.-   (Gritando jubiloso.)  ¡Ay, ja, jay! ¡Viva mi señora la Princesa! ¡Viva mi señor don Quijote, matador de gigantes!

DUQUESA.-  Te suplico, Sancho, ordenes ensillen los caballos, pues saldremos al amanecer.

SANCHO.-  Lo haré con gusto, mi señora, júntate con los buenos y serás uno de ellos. No con quien naces, sino con quien paces.  (SANCHO sale.) 

DUQUE.-  Veo que ofreces mucho, esposa mía, nada menos que todo un reino.

DUQUESA.-  Se me ha ocurrido una buenísima idea, y pienso llevarla a cabo, si tú me das permiso.

DUQUE.-  ¿Y cuál es, puedo saberlo?

DUQUESA.-  Invitaremos a don Quijote y a Sancho a pasar unos días a nuestro castillo, con el pretexto de mostrar nuestro agradecimiento. Ahí podemos inventar miles de fantasías, y crear aventuras en que don Quijote se vea envuelto. Y hasta podemos darle a Sancho el gobierno de un pequeño poblado.

DUQUE.-  Muy bien pensado. Me gustaría ver en qué forma, nuestro amigo Sancho, haría uso de su gobierno.

DUQUESA.-  Entonces, ¿aceptas?

DUQUE.-  Nada puedo negarle a una mujer tan bella y tan graciosa. Acepto.  (Salen el DUQUE y la DUQUESA.) 

CURA.-   (Al público.)  ¡Hacerlo gobernador! Esto no me gusta nada. ¿Qué creen ustedes que pueda hacer Sancho de gobernador? ¡Tonterías! Mis amigos los Duques venían a ayudarme, y creo que me están desayudando. En vez de regresar a don Alonso a su casa, se lo llevan de aventuras. Y de nada va a servir que yo me oponga. De que la Duquesa dice: «Esto quiero», no hay quién la contradiga...  (Saliendo.)  ¡Sea por Dios! ¡Sea por Dios! Quién sabe hasta dónde iremos a llegar.

 

(Oscuro. Jardín en casa de los Duques. Salen DON QUIJOTE y SANCHO.)

 

QUIJOTE.-  Pues ya la Princesa te ha hecho gobernador, Sancho. Según me ha dicho, esta tarde te acomodarán el traje que corresponde a tan alto cargo.

SANCHO.-  Que me vistan como quieran, que al fin, de todas maneras, seré Sancho Panza.

QUIJOTE.-  Gran verdad es esa, amigo Sancho. Y ahora, pon atención, que quiero darte algunos consejos; pues el gobernar no es cosa fácil, sino un mar profundo de confusiones.

SANCHO.-  Pues yo estoy atento, mi amo.

QUIJOTE.-  Primeramente, hijo, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio, no podrás equivocarte.

SANCHO.-   (Llevando la cuenta con los dedos.)  Temer a Dios.

QUIJOTE.-  Y después, debes tratar de conocerte a ti mismo para poder conocer a los demás.

SANCHO.-  Conocerme a mí mismo.

QUIJOTE.-  Sé humilde, y así nadie tratará de humillarte.

SANCHO.-  Ser humilde.

QUIJOTE.-  Y recuerda que tener fama de juez compasivo es mucho mejor que tenerla de juez severo. Y si acaso perdonas a algún reo que no sea porque te dio un regalito, sino porque tuviste compasión de él.

SANCHO.-  Sí, sí. No aceptar regalitos.

QUIJOTE.-  Y ahora, en lo que toca a tu persona, Sancho, sé limpio, lávate las orejas, el cuello; y córtate las uñas, que ya ves que algunas personas traen las uñas tan largas que sus manos parecen garras de cernícalo carnicero.

SANCHO.-   (Escondiendo las manos.)  Me voy a cortar las uñas, sí.

QUIJOTE.-  No andes corriendo de aquí para allá. No comas con las manos, sino con los cubiertos, y cada vez que puedas, límpiate la boca discretamente; con la servilleta, no con la manga.

SANCHO.-   (Murmurando bajo.)  ¡Hum, así no me va a saber la comida, con tantos remilgos!

QUIJOTE.-  También, Sancho, procura no decir tantos refranes como sueles.

SANCHO.-  Eso ni Dios lo puede remediar, pues me sé tantos, que se pelean por salir de mi boca.

QUIJOTE.-  Pero los dices a lo tonto, sin aplicarlos correctamente.

SANCHO.-  Trataré de decir pocos, como gobernador que seré; que en casa llena presto se guisa la cena; jarrito nuevo dónde te pondré; y en boca cerrada no entran moscas.

QUIJOTE.-   (Conteniéndose.)  Sigue, sigue, te estoy diciendo que no digas tantos refranes, enseguida sueltas una letanía de ellos. Bueno, seguiré con mis consejos. Pon atención.

SANCHO.-  Ya la pongo.

QUIJOTE.-  Levántate siempre temprano, para que luzca el día; y sé diligente, que el perezoso nunca llega a realizar nada.

SANCHO.-  ¡Ah, mi señor don Quijote! Todo eso me lo va a tener que escribir en un papel para que me lo lea mi secretario.

QUIJOTE.-   (Admirado.)  ¿Qué tú no sabes leer y escribir?

SANCHO.-   (Avergonzado.)  Pues no, no sé.

QUIJOTE.-  ¡Pero qué mal está eso! Tendrás que aprender por lo menos a escribir tu nombre.

SANCHO.-  Eso me lo enseñaron una vez. Unos garabatos, así de grandotes, que decían, que decía mi nombre. Y si no, fingiré que tengo tullida la mano y haré que firme otro por mí.

QUIJOTE.-  ¡Eso no, que es engaño! Mejor aprende.

SANCHO.-  Bueno, al fin que para todo hay remedio, menos para la muerte; vendrán por lana, y saldrán trasquilados; que el que nace barrigón, aunque lo fajen, y más vale un toma que dos te daré... y...

QUIJOTE.-  ¡Sesenta mil Satanases te lleven a ti y a tus refranes! Y vamos a dejarlo aquí, que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mía la vergüenza; aunque me parece que siempre favorece el cielo los buenos deseos, y tú los tienes.  

(Se escucha un gran estruendo, ruido de timbales y trompetas.)

  Pero, ¿qué es eso?

SANCHO.-  Tal parece que los cielos se están cayendo.

 

(Entran el DUQUE y la DUQUESA, fingiendo estar muy asustados.)

 

DUQUE.-  ¡Esas trompetas y ese estruendo solo pueden anunciar un suceso impresionante!

DUQUESA.-  Sí, la llegada de algún mago, o de algún terrible genio.

DUQUE.-   (Señalando hacia adentro.)  ¡Maravilla es, mi señora Princesa, que allá viene el genio, acompañado de duendes y fantasmas!

 

(Entra el mago MERLÍN acompañando de algunos comparsas estrafalariamente vestido. DON QUIJOTE y SANCHO quedan asombrados.)

 
MERLÍN
Yo soy el gran Merlín,
rey de los magos, y me he enterado,
con mucha pena,
que un infame traidor ha convertido
a tu dama,
de Princesa a pastora.

 

(Sorpresa de todos.)

 

QUIJOTE.-  ¡Oh!

SANCHO.-  ¡Ah!

DUQUESA.-  ¿Cómo lo sabría?

DUQUE.-  ¡Es que es mago!

TODOS.-  ¡Ah!



MERLÍN
Debes saber, discreto don Quijote,
que la que dices Dulce del Toboso,
volverá a ser Princesa,
siempre y cuando,
ese que llaman Sancho,
tu escudero,
se dé cincuenta azotes
en la parte de atrás.
 

(SANCHO se toca las posaderas.)

 
Sí, sí... ahí mero.

SANCHO.-  ¡Válgame Dios, qué modo de desencantar! ¡Qué me voy a dar cincuenta! ¡Ni uno me doy! ¿Qué tiene que ver mi parte de atrás con los encantamientos! Por mí, que doña Dulcinea se quede encantada para siempre. ¡Sí!

QUIJOTE.-   (Indignado.)  ¡Ah malvado, malvadísimo ingrato! ¡Una princesa no puede quedar en pastora! ¡Tendrás que darte los azotes!

SANCHO.-  ¡Jamás!

QUIJOTE.-  Pues si no te los das, te los doy yo.

MERLÍN.-  ¡De ninguna manera! Tiene que dárselos él, aunque sean de dos en dos y cada tercer día.

SANCHO.-  ¡Ni uno, ni dos, ni cada semana! ¿Por qué no se los da él, que la ama tanto? ¿A ver?

MERLÍN.-  Tú fuiste el primero en mirarla encantada y en ti está el desencantamiento.

SANCHO.-  Pues por mí, que se quede en pastora. ¡Yo no me azoto!, ¡no y no!

QUIJOTE.-   (Angustiado.)  ¡Ay, que tengo el alma atravesada en la garganta! ¡Mi señora Dulcinea tosca campesina y para siempre! ¡Ay, lágrimas salid corriendo!

DUQUESA.-  Pues si no se te ablanda el corazón, Sancho, no podrás ser Gobernador. Cómo va a ser un gobernador tan cruel, que no se compadece de los sufrimientos de una doncella ni de las lágrimas de un enamorado.

DUQUE.-  Yo creo que se te va a ir la ínsula, Sancho.

SANCHO.-   (Angustiado.)  ¿Se me va a ir...? Déjame pensarlo siquiera un día o dos...

MERLÍN.-  Tienes que decidir ahora mismo, villano.

DUQUESA.-  Anda Sancho. Si te pidieran que te arrojaras de una alta torre...

DUQUE.-  O que comieras sapos o culebras...

DUQUESA.-  Pero unos simples azotes... adiós ínsula...

SANCHO.-  Está bien, está bien; me los voy a dar. ¡Me azotaré!

QUIJOTE.-  ¡Ah, mi buen Sancho! ¡Mi buen Sancho!

SANCHO.-  Pero a condición de que será cuando yo quiera.

QUIJOTE.-  Sí, sí, cuando quieras.

SANCHO.-  Sin prisas.

QUIJOTE.-   (Cediendo.)  Sin prisas.

SANCHO.-  Y... y a solas.

QUIJOTE.-  A solas. Sí.

DUQUE.-  ¡Viva Sancho!

TODOS.-  ¡Viva!

DUQUE.-  ¡Viva el bondadoso escudero!

TODOS.-  ¡Viva!

DUQUE.-  ¡Viva el señor gobernador de la ínsula Barataria!

TODOS.-  ¡Viva!

 

(Entran algunos insulanos con ropas y empiezan a vestir a SANCHO en medio de un variado cambio de luces. Los Duques y MERLÍN salen. Algunos traen un sillón y en él sientan a SANCHO. Suenan campanas de júbilo y se escuchan nuevamente vivas al Gobernador.)

 

MAYORDOMO.-  Señor Gobernador, es costumbre en esta ínsula, llamada Barataria, que el que toma posesión de su gobierno está obligado a resolver algunos problemas muy difíciles.

SANCHO.-  Pues vengan los problemas, que yo trataré de resolverlos lo mejor que pueda.

 

(Se adelantan el SASTRE y el LABRADOR, discutiendo y hablando al mismo tiempo.)

 

MAYORDOMO.-  ¡Orden!, ¡orden, que está delante de la Justicia!  (A SANCHO.)  Aquí está el primer problema.

 

(El SASTRE y el LABRADOR principian a hablar al mismo tiempo.)

 

SANCHO.-  ¡Silencio! ¡Si hablan los dos al mismo tiempo, no puedo entender nada!  (Señala al LABRADOR.)  Vamos por partes. A ver, tú.

LABRADOR.-  Señor Gobernador, yo le llevé a este sastre un pedazo de tela, y le pregunté si me alcanzaba para una caperuza.

SASTRE.-  Y yo le dije que sí.

LABRADOR.-  Y luego, le pregunté si me alcanzaba para dos...

SASTRE.-  Y yo le dije que sí.

SANCHO.-  Tú no hables hasta que llegue tu turno.

LABRADOR.-  Y le pregunté si me alcanzaba para tres, y para cuatro, y para cinco.

SASTRE.-  Y Yo le dije que sí, y que sí y que...  (Se tapa la boca al ver que SANCHO lo mira airado.) 

SANCHO.-  ¿Y cuál es el problema?, ¿no te las hizo?

LABRADOR.-   (Mostrando cinco pequeñas caperuzas, y poniéndolas una en cada dedo.)  Sí, pero mire su merced de qué tamaño. ¡No me caben en la cabeza! Por eso no se las quiero pagar.

SASTRE.-  Él dijo que quería cinco, cinco hice. Para ese tamaño me alcanzó la tela.

SANCHO.-  Este pleito es fácil de resolver. Tú, por desconfiado, perderás la tela. Y tú, por burlón, perderás el pago de las hechuras. Y las caperuzas que se las den a las niñas, para que se las pongan a sus muñecas.

MAYORDOMO.-  Los que siguen.

 

(Se acercan dos ancianos. El primero lleva una gruesa caña que usa como bastón.)

 

VIEJO 2.º.-  Señor Gobernador, yo le presté a este hombre 10 monedas de oro, con la condición de que me las devolvería cuando yo se las pidiese. Y ahora no me las quiere dar.

VIEJO 1.º.-  ¡Ya se las devolví!, ¡ya se las devolví!

VIEJO 2.º.-  ¿Serías capaz de jurarlo?

VIEJO 1.º.-  ¡Claro que sí!

VIEJO 2.º.-   (Confundido.)  A lo mejor ya no me acuerdo que me las regresó.

SANCHO.-  Pues tomémosle juramento sobre la vara de la justicia.

 

(El VIEJO 1.º se dispone a jurar, pero se mueve torpe, como si el bastón le estorbara, y acaba por dárselo al VIEJO 2.º.)

 

VIEJO 1.º.-  Detenme el bastón un momento, hermano.  (Pone la mano derecha sobre la vara de la justicia que SANCHO detiene.)  Juro ante todos los presentes y sobre la vara de la justicia que devolví las 10 monedas de oro.

VIEJO 2.º.-   (Preocupado.)  ¿Cuándo sería, que no puedo acordarme? ¿Cuándo?

VIEJO 1.º.-   (Recuperando su bastón.)  Gracias  (A SANCHO.)  ¿Ya puedo irme, señor Gobernador?

SANCHO.-   (Indeciso.)  Pues sí, puedes irte  (Como disculpándose con el VIEJO 2.º.)  ¿Qué vamos a hacer?, ya lo juro. Pero algo me huele mal.

VIEJO 2º.-   (Preocupado.)  Si lo juró sobre la vara de la justicia es que debe ser verdad. Pero yo... no me acuerdo.

SANCHO.-    (Pensativo.)  ¡Aquí hay gato encerrado! ¡Ah! ¡Un momento!, ¡un momento! A ver, dame ese bastón.  (Toma el bastón y se lo da al VIEJO 2.º.)  Ten anciano, ya estás pagado.

VIEJO 2.º.-  Pero este bastón no vale 10 monedas de oro, señor Gobernador.

SANCHO.-  Pártelo y verás. Estoy seguro que ahí dentro están las monedas.

 

(El VIEJO 2.º, ayudado por el MAYORDOMO, parte el bastón. Caen las monedas. Exclamación de todos.)

 

MAYORDOMO.-  ¡Maravilla de maravillas! ¿Cómo lo supo su merced?

SANCHO.-  Antes de jurar, le dio el bastón a su compañero y dijo: «Juro ante todos los presentes y sobre la vara de la justicia que ya le devolví las monedas». Y cuando acabó de jurar, pidió apresuradamente su bastón; lo que me hizo sospechar que dentro estaba el dinero.  (Al VIEJO 1.º.)  ¿Creíste que tu engaño iba a durar siempre? ¡Pues no, señor! ¡Que la mentira dura mientras la verdad no llega! Y el ser mentiroso es un vicio muy feo. Después, ya nadie te va a creer, aunque digas la verdad. Pues bueno,  (Al VIEJO 2.º.)  tú ya estás pagado,  (Al VIEJO 1.º.)  y tú, avergonzado. Pueden irse.  (Al MAYORDOMO.)  ¿Hay algo más?

MAYORDOMO.-  Ya no, señor, porque es la hora de comer.

SANCHO.-   (Entusiasmado.)  Pues me parece que es esta la mejor hora del día.

 

(Salen las personas juzgadas. Entra el DOCTOR PEDRO RECIO con una gran mesa llena de fuentes y platos. Un PAJE descubre las fuentes y le pone a SANCHO, en el cuello, una gran servilleta de encajes.)

 

SANCHO.-   (Relamiéndose.)  ¡Ah, perdices! ¡Un lechón! ¡Cocido! ¡Conejos!

 

(Se sirve un plato y va a principiar a comer, cuando el DOCTOR señala el plato con una larga vara, e inmediatamente, el PAJE recoge el plato y se lo lleva. El movimiento se repite con varios platos. SANCHO, indignadísimo, mira al DOCTOR.)

 

SANCHO.-  ¿Puedo saber, señor mío, quién es su merced, y el por qué se me quitan los platos antes que pueda probarlos?

DOCTOR.-   (Pedante.)  Soy el médico de su Excelencia y tengo la obligación de mirar por su salud. Mandé quitar la fruta, porque es muy húmeda; y la sopa, porque es caliente.

SANCHO.-  ¿Y las perdices, por qué?

DOCTOR.-  ¡Prohibidas! Tienen sal; y la sal produce sed.

SANCHO.-  ¿Y el conejo? ¡Qué produce el conejo!

DOCTOR.-  ¡Peligroso!, ¡peligroso!

SANCHO.-   (Casi suplicante.)  Pero ternera, sí... sí puedo comer un poco...

DOCTOR.-   (Cediendo un poco.)  Si fuera asada... sí... ¡Pero no! ¡Prohibida también!

SANCHO.-  ¿Quiere decirme entonces, señor doctor, qué diablos puedo comer?

 

(El DOCTOR se acerca y parsimoniosamente le sirve, una por una, cuatro uvas.)

 

SANCHO.-  ¡Cuatro... uvas!, ¿nada más?

DOCTOR.-   (Cediendo.)  Bueno, y dos tajaditas transparentes de membrillate. Ayudarán a la digestión.

SANCHO.-  Pero... ¡Cual digestión!

DOCTOR.-  Eso es lo que comerá todos los días su Excelencia, para conservar la salud.

SANCHO.-   (Conteniéndose.)  Conque la salud, ¿eh? ¡Quiere decirme el señor doctor, pero rápidamente, cuál es su nombre?

DOCTOR.-  Con mucho gusto, señor: Pedro Recio de Agüeros, natural de Tirteafuera.

SANCHO.-   (Estallando.)  ¡Pues señor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Vete Afuera, quítese de mi presencia, que si no, tomaré un garrote y le partir en dos la cabeza!  (Desesperado.)  ¡Y denme de comer! ¡Denme de comer, si no, les dejo su gobierno, que nadie puede trabajar bien, si no come! ¡Es que no entienden!

 

(Se escuchan de pronto ruidos de tambores y rugir de artillería. Entra corriendo un PAJE.)

 

PAJE.-  ¡Señor, señor, ármese su merced! Que llegan a atacarnos nuestros enemigos.

SANCHO.-  ¿Armarme? ¡Pero yo qué sé de eso! ¡No sé nada!

PAJE.-  Aquí hay armas ofensivas y defensivas.  (Le dan a SANCHO un gran número de armas, de tal manera que este apenas puede moverse.)  Defendeos.

SANCHO.-  Mejor llamaremos a mi señor don Quijote. Él que nos defienda. Es un buen caballero y...

PAJE.-  ¡No hay tiempo!, ¡no hay tiempo! ¡A las armas!

DOCTOR.-  ¡Ya llegan! ¡Ya están aquí!  (El DOCTOR empuja a SANCHO. Este cae. Las luces se apagan y se oye el estruendo de una batalla.)  Todos corren de aquí para allá maltratando a Sancho.

VOCES.-  ¡Cuiden esa puerta!

Preparad los mosquetes.

¡Toma villano!

¡Ay de mí, soy muerto!

¡Disparen los cañones!

Defended la torre.

¡Adelante!, ¡adelante!

¡Las espadas!

¡Que no se escapen!

¡Cuidado!, ¡no huyan, cobardes!

¡Victoria!, ¡victoria!

 

(Se prenden las luces. SANCHO, que ha rodado de aquí para allá durante la oscuridad, está maltrecho, y quejándose con el PAJE parado encima de él. El MAYORDOMO va y lo levanta.)

 

MAYORDOMO.-  Levántese, señor Gobernador, y venga a gozar de la derrota de nuestros enemigos. ¡Hemos triunfado!

DOCTOR.-  Venga, vamos a celebrarlo, señor Gobernador.

SANCHO.-   (Atarantado y maltrecho.)  ¿Y mi asno?, ¿dónde está mi queridísimo asno? Hagan el favor de traérmelo, y tengan, tengan la capa, y el cetro, y los vestidos...  (Se va desvistiendo conforme habla.) 

DOCTOR.-  Pero, ¿qué hace su Excelencia?

SANCHO.-  Voy a regresar mi antigua libertad. Yo no nací para Gobernador ni para defender ínsulas. Yo solo sirvo para arar, cavar y podar. Bien se está San Pedro en Roma.  

(Entra el PAJE con el asno. SANCHO al ver a su animal va hacia él, lo abraza y lo besa.)

  Ven aquí, compañero. Te abandoné por mi ambición; pero bien empleado me lo tengo.  (Se monta en el asno.) 

PAJE.-  ¿Pero deveras se va, su Excelencia?

SANCHO.-  Y díganle a la señora mi Princesa que desnudo nací, desnudo me hallo; ni pierdo ni gano. Quiero decir, que en este gobierno entré sin dinero, y sin él salgo; no como otros gobernadores que yo me sé.

DOCTOR.-   (Suplicante.)  Quédese vuestra merced y le dejaré comer más.

SANCHO.-  Tarde hablaste, has de saber que todos los Panzas somos testarudos, y que cuando decimos nones, han de ser nones aunque sean pares.  (Da media vuelta y sale.) 

MAYORDOMO.-  ¡Ah, cuánto vamos a extrañar a tan buen Gobernador!

 

(Oscuro rápido. Luz a otra área. Entran el DUQUE, la DUQUESA y el CURA.)

 

CURA.-  Mire mi señora Duquesa, que ya se ha divertido bastante con el señor don Quijote y con su escudero Sancho Panza; Y así, yo le suplico encarecidamente que invente algo para que mi amigo don Alonso decida regresar a su casa; donde los esperan su sobrina y su ama.

DUQUE.-  Mucho los vamos a extrañar, pues son dos personas a las que les hemos tomado cariño. A don Quijote por discreto y valeroso.

DUQUESA.-  Y a Sancho por gracioso y humilde, pues no le envaneció para nada el haber sido gobernador.

DUQUE.-  Y yo ahora he pensado algo para obligar a don Quijote a que retorne a su casa, y que al mismo tiempo va a hacernos pasar un buen rato.

CURA.-  ¿Otro? ¿Y qué es ello, señor Duque?

DUQUE.-  Pues él ya quiere seguir su camino para buscar más aventuras; así que lo dejaremos partir; Y unos días más tarde, le saldré al encuentro disfrazado de caballero andante. Seré el Caballero de los Espejos y retaré a don Quijote.

DUQUESA.-  ¡Ah, qué bien! Habrá un duelo.

CURA.-  Pero así, no entiendo cómo puede hacerlo regresar.

DUQUE.-  Soy más joven que él, así que le ganaré. Y le pondré de condición, al vencerlo, que se retire de la caballería andante.

CURA.-  ¡Ah, eso me parece muy bien!

DUQUESA.-   (Entusiasmada.)  Llevarás un bello penacho, que tenga plumas y espejos... y el señor Cura puede servirte de escudero.

CURA.-  No, no. Yo no sirvo para eso. Además, me reconocería don Quijote.

DUQUESA.-  No, si le pongo una nariz postiza.

 

(El CURA quiere protestar, pero al fin se resigna. Oscuro.)

 
 

(Entran varios pastores con árboles y algunos matorrales. Salen. Entran DON QUIJOTE y SANCHO montados en sus respectivas cabalgaduras.)

 

SANCHO.-  Mejor sé manejar una pala que un cetro de gobernador, y prefiero recostarme a la sombra de una encina en el verano, que dormir en colchón de plumas, entre tanto susto y problemas que da la gobernatura.

QUIJOTE.-  La libertad, Sancho, es uno de los dones más preciosos que el cielo nos ha dado, y hasta que estamos privados de ella nos damos cuenta de su hermosura. Y hablando de otra cosa, Sancho, ¿puedes decirme cuántos azotes te has dado, a cuenta de aquellos 50 que prometiste darte, a fin de que mi señora Dulcinea quede desencantada?

SANCHO.-   (Confuso.)  Pues... pues... déjeme su merced recordar... me parece que... algunos. Sí... algunos.

QUIJOTE.-   (Esperanzado.)  ¿Como cuarenta?

SANCHO.-  No, no tantos, no tantos...

QUIJOTE.-  ¿Como... 30 entonces?

SANCHO.-  Un poquito menos... menos.

QUIJOTE.-   (Descorazonado.)  ¿Diez, acaso?

SANCHO.-  Casi sí... casi.

QUIJOTE.-   (Indignado.)  ¡Te exijo que me digas el número exacto ahora mismo!; que si no, ¡vas a probar mi...!

SANCHO.-  Uno... uno, el otro día.

QUIJOTE.-  ¡Uno!

SANCHO.-  ¡Ay, pero duele mucho!, no es tan fácil mi señor don Quijote.

QUIJOTE.-  Pues a este paso, no se va a desencantar nunca mi señora Dulcinea. Eres un indolente irresponsable, ingrato irresoluto.

SANCHO.-   (Para sí.)  ¡Ay, quién me mandó a mí inventar que estaba encantada!

QUIJOTE.-  ¿Qué dices?

SANCHO.-  Nada, nada, que me los voy a dar, sí.

QUIJOTE.-   (Exigente.)  ¿Cuándo?

SANCHO.-   (Lloroso.)  Pues... hoy mismo y en este momento. Lo que ha de ser, que sea.

QUIJOTE.-  ¡Ah, buen Sancho!, pues aquí tienes una buena vara. Muy buena.  (Le da la vara y se queda esperando que SANCHO empiece.)  ¿Y...?

SANCHO.-  No me gusta que me vean.

 

(DON QUIJOTE se voltea de espaldas. SANCHO, decidido, se da un azote y respinga dolorido.)

 

¡Ay, ay, ay, ay! ¡Duele!  (Al ver a DON QUIJOTE de espaldas, se dirige a los niños y les hace seña de que va a pegarle a un árbol. Lo hace, al tiempo que se queja amargamente.)  ¡Ay, ay, ay, ay! Váyalos contando su merced.

QUIJOTE.-   (Aún de espaldas.)  Con este son tres.

SANCHO.-    (El mismo juego.)  ¡Ay, ay, ay, ay!

QUIJOTE.-  Cuatro.

SANCHO.-  ¡Ay, ay, ay, ay!

QUIJOTE.-  Cinco.

SANCHO.-  ¡Ay, ay, ay, ay!  (Junto a los ayes de SANCHO se escuchan otros, bastante lastimeros, justamente detrás del árbol que SANCHO acaba de golpear.)   (Asombrado.)  ¡Ay, mi señor don Quijote! Este árbol se queja. Se está quejando.

QUIJOTE.-   (Volteándose.)  ¿Qué dices?

 

(Los llantos continúan. SANCHO, boquiabierto, solo acierta a señalar el árbol. De pronto, sale detrás de dicho árbol el niño ANDRÉS seguido de un LABRADOR, el cual le va pegando con una correa.)

 

LABRADOR.-   (A cada golpe.)  ¡Hay que tener abiertos los ojos! ¡Hay que ponerse listo!

ANDRÉS.-  Voy a poner cuidado. Juro que pondré cuidado.

LABRADOR.-  Por cada oveja, un azote. Por cada oveja, un azote.

 

(DON QUIJOTE, al ver la escena, toma su lanza y, rabioso, se dirige al LABRADOR.)

 

QUIJOTE.-  ¡Alto! ¡Descortés caballero, es muy fácil pegarle a quien no se sabe defender! Lo que estás haciendo es de cobardes.

LABRADOR.-   (Atemorizado.)  Señor, este muchacho es mi criado, y lo estoy castigando porque me ha perdido varias ovejas.

ANDRÉS.-  Pero me castiga muy fuerte y además de pegarme, no me quiere pagar los días que le ha trabajado. ¡No me quiere pagar!

QUIJOTE.-  ¡Ah, malvado explotador! Estoy por partirte a la mitad con esta lanza. Págale inmediatamente si no quieres morir ahora mismo. ¡Anda!

 

(El LABRADOR saca una bolsa y se la da al muchacho, el cual la recibe mientras se limpia las lágrimas.)

 

QUIJOTE.-  ¡Y largo de aquí, antes que me olvide quién soy y te dé palos, malandrín!

 

(El LABRADOR sale corriendo, y ANDRÉS, sonriendo agradecido, se acerca a DON QUIJOTE.)

 

ANDRÉS.-  Estoy muy agradecido por su defensa, señor...

QUIJOTE.-  Para eso estoy, hijo, para proteger a los débiles.

ANDRÉS.-  Dios lo bendiga señor, ¿y cuál es el nombre de su merced?

 

(DON QUIJOTE va a responder, pero se escucha de pronto una voz potente que al parecer sale de todos lados. Es la voz del DUQUE.)

 

VOZ DUQUE.-  ¡Don Quijote de la Mancha! ¡Don Quijote!

SANCHO.-   (A ANDRÉS.)  Ese, ese es su famoso nombre.

VOZ DUQUE.-  ¡Caballero de la triste figura! ¡Deshacedor de injusticias! ¡Defensor de viudas y princesas! ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondes?

QUIJOTE.-   (Gritando.)  ¡Don Quijote de la Mancha jamás se esconde! ¡Aquí estoy! ¡Aquí os espero quién quiera que seáis!

 

(Entra el DUQUE disfrazado de Caballero de los Espejos, montado en un caballo similar al de DON QUIJOTE, y el CURA detrás, disfrazado de escudero y luciendo una enorme nariz postiza. También va sobre un caballito.)

 

DUQUE.-  ¡Don Quijote de la Mancha! ¡Yo soy el Caballero de los Espejos! Y voy por el mundo haciendo confesar a todos los demás caballeros que Casildea de Vandalia, mi señora, es la más hermosa de todas las princesas que existen y existirán. Y así quiero que lo confeséis ahora mismo.

QUIJOTE.-  ¡Eso jamás! ¡Nunca confesaré una mentira semejante! ¡Más hermosa que mi Dulcinea, no hay ni habrá en el mundo! ¡Y estoy aquí para sostenerlo, a pie, a caballo; de día o de noche!, ¡hoy, mañana y siempre!

DUQUE.-  Pues entonces, ¡estoy dispuesto a pelear!; pero antes, impongo la condición de que si yo venzo, su merced se retirará a su aldea y se dedicará a pastor, durante un año entero, como una cruel penitencia.

QUIJOTE.-  ¡Acepto el reto y la condición!

 

(Los Caballeros se preparan para combatir. SANCHO, viendo con desconfianza al otro escudero, toma a ANDRÉS y lo lleva aparte como protegiéndolo.)

 

QUIJOTE.-   (Viendo hacia el cielo.)  ¡Princesa Dulcinea, señora y dueña mía, ayúdame en este lance!

DUQUE.-  ¡Señora Casildea, por tu belleza!

 

(Los Caballeros se miran por un momento y luego se acometen. Luchan ligeramente. El Caballero de los Espejos tropieza y cae. DON QUIJOTE se lanza hacia él y pone la punta de su lanza en el cuello de su rival.)

 

QUIJOTE.-  ¡Muerto sois, Caballero, si no confesáis ahora mismo que mi Dulcinea del Toboso es más bella, pero más bella que vuestra Casildea de Vandalia!

DUQUE.-  ¡Confieso! ¡Ay! ¡Confieso!

QUIJOTE.-   (Enérgico.)  ¡Y repetid conmigo: vale más un zapato descosido y sucio...!

DUQUE.-   (Quedo.)  Vale más...

QUIJOTE.-  ¡Fuerte!

DUQUE.-   (Gritando.)  Vale más un zapato descosido y sucio...

QUIJOTE.-  De la señora Dulcinea...

DUQUE.-  De la señora Dulcinea...

QUIJOTE.-  Que las barbas mal peinadas y enmarañadas de Casildea.

DUQUE.-  Pero... ¡Si Casildea no tiene barbas!

QUIJOTE.-   (Amenazador.)  ¡Repetid! Que las barbas mal peinadas y enmarañadas de Casildea.

DUQUE.-   (Resignado.)  Que las barbas mal peinadas y enmarañadas de Casildea.

QUIJOTE.-  ¡Ahora, levantaos!; y en cuanto podáis moveros, partiréis al Toboso, os presentaréis a mi señora Dulcinea y le diréis que yo, don Quijote de la Mancha, os he vencido.

 

(El DUQUE solo acierta a asentir con la cabeza.)

 

Y nos vamos, Sancho, que otras aventuras nos esperan. Los desamparados necesitan nuestra ayuda; hay princesas amenazadas por encantamientos y débiles oprimidos por la injusticia. ¡Vamos, Sancho, vamos! ¡Vamos a luchar contra los gigantes!

 

(DON QUIJOTE, caminando muy dignamente y seguido de SANCHO, baja del escenario y recorre el pasillo central hasta perderse en el fondo. El DUQUE lo mira alejarse mientras el CURA se acerca a él y se quita la nariz.)

 

CURA.-   (Desesperado.)  ¡Imposible! Resultó imposible regresar a don Alonso a su casa.

DUQUE.-  ¿Don Alonso? Don Alonso ya no existe, amigo mío. ¡Solo existe don Quijote!; un hombre, un caballero en eterna lucha por el ideal.

CURA.-   (En lo suyo.)  Y ese tonto de Sancho que lo sigue. ¡Ah, pero yo conseguiré que regresen!  (Sale gritando, iracundo.)  ¡Yo conseguiré que regresen! ¡Yo conseguiré que regresen!

 

(El DUQUE no se ha dado cuenta de las palabras del CURA ni de su salida. Solo mira admirado hacia la figura, que se pierde, de DON QUIJOTE. ANDRÉS se acerca a él, desde el fondo del escenario, y mira también hacia el caballero andante.)

 

DUQUE.-  ¡Adiós, adiós don Quijote! ¡Flor y nata de la caballería andante! ¡Que ganes reñidas batallas! ¡Que salves hermosas doncellas!

ANDRÉS.-  ¡Adiós, adiós, señor! ¡Protector de huérfanos!

DUQUE.-  ¡Que triunfes!, ¡que triunfes siempre, don Quijote!

ANDRÉS.-  Sí, ¡que triunfes! ¡Que triunfes siempre, mi señor don Quijote!

 

(Quedan los dos contemplando cómo se pierden las dos figuras en la lejanía. Oscuro rápido y telón.)

 

Primavera, 1974.



 
 
FIN DE LA OBRA