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- 102 -

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 6 de marzo de 1609.

Jhs.

1. Muy ordinaria cosa es ya irse Rivas sin que yo pueda saberlo, como lo ha hecho dos veces después que yo volví a Londres. Si no viese cuán fácil es perderse las cartas por Flandes, las encaminaría por allí casi siempre.

2. Por vía del padre Balduino recibí una de vuestra merced en que dice vuestra merced le enviará a él aquel recaudo que le supliqué, en que recibiré gran merced; es de 22 de septiembre, y tras ella he recibido otra de 23 de noviembre, y por entrambas beso las manos a vuestra merced muchas veces, que las estimo en lo que es razón y me consuelan mucho.

3. Muy mala nueva es para mí que quiero bien al hermano Tomás, saber que esté tan desasosegado y arrimado a su juicio propio como vuestra merced apunta; y temo no dé con él en alguna profunda miseria, que es mala bestia. Yo solamente podría desear su venida en caso que él se conservara en la Compañía y acá pudiera ser de provecho; y faltando cualquier cosa déstas, me afligiera su venida. Quedamos yo y los amigos advertidos, si Tomás viene, de lo que se ha de hacer, conforme a su aviso de vuestra merced.

4. La muerte de la señora doña María Coloma ha apresurado la partida del señor don Pedro, que, por ningún caso, dice, quedará aquí más. Yo lo deseo, por serle fiel y agradecida, que le está bien, sin duda, aunque lo sienten mucho los católicos, y su dirección en los negocios parece de gran importancia; que se ha sabido valer de la experiencia de tantas ocasiones pasadas, de manera que los católicos le aman y los herejes de cuenta muestran amarle y, por lo menos, le respetan notablemente.

5. De grandísima importancia es que el embajador que viniere sea hombre de juicio asentado y cuerdo, temeroso de Dios y que dé buen ejemplo en materias de honestidad y de juego; y que tenga, en esas mesmas, enfrenados sus criados, de modo que, por lo menos, no ofendan y escandalicen a los vecinos y amigos; y que sea celoso de la católica religión y muestre gran estima della; suave de trato, y, por otro cabo, de valor, resolución y dientes, cuando los negocios lo piden; y liberal y honrado en el trato de su persona y casa y con los herejes que trata cosas de Estado. Y si, sobre esto, es de juicio no duro y voluntarioso cuando conviene tomar consejo, habrá caminado por los pasos de don Pedro, en quien cierto se han conocido y visto todas estas propiedades. Gracias sean dadas a Dios. Los católicos y amigos nuestros a una temen todos que el que le sucediere no ha de dar tal satisfacción como él ha dado.

Bien será menester cuidado en procurarle cual conviene; y no se puede pensar cuánto de la gloria de Dios eso es y cuán importante a la honra de España, que, con don Pedro, se ha restaurado mucho; y el desprecio en que la tenían ha sido tal, que hay para quitar y dejar.

6. No sé quién puede decir que la persecución mengua, si no es que se lo parezca porque no llevan a la horca cada mes sacerdotes. Y eso parece, cierto, lo dejan de hacer sólo por policía infernal, viendo cuánto con sus muertes se enciende la devoción y celo y resolución en los católicos, y cuánta confusión causan en muchos herejes.

Esta ciudad está llena de serches, como lo está todo el reino, buscando sacerdotes en las casas de los católicos a todos tiempos y horas repentinamente, a que no pueden resistir ni cerrar la puerta, ni, tener un punto de descanso ni sosiego ni seguridad; y apenas hay lugar secreto que no haya sido descubierto de dos o tres endemoniados pursivantes, dos dellos poco ha caídos de nuestra fe, y dos sacerdotes apóstatas, que van en su compañía como oficiales de justicia, Al Kinson y Rose. El primero queda en la cárcel por otras bellaquerías menores que las que se aprueban por justa acción en él. Antes de ser preso, me dicen que llegó él y Rose a una casa católica la tierra adentro (que todo lo corren por robar a los pobres católicos y pelallos de mil maneras), y dijeron que sabían había allí un sacerdote. Y una moza que se llegó a su oído y les dijo que ella les mostraría dos que estaban en aquella ocasión en casa con que se le mostraron favorables y apretándola dijese en qué parte estaban escondidos, señaló a entrambos y dijo que aquello lo sabía porque los había visto ejercitar en otro tiempo su oficio y los confundió algo.

Y con esto y tanto sermón blasfémico, tantos legos y sacerdotes presos por nuestra fe meramente, tantas haciendas quitadas o disminuidas siguen lo mesahorcados seis o siete sacerdotes virtuomo; y en menos de cuatro años han sido sísimos por lo menos, y cuatro dellos religiosos; y sus cuartos y cabezas vamos mirando por esas calles en lanzas, puestos sobre torrecillas de las puertas que las dividen y cierran de noche, unos secos y otros más frescos, con pájaros pícanco encima; y a cada paso oímos mil vituperios y baldones por esas calles, viéndose al vivo aquello del Evangelio, corderos entre lobos, sin poder alcanzar en sus negocios justicia a derechas. Y si la alcanzan, es por cien rodeos de amigos cismáticos que tienen, y a peso de dinero por la mayor parte; y cosas déstas sin cuento, mudando diversas casas, por no ser convitos en las parroquias, saliéndose a casar y a parir a partes remotas do no las conozcan, por las penas que tienen puestas en el bautizarse o casarse católicamente. ¿Esto no es persecución? Ojalá que fuera así, como dice vuestra merced, que lo dicen.

7. En tanto, nos admira de que después que se quejó don Pedro fuertemente de que prendían los católicos a su puerta, cuando salían della a las mañanas, no se han atrevido más a hacerlo; y como vive al cabo de la ciudad, cerca del campo, no es parte de gente tan maliciosa como otras; y los vecinos están tan hechos a ello, que lo llevan bien. Y acude tanto número de gente plebeya y mediana, y alguna principal y ladis, aunque menos veces, que parece una parroquia; y cerca vive el padre Gon, que es clérigo del tiempo de la reina María, que no ve a decir misa, pero, sabe confesar muy bien y acude a la capilla siempre; y en un aposento a un lado, retirado, confiesa a cuantos quieren, que son muchos; y así hay ordinarias comuniones, y yo proveo de formas y hostias que se hacen en nuestra casa. Y las fiestas está la capilla llena, que es harto larga, y no basta, y llega a estarlo el siguiente aposento, a do hay abierta ventana.

8. Ahora dicen está muy ocupado el rey escribiendo contra el libro de Torto, capellán del cardenal Belamino. Y dicen mostró al obispo falso de Winchester cómo iba probando que el Papa es ante-Cristo; y él dijo al rey que le suplicaba no lo hiciese, porque dificultosamente saldría con ello. Sólo podía decir que si el Papa hiciese tal y tal cosa y si concurriese en el Papa tal o tal cosa, que ese Papa bien podría ser que fuese el ante-Cristo, pero no en otra manera; y entiéndese que le pareció bien al rey. Y también dicen ha contentado mucho a algunos en palacio la respuesta que dicen dió Su Santidad a embajador francés, pidiéndole de parte de su rey usase de benignidad y blandura con el rey inglés; porque era muy buen camino para todo. A que respondió, como cuentan, Su Santidad que las injurias personales suyas perdonaría de buena gana, sin muestra alguna de disgusto; y que a ese rey le había deseado, por ser hijo de su madre, mucho bien; pero que en las injurias hechas a Dios y a la Santa Iglesia no podía Él proceder como en las suyas. Y esto, corriéndole las lágrimas por el rostro, de que se han confundido algo, y algunos mucho.

9. Las treguas de Holanda dan cuidado a cuantos aman el bien de la santa Iglesia y salvación de las almas. Y háblase mucho, en ello, y nadie aprueba por cosa prudente, antes llena de inconvenientes en lo presente y futuro, aquel punto de «estado libre», en que concuerdan herejes y católicos, unos holgándose y palmeando sobre el caso que dicen se ha hecho, y otros pesándoles en el alma; y muy generalmente se estima por notable deshonor de España; y no sé que otras cosas deshonorables y para nada buenas dicen que hay en las treguas; y que dello, en Flandes, se habla mal, fuera de Bruselas, a do se desean treguas con bien extraordinaria demostración, según acá corre. Si no han de ser de su gloria, Dios las desbarate y deshaga por su misericordia. Mucho importa que no pierdan los herejes el miedo a España, pareciendo que empezaban a tenerle, y a desmayar algo.

Mande vuestra merced quemar esta carta, le suplico, que me importa mucho, aun más que sosiego, que no entienda nadie que escribo a vuestra merced especialmente estas cosas.

10. Una de las hijas del camarero mayor se ha hecho católica. Es su marido un lord, terrible puritano, que le decía mil males de los católicos; y ella le dijo un día que qué tal cosa sería si ella fuese por ventura algún día uno de los que él tanto abominaba. Y, poco a poco, lo fue en breve tiempo sabiendo él, y tomábalo, muy mal, y afligíala por ello, y ella se quejó a su padre, y aunque le respondió desabridamente, habló con su yerno (que es hombre de edad, y su mujer, muy moza) y díjole que la dejase en paz, o que la dejase venir a vivir otra vez con su madre, la condesa, como antes que se casase; y con esto se ablandó.

11. Cuatro padres han entrado de la Compañía., nuevamente, y otros sacerdotes; todos están buenos, gracias a Dios, si no es el padre Strang, que está siempre enfermo en la Torre, aunque, de un mes acá, con libertad de poderle visitar quien quisiere, y alguna esperanza de que será mudado a otra prisión no tan rigurosa. Parece que esto se hace porque desean que sea trocado su destierro con la libertad de aquel hereje que está en la Inquisición en Roma, y el tiniente de la Torre muere por ver libre a aquel hombre. Debe tocarle y quiere dar este alivio al padre, por que lo procure con los suyos. Y es tan mala bestia el alcaide o tiniente, y tan astuto y malicioso, que nadie se fía dél; ni creo yo irá a Strang, sino sólo gente pobre y desconocida.

12. El señor don Pedro es ido, con toda su casa, a Highgat, por temor, creo, de, la peste, que ha crecido mucho, y otras diversas enfermedades, y unos tabardillos de pintas moradas y gran calentura, que ha llevado no pocos desta vida, y entre ellos al buen secretario Sedeño, (murió en extremo bien); y junto a nuestra casita, un mancebo, de peste, en pocas horas; con que yo me salí della con toda mi buena compañía, a la de una vizcaína, viuda rica, que hay aquí; y ahora quedo en la del señor don Pedro como en un yermo, que es grande casa. Y aunque con unas nieves destos días han empezado a morir las dos últimas semanas algunos menos de peste, me habré de ir a Highgat la Pascua florida con mi gente, y su mujer y hijos del doctor Teylar.

13. La carestía crece mucho y la gente brama. Don Diego Girón, me dicen, que oyendo que costaba cada perdiz de las que le ponían a la mesa de don Pedro (cuando vino con su embajada los otros días) seis reales, él decía: «¿Seis reales? ¡Rabia en las perdices! La gana me quita de comerlas». ¡Carnero bueno vale a más de real la libra, y a real y medio; la vaca, cuatro peniques; y lo que compramos nosotras, como pobres, a cuatro y a cinco peniques la libra. Los conejos, real y medio y tres reales cada uno; y el pan, más de a treinta maravedís las dos libras, y no muy bueno, por la mayor parte. Un carnero entero, si es bueno, sesenta reales, y llaman también carnero a la oveja; y ésta venden en todas partes a dos peniques la mala, y la mejor, a tres o cuatro, y aún creo que a más. Una vara de raso negro de Italia, que es bien baladí (no de Florencia, que ése es escogido), vale más de treinta reales, y todo va así.

14. Mire vuestra merced los pobres católicos de qué de modos padecen. Y todo está lleno de malicia y libertad y falta de policía en el común gobierno. Los vestidos de los que mueren de peste venden luego en la ropavejería, y se mezclan con los sanos, y no guardan las puertas ni miran en las vituallas. Un carro cogieron, acaso, ahora un año, con un apestado muerto, en el que le llevaban al campo, y era el carro en que el dueño traía zanahorias a vender; y por ganar algo y no volverle vacío del todo a su lugarcillo, tomaba en él aquella carga. Y así, jamás falta, ni una semana en el año, peste. Y cuando se encendió cuatro o cinco años ha, dicen morían sin cuento.

Los puritanos dicen que no se han de guardar, y que es dicha morir de peste; y que aunque estén junto a ellos, no se les pegará sino a aquellos que ya están señalados de Dios, guárdense o no se guarden; y que es infalible, y es falsa locura guardarse; y, con todo, creo que muchos dellos se salen de Londres; que esto se usa, irse cuando crece y venir cuando mengua, y hacer una cruz colorada sobre cada puerta apestada por un mes, con un rótulo encima pidiendo a Dios misericordia. Y los médicos no curan peste, ni les pasa por pensamiento fatigarse con eso si van a sus casas, algún remedio que tomen venido; y no hay más, y se van en ellas sin saludar al enfermo; y por otros males, no hay quien visite una vez por menos de verles, aunque sea a gente pobre, y bien raro debe ser ir por menos, do no hay... parentesco o rara amistad.

Un doctor hay aquí de los católicos, y es lo mejor, y sin dineros me dice ha de curar siempre a los amigos, y a mí también.

15. Mis compañeras besan las manos a vuestra merced; y ellas y yo reconocemos la merced que vuestra merced nos hace en dar mis cartas y recoger las limosnas que nos han hecho, y esperamos será lo mesmo adelante. Y no piense vuestra merced que no toca esto a la misión; que espero en Dios han de ser de gran provecho y ejemplo estas almas en Inglaterra.

No nos olvide vuestra merced en sus oraciones.

Cada hora espero la partida de Rivas, y pienso está ya muy cerca, y así, habré de cerrar mi pliego para enviarle al señor don Pedro y que no se quede acá.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como lo deseo, amén.

De Londres, 6 de marzo de 1609.

16. Suplico a vuestra merced que si fuere aquí carta y una cajilla para la duquesa de Medina, que se la envíe de modo que no se pierda, si ella no está ahí.

17. El padre Roberts está otra vez preso en Gathouse, y con él el padre fray Gregorio, monje también, y otro monje mozo en Newgat, hijo de un amigo de la Compañía, mozo alto y muy desenfadado; está muy firme y resoluto. ¡Dios les dé perseverancia!

Un padre de la Compañía, de los que vinieron poco ha, tomaron el otro día; pero dejáronle libre, por dineros que dió la señora en cuya casa le hallaron, que fue gran ventura.

18. El miércoles de Ceniza vino un capellán de don Pedro a decirnos misa y dárnosla: hubo concurso, y llegaban con gran priesa y devoción a tomar la ceniza, que me cayó, cierto, en gracia. Tanta es la gana y sed con que están de las ceremonias y cosas de la santa Iglesia católica. Y creo yo tomaran ceniza otra vez los que pudieran tener aquel día sacerdote, o hallarse donde le haya.

No tengo tiempo para leer las cartas que he escrito; perdone vuestra merced las faltas de ésta.

19. Dícennos que viene a este oficio don Luis Gaitán de Ayala, hijo del corregidor que fue de Madrid, don Juan Gaitán.

20. No sé si sabe vuestra merced lo que el doctor Teylar ha trabajado aquí; es inglés y gustan de él en palacio, y sabe mucho de todo, y es temeroso de Dios y gran estrecho amigo de los padres nuestros. Y Cecilio le muestra gran voluntad: no se quién pueda quedar en su lugar que lo haga tan bien como él. Debrían hacerle merced y ayuda de costa y dejalle aquí; tiene muchos hijos niños, y aunque es viejo, y mujer, y trabaja como un negro, de mañana y noche, en la Corte.

21. Al señor don Rodrigo y a mi prima beso las manos, que no creo lo he hecho en ésta. Dios los bendiga y a sus hijos.

Escribióme vuestra merced que la duquesa de Medina quería dar un real cada día a una de mis compañeras, no sé si se acuerda su excelencia dello; empezamos a tener necesidad, y ido don Pedro, no nos queda cosa alguna; y el dinero de doña Ana María presto, se consumirá, que cuesta una casa, harto estrecha, veinte libras al año.

Al padre José Cresvelo, que Dios guarde de la Compañía de Jesús, Madrid.

Suplico a vuestra merced no se me pierda ninguna desas cartas; la de María de Cristo es para doña María Temiño, criada de la Condesa de Miranda. Madrid.

Suplico a vuestra merced no se me pierda esa capilla para la duquesa de Medina. -Luisa.




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A la marquesa de Caracena


Londres, 6 de marzo de 1609.

A la marquesa de Caracena, mi señora amadísima, que Nuestro Señor guarde muchos años.

1. Porque vuestra excelencia entra en la suya, primera y última que he recibido en este yermo de Idumea, haciendo relación del dichoso fin de los dos ángeles, Juan y Luis, quiero yo también en el principio de la mía agradecer a vuestra excelencia la merced que en ello me hizo, y extraordinario consuelo que me causó. Pienso se escribió con lágrimas, pues no se pudo leer sin ellas. Parecían, señora de mi alma, buenos para la tierra; pero, en ella, los mejores corren a cada paso riesgo de eternos bienes, que sus hijos aseguraron ya; y así, debemos volver las lágrimas sobre nosotros mismos, que vivimos sin seguridad. Cruel género de afición frenética y contraria a todo verdadero, y fiel amor fuera traerlos otra vez a este valle de miserias y despeñaderos, dado caso que estuviera en nuestra mano hacerlo. La sucesión, pintada a nuestro modo, tiene más de vanidad que de gloria de Dios; y si se asegura una edad, en otra se trueca, desbarata o pierde. Y alégrese vuestra excelencia mil veces más de haber tenido tan dulce y agradable ofrenda que hacer a su Dios, y con ella sacrificio y holocausto tal y tan abrasado de su mismo corazón. ¡Qué buenas Pascuas de Resurrección y Espíritu Santo dió Nuestro Señor a vuestras excelencias! Glorifíquenle cada año en particular por ellas: Él lo sea millares de eternidades, por lo que aquellos ángeles le debieron en vida y muerte. Yo no sé en qué parezca permisión de pecados de vuestra excelencia, sino premio de buenas obras, pues fue suceso que no quitó a nadie nada de espíritu, antes le mejoró y le ha aumentado en vuestras excelencias, según yo he oído por muy cierto. Y, por lo menos, el caso mirado en sí, con luz de Nuestro Señor, era dichoso.

2. ¡Qué buena carta ésta de vuestra excelencia, prima y señoría mía amadísima! ¡Cómo me alienta vuestra excelencia a que siga las dulces pisadas de Cristo! ¡Qué llena viene de la santa memoria de mi tío y de las misericordias que Nuestro Señor ha hecho y hace al marqués! A todos suplico que, en las visitas del Santísimo Sacramento, se acuerden de mí muy de veras con Nuestro Señor.

3. Lo que a vuestra excelencia han dicho algunos siervos de Dios en cuanto a mi perseverancia, creen otros muchos ser lo mejor. Y veo, mi amada señora, que ni aun el pensamiento no deja Nuestro Señor que vuelva a mirar el puerto, y menos la mar, sin darle grandes sofrenadas al mismo punto, y secarse su Majestad con mi alma, volviendo el rostro de su dulce presencia interior. Y si busco razones de verdadera y sólida doctrina de perfección de espíritu, todas me muestran esto por voluntad de Dios, hasta ahora a lo menos. Y sin su muy especial ayuda y esfuerzo no sé cómo se podría ir bebiendo cáliz tan amargo, porque no hay cosa que pueda aliviar si no es sólo padecer y ver padecer a los siervos de Dios, y la abominación stantem in loco sancto, con la mayor insolencia que se puede imaginar.

4. Estoy deseosa, que en este erial, en esta selva de sierpes y bestias fieras, nuestra pobre casita le sea a Nuestro Señor apacible y deleitoso jardín. Y lleva talle de ello, sin embargo de mis miserias y poco buen ejemplo que doy a estas doncellas que me hacen compañía. Porque son almas muy puras y resueltas a cualquier trabajo y dificultad por la gloria de Dios, y no desean salir de Inglaterra, sino perfecionarse en ella, que es a lo que yo tanto me inclino y pretendo; y que del mismo suelo do suben los espesos humos de enormes e innumerables pecados (no sólo en materia de religión, sino también en el quebrantamiento de todas sus santas leyes y preceptos), suba el incienso, y los perfumes aromáticos, que templen la provocación que esotro causa en el soberano acatamiento de Dios Aquí, en deseando alguna llegarse de veras a Nuestro Señor, se sale de Inglaterra a ser monja; y ese curso siguen todas, sin excepción. Pero estas doncellas, con sólo haber hecho discurso de mi trueque de España por Inglaterra, se han hallado trocadas, y con llamamiento grande, a lo que parece, de asentar su real de vida perfecta y mortificada y pobre a vista de tantos fuertes escuadrones infernales. Y copero crecerá el número de ellas. Y si no les faltan las calidades que se requieren para el espíritu, aunque sean tan pobres como las de hasta aquí, no creo les cerraré la puerta. Afligíanseme el otro día, porque no hallan labor (que la hacen buena), ni era posible vender, sino con notable pérdida, el oro. falso que de mí han deprendido con buena maña y presto (por lo mucho que viene de Francia a bajo precio). Y yo las he procurado dilatar el corazón con aquellas palabras de Nuestro Señor: Quaerite primum regnum Dei. Por nuestra cuenta corre, con su santísima gracia, gastar bien el tiempo, y gobernarnos sin flojedad en lo que es trabajo de manos, y en lo demás que pide nuestra profesión; y por la de nuestro benignísimo Dios el sustento y conservación de nuestra vida, en el modo que a Su Majestad más pluguiere. Y sírvese de darme ánimo, y muy suficiente, contra el desmayo que puede causar el estado en que está Inglaterra, para pedir en ella limosna; que es tal, que sólo quien lo toca de cerca lo sabe.

5. Los sacerdotes y religiosos presos por la fe quedan con salud y grande constancia, gracias a Nuestro Señor. La condesa que vuestra excelencia pregunta, nieta del almirante de Inglaterra, nunca ha estado presa: vive en casa de su madre, y solamente se le impide que no vaya donde fue su marido.

6. Guerra ha habido, en Irlanda sobre la religión, y poco a poco se ha ido desbaratando. Allá no aprietan tanto a los católicos como en Inglaterra; y en entrambas partes hay muchos, y muy constantes, y resueltos en materia de fe. Consérvelos y auméntelos Nuestro Señor, y vuestras excelencias los ayuden con sus oraciones.

7. Ahí puede ser vayan algunos mercaderes o otras personas inglesas, o de las demás partes sujetas a este rey, con piel de ovejas y mostrándose católicos, como lo han hecho en Madrid y en Flandes muchas veces; y después vienen aquí a traer nuevas y enredos; y dicen que se confesaron con religiosas, y que les aconsejaban en la confesión traiciones y cosas muy mal hechas. Y así, señora, poco crédito se debe dar a ninguno de estas naciones, sino dan satisfacción con cartas de acá o señas muy bastantes. Dígolo, porque en esto no se puede perder nada; aunque sé la prudencia con que en todo va el marqués.

8. Suplico a vuestra excelencia me alcance oraciones de siervos de Dios para que Él pueda ser glorificado en mí, y en las cosas para que Su Majestad me ha querido: que impiden, señora de mi alma, mucho mis pecados, y he sido muy imperfecta en Inglaterra, tanto como en España; y mucho más, porque cae sobre mil nuevas misericordias; y cada día crecen ésas, a vueltas de las malas yerbas de mi infiel corazón.

9. A Nuestra Señora de Montserrate debo enviar una candela, o figura pequeña de cera. Vuestra excelencia, pues está más cerca, me haga merced de descargar en eso mi conciencia, y de avisármelo, para que pierda cuidado.

10. Guarde Nuestro Señor a vuestra excelencia y déle su amor santísimo en el grado que le suplico. Amén.

De Londres, a 6 de marzo de 1609.

Luisa.




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Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 7 de junio de 1609.

Jhs.

Al padre José Cresvelo, de la Compañía de Jesús

1. ¡Cómo me pesa de tornar la pluma para carta de vuestra merced con poco tiempo! Y más tan sin salud como ahora quedo, con el corazón malísimo, como lo está cuanto se ve aquí.

2. El señor don Pedro suplirá por mí, dando mil nuevas de todo a vuestra merced. Bravamente sienten su partida católicos y herejes generalmente, en todo el reino. Para todos ha sido apacible y bueno; y un león aun en la menor jota del honor de Dios y de España; y eso a nadie ha parecido mal, antes hecho que le tengan por gran caballero.

Y sepa vuestra merced, si le he de decir verdad, que quedan muy desalentados con su sucesor Cornuallas. Tengo grandes cuentos de él, y ya ellos se han visto algunos. ¡Tiénenle por muy incapaz de esta embajada! Plega a Dios que salgan mentirosos. Ha parecido mal que traiga a su hermana y nuera. De esas cosas no gustan acá; paréceles venía muy cargado de mujeres para el gran desembarazo con que ha menester estar el embajador aquí. Son diabólicos los ingleses, señor. Prometo a vuestra merced que, en este corto tiempo le han penetrado muy bien. Dicen que es demasiado do llano, y que fácilmente trata lo que sabe. No sé por dónde pueda escribir a vuestra merced lo que hubiere, que temeré de él que me abrirá las cartas, con algunas razones que allanen la conciencia; que ésta, creo yo tiene él muy buena.

3. Ya debe saber vuestra merced que el padre Miguel está preso seis meses ha; y ahora, en harta dificultad el poderle sacar don Pedro, con los sacerdotes que le dan; solamente porque saben es hombre de la Compañía, docto y de los que más fruto hacen. Y el Parlamento está junto a su cárcel, que daña harto para su libertad. En él hemos perdido muchísimo, y ahora en don Pedro, todo lo temporal.

¡Qué prueba ésta, señor! Si yo lo quisiese explicar, lastimaría a vuestra merced. Encomiéndome a Dios, le suplico muy afectuosamente, que me siento en extremo afligida. Gracias a Dios que me da ánimo para perseverar. Sin embargo de todo, temo perderle por mis pecados y desagradar en ello a Su Majestad.

No tengo lugar de buscar sus últimas de vuestra merced para responder a ellas, con esta mudanza de Highgate a Londres, y estorbos de visitas y cartas hartas que escribo; que a eso llega la caridad de don Pedro, que quiere llevar algunas para procurar con mis deudos que me hagan limosna; porque le quiebra el corazón dejarme aquí y tan sin a quién volver la cabeza en nuestros desamparos. Don Alonso le dice hará mucho por mí; pero que ha de ser en yéndose él. Dióme por grandes ruegos un aposento que está junto a los nuestros, y desde ha dos días, me le quitó, diciendo que lo había de quitar presto; y más valía quitármele luego; y a este tono es todo cuanto hace. Y muere de miedo, de que yo le he de poner en trabajos, trayendo teatinos a mi casa, como él dice; al principio entró tratando de que yo me fuese de Inglaterra.

4. Todos los libros vinieron, excepto el de la Villanueva), y dos tomos de los de fray Luis, que eran «Memorial» y «Adiciones», que son tres libros, en todos, los que me ha perdido Luis Port. Y si el «Flos Santorum», de Cairasco, era de doce, meses, perdido ha también los seis, porque no trujo más que un cuerpo de los otros seis. Despidióle su amo, en viniendo; y harto fue que lo quisiese hacer, que sepa vuestra merced que convenía mucho; lo mismo le parecería a vuestra merced si supiese las razones. Él debe ser buen católico, aunque creo que moderno. A los padres pesó mucho verle venir con el embajador. Pienso, según lo que dicen, que un gran motivo de Estado le hizo tanta fuerza a don Alonso para enviarle, como fue saber que debía en Londres tres o cuatro mil ducados; y que, un día, se le prendería por deudas. Y su mujer vive aquí harto pobre.

5. Don Pedro viene ya a despedirse de mí, ya para irse: atájame. Si se detiene en Flandes, allí le enviaré cartas para vuestra merced y el padre Espinosa y el padre Lorenzo. Sus oraciones pido. Y Dios guarde a vuestra merced, como deseo.

De Londres, 7 de junio, 1609.

Aún no, sé qué sacerdotes lleva el señor don Pedro: ha habido gran dificultad en el negocio. -Luisa.

Esa carta suplico a vuestra merced envíe luego a mi hermano; y las demás, muy a recaudo, a quien van.

Al Padre Joseph Cresvelo, que Nuestro Señor guarde, de la Compañía de Jesús, etcétera.




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A Leonor de Quirós


Londres (Haigat), 4 de julio, de 1609.

Jhs.

1. Vuestra merced entra conociendo lo que se ha olvidado de mí, y no admito la disculpa; pero tengo por suficiente satisfación de mis cartas y de mi amor, el haberse acordado tan de veras siempre, de mí en sus oraciones, como me certifica.

2. Díceme vuestra merced que quisiera ser la carta; y, si pasa de cumplimiento, es gran muestra de espíritu inclinarse a tierra tan llena de espinas y hieles; lo cual es en materia de virtud; y en las naturales, de poquísima importancia y gusto. La vida en ella me parece a mí tan martirio como el acabarla en la horca.

3. ¡Qué cortas nuevas me da vuestra merced de sí y de mi señora la Duquesa y su hija, siendo una de las cosas en que más merced me puede hacer! Creo que es muy perezosa en escribir; pero, para consuelo de una tan remota peregrina amiga, desecharla debe vuestra merced.

4. Huelgo mucho de que continúe con la dirección espiritual del Padre Hernando de Espinosa, que la tengo por bonísima y aplicase a ayudar a la perfección, que es gran cosa.

5. Muy buenas son las nuevas de Catalina de la Encarnación y Inés y Isabel. De María de Cristo, estando más cerca, se le ha olvidado a vuestra merced. Déle mis besamanos y pídale no me olvide con Nuestro Señor. Tendrá su compañera de vuestra merced nuestras oraciones; las mías son miserabilísimas; deseamos las suyas y las de vuestra merced.

6. Y no podrá creer qué buena compañía tengo y lo que esto me alivia. Ahora espero otra doncella a quien yo quiero mucho, días ha, bien, por su virtud y entendimiento.

7. El señor don Pedro se va, y yo lo llevo con el contento que lleve salir de España. En ley de fiel corazón lo debo, por lo bien que le está; que diez hermanos juntos no hubieran hecho conmigo y con nuestra casa lo que él; aun de los mejores.

¿Y de dónde sale eso sino del profundo piélago de benignidad que es Dios? Y ha sido más dulce en tomar medios de su providencia tan aptos y dispuestos a liberalidad y misericordia, que no ha podido sufrir que nos venga a faltar nada. ¿No es cosa admirable y rarísima? ¡Qué dulces y recias experiencias de desamparo y destierro son los que se tienen por Él!

Ayúdeme vuestra merced a amalle y glorificarle.

Escribo a mi señora la Duquesa, y no quiero ser aquí más larga.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced en su santísimo amor, como deseo.

De Haigat, 4 de julio de 1609. -Luisa.




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- 106 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 4 de julio de 1609.

Jhs.

1. Bien creerá vuestra merced, si no, me tiene por ingratísima, que no me olvido de la merced que me hacía. Y es cierto, señor, que, en el grado que tengo por intolerable cosa serlo, me hallo reconocida en la divina presencia, do sirvo a vuestra merced y a mi prima con mis pobres oraciones. Y considerando sus grandes ocupaciones de vuestra merced y el poco valor de mis cartas, no le he escrito, hasta ahora, que me he hallado con un especial deseo de suplicarle se acuerde mucho, de lo que debe a Dios y le ame de corazón y glorifique, y le procure traer delante los ojos, no prefiriendo cosa alguna criada al cumplimiento de su santa ley.

2. ¡Qué grandes servicios puede vuestra merced hacerle ahí, y qué natural y partes le ha dado Su Majestad soberana para saberlo hacer muy bien, si quiere! Ponga vuestra merced y conserve su alma en la estima de Dios y de sus fieles siervos en tan gran puesto como en la humana lo está, y será felicísimo; y podrá esperar la muerte y la cuenta que se ha de dar a Dios, sin asombros ni pasmos del infierno, que empieza acá.

3. El padre Cresvelo me ha escrito que tiene vuestra merced un hijo más, tan lindo como el que yo vi. Sea muy horabuena; y a todos bendiga Dios en esa casa; amén.

Y guarde a vuestra merced y le dé la gracia y santísimo amor suyo que yo deseo y a Su Majestad suplico.

De Highgat, junto a Londres, a 5 de julio, 1609.

4. A mi prima beso las manos, y le suplico tenga ésta por suya. Deseo servirlos en cualquier cosa que pueda, como lo haré mandándome.

Mi hermano me escribe que le tiene vuestra merced comprado a mercedes, y nunca acaba de decir lo que vuestra merced merece y vale; y no lo ignoro.




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- 107 -

A la madre Mariana de San José


Londres, 5 de julio de 1609.

Jhs.

1. El tiempo incierto de partir el correo, me hace tomar la pluma primero para vuestra merced que para Inés de la Asunción; si me faltara el que deseo, creo me perdonará de buena gana.

2. Recibí la del cuatro de abril, que agradezco a Nuestro Señor con todo el afecto de mi corazón. Hínchese con las nuevas y frescas memorias de mi amadísima señora de unos afectos que no puede fácilmente despedir, y parecen inútiles, estando el fruto tan lejos de la esperanza. Suelo yo decir: ¡Ay Dios, y quién la tuviera aquí! Y sabe Su Majestad si hay que le ofrecer, y cuán a la medida es de lo que sé redundara en tan grande gloria suya. Si en Inglaterra hubiese alguna toleración de conciencias y religión, aunque no fuera para en público monesterio, camino se abriera harto ancho a mi deseo.

Algunas santas almas de su Iglesia han de hacer fuerza a Dios en este caso, con aquella fuerte y eficacísima oración que puede hacérsela. En otra manera, muy fuertes y profundas raíces tiene echadas la herejía aquí.

Don Pedro ha añudado alguna amistad con España; y por sus respetos se templan hartas destemplanzas que suelen y desean usar contra los católicos: si esa se estrechase más, sería gran cosa. Admirable es Dios y riquísimo en misericordia. Él despierte voces, y se sirva de oíllas, por quien Él es, y entre tanto duélase vuestra merced de la necesidad con que estas almas, que se van juntando aquí, están de quien las gobierne y guíe a espíritu de perfección; y alcánceles a ellas y a mí quien sepa y pueda hacerlo, que entrambas cosas me faltan, aunque mucho más la primera.

3. Y la salud ha estado tal, de una sangría hecha después que escribí a vuestra merced, que, si se partiera Ribas catorce días ha, no me fuera posible tomar la pluma en la mano; que me ha tocado el humor de la palpitación tanto, que pensaba tornar atrás a las apreturas pasadas: ocho días ha que me hallo con notable mejoría.

4. Es cosa maravillosa saber dejarse en las manos de Dios cuando Él lo da. Estando así con aquel accidente, que no sufre susto, ni priesa en nada (debió querer tocar al arma, de falso, el dulce Señor), vino don Pedro a mí, en extraordinaria hora, por la mañana, y díjome con el rostro algo alterado (que en él es mucho), que dónde quería que él me tomase casa, porque no se quería ir y dejarme en la calle. Que a él fe parecía que junto al embajador veneciano era lo mejor, por ser buen hombre y asegurar más la misa. Díjele si se burlaba; que yo sabía tenía orden de aguardar nuevo sucesor en su oficio. Dijo que no era en burla, sino que creía, antes de quince días, estaría fuera del reino. Y preguntando si había tan pesadas ocasiones que le obligasen a aquello, se cerró, dando prisa a lo del tomar casa.

5. Pasó una cosa dos días antes, que, sin duda, arrevolvió al rey la sangre; pero no pensaba yo que lo dejaría Nuestro Señor llegar a ese extremo; y fue una acción que hizo don Pedro de celo de religión y gran ejemplo. Concluí con que junto al veneciano se tomase; que no era fácil hallarla (porque se usa mucho alquilarlas por veinte años y treinta, con dinero adelantado); y eso bastaba a quien apenas podía hablar y haber de ir a buscarla conveniente yo mesma, y dar orden en mudarnos a Londres, y mirar dónde esconder nuestros recaudos de altar, imágenes y libros hartos, que se guardan aquí de amigos; y mil riesgos que en semejantes sucesos asoman, haciendo asombros; pero lo que más nos dolía era perder la seguridad presente de guía y dirección de alma. Volvíme al Señor soberano ofreciéndome a seguirle tan sin condición como cuando partí de España, de que no me hallaba arrepentida; y solamente le suplicaba que el estar en Inglaterra fuese por su mera voluntad y santísimo beneplácito; y si no, me sacase de ella adonde más servido fuese; y con esto quedé aliviada. No lo quise decir a mis compañeras, hasta que regase la última hora. Acertó a haber venido nuestro padre, y consolóme con que, si fuese así, que quería Dios apresurar mi muerte con algún muy dichoso fin, y que él no nos faltaría en ningún tiempo, aunque más peligroso pareciese pará su persona.

A la tarde volvió don Pedro, sosegado y sin tratar de nada.

6. Siempre ando pensando por dó poder entrar a dar principio a la fundación de esa recoleción en Flandes, que deseamos. En Lovaina, do está el noviciado inglés, ha habido un monesterio de San Agustín, de monjas flamencas e inglesas; y tantas de entrambas suertes y naciones, que se llevan tan mal, que ha sido forzoso tratar apartadamente de sacar las inglesas a una casa y hacer en ella nuevo monesterio de esa orden; y los deudos suyos, desde acá, lo deseaban, y ayudarles a ello. Está allí un padre inglés, que se llama Gerardo, de quien Inés ha oído hartos santos hechos en Inglaterra. Es espiritualísimo, y puede con ellas mucho. He resuelto escribirle, para saber si son personas de espíritu y aptitud para ser recoletas; y si lo son, que lo procure.

Quisiera saber qué podría hacer el señor doctor Martínez, aunque no fuese mucho por ahora; y qué llama vuestra merced estar perdida su hacienda. Déle vuestra merced, le suplico, mil entrañables encomiendas mías y besamanos.

7. No acabo de entender qué es lo que retira tanto a todos de salir de España a coger frutos de espíritu y amor de Dios, más doblados y recios; así por la mayor dificultad y trabajo, como por la mayor necesidad que hay allí, que en España, de quien aliente el espíritu y camino de perfeción. A las Indias hartos pasan por ganancia material y baja, y con mercancía a otras partes por ganar dos reales más; y aquí no hinche el ojo a tantos, y estotro no hay quien lo arrostre. Podría ser que fuese en muchos inclinacioncilla infiel y tocada de propios respetos, y no desinteresable, como otras muchas que heredamos de aquella primera caída y deslealtad de Adán.

Si España no estuviera tan proveída de espíritu y doctrina y ejemplos, bien; pero, gracias a Dios que tan misericordiosamente lo ha hecho con ella, y tan diferente y mejor de todas estas naciones que yo he visto, en esa materia y en otras; y todas la impugnan, desestiman y abaten con sus lenguas, ensalzando sus cosas con extraordinaria fuerza.

En dos o tres puntos se me ha ido toda la carta: estoy algo atada a no alargarlas, que escribo mucho.

8. El padre recibió sus recaudos de vuestra merced, con que holguéme; que la ama y estima, y sepa vuestra merced que es gran siervo de Nuestro Señor; que, por sus cartas, de eso se puede descubrir poco, y menos de su buen entendimiento y otras muchas buenas partes que Nuestro Señor le ha dado, con un juicio y consejo muy cuerdo en cualquier importante caso; y caridad para con nosotras, mayor que sabría decir. Es de los más doctos que hay en Inglaterra conocidamente; y de los que tratan más de espíritu y perfección, en lo que se puede juzgar para conmigo y las almas que trata; y escribe bien contra herejes, en que se ocupa mucho. Aborrece escribir cartas, naturalmente; y cuando lo hace, es tan violentamente y, a mi parecer, tan sin cuidado, que se desluce en ellas. Si yo siguiese su ejemplo, o lo que algunas veces insinúa con dos ringloncillos, «y cómo estáis, buena estoy», se acabaría el despacho.

9. Para los que vuestra merced manda que yo escriba, casi no hallo entrada ni salida: esfuérzome a ello lo que puedo; y por lo que ahí se halla de Dios con tanto motivo de glorificarle, no me admiro aún tanto, como en lo que dice vuestra merced de retrato: parece cosa del todo inútil. Que tal pintor flamenco ha venido aquí criado, en España, en casa de Alonso Sánchez, tan bueno como él en pintar; pero no en la devoción y virtud; que, aunque es hombre moral y modesto, es de los más empedernidos herejes que he visto. Tiénele don Pedro en la casilla de las huertas, junto a la nuestra, dos semanas ha, pintando. Yo gasto ratos con él sobre los puntos de fe, que no cree. Entiende muy bien español, y hablado bien; y así le he podido apretar mucho, y servirse Nuestro Señor que me ayude la memoria de importantes y muy concluyentes razones que he leído y oído. Cójolo solo, y llevo una o dos de mis compañeras, y él tiene allí su mozo y su hijo niño. Delante de los de casa de don Pedro no gusto hablar. Muestra amarme mucho el pobre hombre, y tiene muy gentil entendimiento. Placer es hablarle, por lo que a eso toca, que presto cala lo que se le apunta. Viénese a hallar estrechado, y queda como en pasmo mirándome con ferocidad, hasta que vuelve en sí y abaja los ojos. Suplico a vuestra merced cuanto puedo que tome esta alma a su cargo, de veras, con Nuestro Señor; para otras desearía su ayuda, de ésta ahora sólo quiero tratar.

10. A esas religiosas envío mis humildes recomendaciones, y pido sus oraciones, especialmente a las dos Franciscas, de quien vuestra merced me diga siempre, que me causa grande consuelo.

Del licenciado Manrique no he sabido, más ha de dos años, ni una palabra, holgara saber si ayuda todavía a esa casa.

11. Nuestro espiritual Padre desea acá los libros; que de esto hay gran necesidad y falta; y las imágenes y crucifijos; y así, envío por ello, por vía de doña Ana María de Vergara.

Guárdeme Nuestro Señor a vuestra merced tan para su gloria como se lo suplico.

De Haigat, 5 de julio, 1609.

Sierva de vuestra merced, Luisa.




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- 108 -

A don Alonso Carvajal, su hermano


Haigat (Londres), 5 de julio de 1609.

Jhs.

1. Cuando partió de aquí el correo que me trujo la primera de vuestra merced, sólo pude, en pocos ringlones, decir el contento que recibí. Allí se queja vuestra merced de mí apretadamente, siendo así que, en la carta que le dejé escrita en mi partida, mostré todo el amor y estima de su persona que me fue posible, y vuestra merced se retiró en la correspondencia totalmente; y yo seguí la comenzada vía adonde la sed de Dios grande apaga la de cualquier encendido amor de criaturas y hace despreciar la necesidad que parece se tiene de la ayuda y amparo dellas. Y esto bastará para siempre en cuanto a este punto.

2. Y lo primero sea glorificar a Nuestro Señor, hermano mío, por tan duce y singular consuelo como se ha servido darme con las nuevas que tengo de vuestra merced. Él sabe lo que le he querido y con cuán profundos gemidos y lágrimas fogosas, muchas veces, intentaba mover su clemencia divina, para tornar a vida al león muerto de su alma de vuestra merced. Mas como, aunque en otro modo, también era pecadora la mía, no lo alcanzaba. Ahora querría saber qué medio fue el que Su Majestad tomó, y qué principio de luz desterró su tiniebla de vuestra merced. Auméntela Dios a esa medida con grande colmo y ventaja, con lo cual pueda yo decir: «Como su tiniebla, así es su luz»; y por ello engrandecer y glorificar su nombre soberano.

Dígame vuestra merced si ha hecho general confesión de toda su vida, después que yo partí (que, es admirable medio para asegurar la salvación y librarse de muchas congojas de la consciencia y apretadas tentaciones del demonio en la hora de la muerte); y qué veces comulga, y si tiene algún rato de oración cada día, que para eso no debería nunca faltar tiempo; y así, lo suplico a vuestra merced, hermano mío, y que se dé prisa a correr, pues se la da la vida para llegar a su fin. Y con un amor fuerte y encendidísimo restaure vuestra merced los daños de los hielos pasados, que por tal los cuento, según me dicen. ¡Y, qué real cosa que es, qué incomparable poder el suyo, qué quiebras suelda tan espantosas y desahuciadas! ¡Y con qué primor suele hacerlo y brevedad, si es eficaz!

3. Habiendo empezado a escribir ésta, recibo la de vuestra merced de 25 de abril, con que he holgado muchísimo; y de saber la quietud y contento con que vuestra merced se halla en esa ocupación de San Clemente. Y me parece, como vuestra merced dice, que ha de ayudar su no pequeña parte al alma, supuesto su estado de vuestra merced y el deseo que Nuestro Señor le da de ser puntual y cuidadoso en obras de justicia y misericordia.

Mis pobres oraciones no faltarán jamás a vuestra merced, como no le han faltado, ni dejado de conservarse el amor entrañable que siempre le tuve; en ellas, parece me consolaba no poco Nuestro Señor, desde antes de tener nuevas de vuestra merced.

4. Mire, hermano, que sea devoto de la Compañía de Jesús (y de todas las religiones entiendo también); que yo no puedo sufrir que no se estimen y amen como se debe. Pero acuerdo a vuestra merced la particular obligación que tenemos a la Compañía, como medio de la salvación de nuestro abuelo y padre y otros deudos cercanos nuestros. Y por ella, en estos últimos tiempos, ha renovado Dios la frecuentación de sacramentos, y llegado innumerables almas a Sí. Ahí no debe haber colegio. Dígame vuestra merced con quién se confiesa, y mil cosas de sus espirituales afectos y acciones, aunque le parezcan menudas.

5. No piense vuestra merced que hice poco sacrificio en dejar de ver sus niños: ¡bendígalos Dios! Vuestra merced les dé unos estrechos abrazos en mi nombre, y a mi hermana lo mesmo, cuyas manos beso muchas veces; y a entrambos pido sus oraciones.

Nuestro Señor reciba cuanta merced vuestra merced me hace en las suyas.

6. Del señor don Pedro la he recibido mayor que si fuera diez veces mi hermano, sin encarecimiento: en sustento, casa, vestido, cura y regalo y honra. Nuestro Señor tomó un medio de su dulcísima providencia, muy liberal y apto para ejecutarla. Ayúdeme vuestra merced a glorificarle por ello y cuanto le debo. No temo la ida de don Pedro, antes la tomo con grande alegría por lo bien que le está. Ha servido aquí mucho a Nuestro Señor y adelantado cuanto ha podido su santísima gloria y la honra de España, que no es tan difícil, en un gran extremo.

Todos le alaban y muestran amarle, que es gran milagro entre estos herejes cuando uno hace lo que debe en todo tan a derechas como él lo ha hecho: hale ayudado y guiado la gracia de Dios muy visiblemente.

7. El humor de la palpitación me ha fatigado algo estos días. Pocos ha que no podía tomar la pluma en la mano, mas Nuestro Señor me da fuerzas cuando menos pienso. ¡Buenas son menester en esta tierra, tan turbulenta y remota de la nuestra, y de notable desamor y hielo con extranjeros, de que no tengo poca experiencia! Mis compañeras son unos angelitos; y yo creo que les pego esa propiedad; que ya las olvidan de todo a ellas los suyos.

8. A nuestra hermana doña Leonor escriba vuestra merced mil íntimas encomiendas mías y besamanos; y pídala me recomiende a Nuestro Señor. No la escribo porque me voy con gran moderación en esto de cartas, y creo que me conviene; y por más que haga, no podré excusar muchísimas. Las de vuestra merced me serán de muy particular contento.

Rivas, me dicen, se va con priesa, y no quiero se me quede ésta acá.

Guarde Dios a vuestra merced, hermano de mi alma, con el augmento de su gracia que yo deseo y le suplico. Amén.

De Highgat, a 5 de julio, 1609.

9. Escribo con ésta a don Rodrigo: dígole lo que vuestra merced me dice le debe, ama y estima. -Luisa.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, mi hermano y señor, que Dios guarde, etc. San Clemente.




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- 109 -

A Leonor de Quirós


Haigat, noviembre de 1609.

Jhs.

1. Con Rivas escribí a mi señora la duquesa, y sé que no debo cansarla con cartas; pero deseo saber cómo le va a su Excelencia en ese estado tan falto de excusas para gran perfección; que a este cuidado me obliga el entrañable amor que le tengo y le debo. Déme vuestra merced buenas nuevas de todo y de la salud de su Excelencia, y qué tiempos tiene de oración.

2. De mi señora doña Aldonza oigo que está gran sierva de Dios, de que me alegro en el alma; y que no se quiere casar, sino con Esposo, eterno: harto lo he yo deseado, como sabe vuestra merced. Dígame qué concierto de horas tiene y compañeras de su gusto, y si su salud es mejor.

3. Al padre Espinosa debo darme nuevas de vuestra merced cuando me escribe; y bien ha sido menester en tan largo silencio como ha guardado conmigo. Ya respondí a la que recibí suya últimamente.

4. Espero que el amor de Nuestro Señor está ya muy crecido en esa alma. Nunca le he debido tanto como decirme en esto alguna particular cosa para mi consuelo, ni si sirvieron de algo aquellos papeles que me hizo le escribiese antes de mi partida.

5. Yo paso la vida entre estas doncellas, siervas de Nuestro Señor; que alivia mis trabajos ver su virtud y devoción. Holgara tener una española de importante espíritu y entendimiento que las gobernara, porque es gran lástima que sea yo la que lo hago.

Estoy muy pecadora, como siempre, y con mil ocasiones del servicio de Nuestro Señor, para que valgo poco.

6. No me olvide vuestra merced en sus oraciones y ayúdeme a glorificar a Dios por las inmensas y especiales misericordias que se ha servido le deba; que en estas dos cosas pretendo recibir amistad de aquellos a quien quiero bien. ¡Qué lejos estoy de todos! Maravilla es que no me tengan más olvidada. Veo que es gusto de Dios; y así, le tengo en ello muy grande.

7. A nuestra amada María de Cristo mis besamanos, y pido sus oraciones y las de mi señora la duquesa y su hija, que Nuestro Señor bendiga, y guarde a vuestra merced con la santísima gracia suya que yo deseo.

De Haigat, aldea de Londres, y noviembre, 22, 1609. -Luisa.

8. Cuando basta menos papel, no es de tan pobre peregrina gastar mucho; pero como sé en nada hacer lo mejor, en todo falto, he resuelto enmendar esto y no escribir carta más larga que de dos planas; y creo lo aprobará vuestra merced por la poca amistad que tiene al escribir.

A Leonor de Quirós que Nuestro Señor guarde, etc.

Madrid.




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- 110 -

A su hermano don Alonso de Carvajal


Londres (Haigat), 22 de noviembre, 1609.

Jhs.

1. Sea Nuestro Señor con vuestra merced, hermano mío; y su santísimo temor y amor soberano crezca en esa alma a la medida de mi deseo.

Téngole sumo de que vuestra merced asiente en su corazón un firmísimo proposito de no ofenderle ni en un solo pecado mortal, por tierra ni cielo; que, si se compadeciera con el pecar, fuera millones de veces sin cuento más dicha perderle. ¡Qué fácil que es esto para quien tiene alguna viva luz y conocimiento de tan soberano y dulcísimo Criador y suma y infinitamente obligada criatura!

2. Ese libro de letanías envío a vuestra merced; y si no tiene otras devociones de obligación que le impidan mucho, le suplico con muchas veras diga cada día la letanía de la Vida y Pasión de Cristo Nuestro Señor; haciendo, aunque de paso, reflexión en cada una de aquellas cortas estaciones, tan llenas del amor que le debemos.

3. El padre Cresvelo me envió su carta de vuestra merced con que holgué muchísimo, y de saber de su salud y de la de mi hermana y sus hijos. Haga vuestra merced que enseñen a Francisco a hablar bien latín en siendo para ello que hace gran falta, cuando vienen a ser hombres, para cien cosas. Vuestra merced dé un abrazo por mí a cada uno. ¡Dios los bendiga y haga muy suyos!

4. Mi salud es la que suele y mi compañía apacible y muy religiosa en todo.

Mi perseverancia, hermano mío, parece no la fía Nuestro Señor de mi libertad; porque me hallo, cierto, muy fija y arraigada sobrenaturalmente en Inglaterra pues si supiese vuestra merced qué tal es ella de mala aun en lo temporal, todo corriendo agua y moho, cara y todo débil, los temporales desigualísimos siempre, y, como dice don Pedro, en cada un día de todo el año, hay un verano y invierno. Y sobre tantos millares de afliciones está con continua peste Londres, y otras partes a veces; pero en él, sin faltar una sola semana, más ha de seis años. Cuando ha apretado, llévase media ciudad en breve tiempo (que es por extremo grande: en ella se encierran las demás, que no hay ninguna que lo sea más que una villa razonable de España). No lo remedian; antes dicen los puritanos, que son los más celosos de su secta, que es gran felicidad morir de plaga, que aquí llaman a ese mal de secas; y que es marca del Señor favorable; y con grande gravedad y devoción, si les preguntan de qué murió algún su amigo, responden: «de la marca del Señor».

Van todos al entierro, y hecho, cierran la casa con cuantos están dentro y dánles do comer allí a su mesma costa por un mes; y guarda la puerta un viejo, o pícaro, que, por un pedazo de pan, los dejará ir fuera cuando quisieren; y venden la cama del muerto el mesmo día y sus vestidos, para que hay gran número de compradores. En mi vida pensé ver semejante bestialidad: por milagro no se asuela todo.

Como las almas están tan ciegas, Dios las deja también serlo en el gobierno, lleno de quejas y desunión de corazones. Y aman su tierra; que piensan y dicen es el paraíso de la tierra con notable desprecio de España; viene a ser deshonra ser español.

Don Pedro lo ha enmendado algo, entre los de palacio a lo menos.

5. Todo este verano estamos fuera de Londres, desde marzo; porque le ha apretado mucho más que otros años la plaga; y aunque en lugarcillo obstinadísimo en su error, nos ha consolado Nuestro Señor con algunos que se han convertido, y mucha ocasión de hacer en esta materia servicios a Su Majestad divina; que guarde a vuestra merced, hermano mío, en su santísima gracia, como yo deseo.

De Haigat, y noviembre, 22, 1609.

6. Dígame vuestra merced de Ana de la Transfiguración, la Recoleta, que no sé si es muerta o viva; y mil cordiales recaudos a mi hermana doña Leonor y a mi ama. -Luisa.

7. Mucho me consuela que vuestra merced tenga tanta comunicación con nuestra prima la santa carmelita. Cuando me escriba, dígame mucho della y sírvala por entrambos. Si Rivas me da lugar la escribiré con ésta, y si no, con el primero que se fuere. Hélo hecho por la vía del padre Gracián, pero nunca me ha escrito si recibió la carta, y menos si la envió a mi prima.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, mi hermano y señor, que Nuestro Señor guarde, etc.

San Clemente.




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- 111 -

A Inés de la Asunción


Londres (Haigat), 22 de noviembre, 1609.

Jhs.

1. He recibido su carta de 28 de julio, por vía de Flandes. (Debieron de venir de Vitoria, que es buen camino por el de la madre Ana de Jesús o Beatriz de la Concepción). Era bien corta por las excusas que me da, y en alguna manera holgué dello, para tener con qué defenderme cuando se queja de las mías. ¡Ay, mi Inés! Si hubiesen de ser a la medida del amor; qué largas serían, y cuánto me acuerdo della! Si hubiera aquí un solo resquicio abierto de seguridad, no fuera dificultoso traerla a estos trabajos. Contentémonos con escribirnos y ofrecemos a Dios unos a otros, gozosos de que podemos tenerle acá y allá.

2. No tengo cosa que decirle de mí que sea buena, porque estoy lleno de males. Año y medio casi ha ya, que me prendieron, y lo más he estado fuera de Londres; y en él, sin atravesar aquellas calles, por que no se tomasen a alterar contra mí.

Poco fervor se le hará éste, pues se lo parece no hallarnos colgadas de los cuartos de los santos mártires. A veces me hallo puesta, cuando menos pienso, en harta confianza de seguirlos, y aquellos lo han de alcanzar de Nuestro Señor; especialmente aquellos a quien lo supliqué instantemente cercanos a padecer.

3. Quiero contarle la conversión de una vieja de ochenta o noventa años, que es harto pasatiempo verla. Pasaba a veces por nuestra ventana, y un día llaméla, habrá tres meses o más, diciéndole estaba bien cerca del infierno, si no miraba por sí; y no había hacerla escuchar ni traerla a nosotras. Resolvimos dejarla; y habrá tres semanas, que vino a la puerta para ver a la «monja», si era posible. Hícela subir y reñíla en burlas porque me llamaba así, siendo por escarnio, y afrenta entre los herejes ese nombre, que yo no merecía. Ella, cuando me vio, empezó a hacer admiraciones notables y cien reverencias una tras otra, con grande gozo y alguna devoción; y entonces yo conocí que la traía algún buen deseo. Díjele que ya era tiempo de abrir los ojos o contentarse de una condenación eterna; y resueltamente respondió, que Nuestro Señor la enviaba a mí, porque dos veces había soñado en breve tiempo que, si quería salvarse, se volviese a la santa Iglesia; y que replicando que no tenía medios entre esta gente, le respondió que, de parte de Cristo Nuestro Señor se lo decía, que se viniese a la española que vivía en tal parte, junto a don Pedro, y que ella la ayudaría. Y así, hermana mía, obedecimos a la revelación, falsa o verdadera, por sí o por no, y instruímosla cuanto se pudo; porque está acabadísima y toda inclinada y temblando, y los sentidos medio muertos, y desflaquecidísima el habla y aliento, pero capaz de absolución. Truje un sacerdote de Londres, y fue la confesión de no menos que, cuarenta o cincuenta años, y aun pienso sesenta. Consolóse en extremo el confesor, de sacar aquel alma de tan largo pecar.

Ha recibido el Santísimo Sacramento, y casi cada día viene a nosotras, y pásalos rezando el rosario junto al fuego, sin discurso en cosa desta vida; y no está para pecar en nada y ayuna los viernes, sin ser posible hacerla comer ni un bocado de pan a la noche, que la pone en el extremo de su vida.

Tiene extraña devoción con Nuestra Señora, y dice jamás la ha perdido en toda su vida, ni dejado de llamarla, para que la ayudase en su salvación. De ordinario está entre sí diciendo: ¡Oh dulce Virgen Santa, ayudadme! Y si fue ángel, como ella dice, muy reluciente, el que vio en su sueño, bien creería yo que la devoción de la Virgen Santísima lo causó. Teme que yo me vaya a Londres y la deje entre tantos herejes, que son obstinadísimos los deste lugarcillo, y morir sola sin nuestra compañía, que la desea en aquella hora. Y, así, dice que le sería de gran contento que Nuestro Señor la llevase antes que nos vamos; y parece que será, según estaba hoy.

Hace actos de contrición y amor de Dios, ayudando con nuestras palabras la flaqueza de su juicio y memoria; y esfuérzase a ellos cuanto puede. Yo ofrecí su vida a Nuestro Señor, si se la quisiesen estos quitar por la santa fe. Susténtase de limosna, que poca basta, porque come como un pajarito, no más; y, excepto lo que ha sido estar fuera de la Iglesia por miedo, parece que debe haber sido mujer recogida. Si se salva, como creemos, gran clemencia ha debido a Nuestro Señor.

4. Deseo, lo que no sabría decir, la venida de nuestra madre y señora a Lovaina, con mi amada Inés. Y no piense que es gran inmortificación de amor, aun que se mezcle algo deso, sino la necesidad que en todas estas tierras me parece que conozco hay, de quien trate de perfeción y alta oración. Virtuosos creo hay muchos, como joyas hechas de corcho o de madera, cuando mejor, pulidamente hechas, no más, a mi parecer; aunque pienso he calado harto, oyendo y viendo. Puede ser haya cosas tan secretas, que solo Dios o muy raros las entiendan. Trato de santidad en que criaturas puedan hacer juicio; que lo más íntimo, sellado para el Criador, sólo se debe mirar y respetar, pensando antes lo mejor. ¡Qué obligada está España a Dios de tantas maneras! ¡Qué ventajas hace, cotejando malos con malos, buenos con buenos, santos con santos! Dejo herejías y los que están anegados en ellas, que para eso no hay comparación en España. Y ¡por cuán malos tienen a los della, y qué poca estima y crédito muestran de virtud de España! Sola fe piensan que hay harta; y ésa a fuerza de miedo de la Inquisición, imaginan creo no pocos. Y a sus patrias levantan hasta el cielo; y hasta a los herejes quieren pintar virtuosos en lo que no es fe. Tratar de perfeción los volvería otros menos arrogantes con sus tierras y de mejor crédito con la nuestra. No meto a todos, pero esto es lo que más oigo o veo de Francia, Flandes y Inglaterra. En ella hay capaces de harta perfección, a mi entenderfi si no faltase doctrina; los de la Compañía son pocos y divididos en diversas partes.

5. Mis compañeras se le encomiendan mucho; buena parte de nuestra recreación se pasa a veces con ella y nuestra madre y monjas recoletas.

6. Don Pedro se nos va; no creerá lo que le hemos debido, gracias a Dios.

7. Páguele con su amor el cuidado y trabajo de los libros; la nao se vino sin ellos, por no haber llegado a Vitoria. En extremo holgara se hallaran los Flors Santorums últimos, añadidos, de Basilio; mucho es que, estando impresos dos cuerpos y mitad del año que yo tengo, no salgan los otros.

8. En Medina no pueden, sin mi licencia, tomar los libros que fueron prestados. Las Corónicas Viejas de San Francisco y del padre fray Juan de la Cruz le pedí que no me las perdiese. Desas cosas hay más necesidad aquí que allá. El hierro y trastos no hay para que guardarlo, sino servirse dello.

El papel se acaba.

9. Quede su persona con el dulcísimo Dios nuestro, y ámele tan sin medida como lo deseo.

De Haygat, y noviembre 22, 1609.

Luisa.

10. Oraciones por lo de Lovaina o cualquier otro cabo; que si es gusto de Dios, oración lo ha de hacer todo. No oigo cosa de Magdalena de San Hierónimo, ni si vive.

A Inés de la Asunción, mi muy amada hermana, que Nuestro Señor guarde, etcétera.

Valladolid.

Al padre Luis, mis humildes recaudos. Pido sus oraciones y de la buena doña Marina. Lo mismo al señor don Pedro de Reinoso y padre Blackinan. Dígame del padre Antonio de Padilla, que no sé cosa alguna, y del licenciado Juan Manrique: hame olvidado mucho; no querría fuese en sus oraciones lo mismo.




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- 112 -

A Leonor de Quirós


Londres, 4 de 1610.

Jhs.

1. Mucho holgué con su carta de vuestra merced, porque parecía me había olvidado. Acá, aun tiniéndome delante los ojos, lo hacen; y si en España me olvidan, bien desviada estaré de criaturas, especialmente ido el señor don Pedro, cuya piedad conmigo ha sido extraordinaria. Y también ha salido del reino nuestro padre espiritual, y quedamos sin hallar ninguno, que es prueba terrible, y bien necesarias las oraciones de los amigos.

2. No sé cómo se toma allá esto de escribir desde mi peregrinación, y temo no desedificar y cansar todo junto. Y aunque los correos no son muchos, ni me falta amor y memoria de los que me han puesto en obligación, me retiro hastas veces, y a algunas a quien amo muchísimo no oso escribir.

Cuando vine, deseé estar muy secreta, por no ser conocida por española; ni en España quisiera que supieran dónde estaba. Ésto deshizo Nuestro Señor contra to do mi natural gusto y resolución: pensaba era lo mejor. Luego, con devoción, diversas personas me escribieron, mostrando deseo de mis cartas; unos me ayudaron con dineros, otros con oraciones; y lo uno y lo otro era forzoso admitir por mis dobladas necesidades de espíritu y cuerpo; y forzoso agradecerlo, a mi parecer.

Y cierto, señora Quirós, que se anda aquí entre tan mala gente, que es grande alivio y desahogo tratar con buenos, aunque sea por cartas, y conservar sus oraciones; y yo soy tal y tan llena de imperfecciones, qué no es necesario mostrarme tan perfeta en el no escribir.

Los trabajos y in finitas amarguras de aquí son tales y me quebrantan tanto a veces, que me parece no puedo ni aun tomar la pluma en la mano sin dificultad.

A mi señora doña Aldonza, a quien tengo en mi corazón, hubiera holgado muchísimo de escribir, y a doña María de la Gasca, y a María de Cristo; y no lo hago, y conténtome con pedir sus oraciones por medio de vuestra merced y del padre Espinosa.

De cartas infiero que es necesaria alguna satisfacción, y yo me detengo ya demasiado en ella. Si viere ocasión, dé la que le pareciere por mí, que bien creo me desea hacer merced en cualquier cosa.

3. En extremo deseo saber de mi señora la duquesa muy en particular: no emperece vuestra merced en ello, y avíseme de su salud y devoción; y de su hija. me dé mil nuevas, que buenas las debe de haber. Dícenme está una santa, pero nada en particular; y no se queden las de vuestra merced. Y dígame qué concierto de espíritu y tiempo puede tener, y qué confesor. Temo que la salud le impide y trabaja mucho; mas si eso es con paciencia y amor grande de Nuestro Señor, poco hay que temer; en los flojos como yo, daño hace. A la compañera que me dice vuestra merced que tiene, dé mis grandes recaudos; y enciéndanse más y más, cada día, en el amor de Nuestro Señor.

4. Parece que Su Majestad debe querer que mi vida se acabe aquí; y así, no espero ver a los amigos hasta el cielo, donde confío en la inmensa bondad de Dios, llegar, aunque más coja y manca.

5. A mi señora la duquesa escribí con don Pedro. Ya me consolaría con que no me escriba, si vuestra merced escribiese mucho de su excelencia. Ládrela bien, que es buena naturalmente, y lo sufrirá; y tírela cuanto pudiere de las ocupaciones y cumplimiento deste mundo vano, para Dios; esto es verdadero amor y fiel amistad. Dígame vuestra merced con quién se confiesa su excelencia.

6. La hermana y nuera de don Alonso de Velasco se quedaron en Flandes; dicen no quisieron venir por cosas que oyeron allí desta tierra. Generalmente ha parecido muy mal acá que vengan; dicen que no tiniendo mujer, para qué ha de venir cargado dellas; y que no es buena razón de Estado confiar tanto del asiento de las paces: y verdaderamente es menester no mostrarles muchas ganas dellas.

Son soberbísimos los herejes.

Dícenme es muy sierva de Nuestro Señor la doña Ana.

Su Majestad guarde a vuestra merced y le dé el augmento de su gracia santísima que yo deseo.

De Londres, 4, 1610.

7. A los católicos han afligido mucho estos días con un edicto que publicaron y serches, digo, buscas, de sus casas y cosas; y todavía dura. Veremos si pasa adelante. Encomiende vuestra merced su constancia mucho a Nuestro Señor.

Luisa.

A doña Leonor de Quirós, que Nuestro Señor guarde, etc.

Madrid.




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- 113 -

A Inés de la Asunción


Londres, 4 de junio de 1610.

Jhs.

1. Casi juntas he recibido dos suyas, de 8 de noviembre y 15 de enero; de nuestra madre, una. Por vía de doña Ana María de Vergara, que es más breve y segura, pueden venir siempre las cartas.

Ya habrá visto en la que a ella envío, cuán afligida quedé entonces; espero que las oraciones que he procurado, han con fuerza sacado al padre Miguel de las manos de los herejes: está ya en Flandes. Con su ida y la de don Pedro hemos quedado en una prueba extraña. No se ha servido Nuestro Señor de dar aplicación a ninguno de los que están en Inglaterra para nada que sea ayuda o consuelo de mi pobre espíritu. Ninguna cosa me fue de tanta estima y esfuerzo, desde que era niña, como hallarme con guía y padre del alma, que la procurase llevar con cuidado a Dios; y fuera de lo que era pecar, ninguna me dolió más que la falta de esto; y con este dolor se han deshecho los demás que naturalmente pudiera causar el faltar, en un tiempo tanto como con don Pedro ha faltado.

Quedamos con casa, que unos dineros de doña Ana María han asegurado, gracias a Dios que tan benignamente templa el trabajo en que nos vemos; que es grande cosa tener un rincón donde meternos a pasar los innumerables de este infelice reino; y más, tener misa segura, porque está junto a la casa del embajador; y en un corralillo nuestro, puerta a su patio, de que tengo llave. Don Pedro estuvo muy tierno a la partida, y mostró grande sentimiento de dejarme en esta tierra, y los dineros que dudo sin sobralle ninguno, con que hemos pagado algunos forzosos reparos que él hizo que hiciesen antes de irse en esta casita; y tendremos con qué comer cuatro o cinco meses o, poco menos; aunque tantas ocasiones nos vienen de partir nuestro pobre sustento y gastar algo con otros en tales tiempos y con tales circunstancias del gusto de Nuestro Señor, que no se puede ni debe dejar, aunque la persona se hubiese de vender.

2. Don Alonso parece muy buen caballero y virtuoso; muéstranos buen semblante y hacenos regalo y caridad con alguna cosa de las de su mesa de cuando en cuando. Ayer me decía que, si había menester algo, que se lo pidiese, y que eso quedase dicho para siempre. ¿Qué le parece? Do tanto es menester, ¿qué tendré desenfado para pedir? No, cierto; para un pedazo de pan, el día que ese falte del todo, con grande alegría lo haría; pero en otra manera, no creo le cansaré mucho. Respondile que, si llegase a gran extremo, podría ser que lo hiciese, como lo mandaba: don Pedro obligábanos a tomar muchas veces sin quererlo. No se puede creer, hermana, lo que este caballero ha hecho conmigo: ¡qué tierno y pronto corazón ha tenido para cuanto me ha tocado, y cada día más y más! Encomiéndole a Dios muy de veras, que será una de las mayores mercedes que me puede hacer. Y a nuestra madre suplico lo mismo. Débenselo por lo que ha hecho en esta isla en el servicio de Nuestro Señor y gran celo que ha mostrado de religión, y buen ejemplo en todas cosas. Díjome las iría a visitar.

3. Notables cosas hizo por la libertad del padre Miguel, en que hubo dificultad grande, y tanta, que no le pudo arrancar consigo. Diéronle otros seis sacerdotes: el uno benito, y otro de la Compañía; y llevó la palabra de Cecilio, que es el mayor de los consejeros de Estado, de que le libraría de la muerte que algunos con fuerza le procuraban, y se le enviaría a Flandes a la sorda, como lo hizo diez y seis días ha. No sé cómo hubo tanta resistencia en dársele a su partida (que, después de dado una vez, se volvieron atrás y le hicieron bramar como un león). Debía querer Nuestro Señor que yo llegase a la suma aflición que me causó, y que don Pedro mereciese más, porque ahora desterrarán muchos, por un edito que han proclamado. Dicen que todos los que están fuera de la Torre; debían querer poner allí al padre Miguel; que tal capuchino hay en ella. Dolor es grande que lo esté y castigo de los pecados de Escocia: es escocés y admirable predicador, eficaz y fuerte como un león, humilde y suave de trato. Fue muchos años Provincial en Francia. Harto le suplicaba yo, un día antes, que no viniese a Londres. Estaba para irse a Escocia, de donde había venido, y escapádose de más de cien caballos que le buscaban y seguían tres semanas poco menos o más, antes que le prendiesen. Este padre y el padre Miguel es lo más lucido de espíritu que yo he hallado aquí. Y prométole que, desde que vine, siempre he podido claramente conocer, de año en año y tiempo en tiempo, notable aprovechamiento y aumento de espíritu en el padre Miguel.

4. Los libros han venido: ha costado no poco sacarlos de la aduana. No sé para qué envío nuevas de Inglaterra, que no sirven de nada; y si no fuera por don Pedro, abrieran las cajas y perdiérase todo, por ventura por aquellos papeles.

¿Piensa, que gustan los católicos de hablar en los tiempos de la reina Isabel? Raros veo, aun de los padres, que no gusten de alabarla y ponerla en las nubes. Y dicen que no había mucha persecución en su tiempo; como si no pudiesen desalabar al rey de ahora, que es lo que los lleva, sin alabar aquella miserable criatura, o no se pudiese tratar de esta persecución sin deshacer aquella. Yo les digo que creo no gusta Nuestro Señor de tales alabanzas y opiniones, de que se enojan bravamente algunos conmigo. Y lo mismo si vuelvo por mi nación y tierra, oyendo de lo uno y otro cosas las más indignas y extrañas que se pueden pensar; bien fuera estaba yo de esto cuando vine, pero no sé a quién no moviera lo que se oye. He sido tan boba, que pensaba que el sufrimiento y modestia de palabras bastaba, y que era alguna obra de virtud deshacer, si pudiera, tales concetos de la nación española; y veo se irritan de sólo contradecirlo; y así, he resuelto volverme muda. El hablar así de España y alabar a la reina anda a un paso junto; y el que tiene de lo uno más, tiene más de la otro; y el que menos, menos; en viniendo aquí se truccan mucho. En lo que toca a España muestran notable desamor a ella, aun muchos de los muy buenos; y ser española no me ha ayudado nada a que me quieran bien. Paréceme piensan que España está en natural obligación de servirlos; así, como si fuere, se quejan, y no tienen por nada lo hecho ni lo que se hace. Lo mismo pasa conmigo: sin acordarse de cuánto me olvidan y a toda mi casa, en cualquiera cosa pequeña o mayor vienen luego desembarazadísimamente a mandarme lo haga, ahora sea espiritual o temporal. Cuando en ello hallo alguna sustancia, digo gusto y gloria de Nuestro Señor, téngolo por buena dicha. Y habiendo tantos católicos muy ricos y sus casas muy llenas, y los que son lords, no sujetos a las leyes contra los católicos en pagar hacienda ni en serches, ni en otros trabajos de esa calidad; y siendo gente que da grandes limosnas entre sí mismos, no esperamos, le prometo, ni una manzana por vía aun de sola muestra de alguna cortesía o amor. Una señora que estuvo veinte años en España, una o dos veces nos ha enviado unos presentillos; y un mercader que vino de Sevilla y desea volver presto allá, ha hecho lo mismo; creo se les pegó en España.

5. Este gran cerramiento he tomado por indicio y muestra de que Nuestro Señor se sirve de acetar el pobre servicio que le hice sirviendo y acudiendo a la nación inglesa, en cuanto pude, por sólo su amor, y tratando a la mía con toda sequedad por la misma causa. Ellos bien deben hallar hartas para pensar que eso que hacen conmigo es lo mejor; y yo pienso que viene derechamente de Nuestro Señor; y el tener de mí opiniones tan propias de mi imperfeción como lo merezco. Cuando me prendieron hablaron mucho en que no había sido por religión, sino porque murmuré de la reina Isabel; y hasta Flandes llegó. Yo le decía al padre Miguel que me había de quejar a Personio, y él me decía que haría muy bien. No tengo entre los católicos una sola gota de consuelo o alivio, más de la que yo exprimo sirviéndolos en algo.

Queme luego esta carta y no entienda nadie esto que digo; y a mi cara hermana suplico que lo vuelva todo en muy buen sentido; en cuanto a su parte de ellos, no querría cargarlos; que veo, como digo, viene de manos de Nuestro Señor, y es gran favor para mí; sólo quiero que sepa más en especial lo que en esto pasa.

6. Pídale a Su Majestad divina que, si así le ha de agradar, nos vuelva a nuestro buen padre, tan lleno de piedad con nosotras siempre. Bien lejos ha estado él de mezclarse en estas cosas que le he dicho; y otros pienso que hay de esa misma moderación; pero hablo de lo que más he visto. Parece, por la proclamación última, que no será conveniente vuelva tan presto; que habrán de pasar meses, y un año o más. Templaríase mi pena si viese alguno que en buena parte supliese su falta, ya que no del todo.

7. No sé si al padre Cresvelo le parecen mis cartas largas, porque le suelo decir en algunas, en ocasión de encargarle que nos envíe lo que le dieren de limosna para acá con cuidado, que en los católicos no hay alivio ni resquicio alguno abierto para esperarla. Es verdad que le he escrito larguísimo, no sé qué veces, antes que viniese don Alonso, por celo y deseo que procurase un embajador tal cual es necesario; y grande gloria de Dios y consuelo y ánimo de los católicos, que fuera de partes importantes; y por darle cuenta del estado de cosas de los herejes, que ha deseado saber, y me ruega siempre con veras no me canse en ello; y dice hago mil provechos más importantes que yo pienso. En lo que me advierte en esta última suya, pienso moderar mucho las cartas, aunque ha no poco que ellas pasaban de la medida y tasa de solas dos planas cuando más.

8. Las tijeras y lo demás nunca ha venido, ni sé dónde está. Mi prima doña Luisa me envió unas que compró en Madrid, de poco efecto: no eran las suyas ni del padre Cresvelo. Y las Corónicas de San Francisco y libro de Fray Juan de la Cruz me procure enviar por vía de doña Ana María, que tiene la caridad conmigo que don Pedro, y El deseoso nos envíe en todo caso, que mucho desean acá ver lo que toca a «bien me quiero».

Dos años o más ha que me envió un pedazo de uña, sin decirme nada en la suya: dígame quién se la dió y qué tan buena sabe que es.

9. Doña Ana de Velasco se está en Bruselas; deséala traer su hermano; no sé si ella lo querrá; hasta aquí dicen no la pudo vencer a que viniese.

Deseo saber muy de cierto y muy en especial que persona es de Pernía, que llaman doña Ana. Deben haberla puesto don, y a las demás criadas. Yo las he dicho aquí que, si las traen, se los han menester quitar, porque si los ingleses oyen llamar a Anas y criadas «don», quedarán admirados y no estimarán por señoras a doña Ana ni a su hija. Ellos creen que es gran título de las reinas y señoras grandes, y no son muy capaces de lo contrario.

Si la Pernía tiene las grandes partes que aquí son menester y espíritu muy importante, y quisiese quedarse, tomaríala o haríala traer de Amberes en un día o dos, por mar, seguramente; pero en otra manera, no me convendrá cargar de gasto con ella y de trabajo, que ella le hallará quizá demasiado en sufrir lo que hallará aquí; y no a mis compañeras, cierto, que son muy apacibles y de buena condición; y yo tengo en ellas grande consuelo; y Nuestro Señor las lleva por el mismo desamparo y riguridad de su gente que a mí. Nadie se acuerda de ellas, ni sus deudos ni amos, bien ricos, a quienes sirvieron mucho tiempo. Tres están ya en Flandes: una descalza, y otras dos fueron poco ha, para ser religiosas; la una de ellas lo quiso, y yo también; las otras dos, no había medio que me dejasen; son, cierto, unas virtuosísimbas almas, que yo las hice ir, porque conocí de sus complexiones, que vendrían a perder la salud con el tiempo demasiadamente, y es mejor para ellas asegurarse en el monesterio, hecha la profesión, y no quedar en este mar de inquietudes. Una esperamos, que dicen es muy discreta. Esto es necesario en nuestro modo de vida, por andar siempre entre millares de inconvenientes y dificultades; otras dos se nos han retirado, o las han retirado; que aún en esto no nos ayuden. Sólo dos padres hallo que se inclinan a que crezca religiosa vida en Inglaterra; los otros dicen que harto perfetos son ya; y, si quieren más, que se salgan fuera del reino a ser monjas, que no se pueden guardar acá consejos evangélicos, ni esas reglas y medidas de perfección que yo quiero.

10. Al padre Luis de la Puente dé mis humildes recaudos, y dígame algo del padre Antonio de Padilla, que no sé nada, y del padre Pedrosa, digo el que era nuestro padre espiritual.

11. Despachó don Alonso a Pedro, su posta, para España, y no quiso que yo lo supiese: no sé la causa. Ahora tomo la ocasión de una nave que parte a Vizcaya con ropa de don Pedro y algunos mozos suyos; pártese hoy y escribo con grande prisa; cien embarazos me han impedido hacerlo antes.

12. Guárdela Nuestro Señor, mi hermana amadísima, en su santísima gracia, como yo deseo. No creo me ha de ser posible escribir a Isabel esta vez: holguéme en extremo con su carta; yo la responderé con el primero que parta de Londres.

4 de junio de 1610.

13. No he podido tornar a leer sus cartas para responder a ellas. Son, como suelen, bonísimas, y háceme gran merced en decirme mucho, de sí y de los demás; hágalo siempre, le suplico. No sé cómo allá se entiende esto de escribir. Yo escribo a los siervos de Dios, porque he menester sus oraciones; y a los que nos hacen limosna y escriben, no se puede tampoco dejar de escribirlos, si la limosna se ha de admitir, como es fuerza; y aunque no se admitiera, yo les mostrara gratitud y amor. Y no sé qué espíritu pueda ser, estando yo tratando siempre entre tan perversos demonios de gente como hay aquí y con tanta esterilidad de espirituales ayudas, retirarme de escribir a España a los que escribo, que son muy contados y sobre muy convenientes fundamentos. Y las cosas de aquí ahogan tanto, que tengo por muy especial discreción desahogarme en alguna manera.

Creo reparará en cómo paso de dos planas en ésta; no puedo detenerme. Bien llena va de baratijas.

Luisa.




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- 114 -

A su hermano don Alonso


Londres, 7 de junio de 1610.

Jhs.

1. Hermano mío: Mucho he holgado con su carta última. En esta mía no podré ser larga, porque, con la partida de don Pedro, he mudado casa, desde la aldea a Londres, y quedo muy desalentada del corazón. Las innumerables ocasiones que borbollean delante desayudan a la salud muchísimo, que apenas se ve ni oye nada que no sea tribulación.

2. Quedamos ahora con una de las mayores que para mí podía suceder, que es falta de espiritual ayuda para nuestras almas, con la prisión de un padre muy grave y santo, que se aplicaba a ello, sin cargarnos con gastos, con muy rara caridad.

Don Pedro se va; y con él toda nuestra temporal ayuda y amparo se acaba. Ha querido nuestro dulcísimo Señor ponernos en esta doblada prueba y crisol: Él sea glorificado para siempre, dure lo que Él más le haya de agradar.

3. Díceme vuestra merced irá a agradecer a don Pedro lo que yo le debo. Suplícole, hermano mío, no lo haga, porque no puede servir de nada, y él antes se cansa de semejantes cosas, y con discretos motivos para ello, que son fáciles de advertir; holgaré que no trate de eso.

Y esto tengo que advertir a vuestra merced; y, también, que no ponga en las cartas que me escribe: «A mi hermana», ni dentro o fuera, caso en que se vea lo soy, porque fácilmente vienen a manos de otros, y es gran disgusto y aun inconveniente, vean de quién es la carta. Conociendo su letra de vuestra merced, ni aún firma no es necesaria.

4. Hermano mío: ame mucho a Dios y témale, como lo enseña el amor fiel y verdadero. Encomiéndeme a Dios y haga que lo hagan los siervos de Dios que conoce; que tengo gran necesidad de oraciones.

5. Don Alonso de Velasco ha venido, y parece empieza con poquísima adaptación de todos; veremos si se mejora el negocio con el tiempo. A mí me da pequeña causa de esperar alivio o amparo de él en nada. Parece buen caballero; Dios le ayude. A don Pedro le ha sucedido todo prósperamente, y él ha dado, cierto, gran ejemplo y satisfacción a todos.

6. A mi hermana beso las manos y a sus hijos. Mucha merced me hace vuestra merced con las nuevas que dellos me da; y huelgo esté su merced preñada. ¡Dios la alumbre con bien!

7. Quédese vuestra merced con Dios, hermano mío. Estoy tan mala del corazón, que no sé si viviré hasta otra carta.

Su Majestad guarde a vuestra merced tan en su santísima gracia como yo deseo. Amén.

De Londres y junio 7, 1610.

Luisa.

A don Alonso de Carvajal y Mendoza, mi hermano y señor, que Dios guarde muchos años, etc.

San Clemente.




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[- 115 -]

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 4 de julio de 1610.

Jhs.

1. Con el señor don Pedro escribí a vuestra merced y otras personas, como suelo, y la de vuestra merced con prisa, porque con la mudanza de lugar y casa y otros embarazos faltaba tiempo.

Después, acá se ha ido Pedro, el yerno de Rivas, y posta del señor don Alonso, sin que yo lo supiese. Ahora quiero suplirlo por medio de Esteban, criado de don Pedro, que se quedó aquí con otros y alguna ropa, para ir por mar a San Sebastián y a Vitoria, donde encargo a doña Ana María que encamine ésta a manos de vuestra merced, deseando que sepa las cosas de aquí; que esto y lo que deseé fuese el embajador conveniente me ha hecho escribirle demasiado de largo, y el mandarme vuestra merced tan de veras que le diese cuenta de todo. Y no creo que es poco servicio, en la poca salud que yo tengo y corto tiempo lleno de embarazos.

2. La muerte del rey de Francia se ha sentido aquí mucho. Dícenme dijo el tesorero en una plática en el Parlamento que habían sangrado a su religión protestante de la vena de la cabeza.

3. En saliendo don Pedro del reino hicieron tres noches arreo serches generales a las dos de la noche, hasta las cuatro o cinco en las casas de católicos, y especialmente en los mesones y casas donde reciben huéspedes, de cualquier religión que fuesen los dueños dellas. Prendieron muchos católicos por sólo serlo, todos legos; sólo un sacerdote cogieron en una caza, que fue mucho, cierto.

4. El Parlamento ha hecho mucha fuerza con el rey en que ponga en ejecución todas las leyes hechas contra los católicos; y cuando él les aprieta por el servicio que les pide de asiento cada año para siempre, y por el trasordinario que de presente quiere por esta vez, ellos le aprietan por esotro. Él mostró moderación primero, en cuanto a los católicos, y se ha ido blandamente en ello; pero ahora, viendo que no puede sacar blanca, toma el camino que ellos desean, en parte hasta ahora, y háse proclamado ese papel que envío aquí a vuestra merced.

5. El punto del juramento es terrible, y no hay a quien no tiemble la contera en él, porque es la pena cárcel perpetua y perdimiento de todos los bienes y hacienda, confiscada para el rey. Tomóle todo el Consejo de Estado, primero; después, los justicias y jueces de los tribunales y letrados y colegios. En el de Grayesend (no creo diga bien; en fin, es uno de Londres) dicen ha habido cuarenta que le rehusaron; otros dicen que se ausentaron primero por excusarle: lo muy cierto es que algunos le rehusaron.

6. Mr. Tomás Abington, tras todos sus trabajos, está ahora en Linke por eso mismo (ofreciéronsele en una de las serches antes de la proclamación). Díjome hoy una señora que milord William, el hermano del conde Suffolk, que era gran católico, lo tomó ayer, con declaración que él entendía tomarle según la declaración que el rey hace en su libro y por sólo fidelidad. Si es así, será cosa de mucho escándalo aquí. Si todos estuviesen fuertes, esto se cairía presto; pero los flacos y tímidos, arrojando en mortal peligro sus almas, ponen en aflición y sumo trabajo los cuerpos de los fuertes y constantes en la fe.

Dícese entre los católicos que es grande el número dellos que están casi resuellos a tomarle, y que clérigos hay de esa opinión, que se puede hacer. Y también he oído que los que le ofrecen dicen que les dan licencia para que hagan alguna equivocación en lo que les hace escrúpulo; que es lindo enredo.

Mucho los apretara don Pedro si estuviera aquí en esta ocasión. Lo que todos sienten su ida no se puede fácilmente creer.

7. Don Alonso es buen caballero, y parece trae deseo de acertar; pero no tiene el despejo, desembarazo, valor y gracia que don Pedro tenía en tratar con el Consejo y con quienquiera. Dícenle que no se aflija; que esto no es sino por dar gusto al Parlamento, y él lo cree así; yo no sé lo que es; el tiempo lo dirá.

Él no piensa, según dice, que ha menester para todos sus negocios más que a sí mesmo y a su secretario, entrambos sin experiencia totalmente, sin entender ni hablar inglés, sin traza ni manera de poder hacer nada, sin hombre en lugar del doctor Teylar, que era tan necesario para la Embajada, como el pan de la boca; sin intérprete ni persona que les ayude. Solamente para la piracía les dejó don Pedro a Mr. Fouler, cuñado del doctor: es fidelísimo y secreto, y no tienen otro con quien se pueda hablar sino él. Y, como Fouler dice, si su amo le supiera mandar, él se esforzara a obedecerle y a salir de su natural paso (que es muy flemático y detenido en sus acciones y plática); pero que le da gran pena y cuidado ver que ni él sabe hacer lo que tanto importa sin ordenárselo, ni puede, aunque supiera, ni el amo cuida de hacerlo. En lo de los piratas, suficiente ocupación y trabajo hay para más aún que Mr. Fouler. Y respeto de los demás negocios de Estado, eso es lo de menos y lo más bien proveído, porque, en fin, hay uno que lo haga. Cornuallas, el que estuvo ahí de embajador, y Monzón, que es un buen adulador y cudiociosísimo de dinero y harto falto de él, éstos son los dos instrumentos y medios fieles entre el embajador y el rey y Consejo; y en tercer lugar, Lincanor; todos tres unos lindos cismáticos, que yo le aseguro a vuestra merced no dirán cosa de parte de don Alonso que haya de disgustar al rey y Consejo; ni a don Alonso, cosa que no sea llena de astucia para embelesarle; y Monzón, para sacarle dinero. Él empezó a estar tan llano con ellos, que les decía las cosas muy privadas y caseras que pasaban acá entre nosotros, como si fueran sus hermanos, y temíamos no hiciese eso en los negocios del Estado.

Nuestro Señor bien puede, por un hombre enfermo como él está y flemático y atado de pies y manos, sin instrumentos ni medios vara enviar a palacio, ni de quien tomar un solo consejo conveniente, hacer que todo suceda bien; y a eso ayudará harto el faltar el rey de Francia y no tener la mano el embajador della aquí que tenía antes (y es el más astuto y extraño hombre que puede haber).

8. Suplico a vuestra merced queme ésta en leyéndola, porque ya ve lo que me importa no andar en lenguas, ni tener enemigos, por lo que escribo a vuestra merced. Y he tenido ocasión para pensar que los hermanos que son compañeros de vuestra merced o entran en su aposento a alguna cosa, leen algunas veces sus papeles y cartas, dejándolos sobre la mesa o donde puedan tomarlos; y lo mesmo, del padre Personio. ¿Qué gran falta ha de hacer allí el santo padre?. Dé Dios a vuestra merced vida, que bien es menester. Al padre Silvestre suplico tenga ésta por suya, y que se acuerde de mi en sus oraciones; y lo mesmo suplico a vuestra merced, y que se sirva de que se den mis cartas muy a recaudo, y hacer que sepan cuándo se parte Pedro para responderme.

9. Muchos meses he estado sin cartas de los amigos de ahí: ya parecía me olvidaban; y, con todo, me causaba devoción empezar a verme tan sola en tiempo que don Pedro estaba cada día para irse, y el padre Miguel preso; que, sacando estos dos, crea vuestra merced que no hay a quien volver los ojos para nada que me importe o alivie, a mí ni a mis compañeras, ni aun en lo que monta una manzana. Todos cuantos vienen a casa es por alguna cosa en que piensan que yo los puedo, servir y ayudar, o temporal o espiritual. Y aunque hay tantos católicos ricos y llenos de regalo, y conocidos míos y destas doncellas, ni envían ni aun a preguntar cómo se hallan, o si quieren un pedazo de pan, con sumo olvido de hacernos ningún bien; y gente de caridad y liberalísimos con padres y sacerdotes y otros católicos. Y no se disguste vuestra merced porque le digo esto, porque lo hago con llaneza, y los amo y sirvo en cuanto puedo. Y veo, cierto, que viene de Dios; y el caso, es tan extraño, que no podría ser otra cosa; y me muestran grandísimo desamor y extrañas opiniones.

Cuando estuve presa, extendieron hasta en Flandes, que no era por la religión, sino porque mormuré de la reina Isabel, a quien engrandecen y alaban de manera muchísimos de los mejores católicos y padres y sacerdotes, que me admiran: no pienso se sirve dello Nuestro Señor. Y dicen que era muy tolerable y blanda su persecución; y discúlpanla mucho de haber dejado introducir la herejía; como si no se pudiesen quejar deste rey y desta persecución presente, sin honrar tanto aquella miserable criatura que así destruyó a esta isla.

No querría se entendiese acá esto que digo, porque sepa vuestra merced que no ha servido otras veces de lo que vuestra merced pretendía, que es que muestren amor, sino de enojarse conmigo y decir que me quejo a vuestra merced de ellos.

10. De la limosna de la duquesa tenemos necesidad, porque don Alonso no nos hace ninguna; solamente nos envía de su mesa, de cuando en cuando, un plato; y, si lo supiéramos primero, excusáramos algún gasto aquel día; y así, no nos sirve sino de un poco de más golosina o regalo; y el agua que yo bebiere cada semana, dicen nos darán también cruda, de la que traen para él de una fuente, que es mejor que la que yo puedo alcanzar por otra vía. Esto es todo lo más que hace con nosotras.

11. Con parte de los dineros de doña Ana María aseguramos la casa días ha, que es gran consuelo tener donde recogernos seguramente en esta tierra. Y don Pedro nos dejó algunos para cuatro o seis meses a lo más, y tendremos para solos tres o cuatro, aunque gastemos muy poco, porque él dejó empezado el reparo desta casa, que estaba casi inhabitable, rota y llena de agujeros, y estrechísima; y en pagar eso se ha gastado gran pedazo; y no quise acordarle lo pagase, que era lástima cargarle tanto sobre lo que nos ha dado. Si él no lo empezara, yo no creo reparara nada, por peor que estuviera; pero como él lo empezó no se pudo excusar; ni casi se podía vivir, cierto, del modo que estaba.

Mucho me he detenido en mí; perdóneme vuestra merced. Quiero volver un poco a lo de la religión.

12. Dicen que dijo el tesorero el otro día, en el Parlamento, que ya vían cómo el rey de Francia era muerto, y que el nuevo rey era niño y gobernado por una mujer de la manera que ellos sabían, mostrando en términos generales que ella antes su enemiga que amiga. Por otra parte, parecen favorecen su embajador, y es el mesmo que estaba aquí antes, tenido por poco amigo de los católicos. Ahora me dicen que él ha cerrado sus puertas, para que ningún católico inglés entre a oír misa por dar contento al Estado: pienso procede de sí mesmo y que no lo sabe la reina. Habríase de procurar que enviase aquí algún bueno y celoso católico y de honrado corazón; que éste he oído que pretende mercedes y dádivas del rey Jacobo y de su Consejo.

Don Alonso está tan retirado y sin medios, y parece tan poco inteligente, que temo han de pasar mil cosas, primero que las sepa ni entienda para escribir a España y hacer acá lo que se pudiese por su parte.

Mr. Rendol, y sus amigos y hermanos de vuestra merced, están muy descontentos de sus partes y natural; porque dicen es muy impropio para estos negocios y que de todo se contenta fácilmente, y espera que, en cortísimo tiempo, se ha de volver todo a la medida de nuestro deseo.

Si es profecía, sería harto bueno que fuese verdadera.

En el estado que Nuestro Señor ha puesto esto por medio de don Pedro y de la muerte del rey de Francia, se podría hacer grande labor, si hubiese persona de viveza y inteligencia y importancia en su proceder. Búsquese, por amor de Dios, un secretario, de nuestro Rey, de tales partes, que ayude y supla aquí en compañía deste caballero; que solo, es dificultoso hacer nada; y un buen intérprete de confianza y secreto.

A su hermana dejó y a su nuera en Amberes. Desea traerlas. Yo callo y ni le digo uno ni otro; porque acá no parece bien a católicos ni herejes: raros son los que dicen que no importa que vengan o no vengan.

13. Los libros llegaron. Pague Dios a vuestra merced tanta merced, y al padre Silvestre el cuidado que puso en ello. Sentí mucho que me perdió Luis Port el Tratado de Oración, de Villanueva, que venía en la memoria, y dos tomos de los nueve de fray Luis, que eran Memorial y Adiciones; el libro del contador Saray recibí, y le estimo como se debe, que es lindísimo.

Suplico a vuestra merced tome todo lo que costaron, de lo que diere la duquesa de eso que ha prometido, o de la primera limosna que antes dello hubiere para mí, y si no, me lo avise, porque yo lo he de pagar. En otra manera excusaré pedir a vuestra merced nada, aunque yo lo haya mucho menester; porque vuestra merced es tan pobre como yo y tiene bastantes cargas. La que le pongo de dar mis cartas y cobrar mis limosnas siento no poco: la pura necesidad mía y la notable caridad que en vuestra merced hallo para conmigo, me hace hacerlo.

14. Inés me escribe que las tijeras del oro y otras cosillas necesarias que envió con ellas, están ahí. Si es posible, haga vuestra merced que Pedro lo traiga; y si no, tórnelo vuestra merced a enviar a ella, porque les hará falta.

15. El libro de Villanueva deseo tener, si se puede; dígame vuestra merced qué Villanueva es.

16. Los sacerdotes saldrán desterrados esta semana de las cárceles. En los de la Torre no se habla, antes están ahora de nuevo más apretados que antes. Son Mr. Strang, y el capuchino, y un doctor sacerdote escocés.

17. Don Alonso está en la cama estos días: parece es tocado de piedra. Mucho le ha apretado; temió se moría, y envióme a rogar le buscase al padre Roberst benito, porque sabía español, para confesarse con él; porque no tiene más que a su secretario, y nunca ha podido hallar, ni en Flandes ni aquí, quien le dé licencia para oír confesiones. Yo dije que no sabía dó estaba aquel padre; pero que yo enviaría por uno, mi conocido, que hablaba también español; y, así lo hice, y a él le contentó mucho; aunque, por estar mejor, difirió la confesión para otro tiempo, y le encargó volviese a él. Enfermo parece está: muchos cirujanos, me dicen, estaban en su aposento el otro día, para buscarle algún remedio; tan apretado y peligroso se hallaba como esto. Y al que acertó a aliviarle, le dio luego una taza de sesenta escudos (él se tuviera por riquísimo con cien reales), y aun dicen fue mucho más de lo que digo. Temo que nos ha de poner en pena y cuidado muchas veces.

El aposento que me dio en viniendo, tuvímosle aun no creo cuatro días; y escribióme un papel diciendo, que su intención, cuando me le dio a mí mesma, había sido de dármele por solos quince días; y que ya no podía ni por una semana; que se le tornase a dar. Yo respondí que lo tomase muy enhorabuena: hartos tiene vacíos. Por mí mesma, en un rinconcillo triste estaría. Deseéle, por tener en que poner una cama, mesa y candelero para el Eliseo que se vea en necesidad.

Esta parece va segura; y así, me atrevo a algunas cosas. No sé si podré prudentemente, en algún tiempo, fiar de don Alonso del todo las que escribiere a vuestra merced; y así, quizá en ellas callaré lo más.

Mi salud es poquísima. De la suya me avise vuestra merced muy en particular. Désela Nuestro Señor como deseo, y guárdenosle muchos años en mucho amor y gracia suya. Amén.

De Londres, 4 de julio 1610.

Vuestra merced conoce mi letra: no hace al caso firmar.

18. Don Pedro hizo gran instancia por el padre Miguel. Habíansele ya prometido una vez, entre seis que le daban. Volviéronse atrás, y él se puso como un león, mezclando el buen término y cortesía que él usaba en todo; y, así, el tesorero le dio su palabra de enviársele dentro pocos días a Flandes; porque el Parlamento estaba contra él bravamente, por medio de un malsín que procuró alterarlos mucho contra él; y no era posible ponerle fuera de a cárcel entonces. Es hombre más de su palabra que otro ninguno, y así lo cumplió; y con un aguacil de los del Consejo le envió hasta Calés.

Don Pedro llevó consigo seis en un cocho, triunfando; que ningún embajador ha sacado tantos, largo tiempo ha; en todos fueron siete, como vuestra merced ve.

19. He procurado saber si es verdad que milord William tomó el juramento; y díceme un católico amigo, que no Suffolk, y otros así, han despedido sus criados católicos en esta ocasión. Todavía se dice que tomó el juramento el lord William.

Al padre José Cresvelo, que Nuestro Señor guarde, de la Compañía de Jesús.

Madrid.




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- 116 -

Al padre José Cresvelo


Londres, 3 de julio de 1610

Jhs.

1. Con haberse detenido el navío, he escrito, a pedazos y recibo hoy la de 7 de mayo de vuestra merced. Daré las cartas que vienen con ella. Los dos gentiles hombres han venido. El Gray no vino a mí, sino solo el otro. También ha llegado el mancebo alto, que vuestra merced dice que partió después: parece muy buena persona.

Porque escribo largo en la que vuestra merced verá, diré aquí no más de lo olvidado.

2. Deseo que vuestra merced favorezca desde ahí, cuanto pudiere, a uno que partió para Sevilla desde Flandes este verano, y está en el colegio estudiando. Era ministro, aquí, y de muy buenos respetos, y muy modesto. Llamábase en Flandes Antonio Buri, y acá Cristóbal Whitton. Fui la que di orden en cómo saliese de Inglaterra y para que fuese a Sevilla; y así, corre más por mi cuenta el desear su bien y procurar su consuelo. En Flandes les pareció en extremo bien a los padres.

3. Ahora he despachado un mozo a Flandes, que se escapó de la cárcel por notable ventura, y de los grillos y otros hierros pesados con que le tuvieron entre ladrones, sin cama. No supo dó acogerse sino a mí. Aquí le escondí hasta que le envié, que no era fácil salir de los puertos. Tenía terribles enemigos puritanos, sus estrechos amigos antes y deudos; y éstos le cogieron y llevaron al obispo de Londres, que es la más mala sabandija de hombre que se debe haber visto, en extremo malísimo contra los católicos. Dijéronle delante el obispo al mozo, que por qué no se había ido de Inglaterra, si quería ser tan obstinado, y respondió que solamente por parecerle que, en este tiempo de persecución era gran mérito para un católico sufrir por Nuestro Señor tantas afliciones y el violento y descompuesto proceder, semejante al de los que su honor vía allí acusándole. Dijo el obispo: «¿Mérito deseáis? Pues yo os aseguro que os tengo de dar harto en qué mereced.» Y dijo a los presentes; llevadle a Newgat, que ha de ser corregido primero, después instruido; y si no, basta, yo le haré un ejemplo grande para los papistas. Cosas así no faltan. Era el mozo un buen cuchillero, dorador de espadas; y hablaba naturalmente en la religión muy bien y con gran eficacia; y no era posible hacerle callar en dondequiera que estaba, oportuna y importunamente.

4. Encomiéndeme vuestra merced a Nuestro Señor.

De los cuatro tomos de Basilio de Vidas de Santos, suplico a vuestra merced me envíe los dos últimos, si están acabados: los dos primeros tengo yo acá. Marañón me puede hacer merced en esto, y con sus oraciones; que las estimo yo.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced.

Julio, 3, 1610.

5. Totalmente se me olvidaba, y creo no lo he escrito a vuestra merced, que el embajador de Francia cierra totalmente la puerta de su casa a los católicos para que no entren a oír misa las fiestas, como solían y se hace en la del de Venecia y en la de nuestro embajador. Es cosa de gran escándalo. Un niño chiquito, como no le dejaron entrar, que iba con su madre, dijo muy afligido: «¿Teme vuestro amo a este rey, no pudiendo recibir daño?» No creo lo debe saber la reina de Francia, y nunca lo hizo en vida del rey, su marido.

6. Doña Ana y su hija quedaron en Amberes, no sabemos si querrán venir. Don Alonso dice lo desea. Ellas quisieron quedarse por cosas que allí oyeron. Aquí, como he escrito, pocos gustan de su venida, y los amigos lo mesmo.

7. Mucho deseo vuelva el padre Miguel acá, después de un poco de tiempo: que estos ruidos espero se sosegarán; y no sólo por mi pobre casa, sino porque veo le echa de menos mucha gente de importancia y calificada, que deseaban tratar de fervor y espíritu y hallaban en él lo que dicen, no tanto en otros tan claramente que yo no osara hablar tan claro. Para otros ministerios también del servicio de Dios serán mejores por ventura que él, los demás. Muy estimado ha sido y tenido por grave; y lo que yo puedo decir es que he conocido en él, cada año mayor aprovechamiento y augmento de devoción y doctrina importante. Para negocios de por allá, fuera de aquí, no pienso será tan capaz; ni creo tendrá buena salud por allí.

La carta de Leonor de Quirós se ha de dar en casa de la duquesa de Peñaranda; es su criada, como vuestra merced sabe, a quien quiere muy bien.




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- 117 -

Al padre José Cresvelo, S. J.


Londres, 26 de setiembre de 1610.

Jhs.

Al padre José, de la Compañía de Jesús.

1. He recibido la de vuestra merced de 4 de julio; que los demás amigos allá ya me van olvidando; y así, no he tenido carta de nadie, mucho tiempo ha, si no es de mi hermano una; y a doña Ana María no pongo en esa cuenta, que, por cuantas vías puede, me escribe. Yo lo habré de hacer por la de Flandes, porque no sé cuándo despachará don Alonso. A Pedro, su posta, le envió, en viniendo a Londres, y procuraron que yo no lo supiese; y así, no escribí a vuestra merced; pero hícelo, luego con un mozo de don Pedro, que se partió con ropa y otros mozos a Vizcaya; y con su amo, que ya habrá llegado, escribí también a vuestra merced.

2. De mano ajena creo habrá de ser un día de éstos, según lo que me fatiga mi poca salud. Y es lo bueno que, haciendo a una de mis inglesas que probase a escribir lo que yo le fuese diciendo, lo acertó a hacer, prometo a vuestra merced, muy suficientemente, aunque no es de la agudeza de ingenio que otras. A ella y a las demás amo como a propias hermanas, y merécenlo mucho.

3. Ya he escrito a vuestra merced que aquí se alteraron notablemente con la muerte del de Francia. Como dijo el tesorero en el Parlamento, sangraron su religión de la vena de la cabeza; empezaron a embravecerse contra la santa nuestra, y hicieron proclamación, para que todos tomasen el juramento y saliesen de Londres a vivir los católicos. Hicieron por tres noches serches generales con gran alboroto; todo, salido ya don Pedro del reino; pero no impidieron a los que vienen a misa aquí y al de Venecia; que el de Francia no deja entrar nadie a oírla, de los ingleses, y dice lo hará con el tiempo: que ahora tiene negocios.

Con aquella proclamación, el demonio fue derramando gran temor en todo el reino; porque, si se le ofrecen y le rehusan, tienen cárcel perpetua y perdimiento de bienes y rentas cuantas tuvieren; y así, aunque se sosegó la tormenta no poco por parte de los herejes, este temor hizo dentro del pecho la guerra a algunos.

4. Milord William no ha tomado el juramento, como vuestra merced habrá oído que se decía. Algunos caballeros y gentiles hombres ricos, se previnieron con irse a Flandes, por lo menos hasta que se vea en qué para el negocio. Así han pasado las cosas hasta un mes habrá, que con la ley hecha contra las mujeres, el miedo ha crecido; y muchísimos herejes le tienen, porque son católicas sus mujeres; y, como uno decía el otro día: «¿Qué pestilencia de ley es ésta? ¿Hemos de dejar nuestras mujeres en las cárceles, sólo por no pagar dineros por ellas? Esto sería perder nuestra honra totalmente.»

5. El Parlamento apretó al rey por esta ley y esto es certísimo; y con ser muchos dellos casados con católicas, los de la Casa baja estaban emponzoñadas personas contra la fe; y los de la alta no osaban favorecerla, y los obispos de ella apretaban no sólo con ésa, sino con otras muchas que el rey no admitió: creo que el Consejo, por lo de Estado, lo desbarataba. Una de las leyes era querer que todas las casas de católicos diesen grandes fianzas y se obligasen en todo el sustento que tienen, cada una de por sí, a que no enviarían ninguno de sus hijos fuera de Inglaterra. La ley de las mujeres es, que de cualquier calidad que sean ellas, o sus maridos lords, si rehusan el juramento, han de ser puestas en prisión perpetua; pero sus maridos las podrán rescatar, si quieren, pagando cada mes diez libras inglesas, o la tercera parte de sus bienes.

Ahora tornan las olas a alterarse y llaman a algunos para ofrecerles el juramento, más ellos se huyen de sus casas; y los más de los que tienen hacienda conocida, andan discurriendo de unas partes a otras, ausentes de sus casas, hasta que se vuelva la borrasca a sosegar algo; y así, no hay ninguno hasta ahora preso en la tierra; y en Londres siete u ocho solamente. El uno es Mr. Abington, que estará suelto esta semana, y saldrá fuera de Londres por la ley; y los otros son pobres, que no tienen que perder; y uno o dos, dicen los católicos que son espías que han puesto allí con esa color. De nuevo está puesto en Newgat, uno de los hijos de Mr. Dorel. Trujéronle de la tierra, los pursivantes, porque cerrando la casa de su padre y no hallando a nadie en ella sino a él, y a unos mozos y un poco de ropa de iglesia, se les antojó de traelles al obispo de Londres, que es una maliciosa bestia. Rehusó el juramento y así, le envió luego a la prisión. Y ayer fue puesta allí una moza de servicio que, topándola en la calle, la llevaron a los comisioners y rehusó el juramento: no hay otra mujer presa por él. Mistris Cook, que es fervorosísima católica, fué llevada delante de los comisioners, y muy apretada; pero ella no hizo caso de todo cuanto oía, y no quiso tomar el juramento, y enviáronla a su casa como antes estaba. Esta es la providencia de Dios, que no les deja hacer todo lo que ellos desean contra sus siervos.

6. El Parlamento se volverá a juntar a San Miguel, para que acaben con lo que han de dar de dinero al rey. Hanle ofrecido 180 mil libras cada año, por que se deshaga la ley de los menores, y ellos sean libres y sus haciendas, como en otras partes del mundo; y así dicen se deshará, y yo holgado de ello, que me hacían lástima los pobres menores: eran como esclavos. Podrá ser aprieten la persecución, cuando vuelva el Parlamento. Después de disuelto y ido del todo, se espera que se olvidarán de este juramento. Veráse a lo menos mejor, lo que piensan hacer el rey y Consejo.

7. En Newgat hay dos que tomaron poco ha: uno clérigo y otro benito recién llegado; y aunque ha habido sesiones, no los han llamado. En la tierra, han preso dos clérigos y condenándolos a muerte, y reprivádolos luego. El último de ellos fue condenado porque reconcilió a un ladrón de aquella cárcel, el cual murió en la horca como muy buen católico; y habló allí a todos, con ser tan nuevo en la fe, con gran fervor, y muy bien de ella.

8. El padre Preston, superior de los de Italia de San Benito, que estaba en Gathouse, dando fianzas, ha alcanzado irse libre por donde quisiere, por mes y medio; y al cabo, ha de volver a la prisión. Hale costado dinero; y, por más, espera ir, poco a poco, alcanzando más larga libertad. Mr. Fenel, el de la misma prisión, está confinado a una casa, como he escrito. Lo mismo espera Mr. Colinton, que está en Clink, y por esto, dicen, no quisieron ir desterrados con los demás que salieron de la tierra y de Londres, todos por virtud de la proclamación, que les concedió la salida, ido ya don Pedro. Estas son todas las nuevas que hay, y ser, sin embargo, del rigor del tiempo, grandísimo el concurso de católicos que viene a la capilla.

9. Ésta ha estado escrita, creo, más ha de quince días; y yo, trece ha, con unas calenturas muy grandes que dan, con muchos sudores, y corren por todo el lugar con nombre de pestilentes; porque, aunque no lo parecen, pocos escapan. El crecimiento de hoy me da lugar a estos ringlones, que no es poco poder tomar la pluma en la mano. Mándame don Alonso que escriba a vuestra merced y a don Pedro; y así, lo hago como puedo.

10. Uno de los sacerdotes presos allá en la tierra adentro, después de la proclamación del destierro, es ya glorioso mártir. Él que convirtió el ladrón, pensamos lo será presto. Mucho se aprieta el juramento; pero no hay aún más presos por él de los que he dicho, y el hijo mayor de Mr. Dorel, que está en Newgat.

11. Encomiéndeme vuestra merced a todos los amigos, que ya me congojo de pasar adelante; y así, no diré cuán buena me ha parecido la señora doña Ana de Velasco y su hija. En otra lo haré, si no me acaban estas calenturas, muy presto por vía de Flandes, con todo lo que hubiere de nuevo, y ahora dejo de decir.

Sus oraciones de vuestra merced pido, y del padre Silvestre, y del padre Espinosa y padre Lorenzo.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced como deseo. Amén.

De Londres, a 26 de setiembre, 1610.

12. En extremo bien me parece la señora doña Ana; y mucho amor me muestra su merced y su hija; y el señor don Alonso, bonísima voluntad y morada. Vuestra merced se lo agradezca por mí muchísimo, le suplico.

Al padre Joseph Cresvelo, de la Compañía de Jesús, etc.

Madrid.




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- 118 -

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 26 de setiembre de 1610.

Jhs.

1. Una calentura continua con grandes crecimientos, me impide que no pueda decir aquí más de lo que he hecho toda la posible diligencia por la salud del príncipe nuestro señor, y con personas, que se consolara vuestra merced si le dijera cuáles son, y lo que padecen algunas dellas por la fe, en especial, demás de la general persecución que está en irán fuego ahora: tenemos un nuevo mártir.

2. Nuestro Señor se sirva, por su misericordia, de guardarnos ese niño, tan importante a su santísimo servicio y gloria, como lo podemos pensar; y guarde a sus padres, amén. Que lo que ellos deben a Dios y merecen ser amados, se echa mucho mejor de ver en estas tierras y fuera de España, que en ella.

No es posible pasar adelante.

3. Nuestro Señor dé a vuestra merced la salud y fuerzas que ve han menester estos afligidos católicos: gran falta haría vuestra merced.

4. El padre Balduino dicen entra en Londres un día destos; terrible dolor es, cierto.

Londres, 26 de setiembre, 1610.

Luisa.

Al padre José Cresvelo, de la Compañía de Jesús, etc.

Madrid.




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- 119 -

A don Rodrigo Calderón


Londres, 20 de octubre de 1610.

Jhs.

Al conde de Oliva, mi primo.

1. El portador no se ha querido ir sin ésta mía, en que desea suplique a vuestra merced le favorezca en algunas pretensiones, forzosas dice, y no de dificultad. Si alcanzase favor, yo, señor, quería hacer bien a todos, y más a los amigos y conocidos que obligan a agradecimiento; pero mi profesión y retiramiento de negocios no cuadra muy bien con intercesiones y particulares circunstancias de ellas, y menos en quien no debe prometerse que vale ni puede nada. Y con todo, no es posible excusarlo: las veces que lo he hecho y de las que lo haré, creo que podré decir lo mismo; porque me ha puesto Nuestro Señor en parte donde no conviene provocar la enemistad de nadie. Cuando las cosas fuesen de mera caridad en los que las pretenden, es otra cosa, porque tocan al gusto de Dios.

En esta presente, suplico a vuestra señoría haga lo que pudiere por el señor Luis Logrote, que tendré por gran merced lo que vuestra señoría le hiciere; y es un gentil hombre que ha procedido honradísimamente aquí, siendo agente del archiduque, y usado mucha piedad con sacerdotes y católicos; y a mí, cierto, mostróme muy buena voluntad, que en esta tierra lo hacen pocos conmigo. No piense vuestra señoría que hallará quien me quiera, y éste es uno de los grandes favores que Nuestro Señor me hace: espérolo de su divina mano, en los que le suplico para vuestra señoría y que le guarde y ampare en todo. Amén.

De Londres, a 20 de octubre, 1610.

Ayer partió el marqués, dejando solísima esta tierra. - Luisa.




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- 120 -

A Inés de la Asunción


Londres, 23 de octubre de 1610.

Jhs.

1. Mi buena hermana y fiel amiga: ¡Qué cierta estoy de su amor y de la memoria que creo tiene de mí con Nuestro Señor, aunque no tenga cartas suyas! La dificultad de escribir parece mayor después de ido don Pedro, porque este embajador no tiene como él posta de asiento: ahora va un criado suyo, y ha de volver. Y por la vía de doña Ana María de Vergara me puede escribir; y desde allí, a las carmelitas de Bruselas, que ellas me enviarán las cartas.

2. Un nuevo mártir tenemos, sacerdote. Murió con notable ánimo; y para más afligirle, hicieron que los dos verdugos estuviesen de negro y se tiñesen caras y manos con carbón o tinta, o no sé con qué. Dícenme parecían unos demonios; y hicieron grandes fuegos a los lados de la horca con calderas hirviendo; y mostráronle cómo sus cuartos serían echados en ellas, si no se allanaba a tomar el juramento que llaman de fidelidad, y es lleno de errores contra la autoridad del Papa. Estaba condenado, por sacerdote, pero dábanle vida, si se rendía en esotro. Había convertido y reconciliado un ladrón de su cárcel con la Santa Iglesia; y antes que el padre padeciese, fue ahorcado el ladrón y murió con extraordinaria devoción y muestras de verdadero católico; no en el mesmo día del sacerdote, sino algunos antes.

3. Han hecho leyes nuevas después que don Pedro se fue y apretado mucho la persecución sobre el juramento. Si le rehusan, tienen perdimiento de bienes y cárcel perpetua, y que hayan de estar en la parte donde están los faquerosos y ladrones; y las mujeres, entre las ladronas; que aquí las hay y ahorcan de ordinario; y homicidas también.

El viernes pasado, que ha ocho días, condenaron siete católicos muy honrados y dos o tres mujeres en ese modo; y están entre aquella canalla que no se puede pensar cuál es. Yo no suelo osar entrar, sin que el carcelero esté siempre conmigo; que con dos o tres reales lo hace fácilmente por una hora.

Es grandísimo y espeso el número de bellacos por do se pasa, y lléganse y miran con mucha desenvoltura. Dícenme las amigas, que esto temen más, si fuesen presas que los otros trabajos.

Hay sacerdotes nuevamente presos, aunque no descubren el serlo hasta ahora; y la cárcel de Newgat, llena de legos aún no sentenciados; éstos, sin más compañía que la de los sacerdotes, que es gran alivio; pero la habitación muy escura, sin aire y de mal olor, especialmente a las tardes.

4. El Padre Miguel está en landes; todos los otros de acá buenos. Yo por extremo flaca de unas calenturas muy grandes; pasélas casi sobre la cama; y solas tres veces me vio el doctor, y ésas, a los doce días del mal. Curábame yo con hacerles hacer a mis compañeras buen caldo de gallina y tomar piedra bezar, que es necesaria más que allá; porque las calenturas tienen más de ordinario malicia, y no hay hallar una verdadera; son como cuentas o canelones muy largos de ébano, muy lucidos, y carísima cosa; y luego es todo tomar bezar, en viniendo médico; que me cae en gracia. El padre Espinosa me envió algunas que me han ayudado mucho. Tuve muy malos accidentes con unos profundos sospiros sin poderlos impedir, mucha sequedad y dolores fuertes del cuerpo, y harto en la cabeza.

Curóme Nuestro Señor con unos sudores que tuve seis o ocho veces, que pasaban a veces las sábanas y todo, muy pegajosos y de humor, con que me aliviaba.

Muchos han muerto en la mesma ocasión, del mesmo mal, en esta ciudad. No osaba llamar médico, porque son temerarios o muy indoctos, y apenas escuchan ni atienden como en España; y doce reales o catorce por una sola visita de paso, es paga de los más pobres. Así, llegan aun los ricos a mucho aprieto: primero que llamen físico, cúranse a sí como pueden.

Él de don Pedro, que es dé los mejores, por caridad vino a recetarme una purga que otras veces me había dado muy a propósito.

5. Mire qué buena vida; y no he empezado a contarle trabajos, y ya se acaba la plana, que no he de pasarla siempre que quiero.

6. Doña Ana y su hija son venidas. Muéstranme mucho amor. Creo ha dos meses que, están acá, y yo una vez sola en su casa, y ellas dos en la mía: en la capilla las veo estos días.

7. Mi compañía está buena y muy devota. Recójame oraciones y pídalas al padre Luis de la Puente de mi parte; y, dígame lo que dice ahora; y doña Marina. Al doctor Martínez dé mis besamanos.

8. Cobre las tijeras, que es cierto se han quedado con todo lo demás allá; el padre Cresvelo creo las envió a mi prima doña Luisa, y allí se deben de estar; ella me había enviado a mí primero unas que compró muy antiguas, de poco fruto.

Si descubrimos quién quiera dar algo por el oro, diréselo; y entonces las podrá enviar a doña Ana María, que con algún navío las envíe.

9. Deseo escribirle alguna carta que satisfaga mi espíritu y a ella cause consuelo; Y he notado que jamás ha ido una sola así, sino llenas de mi bajeza y imperfeciones; y siempre tomo la pluma con priesa; y escribo largo, y no digo nada de lo mucho que hay que decir en esta miserable tierra.

Nuestro Señor la guarde, mi hermana, y la abrase en aquellos augmentos de su amor santísimo que deseo.

A Isabel, que tenga ésta por suya.

De Londres, 23 de otubre, 1610.

A Inés de la Asunción, mi hermana, que Nuestro Señor guarde, etc.

10. Al padre Blackfan pido sus oraciones y beso las manos muchas veces.

Valladolid.




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- 121 -

A don Pedro de Zuñiga


Londres, 16 de abril de 1611.

Jhs.

1. Muy bien nos ha hecho vuestra señoría desear sus cartas, estimándolas tanto como vuestra señoría sabe; y si no lo pensase así, ése sería el mayor agravio. Muchas son las que he escrito a vuestra señoría sin poder saber si las recibía, ni ver un solo ringlón suyo. Y al tiempo de las mayores afliciones, me ha Nuestro Señor consolado con dos de vuestra señoría casi juntas, del 30 de noviembre y 27 de diciembre, con que me he alegrado muchísimo, y el capitán con la suya. Es fiel amigo de vuestra señoría en su ausencia, y hácela grandísima vuestra señoría a todo género de gente; pero esperamos que Nuestro Señor será muy servido con el haber quedado vuestra señoría tan cerca de nuestro buen rey, y que hará grandes efectos sus respuestas y proposiciones de vuestra señoría en las ocasiones que tuviere.

2. No sé cómo vuestra señoría no me dice nada de lo que toca a su alma, deseándole yo la salvación con el extremo que la deseo. Las nuevas de los medios con que vuestra señoría la asegura serán par mí tanto más alegres cuanto ellas más eficaces.

Varias cosas oigo del casarse vuestra señoría. Como sierva suya, le represento mi deseo que ya vuestra señoría sabe. Mujer apacible de trato, devota y virtuosa, que ayude a vuestra señoría en el camino del cielo, será muy buena compañía; y su casa de vuestra señoría dichosa en tener sucesión suya. Pero para podrirle la sangre y acortar su vida y enredar más su corazón de vuestra señoría en vanidades y olvidos de Dios, no lo puedo yo desear, por más que deseo su sucesión en su casa.

3. Las nuevas que puedo dar a vuestra señoría no sufren tan largo viaje, y temo pleitos.

Hemos tenido cuatro santos mártires que, antes de la Navidad, recibieron sus gloriosas coronas: los dos últimos fueron Tomás Somer, que con nombres de Vuilson acudía aquí a sus criados ingleses de vuestra señoría, y el padre Juan Roberst, monje benito, que vuestra señoría conoció muy bien. Por ocho o diez meses antes de su muerte eché de ver en él grandísimo augmento de virtud y devoción, y asiento y quietud notable; disponíale Nuestro Señor para tan alta ventura. Seis veces había estado preso, pero nunca condenado a muerte, hasta esta última; y por tener gran esperanza dello, pocos días antes de las sesiones, rota una pared por do salieron tres compañeros suyos, él no quiso serlo en eso; y me aseguraba, sentenciado ya, que, con serle tan fácil el escapar, no lo hiciera por cosa del mundo, tan cerca de las sesiones; tiempo en que convenía a los pastores dar ejemplo a las ovejas de constancia y ánimo.

4. Asistílos cuanto pude antes de su muerte. Y cuando los llevaron a notificarles la sentencia, temblaba el padre Roberst tanto, que casi no se podía atar las trenzas y abotonar las mangas de su jubón. Y díjome: «Mire cómo tiemblo.» Y respondí yo, que me hacía acordar del Gran Capitán, que, temblaba mucho, armándose, y decía que sus carnes temían su corazón. Él se rió y abajó la cabeza, como agradeciendo mi buena opinión. Estaba humildísimo en la cárcel, y, espiritual.

Cuando volvieron, no los trujeron a Justisal Justihall, que es el lado do están, los presos por la santa fe, sino al otro, do están los herejes, homicidas y ladrones. Y por consolarme y consolarlos, que es fuerte paso mirado de cerca, procuré, por no sé cuántos reales, que el carcelero me dejase ir allá. Hízolo, y aún más favor que fue, dejármelos traer a do los demás estaban, de noche, algo tarde, por una puertecilla secreta que hay en lo alto de la Torre. Venía con cuidado el padre Roberst de que yo no cayese por las escaleras, no fáciles, y dos de mis compañeras que me habían seguido, con otras dos amigas de la ciudad. Abajo hallamos no pocas personas que venían a visitar los santos mártires toda la sala llena se alegró de verlos bajar allí. Sentáronse a cenar cuantos cupieron, que eran más de veinte, y solas dos personas no prisioneras. Yo tomé la cabecera; lo cual, hasta aquella última cena, no, quise hacer; y fue, por confortarme con la cercanía de los dos mártires, que estaban a mis dos lados, bien fuera de comer ni aún un bocado; parecíame imposible. Estaba llena la mesa de alegría y devoción, y yo, sumida en un profundo pensamiento de lo que tenía delante, que me representaba vivísimamente la última cena de Cristo Nuestro Señor. Díjome el padre Roberst: «¿No ve cómo estoy aquí demasiado de alegre, desedificándolos? ¿No será mejor el irme a tener oración a un rincón de ésos?» Y decíale yo que no, por cierto; que no podía haber mayor ejemplo que estarle viendo con tan notable ánimo y resolución de morir por Cristo.

Ese hueso suyo y aceite de sus tuétanos, mezclado con alguno de los del padre Somer, me dió para enviar a vuestra señoría un padre benito llamado Haens, que vuestra señoría vió en Haigat; y dice que, por ser agradecido en lo que puede, al mucho consuelo que con vuestra señoría recibieron aquí los católicos.

5. Si quisiese decir lo que ha crecido su persecución en estos ocho o nueve meses, serían necesarios algunos pliegos fuera de éste. No puede ningún católico, lego, digo, ir por las calles sin peligro, como iban antes; porque de repente, si se los antoja a los pursivantes, llegan y los presentan al falso obispo, que es insolentísimo (así llamaba él a nuestro buen Roberst: «el insolente Roberst», cuando le condenó a muerte); él les ofrece el juramento, y si no le toman, los envía a la cárcel; y uno de los que ha puesto en ella es la madre de la niña rubia que yo tenía en Haigat; y tantos, en Niugat, que no caben en aquella sala escura y sin aire, llena de mal olor de los lugares sucios de la otra parte de los herejes, que cae allí a un lado. Y como no tiene apartimientos, están como ovejas en corral, y tememos se han de consumir allí los más de enfermedad este verano, si hace calor. Y hay muchos delicados y ricos, y no pocos sacerdotes; que espían ahora las puertas de los católicos de noche, y las calles donde hay luces, de modo que ya ni la noche no les es segura.

6. Han estado aquí dos embajadores; un mariscal de Francia a establecer la paz, dicen, y un saboyano, y se cree que para apuntar casamientos, y que ha de volver.

Fue muy bien recibido. Él y el otro se fueron sin pedir sacerdotes. Plega a Dios que no sean los convites y fiestas de Herodes, con el Santo Juan en prisión.

Éstos pretenden asegurar paces con todo; y con color de blandura y piedad hacer olvidar a los príncipes católicos de las afliciones intolerables que padecen los que lo son en este Estado, y consumirlos en muy astutos modos, o ablandar su constancia. Duélale esto a vuestra señoría, que a mí me pasa el alma. ¡Qué grande bien pueden hacer los embajadores aquí, si tuviesen celo y discreción! ¡Y cuánto importa mirar los que se envían! Sin duda, será una cosa de que Dios pedirá estrecha cuenta. Dicen: Al Estado se ha de acudir, que ésos son fervores imprudentes. Y si no hay prudencia ni fervor, ¿qué será del Estado? Sus razones, miradas sabiamente con corazón recto para con Dios, muy diferentes son de las demás, y Su Divina Majestad es el que ha de prosperar los Estados.

7. Contra las mujeres se esfuerza nuevamente la persecución: aunque sean de condes las pueden poner en la cárcel, si no van a la iglesia o toman el juramento; y la Noles dicen está perdida de miedo, como si hubiese de empezar por ella. Ahora corre en general, entre algunos que una cierta señora se confesó antes de la Semana Santa. Es de las más principales. Retiróse de su palacio para ese efecto; pero dicen que con un compañero nada devoto, y con más deseo de persuadir a su marido, que le quiere ser leal de aquí adelante por este medio de religión, que miedo de su disgusto, porque no es católico. También he oído que pidió a unas españolas confesor, y que le respondieron que no se atreverían a meterse en tales materias, por amor de las paces; y que era la segunda vez que las habló. El tiempo dirá lo que piensa hacer.

8. Pague Nuestro Señor a vuestra señoría la merced que le ha hecho, procurando tanto alivio a mi duro peregrinaje, con las innumerables que, por su santísimo amor, he recibido de vuestra señoría en él. Por haberse inclinado el rey nuestro señor a esto con tanta rara piedad, beso sus reales pies y manos y las del duque muchas veces. Suplico a vuestra señoría represente mi reconocido corazón. Nada me entra tanto en gusto, como ver cuán meramente se hace por sólo Dios obra tan desnuda de respetos humanos, como es hacerme a mí bien; mi necesidad tan lejos de los ojos y yo tan ruin, que aún desde allá se podría ver. ¡Sea Nuestro, Señor para siempre glorificado! Amén.

9. Temo cantar a vuestra señoría: con todo, quiero decirle que he tenido un encuentro con el obispo falso de Londres, Abot, que ya lo es de Conturbery. Había licencia libre, como suele, para todo género de gente, para entrar en Niugat; y cuando yo vi, estando allí, que los mártires habían venido condenados a muerte solamente por ser sacerdotes católicos de nuestra inestimable y santísima religión, postréme y beséles los pies, deseando mostrarles en mí, aunque pequeño y mal sacado dibujo, la grande estima que mi nación tiene de tan felice género de muerte, y augmentar, por ventura, la heroica resolución de sus ánimos, más lejos de vana presunción y gloria, que del horror que causa naturalmente muerte tal como a ellos se la pintan en la sentencia. Y algunos días antes les había enviado a todos unas tortadas de peras, por más acomodado gasto a nuestra pobreza, y hacerles algún regalo. Acertólo a saber un falso hermano, y por él el falso obispo. Yo no sabía nada; y estuve tan enferma por muchos días, después del martirio de los dos padres, que no podía salir de casa, con que me escondió Nuestro Señor. Y visto que tardaba, augmentábase la rabia que tenía conmigo; persuadido a que yo les había causado a los mártires mayor ánimo para morir, besando sus pies y honrando su estado y doctrina lo más que se podía. Y decía que las tortadas habían sido cosa excelente, y en el día último de sus vidas, que era mentira. En fin, se resolvió a enviar por mí, mandándome que, al punto, fuese delante dél, que me quedaba aguardando, con uno de sus pursivantes, gran bellaco, el cual procuró mucho mansamente que le abriesen nuestra puerta. Al cabo yo me llegué al rallito della, y por él supe su mensaje; y dije no creía yo que él me enviase a mí recaudos, y mucho menos con tal persona. Don Alonso lo supo, y me envió a decir que en todo caso respondiese comedidamente, y me excusase de ir, con decir no estaba buena. Después me dijo que eso era necesario, porque el obispo era aquí dinidad, y en cosas de espíritu, no convenía mostrar libertad y descortesía. Esta historia pará sólo vuestra señoría.

10. He entendido que el tesorero desea mucho que vengan dos presos, por que dice trocó a Mr. Rich. El otro día oí que el uno es venido, aunque él no lo dice; y pienso es el que más quería, deudo dé su ama, pero no lo sé.

11. Ya creo habrá sabido vuestra señoría lo que ha escrito aquí el agente hereje deste rey, que estaba ahí, de que vuestra señoría los desfavorecía muchísimo, y que se lo avisaba para que viesen que no había que fiar de embajadores de España. Y decía el tesorero: «¿Es posible que esto hace don Pedro? Pues aquí todo lo posible le respetamos y le amamos. No puedo persuadirme a que lo oigo, sino a que lo sueño.» Con esto él, o otros de palacio, deben estar tibios con vuestra señoría, y conmigo como cosa suya; pero todo el respeto, aun los no católicos, con notable memoria de vuestra señoría y sentimiento de su partida, como si fuera ayer. Y especialmente en los católicos, cada día parece que crece la afición con que de vuestra señoría hablan; y pregúntanme si podrán tener esperanza que vuestra señoría volvería a Inglaterra.

12. Desde que vuestra señoría partió de aquí no he tenido una hora de alivió, y cien nuevas ocasiones de aflición. Así, estoy más desfigurada y flaca que vuestra señoría me vió. Don Alonso y su hermana y nuera me han hecho mucha caridad, y yo no los he podido servir en nada. Deseaba hacerlo con lo que he visto y experimentado, o ahora entiendo aquí; mas eso todo se les vuelve en ofensa y disgusto. Y así, desde mi rincón los respeto, con rarísima comunicación; ni buscan la mía, porque presto me conocieron. Lo más que nos vemos es en la capilla. Tienen casi en medio unas barandillas con dos gradas de la galería vieja al aposento de Sedeño. Ellas se sientan arriba; yo, abajo, con los ingleses.

13. Si el mensajero me da lugar, escribiré a mi prima y al padre Maestro, cuyas manos beso.

Nuestro Señor guarde a vuestra señoría en su santísimo amor muchos años, como yo lo deseo. Amén.

De Londres, a 16 de abril 1611.

14. Sepa vuestra señoría que cogió unas cartas el tesorero, dicen que en la faldriquera de Guillermo Cook, que está en Niugat, y eran en español y para persona de allá. No me quiso decir don Alonso para quién. Mostró sospechar que eran del capitán, pero no lo supo. Envióselas el tesorero para desenojarle de haber dicho en el Consejo: «Nuestro poderoso enemigo, España.» En ellas murmuraba su dueño bravísimamente de don Alonso, y decía «las mujeres», por su hermana y hija, que, entre lo demás, les dió gran disgusto. Halo llevado después muy en paciencia.

15. Parece que empiezo ahora a escribir. Sepa vuestra señoría que este rey está ya en un extremo de pobreza. Rompió con el Parlamento furiosamente, sin darle nada de lo que les pedía. Cada día crece la necesidad de paces con España. Es tiempo en que se puede hacer mucho por los católicos: milagros hará un medio de importancia.

16. Mis compañeras envían sus humildes besamanos a vuestra señoría. Acuérdanse muchísimo de vuestra señoría en sus oraciones; y yo en las mías pobrísimas, como por mí mesma.

17. Escrita ya ésta, recibo la de vuestra señoría de 10 de marzo; y no sé, cierto, mi buen señor, qué me diga de tan exquisita caridad como la de vuestra señoría para conmigo, y que tome vuestra señoría tiempo para escribirme tan largo, aunque a mí me parecen de sólo un ringlón. Si yo no pudiere ver a vuestra señoría en esta vida, espero en la misericordia de Dios verle para siempre en el cielo; y desde ésta mi dura peregrinación tener muy buenas nuevas de vuestra señoría. La resolución que más importare a su alma deseo más; y si en esa ocupación vuestra señoría se puede esforzar a dar gusto a Dios en todo y tener la rienda fuertemente en las ocasiones de pecado, para no caer, estando tan cerca del rey nuestro señor, vuestra señoría podría hacer muchos servicios a Dios casi sin pensarlo; que, a veces, con tales monarcas, una palabrilla de los que están cerca hace mil bienes y también mil males.

18. Mucho me huelgo que la majestad de la reina se aficione a las Agustinas Recoletas. Guárdenos Dios a su majestad y Él sea bendito que nos la dió y tal rey. ¡Que de ello debe España a Dios aun en esto sólo!

19. Don Alonso me ha dicho ya, cómo por su respeto, el rey me hace merced de alguna cosa que no ha querido decir. La limosna admira de grande; pero ya sabe vuestra señoría las ocasiones que aquí hay tan de servicio de Dios, en que yo y cualquiera tan ruin se quitará el pan de la boca para ellas. Con estar en Londres han crecido, y yo hablo mucho con herejes de la religión católica. Por no alargar más ésta, no digo nada en particular en esta materia.

20. Al capitán casi nunca le veo, ni viene a don Alonso. Cuentecillos hay muchos por ahí.

21. Mucho temo que aquel pleito de Granada consuma la vida y hacienda de mi prima. ¡Qué intolerable cosa son los pleitos! ¡Pésame en extremo!

Guárdenos Dios a vuestra señoría como se lo suplico. Amén. Y enriquézcale con su santísimo amor en el grado que yo lo deseo.

De Londres, 16 de abril de 1611.

22. El licenciado Agustín Pérez, que lleva ésta, en pliego del padre Cresvelo a quien pido la dé a vuestra señoría en su mano, ha procedido aquí muy bien, a cuanto yo he podido saber, y veo es una de las personas que más satisfación ha dado. Suplico a vuestra señoría le favorezca cuanto pudiere en las pretensiones que de sí tiene. Él me ha obligado a esto, hablando siempre con el respeto y estima debida a la persona de vuestra señoría, a quien suplico se sirva de quemar esta carta.

23. A Artabela sacaron de Londres estando enferma en la cama; y así, dicen murió en el camino, poco más allá de Haigat. No sé si es así, porque nadie osa hablar en ella.

A don Pedro de Zúñiga, señor de villa de Flores de Avila, que Nuestro Señor guarde muchos años, etc.




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- 122 -

Al padre Hernando de Espinosa


Londres, 16 de abril de 1611.

Jhs.

1. Misericordiae Domini quia non sumus donsumpti, quia non defecerunt miserationes. No sé cómo me empiece en otra manera. Grandes son las aflicciones que se ven y se padecen, especialmente de ocho o nueve meses a esta parte, con que mi poca salud ha dado mayor caída. Si supiera explicarme, qué larga fuera mi carta de sola esta materia.

2. La persecución está más fuerte que la he visto jamás en estos seis años. Las insolencias contra nuestra santa fe son cada día mayores y contra los que la profesan; verdaderamente, qué mártires hemos tenido tan dichosos, dos en la tierra y dos en Londres, de quien siento no poder decir nada. He sabido tarde de este mensajero, cargada de obligación de cartas y muy debilitadísima, porque he estado este invierno casi hasta ahora, con grandes dolores y accidentes muy peligrosos. Cuánto consolaran a vuestra merced algunas nuevas de esta miserable isla, como minas descubiertas de nuevo, que han brotado trabajos no pensados.

3. Ahora persiguen a las mujeres y señoras, por más principales que sean; con que la paja vuela y tornan atrás; pero el grano queda limpio y expuesto a llevar toda la carga. Solos los flacos católicos afligen más aquí, a veces, que la misma malicia de los herejes, que es grande. ¡Qué falso obispo de Londres! (que ya lo es de Cantorbery, tan insolente); hiciéronle un año ha, y parece no puede ser más propio y importante instrumento del infierno junto, que él lo es; y no poco menos malo el que han proveído a su primer silla.

4. A mí me ha deseado mucho haber a las manos; y tanto, que se resolvió de enviar por mí a mi misma casa, estando pegada a la de don Alonso.

5. Mire vuestra merced que me esfuerzo a escribir ésta, porque no me olvide en sus oraciones, y avíseme de su salud, y esfuércenos con sus santas consideraciones, que bien sé volverlas en inglés.

6. Si ha quedado alguna piedra bezar que no sea allá necesaria, vuestra merced nos la mande enviar con uno de los que ahora van y han de volver muy presto: es el secretario de don Alonso y un criado del señor don Pedro de Zúñiga, muy mío, que está casado aquí.

7. El borradorcillo del repartimiento de las horas de día y de noche con la Pasión de Cristo Nuestro Señor que me dió vuestra merced poco antes de partir, se me ha conservado hasta ahora, que nos empezamos a aprovechar de él, con gran deseo de saberlo hacer bien.

8. Quisiera escribir a Leonor de Quirós; no me es posible; ni a doña María Ponce; reciban mi deseo y amor en tanto que puedo.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced en su santísima gracia, como yo se lo suplico. Amén.

De Londres, a 16 de abril de 1611.

Luisa.




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- 123 -

Al padre José Cresvelo, S. I.


Londres, 16 de abril de 1611.

Jhs.

1. ¡Jesús, Señor, lo que ha que no escribo a vuestra merced! Parécenme los meses años, según lo he deseado: ni la salud ni los mensajeros me han dado lugar. Dos han enviado sin que yo lo pudiese saber, y pensádome morir algunas veces este invierno. De vuestra merced he tenido dos o tres cartas; por ellas le beso las manos muchas veces; recibo con ellas grandísima merced y favor.

2. No me dice vuestra merced nada de su nuevo colegio, qué renta y principios tiene, que deseo sean muy buenos, y su salud de vuestra merced la que es menester.

3. El padre Baulduino se está en la Torre quieto esta Cuaresma, con poca salud, y así, comió carne; trátanle bien; tiene siempre su hábito de la Compañía, como en Bruselas, y sombrero como los de la Compañía. No le hallan culpado en cosa chica ni grande de las que creían dél. Hase dicho le enviarían a Flandes, pero, ya no hay memoria desa plática: no les dejarán hacer cosa tan buena y honrada sus pecados.

El padre Strang, por doscientas libras que dió por sí a un cortesano se ha redimido y está ya fuera de Inglaterra.

El padre Crisóstomo, capuchino, en la Torre, que es gran pérdida de Escocia.

4. Abot, falso obispo de Londres, lo es ya de Canturbery; y de Londres, el doctor King: tiénenlos por terribles bestias contra la religión católica. El Abot es insolente hombre. Dice que si el rey le da toda la mano y licencia que él quiere, desarraigará la religión nuestra de Inglaterra en dos años, sin duda alguna. El ha apretado en Londres fuertemente a los católicos, de ocho o diez meses a esta parte: casi no pueden ir por la calle, como solían, seguramente; y muchos excusaban cuanto podían salir de sus casas todos estos días pasados. Facilísimamente, en topándolos purvisantes, conforme a su antojo, los llevan o dejan; y, presentados al obispo, luego ofrece el juramento de fidelidad quellos dicen; y, si no le toman, los envía a la cárcel. Así, hay gran número en ellas, y Newgat no cabe dellos. En el Justishall, do los ponen, hay 13 sacerdotes; dos dellos, padres benitos, que vinieron entrambos este verano último de España.

El hijo de Mr. Dorel se está siempre allí, condenado a cárcel perpetua por el juramento, como otros también. Mañana empiezan las sesiones: veremos lo que hacen.

En las pasadas dicen que este Abot apretó al rey para que le dejase ahorcar siquiera dos sacerdotes, y que él respondió: «¡Alas poor men! ¿whe will you now hang them?»

Parece que la venida del embajador de Saboya que fue en aquella ocasión, causaría esta piedad.

5. Dícese vino a tocar materias de casamiento de miladie Elisabeth Grase con el hijo de su señor, y que le dijeron que la han de dejar tener capilla y ministros protestantes; y quél respondió que no tenía orden de resolver aquel punto, pero que pensaba se allanaría en él el duque, su amo. No entiendo estas paces y amistades de príncipes tan católicos, cómo puedan construirse con tanta persecución de los pobres católicos. Desde que vine, nunca los he visto tan apretados y afligidos como ahora.

Solían los pursivantes espiar las calles y puertas de conocidos católicos de día; y ya, de noche hacen lo mesmo; que aun ésa no les es segura. En ellas han cogido todos los últimos que están presos, y seguido a otros que se han redimido de las manos de los pursivantes por mucho dinero, a costa de los dueños de las casas a do aciertan a entrar.

No solían las mujeres, especialmente las ladies, ser comprendidas en el pagar por sí; ahora lo son; y dícese las han de apretar mucho, aunque sean casadas con protestantes. Y las flacas perecen de miedo, mas muchas hay fuertes: y dicen que no han de consentir que sus maridos las rediman con dineros, sino que quieren ir a estar en la cárcel. Y si todas se aúnan, eso es lo mejor, sin duda, para destetarlos del gusto del dinero. Hay ya algunas mujeres en las prisiones por el juramento; dos dellas son muy nobles.

6. Cuatro mártires hemos tenido. Fuéronse al cielo antes de la Navidad pasada; los dos desde Londres, llamados Tomás Somer y Juan Roberts, monje benito. Estuvieron presos en Newgat escasamente un mes. Yo los asistí cuanto pude, después de ser condenados. Murieron con notable constancia y edificación, especialmente el padre Roberts. Hablóme mucho, en aquel último tiempo, de su entrada en San Benito; y en vuestra merced, con particular respeto, diciendo que, sin duda alguna, le había debido mucho a vuestra merced y lo reconocía así. Dióme un crucifijo iluminado, devoto cierto, en pergamino, con unos ringlones muy discretos al pie. Y por cumplir más presto su voluntad no confiando de tener mensajero aquí, le envié a Flandes al padre Miguel, para que le enviase a vuestra merced. Y como está en Lovaina y el pliego vino primero a las manos del padre Antonio Hosquines, abrióle, según me han escrito; y presumiendo que vuestra merced holgaría dello, dió el crucifijo a no sé qué persona en Bruselas.

Y sepa vuestra merced que estaba muy espiritual y devotísimo el padre Roberts; un año había que yo echaba de ver iba aprovechando en espíritu. Claramente, habló en las sesiones al falso obispo con mucho valor y discreción; y lo mesmo hizo en la horca con el pueblo y ladrones que ahorcaron con él. El obispo Abot le llamaba en el juicio «el insolente Roberts». Seis veces estuvo preso, ninguna condenado a muerte, hasta la última de su vida. Estaba con grandes ansias de que hubiese gran unión y amor entre los padres de la Compañía y monjes benitos; y díjome que, si podía aquella noche escribir una carta antes de su muerte a su General, suplicándole lo procurase con grandes veras, le escribiría, sin duda. No sé si pudo.

7. El padre Blackfan ha aportado acá con salud, y está muy siervo de Dios, como suele; y todos los hermanos de vuestra mercer y suyos, con salud; ninguno preso, gracias a Dios.

8. Sepa vuestra merced que los días pasados prendieron a Guillermo Cook y tomaron algunas cartas en su faldriquera. Él, de todos las tomaba por caridad, cuando se lo rogaban, para enviarlas a Flandes. Había entre ellas dos en español, creo que para el señor don Pedro, aunque no me lo quiso decir el embajador, pero diólo a entender, y claramente, que creía eran de Mr. Blund. Yo le di a entender que era imposible ser suyas: en ellas murmuraba bravamente del proceder de don Alonso; y cuando hablaba en las dos señoras, llamándolas «las mujeres», y decía que eran piadosas; él lo tomó mal al principio; después, con muy gran paciencia, sin querer se hablase más en ello; y decía creía que no debía ser Mr. Blund. Envióle estas cartas el tesorero.

9. A Arbela han sacado de Londres, estando muy enferma en la cama, sin aguardar, dicen, a que pasase un sudor en que estaba, llévanla lejos, cerca de Escocia, como prisionera. Decían que, cuatro millas o seis de Londres, murió: no sé si es verdad; que nadie osa hablar en ella bien ni mal.

10. Estos señores me hacen mucha caridad, pero no fían cosa alguna de mí secreto y trato, ni gustan de mis opiniones, ni de que les diga nada de lo que oigo o sé, antes se ofenden y enojan. Y también se afligen de oír que hay gran persecución y muestran no creello: dentro, en su casa, sin duda no la hay. Amolos y respétolos desde mi rincón, sin cansarlos tanto.

He entendido que el señor don Alonso, con gran caridad, escribió, para que su Majestad me diese 300 reales al mes, y a tiempo que no sirvió, sino de que se volviesen en esos 400 o quinientos que su Majestad había ya mandado. 300 reales es limosna que puede causar gran admiración, según es de grande, y más en persona tal como yo; pero no tan conforme a la necesidad de aquí. Cinco o seis meses ha que nos los da don Alonso, y sin otras limosnas muy grandes no se puede pasar, que está intolerable la tierra de cara y descomodada; y nuestra casa es un chiquito monasterio, y de gloria de Dios parece, en verdad. Y son tan frecuentes las ocasiones de dar de comer, aunque pobremente, a los que vienen a mí, herejes o católicos, por sólo respeto de sus almas, no siéndoles posible tener otros medios tan eficaces; y librillos a los no convertidos, para ayudar a la luz de la fe; y a los que lo están para que se instruyan mejor y se consuelen y enseñen a orar y cuesta cada uno muy caro precio, porque los venden con gran peligro de sus vidas y haciendas.

Bien creo se acordará vuestra merced de los cien ducados de doña Ana María de Vergara, para hacernos merced de cobrarlos.

11. ¡Cuántas cosas dejo de la persecución y del padre Roberts, por no ser ahora posible! Un pedazo de su santa carne envió aquí a vuestra merced. Extraña cosa era ver sus cuartos aquí en el suelo: teníanse derechos como coseletes; y armas fueron, sin duda, con que pelearon los dichosos santos. Cogiéronlos una noche, y los del padre Somer, del hoyo en que los enterraron, debajo 16 ladrones.

12. El señor licenciado Agustín Pérez es el correo, y va con él un criado que fue del señor don Pedro y está casado aquí.

13. Suplico a vuestra merced me envíe los velos, o tocas, que mi hermano dejó ahí, con ellos; que tengo necesidad. No hay acá cosa que no sea volante delgado, que en una semana está roto, y que está la vara a tres reales y medio y cuatro. Y puedo decir a vuestra merced cierto, que deseo favorezca y ayude vuestra merced al señor licenciado Agustín Pérez en cuanto pudiere, porque su persona lo merece y es quien aquí ha dado mejor satisfación; y si estuviera en su mano, nunca los libros se quemaran.

Si maese Pedro, que el criado del señor don Pedro de Zúñiga, al volver se trae mercadurías para sí a las naves, bien creo querrá traer algunos libros para mí. Deseo la última parte de Santa Gertrudis en romance; con las anotaciones del padre fray Leandro Banegas Manrique (tengo la primera ya); y los dos cuerpos últimos, digo los seis meses de los últimos Flos Santorum augmentados de Basilio, que ya tengo los seis meses primeros; y el Flos Santorum en verso de Cayrasco, todos los doce meses enteros; y con tal condición que vuestra merced los compre de nuestros mesmos dineros.

¡Lo que siento no poder, por la prisa, decir cosas particulares de edificación! Por Flandes he menester resolverme a escribir a vuestra merced; en otra manera no lo podré hacer como me lo manda.

Guarde Nuestro Señor a vuestra merced en su santísimo amor como, yo lo deseo.

De Londres, 16 de abril de 1611.

Luisa.

14. Cuando el Padre Ricardo Walpolo estaba en Valladolid, fiaba su celda, do se quedaban papeles y cartas sobre su mesa, de algunos estudiantes en quien había poco secreto; y menos, venidos ya a Inglaterra. Así, suplico a vuestra merced queme luego, en leyéndolas, mis cartas; que en ese colegio nuevo do hay tantos, habrá harto peligro desto; y algunos que, estando allá, dan satisfación y parecen muy devotos y santos, venidos acá se truecan muchísimo.

15. Al señor Contador Juan de Cerain beso las manos; déle vuestra merced désa reliquia, recibí el libro, no me es posible ahora escribirle.

16. Hase convertido ahora una señora bonísima, destas ladis, nuestra vecina, que solía ser muy amiga deste Canturberi, Abat, y dícele: «Señor, mira que temo que queréis jugar de tirano». Y dícele él: «Cierto, no hago más, ni haré, de lo que me obliga la conciencia».




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A la marquesa de Caracena


Londres, 16 de abril de 1611.

Jhs.

A mi señora amadísima la marquesa de Caracena, que Nuestro Señor guarde muchos años, &.

1. He recibido su carta de vuestra excelencia del primero de noviembre. Y sabe Nuestro Señor con cuánto consuelo. En España piensan algunos que nadamos en ellos en esta tierra, por causa de la persecución; pero, aunque los tenemos, van juntos con angustias mortales: cierto, señora de mi alma, cercada de todo género de temores, y crueles motivos de dolor. La relación que vuestra excelencia hace de los moriscos es devotísima, y de gran gozo para mí la grande cristiandad, y notable celo del bien de las almas, con que el marqués ha procedido, y vuestra excelencia en lo que le tocaba. ¡Ay señora mía amadísima, y si los viera yo aquí, entre estos católicos! ¡Que, el volver atrás en puestos, supliera bien el ir muy adelante en aumentar la gloria de Dios! Porque hay aquí grandes ocasiones: y en este tiempo que este rey está pobrísimo, y necesitado de la paz de España, hiciera maravillas un medio tan importante como el ejemplo y cristiandad de vuestra excelencia.

2. La persecución crece cada día, desde ocho o diez meses a esta parte. Empezó con furia el falso obispo de Canturberi, que es ahora, y entonces lo era de Londres, a afligir los católicos de cien maneras, y especialmente, con un juramento que se ha hecho después de mi venida, lleno de cosas contra la fe, mezcladas con palabras y nombre de la fidelidad que deben a su natural rey. Las mujeres no eran tan molestadas como los hombres; pero ya las igualan a ellos; y si no toman el juramento, ni quieren ir a sus iglesias, han de ser puestas en la cárcel, y perder todos sus bienes; y si son casadas, o con herejes o católicos, los maridos las pueden redimir, pagando por cada una el suyo cuatrocientos reales cada mes; y si el dote de ella es mayor que eso, de tres partes ha de dar las dos. Los hombres, ya era cosa llana antes, que han de pagar las dos partes de todas sus rentas cada año al rey, que lo libra a los escoceses, que es gente pobre. Y es gran providencia de Dios, porque los ingleses herejes que desean aquello para sí, beben la sangre propia suya en los católicos, viendo que se lo llevan todo los escoceses, a quien aborrecen naturalmente. Cuando llegan las justicias a apreciar las haciendas cada un año, pónenles menos valor; y los escoceses se contentan muchas veces con menos de lo de la ley, por miedo de la envidia de los herejes ingleses. Mas fuera de este robo, señora, tienen tantos, que sólo la providencia de Dios, tal cual aquí lo veo, podría defenderlos. Viven con continuo temor, siempre recatados, y gastando dinero en ganar amigos herejes. Las mujeres pasan lo mejor que pueden, escondiéndose, y ausentándose de sus casas de tiempo a tiempo; y las que están preñadas, vánse un mes o dos antes a otro lugar, do no lo saben, para parir allí: porque si no cristianan la criatura heréticamente, han de pagar cuatro mil reales por cada una; y por cada criada o criado católico, cuatrocientos reales cada mes. A esto se aventuran los más, porque en otra manera no podrían admitir sacerdotes; y Nuestro Señor provee, que pocas veces se ejecuta esa ley. Creo su motivo es, porque se hincharía la república de ociosas mozas y mozos católicos pobres. Y como no tienen monesterios, ni otros reinos donde enviar gente, están llenos de ladrones; y esos, herejes todos; y limpian la república ahorcando fácilmente por ese vicio, aunque sean niños de once años o diez. Cada mes hay en Londres veinte ahorcados, veinticuatro o veintiséis, y creo pocas veces menos.

La más terrible cosa que sufren los católicos, a mi parecer, siéndolo todas mucho, son las serches o buscas de sus casas; a cualquier hora, de noche y de día, de repente los asaltan, comiendo o cenando o en la cama. Si tardan un Credo en abrir, traen los primeros oficiales de la calle, que rompan la puerta. Son por la mayor parte alguaciles de los obispos falsos, insolentísimos y picarísimos, sin otro oficio ni renta, sino lo que sacan por ese medio; y las justicias y vecinos los asisten, y dan toda ayuda. Tienen amplísimas comisiones; y si aun pasan a más exceso, no por eso los riñen. Destrozan y abren los cofres, hasta el menor, y cajillas que hallan. Leen todos sus papeles; ésos, y libros, y imágenes, y dineros cuantos pueden topar han de llevar al obispo. Y porque de eso sacan poco, de secreto se conciertan con los dueños de las casas, y estando bien pagados, los dejan y se van y dicen, no hallaron nada, y vuelven después a coger más. Y porque suelen tener lugares secretos los católicos para meter esas cosas y sacerdotes también; esos alguaciles tientan las paredes con hierros muy agudos, para ver si están huecas, y quitan las tablas del techo, y las del suelo hartas veces, que no son de tierra. Si hallan sacerdotes, su amada presa, ésa es toda su gloria. Y como es peligro de vida para el dueño de la casa, conciértanse por lo que toca a él por mucho dinero, y por el sacerdote les ha de dar mucho más; o si no llévanle a la cárcel. Cuando están contentos por entrambos, van y dicen no hallaron nadie; y vuelven otra y mil veces a hacer sus buscas, y cada vez ha de haber nuevo concierto. Por un padre de la Compañía, o grave religioso de otra Orden, llevan cuatro mil reales, pocas veces dos mil o tres mil. Hay dos sacerdotes caídos, que tienen ese oficio y comisión, y mujercillas consigo. Y dice el uno de ellos a los católicos, cómo, de aquellos dos pecados, que son llevar los sacerdotes presos, y sujetos a muerte, o tomar dineros por dejarles ir, siempre escogen el menor, que es el tomar dinero. Ellos han descubierto muchos lugares secretos de casas de católicos: los cuales están sin duda, como corderos entre lobos; de que me cabe a mi su parte, aunque indigna.

3. Este insolente obispo ha deseado mucho cogerme, de dos meses a esta parte, después de la muerte de los dos últimos mártires. Yo no lo sabía, y Nuestro Señor me escondió estando tan mala, que no me era posible salir de casa, aunque me deseaban ver los presos por la fe, de Ningat, que está no lejos. Después, me enviaron a decir, que en ningún modo fuese a ellos, porque, sin duda, no me dejaría salir más al carcelero. Viendo mi tardanza, el obispo envió por mí a mi propia casa, que es pegada a la de don Alonso. Y fue gran injuria suya, porque los obispos, por vía de materia de religión, no se han de entremeter con extranjeros. Y eso es muy observado aquí; pero él pasa por ello, sin reparar mucho: con lo cual se facilita mi esperanza de que, por ventura, vendré a ser mártir. Yo consideré que, si me prendían, era muy probable que me desterrarían de Inglaterra, sin otro daño más que algún poco de tiempo de prisión; y así, no quise ir, ni abrir mi puerta: en otra manera fuera, no por reconocimiento, sino a decille cuán ciego está en su herejía. Por un rallito de la puerta respondí, que yo no creía que él enviase a mí, y que me mandaba parecer luego delante de sí. Don Alonso lo supo, y me envió a mandar me excusase con corteses palabras. Yo nunca las digo malas, ni cosa de que puedan asir; pero no es menester ser demasiado corteses con ellos; con el rey y Consejo más que con todos, sin agravio de nuestra santa religión. Si no estuviera tan una la casa con la de don Alonso, creo, cierto, rompieran la puerta; pero así, ni aun golpes no dieron: tan solamente tocaban mucho la campanilla, que se usa tenerlas aquí.

Cuando el miserable hombre vio que yo no iba, procuró, aquella noche saber las señas de mi rostro, y asentáronlas por escrito dobladamente y así está el negocio; no sé lo que hará, si me topan los suyos. Antes de aquella vez que me prendieron los justicias seculares de ellos, aun más de dos años, creo me andaban buscando los obispos de entonces, con mandamientos que contenían mis señas, y en siete u ocho meses se les olvidó. Y decía un buen doctor por mí: Quotidie apud vos eram in templo, et non me tenuistis. Y si me querían, ¿para qué me ponían asechanzas en secreto, andando yo tan en público? Entonces fue por la muerte del santo Roberto Druri, sacerdote, de lindas partes, cuya cadena yo merecí besar sin merecimientos míos. Y decían, que yo le había esforzado a morir, y sido gran causa de su resolución. Y lo mesmo ahora, por los dos santos padres Juan Roberts, monje benito, y Tomás Somer, sacerdote secular. Cuando vinieron de la sentencia de su muerte, en que se declaraba morir por sola la santa fe, llegaron a una sala a modo de iglesia, llena de católicos presos por serlo, y yo me postré a sus dichosos pies, y se los besé, diciéndoles, que me hallaba llena de envidia de su felice suerte. Deseaba mostrar en mí, aunque en pequeño y mal sacado dibujo, la justa y grande estima que mi nación tiene del alto estado y profesión del martirio, y aumentar, por ventura, la heroica resolución de sus ánimos, más lejos de vana presunción y gloria, que del horror que causa naturalmente tal muerte como a ellos se la pintan en su sentencia. Algunos días antes, les había enviado unas tortadas de peras, por más acomodado gasto, y hacerles algún regalo; que allí es harto necesario, que es prisión escura y sin aire, y de muy mal olor, por unas necesarias que tiene a un lado, del otro donde está la multitud de herejes, homicidas y ladrones. Esto ha exagerado, con el besar de pies, el falso obispo muchísimo al Concejo, y a todos; y decía eran cosa muy excelente las tortadas; y eran, sin duda, buenas, al uso de España, pero no en aquella noche enviadas, que, condenados ya ellos a muerte, fui yo su convidada, no para sustento del cuerpo, sino sólo por el del alma, y me senté con ellos a la mesa.

4. Después que se fue el señor don Pedro, perdimos la estancia de Haigat, fuera de Londres, y aquel sano y fresco aire. El de esta ciudad es espesísimo y sucio: en las calles da en el rostro pesadamente. En el verano, apenas queda persona noble sin salirse fuera. Quedan mercaderes, y no todos, tiendas, y extranjeros negociantes. Una de las penosas cosas que tengo que ofrecer a Nuestro Señor es, estar en Londres; tal mal lugarazo es como esto. Prometo a vuestra excelencia que parece hay aquí más plagas que las de Egipto, fuera de las del alma, y de la peste, que ellos llaman plaga; y con todo la alaban terriblemente, y dicen es el paraíso de la tierra, sin cansar jamás de decir mal de España; y tienen opiniones tan bajas e indignas de nuestra tierra y de la gente de ella, que eso sólo puede servir de hacer bien dura mí peregrinación; y también no aman extranjeros; y dicen de sí, que entre ellos es cosa muy natural.

El alivio de Londres es poder hablar con más herejes que en lugar pequeño; y para mí es de los mayores encantos y deleites que yo podría hallar; digo en religión, que jamás me es tolerable hablar con ellos en otra manera, excepto breves salutaciones, y ésas con ese intento. Y no se ha de pretender fruto en una vez que hincha mucho el ojo, porque no se alcanza acá sino una alma aquí, y otra acullá; y eso ha de costar buen sudor primero. A veces desea con Rachel clamar a Dios por hijos esta pobre alma mía: Da mihi liberos. Otras, está muy satisfecha en sólo hacer de su parte cuanto puede, en que sea servido Nuestro Señor. Dame esto extraordinario cuidado. Convertir un casado me da a mí gran gusto, porque se abre gran campo a la conversión de su mujer por lo menos, y para criar sus hijos católicos. El muro más inexpugnable de la condenación de esta gente, es el increíble amor que tienen a temporal quietud y descanso. Está lleno el reino de todo género de pecados; y son muy dados a deleites lascivos, como personas de conciencia tan sin Dios. Cuando se ha trabajado mucho en persuadirles la verdad de la fe, y lo están, el miedo de perder la benevolencia de otros herejes, basta, sin otros temores, a tenerlos fuertes en la profesión de la herejía. Yo les digo hartas veces, que ese género de demonios no se puede sacar sino con oración y ayuno; y en entrambas cosas no hay más pobre criatura que yo; y si ayuno, es sólo por un hastío casi perpetuo, y extraordinario que padezco. Mi salud es malísima. Este invierno he pasado con accidentes muy peligrosos, y de gran dolor; ahora tengo un poco de mejoría, y quizá crecerá con el calor. De la de los vahidos de vuestra excelencia huelgo en extremo, y le deseo mucho la vida, y la del marqués; Dios le guarde. Amén.

5. No me parecen muchas las comuniones de vuestra excelencia, ni creo que la preparación es muy poca. Envidia tengo a los ratos que vuestra excelencia pasa con el padre Sobrino, cuyas oraciones me alcance vuestra excelencia, le suplico. Las de vuestra excelencia y su marido estimo yo muchísimo; y las nuevas de la nieta; y a su hermana, padres y tías, cuyas manos beso muchas veces. Espero en la infinita bondad de Dios verlos en el cielo, do (como vuestra excelencia dice) nos gozaremos con estrecho e inseparable ñudo de amistad. Cuando vuestra excelencia me hiciere merced con las suyas, tenga yo de todos nuevas muy especiales. Suplico yo a mi señora amadísima sean de mucho y aumentadísimo amor de Dios en sus almas. De la caridad y piedad de los que me han escrito, o ayudado, o con sus limosnas, o con sus oraciones, o con otros motivos de gusto de Dios, me siento muy deudora. Págueles Nuestro Señor lo que yo no puedo.

6. Si no temiera cansar a vuestra excelencia y a mis pocas fuerzas, pudiera gastar algunos pliegos en particulares cosas de los católicos perseguidos, que le causaran devoción.

7. El embajador ha tenido buen monumento, y nosotras uno en extremo muy gracioso y devoto, y más grave que grande, en grande secreto. Esta no es cosa para tomarla en la boca, ni con los españoles en ningún caso, causaríanos cien trabajos nuevos. Hay también cirio pascual: que las casas de los católicos son las iglesias católicas de Inglaterra, pero nunca osan tener el Santísimo Sacramento, si no es por breve tiempo, y en casas más seguras que las ordinarias. Yo hice que el señor don Pedro de Zúñiga le tuviese, que no lo tenía antes, y ese ejemplo siguió el francés, y veneciano, y sus sucesores.

8. No quiero pasar adelante.

Nuestro Señor me guarde a vuestra excelencia, señora de mi alma, como lo suplico, llena de su santísima gracia y abrasado, amor en grado que para mi misma deseo.

De Londres, a 16 de abril, 1611.

Menor sierva de vuestra excelencia.

Luisa.



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