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Abajo

Fábulas literarias

Tomás de Iriarte



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ArribaAbajo- I -

El elefante y otros animales


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Abajo    Allá en tiempo de entonces,
y en tierras muy remotas,
cuando hablaban los brutos
su cierta jerigonza,
notó el sabio elefante  5
que entre ellos era moda
incurrir en abusos
dignos de gran reforma.
Afeárselos quiere,
y a este fin los convoca.  10
Hace una reverencia
a todos con la trompa,
y empieza a persuadirlos
en una arenga docta
que para aquel intento  15
estudió de memoria.
Abominando estuvo
por más de un cuarto de hora
mil ridículas faltas,
mil costumbres viciosas:  20
la nociva pereza,
la afectada bambolla,
la arrogante ignorancia,
la envidia maliciosa.
   Gustosos en extremo,  25
y abriendo tanta boca,
sus consejos oían
muchos de aquella tropa,
el cordero inocente,
la siempre fiel paloma  30
el leal perdiguero,
la abeja artificiosa,
el caballo obediente,
la hormiga afanadora,
el hábil jilguerillo,  35
la simple mariposa.
   Pero del auditorio
otra porción no corta,
ofendida, no pudo
sufrir tanta parola.  40
El tigre, el rapaz lobo,
contra el censor se enojan.
¡Qué de injurias vomita
la sierpe venenosa!
Murmuran por lo bajo,  45
zumbando en voces roncas,
el zángano, la avispa,
el tábano y la mosca.
Sálense del concurso
por no escuchar sus glorias,  50
el cigarrón dañino
la oruga y la langosta.
La garduña se encoge,
disimula la zorra,
y el insolente mono  55
hace de todos mofa.
   Estaba el elefante
viéndolo con pachorra,
y su razonamiento
concluyó en esta forma:  60
«A todos y a ninguno
mis advertencias tocan:
quien las siente, se culpa:
el que no, que las oiga.»

   Quien mis FÁBULAS lea,  65
sepa también que todas
hablan a mil naciones,
no sólo a la española.
Ni de estos tiempos hablan,
porque defectos notan  70
que hubo en el mundo siempre,
como los hay ahora.
Y pues no vituperan
señaladas personas,
quien haga aplicaciones,  75
con su pan se lo coma.

Ningún particular debe ofenderse de lo que se dice en común.

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ArribaAbajo- II -

El oso, la mona y el cerdo


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ArribaAbajo    Un oso, con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza, ensayaba en dos pies.
   Queriendo hacer de persona,  5
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondiole: «Muy mal.»
   Yo creo, replicó el oso,
que me haces poco favor.  10
¡Pues qué! ¿Mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?
   Estaba el cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente  15
no se ha visto ni verá.»
   Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto
hubo de exclamar así:  20
   «Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar:
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar.»
 25
   Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, malo;
si el necio aplaude, peor.

Nunca una obra se acredita tanto de mala, como cuando la aplauden los necios.

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ArribaAbajo- III -

La abeja y los zánganos


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ArribaAbajo    A tratar de un gravísimo negocio
se juntaron los zánganos un día.
Cada cual varios medios discurría
para disimular su inútil ocio;
y por librarse de tan fea nota  5
a vista de los otros animales,
aun el más perezoso y más idiota
quería, bien o mal, hacer panales.
Mas como el trabajar les era duro,
y el enjambre inexperto  10
no estaba muy seguro
de rematar la empresa con acierto,
intentaron salir de aquel apuro
con acudir a una colmena vieja
y sacar el cadáver de una abeja  15
muy hábil en su tiempo y laboriosa:
hacerla con la pompa más honrosa
unas grandes exequias funerales,
y susurrar elogios inmortales
de lo ingeniosa que era  20
en labrar dulce miel y blanca cera.
   Con esto se alababan tan ufanos,
que una abeja les dijo por despique:
«¿No trabajáis más que eso? Pues hermanos,
jamás equivaldrá vuestro zumbido  25
a una gota de miel que yo fabrique.»
   ¡Cuántos pasar por sabios han querido,
con citar a los muertos que lo han sido!
¡Y qué pomposamente que los citan!
Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?  30

Fácilmente se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la antigüedad: el mérito está en imitarlos.

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ArribaAbajo- IV -

Los dos loros y la cotorra


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ArribaAbajo    De Santo Domingo trajo
dos loros una señora:
la isla es mitad francesa,
y otra mitad española.
Así cada animalito  5
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al balcón,
y aquello era Babilonia;
de francés y castellano
hicieron tal pepitoria,  10
que al cabo ya no sabían
hablar ni una lengua ni otra.
El francés del español
tomó voces, aunque pocas,
el español al francés  15
casi se las tomó todas.
Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras que aprendió
de lengua que no es de moda  20
el español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre que con ella
ilustra su lengua propia.
Llegó a pedir en francés  25
los garbanzos de la olla,
y desde el balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo del loro mofa.  30
Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
Vos no sois una PURISTA1;
y ella dijo: A mucha honra.
¡Vaya, que los loros son  35
lo mismo que las personas!

Los que corrompen su idioma no tienen otro desquite que llamar puristas a los que le hablan con propiedad, como si el serlo fuera tacha.

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ArribaAbajo- V -

El gusano de seda y la araña



ArribaAbajo    Trabajando un gusano su capullo,
la araña, que tejía a toda prisa,
de esta suerte le habló con falsa risa,
muy propia de su orgullo:
«¿Qué dice de mi tela el seor gusano?  5
Esta mañana la empecé temprano,
y ya estará acabada al mediodía.
¡Mire qué sutil es, mire qué bella!...»
El gusano con sorna respondía:
«Usted tiene razón; así sale ella.»  10

Se ha de considerar la calidad de la obra y no el tiempo que se ha tardado en hacerla.

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ArribaAbajo- VI -

El mono y el titiritero


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ArribaAbajo    El fidedigno padre Valdecebro,
que en discurrir historias de animales
se calentó el cerebro,
pintándolos con pelos y señales;
que en estilo encumbrado y elocuente  5
del unicornio cuenta maravillas,
y el ave fénix cree a pie juntillas
(no tengo bien presente
si es en el libro octavo o en el nono),
refiere el caso de un famoso mono.  10
   Éste, pues, que era diestro
en mil habilidades, y servía
a un gran titiritero, quiso un día,
mientras estaba ausente su maestro,
convidar diferentes animales  15
de aquellos más amigos,
a que fuesen testigos
de todas sus monadas principales.
Empezó por hacer la mortecina;
después bailó en la cuerda a la arlequina,  20
con el salto mortal y la campana:
luego el despeñadero,
la espatarrada, vueltas de carnero,
y al fin, el ejercicio a la prusiana.
De estas y de otras gracias hizo alarde,  25
mas lo mejor faltaba todavía,
pues imitando lo que su amo hacía,
ofrecerles pensó, porque la tarde
completa fuese, y la función amena,
de la linterna mágica una escena.  30
   Luego que la atención del auditorio
con un preparatorio
exordio concilió, según es uso,
detrás de aquella máquina se puso;
y durante el manejo  35
de los vidrios pintados,
fáciles de mover a todos lados,
las diversas figuras
iba explicando con locuaz despejo.
Estaba el cuarto a oscuras,  40
cual se requiere en casos semejantes;
y aunque los circunstantes
observaban atentos,
ninguno ver podía los portentos
que con tanta parola y grave tono  45
les anunciaba el ingenioso mono.
   Todos se confundían, sospechando
que aquello era burlarse de la gente.
Estaba el mono ya corrido, cuando
entró maese Pedro de repente,  50
e informado del lance, entre severo
y risueño, le dijo: «Majadero,
¿de qué sirve tu charla sempiterna,
si tienes apagada la linterna?»
   Perdonadme, sutiles y altas musas,  55
las que hacéis vanidad de ser confusas:
¿Os puedo yo decir con mejor modo
que sin la claridad os falta todo?

Sin claridad no hay obra buena.

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ArribaAbajo- VII -

La campana y el esquilón


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ArribaAbajo    En cierta catedral una campana había,
que sólo se tocaba algún solemne día.
Con el más recio son, con pausado compás
cuatro golpes o tres solía dar no más.
Por esto, y ser mayor de la ordinaria marca,  5
celebrada fue siempre en toda la comarca.
   Tenía la ciudad en su jurisdicción
una aldea infeliz, de corta población,
siendo su parroquial una pobre iglesita
con chico campanario, a modo de una ermita,  10
y un rajado esquilón pendiente en medio de él,
era allí el que hacía el principal papel.
   A fin de que imitase aqueste campanario
al de la catedral, dispuso el vecindario
que despacio y muy poco el dicho esquilón  15
se hubiese de tocar en tal cual función;
y pudo aquello tanto en la gente aldeana,
que el esquilón pasó por una gran campana.
   Muy verosímil es; pues que la gravedad
suple en muchos así por la capacidad;  20
dígnanse rara vez de despegar sus labios,
y piensan que con esto imitan a los sabios.

Con hablar poco y gravemente, logran muchos opinión de hombres grandes.

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ArribaAbajo- VIII -

El burro flautista


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ArribaAbajo    Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
   Cerca de unos prados  5
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
   Una flauta en ellos
halló, que un zagal  10
se dejó olvidada
por casualidad.
   Acercose a olerla
el dicho animal;
y dio un resoplido  15
por casualidad.
   En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.  20
   ¡Oh! dijo el borrico:
¡Qué bien sé tocar!
¿Y dirán que es mala
la música asnal?
   Sin reglas del arte  25
borriquitos hay,
que una vez aciertan
por casualidad.

Sin reglas del arte, el que en algo acierta es por casualidad.

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ArribaAbajo- IX -

La hormiga y la pulga


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ArribaAbajo    Tienen algunos un gracioso modo
de aparentar que se lo saben todo:
pues cuando oyen o ven cualquiera cosa,
por más nueva que sea y primorosa,
muy trivial y muy fácil la suponen,  5
y a tener que alabarla no se exponen.
Esta casta de gente
no se me ha de escapar, por vida mía,
sin que lleve su fábula corriente,
aunque gaste en hacerla todo un día.  10
   A la pulga la hormiga refería
lo mucho que se afana,
y con qué industrias el sustento gana;
de qué suerte fabrica el hormiguero;
cuál es la habitación, cuál el granero,  15
cómo el grano acarrea,
repartiendo entre todas la tarea;
con otras menudencias muy curiosas,
que pudieran pasar por fabulosas,
si diarias experiencias  20
no las acreditasen de evidencias.
   A todas sus razones
contestaba la pulga, no diciendo
más que éstas u otras tales expresiones:
«Pues... ya... sí... se supone... bien... lo entiendo...  25
ya lo decía yo... sin duda... es claro;
ya ves que en eso no hay nada de raro.»
   La hormiga, que salió de sus casillas
al oír estas vanas respuestillas,
dijo a la pulga: «Amiga, pues yo quiero  30
que venga usted conmigo al hormiguero,
ya que con ese tono de maestra
todo lo facilita y da por hecho,
siquiera para muestra
ayúdenos en algo de provecho.»  35
La pulga, dando un brinco muy ligera,
respondió con grandísimo desuello:
«¡Miren qué friolera!
¿Y tanto piensas que me costaría?
Todo es ponerse a ello...  40
Pero... Tengo que hacer... Hasta otro día.»

Para no alabar las obras buenas, algunos las suponen de fácil ejecución.

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ArribaAbajo- X -

Los dos conejos


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ArribaAbajo    Por entre unas matas
seguido de perros
(no diré corría)
volaba un conejo.
De su madriguera  5
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»
   «¿Qué ha de ser? responde.
Sin aliento llego...  10
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.»
   «Sí, replica el otro,
por allí los veo...
Pero no son galgos.»  15
«Pues ¿qué son?» -«¡Podencos!»
«¡Qué! ¿Podencos dices?»
«Sí, como mi abuelo.»
«Galgos y muy galgos:
bien visto lo tengo.»  20
«Son Podencos: vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»
   En esta disputa  25
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
   Los que por cuestiones
de poco momento  30
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

No debemos detenernos en cuestiones frívolas, asunto principal.

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ArribaAbajo- XI -

La parietaria y el tomillo


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ArribaAbajo    Yo leí, no sé dónde, que en la lengua herbolaria
saludando al tomillo la hierba parietaria,
con socarronería le dijo de esta suerte:
«Dios te guarde, tomillo: lástima me da verte,
que aunque más oloroso que todas estas plantas,  5
apenas medio palmo del suelo te levantas.»
Él responde: «Querida, chico soy, pero crezco
sin ayuda de nadie. Yo sí te compadezco;
pues, por más que presumas, ni medio palmo puedes
medrar, si no te arrimas a una de esas paredes.»  10
   Cuando veo yo algunos que de otros escritores
a la sombra se arriman y piensan ser autores
con poner cuatro notas, o hacer un prologuillo,
estoy por aplicarles lo que dijo el tomillo.

Nadie pretenda ser tenido por autor sólo con poner un ligero prólogo, o algunas notas a libro ajeno.




ArribaAbajo- XII -

Los huevos


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ArribaAbajo    Más allá de las islas Filipinas
hay una, que ni sé cómo se llama,
ni me importa saberlo; donde es fama
que jamás hubo casta de gallinas
hasta que allá un viajero  5
llevó por accidente un gallinero.
Al fin tal fue la cría, que ya el plato
más común y barato
era de huevos frescos; pero todos
los pasaban por agua (que el viajante  10
no enseñó a componerlos de otros modos).
   Luego de aquella tierra un habitante
introdujo el comerlos estrellados.
¡Oh qué elogios se oyeron a porfía
de su rara y fecunda fantasía!  15
Otro discurre hacerlos escalfados.
¡Pensamiento feliz! Otro rellenos...
¡Ahora sí que están los huevos buenos!
Uno después inventa la tortilla,
y todos claman ya: ¡qué maravilla!  20
   No bien se pasó un año,
cuando otro dijo: «Sois unos petates:
yo los haré revueltos con tomates.»
Y aquel guiso de huevos tan extraño,
con que toda la isla se alborota,  25
hubiera estado largo tiempo en uso,
a no ser porque luego los compuso
un famoso extranjero a la Hugonota.
   Esto hicieron diversos cocineros;
pero ¡qué condimentos delicados  30
no añadieron después los reposteros!
Moles, dobles, hilados,
en caramelo, en leche,
en sorbete, en compota, en escabeche.
   Al cabo todos eran inventores,  35
y los últimos huevos los mejores.
Mas un prudente anciano
les dijo un día: «Presumís en vano
de esas composiciones peregrinas.
¡Gracias al que nos trajo las gallinas!  40
   Tantos autores nuevos
¿no se pudieran ir a guisar huevos
más allá de las islas Filipinas?

No falta quien quiera pasar por autor original cuando no hace más que repetir, con corta diferencia, lo que otros muchos han dicho.




ArribaAbajo- XIII -

El pato y la serpiente


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ArribaAbajo    A orillas de un estanque
diciendo estaba un pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?
   Soy de agua, tierra y aire.  5
Cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo,
si se me antoja, nado.»
   Una serpiente astuta,
que le estaba escuchando,  10
le llamó con un silbo,
y le dijo: «Seor guapo,
   no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,  15
ni nada como el barbo.
   Y así tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo.»  20

Más vale saber una cosa bien, que muchas mal.

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ArribaAbajo- XIV -

El manguito, el abanico y el quitasol


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ArribaAbajo    Si querer entender de todo
es ridícula presunción,
servir sólo para una cosa
suele ser falta no menor.
   Sobre una mesa cierto día  5
dando estaba conversación
a un abanico y a un manguito
un paraguas o quitasol;
y en la lengua que en otro tiempo
con la olla el caldero habló2,  10
a sus compañeros dijo:
«¡Oh, qué buenas alhajas sois!
Tú, manguito, en invierno sirves;
en verano vas a un rincón:
tú, abanico, eres mueble inútil  15
cuando el frío sigue al calor.
No sabéis salir de un oficio,
aprended de mí, pese a vos,
que en el invierno soy paraguas,
y en el verano quitasol.»  20

También suele ser nulidad el no saber más que una cosa; el extremo opuesto del defecto reprendido en la fábula anterior.

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ArribaAbajo- XV -

La avutarda


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ArribaAbajo    De sus hijos la torpe avutarda,
el pesado volar conocía,
deseando sacar una cría
más ligera, aunque fuese bastarda.
   A este fin muchos huevos robados  5
de alcotán, de jilguero y paloma,
de perdiz y de tórtola toma
y en su nido los guarda mezclados.
   Largo tiempo se estuvo sobre ellos.
Y aunque hueros salieron bastantes  10
produjeron por fin los restantes
varias castas de pájaros bellos.
   La avutarda mil aves convida
por lucirlo con cría tan nueva;
sus polluelos cada ave se lleva,  15
y hete aquí la avutarda lucida.
   Los que andáis empollando obras de otros,
sacad, pues, a volar vuestra cría.
Ya dirá cada autor: «Esta es mía.»
Y veremos qué os queda a vosotros.  20

Muy ridículo papel hacen los plagiarios que escriben centones.

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ArribaAbajo- XVI -

El jilguero y el cisne


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ArribaAbajo    «Calla tú, pajarillo vocinglero,
(dijo el cisne al jilguero).
¿A cantar me provocas, cuando sabes
que de mi voz la dulce melodía
nunca ha tenido igual entre las aves?»  5
   El jilguero sus trinos repetía,
y el cisne continuaba: «¡Qué insolencia!
¡Miren cómo me insulta el musiquillo!
Si con soltar mi canto no le humillo,
dé muchas gracias a mi gran prudencia.»  10
   «¡Ojalá que cantaras!
(Le respondió por fin el pajarillo):
¡Cuánto no admirarías
con las cadencias raras
que ninguno asegura haberte oído,  15
aunque logran más fama que las mías!...»
Quiso el cisne cantar, y dio un graznido.
   ¡Gran cosa! Ganar crédito sin ciencia,
y perderle en llegando a la experiencia.

Nada sirve la fama, si no corresponden las obras.

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ArribaAbajo- XVII -

El caminante y la mula de alquiler


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ArribaAbajo    Harta de paja y cebada
una mula de alquiler
salía de la posada;
   y tanto empezó a correr,
que apenas el caminante  5
la podía detener.
   No dudo que en un instante
su media jornada haría;
pero algo más adelante
   la falsa caballería  10
ya iba retardando el paso.
«¿Si lo hará de picardía?...
   ¡Arre!... ¿Te paras? Acaso
metiendo la espuela... Nada,
mucho me temo un fracaso...  15
   Esta vara, que es delgada...
Menos... Pues este aguijón...
Mas ¿si estará ya cansada?
   ¡Coces tira... y mordiscón!
¡Se vuelve contra el jinete!...  20
¡Oh qué corcovo, qué envión!
   Aunque las piernas apriete...
Ni por esas... ¡Voto a quién!
Barrabás que la sujete...
   Por fin dio en tierra... ¡Muy bien!  25
¿Y eres tú la que corrías?...
¡Mal muermo te mate, amén!
   No me fiaré en mis días
de mula que empiece haciendo
semejantes valentías.»  30
   Después de este lance, en viendo
que un autor ha principiado
con altisonante estruendo,
   al punto digo: «¡Cuidado!
Tente, hombre, que te has de ver  35
en el vergonzoso estado
de la mula de alquiler!»

Los que empiezan elevando el estilo, se ven tal vez precisados a humillarle después demasiado.




ArribaAbajo- XVIII -

La cabra y el caballo


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ArribaAbajo    Estábase una cabra muy atenta
largo rato escuchando
de un acorde violín el eco blando.
Los pies se le bailaban de contenta;
y a cierto jaco que también suspenso  5
casi olvidaba el pienso,
dirigió de esta suerte la palabra:
«¿No oyes de aquellas cuerdas la armonía?
Pues sabe que son tripas de una cabra
que fue en un tiempo compañera mía.  10
Confío ¡dicha grande! que algún día,
no menos dulces trinos
formarán mis sonoros intestinos.»
   Volviose el buen rocín y respondiola:
«A fe que no resuenan esas cuerdas  15
sino porque las hieren con las cerdas
que sufrí me arrancasen de la cola.
Mi dolor me costó, pasé mi susto,
pero al fin tengo el gusto
de ver que lucimiento  20
debe a mi auxilio el músico instrumento.
Tú, que satisfacción igual esperas,
¿cuándo la gozarás? Después que mueras.»
   Así, ni más ni menos, porque en vida
no ha conseguido ver obra aplaudida  25
algún mal escritor, al juicio apela
de la posteridad, y se consuela.

Hay muchos escritores que se lisonjean fácilmente de lograr fama póstuma, cuando no han podido merecerla en vida.




ArribaAbajo- XIX -

La abeja y el cuclillo


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ArribaAbajo    Saliendo del colmenar,
dijo al cuclillo la abeja:
«Calla, porque no me deja
tu ingrata voz trabajar.
   No hay ave tan fastidiosa  5
en el cantar como tú:
cucú, cucú, y más cucú:
y siempre una misma cosa.»
-«¿Te cansa mi canto igual?
(El cuclillo respondió):  10
pues a fe que no hallo yo
variedad en tu panal.
   Y pues que del propio modo
fabricas uno que ciento
si yo nada nuevo invento,  15
en ti es viejísimo todo.»
   A esto la abeja replica:
«En obra de utilidad
la falta de variedad
no es lo que más perjudica.  20
   Pero en obra destinada
sólo al gusto y diversión,
si no es varia la invención,
todo lo demás es nada.»

La variedad es requisito indispensable en las obras de gusto.




ArribaAbajo- XX -

El ratón y el gato


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ArribaAbajo    Tuvo Esopo famosas ocurrencias.
¡Qué invención tan sencilla! ¡Qué sentencias!...
He de poner, pues que la tengo a mano,
una fábula suya en castellano.
   «Cierto, dijo un ratón en su agujero:  5
no hay prenda más amable y estupenda
que la fidelidad: por eso quiero
tan de veras al perro perdiguero.»
Un gato replicó: «Pues esa prenda
yo la tengo también...» Aquí se asusta  10
mi buen ratón, se esconde,
y torciendo el hocico, le responde:
«¿Cómo? ¿La tienes tú? Ya no me gusta.»
   La alabanza que muchos creen justa,
injusta les parece  15
si ven que su contrario la merece.
   «¿Qué tal, señor lector? La fabulilla
puede ser que le agrade y que le instruya.»
«Es una maravilla:
dijo Esopo una cosa como suya.»  20
«Pues mire usted: Esopo no la ha escrito:
salió de mi cabeza.» «¿Con que es tuya?»
   «Sí, señor erudito:
ya que antes tan feliz le parecía,
critíquemela ahora porque es mía.»  25

Alguno que ha alabado una obra ignorando quién es su autor, suele vituperarla después que lo sabe.

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ArribaAbajo- XXI y XXII -

La lechuza, los perros y el trapero


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ArribaAbajo    Cobardes son, y traidores,
ciertos críticos que esperan,
para impugnar, a que mueran
los infelices autores,
porque vivos, respondieran.  5
   Un breve caso a este intento
contaba una abuela mía.
Diz que un día en un convento
entró una lechuza... Miento,
que no debió ser un día.  10
   Fue, sin duda, estando el sol
va muy lejos del ocaso...
Ella, en fin, se encontró al paso
una lámpara (o farol,
que es lo mismo para el caso).  15
   Y volviendo la trasera,
exclamó de esta manera:
«Lámpara, ¡con qué deleite
te chupara yo el aceite,
si tu luz no me ofendiera!  20
   Mas ya que ahora no puedo,
porque estás bien atizada,
si otra vez te hallo apagada,
sabré, perdiéndote el miedo,
darme una buena panzada.»  25
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   Aunque renieguen de mí
los críticos de que trato,
para darles un mal rato,
en otra fábula aquí
tengo de hacer su retrato.  30
   Estando, pites, un trapero
revolviendo un basurero,
ladrábale (como suelen
cuando a tales hombres huelen)
Dos parientes del Cerbero.  35
   Y díjoles un lebrel:
«Dejad a ese perillán,
que sabe quitar la piel
cuando encuentra muerto a un can,
y cuando vivo, huye de él.»  40

Atreverse a los autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino traición.

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ArribaAbajo- XXIII -

La rana y el renacuajo


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ArribaAbajo    En la orilla del Tajo
hablaba con la rana el renacuajo,
alabando las hojas, la espesura
de un gran cañaveral y su verdura.
   Mas luego que del viento  5
el ímpetu violento
una caña abatió, que cayó al río,
en tono de lección dijo la rana:
«Ven a verla, hijo mío:
por de fuera muy tersa, muy lozana;  10
por dentro, todo fofa, toda vana.»
   Si la rana entendiera poesía,
también de muchos versos lo diría.

¡Qué despreciable es la poesía de mucha hojarasca!




ArribaAbajo- XXIV -

El lobo y el pastor


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ArribaAbajo    Cierto lobo, hablando con cierto pastor,
«Amigo, le dijo: yo no sé por qué
me has mirado siempre con odio y horror.
Tiénesme por malo, no lo soy a fe.
   ¡Mi piel en invierno que abrigo no da!  5
Achaques humanos cura más de mil:
y otra cosa tiene: que seguro está
que la piquen pulgas ni otro insecto vil.
Mis uñas no trueco por las del tejón,
que contra el mal de ojo tienen gran virtud.  10
Mis dientes, ya sabes cuán útiles son,
y a cuántos con mi unto he dado salud.»
   El pastor responde: «Perverso animal,
¡maldígate el cielo, maldígate amén!
Después que estás harto de hacer tanto mal,  15
¿qué importa que puedas hacer algún bien?
   Al diablo los doy
tantos libros lobos como corren hoy.

El libro que de suyo es malo, no dejará de serlo porque tenga tal o cual cosa buena.

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ArribaAbajo- XXV -

El águila y el león


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ArribaAbajo    El águila y el león
gran conferencia tuvieron
para arreglar entre sí
ciertos puntos de gobierno.
   Dio el águila muchas quejas  5
del murciélago, diciendo:
«¿Hasta cuándo ese avechucho
nos ha de traer revueltos?
Con mis pájaros se mezcla,
dándose por uno de ellos;  10
y alega varias razones,
sobre todo, la del vuelo.
Mas, si se le antoja dice:
-Hocico, y no pico, tengo.
¿Como ave queréis tratarme?  15
Pues cuadrúpedo me vuelvo.
Con mis vasallos murmura
de los brutos de tu imperio;
y cuando con éstos vive,
murmura también de aquéllos.»  20
   «Está bien, dijo el león:
Yo te juro que en mis reinos
no entre más.» «Pues en los míos,
respondió el águila, menos.»
   Desde entonces solitario  25
salir de noche le vemos;
pues ni alados ni patudos
quieren ya tal compañero.
   Murciélagos literarios,
que hacéis a pluma y a pelo,  30
si queréis vivir con todos,
miraos en este espejo.

Los que quieren hacer a dos partidos, suelen conseguir el desprecio de ambos.




ArribaAbajo- XXVI -

La mona


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ArribaAbajo    «Aunque se vista de seda
la mona, mona se queda.»
El refrán lo dice así,
yo también lo diré aquí:
y con eso lo verán  5
en fábula y en refrán.
   Un traje de colorines,
como el de los matachines,
cierta mona se vistió);
aunque más bien creo yo  10
que su amo la vestiría,
porque difícil sería
que tela y sastre encontrase:
el refrán lo dice: pase.
   Viéndose ya tan galana,  15
saltó por una ventana
al tejado de un vecino,
y de allí tomó el camino
para volverse a Tetuán,
esto no dice el refrán,  20
pero lo dice una historia
de que apenas hay memoria,
por ser el autor muy raro;
(y poner el hecho en claro
no le habrá costado poco.)  25
   Él no supo, ni tampoco
he podido saber yo,
si la mona se embarcó,
o si rodeó tal vez
por el istmo de Suez:  30
lo que averiguado está
es que por fin llegó allá.
   Viose la señora mía
en la amable compañía
de tanta mona desnuda,  35
y cada cual la saluda
como a un alto personaje,
admirándose del traje
y suponiendo sería
mucha la sabiduría,  40
ingenio y tino mental
del petimetre animal.
   Opinan luego al instante,
y nemine discrepante,
que a la nueva compañera  45
la dirección se confiera
de cierta gran correría,
con que buscar se debía
en aquel país tan vasto
la provisión para el gasto  50
de toda la mona tropa.
(¡Lo que es tener buena ropa!)
   La directora, marchando
con las huestes de su mando
perdió, no sólo el camino,  55
sino, lo que es más, el tino.
Y sus necias compañeras
atravesaron laderas,
bosques, valles, cerros, llanos,
desiertos, ríos, pantanos;  60
y al cabo de la jornada
ninguna dio palotada.
Y eso que en toda su vida
hicieron otra salida
en que fuese el capitán  65
más tieso ni más galán.
Por poco no queda mona
a vida con la intentona;
y vieron por experiencia
que la ropa no da ciencia.  70
   Pero sin ir a Tetuán,
también acá se hallarán
monos que, aunque se vistan de estudiantes,
se han de quedar lo mismo que eran antes.

Hay trajes propios de algunas profesiones literarias, con los cuales aparentan muchos el talento que no tienen.

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ArribaAbajo- XXVII -

El asno y su amo


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ArribaAbajo    «Siempre acostumbra hacer el vulgo necio
de lo bueno y lo malo igual aprecio:
yo le doy lo peor, que es lo que alaba.»
   De este modo sus yerros disculpaba
un escritor de farsas indecentes;  5
y un taimado poeta que lo oía,
le respondió en los términos siguientes:
   al humilde jumento
su dueño daba paja, y le decía:
«Toma, pues que con eso estás contento.»  10
Díjolo tantas veces, que ya un día
se enfadó el asno, y replicó: «Yo tomo
lo que me quieras dar: pero, hombre injusto,
¿piensas que sólo de la paja gusto?
Dame grano, y verás si me lo como.»  15
   Sepa quien para el público trabaja,
que tal vez a la plebe culpa en vano;
pues si en dándola paja, come paja,
siempre que la dan grano, come grano.

Quien escribe para el público, y no escribe bien, no debe fundar su disculpa en el mal gusto del vulgo.

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ArribaAbajo- XXVIII -

El gozque y el macho de noria


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ArribaAbajo    Bien habrá visto el lector
en hostería o convento
un artificioso invento
para andar el asador.
   Rueda de madera es  5
con escalones; y un perro
metido en aquel encierro
le da vueltas con los pies.
   Parece que cierto can
que la máquina movía,  10
empezó a decir un día:
«Bien trabajo, y ¿qué me dan?
   ¡Cómo sudo! ¡Ay, infeliz!
Y al cabo, por gran exceso,
me arrojarán algún hueso  15
que sobre de esa perdiz.
   Con mucha incomodidad
aquí la vida se pasa:
me iré, no sólo de casa
mas también de la ciudad.»  20
   Apenas le dieron suelta,
huyendo con disimulo,
llegó al campo, en donde un mulo
a una noria daba vuelta.
   Y no le hubo visto bien,  25
cuando dijo: «¿Quién va allá?
Parece que por acá
asamos carne también.»
«No aso carne, que agua saco.»
El macho le respondió.  30
   «Eso también lo haré yo.
Saltó el can, aunque estoy flaco.
Como esa rueda es mayor,
algo más trabajaré.
¿Tanto pesa?... Pues ¿y qué?  35
¿No ando la de mi asador?
   Me habrán de dar, sobre todo,
más ración, tendré más gloria.
Entonces el de la noria
le interrumpió de este modo:  40
«Que se vuelva le aconsejo
a voltear su asador,
que esta empresa es superior
a las fuerzas de un gozquejo.
   ¡Miren el mulo bellaco,  45
y qué bien le replicó!
Lo mismo he leído yo
en un tal Horacio Flaco,
   que a un autor da por gran yerro
cargar con lo que después  50
no podrá llevar; esto es,
que no ande la noria el perro.

Nadie emprenda obra superior a sus fuerzas.

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ArribaAbajo- XXIX -

El papagayo, el tordo y la marica


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ArribaAbajo    Oyendo un tordo hablar a un papagayo,
quiso que él, y no el hombre, le enseñara;
y con sólo un ensayo
creyó tener pronunciación tan clara,
que en ciertas ocasiones  5
a una marica daba ya lecciones.
Así, salió tan diestra la marica
como aquel que al estudio se dedica
por copias y por malas traducciones.

Conviene estudiar los autores originales, no los copiantes y malos traductores.



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