Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoTratado de la elocución oratoria

Después de los principios generales y fundamentales de la elocuencia, que son sabiduría, gusto, imaginación, ingenio, y sentimiento del orador, falta tratar particularmente de las calidades y reglas de la expresión, sin la cual estas cinco cosas no pueden ponerse en acción, ni ser de uso alguno.

La voz elocución es genérica, en cuanto significa la manera de expresar los pensamientos; pero la elocución oratoria es una palabra que especifica y caracteriza el arte de hablar según las reglas de la retórica, las cuales no deben ser otras que las de la naturaleza, dirigidas por el gusto y la razón.

La elocución es pues de una necesidad tan absoluta al orador, que sin ella se halla incapaz de producir sus ideas; y todos sus demás talentos, por grandes que sean, le son enteramente inútiles. De la elocución sacó su denominación la elocuencia: así vemos que aquella ha decidido siempre del mérito de los oradores, pues es la que forma las diferencias de estilos, y constituye todo el valor y fuerza del discurso.

En la elocución se pueden considerar dos partes: la dicción, y el estilo. La primera es más relativa a la composición y mecanismo de las partes del discurso, como son pureza, claridad, harmonía, de que nace la elegancia, número, corrección, y propiedad. La segunda contiene aquellas calidades más particulares, más difíciles, y más raras, relativas al ingenio y talento del orador: sus virtudes son método, orden, perspicuidad, naturalidad, facilidad, variedad, precisión, nobleza.


ArribaAbajoParte primera

De la dicción


Como se compone la oración de periodos, los períodos de miembros, los miembros de incisos, los incisos de palabras, y las palabras de sílabas, aquí trataremos por su orden de todas estas partes, que forman la dicción oratoria.


ArribaAbajoI. Composición

De las sílabas


Dos cosas complacen al oído en el discurso, sonido, y número; el primero por la naturaleza de las palabras, esto es, por la composición de las sílabas, cuya menor o mayor melodía nace de la acentuación de las letras, y de su concurso y trabazón; el segundo por la coordinación y número de los términos, o medida de los incisos.

Para analizar bien el placer que resulta de una sucesión de sonidos, es menester antes descomponerla en sus partes y elementos. Las frases se componen de palabras, y éstas de sílabas que se forman o de simples vocales, o de vocales y consonantes juntamente; mas como entre estas dos especies hay algunas más o menos fáciles de pronunciar, mas o menos sordas, más o menos rudas, la combinación de estas consonantes y vocales forma la mayor o menor dulzura, la mayor o menor aspereza de una sílaba. Por esto la lengua española, que tiene la hermosa mezcla de consonantes y vocales dulces y sonoras, se puede llamar la más harmoniosa de las vulgares.

Pero primeramente es menester evitar la continuada melodía y consonancia de sílabas, o palabras demasiado cercanas, que forman el vicio del sonsonete, cuando el autor no castiga la composición. En uno, que se nos ha querido poner por modelo, leemos: El autor no fue prudente en no querer que sus faltas enmiende y defienda el que las siente. Otro, por falta de atención, o de un oído sensible, dice: Estos ecos lejos suenan. En este caso la prosa siempre será pobre, insípida y monótona, porque el placer del oído debe provenir de los intervalos disonantes, esto es, de la variedad del acento y pronunciación.

En segundo lugar, se pide tino para que no se encuentre en las letras el desagradable concurso de muchas vocales de una misma especie: por ejemplo: oía a Aurelio: leía a Ausonio: vaya hacia Europa, etc. Este vicio literal se llama cacafonía, a que es siempre muy propensa nuestra lengua, si no se maneja con cuidado, consultando el oído, que es el mejor juez y la única regla.

En tercer lugar debemos precaver, en cuanto sea posible, el concurso duro de muchas consonantes rudas y fuertes, como en estas expresiones: error remoto: trozos rojos: sus sucios sucesos. El tino en esta materia consiste en saber interpolar las palabras, invertirlas, o escoger otras que formen una frase mas fluida y sonora.




ArribaAbajoDe las palabras

Todo discurso se compone de palabras, cada palabra expresa una idea: luego parece que el orden gramatical de estos signos en la oración habrá de seguir el natural que en su filiación llevan las ideas. Pero aunque las reglas lógicas de la gramática general prescriban este orden con más severidad, las leyes oratorias, cuando buscan la elegancia, precisión y energía, permiten la transposición, que en unas lenguas puede ser más libre que en otras, y en todas tiene siempre más licencia en la poesía. Sin embargo hay ideas, que por su correlación y calidad no pueden invertir la coordinación en la frase: como se puede ver en la que deben guardar ciertos nombres. Como: sin padre ni madre: los hombres y los brutos: dos años y dos meses: en su enfermedad y muerte, etc.

¿Quién ignora que en el orden de estas palabras se ha de guardar la prioridad de tiempo, lugar, calidad, cantidad? Con todo eso en escritos muy serios, y llenos de ingenio se descubren a veces estos defectos, que la prosa condena por graves, cuando otras excelentes virtudes del escritor, o la delicadeza del número oratorio no los hacen disculpables.

Por otra parte todas las palabras, siendo unos signos representativos de las ideas, deben guardar aquella progresión siempre dependiente del orden de los objetos que abrazan, como: herida grave, cruel, atroz: objeto triste y horroroso: acomete, desbarata, aniquila; pero los adverbios, conjunciones, y otras partículas absolutas y neutras deben colocarse donde prescribe el uso, o el diferente carácter de las lenguas; aunque la armonía oratoria puede alguna vez alterar este orden, como sucede con los nombres superlativos, y esdrújulos positivos, que ordinariamente preceden al sujeto: así diremos: atrocísima maldad, intrépida amazona.

Seríamos minuciosos y demasiado prolijos, si nos detuviésemos aquí sobre las comunes y menudas reglas del mecanismo del lenguaje: basta una sana lógica para hacernos advertir el cuidado que exige el orden didáctico, solamente en el raciocinio usual y ordinario, y cuan fácil es invertir el sentido de nuestras expresiones más naturales, siempre que creamos poder hablar con corrección, sin poseer la filosofía de la gramática, la primera que el hombre civil debe estudiar; porque así como fue menester pensar para instituir el arte de la palabra, después no ha sido menos necesario saber hablar para fijar reglas al arte de pensar.




ArribaAbajoDe los incisos

El inciso o coma es aquella parte de una cláusula o miembro, en la que no se cierra el sentido de una proposición: por ejemplo: Si con tantos escarmientos, si con la vista de la muerte, si con la pintura del abismo, no.... Este es un miembro con tres incisos, que dejan pendiente la inteligencia de la oración. Hay otros incisos que cierran el sentido por sí solos; por ejemplo: Deleitaba a todos, movía a muchos, instruía a pocos. Esta oración entera, y compuesta de tres incisos, completa el sentido total, del modo que cada inciso circunscribe el suyo parcial. Hay en fin otros incisos, cuya frecuente colocación divide cada palabra de por sí; así diremos: Era ambiciosos cruel, pérfido, vengativo.




ArribaAbajoDe los miembros

El miembro es aquella parte del período, en que la oración como manca o abierta tiene suspenso el sentido general, e imperfecta la enunciación de la vida. Ejemplo: Si la religión es tan necesaria a los hombres, si hasta los pueblos más salvajes no han podido subsistir sin ella; ¿cómo vosotros.....? Aquí vemos dos miembros, pero no tenemos todo el cuerpo de este discurso.

Sin embargo hay otros miembros, que forman un sentido perfecto por sí solos, cuando enlazan así muchas proposiciones independientes unas de otras. Éstas sólo se distribuyen y encadenan para amplificar la idea principal en el discurso, el cual, aunque se componga de muchas cláusulas cerradas, no necesita de ninguna en particular. Por ejemplo: El paso del Granico hace a Alejandro dueño de las colonias griegas; la batalla de Isso pone en su poder a Tiro y Egipto; y la jornada de Arbela le sujeta el orbe entero.




ArribaAbajoDel período

El período es aquella oración que se encierra dentro de un círculo o espacio, circunscrito por muchas frases u miembros perfectos. Los hay de dos miembros, de tres aun de cuatro.

El período se divide en dos partes: la primera, que es la proposición, suspende el sentido: y la segunda, que es la conclusión, cierra y acaba el sentido abierto y comenzado.

En el período bimembre, tanto la proposición como la conclusión son simples. Ejemplo: Siendo la patria la que nos ha dado el nacimiento, la educación, y la fortuna, debemos como buenos ciudadanos sacrificarnos por ella. En los períodos trimembres la proposición abraza comúnmente los dos primeros miembros, y la conclusión el tercero. Ejemplo: 1.º Antes que la guerra destruya esta provincia, 2.º y que la bárbara soldadesca nos robe nuestros hogares,3.º vámonos, amada familia, a buscar el reposo en otro clima. En los cuadrimembres algunas veces la proposición abraza los tres primeros, y la conclusión el último. Ejemplo: 1.º Si el vicio es tan alhagüeño, 2.º si el corazón del hombre busca siempre lo que le lisonjea , 3.º y si la virtud es hoy mirada como demasiado amarga y austera, 4.º ¿por qué tanto héroes, llenos de opulencia, de deleites, y de gloria, lo han sacrificado todo por abrazarla?

En otos períodos de cuatro miembros se distribuyen los dos primeros en la proposición, y los dos últimos en la conclusión. Ejemplo: 1.º Aunque el impío dude de su autor, 2.º y blasfeme contra el que lo ha criado todo, 3.º nunca podrá apartar la vista de las obras que no son de los hombres; 4.º antes su misma duda depone contra su incredulidad.






ArribaAbajoII. Elegancia

Esta voz se deriva, según algunos, de la palabra eligere, escoger, pues solo esta latina puede ser su verdadera etimología: en efecto todo lo que es elegante es escogido.

La elegancia de un discurso no es la elocuencia, sino una de sus calidades; pues no consiste solo en el número y armonía, sino también en la elección y corrección de las palabras.

Un discurso puede ser elegante sin ser por esto bueno; porque, como ya hemos dicho, la elegancia no es mas que el mérito de la dicción: pero un discurso no podrá llamarse absolutamente bueno si no es elegante. Sin embargo algunas veces el orador mueve y convence sin elegancia, sin número, y aun sin armonía, porque el punto principal en materia de elocuencia consiste en que la elegancia nunca perjudique la fuerza: así es que el hombre que ha de persuadir a los demás, debe en ciertos casos sacrificar la elegancia de la expresión a la grandeza del asunto, o vigor del pensamiento.

Además hay lenguas mas favorables unas que otras a la elegancia, y muchas que jamás podrán adquirirla. Ya terminaciones duras o sordas, ya la frecuencia o el concurso áspero de consonantes, ya la escabrosa trabazón de partículas, y de verbos auxiliares, multiplicados a veces en una misma frase, ofenden el oído de los mismos nacionales. Pero nuestra lengua, rica y majestuosa cuando es bien manejada, corre con fluidez, pompa y desembarazo; al contrario, cuando se maneja mal, desaparece todo este mérito, como en la siguiente oración: No ha podido dejar de ser menester que ella haya de convenir en ello. Una expresión tan áspera y difusa al mismo tiempo, corta la concisión, la redondez de la frase, y la fuerza del pensamiento.

La elegancia puede dividirse en pureza de lenguaje, claridad y armonía.


ArribaAbajoPureza

La corrección y exactitud sea calidades constitutivas de la pureza del lenguaje: la primera consiste en la observancia escrupulosa de las reglas de la gramática, y de las palabras que el uso legitima; la segunda consiste en evitar las expresiones y voces anticuadas, las cláusulas mutiladas o a medio cerrar, y la frase o inversión de los poetas, que dislocan y cortan el enlace de las palabras, cuya licencia, necesaria para el número y la rima, no es permitida al orador.

No hemos de confundir la pureza del lenguaje con el purismo: afectación minuciosa, que estrecha y aprisiona el ingenio. Todos los puristas son ordinariamente fríos, secos, y descarnados en sus escritos.

La corrección mira también a la exacta coordinación de las palabras y expresiones, y al encadenamiento natural de las voces que forman el hilo y sucesión de las ideas. Estas virtudes componen la construcción en general, una de las partes del discurso, cuyos defectos en esta regla, tan esencial a la limpieza de la locución, se llaman solecismos.

Aunque miramos la corrección por una virtud tan necesaria, el orador no debe ser de tal modo su esclavo, que llegue a extinguir la vivacidad del discurso: entonces las faltas ligeras son una feliz licencia. Si es vicio ser incorrecto, también es gran defecto ser frío, y alguna vez vale más faltar a la gramática que a la elocuencia, esto es, vale más ser inexacto que lánguido.




ArribaAbajoClaridad

Ésta es una virtud gramatical, que depende enteramente de las reglas de la corrección, y de la propiedad de las palabras; por consiguiente de la breve y limpia enunciación del pensamiento.

La claridad, esta ley fundamental, tan olvidada de los mismos escritores que se hacen oscuros por querer ser profundos, consiste, no sólo en huir de las construcciones equívocas, y de las frases demasiado cargadas de idea, accesorias a la idea principal, sino también, en evitar las agudezas sutiles, cuya delicadeza no es perceptible a todos los que el orador debe con su lenguaje mover, enternecer, y arrastrar. Despreciemos siempre este arte fútil y pueril de hacer parecer las cosas más ingeniosas de lo que en sí son. Las agudezas siempre serán ridículas en los asuntos susceptibles de elevación y vehemencia, que piden cierta fuerza y un colorido vivo, porque les quitan su nobleza y vigor sin hermosearlos.




ArribaAbajoArmonía

Entre las virtudes de la elegancia contamos la armonía, otro de los adornos más indispensables del discurso oratorio. La armonía, propiamente hablando, es la grata sensación que resulta de la simultaneidad con que muchos sonidos acordes hieren el órgano del oído. Por esto un célebre hombre ha observado, que abusamos de esta palabra armonía para explicar los efectos de la melodía, que no es mas que aquel placer que resulta de la sucesión de muchos sonidos. En efecto cuando oímos un discurso, oímos sucesivamente el sonido de cada sílaba, de cada palabra, frase, y período y porque la pronunciación no puede alterar este orden. Pero sirvámonos de la voz generalmente adoptada por los retóricos, y definamos la armonía por la idea que despierta la palabra melodía.

Hay oídos insensibles a la armonía musical: así no es de admirar que los haya también a la armonía del lenguaje; pero en uno y en otro caso el arte no puede corregir un defecto de la naturaleza.

La armonía del lenguaje resulta en primer lugar del valor silábico de las palabras que componen una frase; quiero decir, de sus largas y breves, de tal modo combinadas, que precipiten o detengan la pronunciación a voluntad del oído. Como en estos ejemplos: Rápida bola, aquí corre: mártir constante, aquí detiene.

En segundo lugar, resulta de la calidad de las palabras; no entiendo por esta voz lo que caracteriza la nobleza o bajeza, la energía o flojedad de ellas, porque éste no es un objeto directo de la retórica, sino aquella diferencia material en que las considera la prosodia, relativamente a lo agudo o grave, lento o rápido, áspero o dulce de su sonido.

Últimamente hay en las lenguas otro principio de armonía, y es el que resulta de la coordinación de las palabras, y aun de los miembros de una misma frase: ésta se puede llamar armonía oratoria, en lugar que la que dimana del valor silábico de las voces es una armonía gramatical, que depende únicamente de la lengua; pero la primera resulta en parte de la misma lengua, y en parte del modo con que se maneja; porque si no tenemos facultad para mudar las palabras ya creadas, la tenemos alomenos hasta un cierto punto para disponerlas del modo más armonioso.

El primer género de armonía oratoria es una preciosa calidad del genio de nuestra lengua, que aunque no admite la licencia de la inversión griega y latina, no deja de adoptar cierta libertad para cortar alguna vez el orden más simple y natural de las ideas. Pero siempre condena las transposiciones violentas, y sólo autoriza aquella inversión necesaria para dar al discurso más armonía, claridad, y energía. Descompóngase un período de Cicerón o de Flechier, las palabras y el sentido serán los mismos, pero la armonía desaparecerá.

Esta coordinación de las palabras, de que trataremos más adelante, contribuye no tan solo a hermosear un pensamiento, si también a darle mayor fuerza. Pero algunas veces de puro buscar la armonía, se prefiere lo accesorio a lo principal, trastornando el orden natural de las ideas. Como el que dice: La muerte y el terror del numantino, siendo su orden natural: el terror y la muerte.

Hablando con rigor, no se puede usar de esta licencia sino cuando las ideas que se invierten son tan cercanas la una a la otra, que se presentan casi a un mismo tiempo al oído y al entendimiento. Sin embargo en el estilo fuerte, cuando se trata de pintar cosas grandes o terribles, es menester alguna vez, si no sacrificar, alomenos alterar la armonía.

Las antiguos eran extremadamente delicados sobre esta calidad accesoria del discurso, y entre otros principalmente Cicerón. Esta atención a la armonía de ningún modo contradice al género patético, en el cual las ideas fuertes y grandes dispensan de buscar los términos. Aquí sólo se trata de la disposición mecánica de las palabras, y no de la expresión en si misma, que es dictada por la naturaleza, al paso que la otra es arreglada por el oído.

Pero cuando la coordinación armónica de las palabras no puede conciliarse con la coordinación lógica, ¿qué partido podrá elegir un orador? Deberá entonces, y según los casos sacrificar ya la armonía, ya la corrección la primera, cuando quiera herir con las cosas, y la segunda cuando mover con las palabras; pero estos sacrificios siempre serán leves y muy raros.

En fin a muchos parecerá increíble la diferencia que causa en la armonía una palabra más o menos larga al fin de una frase, una cadencia masculina o femenina, y algunas veces una sílaba más o menos en el espacio de un miembro o inciso. Dice un autor: Todos la aborrecían, y la despreciaban los más. Esta final monosilábica es dura e ingrata: inviértase, y remataremos la frase con cadencia mas fluida y sonora, diciendo: Todos la aborrecían: los más la despreciaban.






ArribaAbajoIII. Número oratorio.

Número oratorio se llama aquella melodía que nace de la medida y composición de las partes del discurso; pues a mas de la acentuación y coordinación de las palabras, la armonía exige otra condición no menos necesaria, y consiste en no poner notable desigualdad entre los miembros de un mismo período, en evitar los períodos excesivamente dilatados, y las frases muy ahogadas; porque el discurso no ha de hacer perder el aliento, ni volverlo a tomar a cada instante. En fin consiste en saber interpolar los períodos sostenidos y llenos con los que no lo son, para que sirvan de descanso al oído.

Pero la afectación, o sujeción violenta, enemigas de toda hermosura, no lo son menos en esta materia. El uso y el oído, mejor que un estudio penoso, podrán facilitar este tino delicado: y sobre todo una atención profunda en los grandes modelos enseñará más que todas las reglas. El escritor ejercitado percibe por una especie de instinto musical la sucesión armónica de las palabras, del modo que un lector diestro ve de una ojeada las sílabas que preceden y las que siguen.

El siguiente ejemplo nos podrá dar una idea de la fluidez del número oratorio, la que nace de la igualdad, discreta distribución, y armonía de los miembros del discurso. La ruina de Tiro por Alejandro, y la situación feliz del promontorio, la infancia de la Italia, y las turbulencias de la Grecia acantonaron la industria mercantil en la plaza de Cartago, señora de las riquezas, y las navegaciones. Esta oración, verdaderamente llena, corriente, y bien sostenida de períodos sonoros, perdería mucha parte de este mérito, si dijésemos, v. gr. Acantonaron la mercantil industria en Cartago, señora de las navegaciones, y las riquezas.

Pero aunque el discurso elegante siempre consta de una cadencia numerosa, ni tiene medida determinada como la poesía: así el escritor discreto evita que su prosa tome el ritmo riguroso de la versificación; pues se observa que toda prosa grata y sonora contiene muchos versos de cierta medida; más el orador que sabe interpolarlos y distribuirlos, comunica al discurso la hermosura y melodía del poeta sin darle su monotonía.

Otras veces, por no faltar al número se añade o repite una palabra que el genio gramatical de la lengua tal vez desecha. Alomenos el carácter usual del idioma castellano admite pocas repeticiones de partículas, que cortan casi siempre la fluidez de la base. En este ejemplo: El fomento de las ciencias y artes, la medida que falta en las últimas palabras quita el número y cadencia armónica a la frase; así diremos: El fomento de las ciencias y las artes. La repetición del artículo las, completa el número que busca el oído para no ser ofendido. Siguiendo el genio de nuestra lengua diremos sin perder el número: Fue para su consuelo y satisfacción. Pero sacrificando la corrección gramatical a la armonía diremos: Perdió su honor y su fortuna, repitiendo el pronombre su.




ArribaAbajoIV. Propiedad de la dicción.

Siendo principalmente la palabra y el ejercicio de esta preciosa facultad, lo que distingue al hombre del bruto, y aun de sus semejantes, la perfección del lenguaje merece el trabajo más serio, y pide las investigaciones más profundas. Sin embargo debemos confesar, que el examen demasiado escrupuloso de las menudencias gramaticales, siempre comunicará al discurso una sequedad y monotonía cansada. Con esto no pretendo justificar los pretextos de la pereza, y de la suficiencia presuntuosa de los que se creen privilegiados para escribir con propiedad y sin trabajo de su parte.

Como la propiedad de los términos es el carácter distintivo de los grandes escritores, su asunto, digámoslo ahí, debe estar anivelado con su estilo. Esta virtud es la que demuestra el verdadero talento de escribir, no el arte fútil de disfrazar con vanos colores las ideas comunes. De la propiedad de los términos nacen la concisión en los asuntos de controversia, la elegancia en los de amenidad, y la energía en los grandes y patéticos.

Pero, si alguna ves es verdad, que el cuidado prolijo de hablar con propiedad exacta corta el vuelo al ingenio, y enerva el vigor del talento, es cuando emprendemos escribir en una lengua muerta, o fundamentalmente desconocida. Entonces es cuando, perdiendo el tiempo en indagar, pesar y medir cada palabra, se amortigua la actividad del entendimiento más fecundo: entonces es imposible que el discurso no descubra la sujeción y el embarazo de la composición.

Preparémonos, pues, por un estudio serio y profundo de nuestra propia lengua; y las cosas se nos manifestarán al entendimiento con sus signos representativos. Entonces, únicamente ocupados del objeto que se propone, desplegaremos toda la riqueza de la elocución con aquel lucimiento y manejo que dan la facilidad y exactitud, adquiridas en el lenguaje.

Esta exactitud y propiedad tan necesarias dependen del conocimiento fijo y riguroso de la significación directa de cada palabra. Así es sumamente importante aprender a discernir las diferentes ideas parciales, que pueden encerrarse en el sentido general de una misma vez, distinguiendo en ella las ideas accesorias de la principal; asunto que vamos a tratar en el siguiente artículo.


ArribaAbajoTérminos sinónimos

A la propiedad de la dicción pertenece la elección de estas palabras comúnmente llamadas sinónimos. El discurso carecerá de precisión y energía siempre que el pensamiento se anegue entre aquella profusión de palabras análogas, que quitan la rapidez, y por consiguiente la fuerza a la expresión.

La delicada diferencia o gradación que se halla entre los sinónimos, esto es, el carácter particular de estas voces que se asemejan como hermanas por una idea general y común a todas, las distingue una de otra por alguna idea accesoria y particular a cada una de ellas. De aquí viene la necesidad de elegirlas con acierto e inteligencia, colocándolas oportunamente para hablar con toda exactitud: calidad tan rara como preciosa en un escritor que quiere hacer sólido lo que en otros sólo es brillante.

Esta feliz elección, totalmente opuesta a la vana verbosidad, enseña a decir siempre cosas; enemiga del abuso de las palabras, hace el lenguaje inteligible; juiciosa en el uso de los términos, castiga y fortifica la expresión; rigurosamente exacta, destierra las imágenes vagas y generales, y todos estos correctivos indefinidos como, casi, a modo de, a poca diferencia, con que se contentan los entendimientos perezosos y superficiales. En fin es forzoso decir, que el espíritu de discernimiento y exactitud es la verdadera luz que en un discurso distingue al hombre sabio del hombre vulgar.

Para adquirir esta exactitud, el escritor elocuente debe ser algo escrupuloso en las palabras, hasta llegar a conocer que las que se llaman sinónimos no lo son con todo el rigor de una semejanza tan perfecta, que su sentido sea en todas un enorme; pues examinándolas de cerca se echa de ver luego que esta semejanza no abraza toda la extensión y fuerza de su significado; que solo consiste en una idea principal que todas incluyen indefinida y generalmente; pero que cada una diversifica a su modo por medio de una idea secundaria o accesoria, que constituye su carácter propio y particular. ¿Quién dirá que las palabras excitar, incitar, provocar se pueden usar indistintamente para una misma idea. Lo mismo digo de estotras miedo, temor, timidez: lo mismo de espantoso, asombroso, horroroso.

Por cierta idea mal entendida de riqueza caen muchos en esta pródiga ostentación de palabras: otras veces la incertidumbre e indecisión que padecen sobre el valor específico y propiedad de ellas les obliga a multiplicarlas para poder hallar entre muchas la que buscan. A la primera causa digo, que no es el valor numeral de las voces el que enriquece al lenguaje, sino el que nace de su diversidad, como la que brilla en las obras de la naturaleza; y a la segunda añado, que el que habla o escribe no tiene aquel pulso cierto y fino que pide el rigor filosófico de la elocución.

Cuando las palabras varían sólo por los sonidos, y no por la mayor o menor energía, extensión, precisión o simplicidad que las ideas tienen, en lugar de hacer rico al discurso, mas le empobrecen fatigando la memoria: esto es confundir la abundancia con la superfluidad, y hacer, como quien dice, consistir la magnificencia de un banquete en el número de los platos y no de los manjares. En fin respeto que entre las diferentes palabras que pueden hacernos sensible un pensamiento, sólo una es la propia, todas las demás, siendo de diverso grado de valor, debilitan o confunden la buena expresión.

Para poseer esta virtud tan esencial en el arte de comunicar sus pensamientos, es necesario un profundo conocimiento de la lengua en que se habla o escriba. El que carezca de esta virtud, usará, por ejemplo, de las palabras avenir, acomodar, reconciliar, sin advertir, que sólo se avienen las personas discordes por pretensiones u opiniones; que sólo se acomodan las que han tenido intereses, o diferencias personales; en fin, que sólo se reconcilian aquellas, que por malos servicios se habían hecho enemigas. He aquí tres actos de conciliación en general (y sólo en esto son sinónimos) pero con distintos fines y en distintas circunstancias.

Lo mismo digo de esotras voces estado, situación; la primera dice alguna cosa habitual y permanente, y la segunda la indica accidental y pasajera. Así podríamos decir: Ni el estado de padre de familias pudo mudar la situación de su fortuna. ¿Quién no ve igualmente la diferencia entre placer, gusto, deleite, delicia? Entre socorro, ayuda, auxilio? Y así de otros innumerables, que incluyen acciones, motivos y objetos deferentes, aunque abracen una idea común. Para manifestar esta diferencia, dice un escritor de cierto personaje: El vivía con austeridad, pensaba siempre con rigor, y castigaba con severidad.




ArribaAbajoVoces facultativas

Como los términos propios no son mas que aquellos signos, orales que el uso ha destinado para representar: precisamente las ideas que se quieren expresar, la exactitud del lenguaje depende también de la buena o mala elección de las voces técnicas o facultativas en cada arte o ciencia. Por falta de este conocimiento, cierto orador comparando las primeras operaciones de un hombre justo, que pelea contra las tentaciones del vicio, con las de un General de ejército antes de dar batalla, dice: El buen General debe en primer lugar registrar los soldados. Sólo los cirujanos registran, mas los Generales revistan.

Cada ciencia cada profesión tiene su vocabulario peculiar cuyo conocimiento es mas necesario de lo que se cree al buen escritor; pues como las palabras no son signos naturales, sino convencionales de las cosas, significan lo que los hombres han querido, habiéndolas destinado para un objeto, y no para otro; aunque con el tiempo el uso constante haya aumentado las diversas acepciones de una misma voz, de cuyo discernimiento depende hoy la precisión y la claridad.

¿Quién negará que el número tan corto de escritores correctos no provenga del descuido e ignorancia de una parte tan esencial de la elocución?

Para que se vean las diferentes acepciones de una misma palabra, la voz columna es un término propio de arquitectura, pero la física lo ha adoptado para expresar una columna de agua, una columna de aire, etc. Después la táctica le ha abrazado para significar ciertas maniobras y formaciones, columna de infantería, marchar en columna, formar en columna, etc.

Para hablar con propiedad debemos huir de los términos vagos y generales del lenguaje común y usual, siempre que queramos introducirnos en alguna profesión particular que tiene su idioma propio. Por ejemplo: medio es una voz general para significar la parte que está a igual distancia de dos extremos de cualquiera cuerpo u espacio; pero sería impropio decir: La caballería rompió el medio del ejército, en lugar de rompió el centro: palabra que tiene una aplicación determinad en las formaciones militares. Lo mismo podemos decir de esotra voz general lado, que en la formación de un batallón se expresa por costado, y en la de un ejército por ala.

También pertenece a esta clase la impropiedad accidental de aquellas palabras, digámoslo así, ya añejas, que casi en todas las facultades están desterradas, y se han substituido insensiblemente por otras nuevas a medida de los progresos de la cultura y mudanza de las cosas y de los gustos en cada siglo. Hoy se haría ridículo el escritor que dijese, no salgamos de la profesión de las armas, peones por infantes; tropa aparejada por formada; cuernos por alas; hileras por filas; cabos por jefes; expugnación por sitio; gobierno por mando; presidio por guarnición; pláticas por conferencias, etc.

Si sólo en el arte militar hay tanto que observar para no apartarse de un lenguaje puro, claro, y propio, ¿cuánto podríamos advertir sobre la política, náutica, física, medicina? ¿Cuánto sobre la filosofía racional, que multiplicando y subdividiendo las ideas, ha mudado o multiplicado las voces o las acepciones de las ya recibidas? Así no diremos hoy el entendimiento, sino la mente de la ley: las partidas, sino las partes del mundo; disciplinas, sino conocimientos humanos; barbarería, sino barbarie de una nación; discreción, sino discernimiento de lo bueno, etc. Y como esta gran diversidad de diccionarios técnicos compone la lengua científica de una nación, el escritor elocuente, ya que no pueda poseer todas las profesiones, debe a lo menos no ignorar su lenguaje.

Con el diccionario general y familiar, y difusos circunloquios, es verdad, podríamos tratar casi todos las objetos del entendimiento humano; pero entonces el físico no se distinguiría del herrero, ni el astrónomo del pastor. Además de esto, como el escritor no puede perder de vista la elegancia y la precisión, los rodeos y el desenlace que suele padecer el lenguaje común en materias científicas, hacen el estilo flojo y bajo, y casi siempre vaga la expresión. Por ejemplo, quiero encarecer dos propiedades del oro, y digo con una enunciación fluida y redonda: La ductilidad y maleabilidad del oro aumentan su estimación. Pero con el lenguaje común diré sin número ni concisión: La facilidad y disposición que el oro tiene de ser tirado y amartillado aumentan su estimación.

Nadie puede exigir al escritor mas docto que sea a un mismo tiempo táctico, físico, arquitecto, náutico; pero la fuerza y nobleza de expresión piden el lenguaje de tales, cuando describe o compara alguna acción marcial, los arcanos de la naturaleza, los fenómenos celestes, las proporciones en las artes, y los progresos de la navegación.

Tampoco pretendo que el orador hable con la ostentación científica de un disertador que quiere brillar, o de un profesor que dogmatiza; ni que se interne en los secretos y en la teórica más fina de cada arte y ciencia. Bastará que use siempre de los términos de una acepción más general y conocida, pero siempre peculiares de la materia; y aun esto solamente en los símiles, comparaciones, paralelos, alegorías, emblemas, etc. que siempre han de conservar el lenguaje del objeto de donde se sacan, el cual debe ser por esto de los más generalmente conocidos. Pues se haría ininteligible y ridículo el orador que olvidándose de que habla a la mayor parte de los hombres, hiciese demasiado científicas sus expresiones, mayormente las metafóricas, que no emplea por necesidad sino para adorno. Sería ridículo y oscuro el que dijese: la explosión de su ira, la oscilación de su conciencia el movimiento retrógrado de los estudios pudiendo decir con más claridad y propiedad: el desahogo de su ira, los latidos de su conciencia, la decadencia de los estudios.

En fin pertenecen a la impropiedad de la dicción aquellas palabras, que aunque tengan una misma significación general, el uso y la exactitud las aplican a distintos objetos, pero comprehendidos bajo de una misma idea. Aunque estas palabras instituto, estatuto, institución, regla, ordenanza abracen una misma idea general, y que en siglos antecedentes se sirviesen de ellas indistintamente la mayor parte de nuestros escritores, el uso actual les ha dado la siguiente determinación así diremos hoy: los institutos religiosos, los estatutos de la academia, las instituciones sociales, la regla de San Agustín, las ordenanzas de la infantería.

Serían innumerables los ejemplos que podríamos presentar en prueba de que cada siglo determina una parte de la lengua a medida que las costumbres y los conocimientos se alteran, depuran, o multiplican.






ArribaAbajoV. Elección de las palabras.

Del arte del artífice saca su estimación la materia más común: así podemos decir que las palabras no tienen otro valor que aquel que se les da. Y como ellas son los signos representativos de muestras ideas, deben nacer de éstas, porque ordinariamente las buenas expresiones están unidas a las cosas, y las siguen como la sombra al cuerpo. Sería, pues, un grande error creer que se hubiesen de buscar fuera del asunto: lo que importa es saberlas escoger, y emplear cada una en su lugar.

Sin embargo el orador no debe atormentarse disputando con cada palabra, y con cada sílaba: trabajo y delicadeza infructuosa, que no puede dejar de apagar el calor del sentimiento y de la imaginación.


ArribaAbajoPalabras figuradas

Es una maravilla ver como unas palabras que se hallan en boca de todo el mundo, y que en sí no tienen hermosura alguna particular, adquieren de repente cierto lustre que las hace del todo diferentes, manejadas con arte y aplicadas a ciertas acciones. La palabra relampaguear, como efecto de la acción de inflamarse el rayo, es un término propio y sencillo; mas cuando el poeta la usa para expresar la vista airada de un hombre, dice: sus ojos relampaguean; y entonces parece que brillan con mas vivacidad.

Un elocuente historiador, pintando el estado del Asia después de la época del mahometismo, dice: El Asia abrumada por el poder arbitrario. y hollada de bárbaros conquistadores, se divide en vastas soledades: teatro de desolación, que no merece la vista de la historia. De las palabras abrumada, hollada, teatro, vista, colocadas aquí por un modo metafórico, ¿qué viveza, fuerza y brillantez no adquiere la expresión.?




ArribaAbajoPalabras enérgicas

La energía dice más que fuerza, y se aplica a los rasgos pintorescos, y al carácter de la dicción. Pero un orador puede reunir la fuerza del raciocinio, y la energía de la expresión; entonces las pinturas serán enérgicas porque las imágenes serán fuertes. La energía no es más que aquella representación clara y viva que nos pone los objetos a la vista por medio de ciertas imágenes, que siempre serán confusas, si no son presentadas con el término propio.

Del Mariscal de Turena dice un orador: Viéronle en la batalla de Dunas arrancar las armas de las manos de los soldados extranjeros encarnizados contra los vencidos con brutal ferocidad. En lugar de arrancar, podía decir quitar, y en vez de encarnizados enfurecidos. ¿Pero las dos últimas palabras tendrían la misma fuerza y energía que las primeras? ¿La palabra arrancar no nos demuestra la fuerza y tenacidad con que tenían empuñadas las armas, y por consiguiente el poder de quién los desarmó? Encarnizados, ¿no nos presenta la imagen de un lobo, que agarrado con la presa, se ceba en sus miembros? Esta feliz elección de las palabras es la más evidente prueba del vigor de los ingenios que saben dar cuerpo a las cosas que han de hacer la mayor sensación.

Otro célebre escritor, hablando de Nerón en sus últimos años, dice: Era un Príncipe cangrenado de vicios. Podía haber dicho infectado de vicios; pero ya es palabra menos enérgicas como más general, en cuanto no indica cierta enfermedad, ni una enfermedad terrible, irremediable, y sensible a la vista, la más propia para esta comparación de lo moral con lo físico. Podía haber dicho corrompido, palabra mas vaga, y que por lo mismo que dice mucho, nada expresarla aquí. En fin podía haber dicho lleno de vicios: palabra aún mas vaga e indeterminada, porque, además de no incluir en sí en mal sentido todas las cosas están llenas en la naturaleza hasta el espacio mismo, considerándole matemáticamente.

Moisés dice en su sublime cántico: Enviaste, Señor, tu ira, que los devoró como una paja. ¡Qué bella imagen! Una paja en un instante se consume: devorar es quemar aniquilando; devorar como una paja dice una acción instantánea: y este modo, y esta acción contra un ejército innumerable! El lenguaje humano no puede representarnos mas formidable y poderosa la ira de Dios.

Si para hacer impresión es menester hablar bien, para hablar bien es aún mas necesario encontrar aquella palabra que excite en el oyente todas las ideas que el orador concibió sobre su objeto.




ArribaAbajoPalabras fuertes

La expresión será fuerte, siempre que las palabras no sean generales, y de un sentido vago o muy extenso. Las más vivas y enérgicas son las propias para presentar las cosas, por ejemplo: la palabra dañar la honra, es mas general y vaga, y por consiguiente mas débil que estotra herir la honra. Lo mismo podemos decir de la palabra vencer, mas extensa y menos viva que derrotar, que incluye siempre la idea de victoria envuelta con gran pérdida, o general destrozo en las tropas: así diremos: Aníbal derrotó las legiones Romanas de Varron.

Si es cierto que la mayor parte de los hombres piensan mejor que hablan, ¿á qué, pues, lo atribuiremos sino a la dificultad de encontrar los signos mas sensibles de sus ideas? Por esto vemos que casi todos conocen el valor y mérito de la buena expresión de los grandes ingenios, y no son capaces de producirla: ellos son heridos, y no pueden herir.




ArribaAbajoPalabras definidas

Para hablar con fuerza y energía es necesario huir do las palabras indefinidas, que no siendo rigurosamente determinadas, dejan el sentido vago en algún modo, representando los objetos de una manera abstracta y demasiado genérica.

Dice cierto autor hablando de un Rey cuyas acciones debían ser como de tal: sublimidad de acciones remonte de pensamientos. ¿No es mas terminante, mas natural, y menos oscuro decir: las acciones sublimes nacen de elevados pensamientos? Los nombres sublimidad y remonte son abstractos, y por tanto muy espirituales para que su fuerza se haga sensible a todos. Además, su significación, no determinada por el artículo definido, es más extensa y vaga, y el pensamiento es muy oscuro por faltarle la asociación de ideas intermedias, que fijan mejor los objetos que el lector debe percibir.

Dice otro escritor del mismo siglo y gusto: Más crece el cedro en un día que el hisopo en un lustro, porque robustas primicias amagan giganteces ¿No era más claro, fácil y natural decir; porque el que ha de ser gigante nace ya con corpulencia? Las palabras primicia, y gigantez son abstracciones; en número plural componen una colección de abstracciones; y la supresión del artículo las forma una abstracción todavía mas general, y vaga.

Todas las expresiones vagas e indeterminadas hacen oscuro, fijo y lánguido el estilo; no persuaden, porque prueban poco; no mueven, porque no presentan objetos claro, y determinado; no deleitan en fin, porque se apartan de la naturaleza.

Pero como es más fácil hallar el género que la especie, por esto hay pocos escritores que, traigan la convicción con sus palabras, esto es, que empleen aquellas más propias, más particulares y características de las cosas para fijar sobre éstas toda nuestra atención. Si digo de Calígula: fue un Príncipe malo, nada digo, nada especifico; porque otros príncipes lo han sido sin serlo en tanto grado, ni del modo que Calígula. Si hablando de la fluidez del azogue, dijo: es una verdad notoria, digo poco; si: es una verdad visible, digo más, porque doy a un objeto espiritual, como es la verdad, materia y color; pero si digo: es una verdad palpable: no puedo decir más, porque entonces le añado cuerpo y solidez.




ArribaAbajoEpítetos

Los epítetos contribuyen en gran parte a la fuerza, energía, y nobleza del discurso, mayormente cuando son figura dos: ejemplo: Las manos triunfantes de Alejandro, los estandartes victoriosos del Imperio, encopetada estirpe, etc.

Los epítetos verdaderamente estimables son los que añaden alguna idea al sentido de la frase, de modo que suprimidos, ésta pierda gran parte de su mérito. Así vemos que unos añaden gracia, como éstos: la risueña aurora, las doradas mieses; otros dignidad, como augusta estirpe, venerable antigüedad; otros dan incremento, como poder supremo, valor intrépido, mar inmenso; otros dan cierta energía, corno: clamor profundo, combate encarnizado, luz moribunda; otros dan vehemencia como ladrón desalmado, tirano desapiadado otros ilustran y explican la cosa que acompañan, y le sirven como de definición, así decimos: moral evangélica, censura teológica, poder arbitrario, gloria eterna. En estos ejemplos el epíteto determina el sentido demasiado general y vago del sujeto.

Otros epítetos deben adecuarse rigorosamente a la cosa, formando, si puede ser, su atributo, como aquí: El piadoso Numa suavizó su pueblo con la religión. El temerario Carlos XII pereció en el peligro que buscaba. Los epítetos piadoso, y temerario son exactamente adaptados, el uno a la obra de instituir la religión, y el otro a la acción de exponerse un Rey como un gran granadero. Este feliz discernimiento en los epítetos constituye su congruencia con las acciones o situaciones de los sujetos que revisten. Si de Numa dijésemos: el justo Numa, y de Carlos XII: el generoso Carlos; aunque estos epítetos señalan calidades que cada uno de estos Príncipes poseía, cometeríamos notable incongruencia; porque los hechos que aquí se refieren no tienen relación a la justicia, ni a la generosidad.

En fin el epíteto debe siempre decir algo, porque si sólo tiene una conveniencia general y remota con la persona o cosa que acompaña, es inútil y embarazoso. Los epítetos de esta naturaleza hacen forzosamente el estilo laxo, frío, y afectado. Por lo que hablando de las guerras civiles de la Francia, por ejemplo, podremos decir: Estos dos partidos implacables se sustentaban con la sangre inocente del pueblo. Los dos epítetos añaden a la idea principal otras secundarias que nos caracterizan las circunstancias de aquellas guerras: como la de implacables, que demuestra la obstinación en no perdonarse, ni ceder las dos facciones; y la de inocente, que pinta el pueblo sacrificado a la ambición de los grandes. Pero diciendo: partidos crueles, sangre preciosa, diríamos una verdad, mas no la que caracterizase los tiempos y las cosas.

Para conocer el verdadero valor de un epíteto, véase si poniendo otro en su lugar, este diría más que el primero: siempre que expresase más, sería una prueba que el autor no encontró el epíteto característico del hecho o sujeto en aquella ocasión o circunstancia.

Si es verdad que los epítetos, son muchas veces el alma y la robustez del discurso, también le confunden y embarazan cuando se multiplican pródiga e indiscretamente.

Además un epíteto fuera de tiempo, y, puesto sin necesidad, debilita el vigor de la expresión, por ejemplo: Resistía las molestas injurias del tiempo como un duro mármol. El epíteto molestas es superfluo, porque las injurias lo son; también lo es el otro duro, porque no añade a la palabra mármol alguna idea que ella no encierre en sí misma. Lo mismo podemos decir de estotra oración: No pudo vencerla ni a fuerza de suspiros exálados, ni de lágrimas vertidas. Los epítetos exálados, y vertidas están puestos sin necesidad, y par tanto se han de mirar como ociosos y redundantes.




ArribaAbajoPalabras colectivas

Para que el pensamiento conserve toda su extensión y fuerza en corto espacio, esta es, para decir con una palabra lo que no se puede expresar sino con muchas, usamos en ciertos casos del número singular en vez del plural. Así dice Moisés en su cántico: El Señor ha precipitado en el mar el caballo y el caballero.

Este singular, que abraza la totalidad de los caballos y de los jinetes, es mucho más enérgico que el plural; porque aquí es mucho más propio para demostrar la facilidad, prontitud, y aun instantaneidad de la sumersión no menos que de la innumerable caballería egipcia, que cubría inmensas llanuras.

Además el número singular indica un solo instante, un solo esfuerzo, un solo golpe de la diestra de Dios para consumar una obra, en que las fuerzas humanas necesitarían de la sucesión de repetidas victorias. El singular también expresa que Dios ha abismado un ejército entero como si hubiese sido un caballo y un jinete solos. Cuando Calígula, convencido de su impotencia, deseaba que el Pueblo Romano no tuviese mas de una sola cabeza, sin duda tenía la misma idea.-

Del mismo modo podemos decir: El hombre llegó a desconocer a su Criador. Este singular hombre forma un sentido mas universal, que no sólo incluye todos los hombres, mas en algún modo abraza la misma naturaleza humana. Así dice el Génesis: le pesó a Dios haber criado el hombre, esto es, la especie humana. Del mismo modo decimos: el pobre come el pan de lágrimas: el rico se sacia de delicias; como si dijésemos: todos los pobres; aun es más, el estado o condición de pobre, que abraza los pasados y presentes. Del mismo modo, y en el mismo sentido decimos: el soldado defiende las leyes: el labrador sostiene el estado.




ArribaAbajoDecencia

La majestad oratoria destierra de la elocución todas las palabras obscenas, todas las expresiones torpes e indecentes. La Perífrasis, u otro tropo bien manejado, pueden encubrir la idea, y suavizar la expresión. Es importuno triunfó de su resistencia, dice uno, en lugar de: la forzó.