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Garabombo y su misión invisible

Adriana I. Churampi Ramírez





-Qué proyecta el pueblo, don Constantino?

-Recuperar la hacienda Huarautambo.

-Ésa no es una obra que puedan ejecutar los simples mortales, don Constantino.

-«Por eso la ejecutaremos» -dice nuestro personero.


(CAR, 197-198)1                


En este trabajo analizaremos la característica más significativa del protagonista de la segunda novela de la pentalogía de Manuel Scorza: Garabombo, héroe de la novela del mismo nombre. El objetivo de nuestro análisis es indagar en las llamadas cualidades mítico-maravillosas adjudicadas al protagonista, que constituyen un argumento para sostener el carácter fantástico de la saga scorciana. Nuestra lectura nos ha conducido, más bien, al terreno de un planteamiento político. La confirmación de esta afirmación en la praxis la encontramos en la renovada atención prestada a la figura de Garabombo por importantes movimientos indígenas de fines del siglo XX2.


El caso de Garabombo

Para iniciar el análisis del fenómeno de la invisibilidad de Garabombo, protagonista de la segunda novela de la saga scorciana, es importante señalar el momento en que la transparencia se hace evidente:

Bajé a quejarme a la Subprefectura [...]. Siete días pasé sentado en la puerta del despacho. Las autoridades iban y venían pero no me miraban [...]. Al comienzo no me di cuenta [...]. Yo me decía «siguen ocupados», pero a la segunda semana comencé a sospechar y un día que el Subprefecto Valerio estaba solo me presenté. ¡No me vio! Hablé largo rato. Ni siquiera alzó los ojos. Comencé a maliciar.


(GEI, 24-25)                


La queja a la que se refiere Garabombo es su primera protesta contra el dueño de la hacienda Chinche, acostumbrado a inaugurar, junto con sus yernos, a todas las mujeres indígenas de su hacienda. Cuando intentan hacer lo mismo con la mujer de Garabombo él reacciona violentamente. Esta protesta, en apariencia justificada, era completamente inusual en el contexto de las rígidas estructuras de poder vigentes, y si Garabombo adopta semejante decisión es porque no es un campesino común y corriente. Habiendo hecho el servicio militar obligatorio, aprendió sus derechos y conocía la Constitución. Un conocimiento aciago, como lo comprueba El Abigeo al visitarlo en su escondite de la sierra, luego que lo habían expulsado de la hacienda: «Por eso estás acá3. Hay cosas que es mejor no saber!» (GEI, 24). Desde este momento inicial ya se perfilan en Garabombo ciertas cualidades que, al desarrollarse, harán de él un líder. El momento en que se evidencia el mal no nos parece casual porque nos revela dos detalles importantes: las circunstancias en que ocurre, durante la presentación de una queja y los actores: Garabombo, un indio rebelde y las autoridades blancas que adolecen de una peculiar ceguera. Estos elementos son esenciales ya que van a constituir las bases del entramado que se encuentra oculto tras la mítica invisibilidad.




Y ahora es invisible...

Pese a haber experimentado el fenómeno en su propia persona/cuerpo, Garabombo se resiste a asumir su condición con resignación. Lógicamente recurre, para un diagnóstico más preciso, a la única posibilidad médica de su pueblo: la temida curandera Victoria de Racre. Ella diagnostica que se ha vuelto invisible porque alguien le ha hecho daño4. Garabombo resultará un individuo difícil de convencer, en cuanto a la irreversibilidad de su mal, hasta el momento que se vea confrontado con un acontecimiento inusual. En un mundo basado en la estricta división de grupos sociales, es costumbre que los indígenas afronten la actitud despectiva, la indiferencia de parte de los blancos, de modo que Garabombo no interpreta la escena con el prefecto de manera especial ni considera que sobrepase los límites del desdén acostumbrado en el trato entre blancos e indios. La prueba contundente la constituye la indiferencia con que los patrones reciben sus osadas protestas ante una injusta y abusiva repartición de tierras. Esta situación era, desde todo punto de vista, inconcebible en un mundo donde las estructuras rígidas de poder eran custodiadas por los hacendados, recurriendo a la violencia si fuera preciso, sin tolerar el menor brote de desobediencia. Airado ante la exclusión de los ancianos en la concesión de tierras -algo que equivalía a condenarlos a la muerte por hambre- Garabombo explota, públicamente, contra los hacendados y contra la pasividad de sus paisanos:

¡Aprendan! Ese es el pago de todos sus servicios. [...] Eso que ustedes llaman desgracia se apellida Malpartida -Grité y grité. ¡No me importaba que los caporales me acabaran a latigazos! ¡No me importaba nada! [...]. Pero nadie me oyó. No me veían! [...] No me miraban! [...] De oír mis afrentadoras palabras me hubieran despellejado a latigazos. Pero en esa época yo era invisible!


(GEI, 46)                


La ausencia de reacciones o de consecuencias constituye para él la mejor prueba de que su mal ha alcanzado dramáticos niveles de gravedad. Esta evidencia rinde a Garabombo, que termina por aceptar su condición de enfermo y sobrelleva la situación. Debido a esta actitud, poco inquisitiva, pasa por alto un detalle interesante que se hace evidente desde el comienzo. Son unos pocos los que, aparte del mismo doliente, son capaces de percibir su mal. Si se tratara de una enfermedad común, del cuerpo, sin duda cualquiera podría notarla. Sin embargo hay un detalle curioso. Para los indios como él, su invisibilidad es un fenómeno imposible de corroborar con los sentidos, ellos sí lo ven, como lo confirma el diálogo entre el Ladrón de Caballos5 y Garabombo cuando se encuentran por primera vez:

¿Qué es eso que me cuentan que usted es invisible? [...]

-Bajé a quejarme a la Subprefectura.

-¿Y?

-No me vieron.

-¡Pero yo lo veo!

-Es que usted es de nuestra sangre, pero los blancos no me ven [...].


(GEI, 23-24)                


Son entonces, únicamente los blancos los que no lo ven. Con lo peculiar que suena este detalle no será suficiente para despertar suspicacia alguna ya que nos encontramos en un universo en que las relaciones entre los dos mundos, blanco e indio, se rigen precisamente por el absoluto extrañamiento entre ambos. La ausencia de percepción de algo tan evidente como la existencia física de un ser humano, no es más que un argumento que se añade al abismo ya existente entre sus mundos. Garabombo pasará a ser el triste varón a cuyas cotidianas penurias, compartidas con su comunidad, se le agregará su condición de dañado lo cual le impide incluso desempeñar cualquier rol significativo en la solución de los problemas de su pueblo: «Y si fuéramos a reclamar a la Subprefectura? Si fueras tú, Garabombo? Tú hablas bonito -dijo Bernardo Bustillos. -Soy transparente! No me ven, Bernardo» (GEI, 46). La actitud de sus compañeros evolucionará, del pánico inicial ante semejante fenómeno, hacia la conmiseración y finalmente, en un mundo campesino pragmático, Garabombo empezará a convertirse en un estorbo ya que no puede ayudar en la lucha. Ante la ineficacia de cualquier intento de protesta (suyo o de su comunidad) Garabombo sugiere viajar a la capital a presentar una denuncia de los abusos. En Lima logran iniciar los trámites pero los propietarios se enteran de lo que sucede y entran en acción. Bajo falsas acusaciones, los campesinos rebeldes que osaron protestar, son apresados en Chinche y enviados a Lima. La desesperación de los familiares -conscientes de que muchos de los detenidos no sobrevivirán, por ser ancianos o ser muy débiles- presiona a Garabombo, que decide entregarse (ya se encontraba requisitoriado por la policía bajo la acusación de agitador) a cambio de la libertad de sus paisanos. Treinta meses permanecerá preso entre la Intendencia y El Frontón. De esta terrible experiencia emergerá, un Garabombo curado. Cuando, creyéndose físicamente enfermo, consulta sobre su mal a la temible Victoria de Racre obtiene un diagnóstico, que después en la prisión El Frontón, será revertido por un preso trotskista, el Mocho. En numerosas conversaciones con Garabombo este le irá revelando la verdadera causa de su enfermedad. Las prisiones capitalinas albergaban en aquel momento a la flor y nata de los rebeldes apristas y comunistas, purgados sucesivamente, tanto por el régimen de Odría, como por el de Prado6. Esta juventud, que se iniciaba así en su conocimiento del lado hosco de la vida política, conformaría posteriormente la élite política de la nación. Las polémicas que menudeaban entre ambos grupos (apristas y comunistas), obligados a compartir las duras condiciones carcelarias, constituyen para Garabombo una inagotable fuente informativa, reveladora de perspectivas y fenómenos de los que él, hasta entonces, jamás había escuchado. Él mismo describirá, posteriormente, este período de su vida como profundamente educativo, sus mejores y más efectivos maestros los encontrará aquí: «Es cierto que estuve encarcelado. ¡Agradezco! La prisión es la mejor escuela. Allí los abogados y los políticos me abrieron los ojos y me enseñaron mis derechos [...]. ¡Ojalá todos fuéramos a la cárcel para abrir nuestro pensamiento!» (GEI, 91-92). Escuchar las discusiones políticas lo cura de su invisibilidad, ¿a qué se refiere cuando sostiene esto? Para empezar, llega a comprender que lo suyo no era una enfermedad en el sentido tradicional: «Volvía curado! En la prisión había comprendido la verdadera naturaleza de su enfermedad. No lo veían porque no lo querían ver. Era invisible como invisibles eran todos los reclamos, los abusos y las quejas» (GEI, 163-164). Su contacto con otros rebeldes que se resistían a aceptar la injusta situación social, le permite situar su propia experiencia dentro de una perspectiva colectiva. Esa experiencia, que hasta entonces había asumido como personal, como enfermedad de su cuerpo, tenía relación con otros aspectos, que aunque en apariencia eran más complejos, también eran susceptibles de ser transformados. Por primera vez sitúa los diarios problemas que vivía en su comunidad en otro contexto, entiende que se ubican dentro de un engranaje más amplio. Los intercambios entre las facciones apristas y comunistas, ambas con propuestas progresistas y renovadoras del panorama nacional, hacen desfilar ante Garabombo el panorama de las estructuras sociales, económicas y políticas de un país que le era ajeno y le dan una idea de cómo ciertos fenómenos guardan estrecha vinculación entre sí. Adquiere clara conciencia de su posición en medio de todo este engranaje, y de que no se encuentra solo sino que una enorme masa de campesinos en todo el país comparte su sufrimiento. Podríamos decir que si hasta ahora su mundo se reducía a su comunidad, entiende que forma parte de una estructura mayor, y que conocerla resulta fundamental, no sólo para explicarse muchos acontecimientos que vive a diario, sino también para determinar sus acciones futuras. Garabombo experimenta un cambio en su apreciación del problema. Hay una clara evolución, desde su reacción temerosa ante el veredicto de la curandera del pueblo, hasta su asombrada toma de conciencia despertada por las discusiones de los presos políticos. Ha adquirido conciencia política de su posición de oprimido al escuchar la estrecha vinculación que guarda su invisibilidad con la interesada incapacidad de los terratenientes de tolerar toda queja o protesta inoportuna e inadecuada. Los hacendados -la defensa de sus intereses- y la osadía de su protesta son las claves de su transparencia. La cárcel, con estas revelaciones, no consigue más que incrementar el espíritu rebelde de Garabombo, al volver intentará retomar la lucha allí donde la dejó, implementándola con sus nuevas perspectivas. Ha dejado atrás la bandera de combate que sustentaba su inicial rebeldía: la expropiación de las tierras. Ahora se abre paso un nuevo concepto: la recuperación. Esta modificación se asienta en su convicción de que el pueblo es el verdadero y original propietario de las tierras reclamadas: «Los dueños somos nosotros. ¿Necesitas expropiar tu cama? Los dueños no expropian. Recuperan!» (GEI, 168).




La invisibilidad revelada

Hay, en Garabombo El Invisible, una escena que consideramos de gran trascendencia. Este episodio refuerza nuestra opinión de que la invisibilidad se halla esencialmente vinculada con la discusión del poder, la lucha contra la explotación, la búsqueda de estrategias de resistencia.

Al salir de la prisión, Garabombo regresa a su pueblo y busca a sus antiguos compañeros de cárcel. Él confía a ciegas en el espíritu combativo de estos hombres que fueron puestos en libertad a cambio de su propia reclusión. Sin embargo, una enorme sorpresa lo espera, sus compañeros, indios como él, no lo ven: «Soy Garabombo, Poncianito! Pero Jiménez siguió descargando con tanta indiferencia que durante un relámpago Garabombo sospechó que Ponciano no lo veía. ¡No lo veía (GEI, 38). El terror invade a Garabombo, no sólo sospecha una recaída de su atroz enfermedad sino que, en un instante, cuestiona todo aquello que le había sido revelado en la prisión. De inmediato concluye que tal vez la explicación a su invisibilidad, tan coherentemente explicada por el trotskista, sólo resultaba válida en Lima, después de todo eran palabras «de un extraño que nunca ha pisado Yanahuanca, tal vez eso se aplica a Lima, tal vez en Yanahuanca el aire enrarecido causa su mal» (GEI, 38-39). Vuelve a ser el Garabombo limitado en sus aspiraciones por decenios de opresión y fracasos, condenado a aquel mundo sintetizado por un hacendado en El Jinete Insomne con estas palabras: «Esto no es el Perú. Esto es mi hacienda» (EJI, 73).

Su amigo el boticario y presidente de la comunidad será el encargado de aclararle la razón, mucho más prosaica, de esta ceguera: «Qué recaída ni recaída! Jiménez y Ponciano no tienen cara para verte, Garabombo. ¿Sabes que son caporales de la hacienda Chinche?» (GEI, 39). Esta escena es sumamente importante ya que, por primera vez, vemos a los mismos indígenas recurriendo al uso estratégico del no ver a alguien. Estratégico, en el sentido de convertirse en agentes activos, capaces de negar (invisibilizar) la presencia de Garabombo, para así disimular la evidencia de su propia traición. La invisibilidad, anteriormente definida como una enfermedad, una emanación del organismo del invisible, se convierte en una estrategia usada por el otro. Quien lo considere necesario, sea por culpa y vergüenza unos, por explotación y monopolio del poder otros, puede, entonces, desaparecer a un determinado individuo. Aquí nace la concepción de la mirada como estrategia de combate, estrategia que puede ser usada por cualquiera. Garabombo ha sido, hasta ese momento, víctima de su invisibilidad, ha sufrido pasivamente un mal sobre el cual creía no tener control o poder alguno. Ha hecho lo posible por combatir, con remedios, lo incurable, hasta que, por primera vez, en la prisión, alguien le abre los ojos y le ofrece una interpretación diferente de este mal. Ese será su primer intento de cuestionar los matices netamente mágicos o míticos de su invisibilidad. Recordemos que el primer diagnóstico asumido fue el daño. Es también, el primer intento de ubicar su mal dentro de un contexto de explotación, de comprender la evidencia de una realidad socio-política desequilibrada y la injusticia del abuso y la explotación que le eran familiares. El hecho de que la explicación no haya quedado realmente asentada en su subconsciente lo demuestra su reacción ante la indiferencia de sus compañeros. Las discusiones en la cárcel han sido educativas, lo han asombrado, ha escuchado por primera vez nuevas propuestas, pero será (prestemos atención al mensaje político de este detalle) solamente una experiencia en su pueblo y con sus compañeros de comunidad lo que le reafirme, sólidamente, la validez de esa interpretación. Su confrontación no sólo es con la traición, producto de la debilidad, de algunos de sus antiguos compañeros, sino también con la evidencia de la muerte de otros. Esto acabará con la inocencia de Garabombo. No sólo comprende la simpleza de sus radicales y definitorias conclusiones sobre el espíritu humano, sino que, ahora que ha tomado conciencia de su condición, aprende que, como desposeído, ha de utilizar lo poco que tiene a su favor. Incluso aquello que, en teoría, constituye la prueba de su incapacidad, tal vez sobre todo esto. Un último acontecimiento colocará a Garabombo en la encrucijada que le conducirá finalmente a asumir su destino.

Los hacendados, alarmados por el atrevido levantamiento de Rancas, adoptan una serie de medidas precautorias para evitar su repetición. Entre ellas se cuenta la seducción de los potenciales rebeldes a los que se les ofrece -por las buenas o por las malas- puestos de mando que anulen todo espíritu de rebelión. Víctimas de ello son los antiguos compañeros de Garabombo y no tarda en llegarle, también a él, una tentadora oferta de empleo para desempeñarse como primer caporal del hacendado. Garabombo se encuentra en un momento decisivo en el cual se combinan, no sólo los intereses colectivos por los que lucha, sino también su bienestar y futuro personal y familiar. Debe tomar una decisión. Desfilan ante él los rostros de los rebeldes, el recuerdo de su prisión, los maltratos de la policía, las discusiones de los políticos. Finalmente llega el momento, casi místico, en que se retira cabalgando hacia una cumbre donde medita toda la noche. El amanecer encuentra a un Garabombo que finalmente ha comprendido: «En el hielo de esa noche decidió volverse invisible, mejor dicho propagar la herejía de su invisibilidad. Antaño había sido transparente para las autoridades, hoy sería invisible para todos los hombres!» (GEI, 164). El momento de revelación, así narrado, no es más que el clímax de todas las transformaciones y acontecimientos que han ido acumulándose alrededor de Garabombo hasta instalarlo en su nuevo y definitivo rol.




Misión Invisible

La masacre de Rancas (narrada en Redoble por Rancas) no sólo había sido perpetrada con el fin de desalojar a los campesinos que habían osado entrar en acción para hacer valer sus derechos, sino también para amedrentar cualquier futuro intento de emulación y atemorizar a cualquier rebelde en ciernes. No contentos con esto los hacendados recurren también a la represión estructural: eliminan los caminos de acceso, cierran las escuelas, redoblan la vigilancia armada y seducen, sistemáticamente, a los campesinos identificados como incitadores de las protestas. Este es el escenario que encuentra Garabombo cuando regresa de la prisión. Hay miedo, terror, indecisión, pasividad. Pocos mantienen, aún en secreto, la llama del levantamiento y la movilización del pueblo parece ya una misión imposible. La valentía para asumir el liderazgo, papel que le había correspondido a Héctor Chacón, (héroe de Redoble por Rancas) parece haberse esfumado, ahora que El Nictálope se consume en la temible e inexpugnable colonia penal selvática de El Cepa. Garabombo evalúa la magnitud de la tarea y comprende que, precisamente aquello que constituye una debilidad, podría erigirse como la única respuesta en esta coyuntura. Si el pueblo ha aceptado su invisibilidad por años, habrá que convencerlos que ese mismo mal puede constituir un arma poderosa en este combate tan desigual. Sin embargo ¿en qué radicaría su transformación si, al fin y al cabo, va a seguir propagando su enfermedad? La gran diferencia será la inversión del poder, el poder ver. Ya no será la víctima pasiva, sujeta a lo que defina la mirada indiferente de otros. Ahora, desde su invisibilidad, que pasa a convertirse en un eficiente disfraz, será él quien mire a los demás. Será él quien defina y dé contenido a su misión, Garabombo procede a re-definir su enfermedad en sus propios términos. Serán necesarios intensos momentos de prueba para convencer al pueblo de que la invisibilidad puede ser revertida en favor de la causa colectiva. Garabombo empezará a convertirse en el caudillo invencible (el salto de la invisibilidad a la invencibilidad no resulta muy grande) que habrá de conducirlos al enfrentamiento final.

Garabombo no limita su actividad a misiones facilitadas por su invisibilidad, procede también a recorrer toda la provincia convenciendo, con suma paciencia, a todos los comuneros de la necesidad de una nueva rebelión. Su invisibilidad, cuya utilidad queda comprobada en la superación de obstáculos materiales, comienza a convertirse en un argumento sólido para contrarrestar el terror que las brutalidades de la política represiva de los hacendados había sembrado en los campesinos. El poder de su invisibilidad, que lentamente empieza a filtrar la posibilidad de la rebeldía, resulta suficiente para convencer a la mayoría reticente. Por otro lado, a nivel organizativo, los delegados de las diversas comunidades han comprendido el absurdo de presentar más quejas y aunque fantasean con la idea de recuperar aquello que les pertenece no pueden evitar un tono de desconsuelo ante la superioridad represiva de los hacendados. Sin embargo, bajo el liderazgo de Garabombo, la sublevación empieza a cobrar vida, las comunidades van, una a una, alinéandose del lado de El Invisible.

Cuando Garabombo, visible, se reveló incapaz de adecuarse y reaccionar como la costumbre establecida por los hacendados lo imponía, era un elemento controlable, ya que se movía dentro de las reglas de juego previstas por el sistema opresivo: era la excepción, ubicable, que confirmaba la pasividad del resto. Su desafío era inaceptable pero no por eso impredecible. Sin embargo cuando toma conciencia de que él mismo puede desempeñar un papel y asumir iniciativas, se convierte en un rival de dimensiones desmesuradas, un riesgo absolutamente difícil de controlar. Su enfermedad de invisibilidad no era más que una garantía de la buena salud del status quo, una comprobación de que el orden se mantenía estable: una minoría sostenida en el poder por la productividad de sus posesiones conseguida con mano de obra barata. La desposesión, miseria o abusos sufridos por los campesinos resultaban intrascendentes ya que sus necesidades, como sus personas mismas, no jugaban rol alguno en la ecuación del poder. A esta conclusión llegarán precisamente los hacendados, guardias y autoridades, en sus continuas discusiones surgidas con posterioridad a la insurrección. Una vez que toman conciencia, de manera brusca, de la trascendencia de la invisibilidad de Garabombo, se lanzan la responsabilidad unos a otros. A tal extremo llega su afán de negar, hasta el final, el éxito estratégico de un indio, que el Subprefecto afirmará, ante los periodistas que llegan después de la masacre del 3 de marzo, que Garabombo no existió7. Mientras les muestra el Libro de Cargos sostiene: «En ninguna página figura Garabombo. Eso es un cuento. Garabombo nunca existió» (GEI, 133). La aspiración a negar la existencia de alguien mediante el poder de la mirada, no constituye más que una manifestación de las gradaciones que puede llegar a adoptar el desprecio por ese otro; el extremo consiste en intentar -activamente- hacerlo desaparecer, eliminarlo físicamente. La afirmación del Subprefecto adquiere tonos macabros cuando leemos, a lo largo de la novela, cómo un asesino a sueldo, contratado por el Juez, le sigue los pasos al Invisible hasta eliminarlo. Es probable pues, que al llegar los periodistas, Garabombo efectivamente haya desaparecido. Esta pretensión parece carecer de toda lógica ya que los resultados de la descomunal empresa emprendida por el héroe, propagados a nivel nacional, son la prueba más irrefutable de su paso por la historia. Las haciendas se han perdido, lo reconocen los propietarios mismos, esa sola afirmación clama a gritos la participación del líder invisible. ¿Por qué seguir negando su existencia? Tal vez porque las autoridades empiezan a percibir que Garabombo ha desempeñado una función transcendental: ha sembrado ideas, ante la certeza de la cercanía de su muerte. Su desaparición física -craso error cometido por sus enemigos- ha puesto en movimiento el mecanismo de consagración del mensaje que él encarnó, su muerte lo ha catapultado al mundo de los símbolos, de las imágenes. Beatriz Alem8 estudia la estrecha relación entre la imagen y la palabra en el proceso de trasmisión del mensaje político. Ella plantea la posibilidad de trascender las limitaciones, que este nexo presenta, indagando otras posibilidades descubiertas por el mensaje político para irrumpir en la acción. Alem parte del planteamiento de Regis Debray que sostiene que el instante del nacimiento de la imagen se da a partir de la muerte. Una vez que el cuerpo se ausenta definitivamente (muere), su presencia continúa a través de la imagen. El espacio tradicional de lo político es el mundo visible, público, donde las palabras y el discurso constituyen el arte de la persuasión. Aunque la imagen que representa un cuerpo (ausente) se sitúe en el mundo invisible -por definición no público- ello no quiere decir que pierda la posibilidad de provocar reacciones en la sociedad. Afirmar la vigencia de una ausencia en el mundo, en principio constituido sobre todo por presencias, es romper el nexo imagen-palabra. Es más, no sólo cabe hablar de vigencia, la política no logra prescindir de las imágenes para motivar adhesiones o rechazos. Las imágenes resultan de gran peligrosidad, debido a que se encuentran fuera de la esfera pública de la polis, donde la lucha política debería ser fundamentalmente argumentativa. La imagen se ubica fuera de la dicotomía verdadero o falso, fuera de la posibilidad de refutación, se instala más bien en la esfera de las creencias9, en la intersección entre lo político y lo religioso. Fuera de todo tiempo y liberados del corset de lo profano, estos cuerpos se ubican en una incontrolable lógica de presencia-ausencia, (Debray 1992) ingresan de esa manera al escenario político. Allí cumplen aquella «misión que tienen los espectros» (Alem: 4): poner orden y reclamar justicia, con una autoridad que ningún ser vivo consigue igualar. Garabombo adquiere así una vitalidad histórica (en el sentido de su constante contemporaneidad en el debate sobre la opresión), absolutamente fuera de control, ya que su imagen se encargará de evocar constantemente su llamado a la sublevación. Instalado, esta vez, en esa forma de invisibilidad, resultará inmune a las balas de cualquier asesino a sueldo.




La inconcebible osadía del Invisible

Es necesario distinguir entre la invisibilidad causada por la no-mirada de los hacendados y la invisibilidad voluntaria que Garabombo escoge como estrategia de lucha y que lo convierte en transparente ante los ojos de los poderosos, ocultando su verdadera naturaleza y capacidades. Sobre la primera señalamos que guarda una estrecha vinculación con la protección de los intereses de los hacendados. Analizaremos ahora la segunda transparencia. Cuando Garabombo descubre que los hacendados no lo ven porque «no quieren verlo» (GEI, 163), lo único que ha hecho ha sido descubrir el enigma de su enfermedad; esta revelación le devuelve también la existencia y con ella la posibilidad de entrar en acción. Pero ¿qué es aquello que lo convierte en realmente invisible para los blancos? Garabombo se oculta tras la imagen estereotipada de no existente con la que los hacendados lo califican. Su no-existencia, obedecía a una cuidadosa y selectiva percepción de los blancos, porque parece ilógico negarles existencia física a aquellos que constituyen el motor que pone en movimiento la infraestructura de la riqueza. Lo que no veían eran las quejas y las protestas, la miseria hace mucho que les era indiferente. Esta selectiva percepción nacida del interés, pero también de una concepción del indígena como semi-humano, será el arma que usará Garabombo. ¿Por cuánto tiempo se les puede reducir, a otros seres humanos, sus capacidades fundamentales? ¿Por cuánto tiempo se puede vivir en la fantasía de que una comunidad de indígenas no es capaz de emprender nada? La esencia de la invisibilidad, que Garabombo usa como arma, radica en su aprovechamiento del mito de la incapacidad de los indios, de su mentada inutilidad, de su ausencia de valor y de osadía. Era tal el poder de los hacendados, y tan largo el tiempo que habían regido impunemente, que habían perdido la posibilidad de imaginarse que a un indio se le ocurriera violar las amenazas y prohibiciones, que fuera capaz de tramar, que tomara iniciativas, que derrochara ingenio, que se organizara. Garabombo hace todo ello y lo hace abiertamente, allí radica su invisibilidad, en su atrevida explotación de esa incapacidad blanca de concebir otro levantamiento indígena tras una represión tan severa y sangrienta como la de Rancas. Es que el indio rebelde no existía, el reconocerle existencia equivale a romper la dinámica unilateral de la mirada: sólo existe la posibilidad de una sola mirada que concede, que otorga la existencia a otros, tan miserables, que ni siquiera su evidencia física les garantiza el ser. Los hacendados monopolizaban la mirada que reconocía, que otorgaba contenido y ahora, esa misma mirada, se convierte en un velo que les oculta lo que realmente está sucediendo, los ciega ante el mundo real. Los hacendados siguen no viendo, despreciando e ignorando, sin saber que ese desprecio constituye ahora su talón de aquiles y, a la larga, los conducirá a la derrota. Los indios habían empezado a ser, a ver, se habían adueñado de su propio futuro. Al tomar conciencia de su personalidad, las comunidades planean, sueñan, se preparan y todo esto va más allá de lo que la mente del hacendado puede concebir, su criterio ancestral de que los indios no llegaban a ser personas sería su perdición.

Garabombo, plenamente consciente del uso de su invisibilidad como estrategia, no se limita a utilizar el mito de su transparencia entre los campesinos para conducirlos a la lucha, sino que también divulga hábilmente, disfrazada como promesa, la ecuación visibilidad = valor y valentía. De esa manera se adelanta al momento, inevitable, en que la confrontación exija su visibilidad; para entonces los indios no interpretarán este hecho como un revés, sino que, al contrario, funcionará como la contraseña esperada y prevista de que el gran momento de luchar ha llegado.

¡Lo veían! Garabombo cumplía su promesa: ¡Era visible! ¡Nadie los derrotaría! Se verificaban las promesas: Ni herbolarios ni brujos me curarán. El día que ustedes sean valientes me curaré. El día que comande la caballería comunera. Una certidumbre más poderosa que los roquedales los irguió.


(GEI, 195)                


En realidad la promesa de curación de la que habla Garabombo es una elaboración basada en su propia situación (él ya era consciente de que no se trataba de una enfermedad) que era familiar para la comunidad. Plantea su caso como un ejemplo, como un precedente, este detalle revela sus dotes de visionario, él sabe que está sembrando así la semilla de la rebelión. Si él pudo ser curado por la valentía de sus compañeros, ¿por qué no concluir entonces que es tal la fuerza de la comunidad que será capaz de liberar a cualquiera de ellos haciéndolos visibles, que luchando juntos se pueden hacer ver, oír, escuchar, sentir, que pueden existir y ser?

La afirmación «se verificaban las promesas», también posee importancia estratégica. La magnitud con que es descrita alude al futuro, a lo que viene, a la revelación de que sólo la propia fuerza, la propia determinación, fruto de la valentía y la decisión, guiará al pueblo en cualquier conquista. Se trata de una empresa colectiva, de la certeza de que el momento de las transformaciones sólo llegará por la vía de los mismos campesinos que se encargarán de construirlo.

«Garabombo cumplía su promesa: era visible! Nadie los derrotaría» (GEI, 195). No alude a una supuesta conversión en invencibles o inmortales. Sin embargo, la afirmación no podría ser más cierta; efectivamente nadie podría quitarles lo que acababan de conquistar: a sí mismos, la conciencia de su ser, su existencia y su valía. Las dimensiones de la conquista se miden en relación a las dimensiones de la pérdida. Ni siquiera la muerte podría arrebatarles lo recuperado10. En ese sentido Garabombo, como Chacón El Nictálope, «aquél que ve en la oscuridad», es capaz de vislumbrar las consecuencias que la permanencia de la mirada que elimina puede producir en la masa de campesinos. La invisibilidad, activada por el desprecio de los hacendados, no sólo refuerza el desequilibrio de poder, sino que va causando estragos en la manera en que los indígenas se perciben a sí mismos. Esa imagen, además, se va repitiendo a lo largo de décadas y generaciones. El terror que paraliza a los indígenas se sustenta, no sólo en la consecuente brutalidad con que los tratan los poderosos, sino también en la convicción de su inferioridad, alimentada por esa constante no-mirada de los principales, que les reafirma una y otra vez que su existencia es tan minúscula que ya casi han llegado a ser físicamente transparentes. Es la comprobación del arraigo de este mal, incluso entre sus propios lugartenientes, lo que despierta la ira de Garabombo. Por ejemplo, el inesperado fracaso de una acción da paso inmediato al miedo irracional. El derrotismo encuentra un fecundo terreno de cultivo en el ánimo de los campesinos dispuestos a abandonarlo todo:

-No se puede -suspiró Quintana-. ¡Los hacendados son demasiado poderosos! Perro chico no pelea con perro grande! Garabombo levantó su rabiosa estatura.

-Nunca digas eso, Epifanio! Aunque seas mi compadre nunca repitas las palabras de ese maldito personero.


(GEI, 166)                


El gran peligro que Garabombo percibe en la internalización de la invisibilidad entre sus compañeros es que en determinado momento abandonen definitivamente toda forma de resistencia y terminen resignándose a concebirse en los mismos términos en que lo hacen los hacendados y, entonces, la batalla por la liberación será aún más dura ya que el enemigo se encontrará adentro. La derrota habrá llegado antes de librar la batalla, ya que como afirma Eduardo Galeano: «el esclavo habrá empezado a mirarse a sí mismo con los ojos del amo»11 La lucha de Garabombo contra la opresión está lejos de limitarse al enfrentamiento material de dos contendores. Él asume también el combate de los efectos de la opresión: el miedo, el desaliento, la inseguridad, la desconfianza, destructivos para la autoimagen de los contingentes de rebeldes. Esta fase de su lucha contra la injusticia se libra en otro terreno: el del mundo campesino. En este sentido su universo se ha ampliado, al comprender que no sólo se trata de eliminar al opresor principal sino a toda la infraestructura del poder por él creada, uno de cuyos pilares es la actitud de los mismos indígenas.


Los (post)modernos invisibles

Garabombo El Invisible, como las otras obras de la pentalogía scorciana, aborda la histórica postergación de la población indígena como tema general. El concepto específico de la invisibilidad, ingresa ya a una disección sobre el tema de las fuentes del poder, el poder tanto de aquel que logra invisibilizarse, como el mecanismo de la mirada que define la transparencia de otros. El acierto de la simbología de Scorza parece quedar confirmado por las circunstancias en las que su Garabombo vuelve a ser retomado. O tal vez no quepa hablar de circunstancias sino de una inconclusa lucha indígena que se desarrolla en fases, precisamente cuando los invisibles deciden hacerse presentes e imponer su existencia por la fuerza.

a) El caso del levantamiento zapatista de México (EZLN) es nuestro primer ejemplo.

La estrategia de lucha (ningún acto terrorista, ningún asesinato, ningún atentado, ningún secuestro, ninguna alianza con los narcos, ningún tráfico de armas) del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sin precedente en los levantamientos latinoamericanos, se completa con la presencia del subcomandante Marcos. Jacques Blanc lo describe en los siguientes términos: armado con «la palabra, la memoria y los sueños» y consciente de la ruptura de la filiación histórica con las revoluciones precedentes, Marcos conduce, con ritmo de aventura popular, a los indios zapatistas hacia una nueva modernidad política (2001).

Los textos del Subcomandante se nutrieron constantemente de la retórica que aludía a la disolución de los indígenas en un olvido secular. En México, país pujante a punto de ingresar a la ansiada era de la globalización, la alegoría de la invisibilidad cobró o mantuvo actualidad. El avance del progreso parecía implicar la postergación de aquellas mayorías, casi convertidas en estorbo, pero cuya grandeza pasada, irónicamente, se exaltaba. «Los indios no son: fueron» (Villoro 2001:1). Este proyecto de país, insistente en su afán de darle la espalda a «los más», fue desenmascarado el 1 de enero de 1994 por la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sobre cuya principal estrategia de lucha, comentaba el Subcomandante Marcos en su Pronunciamiento del 12 de marzo de 1995: «Y miren lo que son las cosas porque, para que nos vieran, nos tapamos el rostro; para que nos nombraran nos negamos el nombre; apostamos el presente para tener futuro; y para vivir [...] morimos» (Marcos, 12 marzo 1995).

La lucha de Marcos12, como la de Garabombo, superando las fronteras del tiempo y del territorio, se basaba en la misma estrategia de ruptura de la pasiva aceptación del olvido y la reversión de una práctica humillante convirtiéndola en arma contundente. Se trata de sacudirse la pasividad, la callada aceptación de su invisibilidad, la creencia de su propia responsabilidad en este mal endémico. Una vez que se produce la toma de conciencia reveladora de las manifestaciones de la situación de injusticia, es posible oponer resistencia, cuestionar y eventualmente revertir el orden impuesto. Juan Villoro, ensayista y cronista mexicano, en su análisis sobre la situación de Chiapas resumía este despertar:

Si los indios antiguos se habían convertido en calaveras adornadas de jade en los museos y los actuales en estadísticas de la pobreza, los enmascarados del EZLN hacían de la invisibilidad una condición de fuerza. Esta vez, los olvidados borraban sus señas de identidad a propósito para ser oídos.


(Villoro 2001: 1)                


Dentro de la dinámica de la explotación llega un momento en que el excluido se convierte prácticamente en un ser invisible. Si él mismo no se propone hacer evidente su presencia, esa práctica puede prolongarse indefinidamente, ya que los otros actores, los poseedores de la «mirada que define», se encuentran cómodos con la posibilidad de la transparencia de los subordinados.

b) Bolivia: En este país, en pleno año 2000, la situación explosiva creada por la supervivencia de la dicotomía blanco-indio y el polémico «comodín» del mestizaje, pareció haber llegado al punto de ebullición. Permanentemente ignorados por el establishment político, ni qué decir de alguna posibilidad de participación, los indios (aquí el término campesinos también ha sido desenmascarado como excluyente) finalmente reclamaban su derecho a existir. En su artículo «Tratando de entender la crisis. La voz de los "invisibles"» aparecido en La Razón Digital del 3 de octubre del 2000, Jaime Iturri Salmón al intentar explicar la crisis por la que atravesaba Bolivia recurrió a Garabombo:

La historia de Garabombo nos es útil para comprender lo que ocurre ahora con los movimientos indígenas bolivianos [...]. Por décadas, la izquierda (y la derecha mucho más) boliviana ha ignorado que además de campesinos en nuestro país existen indios, con su propia lengua, con su propia cosmovisión, con sus costumbres y con su reclamo por tener territorio, no solamente tierras.


(Iturri 2000)                


En abril y setiembre del 2000 Bolivia se estremeció con el estallido de una crisis de legitimidad del poder establecido. Cochabamba, escenario de la «guerra del agua», era señalada como el centro del conflicto, pero en La Paz el pueblo indígena de Achacachi ocupó las primeras planas. En abril el gobierno de Banzer denunció el brutal asesinato y mutilación de un capitán del ejército a manos de una turba aymara. Las represalias incluyeron ocupaciones, allanamientos, torturas e inclusive la muerte de tres bloqueadores de caminos durante una protesta. La Defensoría del Pueblo fue revelando la brutalidad de la represión así como las verdaderas circunstancias del asesinato del militar, ocurrido como airada respuesta del pueblo ante el asesinato de dos pobladores. La investigación también comprobó que la mutilación no había sido cometida por los aymaras.

La resistencia de este pueblo estalló en toda su plenitud contra la usurpación de tierras y contra un proyecto de ley de aguas puramente comercial que ignoraba su trascendencia para un pueblo eminentemente agrícola. Entre los nuevos protagonistas que surgieron en ese escenario de combate destacaba Felipe Quispe Huanca, más conocido como El Mallku, indígena aymara, cofundador del Ejército guerrillero Tupac Katari, líder del Movimiento indígena Pachakuti y secretario ejecutivo de la Confederación Sindical Única de Trabajadores campesinos de Bolivia. Las aspiraciones de su movimiento, sintetizaban la emergencia de las tinieblas históricas de su pueblo, y se planteaban en los siguientes términos:

[...] el actor social, político e ideológico tiene que ser el indígena, este movimiento es la expresión de la nación indígena, es el único que puede reflejar la verdad de esta nación oprimida, esa nación que vive en la clandestinidad, esa nación que ahora busca autodeterminarse.


(Guamán 2001: 1)                


c) Ecuador: El 21 de enero del 2000 tras una serie de enfrentamientos, en el contexto del estallido de una severa crisis nacional, los indígenas ingresaron al Parlamento ecuatoriano, continuaron su avance hacia la Corte Suprema de Justicia y cercaron finalmente el Palacio de Gobierno. Horas más tarde el presidente Jamil Mahuad se retiró ante la evidencia de la caída de su gobierno. Había irrumpido un nuevo actor social en el escenario nacional derribando la postergación que ya se había hecho intolerable. La prensa recurrió a Garabombo para intentar explicarle a la nación tan repentina visibilidad de los inexistentes.

Quito, Ecuador, 23 de enero. Garabombo ha vuelto a ser invisible. Ofreciendo una última enseñanza de dignidad, los quichuas, shuar, achuar, otavalos, saraguros, cañares, cholos, quichuas amazónicos y tscháchilas que [...] situaron en el ojo del mundo su existencia irrenunciable se evaporaron mágicamente [...] retornaron a los páramos y montañas, a los pajonales y la selva, habiéndoles asestado a los poderes económicos mundiales un golpe frontal. ¿Cómo que los indios? ¿Cómo que en palacio? ¿Cómo que una revolución?


(Vera 2000: 1)                


¿Hasta qué punto pudo, sin embargo, sorprender esta insurrección? Tal vez fuera necesaria una lectura en el contexto de la visibilidad de los invisibles. Sólo así se podría entender cómo es que pasaron desapercibidos otros levantamientos, protagonizados por los indígenas ecuatorianos, desde el arribo de la democracia a su país. Esta última acción constituyó la cuarta que las comunidades de indígenas ecuatorianos protagonizaban en sus intentos por hacerse visibles.

La lucha librada por los pueblos indígenas, en su emergencia desde las brumas de la historia excluyente, ha revertido la tradicional invisibilidad tornándola en una efectiva estrategia de lucha.










Bibliografía

  • Alem, Beatriz, «La voz de los espectros. Imagen y política en la Argentina de fin de siglo», Revista Latina de Comunicación Social, 10, 1998.
  • Blanc, Jacques, Jacquemot, Fred; Hocquenghem, Joani; Jacob, Mat; Solis, Rene y Le Bot, Yvon, La Fragile Amada. La Marche des Zapatistes, París, Métaillé, 2001.
  • Debray, Regis, Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente, Barcelona, Editorial Paidós, 1992.
  • Galeano, Eduardo, «Espejos blancos para caras negras», La Fogata Digital.
  • Guamán, Felipe, «Entrevista a Felipe Quispe. Preparando la revolución indígena en Bolivia», Rebelión periódico electrónico de información alternativa, 8 febrero 2001.
  • Hernández Navarro, Luis, «Sentido Contrario, vida y milagros de rebeldes contemporáneos», La Jornada, 2007.
  • Iturri Salmón, Jaime, «Tratando de entender la crisis. La voz de los "invisibles"», La Razón online, 3 de octubre de 2000.
  • Kapsoli Escudero, Wilfredo, Los movimientos campesinos en Cerro de Pasco: 1800-1963, Huancayo, Instituto de Estudios Andinos, 1975.
  • Marcos, subcomandante insurgente, Pronunciamiento del 12 marzo de 1995.
  • Scorza, Manuel, Cantar de Agapito Robles, Caracas, Monte Ávila Editores, 1977.
  • ——, El Jinete Insomne, Caracas, Monte Ávila Editores, 1977.
  • ——, Garabombo El Invisible, Barcelona, Plaza & Janés, 1984.
  • ——, Redoble por Rancas, New York, Penguin Books Ltd., 1977.
  • Vera Herrera, Ramón, «Garabombo el invisible, noticias de Ecuador», Revista Chiapas 10: Ecuador bitácora de un levantamiento Popular, 2000.
  • Villoro, Juan, «Chiapas: el regreso de los intocables», Autodafe, la bibliothéeque censurée online, 2, otoño 2001.


 
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