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Godoy y Meléndez Valdés en la Salamanca de 1805-1808

Antonio Astorgano Abajo


Catedrático de Literatura. Zaragoza




0. Introducción

El periodo del destierro de Meléndez Valdés (agosto de 1798-abril de 1808) es una larga etapa en la vida de Meléndez, en la que aún después del profundo y documentado estudio de Demerson1, quedan aspectos oscuros; por ejemplo, las causas concretas del destierro, la participación de Godoy en el mismo y el tiempo exacto que residió desterrado en Zamora y en Salamanca.

Cuando la organización del Congreso sobre Godoy, a través de mi amigo Miguel Ángel Lama, me encargó que disertase sobre las relaciones entre Godoy y Meléndez Valdés, partía de un conocimiento escaso y bastante ambiguo de la persona del favorito, posición que creo generalizada entre los estudiosos del poeta.

Sirva de muestra significativa, la opinión que, privadamente y por carta, nos dio el eminente estudioso melendezvaldesiano y querido maestro John H. R. Polt, tras la lectura de este trabajo nuestro, a principio de octubre de 2001: «A mi modo de ver Godoy es un personaje muy interesante. No es que sepa mucho sobre él; pero tengo la impresión de que a través de los años mucha gente, demasiada, no ha hecho sino copiarse unos a otros, generalmente para denunciar a Godoy como un ignorante, amén de doble adúltero. A base de lo poco que sé de él, y hago hincapié en lo de poco, yo le veo más bien como hombre tal vez no preparado para el supremo poder que le cupo en suerte, pero hombre instruido y de bastante buena voluntad en cuanto al progreso del país, aunque no exento de debilidades ni de un egoísmo al que en ocasiones estaba dispuesto a sacrificar los buenos principios. Tampoco estoy convencido de que fuese amante de la Reina M.ª Luisa; se me hace muy cuesta arriba creer que D. Carlos IV, por bonachón que fuera, tolerase durante años tal cosa, o que viviese en la ignorancia de algo que otros, que no han conocido a ninguno de los personajes, encuentran tan obvio».

Esta idea, bastante favorable a Godoy, tiene su base en el conocimiento de la aptitud de Meléndez hacia el favorito, que siempre fue de respeto y de admiración.

Además, en nuestro caso, sin ser un devoto de Godoy, desde hace años hemos ido cambiando bastante favorablemente nuestra visión del personaje desde que consultamos los fondos del Archivo de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País y nos dimos cuenta de que el favorito apoyaba sus interesantes proyectos formativos y luego atraía hacia la administración central a los reformistas aragoneses mejor preparados (Eugenio Larruga, Lorenzo Normante, Juan Polo y Catalina, Juan Antonio Ranz Romanillos, etc.) y premiaba con relevantes puestos a entusiastas reformistas y patriotas que habían dejado muchas horas de trabajo desinteresado en la Aragonesa. La lista sería muy larga. Sólo recordemos a los directores más importantes de la Aragonesa: Juan Antonio Hernández Larrea fue obispo de Valladolid (1802) y Arias Antonio Mon y Velarde presidió el Consejo de Castilla los últimos años de la privanza del extremeño.

Partiendo de este escaso bagaje de conocimientos godoyescos, intentaremos profundizar en las relaciones personales de los dos ilustres extremeños, que con sus oscilaciones duraron más de quince años (1793-1808). Como los vínculos entre ambos durante el primer mandato del favorito son bastante conocidos, nuestra investigación se centrará en el periodo final de la etapa de generalísimo del extremeño, es decir, procuraremos averiguar cuánto tiempo Meléndez vivió en Salamanca, dónde y en que condiciones desarrollaba su vida y si ésta estuvo relacionada en algún aspecto con el poder al final de la privanza de Godoy, o mejor dicho con el gobierno Godoy-Caballero durante los años 1805-1808, y más particularmente en 1807. Complementamos así otros estudios nuestros sobre la vida del poeta coincidente con la primera privanza del valido extremeño (1792-1798)2.

Basándonos, principalmente, en fuentes archivísticas de Salamanca (Archivo Histórico de la Universidad y del Ayuntamiento), intentaremos aclarar las relaciones de Godoy con el desterrado Meléndez, tomando como directrices de nuestra investigación dos ideas bastante desconocidas entre los estudiosos de Meléndez:

  1. Meléndez nunca rompió con la Universidad de Salamanca y ésta sirvió a Meléndez de enlace con el poder durante el destierro.
  2. Meléndez tuvo una vida semi-pública en Salamanca, por lo menos, durante el bienio 1806-1808.

Conscientemente prescindimos de considerar la figura de Godoy como mal o buen gobernante, y en consecuencia no nos fiaremos demasiado de los historiadores favorables o detractores que la figura del favorito ha tenido a lo largo de los dos últimos siglos. A nadie se le escapa que Godoy es una figura histórica muy dada a sectarismos y a que se formen en torno a ella bandos irreconciliables.

Como dice María Victoria López Cordón el paralelismo entre una vida, la de Meléndez, y un proceso histórico, el final de la privanza de Godoy, es siempre relativo, sobre todo cuando, voluntariamente, se ha escogido como punto de engarce entre ambos la conexión institucional, el Ayuntamiento y la Universidad de Salamanca en nuestro caso3. Al final de nuestro estudio quizás podamos entender mejor la personalidad de Meléndez y la de otros hombres públicos de la Salamanca de la época. Ciertamente no encontraremos ninguna relación directa entre Godoy y Meléndez, aunque sí con sus hombres de confianza en Salamanca, y, quizá, la fría historia institucional de la Salamanca inmediatamente anterior a la Guerra de la Independencia adquiera una dimensión nueva si la encarnamos en un hombre tan culto y sensible como Meléndez.

En última instancia podremos constatar si el único retrato que conservamos del Meléndez de los años 1805-1808, debido a Blanco-White, coincidía con la realidad personal de nuestro poeta y de la ciudad en la que estaba muy cómodamente instalado.

Recordemos lo que Blanco-White narra en su Autobiografía de su viaje a Salamanca, realizado entre el 8 de agosto y el 3 de septiembre de 1806:

«Como tenía muchos deseos de visitar Salamanca, pensé que no podía escoger mejor lugar para describir mi petición [instalarse en Madrid], con excepción, claro está, de el mismo Madrid. Los amigos escritores que me habían presentado en Madrid habían estudiado en la Universidad de Salamanca y me dieron cartas de presentación para sus amigos de aquella ciudad. Tenía una dirigida a Meléndez, cuya fama poética era tan grande como pequeña era su influencia en la Corte. Meléndez había llegado a ser nombrado magistrado del Tribunal Supremo de Madrid, principalmente a causa de la universal admiración que le habían granjeado sus composiciones poéticas. Pero él era en verdad hombre de amplios y variados saberes y capaz de desempeñar dignamente este alto cargo. El Príncipe de la Paz, al comienzo de su favor ilimitado, le había procurado no solamente este puesto, sino el mismo favor de la reina. Pero en el tiempo a que me refiero, Meléndez había caído en desgracia y había sido desterrado a Salamanca, su ciudad natal. Lo encontré tal como me habían dicho, un hombre muy amable y afectuoso, de gran cultura y extraordinario buen gusto. Era el único español que he conocido que, habiendo dejado de creer en el catolicismo, no se había vuelto ateo, sino que era un devoto deísta. Creo sin embargo que la sombra de libertad de conciencia que ha existido en España a partir de la Guerra de la Independencia ha cambiado el estado de las cosas, y que probablemente el ateísmo sistemático es ahora menos general. Me parece que Meléndez era una persona naturalmente religiosa o, para usar los términos de los frenólogos, tenía un poderoso Órgano de Veneración.

Meléndez me presentó a D. Antonio Tavira4, entonces obispo de Salamanca. Este hombre inteligente y honrado había sido sospechoso de jansenismo tiempo atrás a causa de sus ideas reformistas. En particular le resultaba intolerable la burda superstición del país»5.



Según Blanco-White, Meléndez conservaba a sus amigos intelectuales en Madrid, pero continuaba en desgracia política. Da la impresión de que su personalidad no había cambiado un ápice durante los ocho años que llevaba desterrado: mantenía su carisma personal basado en su amabilidad, cordialidad, gran cultura y extraordinario buen gusto. Su pensamiento religioso, sincero y profundo, que venía siendo tachado por los ultamontanos de «jansenista», se mantenía intacto, lo mismo que la amistad de su amigo el obispo Tavira hasta su muerte el día 7 de enero de 1807. Si Meléndez mantenía buenas relaciones con los godoyistas, el elogio fúnebre de Tavira será pronunciado por el reformista sincero Miguel Martel6, lo que no era obstáculo para ser uno de los catedráticos de confianza del ministro Caballero en el claustro universitario, como veremos al estudiar la implantación de la reforma de estudios de 1807 y los nombramientos de «conservadores de la Universidad» de Godoy y de Caballero.




1. Delimitación de la estancia de Meléndez en Salamanca (1805-1808)

En primer lugar debemos limitar temporalmente nuestra investigación, que es lo mismo que precisar el tiempo del destierro salmantino de Meléndez.

Para comprender el papel del fiscal jubilado Meléndez hay que tener en cuenta la población de Salamanca, la cual a principios del siglo XIX contaba entre 15 y 20.000 habitantes, dependiendo de la población flotante (estudiantes, tropa, etc.)7. De manera imprecisa Artola habla de «las dos decenas de millares de personas que hacían su vida en la ciudad» y más adelante de «una oblación de menos de 4000 vecinos, entre 16 y 18.000 habitantes»8.

En esta pequeña ciudad Meléndez debía «oscurecerse» lo más posible para no dar el más mínimo pretexto al poder para endurecer su destierro. Por lo tanto, es compresible que Meléndez tuviese en cuenta los consejos de los amigos madrileños, como la condesa de Montijo9, que en septiembre de 1805 también terminarán siendo castigados con el destierro, y sólo tardíamente y en actos de glorificación al poder asome la cabeza en acontecimientos públicos relevantes.

Antes hemos indicado que Demerson no pudo delimitar el tiempo exacto que el poeta residió desterrado en Zamora y en Salamanca, aunque demostró que entre 1802 y 1806 pasaba temporada en ambas ciudades10.

Basándonos en los Libros de Cuentas de la Universidad de Salamanca, podemos afirmar que Meléndez estaba espléndidamente instalado en la mejor casa propiedad de la Universidad, la casa número 48 en la Plaza Mayor11, al menos desde el verano de 1805, pues en el curso de 1805-1806 aparece como inquilino D. Juan Meléndez Valdés, pagando 1.200 reales de renta12.

En el curso siguiente, 1806-1807, no se indica el arrendatario, aunque es seguro que continuaba Meléndez, y la renta es de 1060 reales (AUS 1489, folio 2r.).

En el curso 1807-1808, consta que el arrendatario fue Juan Meléndez Valdés y la renta era de 1368 reales (AUS 1490, f. 2r.).

En el curso 1808-1809, el arrendatario es Juan Meléndez Valdés, pagando idéntica renta de 1368 reales (AUS 1490, f. 60r.).

Nuestro poeta permaneció en ella hasta el exilio, pues en el curso 1809-1810/1810-1811, se anota en el libro correspondiente: «Juan Meléndez Valdés, inquilino que fue de la casa número 48, quedó a deber por su renta y año vencido en San Juan de junio de 1809, 1368 reales»13. Es decir, Meléndez se estableció en Salamanca coincidiendo con el destierro de su amiga la Condesa de Montijo en el verano de 1805, signo evidente de que no se sintió afectado por la última gran campaña represiva antijansenista atribuida a Godoy. Meléndez pagó religiosamente su alquiler hasta junio de 1808 y quedó a deber desde junio de 1808 hasta junio de 1809, cuando ya estaba al servicio del régimen afrancesado.

Temporalmente la estancia salmantina de Meléndez coincide con el final de la segunda época y con toda la tercera en que el propio Godoy divide su vida en el inicio del relato de sus Memorias. Recordemos que la segunda época va desde 1801, en que el rey volvió a llamarlo a su servicio en calidad de generalísimo de sus ejércitos, hasta los postreros meses de 1806, en que aumentaron las intrigas e influencias de sus enemigos.

La tercera, desde 1807, en que la facción enemiga redobló sus ataques contra él, impidiendo su defensa de la patria, hasta el desastre producido por la «perfidia de los jefes de la horrible trama»14.

Para comprender el ambiente cultural y político de la Salamanca de 1805-1808, nos es muy útil ver lo que narra Antonio Alcalá Galiano sobre el Madrid de esos mismos años, pues entre ambas capitales había un flujo continuo de ideas y la Universidad salmantina era el punto de referencia para la reforma universitaria que el gobierno de Godoy-Caballero se proponía implantar.

Por cierto, no debemos creer ciegamente a Godoy cuando achaca al ministro Caballero la responsabilidad exclusiva de ciertos actos de gobierno, los desacertados, y se reserva sólo la intervención en los éxitos. Van íntimamente de la mano y si en 1806 el Ayuntamiento de Salamanca los hace «regidores honorarios» al mismo tiempo, lo mismo hace la Universidad en 1807 cuando los nombra «conservadores», con cierta participación de Meléndez, como veremos más adelante. Además, Godoy no ignoraba que el Ministerio de Gracia y Justicia -«fuente del Estado» lo denominaba José de Campillo-, al disponer la provisión de multitud de plazas eclesiásticas y judiciales, proporcionaba un alto grado de influencia a quien lo controlara, y era un bocado muy codiciado por cualquier camarilla que pretendiese ampliar su clientela. El mismo arcediano de Salamanca era un primo de Godoy.

Meléndez conservaba amigos en Madrid que intelectualmente tenían influencia en los últimos años de la privanza de Godoy, pues sus dos discípulos preferidos dirigían sendos periódicos, dentro del panorama poco floreciente que nos describe Antonio Alcalá Galiano. Por ejemplo, sus discípulos Quintana o Nicasio Álvarez Cienfuegos, quien dirigía el Mercurio, «en su calidad de oficial de la primera secretaria de Estado, pues de ella salía la tal obra, siendo como de oficio y a manera de un aditamento a la Gaceta, que era publicada dos veces a la semana»15.

Si los discípulos madrileños de Meléndez eran buenos funcionarios al servicio de la administración de Godoy, éste no tiene empacho en incluir al maestro entre los hombres de letras adictos a su persona, que hacían florecer las «Bellas Letras» durante los años de 1806 y 1807: «Dejo por referir los aumentos continuados que se vieron en los demás estudios provechosos; es ya muy largo este capítulo. ¡Qué no podría decir de estos aumentos en las bellas letras y en las bellas artes! Meléndez, Quintana, Moratín, Cienfuegos, Gallego, Arriaza, Sánchez, Maury, Reinoso, Mor de Fuentes, Arjona, Antero, Lista, Silvela, Rodríguez Ledesma, tantos otros a que no alcanza mi memoria, y los que se formaban nuevamente y empezaban y seguían tras de sus huellas, nadie quebró sus plectros, ninguno estaba mudo, muchos añadían cuerdas a sus liras, nadie era osado a perturbarlos, todos tenían la égida del hombre amigo que olvidaron»16.




2. Las casas de Meléndez

Hablando del importante problema de la vivienda en cualquier persona, frecuentemente olvidado en las biografías, permítasenos un breve dibujo de las que tuvo Meléndez, el cual casi siempre vivió de alquiler, aunque le gustaba habitar en casa «cómoda» y amplia, entre otras razones para alojar su amplia biblioteca. Mientras fue estudiante, el manteísta Meléndez nunca estuvo sobrado de dinero, por lo que se vio obligado a alojarse en una ruidosa pensión de la calle de Sordolodo de Salamanca, donde se ejercía la profesión de herrero, una de las más infamantes17.

En contraste con el ambiente de la vivienda de la calle de Sordolodo, tan pronto como Meléndez dispuso del dinero suficiente para pagarse una gran mansión lo hizo. Esto ocurrió cuando ingresó en la magistratura, pues pasó de ganar unos 5.500 reales anuales a ingresar más de 20.000 entre salario y otros gajes, como porcentaje en confiscaciones, etc.

Recién llegado a Zaragoza, Meléndez se alojó durante el otoño de 1789 y parte de 1790 en la casa número 1 de la Calle del Órgano y Plaza de la Balsa, dentro de la parroquia de Santa María Magdalena de Zaragoza. Según las Listas de Cumplimiento Pascual (LCP) del año 1790 de la citada parroquia de Santa María Magdalena, en el número uno de dicha calle vivían D. Juan Meléndez, D.ª María de Coca, D. Pascual de Coca18, Juan López, Isidra de Álvaro y Santiago Ausente19.

Parece que Meléndez no quiso perder del todo el contacto con el ambiente universitario puesto que en el barrio de La Magdalena estaba la Universidad de Zaragoza y vivía bastante gente del mundo del derecho.

Cuando realmente la familia Menéndez se instaló en una casa «a lo marqués» fue a mediados de 1790. Según la LCP del año 1791 de la parroquia de San Lorenzo de Zaragoza, el poeta vivía en el número 142 de la Calle Mayor en la muy conocida «Casa de Lagrava», también en compañía de su mujer y sobrino, aunque había cambiado de criados, pues ahora lo eran Anselmo Nuño y Juan Laquier20.

La «Casa de Lagrava» no era una casa cualquiera, pues según la LCP de 1790 estaba ocupada por el marqués de Alcocebar, de la jurisdicción castrense21. Cuando la desaloja Meléndez, según la LCP de 1792, esa casa es alquilada por el regente de la Audiencia, D. Diego Rapela.

Según el Catastro de Zaragoza de 1766 la Casa de Lagrava, que será arrendada por Juan Meléndez Valdés treinta y tres años después, era la segunda de la Parroquia de San Lorenzo por su valor de renta. Dicho Catastro la describe de la siguiente manera: «Calle Mayor desde la esquina de la Calle de los Señales hasta la plazuela de Talayero, a la derecha. Casa número 22. Casa de D. Juan Bautista Lagrava, confronta con la antecedente [casa con bodega de vino de D. Nicolás Portet], y con cochera de la misma, que tiene la puerta a la Plazuela de Talayero. Hace de arrendamiento 100 libras. La tiene arrendada la excelentísima señora doña Francisca de Bustamante, y una habitación D. Tomas Penuela, su mayordomo. Y no sabe que sobre ella haya censos algunos impuestos»22.

En toda la parroquia de San Lorenzo en el año de 1766 sólo había una renta que sobrepasaba las 100 libras pagadas por Meléndez. Era la casa número 40 de la misma Plazuela de Talayero, propiedad de Dña. Lorenza Calasanz, viuda de D. Lorenzo Altarriba, la cual había estado arrendada al tesorero, conde de Santa Gadea, en 130 libras, pero «se halla al presente cerrada por haber destinado Su Majestad al susodicho Santa Gadea a otra tesorería»23.

Se deduce que Meléndez, tan pronto como estuvo desahogado económicamente, vivió en casas confortables, con cochera y bodega, puesto que alquilaba casas que habían sido ocupadas por nobles. Pudiéramos decir que, en el más estricto sentido de la palabra, a Meléndez «le gustaba vivir como un marqués».

La casa madrileña del fiscal de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte debía ser también bastante confortable, a juzgar por el elevado importe de su alquiler (unos 6.500 reales anuales), que mantuvo los dos años largos que duró su primer destierro en Medina, pues Meléndez continuaba siendo fiscal titular del tribunal madrileño y esperaba ser llamado de nuevo a Madrid. Por esta razón, conservaba aún el domicilio que había alquilado en la capital. Nos revelan esto los párrafos de las cuentas de Bernardo González Álvarez: «Alquileres de casa: 19.625 rs., pagados a D. Manuel Amandi, el alquiler de la casa de tres años y 21 días, corridos desde el 8 de mayo de 98 hasta 29 del mismo mes y año de 180124. De que conservo recibos, menos el del primer medio año que entregué a mi Sra. D.ª M.ª Andrea en 19 de febrero de 1799». Como el contrato de arrendamiento era renovable en cada pago semestral, se comprende que Meléndez renovara su contrato el 8 de noviembre de 1800, ignorando los acontecimientos que, pocos días después, harían inútil esta precaución25.

Desconocemos detalles de las casas en las que vivió en Valladolid, Medina del Campo y Zamora.

2.1. La morada salmantina del desterrado Meléndez

Según Artola, «el patrimonio urbano de la ciudad de Salamanca comprendía unas tres mil casas habitables»26.

Tomando como año de referencia el curso 1779-1780, nos encontramos con que el alquiler más caro de todas las casas propiedad de la Universidad era pagado por la casa número 48 de la Plaza Mayor (la que habitará Meléndez), la cual pagaba 1200 reales, seguida a bastante distancia por una casa de la calle Traviesa (la casa número 70), que pagaba 840 reales27.

Dada la importancia de la casa alquilada a Meléndez, podemos afirmar que el poeta de Ribera del Fresno vivía en la mejor casa de la Universidad, por el lugar que ocupaba, por su historia y por el esmero que el claustro pleno había puesto en su reedificación cincuenta años atrás. Con una casa muy adecuada a su status social, en un lugar ideal y cedida a un precio muy económico por la «madre Universidad» (el importe del alquiler no había variado en los últimos treinta años), es lógico suponer que fuese la residencia permanente del ex magistrado.

Meléndez tenía ciertas preferencias legales a la hora de alquilar una casa de la Universidad, lo que nos explica su acceso al mejor edificio. En el claustro de diputados del 1 de marzo de 1766 se acuerdan una serie de importantes medidas para el gobierno de las fincas urbanas. Entre ellas la más destacada es la que establece la preferencia de que deben gozar los aforados de la Universidad sobre los demás inquilinos en su alquiler. Es decir, el «privilegio de antelación» a la hora de optar a una vivienda que quede libre y el derecho de que se arregle a tasa la renta de las que habiten, siempre que el precio sea excesivo28.

Este criterio favorecía a Meléndez, puesto que estaba encuadrado en la Facultad de Leyes, la primera en elegir, y, dada su antigüedad o asiento como doctor legista29, tenía preferencia a la hora de arrendar una casa de la Universidad.

Meléndez tuvo algún problema para gozar pacíficamente de esta magnífica casa, la cual sufrió el acoso de algún especulador, el Dr. D. Florentino López Muñoz, que se aprovechaba de los difíciles momentos económicos por los que pasaba la Universidad, debido a la disminución de los ingresos diezmales. El acta del claustro de diputados del 19 de junio de 1807, en el que Meléndez también está presente porque versa íntegramente sobre la discusión a cerca de la solicitud del Dr. López Muñoz de permutar o comprar la casa número 48 de la Plaza Mayor, es un magnífico testimonio en el cada uno de los claustrales manifiesta sus sentimientos hacia la persona de Meléndez.

Relatemos lo ocurrido en los citados claustros pleno y de diputados del 19 de junio de 1807, el primero al que asistía Meléndez desde octubre de 1791, sin duda para defender sus intereses de inquilino. Este claustro se convirtió en una defensa unánime del poeta de Ribera, lo que demuestra el gran respeto de que gozaba y que no tenía enemigos poderosos en la Universidad.

Fue un claustro bastante concurrido, pues estaban 52 claustrales, de los 70 posibles (todos los doctores) y casi todos los catedráticos. Uno de los puntos del orden del día decía:

«Quedarse a claustro de diputados para oír dos memoriales de los señores doctores D. Juan Meléndez Valdés y D. Florentino López Muñoz, en los que solicitan permutar por tierras la casa que en la Plaza Mayor tiene esta Universidad, número 48. Nadie falte, fecha, jueves 18 de junio de 1807. Dr. Crespo Rascón, rector»30.



Como había ocurrido en el primer claustro al que asistió en octubre de 1791, prudentemente Meléndez no se significa con su voto en los puntos debatidos en el claustro pleno; y en el claustro de diputados subsiguiente no votó, por la razón obvia de tratarse del asunto de su propia casa.

Lo primero que hace el claustro de diputados es dejar por unanimidad fuera de la votación al viejo enemigo de Meléndez, el jubilado catedrático de Prima de Leyes y censor regio, Dr. Vicente Fernández de Ocampo.

Solucionada la precedente cuestión de procedimiento, se pasó a discutir sobre el desalojo de Meléndez, teniendo como base dos memoriales contrapuestos, uno de Meléndez y otro de López Muñoz. Unánimemente los claustrales se inclinaron por el memorial de Meléndez, siendo los votos de referencia los de sus amigos el ex catedrático de griego José Ayuso y Navarro, y el de Francisco de Paula González de Candamo31. Fue una posición rotunda a favor de Meléndez, pues se oyeron opiniones como de «preferir al Dr. Meléndez» (Ayuso) y «nadie le perturbará en el uso de ella» (Candamo). El Dr. Cortés juzga indecorosa la solicitud de López Muñoz «por haber solicitado inquietar al Sr. Dr. Meléndez en el uso de su casa», e incluso el Dr. Cantero habla de «regalársela al Dr. Meléndez».




3. El ambiente social y político de Salamanca en el periodo 1805-1808

Antes de examinar el ambiente, casi idílico, entre la Universidad de Salamanca de este periodo, francamente protegida por «su hijo» el ministro Caballero, y el gobierno de Godoy, narremos algunos acontecimientos, ocurridos fuera, en el Ayuntamiento, para ver que existía cierta oposición a Godoy.

Fueron esencialmente dos: La colocación de los bustos de los reyes y del medallón de Godoy en la Plaza Mayor y los nombramientos de Godoy y de Caballero como regidores perpetuos del Ayuntamiento salmantino.

Un hecho significativo del ambiente sociopolítico de la Salamanca del periodo que estudiamos fue la colocación de los bustos de los reyes y el medallón de Godoy en la Plaza Mayor de Salamanca el 25 de agosto de 1806, precedida de un largo proceso administrativo durante los meses anteriores.

Los bustos se colocaron en sendas hornacinas en la fachada de la casa del Ayuntamiento, mientras que el medallón de Godoy estaba en un arco que caía casi debajo de la casa de la Universidad, alquilada en esos tiempos por Meléndez, por lo que pudo contemplar todos los sucesos con sólo asomarse al balcón.

Sin duda Meléndez estuvo presente en este solemne acto como «convidado de honor» o en la «clase de judicaturas» junto a los tres señores del Consejo de Castilla presentes, pues continuaba siendo «del Consejo de Su Majestad».

El regidor ultramontano Joaquín Zaonero, dentro de la narración de los sucesos del año de 1806, escribe los festejos del día 25 de agosto de 1806, para presentarnos una privanza de Godoy bastante débil32.

En primer lugar, vemos cómo órdenes tan conocidas como la prohibición de lidiar toros era desobedecida en ciudades tan vigiladas como Salamanca y por personajes tan cercanos a Godoy como el marqués de Zayas, lo cual es un signo evidente de debilidad, que se une a otros de clara rebeldía del Cabildo, de la Universidad y de ciertos gremios, que nos relata, no sin regocijo, el ultramontano regidor Zaonero en una «Nota»:

«Al descubrimiento de los bustos no quisieron asistir la Universidad ni el Cabildo, ni el número de escribanos, éstos porque no les permitieron el puesto que ellos querían; para el descubrimiento estaban todos los balcones colgados, y el batallón de milicias (que entonces se iban a el ejército), tendido delante de los retratos, los que hicieron una descarga, y otra cuando descubrieron la medalla de Príncipe de la Paz que fue una hora antes.

[...] A los gremios les pasó oficios, pero no quisieron hacer fiestas, todo ello lo dispuso D. Antonio de Zayas y Potán, gobernador político y militar (un loco era) y que era alcalde mayor D. Manuel María Puente»33.



Otros, quizá estudiantes, llevaron la protesta al grado de la gamberrada y del escarnio:

«[...] Como embadurnaron las letras que están en el arco de San Martín [donde estaba el medallón de Godoy] la misma noche que las acabaron, con este temor pusieron de guardia a la medalla del Príncipe de la Paz, que se descubrió, y siguió puesta hasta noviembre próximo»34.



La gamberrada quedó impune, pues en 1807 Zaonero aclara: «Ya dije cuando escribí las fiestas que se hicieron con el motivo de poner los bustos de Sus Majestades y el de Godoy que la misma tarde en que se acabó de poner los letreros que están en la escalera de San Martín, los embadurnaron, y el señor marqués de Zayas, gobernador de este pueblo, ofreció 6.000 reales a cualquiera que descubriese qui había hecho esta porquería, pero no los ganó nadie»35.

El medallón de Godoy fue lo primero que se destruyó en marzo de 1808. El regidor Zaonero narra la destrucción del medallón de Godoy, el 22 de marzo de 1808, tal como hoy podemos contemplarlo en el correspondiente arco de la Plaza Mayor de Salamanca:

«El día 22 de marzo vino la gran (por muchas razones) noticia de Madrid de mucho alboroto que hubo la noche 17 en que acabó su privanza D. Manuel Godoy; por la tarde de este día, se alborotaron los estudiantes, vinieron a la plaza y encontraron en ella a el marqués de Zayas, gobernador de este pueblo, dispués de apedriar la medalla, le obligaron a que trajese un pica pedrero y mandase a éste picar dicha medalla de Godoy, que el mismo Zayas había puesto en el poste primero después del Arco de San Martín, hacia la calle del Prior; y su postura fue en agosto de 1806 con gran pompo y majestad. Luego, le pidieron novillos y que mandase tocar el reloj, lo que concedió esta misma tarde.

Viendo la Universidad lo que pasaba, mandó quitar la medalla que en octubre de este año 1807 se le erigía al tal Godoy por haberse hecho juez conservador de ella; asimismo, hicieron los estudiantes que se tocase el reloj de Escuelas y la clave de la catedral, y, esta misma noche, tan locos estaban que fueron a la casa del arcediano de Salamanca, que era primo de D. Manuel Godoy, y allí dijeron mil disparates, y no hicieron otra cosa por estar el Arcediano forastero, pero con todo le quebraron las vidrieras. El día siguiente, 23, hubo dos novillos con cuerda, y sacaron las gigantillas de San Isidro, todo esto se hizo cuando se puso la dichosa medalla, ¡Oh inconstancia de las cosas humanas!»36.



Es evidente que existía en Salamanca una oposición popular bastante manifiesta a Godoy y más solapada en ciertos sectores de instituciones importantes, como la Universidad y el Cabildo, lo cual no era incompatible para que la autoridades oficialmente honrasen al Príncipe de la Paz, nombrándolo «Regidor Perpetuo de Salamanca» y «Conservador Preeminente» de la Universidad, meses después.

Da la impresión de que Godoy había hecho favores a aduladores, más que a fervientes partidarios dispuestos a defender su política y a su persona. Hemos visto cómo el regidor Zaonero se encarga de destacar el bochornoso papel desempeñado por el hombre de Godoy en Salamanca, el marqués de Zayas37.

También narra el regidor Joaquín Zaonero la toma de posesión como regidor perpetuo de la ciudad de Salamanca por parte de Godoy, volviendo a destacar la desobediencia de la ciudad a la prohibición de la lidia de toros:

«En el día 14 de diciembre [de 1806] tomó posesión de regidor perpetuo de esta ciudad, el Sr. Príncipe de la Paz, y en su nombre el Sr. gobernador, que era el marqués de Zayas; con este motivo hubo dos novillos con cuerda aquella tarde, sin embargo de estar prohibidos, porque el público los pidió. La misma noche del 14 hubo un gran refresco y baile en la casa de la ciudad y el día 17 del mismo mes hizo el festejo el señor gobernador en su casa, por lo que hubo en la tarde tres novillos con cuerda y por la noche baile, y cena y gran número de cuetes»38.



Veremos que, a pesar de los que diga Zaonero, en los claustros plenos de la Universidad del periodo 1805-1808 no se refleja una clara oposición al gobierno de Godoy, aunque, ciertamente había oposición al Favorito en Salamanca.

Más difícil es calificar esta oposición dentro de alguno de los grupos que los historiadores han dibujado entre la élite intelectual de estos años inmediatamente anteriores a la invasión napoleónica (los que aceptaban el estado de cosas anterior a mayo de 1808, los más próximo a Godoy; los que se han llamado tradicionalistas, que buscaban la solución en la constitución del país de acuerdo con las más antiguas leyes y costumbres de España; los reformistas que han sido identificados entre los literatos, poetas y curas de abolengo jansenista y la gran masa de la burguesía mercantil de la periferia peninsular; el «partido aristocrático», etc.)39.

Era una época de bastante confusión y ambigüedad en todos los aspectos de la sociedad. Desde la lejanía italiana el padre Luengo se daba cuenta de los continuos cambios ideológicos y políticos que sufría la Corte y los mismos españoles, pues, el 15 de abril de 1806, hablando de «los archijansenistas canónigos Cuesta», escribe: «Cosa parecida a milagro, como hemos notado más de una vez, es que en la Corte de Madrid a un mismo tiempo hayan sido perseguidos jesuitas y jansenistas»40.

Quizá sea Meléndez el personaje que mejor refleja esa ambigüedad del momento político de Salamanca, pues como perseguido oficialmente por el poder estaba bien mirado por la oposición a Godoy, como demuestra el hecho de ser llamado a Madrid inmediatamente después de la caída del favorito. Pero al mismo tiempo se codea amigablemente con destacados godoyistas locales en la Universidad y Ayuntamiento.




4. El papel de Godoy en el destierro de Meléndez

Llegados a este punto es inevitable preguntarse si Meléndez estaba en la oposición o en colaboración con el gobierno de Godoy en el periodo estudiado, lo cual nos lleva a estudiar las ambiguas relaciones de los ilustrados Godoy y Meléndez Valdés antes de 1805 y el fluctuante papel del favorito en los destierros de Meléndez, cuestiones ya estudiadas por nosotros en otro lugar, sin ninguna conclusión novedosa41.

Pero, como hemos leído con cierto detenimiento la correspondencia confidencial entre Godoy y María Luisa, vamos a exponer algunas reflexiones no tan manidas como la de la lucha ideológico-religiosa del antijansenismo.

Evidentemente las relaciones entre Godoy y Meléndez fueron multifacéticas (paisanaje, políticas, funcionariales, poéticas, paisanaje...) y estaban condicionadas por múltiples influjos políticos, culturales y religiosos que la vorágine de los tiempos de finales del Antiguo Régimen impuso contradictoria y aceleradamente a las vidas de nuestros dos personajes. Sin olvidar nunca las fobias personales de los gobernantes, siempre importantes, pero más cuando la «trinidad» de nuestros estadistas (reyes y Godoy), íntimos amigos, ejercían un poder personal, inevitablemente bastante despótico y dictatorial.

El favorito en sus Memorias achaca toda la responsabilidad en los destierros de Meléndez al ministro Caballero quien aplicó duramente el antijansenista decreto del 10 de diciembre de 1800. Lo máximo que asume es un «descuido» en su vigilancia antirrepresiva. Pero lo cierto es que esa represión, oficialmente contra los jansenistas, tiene todos los visos de estar planificada contra toda la oposición política y uno de los beneficiados era Godoy que empezaba el atípico poder de su generalato.

Hay que partir de la idea de que no todos los personajes desterrados a finales de 1800 y principios de 1801 lo fueron exactamente por las mismas causas y por los mismos «acusadores». Hubo ciertas diferencias en el castigo, según las relaciones personales de los «perseguidos» con los políticos «perseguidores». Lo obvio de esta idea nos explica que fuese perseguido el ministro de la Guerra, Antonio Cornel, a pesar de su amistad con el ministro Caballero, según reconoce el mismo Godoy: «Era entonces ministro de la Guerra D. Antonio Cornel, grande amigo y protegido del ministro Caballero»42. Lo que menos necesitaba el generalísimo era un ministro de la Guerra, bastante profesional e independiente, que le hiciese sombra.

Por el mismo razonamiento, nos inclinamos a pensar en la escasa participación de Godoy en el segundo destierro de Meléndez (diciembre de 1800). Si el primero (agosto de 1798) fue responsabilidad exclusiva de Caballero, el segundo también, aunque ahora favorecido y estimulado por el ambiente sociopolítico y religioso creado por la caída de Urquijo y la vuelta al poder de Godoy.

En otro lugar hemos estudiado la pertenencia de Meléndez y Caballero a bandos rivales en el claustro de la Universidad de Salamanca durante el periodo 1772-178743. Eran personalidades e ideologías totalmente distintas desde la juventud. Diferían en carácter, generosidad y hasta en el atractivo físico. Si Meléndez, junto con Ramón de Salas y Cortes, se puso al frente de todas las innovaciones que se pretendían introducir en la Universidad de Salamanca, Caballero, apoyado en el conservador Vicente Fernández de Ocampo, catedrático de Prima de Leyes y censor regio, logrará ser moderante (director) de la Academia de Leyes, sin moverse de los viejos moldes del derecho romano. Creemos que entre ambos personajes no sólo llegó a crearse antipatía, sino envidia y odio personal de Caballero hacia Meléndez durante toda la vida, y lo demostró cuando fue ministro con el alto funcionario de su departamento, que era Meléndez. Era una víctima fácil.

Cuando el 16 de agosto de 1798 Caballero sustituye Jovellanos, lo primero que hace, y antes de finalizar dicho mes (día 24), es decretar el destierro fulminante de Meléndez a Medina del Campo.

Todavía no había sido cesado Mariano de Luis de Urquijo ni Caballero había redactado el duro Decreto del 10 de diciembre de 1800 por el que se publicaba la Bula Auctorem fide (retenida desde 1794) y se instrumentalizaba la campaña antijansenista, cuando una semana antes, el 3 de diciembre de 1800, Caballero había jubilado de oficio con la mitad del sueldo a Meléndez y le asignaba Zamora como residencia.

Si es verdad, como afirma Godoy en su Memorias, que empezó a ejercer el mando a fines de enero de 1801 («Mi admisión del mando [del ejército] fue después, con mucho, casi a fines de enero de 1801»)44, podemos inclinarnos a que el favorito no tuvo participación en el segundo destierro de Meléndez y creer las palabras que escribió al respecto: «Ni paró en esto la dureza de aquel hombre perseguidor e intolerante [el ministro Caballero], porque, temeroso de mi influencia en favor de un gran húmero de sujetos ilustrados que él deseaba ver perdidos, desgració a cuantos pudo, calumniándolos con el rey de que improbaban su decreto [el del 10 de diciembre de 1800]. Uno de estos hombres, víctima de su aversión a las ilustraciones literarias, fue el benemérito Meléndez, a quien después de las persecuciones que le había movido por espacio de dos años, le jubiló con medio sueldo a mediados de diciembre [en realidad, el 3 de ese mes]»45.

Pero estas palabras se contradicen con otras de una carta de principios de febrero de 1801 del mismo Godoy a los reyes, como recuerda Enrique Giménez, que dan a entender que la persecución que siguió a la caída de Urquijo estaba destinada a acabar con todos los ilustrados influyentes: «Pienso que este mal debe cortarse ahora mismo. Jovellanos y Urquijo son los titulares de la comunidad; sus secuaces son pocos, pero mejor es que no exista ninguno»46. Ni que decir tiene que Meléndez era el mayor «secuaz» de Jovellanos.

Después de leer la correspondencia confidencial de la reina María Luisa y Godoy, creemos que los destierros de 1801 hay que explicarlos en el odio de la reina y su favorito contra los partidarios del difunto conde de Aranda y su aversión hacia los golillas y a los hombre de letras en general.

Sabido es que Godoy se inclinaba más hacia las ciencias que hacia las letras. Recordemos que el Príncipe de la Paz cada vez se sentía más militar hasta que en 1807 se quedó con el rimbombante título de «Serenísimo Señor Príncipe de la Paz Generalísimo Almirante».

En mayo de 1802, la reina manifiesta su oposición a los eruditos y en especial a Jovellanos, considerado cabeza de los mismos. Escribe el 4 de mayo: «Cevallos47 nos ha querido embocar de oficial de la secretaría a Argumosa, poniéndolo por las nubes, una hechura de Saavedra, moderno como de entonces y de esa trinca, pero no hemos querido. Veo necesitamos mucho cuidado, pues hay a la cuenta alguno que es de aquel partido, que mueve a este buen erudito de Cevallos, y así cuidado y veamos si puedes tu cortar esta pécsima (sic pésima) cemilla (sic semilla) que tanto nos daña y corrompe a muchos»48.

Godoy se inquietó ante la opinión de la reina de considerar a su primo y confidente Cevallos como «erudito» y dos días después es tranquilizado por la reina: «Amigo Manuel, siento haberte incomodado con mi mala explicación. Tú sabes no soy sanguinaria [...]. No digo, Manuel, que Cevallos sea de Saavedra, pero que sí creo haiga alguno en la Secretaría que lo sea y siga sus malas máximas. De quien creo sí sea es de Jovellanos en punto a erudición y literatura, en su mal corazón no, bien que su amistad con Bernal, Romanillos49, Quevedo y alguno otro así no me gusta, pero, en estando tú y viviendo nosotros no hay que temer a nadie»50.

El segundo destierro del golilla Meléndez, convencido arandista, por sus lazos con Jovellanos y la familia Montijo-Palafox, y ligado al partido aragonés a través de su amistad con la condesa de Montijo, se inserta en una nueva oleada de persecuciones contra miembros del partido aragonés, iniciadas con la caída de Urquijo51 y su ministro de Guerra Antonio Cornel, el cual era el elemento más molesto para la reina y Godoy. El 15 de febrero de 1801, la reina le escribe a Godoy desde Aranjuez: «Marchó esta mañana Cornel, a las seis, según me han dicho, y Cevallos está ya muy tranquilo. Caballero ya lo estaba, pues ya se sosegaron, bendito Dios. El día ha sido raro como yo»52. La intención de Godoy era desterrarlo a las Indias, según se desprende de la carta de María Luisa del día siguiente, 16 de febrero: «Dices bien Manuel en que Cornel ha hecho un viaje a las Yndias. Hoy ha escrito a Cevallos para pedirnos licencia de poderse quedar unos días en Madrid a arreglar sus cosas para poder marcharse a su tierra. Le diré a Caballero lo que tú dices»53. Observamos que al mes de ser destituido Urquijo, los ministros del nuevo gobierno hacían lo que ordenaba Godoy a través de la reina. El ensañamiento con Antonio Cornel era lógico, pues Godoy, que de hecho ya era generalísimo en esa fecha, lo que menos necesitaba cerca de sí era un ministro de la Guerra poco dócil.

La persecución contra los aragoneses va unida a la de los golillas reformistas. La caída de Urquijo supuso una disminución de la influencia de personajes civiles, los golillas, y un aumento de la de los militares, en quienes la reina y Godoy veían más eficacia. La reina dice el 21 de septiembre de 1801: «Soler sostiene y defiende con obstinación a todo el que huele a empleado en las rentas y desprecia a todo militar y recaudación en pocos empleados y de manejo nuevo u fácil»54.

Venimos hablando de Gobierno de Godoy sin poder especificar responsabilidades concretas, pues muchas veces es imposible distinguir en el periodo que estamos estudiando de quién surgió una idea o proyecto, quién lo ejecutó y, sobre todo, calibrar si tuvo más importancia el «inventor o el ejecutor» de una acción de gobierno. Además si nos referimos a un proceso que duró diez años, como los dos destierros de Meléndez, en los que los vaivenes políticos fueron constantes, nos encontramos con cambios en la manera de actuar y de pensar en unos gobernantes, cuya voluntad en asuntos de política interior era bastante libre, a diferencia de la política exterior, cuyas decisiones estaban muy condicionadas por los trastornos que siguieron a la Revolución Francesa.

Desde luego el P. Luengo tenía claro que el verdadero poder en España era Godoy, cuando escribe en 1801: «Los negocios de España están más en manos del cónsul Bonaparte que en el rey, y aún en España más es rey el Príncipe de la Paz que Carlos IV»55.

El papel de Godoy en los destierros de Meléndez fue variando y no se puede creer todo lo que dice en sus Memorias (París, 1836), donde se nos presenta como amigo, protector y ángel de la guarda de Meléndez. A veces parece que siente especial cariño por Batilo: «Yo no leo a Meléndez sin sentir como una especie de bálsamo divino que me penetra, me deleita y me conforta alma y cuerpo»56. Cita con orgullo versos de las epístolas a él dedicadas. Pero siempre hubo cierta ambigüedad en la conducta del Príncipe de la Paz. Recordemos los desaires que sufrió Meléndez en el asunto de la unificación de los hospitales de Ávila (1793), de la que, sin duda, el flamante favorito estaba bien informado por su amistad con los canónigos abulenses hermanos Cuesta, y las indecisiones al promover a Meléndez para el cargo de fiscal en Madrid en 1797. El Favorito, bastante más inteligente de lo que la Historiografía nos lo ha presentado, prefirió, para sus fines, personajes más dúctiles y menos escrupulosos, como Juan Pablo Forner57.

Es muy difícil de aclarar el papel que desempeñó Godoy en la tenebrosa historia de los destierros de Meléndez; no es imposible que su postura evolucionara a lo largo del «proceso». Creyendo en un principio que el poeta, íntimo amigo de Jovellanos, también era un personaje incómodo por su talante de moralidad intachable, dejó que Caballero actuase; pero, convencido más tarde de la nula peligrosidad política e inocencia del exiliado, tomó la defensa del que llama «el inmortal Meléndez» y que en tantas ocasiones le había celebrado en sus versos.

Meléndez creyó sinceramente en la protección de su paisano, pues no dejaría de cotejar su relativa buena suerte con la mucho peor de su amigo Jovellanos. Mientras una orden gubernamental del 5 de mayo de 1802 trasladaba al asturiano al castillo de Bellver, con órdenes severas de incomunicación y de que se le privase de papel y pluma para escribir, otra del 27 de junio del mismo año le devolvía al extremeño su libertad y «sueldo completo»58.

El favorito, en todo caso, se atribuye el mérito de la suavización del destierro desde mediados de 1802 en sus Memorias:

«Impresionado el rey por el proceso que le había mostrado fue inflexible a todo ruego, no juzgándose autorizado para perdonar ofensas en que a su modo de ver era Dios el agraviado [...]. Aun en aquel negocio pude alcanzar algunas excepciones: la condesa de Montijo no fue más incomodada; al inmortal Meléndez, no pudiendo conseguir que volviese a su plaza, le hice conservar sus honores con goce de sueldo entero que le había quitado»59.



Paula de Demerson, al examinar las relaciones de Godoy con la condesa de Montijo, no cree en la sinceridad de este pasaje de las Memorias de Godoy en el que se atribuye el generoso papel de conciliador en el asunto, frente a un Caballero desenfrenado y dispuesto a todo con tal de confundir a «los enemigos del trono y del altar»60.

Paula de Demerson inculpa claramente a Godoy en el destierro de la condesa de Montijo en septiembre de 1805, apoyándose en un testimonio del general de Beurnonville, embajador de Francia en Madrid por esta época, el cual dirige a Talleyrand, ministro de Relaciones Exteriores, un despacho muy circunstanciado, en el que se proyecta nueva luz sobre el asunto de los desterrados de 180561.

Teófanes Egido mantiene la duda sobre el protagonismo de estas persecuciones en su reciente y magnífica biografía del rey Carlos IV: «Discuten con calor los historiadores si la represión estuvo dictada y comandada por Godoy, por la Inquisición o, lo que parece más probable, por el ministro de Gracia y Justicia, Caballero y su facción. En su Memorias, el Príncipe de la Paz trata de justificarse achacando al secretario del ramo las acciones contra los «jansenistas» y acentuando sus esfuerzos por, al menos, mitigar los rigores. Y Llorente bien informado después de echar la culpa de casi todo a las discordias sembradas por los ex jesuitas en el corto tiempo de su mansión y a algunos predicadores, afirma que no es fácil saber en qué hubiese parado el incendio si el Príncipe de la Paz no lo apagara con su autoridad por diferentes medios.

Por uno o por otros (y al margen de procesos inquisitoriales coincidentes), fue una operación política la de 1801 que probaba cómo en la Corte se iba identificando a los «jansenistas» ya con los enemigos del trono y de la ortodoxia. Por lo menos así lo veía la reina María Luisa, a ello asentía el rey y lo ejecutaba el marqués de Caballero personaje con poder y entrada a los reyes, que ha ocultado el otorgar todo el protagonismo a Godoy»62.

Por nuestra parte, y sin ánimo de discutir, creemos bastante las afirmaciones de las Memorias de Godoy, quien pudo ser generoso en 1802 y perseguidor en 1805 con la persona de la condesa de Montijo. Lo importante es ver las razones del cambio de actitud del favorito con cada personaje perseguido. Lo cierto es que las condiciones de vida de la condesa y de Meléndez siguieron trayectorias muy distintas: la condesa, hasta entonces intocable grande de España, paró en el destierro de Logroño y Meléndez concluyó en un exilio dorado en Salamanca, «su patria» como dice Banco-White, y rodeado de los viejos amigos de Universidad y de pensamiento, como el obispo Tavira.

En resumen, es muy difícil librar a Godoy de alguna responsabilidad en los hechos de cierta relevancia social y política en estos años de su privanza, como los destierros de los personajes «famosos» (apelativo de Blanco-White) de la condesa de Montijo o de Meléndez. No creemos en la persecución directa de Godoy respecto al poeta, pero su poder, a pesar de lo que diga en sus Memorias, era lo suficientemente grande como para haberlo rehabilitado.

¿Por qué no lo hizo? Tal vez porque estimaba mucho a Meléndez como vate y menos como funcionario y jurista. Tal vez por el carácter «poco político» del poeta quien nunca escondía su pensamiento demasiado moderno y reformista para los tiempos que corrían y que tanto escandalizaron al P. Luengo, en la entrevista que veremos más adelante.

Nos da la impresión de que Godoy tuvo durante el resto de su vida la conciencia de haber protegido a Meléndez, pero que pudo haber hecho más por el poeta. Ese constante afán de las Memorias por mostrársenos defensor de Meléndez contra las asechanzas del ministro Caballero, lleva al viejo favorito a inventarse ediciones de las poesías de Batilo que no existieron, o al memos ningún estudioso ha conocido. Por ejemplo, una de 1802 o 1803: «Triunfo mío de aquel año [1802-1803] en este género fue salvar del expurgo que pretendía el ministro Caballero que se hiciese de las obras de Meléndez, Moratín y Cadalso. De todas tres a pesar suyo fueron hechas nuevas ediciones completas, y las de Cadalso fueron añadidas con muchas piezas suyas que aún se hallaban inéditas»63).

Con la relativa rehabilitación para el poeta, desde 1802 las relaciones de Godoy y Meléndez entraron en una etapa, si no de cordialidad, sí de respeto mutuo que durarán hasta la caída del valido, cuyo máximo reflejo es la Epístola X, La mendiguez (1802). Esta epístola. dirigida al Príncipe de la Paz, parece haberse inspirado en un caso concreto de beneficencia, que debe de ser el mismo que motivó el Discurso sobre la mendiguez dirigido a un ministro en el año de 1802 desde la ciudad de Zamora, con ocasión de darle gracias por haber conseguido de él una orden para que fueran admitidos en aquel Hospicio diez niños desvalidos que había recogido el autor64. En esta epístola Meléndez, aunque parece que agradece sólo la protección prestada a los niños mendigos por él recomendados, pone en Godoy sus esperanzas y las de toda la nación como en los buenos tiempos del periodo 1794-1798:


De vos, sólo de vos remedio espera
la congojada patria en tan continos
desoladores males cual la oprimen65.



Aunque ha habido algunas dudas sobre el destinatario de esta epístola, para nosotros no cabe la menor duda de que el destinatario fue Godoy, porque en varios versos aparece la palabra «Príncipe» y, sobre todo, porque en sus Memorias considera dicho poema como un refrendo a su política asistencial: «Estas medidas utilísimas no fueron limitadas a la sola clase de los niño expósitos. Todos los desamparados en su infancia o en el tiempo hábil de su adolescencia, capaces de educarse, fueron comprendidos en las mismas disposiciones. Los que vagaban, o por huérfanos, o bien porque eran hijos de padres miserables o indolentes que les daban por oficio la desastrada mendiguez, todos fueron recogidos y todos destinados a la misma enseñanza y los mismos fines provechoso que se dieron a los expósitos. He aquí a Meléndez Valdés hablando acerca de estas cosas en su epístola décima...»66.




5. Meléndez Valdés, síndico personero sustituto de Salamanca en el periodo 1807-1808

No vamos a extendernos sobre lo que significó el controvertido cargo de síndico personero en el marco de una sociedad en descomposición, en la que se estaban gestando lo que serían las nuevas formas de dominio político y económico. Creado en la primavera de 1766, como consecuencia del los motines contra Esquilache, parece que fue un producto de la centralización absolutista, la cual, junto con los diputados del Común, los regidores y alcaldes mayores, constituyó uno de los instrumentos de la monarquía para controlar a los tradicionales regidores (casi todos nobles y perpetuos).

Ante la diversidad de interpretaciones de los distintos historiadores, parece que el intento de Carlos III de uniformizar el régimen local no se consiguió, y que las funciones del síndico personero podían presentar características específicas en cada ciudad, determinadas por la correlación de fuerzas sociales en el seno de sus respectivos gobiernos y vecindarios, lo que lleva a afirmar a García Monerris que «la misma producción normativa y el ritmo que adoptó respondieron, igualmente, a la problemática que desde los pueblos generaba la puesta en vigor del Auto Acordado de 5 de mayo de 1766»67.

Sobre la aplicación de la reforma de diputados y síndicos personeros del común en Salamanca puede consultarse el trabajo de Javier Infante, quien estudia las dificultades de su implantación, concluyendo que «la configuración del personero en Salamanca [...] dista mucho del oficial con funciones notablemente inferiores a las concedidas a los diputados según el diseño normativo»68.

Pero lo grave no fue la competencia de funciones de los síndicos personeros con los llamados sexmeros del Común, sino la degeneración del procedimiento de elección. En 1801, se formó en el Consejo de Castilla un expediente, que nunca llegó a resolverse, a raíz de la representación enviada al mismo por el gobernador de Salamanca, José de Urbina y Urbina (1761-1833). En su informe se quejaba de la perversión de que había sido objeto el método establecido de «elección popular», recayendo los oficios en «los menos a propósito». Urbina denunciaba que los votos se obtenían con «dinero, comilonas y embriagueces» y que para acabar con tales irregularidades proponía el método de los «beneficios eclesiásticos». Este, según nos describe Guillamón Álvarez, consistía en una especie de insaculación para escoger a compromisarios, no corruptos: «... con presencia de dos vecinos ancianos por cada parroquia, encantarándose con separación las cédulas de aquellos que por no tener tacha ni excepción pudieran ser elegidos según las declaraciones vigentes y se sacase de cada una por suerte el número correspondiente al de electores, y acto continuo se les llamase, y conforme fueran llegando se les recibieran sus votos por el justicia y ante escribano»69.

El 11 de abril de 1804, el brigadier, marqués de Zayas, sustituye a José Urbina y al año siguiente el poeta extremeño se establece en Salamanca. Las relaciones de Meléndez, que oficialmente continuaba estando desterrado, con el poder tuvieron un proceso de mejora lenta pero continua, arropado por sus amigos y ex colegas los catedráticos de la Universidad.

Llama la atención el hecho de que, al final de la privanza de Godoy, los cargos municipales de votación más o menos popular, como eran los caballeros diputados del Común y los caballeros personeros del Común, estaban ocupados en el Ayuntamiento de Salamanca por prestigiosos catedráticos de la Universidad. Y no lo hacían sólo por lucimiento, pues asistían con regularidad a todos los consistorios.

Muchos de estos eran catedráticos viejos reformistas que, al mismo tiempo que mostraban su interés por participar en la vida municipal, dominaban el claustro de la Universidad de Salamanca en el periodo de 1805-1708, lo cual se puede observar fácilmente comparando su actitud con el comportamiento de esos mismos claustrales veinte años antes, en el periodo 1787-1788, cuando apoyaron obstinadamente la creación del Colegio de Filosofía, defendido por Juan Justo García. Por ejemplo, en las sesiones del claustro de los días 27 y 28 de mayo de 1788 protestaron diversas manipulaciones introducidas por los teólogos en el recuento de las votaciones los siguientes doctores: Ayuso, Meléndez, Salas70, Bárcena, Candamo, Almeida, Mintegui y Muñoz Torrero71.

Otra prueba del progresismo reformista de estos catedráticos con vocación municipalista fueron las represalias que sufrieron cuando los ultramontanos ocupan el poder después de 1814. En el claustro de 23 de septiembre de 1816 Fernando VII suspenderá temporalmente de la docencia, por motivos políticos, a algunos profesores salmantinos, antiguos amigos y compañeros de Meléndez, como Miguel Martel, Toribio Núñez72, Andrés Castañón (apoderado de Godoy en la toma de posesión de la conservaduría de la Universidad en 1807), Francisco de Sales Cantero, Tomás González, Juan Justo García, y el secretario de la universidad José Ledesma73. En ese mismo claustro, otro amigo de Meléndez es castigado más duramente, pues se dice: «Se ha servido mandar el rey no se permita ni dé licencia jamás para volver a la Universidad de Salamanca a ninguno de los sujetos que se hallan fuera de ella y se emigraron con los enemigos y son: D. Francisco de Paula González Candamo, catedrático de Decreto [...]»74.

Incluso algunos de los catedráticos, ahora bulliciosos en la vida municipal y dominadores por su prestigio en el claustro, vivirán lo suficiente como para volver a purgar su reformismo y ser represaliados en 1825 cuando sufrirán juicio de purificación. Por ejemplo, los catedráticos Juan Justo García, José Mintegui y Miguel Martel75.

Sin duda, muchos de los políticos reformadores del 1812 y conspiradores de 1820, de los que habla Menéndez y Pelayo, se estaban formando en Salamanca y tenían un rodaje en la vida pública municipal de dicha ciudad. Por ejemplo, José Domingo Mintegui, viejo amigo de Meléndez, forma parte de las Cortes de 1813, en la Comisión de Instrucción Pública.

En los últimos días de diciembre de cada año se elegían, entre titulares y sustitutos, alrededor de veinte personas relacionadas con la vida municipal en elecciones más o menos democráticas, pero elecciones al fin al cabo, que no dejan de darle un muy interesante ajetreo participativo a una ciudad de unos 15.000 habitantes, insospechado para quien no haya leído las acta de los cabildos salmantinos.

Se observa un claro contraste entre el deseo de participar en los cargos electos (alcaldes de la Santa Hermandad por el estado general y de los de barrio, caballeros diputados y personeros del Común) y los regidores perpetuos, cuyo crónico absentismo provocó la protesta de los pocos regidores (solamente cuatro o cinco) que asistían a los consistorios y sobre los que recaía el peso de la representación municipal.

Este panorama de la vida municipal salmantina de los años inmediatamente anteriores a la Guerra de la Independencia no coincide con el que presentan algunos estudiosos sobre el significado de las reformas de la Administración local iniciada en 1766, quienes afirman que fueron las clases altas las que, directa o indirectamente, trataron de capitalizar dicha reforma y que los mejores no intervenían en la elección de comisarios electores, con lo cual, los que resultaron finalmente elegidos eran «poco a propósito para la guarda y defensa de los sagrados intereses del pueblo», según un informe que el propio Consejo de Castilla envió al monarca en diciembre de 1805 en respuesta a una representación del Ayuntamiento de Valencia76.

Tal vez la denuncia del gobernador José de Urbina tuvo efectos positivos sobre el proceso de elección en Salamanca, pues los elegidos, salvo la excepción de José Pando, eran personas de bastante integridad moral y no nos los imaginamos participando en «comilonas» con la finalidad de favorecer a las oligarquías locales (salvo que consideremos a la variopinta Universidad de Salamanca como omnímoda «oligarquía local»), tratando de frenar un proceso de cambio que, con la revolución, iba a suponer el fin del monopolio político municipal en sus manos77.

Meléndez, tal vez animado por sus amigos los catedráticos, debió pensar que la persecución sufrida por los «jansenistas» madrileños a mediados de 1805, con la condesa de Montijo a la cabeza, no tendría ninguna repercusión sobre su situación de desterrado, y a lo largo de 1806 fue abandonado el «oscurecimiento» que en 1802 le habían recomendado. No conocemos pormenores de ese proceso cierto, sino sólo un detalle aislado pero muy significativo: su nombramiento por votación popular como síndico personero sustituto para el año 1807, recogido en el acta del consistorio extraordinario del Ayuntamiento de Salamanca del 1 de enero de 180778.

Se da la circunstancia curiosa de que, como hemos visto en un capítulo anterior, eran regidores del Ayuntamiento salmantino «el Sr. Almirante General de Castilla, Príncipe de la Paz más preeminente», quien se posesionó el 16 de diciembre de 180679. Lógicamente, Godoy, que por estas fechas era «regidor» de cerca de treinta ciudades, no llegó a pisar el Ayuntamiento.

Desde pocos meses antes también era regidor el ministro José Antonio Caballero, cuyo nombramiento, a pesar de su condición de salmantino y de todos los agasajos, tuvo cierta oposición dentro del mismo Ayuntamiento de Salamanca, pues en el consistorio ordinario del viernes 28 de noviembre de 1806, la ciudad, dadas las dudas surgidas en algunos regidores, se vio obligada a declarar que el regimiento concedido al ministro José Antonio Caballero era para él, sus hijos y descendientes80. Era el único título de regidor de Caballero, quien en adelante siempre alardeará de ser «regidor perpetuo de la ciudad de Salamanca y Caballero Veinticuatro de sus Reales Cárceles».

Nos disculpamos por reproducir un pasaje bastante largo del acta del consistorio extraordinario del Ayuntamiento de Salamanca, del 1 de enero de 1807, para reflejar el ajetreo electoral en el que se vio involucrado Meléndez, a pesar de los malos tiempos que corrían para participar en la política municipal salmantina:

«Estando la ciudad citada para, en este consistorio, dar la posesión de alcalde de la Santa Hermandad, por el estado noble y de barrio del cuartel de la parroquial de San Justo y agregadas, a el Sr. D. Carlos María González, por haberle tocado esta suerte en el consistorio extraordinario de 29 de diciembre último, por el banco y linaje de San Benito, y, estando en pie, hizo el pleito, homenaje y juramento que previene la ordenanza, y por el señor gobernador se le puso una vara de justicia en la mano, en señal de posesión, y de cómo la tomaba y tomó quieta y pacíficamente, sin contradicción de persona alguna, pidió por testimonio, que la ciudad mandó dar81.

Estando asimismo citada la ciudad para en este consistorio dar la posesión de alcaldes de la Santa Hermandad por el estado general y a los de barrio, caballeros diputados y personeros del Común a las personas nombradas respectivamente para estos empleos por los electores vocales de dicho Común, se leyó el testimonio de las citadas elecciones, que su tenor dice así:

D. José Gómez de Cifuentes, escribano de Su Majestad perpetuo del número y mayor del Ayuntamiento de esta ciudad de Salamanca, certifico y doy fe que en la elección de caballeros diputados del Común, ejecutada por los electores vocales de él, en el día de ayer, 30 del pasado mes de diciembre, que presidió el señor marqués de Zayas, gobernador político y militar de ella, resultó salir electos por tales para los dos años de 1807 y 1808, los doctores D. Josef Mintegui82, con 78 votos, y D. José Ruiz de la Bárcena83 por 34 votos; y por sus sustitutos, los doctores D. Josef Pando, con 32 votos, y D. Martín Hinojosa84, con 26 votos.

Por caballeros personeros del Común, para el año de 1807, resultó salir electo el Dr. D. Miguel Martel, con 167 votos, y D. Antonio Isidro Mozo, con 66 votos; y por sus sustitutos, el Sr. Dr. D. Juan Meléndez Valdés, del Consejo de Su Majestad, con 34 votos, y el Dr. D. Josef Pando, con 3185.



[...]

Entraron los doctores D. José Mintegui y D. José Ruiz de la Bárcena, diputados del Común para dos años de [1]807 y [1]808, y habiendo hecho el juramento que previene la Real Instrucción y Ordenanza, en señal de posesión, se sentaron en los asientos que les corresponde, y de cómo tomaban sin contradicción alguna, lo pidieron por testimonio, que la ciudad mandó dar.

Estando en este Ayuntamiento el Dr. D. Miguel Martel, reelecto personero síndico general del Común para el presente año, quien volvió a ratificarse en el juramento que tenía hecho, y en señal de posesión de dicho empleo se volvió a sentar en el asiento que le corresponde, y de cómo la tomaba y tomó quieta y pacíficamente sin contradicción de persona alguna, lo pidió por testimonio, que la ciudad mandó dar86.

Entró en este Ayuntamiento D. Antonio Isidro Mozo, electo procurador síndico general, a quien se le hizo saber el acuerdo anterior, bajo de él hizo el juramento que previene la ordenanza y real instrucción de Ciudad, y, en señal de posesión de dicho empleo, se sentó en el asiento que le corresponde, y de cómo la tomaba y tomó con la protesta referida, lo pidió por testimonio, que la ciudad mandó dar.

Con lo cual se levantó el consistorio, que firmaron algunos de dichos señores e, yo el escribano, en fee de ello.

Benavente, [rúbrica]. Real, [rúbrica].
Presente fui: D. José Gómez de Cifuentes, [rúbrica]»87.



Si hubo irregularidades electorales antes de 1801, ahora no se aprecian advertencias contra «partidos o intrigas» que denoten ambiente de tensión en Salamanca. Había bastante interrelación entre los catedráticos más prestigiosos de la Universidad de Salamanca y las autoridades locales, unidos por el sustrato ideológico de la Ilustración, pues en estos años (1805-1808) todos parecían aceptar las reglas del Antiguo Régimen. Llama la atención que juristas tan prestigiosos y cultos como los catedráticos José Ayuso88 o José Ruiz de la Bárcena tramiten durante estos años el estado de nobleza para sí y sus descendientes.

De los siete candidatos conocidos a caballeros diputados del Común y a caballeros personeros del Común (José Pando está en las dos candidaturas) cincos son catedráticos prestigiosos de la Universidad y uno, Meléndez, ex catedrático, pero continuaba siendo «Del Consejo de Su Majestad», por su condición de fiscal jubilado. Hay seis doctores juristas, lo cual, creemos nosotros que obedecía más a su cualificación técnica que al entramado de una red de intereses corporativos de la Universidad. Desde luego no existe la diferente extracción social entre síndicos y personeros, que aprecian Torras y Ribé y Pere Molas Ribalta89 en Cataluña: «En el caso de los personeros, el porcentaje de nobles, doctores en derecho y notarios era substancialmente mayor. Esta diferencia estaba determinada por las funciones del cargo de personero: éste tenía que conducir a menudo procesos judiciales y precisaba por ello de una mejor formación en este ámbito»90.

Su posición económica era desahogada, y alguno, como Ruiz de la Bárcena, además de catedrático de Prima de Humanidades poseía grandes reservas de trigo, con las que alguna vez socorrió las necesidades de la ciudad. La duda que nos surge es si se involucraban en la política municipal para defender sus intereses individuales, los de la Universidad como corporación, o para simplemente colaborar con las autoridades godoyistas. Esta última pudiera ser la motivación del poeta extremeño.

La duda se acentúa si nos fijamos en el carácter opuesto de algunos de estos catedráticos. Llamamos la atención, por su personalidad muy distinta a la del dulce Batilo, sobre el hombre de confianza del ministro Caballero (será su apoderado en la toma de posesión de la conservaduría de la Universidad), José Pando, el otro síndico sustituto junto con Meléndez, natural de Villaviciosa (Asturias), de condición noble, bachiller en Leyes en 780 y licenciado en Leyes en 1786. Fue uno de los opositores a la corriente de pensamiento reformista liderada por Meléndez Valdés en la década de 1780-179091. El Dr. José Pando va ocupando las vacantes que deja Ramón de Salas en la sindicatura de la Universidad, en la moderantía de la academia de leyes, para la que elabora en 1793 unas constituciones opuestas al espíritu de las elaboradas por el Dr. Salas, e igualmente presiona en 1797 para ocupar la cátedra de Instituciones Civiles de la que ha sido destituido el encarcelado Ramón de Salas.

El Dr. Pando fue el moderante de la academia en de leyes que sustituyó a Ramón de Salas y Cortés en 1793, cuando éste fue nombrado catedrático de Instituciones Civiles, pero le dio una orientación muy distinta, ya que Pando era contrario a la introducción de los estudios políticos y económicos en la Universidad y, sin ningún disfraz o disimulo, arenga al claustro para «no dejarse llevar por las novedades político-económicas, [como desde siempre querían Salas, el moderando saliente, y su amigo Meléndez]... Rechácese el nuevo gusto por la Economía Política y el estilo bonito y entretenido con que se la expone, pero que influye como propaganda que arraiga muy pronto en los jóvenes, despreciando las leyes establecidas por el prurito de meterse todos a legisladores»92.

La mentalidad e intereses de Pando siempre fueron contrapuestos a los del grupo reformista de Meléndez y Ramón de Salas. La trayectoria profesional del Dr. Pando, desde que vio en sus manos el despojo de la cátedra de su enemigo ideológico Salas, hasta que ascendió a la más alta cátedra de Prima de leyes, en la que se jubiló en 1818, fue un continuo ejemplo de arribismos interesados, aprovechando los momentos confusos de la Guerra de la Independencia para inmiscuirse en todos los intereses económicos de la Universidad, provocando la «Real Carta Orden del Consejo de Castilla, mandando suspender temporalmente al Dr. Pando en todos sus empleos y distinciones, a consecuencia de la malicia y avaricia con que obró cuando dominaba Salamanca el intruso, por medio del mariscal Ney, poniendo en venta diversas propiedades de la Universidad y del Obispado»93.

No sabemos el exacto significado de los 34 votos obtenidos por Meléndez, pero parece claro que era un voto bastante popular y democrático a juzgar por las reglas que regían la elección anual del personero del Común. La Instrucción del Consejo de Castilla de 26 de junio de 1766, recogida en la Ley II, Título VIII del Libro VII de la Novísima Recopilación, párrafo 1, dice: «La elección de Diputados y Personeros se debe ejecutar por todo el pueblo dividido en parroquias o barrios, entrando con voto activo todos los vecinos seculares y contribuyentes». Ciertamente era una votación indirecta, aunque no censaria, pero la voluntad de legislador era la participación ciudadana, pues se emplea la expresión «voto activo».

El párrafo 2 añade que si tuviese el pueblo más de una parroquia, el caso de Salamanca, en el Concejo abierto de cada una de las parroquias se nombrarán doce comisarios electores, independientemente de cual fuera su vecindario. En las ciudades el número total de electores rondaba los 200.

El párrafo 3 continúa: «Hecha esta nominación, los citados comisarios electores se juntarán en las casa Consistoriales o de Ayuntamiento y, presididos de la Justicia, procederá a hacer la elección de los Diputados del Común y Personero, y quedarán electos por tales los que tuvieren a su favor la respectiva pluralidad de votos»94.

Los «vecinos seculares contribuyentes» elegían comisarios electores en concejos abiertos en cada parroquia o barrio, es decir, no en el marco de corporaciones estamentales. Eran estos comisarios quienes nombraban finalmente a los diputados y al personero. Se excluía de la elección, por tanto, a los eclesiásticos mientras que los vecinos seculares gozaban del derecho de voto, tanto activo como pasivo, independientemente de que fuesen nobles o no.

No era una elección directa, pero sí bastante representativa, pues en la elección en la que participó Meléndez se emitieron 298 votos, que, sobre una población aproximada de unos 15.000 salmantinos, suponer casi un 2% del total. Tampoco se trataba de un sistema de sufragio censitario que limitase decisivamente la participación de los vecinos.

Nos halaga la idea de considerar a Meléndez como aspirante a representar al pueblo llano, lo cual encaja plenamente con los poemas y discursos forenses en los que defiende el bienestar de las capas sociales más humildes. Pero no es este el lugar apropiado ni los estudiosos coinciden en el significado democrático del oficio de «personero del Común». Remitimos al estudio de Christian Windler, en el que recoge las respuestas de diversos autores a la pregunta «¿Estaban concebidos estos cargos [«diputado» y «personero del común»] como representación del pueblo, de los no privilegiados?»95. De entre las muchas respuestas que recoge Windler (Pérez Búa, Domínguez Ortiz, Gonzalo Anes, Torras i Ribé, Guillamón Álvarez, González Beltrán, González Alonso, García Monerris, Cerdá Ruiz-Funes, etc.) nos quedamos con la del contemporáneo de Meléndez, Serrano y Belézar, quien utiliza, frecuentemente al referirse a los nuevos cargos, como sinónimos los conceptos «común», «pueblo» y «público»: «El mismo nombre de Diputados [y Personeros] del Común da a entender, que los que ejercen estos empleos son unos sujetos destinados a mirar por el bien de su Común, esto es por el beneficio público, pues en ellos pone todo el pueblo su confianza, para que protejan, y fomenten cuantos alivios tengan arbitrio de facilitarle»96.

Gonzalo Anes nos dice, al respecto, que la reforma municipal llevada a cabo durante el reinado en Carlos III tuvo como resultado una «ciertamente democratización de los municipios cuyos cargos ostentaban miembros de la nobleza». Y ello a través del «nombramiento de personas del estado llano para los cargos municipales»97.

Meléndez fue, pues, caballero personero del Común para el año 1807, sustituto de Miguel Martel, quien ya lo había sido en el año 1806. Nuestro poeta, no olvidando el consejo de la condesa de Montijo de pasar desapercibido, parece que participó en la elección sin mucho afán, a diferencia del catedrático José Pando98.

Hacemos esta afirmación, porque Miguel Martel presentó su dimisión en febrero, probablemente por tener que desplazarse a la Corte para diseñar el nuevo plan de estudios, y en el consistorio del 3 de marzo de 1807 toma posesión del empleo de síndico personero el catedrático y hombre confianza del ministro José Antonio Caballero, el Dr. Josef Pando. El día anterior, 2 de marzo, se habían celebrado las correspondientes elecciones, en las que Meléndez no aparece para nada, cuando en la elección del 30 de diciembre de 1806 había sido el sustituto más votado con 34 votos. Siguiendo la lógica era esperable que el nuevo personero fuese Meléndez y no Pando. Fue nombrado como sustituto otra persona notable, «el Sr. D. Manuel Mamud, del Consejo de Su Majestad»:

«Estando la ciudad citada para en este consistorio dar la posesión de caballero procurador síndico del Común al Dr. D. José Pando, siendo dada la hora y fee de los porteros de haber citado, se leyó el testimonio del tenor siguiente:

D. José Gómez de Cifuentes, escribano de Su Majestad perpetuo del número y mayor del ilustre ayuntamiento de esta ciudad de Salamanca, certifico y doy fe que en la elección de caballero personero del Común, hecha para el presente año, en virtud del Real Auto de los señores del Real Acuerdo de la Chancillería de la ciudad de Valladolid, obedecida por el Sr. D. José María Puente, alcalde mayor en propiedad y regidor interino de esta capital, en lugar del Dr. D. Miguel Martel, que ejecutaron los electores vocales de esta dicha ciudad y presidió el mismo señor alcalde mayor, resultó salir electo por tal caballero personero para lo que falta del corriente año el Dr. D. José Pando, del gremio y claustro de esta universidad, con 38 votos, y por su sustituto el Sr. D. Manuel Mamud, del Consejo de Su Majestad, con 30 votos, según que más por menor resulta de dicha elección, que original por ahora [obra] en mi poder y oficio, a que me remito. Y en fe de ello, para que conste al ilustre Ayuntamiento, doy el presente que signo y firmo, en Salamanca, a 2 de marzo de 1807. Está asignado. D. José Gómez de Cifuentes.



Y enterada la ciudad de dicho testimonio, mandó entrar en este consistorio al Dr. D. José Pando, y habiendo éste entrado, hizo el juramento que previene la Real Instrucción y ordenanza de ciudad, y en señal de posesión, se sentó en el asiento que le corresponde, y de cómo la tomaba y tomó quieta y pacíficamente lo pidió por testimonio, mediante no haber contradicción de persona alguna, que la ciudad mandó dar. Con lo que se concluyó.

Puente [rúbrica], Benavente [rúbrica]. Presente fui, D. José Gómez de Cifuentes, [rúbrica]»99.



En resumen, existió la posibilidad jurídica de que en la Salamanca de 1807 coincidiesen en un cabildo del Ayuntamiento de Salamanca el caballero personero del Común sustituto, Juan Meléndez Valdés, y los regidores perpetuos, Godoy y Caballero, éste último causante de su destierro.

Con razón Godoy habla de una tercera etapa en su vida, que comprendería gran parte del periodo que estamos estudiando, los años 1805-1808. Para los perseguidos por jansenismo es una etapa de calma en la lucha política después del coletazo represivo del otoño de 1805 que llevó al destierro a la condesa de Montijo. Godoy era consciente de su impopularidad y del poder creciente de sus enemigos, entre los que en estos momentos no se encontraban ni Meléndez ni Jovellanos, quienes, habiendo conservado sus respectivos y elevados sueldos de fiscal de la Sala de Alcaldes y de Consejero de Estado, vivían bastante cómodamente en Salamanca y en el Castillo de Bellver. No es de extrañar que personalmente no recibieran con excesivo júbilo la caída de Godoy y que, ante los oscuros tiempos que se avecinaban, Meléndez se opusiese tenazmente a salir de Salamanca y Jovellanos tardase meses en llegar a Madrid.

Diríamos, en terminología de hoy, que fueron dos años de indecisión en la privanza de Godoy, en los que Meléndez, víctima simbólica de la misma, se sintió cómodo en su papel, pues ya no la temía y los amigos salmantinos del dictador se sentían halagados de contar con la presencia del poeta extremeño en ciertos actos de representación. Tal vez, los 34 votos que recibió Meléndez, mezclados con los de auténticos reformistas si exceptuamos los de José Pando, fueron un intento de los godoyistas de atraer de nuevo a Meléndez a la vida política activa. No creemos que se deba dar la interpretación contraria, es decir, que fuesen votos de la oposición a Godoy. Además Meléndez nunca escribió ni un solo verso en contra del generalísimo.

Tampoco nos imaginamos a Meléndez manipulado por «vínculos verticales», no actuando «como ciudadano autónomo, sino como cliente de poderosos patrones, los cuales, por su parte, entendían las relaciones establecidas con la Corona o el señor como nexos de lealtad personal», que constata Windler en ciertos síndicos personeros100.

Tampoco nos parece que Meléndez, que había alcanzado plazas en los más altos tribunales de la nación, aspirase a dicho empleo por motivos personales.

Creemos que, tal vez, se sintió atraído por un proceso electoral que desarrollaba nuevas formas de comunicación, que implicaban un avance hacia el concepto de ciudadano y hacia la dignificación de los estratos sociales más desfavorecidos (niños, mendigos, campesinos...), hacia lo que siempre tuvo una gran compasión101.




6. Las permanentes buenas relaciones del «hijo» Meléndez con la «madre» Universidad de Salamanca

A pesar de algunos momentos de cierto resurgimiento, quizá valorados en exceso por algunos estudiosos102, la Universidad de Salamanca de los primeros años del siglo XIX continuaba con la tendencia decadente de todo el siglo anterior, puesto que contaba con unas 1500 matrículas y, según Eugenio Larruga, «el número de doctores asciende unos años con otros a setenta y el de catedráticos a cincuenta y cinco»103.

Acabamos de ver en el capítulo anterior las relaciones de pacífica convivencia de Meléndez con el Ayuntamiento de Salamanca, dirigido por el godoyista marqués de Zayas. Ahora observaremos que esa calma también se daba en el claustro de la Universidad, la cual ciertamente contaba con «hijos» muy influyentes en la administración godoyista, quienes de una manera u otra la protegieron, a pesar de las muchas dificultades económicas de este periodo, como el mismo ministro Caballero o el fiscal del Consejo de Castilla, Nicolás María de Sierra104. Si comparamos lo mucho que tuvo que sufrir Meléndez en la década de 1780-1790 para defender mínimamente sus ideas reformistas, en defensa de las ideas penalistas de Beccaria, por ejemplo, o la persecución que su amigo Ramón de Salas y Cortes padeció en la siguiente 1790-1800, con la defensa unánime que se hace de Meléndez en el Claustro pleno y de diputados del 19 de junio de 1807 con motivo de evitar su desalojo de la casa 48 que el poeta-magistrado tenía arrendada a la misma Universidad, y la constante deferencia con que es tratado por el claustro durante el otoño de 1807, incluso por maestros de Teología, pensaríamos que estábamos en claustros distintos o que todos se habían vueltos reformistas ilustrados. Pero los viejos ultramontanos, aunque en calma, continuaban allí, como Gerardo Vázquez, quien sustituirá a Tavira en el obispado de Salamanca en ese mismo año de 1807105.

Hasta ahora los biógrafos de Meléndez hemos creído que una de las causas principales por las que Meléndez cambió el oficio de catedrático por el de magistrado fue la mezquindad del ambiente universitario, cuya máxima crispación se dio hacia 1786 y 1787106, y hemos insistido mucho en la idea de despedida que encierra la elegiaca Égloga IV, El zagal del Tormes (1789), olvidando que es una añoranza del pasado, en cuyo río simboliza la alegría, la paz y la amistad vividas por Meléndez hasta entonces en Salamanca:


Fértiles prados, cristalina fuente,
bullicioso arroyuelo que saltando  5
de su puro raudal, plácido vagas
entre espadañas y oloroso trébol
y tú álamo copado, en cuya sombra
las zagalejas del ardiente estío
las horas pasan en feliz reposo,  10
adiós quedad: vuestro zagal os deja,
que allí del Ebro a los lejanos valles
fiero le arrastra su cruel destino,
su destino cruel, no su deseo.
[...]


Todo fue gozo y paz, todo süave,
santa amistad y llena bienandanza.
[...]


Aquí Batilo fue feliz; sus hados  150
le conducen del Ebro a la corriente.
Pastores de este suelo afortunados,
nunca olvidéis vuestro zagal ausente107.



Atrás quedan los años juveniles, los primeros versos inspirados en las orillas del Tormes y, en fin, todo lo que es y supone para un poeta esa decisiva etapa de su adolescencia y mocedad.

Al hacer balance de su vida en el Prólogo de Nîmes (1815), el mejor recuerdo fue para la Universidad de Salamanca: «[...] yo, desde que dejé la quietud de mi cátedra y mi universidad, no he hallado por doquiera sino cuestas, precipicios y abismos en que me he visto ciego y despeñado»108.


6.1. La vinculación de Meléndez a la universidad de Salamanca antes de 1807

Así como Meléndez nunca ofreció la publicación de sus libros ni sus ascensos en la carrera judicial al Ayuntamiento de Salamanca, por el contrario nunca dejó de hacerlo con su Universidad.

Se ofreció cuando ganó el premio de la Academia de la Lengua en 1780 con su Oda Batilo, la cual estuvo a disposición del claustro hasta que pasó a la Librería en 1789109.

Meléndez ofreció todos y cada uno de los cargos a los que fue ascendiendo. El 22 de mayo de 1789, el mismo día que conoce extraoficialmente su nombramiento como alcalde del crimen de la Audiencia de Aragón, lo comunica a la Universidad110.

En el claustro pleno del 26 de febrero de 1791 se leyó una carta de Meléndez, enviada desde Zaragoza, dando cuenta de que había sido ascendido al empleo de oidor de la Real Chancillería de Valladolid. La convocatoria de dicho claustro, firmada el viernes 25 de febrero de 1791 por el rector, licenciado Sr. Bajo, decía en su último punto del orden del día: «Carta del Sr. Dr. Meléndez en que da parte a la Universidad de su ascenso a oidor de la Real Chancillería de Valladolid»111.

Se trató este último punto del orden del día en los siguientes términos: «Después se leyó la carta del Sr. Dr. D. Juan Meléndez Valdés por la que da parte a la Universidad haberle nombrado Su Majestad (que Dios guarde) para una de las plazas de oidor de la Real Chancillería de Valladolid, con otras expresiones que de ella constan. Y enterada la universidad, pasó a votar en la forma siguiente: habiendo acordado, in voce, después de haber conferenciado que se nombren comisarios para que contesten al Sr. Dr. Meléndez, haciéndole la demostración correspondiente. Fueron nombrados por comisarios los señores doctores D. Francisco de la Dueña Cisneros y Bárcena»112. Ambos comisarios eran juristas, el primero estaba presente y el segundo no en el referido claustro.

El secretario de la Universidad, Ledesma anota al margen la ejecución del claustro: «Y el 5 de marzo del corriente año, los señores comisionados que constan del acuerdo antecedente contestaron al Sr. Dr. Meléndez, dándole las debidas gracias por su afecto, y al mismo tiempo la enhorabuena de su nueva colocación, con otras cosas que constan de su contestación. Ledesma, secretario»113.

Cuando Meléndez llegó al cenit de su prestigio como jurista y como poeta, en 1797, tampoco se olvidó de su Universidad. En la cédula de convocatoria del claustro pleno de 13 de noviembre de 1797 había un punto del orden del día que decía: «Para ver una carta del Sr. Juan Meléndez, ofreciéndose a la Universidad con motivo de haberle conferido Su Majestad la fiscalía de las Salas de Alcaldes de Casa y Corte»114.

En el transcurso del claustro pleno de ese día, el acuerdo número 7 dice: «Después se leyó una carta del Sr. D. Juan Meléndez Valdés, ofreciéndose a la Universidad con motivo de haberle agraciado Su Majestad con la fiscalía de las Salas de Alcaldes de Casa y Corte. Y oído, acordó su contestación, por lo que el acuerdo fue: Se vio la carta del Sr. Meléndez y se nombraron por señores comisarios para contestarle los mismos que le contestaron del recibo de las Obras poéticas, los señores Forcada e Hinojosa»115.

Aunque no hemos encontrado reflejado en el libro de actas el aludido envío de las Obras poéticas de Meléndez, sin duda se trata de la segunda edición de la obra poética de Meléndez, aparecida en la primavera de 1797 en la imprenta de la Viuda e Hijos de Santander, de Valladolid. Es evidente que «el buen hijo», que siempre fue Meléndez, se apresuró a enviar los tres tomos de la nueva edición de su producción poética a «la madre Universidad de Salamanca».

Fijémonos también en los dos catedráticos comisionados por la Universidad para responder a Meléndez, los doctores Forcada116 e Hinojosa, ambos aragoneses. De entre el numeroso grupo de catedráticos presentes en el claustro son encargados de contestar a Meléndez dos profesores de la facultad de Leyes muy prestigiosos, de la misma generación del poeta extremeño, siempre partidarios de las reformas y que mantendrán hasta el final buenas relaciones con el gobierno de Godoy, como veremos. Precisamente el aragonés Forcada acababa de dejar la cátedra de Vísperas del Código para ascender a la cátedra de Prima de Leyes de Toro117. Hinojosa será un hombre clave en el diseño y negociación de la reforma universitaria de 1807.

Meléndez también tuvo a su lado a algún catedrático de Salamanca en el duro momento de iniciarse su destierro, según nos cuenta Leandro Fernández de Moratín en su Diario, bastante bien informado.

El 18 de agosto, tres días después de ser destituido de su cargo de secretario de Gracia y Justicia Jovellanos, escribe don Leandro: «Ici Jovino cecidit»118.

La terminante orden de salir desterrado para Medina del Campo le fue comunicada a Meléndez por el ministro Caballero el día 27 de agosto de 1798 y al día siguiente escribe Leandro Fernández de Moratín: «Batilo exilé». Moratín tenía clara conciencia de que Meléndez iba al destierro y no a una «comisión de servicios» para construir un cuartel en Medina del Campo, como era la excusa oficial.

El día 30 Moratín y Juan Justo García119, natural de Zafra y ex colega de Meléndez, catedrático de álgebra en la Universidad de Salamanca, van a casa de Batilo, evidentemente para consolarlo: «Chez Don Juan Justo García; con il chez Batilo»120. Parece lógico considerar que Moratín no se atrevería a visitar a un Meléndez desterrado, si Godoy, amigo y protector del dramaturgo, hubiese tenido parte importante en este primer destierro de Meléndez.

Por último, la Universidad de Salamanca y Meléndez tenían el mismo representante de negocios en Madrid: D. Bernardo González Álvarez, el cual, por una parte se encargaba de adquirirle libros a Meléndez en Madrid durante su destierro121, y por otra llevaba los negocios de la Universidad en la Corte122.




6. 2. La participación de Meléndez en los claustros de la Universidad de Salamanca en 1791

Más importante que los ofrecimientos epistolares, más o menos protocolarios, es la participación de Meléndez en los claustros después de abandonar la cátedra en septiembre de 1789. Tenía derecho a la asistencia por su condición de doctor en Leyes, no por ex catedrático de Prima de Letras Humanas. Era muy raro que un personaje, después de ascender en la carrera judicial o administrativa, volviese a la Universidad. Meléndez volvió, que sepamos, en el otoño de 1791 y en 1807. Aunque su mujer, doña María Andrea de Coca, era salmantina, Meléndez no tenía casa cómoda en Salamanca y prácticamente se vio obligado a vivir fuera de la ciudad del Tormes hasta 1805, en que consiguió, como hemos visto, el alquiler de la mejor casa de la Universidad en la Plaza Mayor.

Meléndez Valdés asistió a cuatro claustros plenos de la Universidad de Salamanca en octubre de 1791, al tiempo que acompañaba a Jovellanos, que estaba de visita en la ciudad de Salamanca. Por cierto, es aconsejable leerse las actas de los claustros salmantinos para interpretar correctamente lo que el gijonés escribe en su Diario por estas fechas.

Creemos que el flamante oidor de la Chancillería de Valladolid asistió por dos motivos a los claustros de octubre de 1791: para chismear con Jovellanos los sucesos de los claustros del inicio del curso 1791-1792, que fue bastante movido, y para oponerse a la pretensión de jubilación de su viejo enemigo, el censor de la Universidad, Vicente Fernández Ocampo, cacique todopoderoso de la facultad de Leyes, que tanto había azotado las ideas progresistas y amargado la vida a Meléndez y a sus amigos reformistas, como Ramón de Salas, quien a pesar de su brillantez tenía paralizada su vida académica en la Moderantía de Leyes y cortado el acceso a cualquier cátedra123.

Meléndez estuvo presente en el claustro pleno del miércoles, 18 de octubre de 1791, que inauguraba el curso, en el que se trataron asuntos de trámite como proveer los oficios de ministros de la Universidad124. Juan Meléndez Valdés no participó en ninguna votación125.

Meléndez también asistió al claustro pleno del 20 de octubre de 1791, en el que se leyó una carta del Dr. D. Pedro de Acuña, futuro ministro con el conde de Aranda, «en que da parte a la Universidad de haberle nombrado Su Majestad consejero de Castilla»126. Después de tratar diversos asuntos, sin que conste el voto detallado de Meléndez, al final del acta nos encontramos con la firma de Meléndez en medio de la del rector y de la del secretario, lo cual no deja de ser una deferencia que, al mismo tiempo, denota que el antiguo catedrático de Letras Humanas estaba totalmente integrado en el claustro: «Con lo cual se concluyó el claustro que firmaron dos de dichos señores: Dr. Bajo Ocerín, rector, Dr. Meléndez Valdés e yo, el secretario, en fee de ello. Ante mí, licenciado D. José Ledesma, secretario»127.

Más trascendencia tiene la presencia de Meléndez en el claustro pleno de 24 de octubre de 1791, para oponerse rotundamente a la pretensión del censor regio y catedrático de Prima de Leyes de que se le computasen dos años de los ejercidos como censor regio por uno de enseñanza universitaria, a los efectos cumplir los veinte años exigidos por los Estatutos de la Universidad, con la finalidad de poder jubilarse anticipadamente y, según Jovellanos, poder dedicarse de lleno a la carrera judicial sin perder la pensión de su cátedra128. No era la primera vez que el censor Fernández de Ocampo presentaba esta pretensión, pues ya lo había hecho en octubre de 1789.

Meléndez y la parte del claustro de tendencia reformista vio la ocasión para resarcirse, momentáneamente, de las humillaciones que el férreo censor regio les había ocasionado desde 1784. Los ultramontanos continuaban siendo mayoría en el claustro, como se demostrará al año siguiente con el cierre del Colegio de Filosofía y la implacable persecución del reformista Ramón de Salas, pero en esta ocasión el sector ilustrado del claustro contó con la ayuda de la torpe y presuntuosa redacción de la representación elevada al gobierno por el Dr. D. Vicente Fernández de Ocampo, cuya lectura irritó a muchos claustrales conservadores, porque acusa al profesorado de no saber hacer uso de su libertad («juzgan algunos con libertad para pensar a su arbitrio»):

«Señor: El Dr. D. Vicente Fernández Ocampo, vuestro alcalde del crimen honorario de Valladolid, catedrático de Prima de Derecho Real de la Universidad de Salamanca, con 39 años de estudios mayores, 28 de ejercicio continuo de abogacía y 24 de maestro público en jurisprudencia, ante Vuestra Majestad con el respecto más profundo dice:

Que el Real Supremo Consejo de Castilla, en provisión expedida al 22 de octubre de 1784 para corregir los abusos que se advertían en las defensas de conclusiones públicas, se dignó crear el empleo de censor regio y nombrar para que lo ejerciese en la Universidad de Salamanca al suplicante.

Éste desde entonces ha estado revisando y censurando cuantas conclusiones se han impreso para defenderse en todas facultades y ciencias, así dentro de la Universidad como fuera de ella en los conventos y colegios de regulares y seculares de Salamanca y su provincia, de suerte que algunos años han pasado de 1.200 las conclusiones que ha revisto y censurado.

Para poder desempeñar un encargo tan honroso como interesante a la causa pública y bien del Estudio, ha necesitado adquirir a costa de trabajo extraordinario la instrucción necesaria, añadiendo, a la continua diaria fatiga de la enseñanza de las leyes del Reino en la hora y media de cátedra, el incesante desvelo de estudiar, cuidar que no se defienda cosa alguna contraria a las regalías de Vuestra Majestad, a los dogmas y disciplina, y que en todo se guarden los capítulos de la Instrucción que el Real Consejo le tiene dada para su gobierno.

El exacto cumplimiento de su obligación le ha ocasionado no pocos disgustos en unos tiempos en que juzgan algunos con libertad para pensar a su arbitrio, y llevan por lo mismo muy a mal que el censor modere o suspenda las conclusiones de que han sido autores, y éste es únicamente el fruto que hasta aquí ha sacado por dedicarse todo al servicio de Vuestra Majestad y del Estado, y a beneficio de la enseñanza pública de la juventud, que interesa tanto en ser educada y ejercitada con buenas y sanas doctrinas.

En recompensa de un trabajo tan intenso como útil no disfruta el censor preeminencia, distinción, ni sueldo alguno, ni aspira a ningún interés, solamente a proporcionarse para mejor servir a Vuestra Majestad y al público hasta el último aliento de su vida.

Suplica rendidamente a Vuestra Majestad que, por vía de remuneración, se digne concederle la singular gracia de que cada biennio de los que ha servido y sirviere en dicho empleo se le compute por un año de jubilación, agregándolos a los que ha poseído y poseyere a la cátedra de Prima, hasta que con unos y otros llegue a completar los que, según Constituciones y Reales Estatutos de aquel General Estudio, debe tener para jubilación, pues, siendo veinte los que se requieren en cátedra de florines, el suplicante lleva veinticuatro de servicio continuo en la enseñanza pública, que es la que labra el mérito y no el percibo de los florines, que sólo ha disfrutado en los doce años que ha poseído la cátedra de Prima, después de haber servido en las demás tantos años con una escasa renta.

Nuestro Señor guarde L. C. R. P. de Vuestra Majestad los muchos años que puede y la Monarquía necesita.

Salamanca, 27 de agosto de 1791.

Señor: A los reales pies de Vuestra Majestad.
Vicente Fernández Ocampo, [rúbrica]»129.



Esta representación de Fernández Ocampo motivó la correspondiente Carta Orden del Consejo de Castilla dirigida al claustro de Salamanca para que informase sobre las pretensiones del referido censor regio130.

A continuación viene la votación del claustro, presidida por el sentimiento de la Universidad de que debía «vindicar su honor con consideración a lo que expresa el Sr. Ocampo relativo a la libertad y en la defensa de conclusiones». En dicha votación se ve claramente que el todopoderoso censor regio, Dr. Fernández Ocampo, tenía demasiados enemigos y que había perdido poder durante los dos años en los que Meléndez había estado alejado de la universidad de Salamanca, destinado como alcalde del crimen en la Real Audiencia de Aragón. Los amigos de Fernández Ocampo eran lo teólogos ultramontanos, aunque con excepciones como los reverendos Díaz (que fue uno de los votos de referencia y esa misma tarde chismea con Jovellanos lo sucedido), Santa Marina, Ridoces, Nieto, Alonso, Martel y Lecuna. No vamos a cansar al lector con la transcripción íntegra la votación para ver la postura de cada uno de los claustrales en un tema tan delicado como el de la libertad de cátedra, que es lo que en el fondo se discutía detrás del premio al Dr. Ocampo y de la necesidad o no del mismo oficio de censor regio. El voto de Meléndez fue contundente: «Dr. Menéndez: Que la Universidad debe nombrar comisarios que desde luego se opongan con todo vigor a esta pretensión»131.

Se observa que Meléndez dio su voto en dos veces complementarias. En la primera, simplemente se opuso «con todo vigor» a las pretensiones de Ocampo. En la segunda, tomó la palabra para apoyar la idea de su amigo el catedrático de álgebra, el zafreño Juan Justo García, quien iba más allá de la simple denegación del cómputo de años y deseaba que el orgulloso Ocampo pidiese perdón a la Universidad por acusarla de no saber usar correctamente de la libertad de cátedra.

Los catedráticos reformistas se resarcieron a su gusto de las pasadas humillaciones infringidas por el censor regio, Fernández Ocampo, el cual había ejercido una intensa actividad represora intelectualmente durante los últimos siete años.

Incluso da la impresión de cierto ensañamiento de los amigos de Meléndez, pues hay peticiones bastante duras, como la del maestro Juan Justo García: «Que se nombren señores comisarios que desengañen al Dr. Ocampo de su desatino». Otros aprovechan la ocasión para pedir el cambio de censor regio, como el Dr. Candamo («añadiendo que se le dé a entender a Dr. Ocampo que hable con más decoro de la Universidad y que se le haga presente al Consejo que el empleo de censor regio lo servirá el más moderno de cualquiera facultad, sin interés ni ninguna preeminencia»), o simplemente su supresión, como el veterano catedrático de Cánones, Dr. D. Manuel Caballero («Añadió que los comisarios hagan presente al Consejo que el empleo de censor regio es superfluo en esta Universidad, mediante la obligación que tienen los decanos de revisar las conclusiones»).

El voto de Meléndez fue referencia (voto de reata) para otros ocho claustrales: los doctores Mata, Cantero, Secades, Bárcena, Martel y Lecuna, y el maestro García.

El acuerdo del claustro coincide en lo esencial con lo propuesto por Meléndez y recoge su expresión «oponerse con vigor»: «Concluida la votación se hizo reconocimiento de ella y salió el acuerdo de que se nombren comisarios que informen al Consejo, oponiéndose con vigor a la pretensión del Sr. Dr. Ocampo, expresando lo opuesto que es a las Constituciones y demás leyes escolásticas e intereses de la Universidad, teniendo presente lo que se ha dicho en este claustro, y que igual pretensión hizo al Consejo en los años pasados y se insinúe que no hay la menor necesidad de ser un censor regio en la Universidad. Y habiéndose pasado a votar los señores comisarios para el cumplimiento del acuerdo, salieron elegidos por mayor número de votos los señores doctores Candamo e Hinojosa [los cuales habían votado contrario a la pretensión del Dr. Ocampo]. Con lo cual se concluyó este claustro que firmaron dos de dichos señores. Dr. Bajo Ocerín, rector, Dr. Bárcena e yo, el secretario, en fe de ello. Ante mí, licenciado D. José Ledesma, secretario [rúbrica]»132.

Meléndez y sus amigos reformistas lograron humillar al orgulloso Fernández Ocampo, para regocijo propio y del invitado Jovellanos, quien anota en su Diario el día 23 de octubre de 1791, la víspera del claustro:

«[Comenta Meléndez que D. Vicente Fernández Ocampo, hijo de N. de Ocampo, zapatero] siguió la carrera de las Leyes y no pudo pasar de moderante en esa Facultad. De éste fue hijo el actual Dr. Vicente Fernández de Ocampo que, siguiendo la carrera de Leyes con mejores auspicios, no sólo entró en Cátedra y subió a la de Prima de Leyes, que hoy ocupa, sino que logró honores de Alcalde del Crimen en Valladolid, efecto del favor y protección de Piñuela, que había comido el pan de su abuelo, y después había ido ascendiendo por oportunismo. Desvanecido con esta fortuna, Ocampo aspira a plaza [de magistrado] y, para no perder la cátedra, busca un medio de jubilar, y ha hecho recurso al Consejo pretendiendo que dos años de censor regio (tiene este título también) se le cuenten por uno de jubilación. Esto se verá en un claustro pleno»133.



Y el mismo día del claustro que estamos analizando, el 24 de octubre, Jovellanos anota en su Diario, después de ser visitado por el reverendo Díaz, el primero que se levantó con claridad contra Ocampo en el claustro: «Vino después [a verme] el Maestro Fray José Díaz y me informó del claustro. ¡Buen Dios! ¡Y lo que en él se dijo del fatuo Ocampo! ¡Y cómo le pusieron todos, todos! Se negó redondamente su solicitud, y están encargados del informe Hinojosa y Candamo»134.

Meléndez, que debía reincorporarse a su puesto en la Chancillería de Valladolid a principios de noviembre, asiste, por última vez en 1791, al claustro pleno y de señores cabezas celebrado el 26 de octubre135.

En él se tratan fundamentalmente los puntos de trámite dejados pendientes en el claustro del día 24, ocupado por la discusión de la jubilación del Dr. Ocampo: asuntos de convalidaciones, prorroga de becas en el Colegio Trilingüe, etc.

En capítulo aparte veremos la asistencias de Meléndez a los claustros en 1807, en los que la figura de Meléndez parecía no contar con ningún rechazo entre los claustrales.





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