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ArribaAbajoCapítulo XXIII

Preparativos para la Coronación


Invitaciones dirigidas por el arzobispo de México a los obispos de las Américas, y respuestas recibidas.- Pastoral de los Obispos de la República a sus respectivos diocesanos.- Traslación privada de la santa imagen a su templo.- Orden de las solemnes funciones para todo el mes de octubre.



I

Con fecha de 19 de marzo de este año de 1895 el Pbro. D. Antonio Plancarte y Labastida, Encargado de las obras de la Colegiata y de las solemnidades de la Coronación, para satisfacer al deseo que muchos habían manifestado de que en este año, en que se cumple el segundo Centenario de la colocación de la primera piedra del Templo actual en Guadalupe, se efectuase la Traslación y Coronación de la Santa Imagen, hizo saber por los periódicos de la capital que «en octubre próximo venidero será, la Traslación, y Coronación de la Santísima Virgen». Y en otra carta, con fecha de abril 18 de 1895, añadió: «La Coronación será el 12 de octubre próximo venidero. Terminado el proyecto de las fiestas iré con el Ilmo. Sr. obispo de Querétaro Dr. D. Rafael S. Camacho, en representación del Sr. arzobispo Dr. D. Próspero M. Alarcón, a presentarlo a los Ilmos. Sres. arzobispos de Michoacán y Guadalajara, para que le hagan las modificaciones que gusten». Como que los dos Arzobispos mencionados iban a salir para la Santa Visita Pastoral, fue preciso   —432→   presentarles cuanto antes el programa, para circularlo después a los otros tres arzobispos de Oaxaca, Linares y Durango. El programa de las fiestas fue propuesto al arzobispo de México por el Ilmo. Sr. obispo de Querétaro, como se lee en la carta que el 19 de abril el Arzobispo citado le dirigió, y es como sigue:

Ilmo. Sr. Dr. D. Rafael S. Camacho, dignísimo obispo de Querétaro.

El Pbro. D. Antonio Plancarte y Labastida acaba de presentarme, en nombre de V. S. Ilma., un programa para el mayor esplendor y solemnidad de las fiestas de la Coronación y colocación de la Santísima Virgen de Guadalupe en su Insigne Colegiata, cuya restauración quedará terminada a fines de septiembre próximo venidero, Dios mediante.

Como en todo lo relativo a esas solemnísimas funciones quiero obrar de acuerdo y adherirme al parecer de los Ilmos. Sres. arzobispos de Michoacán y Guadalajara, quienes están próximos a salir a la Santa Visita Pastoral; y no pudiendo ir yo a conferenciar con ellos por impedimentos ajenos a mi voluntad, ruego a V. S. Ilma. muy encarecidamente se digne ir a verlos en nombre mío, y acordar con ellos cuanto redundare en mayor honra y gloria de Dios y de nuestra Santísima Patrona; seguro de que yo suscribiré cuanto V. S. Ilma. acordare con los citados Ilmos. Arzobispos; y luego lo comunicaré a los igualmente Ilmos. Sres. arzobispos de Oaxaca, Linares y Durango...



Todos los mencionados Arzobispos recibieron con santo júbilo la buena nueva de la Coronación: convinieron en el programa, y muy gustosos se ofrecieron a cooperar con cuantos medios estuviesen a su alcance para el mayor orden, esplendor y solemnidad de tan fausto acontecimiento.

Uno de los puntos del programa era el de invitar a la solemnidad de la Coronación a los Obispos de las Américas. Dos fueron estas invitaciones; una en latín, dirigida por el arzobispo de México; otra en inglés o en mexicano, dirigida por el P. Plancarte, el cual explicaba algunos pormenores de la invitación, como más adelante se dirá.

Las invitaciones, dirigidas por el Arzobispo, estaban escritas en hoja de pergamino del tamaño del pliego común, y con caracteres góticos, de un trabajo muy artístico y por ende laborioso. Pues la   —433→   vista se engaña al recorrer el escrito; y cualquiera creería que no es obra de mano, sino un grabado hecho sobre finísimo acero, y perfectamente pulimentado, donde se cuidó el trazo perfecto de las líneas, y se llevó el buril con maestría. Este trabajo impidió que pronto se remitiesen las invitaciones.

La invitación latina, traducida al castellano, es como sigue:

Desde hace años se había determinado coronar con diadema de oro en nombre y con autoridad del Sumo Pontífice, a la Santísima Virgen de Guadalupe, Patrona Principal de la Nación Mexicana, y aun en algún modo de todas las Américas. Pero este ardientísimo deseo no había podido cumplirse tan pronto como se deseaba, por razón de las grandiosas obras de ampliación, restauración y decoración del Santuario de Guadalupe. Al fin con el auxilio de Dios los votos del Clero y Pueblo mexicano tendrán su cumplimiento el día 12 de octubre del presente año.

Deseando, pues, los Obispos mexicanos que los Obispos de las Iglesias de todas las Américas, (Eclesiarum totius Americae Rectorum) tomen parte en este tan fausto acontecimiento y que estas solemnes fiestas reciban mayor esplendor y dignidad con la presencia de tan venerables prelados, ruegan y suplican encarecidamente a Vuestra Señoría Ilma. y Rdma., tenga a bien asistirá la Coronación de la Santísima Virgen de Guadalupe... México, mayo 12 de 1895.



Para decoro de la Nación Mexicana y para evitar los crecidos gastos de viaje a los Ilustrísimos Prelados que se sirviesen honrar con su presencia tan fausto acontecimiento, se dispuso que todo corriese por cuenta de los mexicanos. Y muchas familias de las principales de la capital ofrecieron a porfía su habitación para hospedar a tan ilustres viajeros. Esto es lo que el Pbro. D. Antonio Plancarte y Labastida puso en conocimiento de los Obispos invitados por el Metropolitano de México.

He aquí, por ejemplo, la invitación traducida del inglés al castellano, mandada a los obispos de Norte América.

México, Junio 1.º de 1985. Encargado por los Señores Obispos de la Iglesia Católica, Apostólica Romana de México, para invitar a los Señores Obispos del Nuevo Mundo a la fiesta de la Coronación de la Virgen de Guadalupe, me permito, con el objeto de recibir dignamente a los prelados que han de honrarnos tomando parte en estas grandes fiestas en honor de la milagrosa Imagen   —434→   de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de la República Mexicana, rogar humildemente a Vuestra Ilma. se sirva favorecerme con su respuesta antes del 1.º de septiembre. La celebración empezará el 1.º de octubre, y la Coronación será el día 12 del mismo mes.

Si se digna venir Vuestra Ilma. como lo deseamos, con todo respeto le pedimos: Primero, se digne indicarnos el día de su llegada y la vía que ha de tomar para recibirlo en la Estación; Segundo, que se sirva tener la bondad de traer su capa magna, (pluvial) su Mitra y su Báculo; Tercero, que nos avise si vendrá sólo o con algún secretario; Cuarto, que dirija sus cartas y telegramas a la calle de Medinas núm. 5, México.

Si Vuestra Ilma. acepta la invitación, se le enviará pase libre por algunos de los ferrocarriles entre México y los Estados Unidos.

Esperando tener la honra de ver a Vuestra Ilustrísima en suelo mexicano, quedo su humilde y obediente servidor, Antonio Plancarte y Labastida.



No todos los Obispos de las Américas pudieron contestar que efectivamente vendrían, aunque todos recibieron con muestras de vivo agradecimiento la invitación. Pues, unos por las graves ocupaciones en que se hallaban empeñados, otros por achaques de salud y de edad avanzada, y otros también por haber llegado tarde a sus manos la invitación, tuvieron que contestar en sustancia como se expresaba uno de ellos, que «a pesar del regocijo que me proporciona esta manifestación imponente de la fe cristiana de esa ilustre nación, sólo me es lícito unirme en espíritu a ese acto grandioso...».

Veinticuatro fueron los prelados que aceptaron. El periódico El Tiempo, en su número de 8 de octubre de 1895, trae la «Lista de los Prelados extranjeros, con expresión de su alojamiento».

De estos Prelados, seis son Arzobispos, y diez y ocho son Obispos. Más adelante pondremos sus nombres, contentándonos aquí con indicar sólo las Diócesis.

Arzobispos: de Quebec, Nueva York, Santa Fe (Nuevo México) Nueva Orleans, Cincinnati y Santiago de Cuba. Es de notar que el arzobispo de Santiago de Cuba vino también en nombre de la Reina Regente de España, D.ª María Cristina de Apsburgo.

Obispos: de Ogdensburg, Dallas, Charleston, Vancouver, Arizona, Brownsville, Natchez, Covington, Indian Territory, Columbus,   —435→   Springfield, Jamaica, Guayana Inglesa, Tucson, Galveston, Nashville,Vicennes y Panamá.

No puedo resistir al deseo de poner aquí la contestación tierna y cariñosa del obispo de Guayaquil de la República del Ecuador Ilmo.51 Sr. Roberto M. Pozo y Martín, S. J., lamentando la imposibilidad de venir a las Fiestas de la Coronación:

Valparaíso, 9 de agosto de 1895.- Al Sr. Pbro. D. Antonio Plancarte y Labastida.- Mi muy estimado amigo y Señor:

Ayer me dio V. un grandísimo gozo con la solemne Invitación del Ilmo. Sr. arzobispo de México al Episcopado Americano para unas fiestas tan de mi agrado y devoción, cuales son las que van a tener lugar en esa capital en honor de nuestra amada Patrona la Virgen de Guadalupe, a quien profeso desde mis primeros años la más profunda veneración por haber sido educado en un Colegio de la Compañía de Jesús fundado en Guatemala, ciudad que participa de todos los gustos y afecciones de su antigua Metrópoli.

Ya me figuraba conocer la maravillosa Imagen pintada por manos celestiales para el consuelo de nosotros los americanos; y que orando en ese altar regado con las lágrimas de tantos sacerdotes que han ofrecido allí la Divina Víctima, la Virgen Santísima remediaría todas mis necesidades y las de mi afligida Diócesis. Me imaginaba ver la majestad del Episcopado mexicano; ya me consideraba visitando los grandes monumentos de la antigüedad, tan alabados y bien descritos por sus clásicos historiadores; en fin, el día de ayer lo he pasado en mi mente en la gran capital de los aztecas y en el Santuario predilecto de María.

Mas hoy que me he puesto a hacer el itinerario del viaje, veo con dolor que todas mis esperanzas han sido frustradas; porque aun suponiendo que pudiera ir con la misma prontitud con que ha venido la invitación del Sr. Arzobispo y su amable carta de V., llegaría tarde para la Festividad. Pues, su carta fechada el primero de junio, nos ha llegado a los obispos que estamos en Chile, el 8 de agosto; empleando sesenta y tres días; de modo que, aun en caso de poder embarcarme inmediatamente (lo que es imposible), y suponiendo que el viaje no tuviera ningún retraso (lo que también es imposible), llegaría a México con tres días de atraso, esto es, el 15 de octubre, cuando habrían ya pasado todas las fiestas.

Mi querido amigo, pues siendo V. eclesiástico lo reconozco por   —436→   tal, es tan grande el deseo que he tenido de aprovechar esta ocasión para conocer a México, que no puedo menos de quejarme amargamente de Vd. porque no tomó más tiempo para hacerme tan bella invitación... Quiera Dios darme antes de mi muerte una oportunidad semejante, para tener el consuelo de ver por mis ojos la prodigiosa Imagen de Guadalupe...

Ya que no me es dado ir en persona a los pies de la Virgen, a Vd. le comisiono para que le haga una visita en su Santuario, orando por mí y por mi Diócesis y que me envíe cuanto antes a la ciudad de Valparaíso (me encuentro ahora desterrado de mi Diócesis de Guayaquil y en el arzobispado de Chile), la descripción de las fiestas bien minuciosa y llena de nombres propios. Sírvase... - <†> Roberto, obispo de Guayaquil.






II

Para disponer los ánimos de los fieles a la celebración de la grande solemnidad, los Obispos mexicanos, muy oportunamente dirigieron a los fieles de sus Diócesis respectivas una Carta Pastoral, en que les ponderaban el inestimable beneficio que toda la nación iba a recibir con la Coronación de la Patrona y Madre de los mexicanos; y les proponían unos devotos ejercicios de rezos y obras de piedad.

Empezaremos por poner aquí las claúsulas más principales de la muy hermosa Carta Pastoral que el arzobispo de México, Ilmo. Sr. D. Próspero María Alarcón con fecha 31 de mayo de 1895 dirigió a todos los fieles de su arzobispado.

Rebosando el alma de satisfacciones dulcísimas, por tanto tiempo esperadas, podemos al fin anunciaron que las obras de ensanche, reparación y ornato que en la Iglesia de la Insigne Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe se están haciendo hace siete años, quedarán terminadas a últimos del próximo mes de septiembre.

En vista de la seguridad que se nos ha dado de la próxima terminación de aquellas obras, desde luego hemos pensado ponernos de acuerdo con los Rdmos. Sres. Arzobispos. Comunicado por el Sr. Pbro. D. Antonio Plancarte y Labastida a los Rdmos. Sres. arzobispos   —437→   de Oaxaca, Linares y Durango el resultado de la conferencia habida entre los dignísimos Metropolitanos de Michoacán y Guadalajara, con el Prelado celosísimo de Querétaro, todos ellos convinieron en que la solemne Coronación de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se verifique el día 12 del próximo octubre, precedida de un Novenario de Misas Pontificales, y seguida de otros no menos solemnes que vendrán a celebrar en el Santuario del Tepeyac, después del día 12, algunos otros Rdmos. Prelados de la República.

Para corresponder a las gratas invitaciones que en distintas épocas nos han hecho algunos de nuestros V. V. Hermanos los Ilmos. Obispos de otras regiones de América en los grandes acontecimientos religiosos ocurridos en sus respectivos países, así como para contribuir por nuestra parte a que se estreche con nuevos vínculos de religiosa atención la verdadera fraternidad que debe existir entre los diferentes pueblos de este Nuevo Mundo con la Nación Mexicana, glorificando en esto en lo posible a nuestra excelsa Patrona la Santísima Virgen de Guadalupe, nos hemos propuesto dirigirles por parte nuestra una invitación, suscrita por Nos, en nombre de todo el Episcopado mexicano y del Venerable Cabildo de la Insigne Colegiata de Santa María de Guadalupe; y deseamos en el alma que se sirvan participar de nuestros dulcísimos consuelos en el venturoso día 12 del próximo octubre.

En tales circunstancias esperamos, amadísimos Hermanos e Hijos nuestros, que nos ayudaréis a hacer agradable a tan ilustres personajes la hospitalidad que de corazón les ofrecemos; y deseamos vivamente que llegado el día en que han de regresar a sus respectivos países, lleven en su alma los más gratos recuerdos de las más finas atenciones y religiosa piedad de los mexicanos.



Sigue el Ilmo. Metropolitano dando algunos avisos prácticos para celebrar con las debidas disposiciones las Fiestas de la Coronación; inculcando «de una manera especial obras de ardorosa caridad y actos de sólidas virtudes: pues el honor que como a Reina le debemos a Nuestra Madre y Señora de Guadalupe requiere por nuestra parte obras de virtud y santidad».

Hicieron eco a esta Pastoral del Metropolitano de México los otros Arzobispos y los Obispos de las Diócesis; y el obispo de Querétaro, «en cuyo ardoroso corazón, como se expresa el arzobispo   —438→   de México en la Pastoral citada, tiene siempre fácil cabida todo cuanto se relaciona con la mayor gloria de la Santísima Virgen de Guadalupe», con fecha 12 de agosto escribió una atenta carta a los Prelados de la República, remitiéndoles adjunto un Programa para celebrar convenientemente y de un modo uniforme la grande festividad de la Coronación.

Mucho agradó a los Obispos este programa, y lo insertaron por lo que toca a la sustancia en sus Pastorales. Señal de este vivo agradecimiento fue que no habían pasado ocho días, y el obispo de Querétaro escribía: «Siete Prelados me han contestado ya de acuerdo». Hasta el anciano obispo de Sonora, Ilmo. Sr. D. Herculano López, en su Pastoral de 8 de septiembre, lamentando «la enorme distancia que nos separa de la Capital de la República y nuestras enfermedades y otras circunstancias nos impiden ir a ofrecer nuestros homenajes a nuestra querida Madre en su Santuario del Tepeyac, para solemnizar del mejor modo posible el felicísimo acontecimiento de su Coronación», pone en breves palabras el programa del Ilmo. de Querétaro.

Algunos otros Obispos, añadieron algo más; como, por ejemplo, el Ilmo. Sr. Ibarra, obispo de Chilapa, declaró festivo y de precepto, sólo para este año, el día 12 de octubre, día feliz de la Cororonación.

El programa propuesto por el Ilmo. de Querétaro y adoptado por los otros Ilmos. Prelados de las Diócesis, es como sigue:

PROGRAMA que el obispo de Querétaro respetuosamente propone a los II. y RR. Sres. arzobispos y obispos de la República, para preparar y celebrar de una manera uniforme la gran festividad de la Coronación de la Maravillosa Imagen de nuestra Patrona Nacional, la Santísima Virgen María de Guadalupe; que se verificará en la Colegiata del Tepeyac el día 12 del próximo octubre.

1.º En todas las Iglesias Catedrales y Parroquiales de la República se celebrará un Novenario de Misas, con la solemnidad posible, comenzando el día 3 del próximo octubre, para preparar la festividad del 12 del mismo mes.

2.º El día 11, víspera de la Coronación, los fieles de toda la República, comprendiendo hasta los niños de uno y otro sexo, harán   —439→   un ayuno, a fin de hacernos propicio a Dios nuestro Señor para que nos conceda los bienes que la Santísima Virgen le pida para su Nación mexicana. Las personas que no puedan ayunar, procurarán privarse de algo de su gusto, para ofrecer con ello alguna mortificación.

3.º Todos los Sres. arzobispos y obispos mandarán una Comisión nombrada por el Prelado respectivo, de una o dos personas notables en cada gremio social, para que asista a la Coronación en representación de su respectiva Iglesia.

4.º El sábado 12 de octubre se celebrará una Misa solemne en todas las Iglesias Catedrales y Parroquiales de la República, procurando se concluya a la hora que va a indicar el número siguiente.

5.º El mismo sábado 12 de octubre a las diez de la mañana del meridiano de México, un repique general en todos los templos de la República anunciará que se ha verificado la Coronación en el Tepeyac.

6.º A esa hora todos los fieles que se hallen en los templos, en sus casas, o en las calles, saludarán a la Soberana Señora, diciendo: «¡Salve, Augusta Reina de los mexicanos! ¡Madre Santísima de Guadalupe! ¡Salve! ruega por tu Nación para conseguir lo que Tú, Madre amorosa, creas más conveniente pedir». Concluyendo con una Ave María.

7.º A esa misma hora en todas las Catedrales y Parroquias de la República se cantará un solemne Te Deum y la Salve, sacando en procesión la Imagen Guadalupana, cantando la Letanía Lauretana, por el interior de los templos.

8.º Los Sres. sacerdotes en la Santa Misa del día 12 de octubre, añadirán la oración Pro gratiarum actione a las que prescribe el rito de ese día.

9.º El 12 de octubre procurarán todos los fieles y las Asociaciones piadosas santificarlo, con limosnas a los pobres, en dinero, ropa, o dando de comer a los mismos, a los presos, a los enfermos de los hospitales, etc., etc.

10.º Todos los fieles procurarán confesarse y comulgar algún día, desde el 12 hasta el 19, para ganar la Indulgencia plenaria, concedida por el Santo Padre a los que hicieren oración ante alguna Imagen Guadalupana, según la intención del Romano Pontífice.

11.º A la hora de la Coronación se dirigirá un cablegrama al   —440→   Santo Padre, avisando el acontecimiento y pidiendo su Bendición.

12.º Los prelados mexicanos renovarán a nombre suyo y de su Iglesia el Juramento del Patronato de la Santísima Virgen de Guadalupe.

13.º Los prelados que concurran, dirigirán una carta colectiva al Santo Padre, expresando su adhesión y fidelidad, y las gracias por los beneficios recibidos.

14.º Se formará un Álbum de la Coronación; y se mandará al Santo Padre un ejemplar de todo lujo.

15.º Los periódicos harán el día 12 un número de gala, en honor de la Santísima Virgen de Guadalupe, y mandarán un ejemplar al Santo Padre y otro al Archivo de la Colegiata.

16.º Concluidas las fiestas de la Coronación, a fin de que los bienes de esta ceremonia sean sentidos por los mexicanos de las tres Iglesias, triunfante, militante y paciente, se hará en la Colegiata un triduo dedicado el primer día en honor del Ángel Custodio de la Nación y de los santos Felipe de Jesús y demás bienaventurados mexicanos; el segundo dedicado a la Santísima Virgen, pidiendo su protección para todos los mexicanos que han ayudado a su Coronación y viven todavía; y el tercero dedicado a unas Honras fúnebres en sufragio de las almas del caballero Lorenzo Boturini, del Ilmo. y Revdo. Sr. Labastida y todos los que ayudaron a la Coronación y son ya difuntos.

17.º Pasada la Coronación, cada Parroquia de la República, contribuirá con doce monedas, plata, oro o papel, según su rango y posibilidad. Esa colecta se empleará en ornamentos para el templo restaurado del Tepeyac.

18.º Los prelados en sus respectivas Diócesis, se dignarán conceder las Indulgencias, que crean convenientes, a los que ejecuten este programa.

Estos son los puntos que el Obispo de Querétaro propone a todos los Prelados; rogándoles los publiquen en sus respectivas Diócesis tales como están, o con las modificaciones que juzguen convenientes.

Querétaro, agosto 12 de 1895.- <†> Rafael, obispo de Querétaro.





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III

Como preparación inmediata a las solemnes funciones, se dispuso trasladar la Santa Imagen desde la Iglesia de Capuchinas a su nuevo trono en la Colegiata. Esta traslación tuvo lugar la mañana del 30 de septiembre.

Pero antes de referirla hay que advertir que a fines del pasado mes de junio el Santísimo Padre León XIII «a petición de los Arzobispos y Obispos mexicanos» nombró Abad de la Colegiata al Pbro. D. Antonio Plancarte y Labastida, el cual, «encargado de las obras de la Colegiata, las llevó al cabo venciendo en esta empresa no pocas y graves dificultades con tan piadoso celo, noble laboriosidad y meritoria constancia», como lo declaró en la Pastoral mencionada el arzobispo de México. El día pues 28 de septiembre el Pbro. D. Antonio Plancarte en la Iglesia de Capuchinas ante la Imagen de nuestra Patrona y Madre, tomó posesión de su Dignidad en forma canónica a fin de dirigir las solemnes funciones que iban a empezar en el próximo mes de octubre.

La traslación de la Santa Imagen se hizo no sólo de una manera del todo privada, sino también muy secreta, y aun previniendo el día que antes se había fijado para ella; porque en vez del día dos de octubre, como se había dicho, fue la mañana temprano del día 30 de septiembre y con las circunstancias que refería un diario católico: «Acordose que la traslación de la Sagrada Imagen fuese lo más reservada posible, porque de otro modo la concurrencia de personas hubiera estorbado el acto. Temiendo sin embargo que algunas personas extrañas pretendieran concurrir a la Traslación, se dispuso que sólo se abriera la puerta de la Sacristía de Capuchinas en la madrugada del día 30 de septiembre a las personas que pronunciaran la palabra de consigna. Esta fue la de Treinta».

Así El Tiempo en su número de 4 de octubre de 1895.

Todas estas precauciones y la que enseguida se refiere de haber abierto una comunicación interior con la Colegiata, rompiendo el muro de la Capilla del Sagrario, contigua al patio de la Sacristía   —442→   de las Capuchinas, hacen sospechar que se temía algún plan satánico contra la Santa Imagen.

Sea lo que fuere, he aquí como se efectuó la Traslación.

A las cuatro y media en punto de la mañana, lunes 30 de septiembre, se hallaban presentes en el templo de Capuchinas que permanecía cerrado, el obispo de Querétaro, el nuevo Abad con seis Canónigos de la Colegiata y dos escribanos Públicos que iban a dar fe del acto de la Traslación. Puesto el aparato necesario para descolgar y bajar la Santa Imagen, el sobrestante de las obras de la Colegiata, ayudado de cuatro operarios, la efectuó en media hora; y a la cinco en punto se bajó del Altar. Organizose luego una sencilla procesión la cual, por la puerta de la Sacristía, salió al patio de la casa, inmediato a dicha Sacristía. La Santa Imagen cubierta con una rica tela blanca bordada de seda, era llevada en hombros; y los de la procesión llevaban velas encendidas; agregándose a la comitiva otras pocas personas.

La Procesión siguió rumbo a una pieza de la mencionada casa, y en ella se había abierto amplia comunicación con la Colegiata, rompiendo el muro de la Capilla del Sagrario. Ya dentro del templo la Santa Imagen fue llevada al coro tras del Altar mayor y depositada en un sencillo Altar que se improvisó, mientras se preparaba el aparato necesario para elevarla al Trono correspondiente en donde quedaría colocada. Un canónigo, durante este tiempo, acompañado de unos guardias, velaba ante la santa Imagen. Arreglado el ascensor o máquina a propósito, a las nueve se procedió a elevar la Santa Imagen en presencia de los arriba mencionados, y del obispo de Cuernavaca que con otros ocho eclesiásticos había conseguido entrar en el templo. A las nueve y tres cuartos en punto quedó definitivamente colocada la Santa Imagen en su trono, cubierta con la rica tela bordada de seda. Los escribanos públicos levantaron el acta de la traslación y todos los asistentes la firmaron.

Había permanecido la Santa Imagen en la Iglesia de Capuchinas siete años, siete meses y siete días. Pues, como ya se dijo, había sido trasladada a la Iglesia de Capuchinas por la tarde del día 23 de febrero de 1888 y ésta fue su sexta traslación.

En la Iglesia de Capuchinas, sobre el Altar en donde estuvo la Santa Imagen, fue colocada una copia de ella que existía en la Sacristía.

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Vamos a insertar el orden de las funciones según fue dispuesto de antemano de acuerdo con los Ilmos. Señores Arzobispos, después de haber recibido las respuestas de los Señores Prelados Sufragáneos.

Orden de las funciones que se celebrarán en la insigne Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe en el mes de octubre.

Día 1.º- Dedicación o Consagración de la Basílica y de sus Altares que hará el Ilmo. señor arzobispo de México y los Ilmos. Señores arzobispo de Morelia y obispos de León, Zacatecas, Querétaro, Chilapa, Colima, Tepic, Chihuahua, Tehuantepec, Saltillo y Cuernavaca.

Asistirán al Ilmo. señor arzobispo de México en la consagración del Altar Mayor los señores curas del Sagrario.

Día 2.º- En la tarde será la recepción de la Peregrinación de San Luis Potosí, la que tendrá lugar como todas las demás la víspera del día en que se celebre su función.

Día 3.º- Función de la Mitra de San Luis Potosí; celebrará de Pontifical el Ilmo. Sr. Dr. D. Santiago Garza Zambrano, dignísimo obispo del Saltillo.

Día 4.º- Función de la Diócesis de Chiapas. Pontificará el Ilmo. Sr. Dr. D. Mariano Luque y predicará en la tarde el Sr. Dr. D. Luis Silva, canónigo de la Catedral de Guadalajara.

Día 5.º- Función de las Diócesis de Yucatán y Zacatecas. Pontificará el Ilmo. Sr. Dr. D. Buenaventura Portillo y predicará el Sr. Pbro. D. Domingo de la T. Romero.

Día 6.º- Función de la Mitra de Puebla. Celebrará de Pontifical el Ilmo. Sr. Dr. D. Francisco Melitón Vargas y predicará el Sr. canónigo de esa catedral D. José Guadalupe Torres.

Día 7.º- Función de la Mitra de Durango. Pontificará el Ilmo. Sr. arzobispo Dr. D. Santiago Zubiria y predicará, el Ilmo. Sr. Dr. D. Atenógenes Silva.

Día 8.º- Función de la Mitra de Monterrey. Pontificará el Ilmo. Sr. Dr. D. Eduardo Sánchez Camacho y predicará el Ilmo. Sr. Dr. D. Ignacio Díaz.

Día 9.º- Función de la Archidiócesis de Oaxaca en la que celebrará   —444→   de Pontifical el Ilmo. Sr. Dr. D. Eulogio Gillow, y predicará el Ilmo. Sr. Dr. D. Perfecto Amézquita.

Día 10.º- Función de la Mitra de Guadalajara. Pontificará el Ilmo. Sr. Dr. D. Ignacio Díaz; y predicará el Sr. Prebendado de la Catedral de la misma Dr. D. Pedro Romero.

Día 11.º- Función de la Mitra de Morelia. Celebrará de Pontifical y predicará el Ilmo. Sr. Dr. D. Ignacio Arciga.

Vísperas solemnes presididas por el Ilmo. Sr. arzobispo de Mexico.

Día 12.º- Solemne Coronación de la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Celebrará de Pontifical el Ilmo. Sr. Dr. D. Próspero María Alarcón; y predicará en la tarde el Ilmo. Sr. Dr. D. Crescencio Carrillo y Ancona, dignísimo obispo de Yucatán.

Día 13.º- Función de la Mitra de Querétaro. Pontificará el Ilmo. Sr. Dr. D. Rafael S. Camacho y predicará en la mañana, después de la Misa, el Ilmo. Sr. Dr. D. Ramón Ibarra. En la tarde habrá sermón en francés por el Ilmo. Sr. Beguin, arzobispo coadjutor del Emmo. Sr. cardenal Taschereau.

Día 14.º- Función de la Mitra de León en la que pontificará el Ilmo. Sr. Obispo de la misma Dr. D. Tomás Barón y predicará el Pbro. D. Ponciano Pérez.

Día 15.º- Función de la Mitra de Tulancingo, celebrando de Pontifical su propio Obispo el Ilmo. Sr. D. José M. Armas y predicará el Sr. Secretario de la Mitra D. Francisco Campos.

Día 16.º- Función de la Mitra de Veracruz en la que pontificará y predicará el Ilmo. Sr. Obispo de la misma Dr. D. Joaquín Arcadio Pagaza.

Día. 17.º- Función de la Mitra de Chilapa. Celebrará de Pontifical el Ilmo. Sr. Dr. D. Ramón Ibarra.

Día 18.º- Función de la Mitra de Cuernavaca. Pontificará el Ilmo. Sr. D. Fortino H. Vera.

Día 19.º- Función de la Mitra de Tehuantepec. Pontificará el Ilmo. Sr. Obispo de la misma, y predicará el Dr. D. José M. Méndez.

Día 20.º- Señores párrocos y clero de la ciudad. Se dignará celebrar de Pontifical el Ilmo. Sr. arzobispo de México y predicará el Sr. Pbro. Dr. D. Antonio J. Paredes.

Día 21.º- Orden de Predicadores y Cofradía del Rosario.

Día 22.º- Orden Seráfica con los Terceros.

Día 23.º- Orden Carmelita, Terceros y Archicofradía.

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Día 24.º- Agustinos y Mercedarios con la Asociación de Nuestra Señora de las Mercedes.

Día 25.º- Congregación de la Misión, señoras de la Caridad y Asociaciones de Hijas de María.

Día 26.º- Congregación del Oratorio.

Día 27.º- Compañía de Jesús y Asociaciones que dirige.

Día 28.º- Misioneros Josefinos y Asociaciones.

Día 29.º- Salesianos y Cooperadores.

Día 30.º- Pasionistas y Señoras de la ciudad de México.

Día 31.º- Congregación de Misioneros del Purísimo Corazón de María y Asociaciones que dirige.

México, Septiembre 27 de 1895.- Antonio J. Paredes.








ArribaAbajoCapítulo XXIV

La solemne coronación de la Santa Imagen


Consagración de la Colegiata.- Descripción de la preciosa Corona.- En nombre de León XIII el arzobispo de México corona la Taumaturga Imagen de la Patrona, Reina y Madre de los mexicanos.



I

No esperen nuestros lectores una minuciosa descripción de las augustas ceremonias con que la Iglesia hace la consagración de los templos, destinados a tributar a Dios el culto litúrgico y solemne que le debemos. Nos contentamos con unos apuntes históricos como los exige la índole de la obra.

La consagración o solemne Dedicación del Templo, una de las más imponentes ceremonias de la Iglesia, contiene dos partes principales, y son: la bendición del pavimento y muros del Templo, y   —446→   la consagración del Altar o Altares que en él hubieren. Las simbólicas y místicas acciones, con que la Iglesia desplega en esta ocasión toda la majestad de su Rito, como que son muchas y todas van acompañadas de cantos, de salmos y oraciones, no pueden menos de ocupar largo espacio de tiempo. Y sea por esta razón, sea porque la consagración del templo fuese más solemne e imponente, el señor arzobispo de México consiguió del Sumo Pontífice León XIII que la consagración de los doce Altares, que hay actualmente en la Colegiata, se hiciera por doce Obispos de la Nación, consagrando cada uno de ellos al mismo tiempo uno de los altares. Consiguió también que la Consagración, que según el Pontifical Romano debería hacerse en los días de domingo o en las fiestas solemnes de los Santos, se cumpliera el martes, día primero de octubre; y fuese como principio de las fiestas, que durante todo el mes se celebrarían en honor de la Patrona, Reina y Madre de los mexicanos en su Santuario ya litúrgicamente consagrado y dedicado a la memoria de sus Apariciones.

En todo se observó con escrupulosa exactitud lo prevenido en el Pontifical Romano; y para ello, a más de un Maestro general de ceremonias se le asignó a cada Obispo un Maestro particular de ellas con los Ministros y Acólitos que fueron invitados de ocho parroquias y cuatro Iglesias principales de la capital.

Mientras el Arzobispo iba acabando la Consagración del templo, los Obispos que debían consagrar los Altares, se presentaron en el atrio, revestidos de todos los ornamentos Pontificales y acompañados cada uno de sus respectivos Ministros, Maestro de Ceremonias y Acólitos. Abierta la puerta del templo (quedando empero cerradas las de la reja del atrio) y recibidos los Prelados por el Arzobispo, ordenose luego la Procesión del modo siguiente: Abrían la Procesión los Acólitos con cruz alta y ciriales; después seguían el clero de la Metropolitana y de la Colegiata, los Sacerdotes que llevaban las Reliquias que debían depositarse en los Altares que iban a consagrarse y el turiferario que continuamente los incensaba. Luego, según lo prescriben las Decretales (Tit. de Maioritate et obedientia), cada uno con sus asistentes, seguían los Obispos; de Cuernavaca, Saltillo, Tehuantepec, Tepic, Colima, Chilapa, Chihuahua, Querétaro, Zacatecas, León , el arzobispo de Michoacán y el arzobispo de México.

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La Procesión recorrió la nave de la Epístola, pasó delante del Altar Mayor, siguió por la nave del Evangelio y entró por la nave de enmedio. Al llegar al Altar Mayor, cada uno de los Obispos, con sus asistentes se dirigió al Altar que se le había asignado, y empezó inmediata y simultáneamente la conmovedora ceremonia de la consagración de los Altares, siendo el arzobispo de México el que consagró el Altar Mayor.

Concluida la consagración de los Altares, los Obispos, rodeados de todo el Clero, tomaron asiento frente a la Cripta, delante de la Santa Imagen que permanecía cubierta. Se abrió la puerta del atrio, entraron los muchos fieles que estaban esperando, y cuando ya todos enmedio de un religioso silencio estaban pendientes de lo que iba a hacerse, «a las once y cuarenta y nueve del día» como dicen las Actas de la Consagración del Templo, el arzobispo de México tiró de un cordón y se abrió la cortina con que estaba cubierta la Santa Imagen. De repente los Prelados y Sacerdotes, los fieles todos se postran de rodillas; del fondo de todos los corazones salieron voces de alabanzas a la tierna Madre de los Mexicanos; el órgano principal llenó el templo con sus melodiosas notas; y un repique a vuelo de todas las campanas de la Colegiata anunció a la Villa que ya la Reina estaba visible en su Trono.

Poco después el Sr. arzobispo Alarcón empezó la Misa rezada en el Altar Mayor, y algunos de los Obispos y otros sacerdotes celebraron la Misa en los otros altares.

Desde luego empezaron las imponentes manifestaciones de toda la nación mexicana; porque en el día que tocaba el turno de la Función a cada Diócesis, como se dijo en el Capítulo antecedente, numerosas peregrinaciones, llegadas de los puntos más distantes de la capital, asistían en ese día a la función, dejando cuantiosos donativos, sea en dinero, sea en ricos estandartes y ornamentos de Iglesia, y aun en cantidad de aromáticas flores, ofrecidas a la que entre flores milagrosas nos dejó en prenda de su amor su Imagen celestial, «que dura tres siglos y vuelve a empezar».

Por mencionar algunas de estas Peregrinaciones, la Diócesis de San Luis Potosí, que en los años antecedentes no había podido seguir el ejemplo de las otras Diócesis, inauguró en este año su primera Peregrinación al Santuario el día 3 de octubre. Mil y doscientos fueron los peregrinos que vinieron de San Luis Potosí; a   —448→   los que hay que añadir como unas quinientas personas de aquel Estado, que radicadas en la ciudad de México se reunieron a la Romería diocesana. Un riquísimo estandarte, de gro moiré, todo bordado de oro, quedó en la Colegiata como perpetua memoria de la «Peregrinación de San Luis Potosí, 3 octubre de 1895» como se leía en letras de oro puestas en el estandarte. Trajeron también los Potosinos para el Altar principal de la Cripta, una primorosa y bien acabada escultura de la Virgen de Guadalupe. La Imagen está entallada en madera y mide cincuenta y dos centímetros de alto; es obra de mérito, debida a un artista potosino.

La peregrinación de Puebla de los Ángeles celebró su función el día 6 de octubre. Según los informes adquiridos la peregrinación componíase como de mil personas de lo mejor de Puebla, y se dividía en treinta y ocho o cuarenta grupos, cuantas eran las asociaciones. Cada asociación llevaba su estandarte; y todos los romeros vestían de negro, lo mismo que las señoritas, llevando sobre el pecho los distintivos de la asociación a que pertenecían. Como recuerdo de este día los peregrinos depositaron en el Altar Mayor de la Colegiata su estandarte primorosamente bordado de oro con la inscripción «La Diócesis de Puebla de los Ángeles a Santa María de Guadalupe en el día de su Coronación, año de 1895».

Las peregrinaciones de las Diócesis muy lejanas de la capital, como por ejemplo, Durango, Chihuahua, Chiapas, Chilapa, Sonora, Sinaloa y Tehuantepec, no pudieron ser muy numerosas, como es de suponer, pero sí compuestas de todas las clases sociales, en representación de los que no podían venir. Todas estas peregrinaciones dejaron en nombre de sus respectivas Diócesis sus preciosos estandartes en el Santuario.

También es de notar el ardor de la fe que mostraron muchos peregrinos, que emprendieron a pie su romería desde muy lejos: así los de Querétaro, en número de seiscientos, presididos por el Sr. canónigo Rosas, hicieron siete días de camino. Muchos más días emplearon los de Chilapa; y la peregrinación de la Diócesis de Chiapas, apenas si pudo llegar el día 12, viniendo a pie desde Chiapas muchas personas. El mismo obispo de Chiapas tuvo que hacer cuarenta y un días de camino para llegar a celebrar su función del día 4 de octubre. Lo que llamó más la atención fue la peregrinación de la más lejana y recién formada Diócesis de Tehuantepec;   —449→   pues vinieron más de cuatrocientos peregrinos de las familias más distinguidas, y con ellos muchos indios, con sus ricos y pintorescos trajes.

Hay que advertir finalmente, que en las Funciones Pontificales, además del Obispo celebrante, asistían otros Obispos mexicanos y extranjeros, y el día 9 de octubre, además del Pontifical de turno de la arquidiócesis de Oaxaca, el arzobispo de Santa Fe, Nuevo México, a las siete y media de la mañana celebró otra Misa Pontifical para cumplir con los deseos de sus diocesanos y hermanos nuestros de Nuevo México, ardientísimos devotos de «su amada Madre la Virgen de Guadalupe».




II

Vamos a dar la descripción de la Corona verdaderamente Imperial, como nos la dio su artífice Edgar Morgan, joyero parisiense, y añadiremos algunos pormenores que se nos dieron por personas fidedignas. La descripción hecha por el joyero Morgan, hállase en el «Álbum de la Coronación» (Págs. 124-127).

La Corona que se ofrecería a la Soberana Patrona y Madre de los mexicanos, debía ser no sólo la más rica y preciosa que fuese posible, sino que en su preciosidad debía representar también un símbolo y una señal, que fuesen más preciosos aún por su sobrenatural significado. La señal consistía en que el oro, la plata, las piedras preciosas de que se compondría la corona, fuesen un don de los amantes hijos como muestra de homenaje filial a su tierna Madre. El Símbolo consistía en que esta Corona representase con figuras alegóricas la Iglesia mexicana dividida en sus Diócesis, como un perpetuo testimonio de la esperanza que abriga la Nación entera de ser poderosamente amparada por su Patrona, Reina y Madre. Para lo primero, bastó que el Pbro. Plancarte manifestase este proyecto para que entre doce señoras de las principales familias de la capital se reuniese en breve tiempo y con abundancia lo que se calculaba podría servir para el efecto. Persona fidedigna me aseguró que a más de mil llegaron las piedras preciosas de diversas especies y tamaño, ofrecidas por las afortunadas señoras cuyos   —450→   nombres pueden leerse en el álbum ya citado, página 194, y en la inscripción puesta sobre la puerta del Oriente en el Santuario, entre los treinta y cuatro «bienhechores insignes». Para lo segundo, a saber, para la perfecta ejecución del plan, hubo no pocas dificultades por los muchos proyectos y diseños que plateros mexicanos y extranjeros presentaron al Sr. Plancarte. Cinco de estos diseños son reproducidos en el Álbum, páginas 123-125; y aunque no dejan de tener su mérito, no expresan empero clara y distintamente la idea simbólica que debería campear en la Corona. Para salir del mal paso y proceder con acierto, el Sr. Plancarte determinó marchar a París y proponer su plan al más renombrado artista, que por personas inteligentes le fuese señalado. Nombráronle al joyero Edgar Morgan, calle de la Paz (Rue de la Paix), núm. 17; y el noble artífice, oído el plan del Sr. Plancarte, contestó: «¡Nunca jamás en mi vida he pensado que pudiera caberme el honor de labrar una Corona a la Madre de Dios! Agradezco a Vd. este favor, y pondré todo el empeño en que la obra salga lo mejor que pueda, y la Nación mexicana que es la que ofrece esta Corona, no quede descontenta de mi trabajo». Y lo cumplió a maravilla: pues esta Corona, como obra artística, no tiene rival en el Nuevo Mundo, y aun se juzgó por peritos haber sobrepujado a la famosa de Carlo Magno en Europa.

A la verdad quien examine con alguna atención la Corona, o por lo menos se fije en los pormenores que vamos a dar, tendrá que reconocer que verdaderamente es obra maestra en su género, y que no es mucha la cantidad de ochenta mil francos (treinta mil pesos, por el cambio), que se le pagaron al Sr. Morgan por su obra, en la cual trabajó como dos años; gastándose quinientos pesos más en estuche, flete, aduana, comisiones, etc.

La Corona pesa una arroba y cuatro libras, esto es, veintinueve libras castellanas de a diez y seis onzas por libra; tiene de alto sesenta y dos centímetros, la circunferencia de la diadema es de noventa y cuatro centímetros y la parte más saliente de la cúpula mide un metro y treinta centímetros. El valor intrínseco de la Corona, según personas inteligentes, es como de ochenta y cinco mil pesos, otros suponen algo más; otros mucho menos.

Se componé la Corona de cuatro partes y son: la diadema a base, el cuerpo, la cúpula y en fin, el remate.

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La diadema o base en lo exterior, está formada por veintidós medallones, donde están pintados sobre oro, y con esmalte de Limoges, ramos de rosas, todas diversas; abajo de ellas, en letras esmaltadas, se leen los nombres de veintidós Obispados (los que existían cuando se mandó labrar la Corona, después se han erigido los obispados de Chihuahua, Saltillo, Tepic, Tehuantepec, Cuernavaca, y Campeche). Arriba de ellos hay cincuenta y dos estrellas, formadas con diamantes, y entre los medallones hay engastadas unas hermosas esmeraldas. Estos medallones tienen arriba y abajo molduras esmaltadas y embutidas sobre el oro.

En la parte plana o inferior de la diadema, es decir, en lo ancho o espesor, se cuentan veintidós ángeles de relieve, cincelados y esmaltados, alternando con estrellas y otros adornos con diamantes.

El cuerpo o sea lo que descansa sobre la base o diadema está formado de seis escudos, que son los escudos de Armas de los Arzobispados, y de seis ángeles que representan las seis Provincias eclesiásticas de México. Los escudos, hechos de esmalte de Limoges sobre el oro, están circunvalados con diamantitos; después unos cuadros ovalados adornados con esmaltes embutidos sobre el oro, y tienen su respectiva moldura de relieve, cincelada con mucho estudio; lo cual produce una vista agradable y hace que resalte más y más su riqueza. Están los escudos unidos entre sí por medio de seis ángeles de relieve, con las alas desplegadas y esmaltadas desde el rojo hasta el blanco. Sus túnicas están esmaltadas de un color azul muy fino; las aureolas brillan por estar cercadas de diamantes. Los ángeles nacen de una rosa, refiriéndose alegóricamente a las rosas milagrosas de la Historia de la Aparición.

La cúpula se forma de dos secciones: seis fajas verticales de rosas de oro de distintos colores, y seis de estrellas de diamantes, los distintos colores de las rosas de oro provienen de las diversas minas, de donde se tomó, por ejemplo, minas de California, de Zacatecas, de Potosí, y otras. Corresponden estas fajas a la parte superior de los escudos Arzobispales: cada una se compone de ramos de rosas de oro, realzadas y cinceladas, y dentro de unos marcos con molduras realzadas y cubiertas de diamantes, nacen los ramos de una flor de lis, en cuyo centro hay un ametista engastado; y siendo las rosas en tanta cantidad, no hay una sin embargo que se parezca o sea igual a la otra; pues parece que el artista, de intento,   —452→   estudió en algún plantel de rosas todo el procedimiento de crecer de estas flores, desde el botón hasta el completo desarrollo. El Ilmo. Sr. J. M. Farley, Coadjutor del arzobispo de New York, en una relación que hizo de las Fiestas que él mismo presenció en México, escribe que el artífice apostó que entregaría ochenta mil francos a quien descubriese dos rosas u hojas iguales en toda la corona: (The maker offered 80,000 francs to any one who, will discover two roses or leaves alike in the whole of the work. The Seminary. Vol. IV, núm. 3, december, 1895).

Siete estrellas formadas por brillantes componen cada una de las seis fajas que corresponden a la parte superior de los ángeles; la magnitud o tamaño de las estrellas es proporcional a la curva de la cúpula.

El Remate está formado de una moldura circular que representa un conjunto de hojas cinceladas, llenas de diamantes, rubíes y zafiros engastados. Sobre esta moldura descansa el globo terráqueo esmaltado, y en él se ven ambas Américas y con particularidad a México. En el punto del globo junto a México, se levanta una cruz adornada con diamantes, y como apoyada en la cruz reposa el águila heráldica de México, para significar que la Nación Mexicana nada tendrá que temer mientras estuviere bajo la sombra de la Cruz y la protección de su Patrona, Reina y Madre, la Virgen aparecida en el Tepeyac.

Esta corona es de plata dorada, excepto lo siguiente: en la Diadema, las molduras y los medallones de las rosas; en el cuerpo, los medallones y sus marcos; y en la cúpula, los ramos de rosas de las dos secciones.

Pero, una corona tan rica y tan primorosamente labrada no convenía que estuviese expuesta todos los días a la acción del clima, que por abundar de salitre y humedad, la habría en breve deteriorado. Así pues, para que la preciosa corona no sufriese menoscabo, doce nobles jovencitas, huérfanas de madre, costearon otra corona menos preciosa, que en lugar de la primera, estuviese colocada sobre la Santa Imagen. Esta corona facsímile, hecha en el taller de joyería de Diener en México, es toda de plata, y de forma esférica, mide sesenta y nueve centímetros de altura, y en su mayor circunferencia, es de un metro y treinta y cinco centímetros; su valor intrínseco es de más de dos mil pesos, y fue labrada en tres meses   —453→   y veinte días, trabajando sus constructores todo este tiempo por las noches.

Los nombres de estas beneméritas señoritas pueden leerse en el periódico El Tiempo, número de 24 de octubre de este mismo año de 1895.




III

Llegó al fin el sábado, 12 de octubre Día Feliz de los mexicanos. Si en los días precedentes se había notado en la capital y en el santuario, mucha animación y grande concurso, lo fue mucho más en este día. Parecía que el espíritu de Dios excitaba y movía a tanta muchedumbre para que tributasen nuevos y siempre nuevos obsequios a su Santísima Madre, la cual iba a ser litúrgica y solemnemente coronada en nombre del Pontífice Romano, como Reina de los mexicanos.

No todos los cuarenta y cinco prelados, entre extranjeros y nacionales, mencionados en el capítulo antecedente, pudieron efectivamente, como lo habían avisado por cartas, asistir a la Coronación. De las Actas de la Coronación consta que, entre extranjeros y nacionales asistieron treinta y ocho Prelados: a saber, diez Arzobispos y veintiocho Obispos. Los Prelados extranjeros que tuvieron la bondad de honrar a la Virgen de los mexicanos, fueron por todos diecisiete; catorce de los Estados Unidos del Norte, uno de Quebec, en el Canadá inglés, otro de Santiago de Cuba, en La Habana, nombrado por la Reina Regente de España como Representante del Clero español, y otro de Panamá en la República de Colombia.

Pero aunque en las actas mencionadas, como las imprimió El Tiempo en su número de 24 de octubre, no se lee el nombre del arzobispo de Santa Fe, Nuevo México, consta, sin embargo, que vino a la Función, que celebró de Pontifical el día 8 de octubre, y que fue el primero en proponer el proyecto de que la Virgen del Tepeyac fuese proclamada solemnemente como Patrona de las Américas. Algo más se dirá después.

De los prelados mexicanos asistieron veintiuno, y no pudieron asistir seis y fueron el anciano arzobispo de Guadalajara de ochenta   —454→   años y nueve meses de edad; el obispo de Mérida, Yucatán, destinado para predicar el sermón de la Coronación, pero detenido en el camino por una peligrosa enfermedad; el obispo de Tamaulipas, que acabado de celebrar la Misa Pontifical en la Función del arzobispado de Linares, tuvo que regresar a su Diócesis; los obispos de Zamora y San Luis Potosí, y en fin el santo obispo de Sonora, Dr. D. Herculano López, el cual en la tierna «Deprecación a Nuestra Excelsa Patrona» («Álbum de la Coronación», pág. 181) le manifiesta así sus penas: «¡Reina, Madre y Señora de los Mexicanos! no imputéis a desamor la ausencia del obispo de Sonora en esta solemnísima ocasión, en que casi todo el Episcopado mexicano se halla presente en vuestro augusto Santuario del Tepeyac con el fin de coronaros en vuestra preciosa Imagen, pintada en humilde y tosco lienzo por el dedo del Omnipotente. Mis deseos han sido grandes, y mayores mis angustias al ver que la enorme distancia, que me separa de la capital y de Vuestro Imperio, las enfermedades que me aquejan y la penuria de sacerdotes, me impiden hacer esta peregrinación que sería gratísima para mi corazón. Pero aunque ausente con el cuerpo, estoy presente con el espíritu... ¡oh Madre! ¡oh Reina! ¡oh Señora! Tened compasión de todo el pueblo mexicano».

Según el Ilmo. Farley, arriba mencionado, estuvieron presentes también a la Coronación como unos cien presbíteros, y entre los fieles que pudieron entrar en el Santuario y los que se quedaron afuera a su alrededor en el atrio y en la plaza, fueron cincuenta mil, que llegaron de todas partes de México y de otros Estados: «hundreds of priests and fifty thousand of the laity from all parts of Mexico, as well as from the States on the morning of October 12 th.» (Pág. 47).

Permítasenos ahora una observación: en el Tomo IX de los Annales de Notre Dame de Lourdes, pág. 77, leemos que en la solemne Coronación de la estatua de la Virgen de Lourdes, el día 3 de julio de 1876 asistieron «treinta y cinco obispos, tres mil presbíteros y cien mil fieles»; entre los obispos mencionados, «siete obispos extranjeros vinieron espontáneamente a reunirse con el Episcopado francés». Pues bien, en Francia, en donde las distancias no son tan grandes, los medios de viajar son más fáciles, los obispos y sacerdotes son más numerosos, y la población no baja de treinta y ocho   —455→   millones, para la Coronación de la Inmaculada en Lourdes hubo el número de obispos y fieles que acabamos de mencionar; mientras en México, en donde las distancias son verdaderamente enormes, muy escasos los medios de trasporte, en menor número los Obispos y sacerdotes, y la población llega a lo sumo a doce millones, con todo esto asistieron a la Coronación de la Virgen del Tepeyac, con cincuenta mil fieles, treinta y ocho obispos de los cuales diecisiete fueron extranjeros. Y si más lo apuramos, podemos con toda verdad afirmar que más de cuarenta fueron los Obispos que vinieron para las Funciones de la Coronación; porque como lo hemos advertido, a los treinta y ocho obispos hay que añadir el arzobispo de Santa Fe, Nuevo México, y el obispo de Tamaulipas; y según escribió el Pbro. Plancarte, con fecha, febrero 12 de 1896, «los obispos extranjeros fueron 22».

En verdad es sorprendente tanto número y claramente se ve la mano de Dios que dispuso honrar de este modo a su Madre, que desde la cumbre del Tepeyac se había manifestado la poderosa Patrona y tierna Madre de los mexicanos.

Fue un feliz pensamiento del obispo de Chilapa, que por cada una de las Diócesis, o bien Estados de la República, se invitase uno de clase indígena, para que asistiese como representante de ella a la Coronación. Y muy bien pensado, de veras, pues por los indios y para los indios se apareció principalmente la Virgen en semblante de noble Indita, o como ellos la llaman «Cihuapiltzin Tonantzin, To axcatzin Teonantzin. Noble Indita, nuestra madre: es propia nuestra la Madre de Dios». Veintiocho, pues, fueron los Inditos, todos vestidos de sus trajes antiguos, por su aspecto revelaban ser de pura raza indígena; los había de toda edad, ancianos, hombres maduros y jóvenes. Se les asignó en el Santuario un lugar distinguido: cada uno llevaba prendida en su ayate una Imagen Guadalupana del tamaño de una tercia, con el nombre de la Diócesis, en la parte superior.

El nuevo Presbiterio, por más que fuese bastante para las funciones ordinarias del Clero, no podía bastar en esta solemnidad tan extraordinaria a tantos Prelados y Sacerdotes. Se dispuso por tanto que debajo del Presbiterio inmediatamente de frente al Altar Mayor y a los pies de la Virgen, sobre una riquísima alfombra, se colocasen dos filas de asientos en forma semicircular para los Ilmos.   —456→   obispos. Consistían los asientos en sillones de terciopelo rojo con un tarjetón en que se leía el nombre de cada Prelado, y a los pies de cada asiento había un rico cojín, también de terciopelo rojo. Para los Canónigos de la Metropolitana y de la Colegiata y para otros Sacerdotes se habían dispuesto también asientos muy decentes y muy propios para tanta solemnidad. Dígase lo mismo de los asientos preparados para los bienhechores de las obras de la Colegiata, para las señoras que costearon la corona de oro, para las señoritas que hicieron labrar en plata otra corona semejante, y para los otras personas invitadas.

Unos sacerdotes y caballeros distinguidos recibieron a los que llegaban al templo y conducíanlos a sus respectivos asientos. El presidente de la República, general Porfirio Díaz, al cual debe la Nación la paz que disfruta, teniendo que guardar el luto por la muerte de su suegro, acontecida el día 3 de este mes, no pudo asistir a la Coronación, pero sí dio formal encargo al Prefecto y Jefe Político de la Villa para que fuese su Representante en esta función verdaderamente nacional.

La pequeña Villa de Guadalupe, nacida de las Apariciones de la Virgen en el cerro inmediato, en este día manifestábase llena de entusiasmo y toda engalanada. Elegante y vistoso era el aspecto que a primera vista presentaba a los que llegaban en los trenes de los Ferrocarriles del Distrito. Todas las casas, sin excepción, así un testigo de vista, se encontraban adornadas con más o menos gusto y riqueza de adornos, resultando de su conjunto un hermoso aspecto. Cerca del puente, construido sobre el río que corre a la entrada de la Plaza principal, se había levantado un grande arco triunfal formado con ramajes verdes y flores naturales. La Cruz, símbolo sagrado del Cristianismo, y las armas de la Iglesia, colocadas en la parte superior del Arco Triunfal, avisaba al que entraba el carácter religioso de la Función.

Pero, escribe el mencionado Ilmo. Farley, lo que llamaba la atención de todo extranjero al llegar a la Villa, era el orden y la compostura, (decorum) que dominaba, por decirlo así, esta grande reunión de unos cincuenta mil entre los que estaban dentro y fuera del Templo. Aunque esta muchedumbre estuviese compuesta de personas de toda condición, indios y blancos, americanos y mexicanos, no pude notar durante todo el día ni una persona poco   —457→   comedida, ni un acto de descortesía. La devoción del pueblo fue de veras edificante.


(Pág. 42).                


A las ocho y media de la mañana, el Ilmo. Sr. Alarcón con Capa Magna y acompañado de canónigos entró en el Templo, y después de breve oración se revistió de los ornamentos pontificales y sentose bajo el dosel, mientras se ordenaba la entrada de los Ilmos. prelados. A los pocos minutos después, de la Capilla del Santísimo, puesta al principio de la nave procesional, al lado de la Epístola del Altar Mayor, salió la majestuosa procesión de los Obispos. Estos venerandos pastores revestidos de alba, estola y capa pluvial, ceñidas las sienes con preciosas mitras, y llevando sus báculos pastorales, recorrieron con paso grave y con semblante lleno de dignidad la nave procesional; siendo los primeros los obispos de Cuernavaca y de Veracruz, siguiendo después los demás, mezclados unos con otros, nacionales y extranjeros, y por último el arzobispo de Michoacán. Y entrando en la nave de enmedio fueron conducidos por los Maestros de Ceremonias a ocupar cada uno sus respectivos asientos a los pies del trono de la Virgen de los mexicanos. A medida que los Obispos llegaban a los pies de la Virgen, el arzobispo de México desde el Presbiterio inclinando respetuosamente la cabeza, parecía como saludarles y darles gracias en nombre de la Soberana Patrona y Madre de los mexicanos. ¡Y pensar que muchos de estos Príncipes de la Iglesia Católica, habían venido de muy lejos, de Quebec y de Panamá, de las remotas Diócesis del Norte y de la Guayana inglesa para rendir su homenaje a la Virgen que se había aparecido a un pobrecito indio!

¡Qué satisfacción! ¡Qué gloria para nosotros! ¡Cómo rebosaban de júbilo y de un santo orgullo nuestros corazones al ver así honrada a nuestra Madre! Al ver allí mezclados a nuestros obispos mexicanos con los obispos de otras naciones, nos recordaba la unidad del místico rebaño del Soberano Pastor, el vínculo de la fraternidad que une a esta gran familia, como es la Iglesia Católica, y al mismo tiempo, elevando los ojos a la Imagen celestial, no podíamos menos de exclamar: ¡Oh Madre! ¡oh Madre! ¡Omnes isti venerunt Tibi; todos estos venerandos Pastores, desde lejos, muy lejos han venido a TI, han venido por TI, han venido para TI! ¡Tú eres el centro común de todos ellos!

Colocados cada uno de los invitados en su asiento, entonose la   —458→   Nona, después de la cual las señoras que habían costeado la preciosa corona, lleváronla en ricas andas enmedio de la nave principal y entregáronla al Sr. Plancarte, abad de la Colegiata. De manos del Abad la recibió el Arzobispo sentado en su trono Episcopal, y el Arzobispo a su vez la entregó al Cabildo de la Colegiata, recibiendo antes el Juramento de que fielmente la guardarán. Todo lo que con la Corona de oro se hizo, lo mismo fue hecho con la Corona de plata que ofrecieron las doce señoritas huérfanas de madre, pertenecientes a las principales familias de la República Mexicana. Levantada el Acta de la entrega por un Notario Público, se dio lectura del Breve con que el Papa León XIII autorizaba al arzobispo de México a coronar en su nombre y con su autoridad la Santa Imagen. Luego el Arzobispo, según las prescripciones del Ritual, bendijo solemnemente la Corona haciéndole por tres veces la aspersión con el agua bendita, y por tres veces incensándola. Hecha la bendición organizose la Procesión de rito para conducir la Corona por las naves de la Iglesia. La Procesión formábase de todos los obispos: pero doce obispos nacionales iban precedidos de cruz alta, ciriales, seminaristas y sacerdotes. El orden fue el siguiente: Precedían cuatro sacerdotes que llevaban en andas ricamente adornadas la Corona imperial, cuatro ciriales y acólitos con incensarios. Tras de la Corona iba el arzobispo de México con sus asistentes, Cruz alta, pértigo y ciriales y algunos acólitos de la Colegiata. Después seguían los obispos con sus asistentes; cada uno de ellos precedido de cruz alta, ciriales, sacerdotes y seminaristas; desfilaron uno tras otro los obispos de Cuernavaca, Saltillo, Tehuantepec, Tepic, Colima, Chilapa, Chihuahua, Querétaro, Zacatecas, León y el arzobispo de Michoacán; y cerraban la procesión el Cabildo de la Metropolitana y de la Colegiata. En esta Procesión fueron llevados los diecinueve riquísimos estandartes pertenecientes a las peregrinaciones de Puebla, San Luis Potosí, Querétaro, Oaxaca y otras Diócesis. Al principio de la Procesión el Arzobispo entonó el Himno O gloriosa virginum y al fin de ella dijo la oración ritual de la Coronación.

Puesta la Corona sobre un cojín de terciopelo rojo recamado en oro en el Altar al lado de la Epístola y promulgada la Indulgencia plenaria concedida por León XIII a los que asistieren a la función de la Coronación, empezó la Misa Pontifical, cantada por el Arzobispo   —459→   y acompañada por el magnífico Orfeón de Querétaro. Llegada la hora de la Comunión, los dos Canónigos Diácono y Subdiácono de la Misa, según la antigua costumbre de la Iglesia, recibieron de manos del Celebrante la Sagrada Eucaristía.

Concluida la Misa Pontifical, llegó el acto imponente de la Coronación, tan deseado por más de siglo y medio por los mexicanos. Colocose delante del Trono de la Santa Imagen un muy bien compuesto tablado con amplias escalinatas y de altura conveniente: el arzobispo celebrante entonó el Regina Coeli y asistido del arzobispo de Michoacán ascendió al tablado y recibiendo de manos del Abad la Corona, los dos arzobispos la elevaron hasta colocarla pendiente de una varilla de oro que había sido enclavada en el marco a la altura de la cabeza de la Santísima Virgen. Mientras imponía la Corona el arzobispo de México en voz clara, pero conmovida, pronunciaba las palabras rituales: «Sicut a nobis coronaris in terris, sic a Christo per te coronari mereamur in coelis; así como nosotros te coronamos a Ti en la tierra, merezcamos asistidos de tu amparo ser coronados por Nuestro Señor Jesucristo en el cielo». Eran las once y cuarenta y cinco minutos en punto.

Los fieles que al acercarse el momento tan solemne podían apenas contener sus afectos, al ver a su Madre ya coronada, no pudieron más, y entre lágrimas, sollozos y voces de júbilo, tamquam sonitus aquarum multarum, prorrumpieron en aclamaciones prolongadas de: «¡Viva la Reina! ¡Viva la Reina de los mexicanos! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva nuestra Madre!... ¡nuestra Madre! ¡nuestra Madre!» Decididamente el espíritu de Dios había encendido aquel los corazones. Todos convienen en que fue un espectáculo imponente, sublime, conmovedor.

Mientras el Arzobispo celebrante concluía las oraciones rituales de la Coronación, un hermano del venerable Zumárraga, el Ilmo. Sr. Fr. José de Jesús Portugal, obispo de Sinaloa, comunicó al Arzobispo el pensamiento de que todos los Arzobispos y Obispos presentes depusiesen sus mitras y báculos a los pies de la Virgen Coronada. Acogida con entusiasmo esta idea, fue encargado el Ilmo. Sr. obispo de Querétaro de manifestarla a sus Venerables Hermanos; y éstas fueron sus palabras: «Invito a los Ilustrísimos Señores Arzobispos y Obispos a deponer Mitra y Báculo en el Altar de la Santísima Virgen de Guadalupe, porque ella es la Reina de las Américas   —460→   y la Patrona de México». Como si estos sucesores de los Apóstoles, cada uno de por sí, hubiesen tenido el mismo pensamiento, levantáronse unánimes y con mucha devoción uno tras otro subiendo las escalinatas del Presbiterio depusieron sus mitras y báculos a los pies de la Reina de los Apóstoles y excelsa Madre de los mexicanos. Esta «conmovedora e inesperada manifestación de piedad y humilde vasallaje de parte de los cuarenta Prelados asistentes, vino a hacer que el fervor y el entusiasmo rayaran en delirio». Así El Domingo, de Durango, en su número de 20 de octubre.

Rebosando el corazón de tan encendidos afectos se cantó el solemnísimo Te Deum, y todos los Obispos antes de salir del Santuario firmaron con una misma pluma destinada a este fin el Acta de la Coronación como más adelante le pondrá.

Era ya cerca de la una de la tarde cuando el Ilmo. Sr. Dr. D. José Alejandro Peralta, alumno que había sido del Colegio Pío Latino Americano en Roma y actualmente obispo de Panamá, en presencia de los fieles, que como retenidos por una fuerza superior a su voluntad no se cansaban de mirar a la Virgen Coronada, celebró la Segunda Misa Pontifical y puso fin a la siempre memorable solemnidad de la Coronación.




IV

Hay sin embargo que añadir algo y de no poca importancia para el realce de esta función. A la hora de la Coronación los millares y millares de personas que se hallaban fuera del Templo, por no haber podido entrar, al oír las vivas aclamaciones de los que estaban en el Templo, llenos de reverencia se arrodillaron, rezando los más de ellos en voz alta la breve oración de que se hace mención en el programa copiado en el Capítulo antecedente, y que con anterioridad había sido repartida profusamente. Mientras tanto las campanas del Santuario con su alegre repique anunciaban el fausto acontecimiento, y los de la capital, según lo prevenido en el programa, reunidos en las iglesias, y los que no pudieron ir, estando en sus casas, repitieron la misma oración, añadiéndose en los Templos el Canto Solemnísimo del Te Deum.

  —461→  

Pero no solamente en la Capital, sino también en todas las ciudades y pueblos de la República se hicieron en los Templos en la misma hora solemnísimas fiestas; con Misa cantada, Himnos de acción de gracias y otras deprecaciones. Con toda verdad, por tanto, pudo escribir el Ilmo. Farley ya mencionado, que «a la misma hora todas las campanas de la católica México, desde Río Grande al Golfo, desde el Atlántico al Pacífico, anunciaron la fausta noticia de que la Virgen de Guadalupe había sido coronada: and at the same hour all the bells of catholic Mexico, from Rio Grande to the Gulf, from the Atlantic to the Pacific, rang out the glad tidings thatt the Madonna of Guadalupe was crowned». (Pág. 47).

Pero no solamente en toda la República Mexicana, sino también en la capital del Orbe Católico, y en algunos Colegios de España en donde hay estudiantes mexicanos, fue celebrado con mucha solemnidad el día de la Coronación de la Patrona de México. Vamos a dar brevemente una noticia de estas funciones; y la tomamos de cartas particulares que hemos recibido, y de dos periódicos romanos que nos remitieron, y son: La Voce della Veritá, 9 Ottobre, y La Vera Roma, 27 Ottobre.

Los mexicanos e hispanoamericanos que se hallan en Roma, quisieron a su vez celebrar con solemne fiesta el día de la Coronación de la Patrona de México. Y entre las cinco Iglesias en que es venerada en Roma la Virgen de Guadalupe, como queda dicho en el cap. XV de este Segundo Libro, escogieron para la función la Iglesia de San Ildefonso, de los Agustinos Descalzos españoles, en la calle Sixtina (via Sistina), por ser la más céntrica y capaz, y por venerarse en ella la primera copia que fue expuesta en Roma a la pública veneración, hecha por el famoso pintor Juan Correa. Sabido es que, como escribe D. Manuel Orozco y Berra en el Diccionario Universal de Historia y Geografía, Juan Correa, natural de México, y pintor excelente, floreció a fines de 1600 y a principios de 1700. Fue maestro de los no menos célebres pintores Miguel Cabrera, José Ibarra y otros, y el primero que pudo copiar con exactitud la Imagen Guadalupana, tomándole en papel aceitado, del mismo tamaño, el perfil a la misma Imagen original, con el apunte de todos sus contornos, trazos y número de estrellas y de rayos. Y como que «poseía sin duda tanta facilidad como talento en la pintura», sacó del original muchas copias; y una de las primeras   —462→   fue llevada a Roma por uno de los Agustinos de México a la Iglesia de San Ildefonso, y colocada en una Capilla que desde entonces tomó el nombre de Capilla de Guadalupe.

En esta Iglesia, pues, el día 12 de octubre, invitados de antemano, concurrieron los de México y de las Américas Latinas, el Rector del Colegio Pío Latino Americano con algunos alumnos de México, el caballero Enrique Angelini y otros muchos romanos. La Iglesia estaba ricamente adornada y de no poca satisfacción para los mexicanos fue el ver entre los adornos de la Iglesia las banderas nacionales de México. El Triduo que había precedido a la fiesta había sido muy concurrido; pero el día 12 el Templo estaba literalmente lleno de una concurrencia elegante y escogida. Hallábase a la fecha en Roma con motivo del Capítulo General que celebraban los padres Agustinos, el reverendísimo P. Font, Agustino español, predicador de número de la Reina Regente de España. Invitado a predicar en la Función, aceptó con muestras de benevolencia; pero luego reflexionó que «nadie mejor que un mexicano puede hacer el elogio de la Virgen del Tepeyac», y concluyó con decir: «yo asistiré y cantaré la Misa». Asistido, pues, de dos alumnos del Colegio Pío Latino Americano, cantó la Misa Solemne acompañada de muy buena orquesta. Predicó el Sermón en lengua castellana el joven sacerdote mexicano Alberto García Lizalde, alumno también del Colegio mencionado; y tanto ardor y elocuencia mostró, que conmovió y arrebató al auditorio. Después de la Misa se cantó un solemnísimo Te Deum y con la bendición del Santísimo Sacramento se dio fin a la función, durante la cual fueron distribuidos miles de ejemplares en italiano de la Relación de las Apariciones y miles de Imágenes Guadalupanas grabadas en Roma.

También en este mismo día las religiosas de la Visitación llamadas Salesiane, salesas, que ahora tienen su monasterio en el Palatino y guardan en su pequeña iglesia como un precioso tesoro la copia guadalupana, hecha por Cabrera, y donada al Monasterio antiguo por Benedicto XIV, no dejaron en este día de celebrar la Fiesta de la Coronación, así como todos los años según tenemos dicho, celebran solemnísimamente la fiesta de la Aparición el 12 de diciembre. Lo propio se hizo en la Iglesia de San Nicolás in carcere, en donde se venera la célebre Imagen de Guadalupe, que a la vista de toda Roma en 1796 por diez y siete días continuos hizo   —463→   el prodigio de abrir y mover los ojos «como una persona viva», según la expresión de los testigos.

Y muy conmovedora fue también la fiesta que se celebró en otra Iglesia de Roma, llamada de San Giacomo in Augusta (Santiago en Augusta). Un devoto misionero italiano, había llevado de México a Roma una copia de la Santa Imagen, y adornándola con riquísimo marco la había colocado en una de las Capillas del Templo. Pues bien, el devoto misionero quiso celebrar también la fiesta de la Coronación, y a su vez coronar con corona de oro la Imagen que había traído de México. Adornada la Capilla muy lujosamente, el día 10 de octubre comenzó un Solemne Triduo por la tarde, con Rosario, Letanías y Bendición. El día 12, a las siete de la noche, en presencia de un gran concurso de fieles, el de voto sacerdote bendijo y puso sobre la cabeza de la Santa Imagen la corona de oro que había hecho labrar ajustada a la pintura. Al día siguiente hubo función solemnísima: a las siete Misa rezada para la comunión general que fue muy numerosa; a las diez Misa Solemne, a la cual asistieron muchos de los arriba mencionados; y por la tarde hubo Rosario Solemne, Letanías y Bendición. Y ahora el devoto italiano va colectando limosnas para labrar un Altar propio a la Virgen de los mexicanos en aquella Iglesia.

En fin, el Rector del Colegio Pío Latino Americano por haber allí más de veinte alumnos mexicanos, por venerarse en el Altar Mayor de la nueva Capilla la Virgen de Guadalupe, y por ser la Virgen de Guadalupe la Patrona del Colegio, no habiendo podido celebrar el 12 de octubre la función solemnísima que había de antemano proyectado52, se vio precisado a diferirla para el 12 de diciembre; contentándose en este día de la Coronación con Rosario, Panegírico, Letanías y Bendición por la tarde, todo celebrado con mucha solemnidad, tomando parte exclusiva en todo esto los alumnos mexicanos.

Hay todavía algo más, pues, el mismo Santísimo Padre León XIII en este día de la Coronación estaba con su espíritu en el Santuario de Guadalupe enmedio de sus amados mexicanos. Porque, había León XIII concedido en este día para las diez de la mañana una audiencia privada al mencionado P. Rector del Colegio, el cual, acompañado de unos alumnos mexicanos iba con el caballero Angelini a presentarle el Óbolo de las Diócesis de Michoacán, Zacatetas   —464→   y Saltillo. Agradeció el Padre Santo el obsequio y con muestras de especial benevolencia bendijo a los respectivos prelados; y luego empezó a hablar de la Virgen de Guadalupe, de las grandes fiestas de la Coronación, de la esperanza que abrigaba de que el Señor derramaría muchos y grandes beneficios sobre toda la Nación, y en fin, añadió, que le había caído en gracia que los obispos de México le pidiesen unos dísticos latinos para la Santa Imagen. Y habiendo oído que los alumnos del Colegio harían una solemne Novena para la fiesta del 12 de diciembre, el Padre Santo les concedió algunas Indulgencias por cada día de la Novena y mayores para el día de la Fiesta.

Con fecha «Roma, enero 6 de 1896», el Ilmo. Sr. Ibarra, obispo de Chilapa, escribía a un amigo en México: «Ayer, 5 de enero, fue recibido en audiencia por el Santo Padre. ¡Con cuánta amabilidad me trató! En la audiencia, el Santo Padre me refirió de memoria los dísticos latinos que mandó, y cuando le dije que habíamos ofrecido por el veintidós millones de obsequios espirituales, me contestó enternecido que a la Santísima Virgen de Guadalupe debía la conservación de su vida, y que siguiéramos rogando por él».

Lo propio repitió el Ilmo. Sr. Ibarra con fecha 24 enero, desde Roma, en una carta que en contestación me escribió: «El Santo Padre me habló mucho de la Santísima Virgen de Guadalupe, y me recitó de memoria los dísticos latinos que le compuso. Dice que a Ella le debe el vivir con salud hasta la fecha a pesar de sus 85 años, y que desea sigamos encomendándole a Ella».

Mucho habría ahora que decir sobre las iluminaciones de la capital y de las otras ciudades de la República en la noche de este día 12 de octubre, y también sobre las Veladas Literarias, Coronas Literarias y Poesías que se imprimieron en esta ocasión. Pero preciso es limitarnos a unas breves, más bien indicaciones, que noticias. Por lo que toca a la iluminación de la capital, baste decir que todo un periódico hostil al catolicismo, El Monitor Republicano, en su número de 13 de octubre tuvo que confesar en su Crónica de la Coronación: «Para concluir debemos hacer notar que las inusitadas manifestaciones que ayer se hicieron en esta capital por muchas familias de nuestra rica sociedad, han excedido con mucho a las que se hacen en las fiestas cívicas». A confesión de parte, relevo de pruebas: sólo mencionaremos que entre las casas ricamente adornadas   —465→   e iluminadas contábanse la del Gobernador del Distrito, del Comandante Militar del Distrito, del Ministro de Hacienda, del Administrador del Timbre, de los Generales del Ejército, etc.

En las otras ciudades de la República, como Puebla de los Ángeles, Guadalajara, San Luis Potosí, Durango, y aun en las villas y en los pueblos, hubo iluminación, adorno de casas y de las calles, y todo enmedio de un verdadero entusiasmo general. Para quien conoce a los mexicanos tan amantes de su Patrona Nacional, no son necesarias minuciosas descripciones.

Tocante a las Veladas Literarias, hubo dos en la capital y muy concurridas. La una con el título de «Velada Histórico-Sagrada», como función inaugural de las suntuosas fiestas de la Coronación, tuvo lugar el sábado 28 de septiembre, por la noche, en presencia del Sr. arzobispo Alarcón y de muchas distinguidas personas. Fue promovida y dispuesta por el Sr. D. Anselmo de C. Enciso, Director del Colegio particular para niños católicos; y tomaron parte los alumnos del Colegio. Lo particular de esta Velada consistió en que, mientras los alumnos recitaban los cantos de las cuatro Apariciones, el Director por medio de la Linterna mágica, ilustraba la declamación de las poesías haciendo aparecer en la cortina las escenas poéticas de las Apariciones con figuras del tamaño natural y movidas con tanto arte, que la ilusión era completa. Y mientras un jovencito recitaba una «Plegaria a María», se corrió la cortina, en que se habían proyectado las vistas, dejando ver un altar profusamente adornado de musgo y flores, de plantas y de luces; y en el centro la Virgen Guadalupana, que entre nubes y rodeada de Ángeles resplandecía llena de gloria. Enmedio de la ovación más entusiasta se tocó el Himno Nacional.

La otra velada literaria, anunciada para la noche del día 14 de octubre, por razones que no hace al caso mencionar se efectuó el 18 del propio mes. Concurrió lo más selecto de la capital y asistieron el Sr. arzobispo de México, y los Sres. obispos de Tabasco, Sinaloa, Tepic y Querétaro. Para decirlo en dos palabras: Esta velada literaria fue muy lucida e imponente bajo todos puntos de vista.

Permítaseme ahora mencionar lo que en este día 12 de octubre hicieron en España unos jóvenes mexicanos, Estudiantes de Filosofía y Teología en el Colegio de Oña. En una de las Salas del Colegio levantaron un rico dosel de cortinas rojas de damasco con   —466→   fondo de armiño, y con una corona real por remate. En el centro colocaron una hermosa Imagen de Guadalupe puesta en un marco dorado: a los pies de la Virgen, enmedio de un curiosísimo dibujo, ideado y trazado por dos mexicanos, entre las armas pontificias resaltaban escritas en hermosas letras góticas, rojas y negras, los dísticos de León XIII a la Virgen de Guadalupe; debajo del dosel sobre una larga cortina roja, que formaba como el pedestal de todo el adorno, se colocaron con orden y simetría sesenta y ocho composiciones en hebreo, griego, latín, castellano, francés, holandés y vascuense, admirándose enmedio de ellas una bien dibujada inscripción latina, en la cual se dedicaban a la Virgen de los mexicanos las poesías y los obsequios de este día. «Dos padres graves, veintitrés Teólogos y diez y ocho Filósofos, de México la mayor parte, y los demás de las Provincias de Castilla y Toledo, de la Compañía de Jesús, fueron los autores de estas poesías». Por la tarde se cantó un himno a Nuestra Señora de Guadalupe, compuesto expresamente para esta fiesta por un entendido joven mexicano, con letra de otro estudiante. Omito los devotos obsequios y fiestas que toda la comunidad, a saber, doscientos religiosos de la Compañía, hicieron a la Patrona de México en la Capilla doméstica, en donde sobre el Altar Mayor, ricamente adornado, campeaba la Santa Imagen, pintada por el hábil mexicano P. Gonzalo Carrasco.

Volviendo ahora a nuestro Santuario en el Tepeyac, continuaron en los días siguientes por todo el mes las funciones, siempre con muchísimo concurso y solemnidad, y con la llegada de nuevos peregrinos. Pues empezó luego el día 13 el Octavario de Misas Pontificales celebradas por otros obispos de la República, predicando en francés a la Colonia francesa, por la tarde, en el Santuario, el Ilmo., Begin, coadjutor del arzobispo de Quebec. Siguieron las funciones muy lucidas de las Órdenes y Congregaciones religiosas, de las Asociaciones, Cofradías y Hermandades y Terceras Órdenes, como queda dicho en el capítulo antecedente.

Por conclusión de este capítulo damos el Acta de la Coronación con la firma de los obispos que a ella asistieron, y el mensaje que fue despachado al Santísimo Padre León XIII, dándole noticias de la Coronación.

El Acta de la Coronación, traducida del Latín al Castellano, es como sigue:

  —467→  

Los infrascritos Prelados testificamos que hoy, día doce de octubre del año de mil ochocientos noventa y cinco, el Ilmo. y Rdmo. Sr. D. Próspero María Alarcón, arzobispo de México, en virtud de la especial delegación Apostólica, que le confirió nuestro Santísimo Padre León XIII, impuso una Corona de oro a la Sagrada Imagen de la Santísima Virgen María de Guadalupe, que se venera en su Iglesia Colegiata la que53 con toda magnificencia a este fin había sido restaurada. En fe de lo cual otorgamos este instrumento y lo suscribimos en unión del mencionado arzobispo de México, y de dos Notarios Públicos.

  • <†> Próspero María, arzobispo de México.
  • <†> José Ignacio, arzobispo de Michoacán.
  • <†> Miguel Agustín, arzobispo de Nueva York.
  • <†> Guillermo Enrique Elder, arzobispo de Cincinnati.
  • <†> F. Janssens, arzobispo de Nueva Orleans.
  • <†> L. N. Begin, arzobispo de Cirene, coadjutor de Quebec.
  • <†> Eulogio, arzobispo de Antequera (Oaxaca).
  • <†> Fr. Francisco, arzobispo de Santiago de Cuba.
  • <†> Jacinto, arzobispo de Linares.
  • <†> Santiago, arzobispo de Durango.
  • <†> Miguel Mariano, obispo de Chiapas.
  • <†> José María de Jesús, obispo de Sinaloa.
  • <†> Perfecto, obispo de Tabasco.
  • <†> Teo. Meerschaert, Ob. de Sidima, Vic. Ap. de Indian Territ.
  • <†> I. N. Lemmens, obispo de Vancouver.
  • <†> Tomás Heslin, obispo de Natchez.
  • <†> Pedro, Ob. de Valona, Vic. Ap. de Brownsville.
  • <†> Ramón, obispo de Chilapa.
  • <†> Juan Ambrosio Watterson, obispo de Columbus.
  • <†> José, obispo de Tehuantepec.
  • <†> Fr. Buenaventura, obispo de Zacatecas.
  • <†> Rafael, obispo de Querétaro.
  • <†> Ignacio, obispo de Tepic.
  • <†> Joaquín Arcadio, obispo de Veracruz.
  • <†> Atenógenes, obispo de Colima.
  • <†> Fortino Hipólito, obispo de Cuernavaca.
  • <†> José María, obispo de Tulancingo.
  • —468→
  • <†> José de Jesús, obispo de Chihuahua.
  • <†> Francisco Melitón, obispo de Puebla de los Ángeles.
  • <†> Santiago, obispo del Saltillo.
  • <†> H. Gabriels, obispo de Ogdensburg.
  • <†> Tomás Sebastiano Byrne, obispo de Nashville.
  • <†> Pedro Bourgade, Ob. de Taumacia, Vic. Ap. de Arizona.
  • <†> Eduardo I. Dunne, obispo de Dallas.
  • <†> Tomás Daniel, obispo de Springfield.
  • <†> José Alejandro, obispo de Panamá.
  • <†> Tomás, obispo de León.
  • <†> Nicolás Luis Gallagher, obispo de Gálveston.

Manuel Monterrubio y Poza, Notario Público.
J. M. Villela, Notario Público.



El mensaje de acción de gracias dirigido al Santísimo Padre León XIII, es como sigue, traducido del latín al castellano:

Los obispos que asistieron a la solemne función, en la cual en nombre y con autoridad de Vuestra Santidad fue coronada la Santísima Virgen de Guadalupe, lo que por ningún transcurso de tiempo quedará olvidado en los fastos mexicanos, antes de regresar a sus Diócesis, cumplen la obligación de dar a Vuestra Santidad un testimonio público y solemne de su acatamiento y total sumisión. Y mientras piden al Señor que le conceda todo bien celestial, se postran a los pies de vuestra Santidad... México y octubre 12 de 1895.



Este mensaje fue firmado por los arzobispos de México, de Oaxaca y de Durango, y por los obispos de Colima, Tehuantepec, Querétaro, Chiapas, Tepic, Tabasco, Chilapa, Veracruz, y otros que se hallaron presentes.







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ArribaAbajoConclusión

Creo haber cumplido lo que prometí en la introducción, a saber, dar un sumario, dispuesto por orden cronológico, de todo lo que pertenece desde el año de 1531 arde 1895 a la Aparición de la Virgen María en México.

Comprendo muy bien que algunos puntos hubieran podido tratarse con más extensión, pero el plan que llevaba adelante de probar la nunca interrumpida y cada día más robustecida Tradición del Portento de las Apariciones, no necesitaba sino noticias ciertas y datos fehacientes de los hechos, sin meterme en amplificarlos con largas descripciones. Pues quise imitar, en cuanto cabe, el estilo y modo de proceder de la Congregación de Ritos en las Causas de Beatificación y Canonización de los Siervos de Dios.

Y mientras considero que esta obrilla, empezada a 25 de marzo de 1890 en el Colegio del Saltillo, interrumpida, sea por causa de enfermedades, sea por tener que enseñar Teología Dogmática, y, después, Derecho Natural en el Colegio Seminario de San Luis Potosí, fue al fin concluida providencialmente después de la solemnidad de la Coronación en 1895, siento en lo íntimo de mi alma un ardiente deseo de pedir a mis lectores que me ayuden a dar gracias al Señor por este beneficio.

Porque, si el Salvador con hospedarse en casa de Marta le dio muestra especial de predilección, lo que expresó San Agustín con aquella sentencia Quod pasci voluit pascenti praestitit: (De Verbis Lucae, Serm. 103, § 2), mucho mayor beneficio se sirvió hacerme con darme auxilio para exponer una de las más tiernas manifestaciones de su Virgen Madre a los hombres, como fueron las Apariciones en el Tepeyac. Y esto es lo que nos enseña la Iglesia cuando al fin de la Salve nos hace rogar: Dignare me laudare Te, Virgo sacrata: dignaos   —470→   que yo os alabe, oh Virgen Sagrada. Por esta razón desde el año de 1882 en que empecé, voy repitiendo en mis opúsculos impresos esta misma sentencia con aquellos dos versos senarios: «Quod laudari a me Virgo Parens voluit, Laudanti elemens famulo suo praestitit».

Y si he de decir verdad, veo que debo confesar no haber cumplido, como era mi deber, este encargo que se me dio, y no tengo más remedio que repetir a la Virgen:

¡Madre mía! ¡Indita mía! Perdóname por haberte servido tan mal!


Sus montes felices
no alabe Judá,
que dicha más grande
logró el Tepeyac:
la misma visita
recibe otro Juan,
y dura tres siglos
y vuelve a empezar.
   Amén. Amén.



L. D. V. Q. T.



  —471→  

ArribaApéndice

Después de la Coronación


Guerra abierta a la Aparición.- Edicto del Concilio Provincial Mexicano.- Funciones en Roma para celebrar el primer centenario del milagro guadalupano acontecido en 1796.



I

No habiendo podido publicarse esta obra al principio del pasado año de 1896 por no estar concluidos los últimos capítulos en que se refieren las Funciones Guadalupanas del año de 1895, término de esta historia, pongo aquí un apéndice en el cual muy sumariamente doy cuenta de lo acontecido después de la Coronación, en el año de 1896.

La guerra que en estos últimos años se iba haciendo por algunos al «Milagro o Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe» (según se expresa la Suprema Congregación Romana), pareció como suspendida conforme se iban aproximando las solemnísimas y nunca vistas Fiestas de la Coronación. Y no fue mucho que los periódicos no protestantes, pero hostiles a la Iglesia, se callasen ante tan imponente manifestación católica, autorizada con la presencia de veintiún obispos mexicanos y de veintidós obispos de otras naciones, cuando los mismos periódicos protestantes de México, por insinuación o expreso encargo del Ministro de Norte América, como se publicó en algunos Diarios, tuvieron que abstenerse de toda oposición a las fiestas nacionales de la Virgen de Guadalupe.

  —472→  

Pero al año siguiente de 1896 la guerra estalló con tanta furia y con ataques tan violentos y repetidos de los periódicos hostiles, que según el parecer de un sabio sacerdote, en nuestros anales no hay memoria de caso parecido.

Empezaron, o más bien continuaron con mayor porfía, esforzándose en sostener que la Corona con que se había aparecido pintada en el tosco sayal la celestial Imagen de la Virgen de los mexicanos, había sido borrada por mano atrevida; y llegó la osadía de alguien hasta designar como autor de tal atentado a un sujeto respetable, que a todas luces es incapaz de perpetrar tamaña indignidad. Y fue providencia admirable de Dios, que no permitió se levantasen estos falsos contra su Ministro sin que al mismo tiempo proporcionara el modo de refutarlos. Pero, supuesto que de este punto se trató al principio de esta Historia, (Lib. I, Cap. V, núm. 1, pág. 88) aquí nos limitamos a hacer la siguiente observación. Los que sostienen la indicada falsedad, caen en una contradicción manifiesta, porque para probar que la Santa Imagen «tuvo una Corona dorada, compuesta de un cerco unos apéndices en forma de puntas o rayos, pintada sobre el lienzo», alegan como testigos a los autores guadalupanos, desde el autor contemporáneo de la relación escrita en lengua mexicana hasta los de este siglo. Y en esto hacen bien, muy bien, pero aquí está la contradicción. Si admiten el testimonio de estos autores como testigos de vista y le prestan entera fe y crédito; ¿por qué no admiten el testimonio de estos mismos autores, como testigos de oídas, cuando unánimemente refieren la Historia de las Apariciones de la Virgen en el Tepeyac, como la habían recibido de sus mayores por una antigua y constante tradición? ¿Es acaso menos sujeto al error el sentido de la vista que el sentido del oído? Se ve, pues, claramente que se contradicen, y que stat pro ra tione voluntas, teniendo por toda razón de admitir o no admitir una cosa no más que el antojo54 o porfiada voluntad.

Otro punto de ataque fue el de escribir contra el Milagro obrado el año de 1796 en una Imagen de la Virgen de Guadalupe venerada en Roma; siendo motivo de estas invectivas el haberse anunciado unas fiestas en México y en Roma para celebrar el centenario de estos prodigios. Al concluir este Apéndice se tratará de esto con alguna extensión.

Pero en donde concentraron todas sus fuerzas y redoblaron sus   —473→   rudos ataques, fue en la publicación de la carta que el Sr. Icazbalceta, por octubre de 1883, escribió al Ilmo. Sr. Labastida, arzobispo de México, contra la Aparición. El primero en publicarla con una Advertencia fue el periódico El Universal en su número de 24 de junio de 1896, con el título siguiente: «Carta acerca del origen de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México, escrita por el eminente Historiógrafo D. Joaquín García Icazbalceta a Ilmo. Sr. arzobispo D. Pelagio Antonio Labastida y Dávalos». Siguieron publicándola otros cuatro o cinco, si no más, periódicos de la capital, con desmedidos elogios del autor y sendos artículos de comentarios de la carta.

No satisfechos con esto, hicieron edición separada de dicha carta, y repartieron profusamente en varias iglesias de la capital un aviso redactado con refinada astucia: pues se decía que: «por orden del Ilmo. Sr. Labastida, de grata memoria, se escribió por D. Joaquín García Icazbalceta un opúsculo, en que se trata de la Aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe, y que este Opúsculo se había impreso y se vendía en todas partes a ínfimo precio».

Ni esto creyó bastante a su insensato plan de guerra encarnizada a la Aparición el Director de un periódico de los más hostiles, porque ocurriósele la estrambótica idea de despachar sus agentes (reporters), a todas las casas y tiendas de la capital, para preguntar a los respectivos dueños y dependientes cuál fuese su parecer sobre la Aparición, y hacer luego la lista de todo por escrito. Como era de suponer, no les salió muy bien a los inquisidores de nuevo cuño esta fiscalización de conciencias; y, lo que es más, el mismo Director, de repente, como un rayo, cayó derribado de su pedestal, reducido a prisión en Belem por denuncia de injurias; de donde por haber desistido de su demanda el acusador y por haber intervenido personas de influencia salió a los dos días para marcharse más que deprisa al extranjero.

La carta del Sr. Icazbalceta no era del todo desconocida al público; porque desde el año de 1890 traducida en mal latín y cambiada la forma de carta en la de disertación, había sido publicada con el título de Exquisitio historica, como ya se dijo, y remitida a la Congregación de Ritos para impedir, si tanto pudiesen, la concesión del Nuevo Oficio en honor de la Virgen de Guadalupe.

Con esto y todo, inmenso fue el escándalo y grande fue la pena   —474→   que causó esta Carta; y a la pena se añadió la indignación cuando de un modo cierto se supo que toda esta gritería descompasada de la prensa hostil tenía por mira intimidar «para que no hablasen de la Aparición de Guadalupe», a los Obispos del Concilio Provincial Mexicano que iba a abrirse el 23 de agosto, fiesta del Purísimo Corazón de María. Entre las manifestaciones de esta pública indignación tienen el primer lugar las solemnes protestas contra la carta del Sr. Icazbalceta, publicadas en la capital y en otras ciudades por los cabildos eclesiásticos y por otros buenos mexicanos. El cabildo de la Insigne Colegiata fue el primero en publicar la Protesta, siguieron los Párrocos de la capital, después otros sacerdotes. Los diarios católicos no dejaron de refutar con varios artículos la carta mencionada.

A decir verdad, ninguna refutación necesitaba la tal carta por haber sido de antemano refutada cuando se publicó con el título de Exquisitio Historica. Pero, a mayor abundamiento y para que los sencillos no pensaran que la carta del Sr. Icazbalceta fuese incontestable, preciso fue remachar el clavo; y a quien siempre dice lo mismo replicarle lo mismo de siempre.

Aquí nos contentamos con mencionar los tres hechos siguientes: Porque, primero, el Sr. Icazbalceta pretende que no hubo Tradición del Milagro, de donde aconteció que las «dudas se convirtieron en certeza de la falsedad del hecho». Pero he aquí que la Sagrada Congregación de Ritos, a pesar de que el Promotor de la Fe esforzara y exagerara las objeciones, tomadas precisamente de la Exquisitio, decretó se insertaran en el Oficio aquellas palabras: uti antigua et constanti traditione mandatur, así como es trasmitido por antigua y constante tradición.

Segundo: el Sr. Icazbalceta en el núm. 69 de su Carta, bastante da a entender su deseo de que no hubiese Oficio ni Misa en honor de la Virgen de Guadalupe, pues, entre las seis preguntas del argumento teológico, en que dice «no me es permitido entrar», pone éstas: «V. S. I. sabrá... si no han corregido muchas veces los Breviarios; y si alguna no se ha prohibido, después de mejor examen, una Misa ya concedida de mucho tiempo atrás». Más claramente, a lo que parece, el Sr. Icazbalceta manifestó estos deseos en unos escritos mandados a Roma; como refirió un amigo del Sr. Icazbalceta en una entrevista (El Universal, 4 septiembre 1896), y estas   —475→   son las palabras y aquí es indispensable que se refiera algo. «Un anciano canónigo de la Villa me dijo una vez: ha estado en la Villa de Guadalupe el Sr. Labastida, quien me dijo que la Congregación de Ritos no concede el nuevo Oficio y Misa que se ha solicitado, en vista de unos escritos que mandaron el Sr. Icazbalceta y Vd.». Lo referido no pudo acontecer sino a fines de 1890 en que llegó a Roma la petición del nuevo Oficio y Misa, o a lo más en enero de 1811, pues el 4 de febrero de este propio año el Ilmo. Sr. Labastida se durmió en el señor. Pero a pesar de tantos empeños en contra, a pesar de los grandes, muy grandes obstáculos que hubo, la Congregación de Ritos aprobó el nuevo Oficio con las Lecciones propias del Segundo Nocturno, en las que por extenso se refiere la Aparición.

Bueno es aquí advertir que si la Congregación de Ritos no aprobó el nuevo Oficio tal como se lo habían propuesto los obispos mexicanos, no fue porque abrigase duda de la realidad de la Aparición, como alguien ha pretendido, sino por defecto de algunas formalidades o trámites judiciales, indispensables en aquel Tribunal iuxta stylum curiae. ¿Cómo podía la Congregación dudar, cuando afirma el hecho de la Aparición en las Lecciones? Sabida es la doctrina de Benedicto XIV, que las Apariciones de la Virgen sirvieron de fundamento para la concesión del Oficio propio: «Beatissimae Virginis Apparitiones fundamentum suppeditasse concessgoni Officii proprii pro quibusdam locis». (De Beatif., Lib. IV, P. 2, c. 4, núm. 3).

Por lo que toca a las seis preguntas del Sr. Icazbalceta, ya desde el año de 1892 se les había dado la debida contestación en El Magisterio de la Iglesia, § XI, pág. 134, al refutar la Exquisitio.

Tercero: el Sr. Icazbalceta ningún caso hace de los escritores guadalupanos, ni de los antiguos documentos relativos a la Aparición; aunque otro autor, nada sospechoso, en 1884, escribía: «respecto de documentos inéditos relativos a la Tradición misma, parece que abundan». (I. M. Altamirano: Paisajes y Leyendas, pág. 258). Pero el Sumo Pontífice León XIII, nada menos que en un documento público, como es la Carta a los arzobispos y obispos de la República Mexicana, (que hemos referido en la pág. 416 de este libro) al anunciarles la confirmación que acababa de dar del nuevo Oficio de la Virgen de Guadalupe, hablando de las Apariciones y del origen admirable de la Santa Imagen, por toda explicación   —476→   se remite precisamente a nuestros Anales: «ut Annales referunt vestri».

No parece exagerado, a mi juicio, afirmar que en realidad de verdad, por lo que toca a la sustancia, estos tres hechos incontestables pueden considerarse como una refutación la más concluyente y la más autorizada de la carta y del dictamen del Sr. Icazbalceta contra las Apariciones.

Y si algo más hubiera que añadir, sería la refutación que él mismo hace, sin advertirlo, de su propia carta, cuando al fin de ella escribe: «En mi juventud, creí, como todos los mexicanos, en la verdad del milagro». Conque: ¡todos los mexicanos creen en la verdad del milagro; y él no cree; él, y él solo contra todos! Sea lo que fuere, hay que esperar que el Señor en su misericordia llamara así al Sr. Icazbalceta, (26 Nov. de 1894) en el acto de volver a creer como todos los mexicanos en la verdad del milagro. Investigables son los caminos del Señor en la salvación de las almas; y sus misericordias sobre todas sus obras, et miserationes eius super omnia opera eius. (Ps. 144, v. 9).




II

Ahora viene lo más triste y doloroso: aunque algún consuelo habrá en lo que después se siguió y vamos a exponer.

Pero antes de referir lo que aconteció, preciso es tener presente lo que se dijo en el cap. XVI de este segundo Libro. (Págs. 307-311). En dos palabras: el 10 de agosto de 1888 el Ilmo. Sr. D. Eduardo Sánchez, obispo de Tamaulipas, hizo publicar una circular y en ella la carta que acababa de recibir en el mismo día, del cardenal Secretario de la Suprema Congregación de la Inquisición; el cual le comunicaba que los Eminentísimos Cardenales Inquisidores habían55 reprendido gravísimamente su modo de obrar y de hablar contra el Milagro o Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe. Inmediatamente su Ilma. añadió que «él también reprendía y reprende gravísimamente este su modo de obrar y hablar contra el milagro o Apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe; y que revocaba, anulaba y rompía todos sus escritos contra el Milagro o Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe».

  —477→  

Poco después en el mismo año de 1888 el Ilmo. Sr. Dr. D. Crescencio Carrillo, y Ancona obispo de Mérida, Yucatán, publicó un opúsculo intitulado: «Carta de actualidad sobre el Milagro de la Aparición Guadalupana en 1531». En esta carta su Ilma. demostró que «la resolución romana (o como la llamó después la Civiltá Cattolica, la decisione di Roma) no fue tan solamente como la reprensión de una imprudencia accidental del Prelado aludido; sino que directa y exclusivamente constituye el único asunto y motivo de la reprensión el haber pretendido oponerse a la milagrosa Aparición el Sr. obispo de Tamaulipas56».

Envió el Ilmo. Sr. Carrillo algunos ejemplares de este Opúsculo al Sr. Icazbalceta «como a uno, escribe, de mis mejores y más queridos amigos; y aun le supliqué me diera su opinión».

Cuál fuese la contestación del Sr. Icazbalceta, nos lo dice el mismo Ilmo. Sr. Carrillo en la carta que escribió al Ilmo. Sr. arzobispo de México, Dr. D. Próspero María Alarcón, con fecha «Mérida de Yucatán, agosto 12 de 1896»; de donde tomamos estas noticias. Con fecha, pues, «México, diciembre 29 de 1888», el Sr. Icazbalceta, por lo que toca a nuestro asunto, decía:

«A semejanza del corresponsal, creía yo que la reprensión se refería al modo de obrar y hablar y no a la esencia misma del negocio. Mas V. S. I. afirma, y esto me basta para creerlo, que es asunto concluido, porque Roma loquuta, causa finita, y siendo así, no me sería ya lícito explayarme en consideraciones puramente históricas. En dos terrenos puede considerarse este negocio, en el teológico y en el histórico. El primero me está vedado por mi notoria incompetencia;   —478→   y si está declarado por quien puede que el hecho es cierto, no podemos entrar los simples fieles en el otro...». Añade el Ilmo. Sr. Carrillo: «Nótase a primera vista cómo se trasparenta en esta carta el espíritu contrariado del anti-aparicionista; pero aquilatándose más precisamente por lo mismo, el mérito de la humildad cristiana, con que fiel y rendidamente se inclina y cede...».

Lo que por nuestra parte no podemos menos de notar es que el Sr. Icazbalceta repite en la contestación al Ilmo. Sr. Carrillo el mismo error que había puesto en la carta de 1883 al Ilmo. Sr. Labastida. Los dos terrenos, el histórico y el teológico en que puede considerarse este negocio, como dice en 1888, no son más que el aspecto teológico y el aspecto histórico, bajo los cuales puede considerarse la Aparición, como escribía en 1883. Pues bien; el aspecto teológico y el aspecto histórico no son dos sujetos o dos hechos, sino dos modos, dos propiedades o puntos de vista bajo los cuales se considera un solo y mismo sujeto o hecho. Y empezar la consideración bajo el aspecto histórico con negar la existencia del mismo hecho o del mismo sujeto, no cabe en buena ley de crítica, como ya se dijo en la pág. 135 de «El Magisterio de la Iglesia».

Volviendo a nuestro asunto, luego que se publicó la carta del Ilmo. Sr. Carrillo al Ilmo. Sr. Alarcón, empezaron los periódicos hostiles a impugnar con no poca violencia, lo que en ella se asentaba, a saber: «por la carta del Sr. Icazbalceta de 1888 quedaba desvirtuada la carta de 1883». En el periódico arriba citado El Universal, el amigo del Sr. Icazbalceta decía en la entrevista mencionada: «Sepa que aquí estuvo una mañana el Sr. García Icazbalceta, me enseñó el trabajo del Sr. Carrillo y me dijo: -Tengo que escribirle al Sr. obispo de Yucatán. V. sabe cuáles son mis creencias en este respecto, pero fuera grosería de mi parte que conociendo sus creencias, se las refutara. Contestaré, pues, lo que la buena educación exige. -Entiendo que con esto queda desvirtuada la tan repetida retractación. Es más: he hablado con el Sr. Icazbalceta una o dos días antes de que se muriera, y rodando la conversación sobre nuestras creencias anti-aparicionistas, hubo de sostener lo mismo que había expresado en la carta de 1883. Y esto que sucedió conmigo, sucedió con otras muchas personas».

Pero; lo que más contristó a todos los buenos mexicanos y extranjeros, fue la carta que con fecha «El Olvido», Ciudad Victoria,   —479→   agosto 23 de 1896, el Ilmo. señor obispo de Tamaulipas escribió a los Editores de El Universal, y puede leerse en el núm. de 2 de septiembre de 1896, de este periódico.

Con esta malhadada carta el Ilmo. Sr. Sánchez destruyó lo que había hecho en 1888 y se pasó al campo enemigo. Roguemos al Señor por él y humillémonos, porque si el Señor no nos tiene de su mano, somos capaces de cometer peores y peores barbaridades.

En esta carta empieza el Ilmo. Sr. Sánchez por defender al Sr. Icazbalceta, por la carta de 1883 al Sr. arzobispo Labastida. Impugna al Ilmo. Sr. Carrillo, diciéndole que el Sr. Icazbalceta no hizo retractación ninguna, porque «todo lo que dice allí (en la carta de 1888), es condicional, y prueba sólo la cortesía del autor, diciendo claramente que el punto histórico lo deja en su lugar...». Después pasa a explicar por extenso en qué sentido se sometió a la reprensión de la Suprema Congregación Romana. He aquí sus palabras.

«Al exigirme la Inquisición Romana que me retractara o quitara el escándalo que había dado, como me lo dijo la Inquisición, tenía, que o renunciar al Obispado que también me lo aconsejó la Inquisición, y entonces habría aparecido como un exaltado rebelde que prefería mi juicio a todo otro; o formar un cisma con estos católicos, y eso no era decente y habría sido una verdadera usurpación de ajena autoridad; o retractarme de mi modo de obrar y hablar contra el Milagro o Apariciones del Tepeyac, como lo hice, mientras se veían mejor las cosas, y quedando libre para pensar al opinar como me pareciera en ese mismo punto de la Aparición». Más adelante repite: «mi llamada retractación no comprometió mi modo de pensar que siempre ha sido y es el mismo...».

No seguiremos registrando los pasos que el Ilmo. Sr. Sánchez siguió dando hasta retirarse a su rancho «El Olvido», en la misma Diócesis de Tamaulipas. Al presente hay otro Obispo propio, nombrado por León XIII.

Enmedio de esta tormenta, los obispos del Concilio Provincial Mexicano, reunido en la capital desde el 23 de agosto, a principios del siguiente mes, determinaron levantar la voz con un Edicto que firmaron el 10 de septiembre no solamente los Padres del Concilio, sino también otros Obispos que se hallaban a la fecha en la misma capital.

  —480→  

Damos por entero este importantísimo Documento que hirió de muerte las publicaciones hostiles y reanimó a los afligidos mexicanos.

Edicto de los V. Prelados del Concilio Provincial mexicano.

El arzobispo de México y los obispos reunidos en la metrópoli, con motivo del Concilio Provincial mexicano:

Juzgando un deber de nuestro pastoral ministerio el tranquilizar las conciencias que hayan podido perturbarse con las publicaciones hechas últimamente acerca de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, de común acuerdo declaramos:

Que la maravillosa Aparición, sin ser dogma de fe57 como pudiera interpretarse por la sencilla devoción de algunas almas piadosas, es una tradición antigua, constante y universal en la nación mexicana, revestida de tales caracteres y apoyada en tales fundamentos, que no sólo autorizan a cualquier católico para creerla, sino que ni aun le permiten contradecirla sin mayor o menor temeridad.

Para un católico, el criterio de los Pastores mexicanos que han transmitido este hecho por más de tres siglos, es de gravísimo peso   —481→   y por consiguiente, ponerlo en duda, sería hacer una gran injuria a la integridad, ciencia y virtud respetabilísimas de tan venerables Prelados.

  —482→  

El Soberano Pontífice Benedicto XIV, que ha autorizado el culto de María Santísima bajo el título de Guadalupe, permitiendo se le jurase por Patrona de México; el insigne León XIII, que concedió se coronase solemnemente la Sagrada Imagen y aprobó el Oficio nuevo que narra el milagro de la Aparición conforme a sus antiguas tradiciones, corroboran la piadosa creencia en que hemos vivido, y excitan, además, nuestra piedad, para dar a la augusta Madre de Dios testimonios de nuestro agradecimiento por los singulares beneficios con que ha distinguido a la Nación.

Tal es el sólido fundamento en que descansa nuestra piadosa creencia en la Aparición Guadalupana y la razón porque os exhortamos a permanecer tranquilos en ella, sin inquietaros con vanas discusiones que ningún provecho os traen y que podrán perturbar las conciencias.

Guardad, pues, las tradiciones que habéis recibido de vuestros mayores, y queden indelebles en vuestra memoria las palabras que mandó escribir el Eminentísimo Sr. Lorenzana, relativas al primer venerable arzobispo de México, Sr. Zumárraga: «Premió el cielo sus apostólicos afanes y visitas de su Diócesis, que solía hacer a pie, apareciéndosele la Portentosa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en 12 de diciembre de 1531, favor que abrasó su corazón en incendios de ternura, y explicó en obsequios reverentes a tan sagrada Reina, dando principio, a sus expensas, a la fábrica de su primera Ermita, para desahogar en ella su pecho y los de   —483→   sus fieles, agradecidos súbditos, en incesantes cultos». (Serie de los Ilmos. señores Obispos).

En espíritu de expiación por las recientes publicaciones que han puesto en alarma las conciencias, mandamos que el próximo día 12 de octubre, primer aniversario de la Coronación, se celebre con solemnidad en nuestras Iglesias Catedrales, en la Insigne Colegiata y en las demás Iglesias de nuestras Diócesis, promoviendo principalmente la recepción de los sacramentos, ejercicios piadosos y obras de penitencia.

Este Edicto, se leerá inter Missarum solemnia el domingo siguiente al día en que se reciba en todas las Iglesias de nuestras Diócesis. «Dado en México a 10 de septiembre de 1896.

Próspero María, arzobispo de México.- <†> Ramón, obispo de Chilapa.- <†> José María, obispo de Tulancingo.- <†> Fortino Hipólito, obispo de Cuernavaca.- <†> Joaquín Arcadio, obispo de Veracruz.- <†> I., obispo de San Luis Potosí.- <†> Perfecto, obispo de Tabasco.- Por el Ilmo. y Rvmo. Sr. obispo de Puebla, Dr. D. Francisco Melitón Vargas: Su Procurador especial para el Concilio, Vito Modesto Barreda.- <†> Fray Buenaventura, obispo de Zacatecas.- <†> Francisco, obispo de Campeche.

Por mandato de los RR. PP. del Sínodo: Leopoldo Ruiz, Secretario del Concilio.



Todos los otros obispos de la nación y con ellos el Administrador Apostólico de la Diócesis de Tamaulipas, publicaron en sus Cartas Pastorales el Edicto del Concilio Provincial Mexicano, y según las particulares circunstancias de las diócesis respectivas determinaron el modo con que se debería hacer el 12 de octubre el Acto de reparación a Dios y a su Madre por las ofensas cometidas en las recientes publicaciones.

Y aquí tenemos al Episcopado Mexicano que unánime repite en 1896 lo que había afirmado en 1887 acerca de las Apariciones, en la Protesta que cada uno firmó de su puño y letra, como se dijo en la pág. 309 de este Libro. Y para que todos los fieles tuviesen conocimiento de tan importante Documento, los del Círculo Católico en México, costearon una Edición de trece mil ejemplares del Edicto Conciliar, y no bastando éstos, costearon otra Edición. Lo mismo hicieron los de la Sociedad Católica en Puebla de los Ángeles;   —484→   y estos ejemplares remitidos a todas las parroquias de las Diócesis excitaron en toda la República mayor devoción a su Patrona Nacional.

De aquí provino que con verdadero entusiasmo popular y acendrado fervor correspondieron todos los fieles de la República a las invitaciones de sus respectivos Pastores. En todas las iglesias no solamente de la capital, sino de todas las otras ciudades y villas, el día 12 de octubre se celebraron solemnísimas Fiestas en honor de la Patrona y Madre de los mexicanos. Hubo numerosas Comuniones generales, Misas solemnes, Sermones y públicas Plegarias en los Templos; fuera de ellos, luminarias, adorno de las casas, bandas de música que recorrían las calles y otras señales de públicos regocijos.

Los Diarios Católicos por estos días a menudo iban registrando bajo el título de «Ecos del Aniversario de la Coronación», las noticias de las fiestas que en las ciudades de la República se habían hecho.

Por decir algo en particular de lo que hubo en la capital, baste saber que el mismo periódico hostil El Monitor Republicano, hablando de las iluminaciones del día 11 de octubre tuvo que escribir: «Muchas, muchísimas casas de familias de significación en esta ciudad fueron adornadas. En nuestras principales avenidas se hacían notables las casas que carecían de adorno. Hay que confesar esto, y hay que confesar que el adorno fue espontáneo y que anoche se anunciaba una grande iluminación como pocas veces se ha visto». Y también el periódico protestante The Mexican Herald, concluye la descripción de estas fiestas con las palabras siguientes: «Las creencias tradicionales y caras al corazón no se destruyen con balas de papel, ni con la flecha de los Partos».

Los padres del Concilio Provincial Mexicano habiendo determinado celebrar su Tercera Sesión Solemne el mismo día 12 de octubre, Primer Aniversario de la Coronación de la Santa Imagen, y en el Santuario de Guadalupe, los fieles tuvieron que anticipar un día la ejecución de sus manifestaciones religiosas en honor de la Patrona Nacional.

Por tanto, el domingo 11 de octubre, hubo dos grandes peregrinaciones al Santuario, de las cuales damos no más que unos apuntes, remitiéndonos para los pormenores a lo que publicaron los Diarios de la capital.

  —485→  

La primera peregrinación, promovida por la Asociación del Apostolado de la Cruz, fue de «más de siete mil niños y como de mil adultos» según la expresión de un Diario. Por más que se quiera, decir exagerado este número de niños, una persona entendida y muy exacta escribió: «Puede asegurarse que sin exageración fueron más de cinco mil niños: los periódicos dicen seis mil...». Colocados los niños y niñas en la nave del centro oyeron la Misa rezada que celebró el Ilmo. Sr. arzobispo de México; de cuyas manos recibieron la Sagrada Comunión todos los que habían sido previamente preparados. Tierna y conmovedora escena fue ver al anciano prelado distribuir como amoroso padre a sus pequeñuelos el Pan de los Ángeles.

La segunda peregrinación fue la de las Asociaciones del Apostolado de la Oración y de la Archicofradía del Corazón de María. Oigamos al Universal describir esta función. «El domingo último (así en su número de 14 de octubre), partieron en peregrinación del Templo de San Hipólito las Asociaciones del Apostolado de la Oración y de la Archicofradía del Corazón de María, presididas por el director Sr. D. José Puig y Prat. En cincuenta vagones de los ferrocarriles del distrito marcharon a la Villa las mil y doscientas personas de la Comitiva. La entrada solemne de los peregrinos a la Colegiata se verificó con todo orden. Iban a la cabeza los Estandartes del Apostolado y de la Archicofradía, seguía un grupo de niños y niñas llevando hermosas coronas; después las señoras en filas de seis, tres del Apostolado con tres de la Archicofradía. Se cantó una Misa y ocupó la Cátedra Sagrada el Misionero Sr. D. Mariano Ballesteros. Cercanas las doce del día terminó la ceremonia religiosa, regresando la peregrinación a México en el mismo orden que salieron. Grande fue la afluencia de personas en ese día a la Colegiata, y mucha la animación que se observó en el camino que conduce a la Villa de Guadalupe...».

Si grande fue la afluencia de personas a la Colegiata el día 11, lo fue mucho más la que hubo al día siguiente, lunes 12 de octubre, Primer Aniversario de la Solemne Coronación, y día destinado para la celebración de la Tercera Sesión Solemne del Concilio Provincial Mexicano. Aun de las ciudades cercanas y en no corto número concurrieron al Santuario para unir sus oraciones con las de tantos prelados delante de la Taumaturga y celestial Imagen.

  —486→  

No describimos el imponente y majestuoso conjunto de ceremonias de esta Sesión Conciliar; sólo decimos que asistieron nueve Obispos; el Cabildo de la Metropolitana y el de la Colegiata con todos los del Concilio. Los Obispos fueron: el Metropolitano con sus obispos Sufragáneos de Chilapa, Puebla, Cuernavaca, Tulancingo y Veracruz; y los obispos de Tabasco, Sonora, Sinaloa y Campeche, que se hallaban en estos días en la capital. El Ilmo. Sr. Arzobispo celebró la Misa Pontifical, y el Ilmo. Sr. Ibarra predicó un elocuente y erudito sermón en honor de la Virgen aparecida allí en el Tepeyac.

Como por conclusión de las Fiestas del Aniversario primero de la Coronación, hubo una Velada Literaria según la siguiente Invitación que fue distribuida:

El arzobispo de México suplica a Vd. se digne asistir a la Velada Literaria que en honor de la Santísima Virgen de Guadalupe y para celebrar el primer Aniversario de la Coronación, tendrá lugar en el Instituto Científico de México (Ribera de San Cosme núm. 17) el sábado 31 del presente a las 7 p. m. México, octubre de 1896.



Aquí también preciso es renunciar a toda descripción, por exigirlo así el plan de este Apéndice: baste decir que trasformado en salón con riquísimos adornos el amplísimo patio del Instituto, la concurrencia fue numerosa y de lo más selecto de la capital, y la Velada Literaria salió lucida y brillante bajo todos aspectos.




III

Como ya se indicó al principio de este Apéndice, en el mes de julio de 1896 se cumplieron cien años desde que en Roma obró Dios muchos prodigios en las Imágenes, especialmente de la Santísima Virgen; y entre ellas hubo la de nuestra Patrona y Madre «Santa María Virgen de Guadalupe», venerada en la Iglesia de San Nicolás in carcere Tulliano. De este prodigio se dio una relación bastante extensa en esta Historia. (Lib. II) c. 13, pág. 217).

El milagro consistió en que desde el 15 hasta el 31 de julio a la vista de millares y millares de fieles la Imagen de la Virgen de los   —487→   mexicanos abrió y movió los ojos, como persona viva, pero con circunstancias tan conmovedoras, que parecía una verdadera madre que mira con compasión y ternura a sus hijos y levanta al cielo sus ojos para pedir favor y protección por ellos. Así deponen los testigos en número de ochenta y seis en el proceso que se sustanció.

Tanto en Roma, como en México, se juzgó muy justo y conveniente celebrar solemnemente el Centenario de tan faustos acontecimientos; y de lo que escribió el periódico romano La Civiltá Cattolica, en los cuadernos 1107, 1115 y 1117, y de cartas particulares recibidas de Roma vamos a dar el resumen siguiente.

En Roma, la benemérita Asociación Católica que lleva el nombre de «Circolo della Immacolata», fue la que tomó el empeño de celebrar el centenario de los prodigios. Estos empezaron el 9 de julio de 1796 y continuaron hasta principios de enero del siguiente año de 1797, y las Imágenes, cuyos prodigios fueron comprobados en el Proceso que se sustanció, fueron veintidós, veneradas en varias Iglesias y aun en algunas calles públicas y casas piadosas de Roma. Para proceder, pues, con orden en la celebración de estas funciones, se acordó que se diera principio a ellas el 5 de julio en la Basílica de Santa María Mayor y se continuasen en los días siguientes en las Iglesias designadas, hasta el día 13 de diciembre, en que se concluirían con solemnísimo Te Deum en la Iglesia del Santísimo Nombre de Jesús, antiguo templo de la Profesa.

Consistían estas Funciones en Novenas o Triduos de Deprecaciones, en Sermones, y en la frecuencia de Sacramentos: todo ejecutado con buena música y canto y con adornos más o menos suntuosos de los templos. Pero en la Basílica de Santa María Mayor hubo esto de particular, que enmedio de un crecido concurso de fieles todas las Asociaciones Católicas dieron principio a las funciones del Centenario con una Procesión de penitencia en el interior del vasto Templo Liberiano.

Para excitar todavía más el fervor de los fieles y propagar el conocimiento de los prodigios que hace un siglo habían acontecido, el benemérito Círculo de la Inmaculada compuso y dio a la imprenta un Opúsculo muy a propósito con el título: Centenario de los prodigios de María Santísima acontecidos en Roma en 1796. Compendio de las Memorias compiladas por el Pbro. Juan Marchetti,   —488→   con adiciones históricas, publicado por el Círculo de la Inmaculada. En este compendio se reproduce por entero el Discurso Preliminar del P. Marchetti; y según el juicio de los escritores de la Civiltá Cattolica, este discurso «aun en nuestros tiempos es un modelo de crítica histórica a toda prueba».

Por lo que toca a las relaciones de los prodigios, sacadas de los procesos instruidos, los escritores mencionados afirman que «el milagro está demostrado con tal evidencia que ningún hombre razonable y aun ningún crítico, por más severo que sea, tendría nada que oponer; pues es un milagro demostrado según todos los criterios científicos e históricos. De los millares de personas que vieron el hecho fueron escogidas como testigos ochenta y seis de varias clases y profesiones... Esto de que algunos pocos no vieron el prodigio, mientras ochenta y seis juraron haberlo visto, no creemos que pueda destruir la aserción de éstos que lo vieron. Porque el ser visto y el no ser visto puede acontecer en los hechos sobrenaturales, aun puesta la paridad de las circunstancias en los observadores, antes bien esto es una confirmación de lo sobrenatural que es el hecho. Y tenemos ejemplos en la Sagrada Escritura: como en el hecho de San Pablo (Act. 9, 5), y en el hecho de la voz oída del cielo. (Jo. 12, 28). Cuaderno 1115, diciembre 5 de 1896, pág. 56958.

  —489→  

En los textos citados se refiere que estando Saulo ya cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo, y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo contestó: ¿quién eres, Señor? Y Él: Yo soy Jesús a quien tú persigues, etc.». Pero los hombres que acompañaban a Saulo quedaron atónitos, oyendo bien la voz de Saulo, mas sin oír la del que con él hablaba, ni verle. Que así deba entenderse este pasaje, nos lo enseña el mismo San Pablo, el cual estando en Jerusalem refirió este hecho, diciendo expresamente: «Y los que estaban conmigo vieron en verdad la luz, mas no oyeron la voz del que hablaba conmigo». (Act. 22, 9). En el Evangelio de San Juan leemos que hablando un día el Salvador a las turbas rogó a su Padre: «¡Padre! glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo que dijo: Ya lo he glorificado y otra vez le glorificaré. Las gentes que estaban allí, cuando oyeron la voz, decían que había sido un trueno; otros decían, un ángel le ha hablado». En estos dos hechos sobrenaturales el lector habrá notado que, aun puesta la paridad de las circunstancias en los que estaban presentes, en el primer hecho no oyeron la voz sobrenatural, y en el segundo hecho la oyeron, por disponerlo así Dios que es el inmediato autor de los milagros.

En fuerza de estos hechos y atendido el Decreto del Eminentísimo Cardenal Vicario, el cual el 28 de febrero de 1797 declaró y «decretó que la verdad del sobredicho movimiento de los ojos, acontecido en las sobredichas Sagradas Imágenes había sido plenamente comprobada y demostrada», el Sumo Pontífice Pío VI, con Indulto Apostólico de 24 de junio de 1797, concedió para el día 9 de julio en que empezaron los prodigios, el Oficio y Misa en honor   —490→   de la Santísima Virgen, bajo el título de la Santísíma Virgen de los Prodigios, como traducen los mencionados escritores las palabras: Prodigiorum B. M. V.

Ahora algo de particular sobre las Funciones Guadalupanas del Centenario. El Ilmo. Sr. Dr. D. Rafael S. Camacho, obispo de Querétaro, a principios de mayo remitió a los Obispos de la Nación una atenta carta, en que les suplicaba se sirviesen excitar a sus diocesanos para celebrar en el próximo mes de julio el centenario del milagro obrado en Roma en una Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, y al mismo tiempo remitió no pocos ejemplares de la Relación de estos prodigios, tomada del Opúsculo «El Magisterio de la Iglesia y la Virgen del Tepeyac».

Por lo que toca a su Diócesis, el Ilmo. Sr. Camacho dispuso que la peregrinación anual diocesana que se hacía al Santuario el día 2 de julio, en este año se hiciera para el día 15 del propio mes, en que empezaron en Roma los prodigios de la Virgen Guadalupana.

Con la peregrinación queretana llegaron al Santuario otros muchos de la capital y de sus cercanías; y el día 16 de julio el obispo de Querétaro celebró la Misa Pontifical, a la cual asistieron algunos otros Obispos que habían llegado a México para el próximo Concilio Provincial. Y puede considerarse como sello del Centenario celebrado en México, el que el Ilmo. Sr. D. Nicolás Averardi, arzobispo titular de Tarso y visitador apostólico de México, con fecha «Tacuba, julio 28 de 1896», concedió cien días de Indulgencias a los fieles de toda la República que recen devotamente un Ave María y la siguiente Jaculatoria: «Santa María de Guadalupe, ruega por nosotros».

Casi al mismo tiempo que el obispo de Querétaro había escrito a los obispos de la República, es decir, en mayo, éstos recibieron de Roma una carta que les escribió la Comisión que se había formado en el Colegio Pío Latino Americano para celebrar en la Iglesia de San Nicolás in carcere la solemnidad del Centenario de los Prodigios Guadalupanos. El presbítero mexicano Alberto García Lizalde,   —491→   Presidente de la Comisión, en su carta de «Roma, 1.º de mayo de 1896, pedía a los prelados mexicanos le ayudasen remitiéndole algunas limosnas para que la función en honor de la Patrona Nacional fuese digna así de la nación, como de la Capital del Orbe Católico. Y como lo había hecho el obispo de Querétaro, la Comisión remitió a los Obispos junto con la carta buen número de ejemplares de la Relación del milagro. Parece que muy gustosos correspondieron nuestros Obispos a tan plausible petición, y el de Querétaro por su parte escribió luego a su Agente en Roma que en su nombre pusiese cien pesos en manos de la Comisión.

Según lo acordado con el «Círculo de la Inmaculada», y como se había prevenido en la «Invitación Sagrada» publicada de antemano y fijada en las puertas de las Iglesias de Roma, las Funciones Mexicanas en la Iglesia de San Nicolás in carcere fueron las siguientes:

Triduo solemnísimo en los días 8, 9 y 10 de diciembre. Por la mañana a las diez Misa solemne celebrada por un Prelado de la Corte Pontificia; por la tarde rezo del Santo Rosario, Sermón predicado por uno de los más reputados oradores, Letanías y bendición con el Santísimo Sacramento.

El día 11 por la tarde primeras Vísperas solemnes, celebradas por Mgr. Francisco Cassetta, Patriarca Titular de Antioquía y Vicegerente del Cardenal Vicario, y acompasadas con música ejecutada por los principales Maestros de Capilla.

El día 12 a las siete de la mañana, Misa y Comunión general distribuida por el Emmo. Cardenal Vicario; a las diez, Misa solemne de Pontifical celebrada por Mgr. Félix de Neckers, arzobispo titular de Melitene. Por la tarde, Rosario, Sermón, Letanías, Te Deum solemnísimo y bendición con el Santísimo Sacramento, dada por el Emmo. cardenal Macchi. Excusado es decir que fueron muy concurridas estas Funciones por los romanos muy devotos de la Virgen de los mexicanos, los alumnos del Colegio Pío Latino Americano, y entre ellos los veintidós, sino más mexicanos, corrieron con las funciones de asistencia y ceremonias sagradas. El Santísimo Padre León XIII había concedido Indulgencia Plenaria a todos los que confesados y comulgados visitasen la prodigiosa Imagen el día 12; y las Indulgencias parciales de siete años por cada visita durante el Triduo en dicho Templo.

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En fin, el 13 de diciembre, por la tarde, en la Iglesia de la Profesa de la Compañía de Jesús, el Emmo. Cardenal Vicario puso fin a las fiestas del Centenario con un solemnísimo Te Deum y con la Bendición del Santísimo Sacramento. Tomaron parte todas las Asociaciones Católicas, y doscientos jóvenes, representantes de estas Asociaciones, con gruesos cirios en la mano, rodearon el Altar, durante el canto del Te Deum y del Tantum ergo.

¡Que el Salvador, según los deseos de su Vicario y nuestro Padre León XIII «derrame pronto y en gran copia los dones del eficacísimo patrocinio de su piadosísima Madre bajo el título de Guadalupe, sobre todas las clases de la Nación Mexicana!»

A. M. D. G.