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ArribaAbajoCapítulo XX

El nuevo Oficio de la Virgen de Guadalupe


Propuesta de los obispos mexicanos a la Congregación de Ritos.- Objeciones del promotor de la fe.- Decreto de aprobación del oficio y encíclica de León XIII a los obispos mexicanos.



I

El P. Juan Francisco López de la Compañía de Jesús, Procurador de la Nación mexicana en Roma para conseguir de la Sede Apostólica la confirmación del Patronato Nacional de la Virgen de Guadalupe, y la aprobación del Oficio y Misa propia; al fin de la Súplica que elevó a Benedicto XIV y que después fue insertada en la Bula que se expidió, pedía entre otras cosas: «Que Vuestra Santidad tenga a bien de aprobar el Oficio y Misa Propia, en que todo está dispuesto de manera que parece pertenecer exclusivamente a nuestro Santuario, añadiendo al fin de la sexta Lección una breve noticia de la Aparición de la Santa Imagen y de la elección de la Virgen de Guadalupe por Patrona Principal de la Nación».

Como se dijo en el Capítulo V de este segundo Libro, todo felizmente lo consiguió el P. López, pues en la adición a la sexta Lección se menciona en breves palabras toda la substancia del hecho milagroso: a saber, la Aparición de la Virgen a Juan Diego, su voluntad de que se le construya un templo allí en el Tepeyac, y la Aparición de la Santa Imagen milagrosamente pintada en la tilma del mismo Juan Diego en presencia del obispo Zumárraga.

Si esta Adición se considera junto con todo el Oficio y Misa y   —391→   con las solemnes palabras con que Benedicto XIV aprobó dicho rezo litúrgico, no cabe duda de que la Sede Apostólica reconoció y aprobó la Aparición, que es el objeto propio e inmediato del culto de la Virgen de Guadalupe. Pues, como más de una vez tenemos dicho, enseña el mismo Sumo Pontífice, que las Apariciones de la Santísima Virgen María sirvieron de fundamento para la concesión de la fiesta. Y de haber concedido tal fiesta en honor de la Virgen de los Mexicanos se deduce que reconoció tal fundamento. Mucho más si se considera que Benedicto XIV insertó en su Bula la extensa relación que el P. López le había hecho de las Apariciones, y que precisamente, en vista de lo que se contenía en la tal Súplica, el Soberano Pontífice, con autoridad Apostólica, dio su aprobación.

Deseábase, sin embargo, en las Lecciones del segundo Nocturno, una relación más explícita del Milagro; y esto lo deseaban los Obispos, no tanto por las Lecciones en sí, cuanto como una nueva confirmación que en esta ocasión daría la Sede Apostólica de la verdad de las Apariciones. De este modo se confundirían algunos insensatos opositores modernos del Milagro, los cuales habían tenido la osadía de imprimir que tal vez Roma, volviendo sobre el asunto, negaría lo que antes había concedido. Así lo expresaba el anónimo autor de la Exquisitio Histórica, en la página 60, en donde pregunta: «si muchas veces fueron enmendados los Oficios puestos en el Breviario; si después de mejor estudio (post meliorem stadium) fue después prohibida una misa que mucho antes había sido aprobada». (Aquel latinajo: post meliorem studium, es el colmo de los barbarismos, y de las barbaridades).

Dos sacerdotes, canónigo de la Metropolitana de Guadalajara el uno, y perteneciente a la Compañía de Jesús el otro, compusieron, cada uno de por sí, un nuevo Oficio y Misa con las Lecciones propias del segundo Nocturno en honor de la Virgen de Guadalupe. En el año de 1890 se reunieron en México algunos Prelados para celebrar el Jubileo Sacerdotal del Ilmo. Sr. arzobispo D. Pelagio Antonio Labastida; y en esta ocasión, habiendo examinado los dos Oficios, acordaron remitir los dos a Roma a un Maestro de Ceremonias, de los que intervienen en la Congregación de Ritos, para que dijera de cuál de los dos Oficios sería más fácil conseguirse la aprobación de la Congregación, o bien que de los dos hiciera uno para presentarlo a la aprobación.

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El Maestro de Ceremonias de los dos hizo un nuevo Oficio, y fue el que los tres Arzobispos, que por entonces había en México, presentaron a la Congregación con la Súplica siguiente, traducida del latín al castellano.

«Beatísimo Padre: Los Arzobispos de la Nación Mexicana, abajo firmados, por sí y en nombre de sus Sufragáneos, cuyo parecer y consentimiento pidieron, exponen humildemente a Vuestra Santidad: que el Papa Benedicto XIV, de santa memoria, se sirvió declarar e instituir como Patrona Principal de la mencionada Nación a la Beatísima Virgen María bajo el Título y Advocación de Guadalupe, cuya Imagen milagrosamente pintada en un tosco lienzo, (como nos enseña la veneranda y constante tradición) se guarda y venera en la Iglesia Colegiata, cerca de la ciudad de México; y al mismo tiempo concedió el Rezo del Oficio y Misa propia con Octava el día 12 de diciembre en todas nuestras Diócesis. Pero, como desde aquel tiempo hasta el presente se ha manifestado más firme la sobredicha tradición, más clara la verdad de los milagros, más espléndido el culto en todas partes y más ardiente la devoción de los fieles a esta Celestial y amantísima Patrona, juzgan los subscritos Arzobispos que es muy conveniente un nuevo Oficio que mejor responda a este culto especial y a esta grande devoción. Pedimos por tanto encarecidamente a Vuestra Santidad se sirva conceder a Nos y a todo el Clero mexicano el Rezo del Oficio, cuya copia presentamos. Con esto, Beatísimo Padre, a las alabanzas y a la invocación de la Virgen de Guadalupe, irá perpetuamente asociado el nombre y la memoria de Vuestra Santidad».- México y febrero 12 de 1892.- <†> Próspero María, arzobispo de México.- <†> José Ignacio, arzobispo de Michoacán.- <†> Pedro, arzobispo de Guadalajara.

El Padre Santo mandó que pasaran todos estos autos a la Congregación de Ritos. Acostúmbrase en ésta, que uno de los Eminentísimos Cardenales que la componen, tome sobre sí el encargo de promover el buen resultado de la Causa; y lleva el nombre de Ponente o Relator de la Causa. Este encargo tomó muy gustoso el Emmo. cardenal Vicente Vannutelli; el cual, desde luego, hizo imprimir el Expediente para distribuirlo a los Eminentísimos Consultores.

El Expediente, cuyo ejemplar tenemos a la vista, se compone,   —391→   primero de la breve Disertación que el Abogado Ángel Mariani presentó a la Congregación para la expedición de la causa; después siguen unas Piezas o Documentos bajo el título de Summariuni. Estos Documentos son: La Súplica de los tres arzobispos de México a León XIII, el Decreto que el mismo Sumo Pontífice expidió sobre la Coronación de la Santa Imagen: el Oficio y Misa que aprobó Benedicto XIV; y en fin una copia del nuevo Oficio que presentaron los Arzobispos para la aprobación.

Examinado el Expediente, la Congregación de Ritos respondió que aprobaría el Oficio tal como le fue presentado, pero poniendo en lugar de las Lecciones propias en el segundo Nocturno las del Oficio antiguo. Insistieron los Obispos y, para quitar de raíz toda duda, remitieron a la Congregación una copia legalizada de las Informaciones o Proceso de 1666, de donde habían sido tomadas las Lecciones. En vista de documento tan incontestable, llegado el turno a la Causa Guadalupana, volvió la Congregación a ocuparse del asunto, y en la Junta ordinaria de 13 de abril de 1893, dio la respuesta siguiente: «Dilata et reproponatur cum Adnotationibus Sanctae Fidei Promotoris: dilatada y vuelva a proponerse con las anotaciones del Promotor de la Santa Fe».

Sabido es que en la Congregación de Ritos hay un Prelado de los más versados en Teología y Derecho Canónico, elegido por el mismo Sumo Pontífice, con el encargo y Oficio de Promotor de la Fe. Obligación del Promotor de la Fe es esforzar todas las dificultades y argumentos contra la Causa que se propone en la Congregación, y no rendirse sino cuando se hayan dado respuestas satisfactorias a las adnotationes. De este modo, acrisolada la verdad de los hechos, la Congregación pasa a expedir el Decreto correspondiente. Así pues, para que la verdad de la Aparición de la Virgen a los mexicanos fuera puesta en toda su luz y evidencia, el actual Promotor de la Fe, monseñor D. Agustín Caprara, propuso sus dificultades o anotaciones, las que impresas fueron remitidas a principios de septiembre de 1893 a los arzobispos y obispos de México. Llegaron a fines del propio mes y el arzobispo de México en su nombre y en el de varios Obispos, procuró se diera una pronta respuesta a la Congregación de Ritos.

Mientras tanto, se le hizo notar a Su Ilma. que de todo el conjunto de las noticias recibidas por cartas particulares de Roma, resultaba   —394→   que por falta de uno que tuviese muy a la mano todo lo que toca a la Aparición, y a lo que en su defensa se escribió, la Causa había seguido muy lentamente y con poco buen éxito; y que era del todo preciso atenerse al consejo que el P. Florencia dio en su obra. Pues estando el P. Florencia en Roma por los años de 1670, dio algunos pasos para que se despachara la petición elevada al Papa Alejandro VII, de que ya se trató; y no habiendo podido conseguir nada por razón del poco tiempo que estuvo en Roma, dando cuenta en su obra de este suceso, escribe: «Pero advierto que si esta materia se hubiera de reproducir, sea yendo persona de acá, inteligente y que la trate con empeño y viveza». (Estrella del Norte, Cap. XIII, § 6). Así efectivamente y con muy feliz éxito se hizo, en tiempo de Benedicto XIV, como queda dicho, y así era preciso hacer al presente. Convino el Señor Arzobispo, y de los tres sujetos que se le propusieron para ir a Roma, el único que podía salir y muy pronto, como lo deseaba su Ilma., fue el Pbro. D. Francisco Plancarte, el cual por haber estudiado en Roma en el Colegio Pío Latino Americano, era muy a propósito para desempeñar el encargo que se le diera, y a éste eligió el Señor Arzobispo.

Sin pérdida de tiempo y reunidos los documentos oportunos para corroborar las Responsiones o respuestas que se dieron a las Anotaciones del Promotor de la Fe, el Pbro. D. Francisco Planearte, salió de México el sábado 11 de noviembre del propio año de 1893, llegó felizmente a Roma el día 4 del siguiente mes de diciembre, y al día siguiente empezó luego a desempeñar su comisión.




II

El Promotor de la Fe propuso contra la Aparición treinta y cuatro dificultades, nada menos; pero, si se exceptúan la primera y la última, todas las demás están tomadas del Opúsculo anónimo impreso en 1890 no se sabe dónde, con el título de Exquisitio Histórica. Por supuesto, el Promotor de la Fe, por razón de su oficio encarece mucho aquellas dificultades hasta decir que no son despreciables: ast contra veritatem huius Apparitionis critica Disquisitio edita fuit anno 1890; ignoti quidem Auctoris, at cuius argumenta haud   —395→   spernenda videntur: (Adnotationes, pág. 1) y sin embargo, todos sabemos que el Autor de aquel Opúsculo no hizo más que hacinar los rancios sofismas y a refutados por los apologistas antiguos y modernos. No fue, pues, difícil la respuesta, mucho más si se considera que los Obispos no debían responder como un Académico cualquiera, o un particular Apologista, sino que formalmente como Maestros auténticos y Pastores del rebano que les fue confiado.

Esta Respuesta, que firmada por algunos Obispos remitió el arzobispo de México al cardenal Vannutelli, Relator de la Causa, se divide en dos partes: en la primera, que corre impresa, se dan algunas respuestas generales; en la segunda, que por falta de tiempo no pudo imprimirse, se exponen en particular algunas de las más sólidas razones en respuesta a las objeciones y en confirmación del hecho de las Apariciones. Este Documento es muy extenso, pues llena más de cincuenta páginas de papel en 4.º, escritas en letra menuda. Sea, pues, por su prolijidad, sea por haberse ya en esta Historia puesto suficientemente lo que se contiene en este Documento, nos abstenemos de reproducirlo. Sin embargo, para que se vea la severidad y precisión con que se procede en el Tribunal de la Congregación de Ritos, vamos a poner una que otra respuesta que se dio.

En primer lugar, el Promotor de la Fe empezó diciendo: que en el Oficio y Misa que concedió Benedicto XIV en honor de la Virgen de Guadalupe «muy prudentemente el Sumo Pontífice en la Adición a la Sexta Lección, calló la Aparición de la misma Santísima Virgen y tan sólo hizo una breve mención de la manifestación de la Imagen como se decía; in additione histórica ad sextam Lectionem prudenter eiusdem B. M. Virginis Apparitionem siluit; ac nonnisi de Imaginis manifestatione, prout ferebatur, hanc brevem mentionem fecit...» (Adnotat., pág. 2).

Respuesta: lo único que se concede es, que el Papa en aquella Adición no hizo mención extensa de la Aparición, pero sí la indicó claramente y bastante para el efecto, por no permitirlo más la brevedad de la Adición. Pero si se considera aquella Adición junto con todo lo que se dice en el Oficio y Misa, y con la Relación entera de la Aparición hecha por el P. López en la Súplica insertada en la misma Bula, y si se atiende que en vista precisamente de lo que   —396→   en la Súplica se contenía, el Papa se movió a conceder lo que se pedía («attentis iis omnibus quae in supplici praeinserto Libello continentur»), no cabe duda de que en dicha Bula no se calla la Aparición, sino que se menciona claramente, aunque con brevísimas palabras. A la verdad en aquella Adición se hace mención de la Aparición, cuando se refiere que la Virgen mandó al piadoso neófito fuese a decir al Obispo que le construyese un Templo allí en el Tepeyac; y si se hace expresa mención de la Imagen que apareció milagrosamente pintada en la tilma de dicho neófito, para probar al Obispo que realmente la Virgen se le había aparecido y dado aquel encargo, es imposible que el Papa no se refiriese a la Aparición. A más de esto, en la misma Bula al conceder una Indulgencia a la Capilla del Cerrito, Benedicto XIV expresamente dice: «Praeterea cum in vertice supradicti montis, ubi Beatissima Virgo Maria apparuisse fertur, erecta reperiatur Ecclesia Deo in honorem eiusdem Beatissimae Virginis dicata...». En fin, Benedicto XIV «con autoridad apostólica, a mayor gloria de Dios, para aumento del culto divino y honor de la Virgen María» confirmó el Patronato, como lo habían jurado los mexicanos, y con la misma autoridad declaró, estableció y decretó que la Virgen María bajo el título de Guadalupe, cuya sagrada Imagen se venera en la Iglesia Colegiata, sea reconocida, venerada e invocada como Patrona Principal de la Nación Mexicana. Es así que los mexicanos juraron por su Patrona Principal a la Virgen María por aparecida y como aparecida en el Tepeyac. Luego Benedicto XIV no pudo menos de referirse siquiera implícitamente a las Apariciones. Y los obispos Mexicanos esto es lo que piden precisamente: «ut magis explicite in Lectionibus propiis Secundi Nocturni declaretur quod implicite sive in toto Officio et Misa, sive in verbis et Actis Benedecti XIV continentur; que más explícitamente se declare en las Lecciones del segundo Nocturno lo que implícitamente se contiene en el Oficio y Misa, y en las palabras y Actas de Benedicto XIV».

En segundo lugar el Promotor de la Fe insiste mucho en el famoso argumento negativo, tomado del silencio de los escritores contemporáneos. «Omnes illius temporis scriptores qui de re loqui debuisent, altum tenuisse silentium». (Adnotat., págs. 2-8).

Respuesta: de dos modos se respondió; y el primero es como sigue: «El R. P. Promotor de la Fe pone todo su empeño en el argumento negativo. Pero los Obispos mexicanos oponen la excepción   —397→   jurídica, a saber, cuando el P. López en 1754 en la Súplica elevada a Benedicto XIV confesó que no había podido reunir documentos contemporáneos, la Congregación contestó que esta falta en nada se oponía a la verdad de la Aparición por existir la Tradición universal y constante que la atestiguaba. Luego habiendo ya la Congregación declarado que este argumento negativo, en el caso, no se oponía a la Aparición, volverlo ahora a oponer, era lo mismo que Actum agere, trabajar en vano, por tratarse de cosa ya pasada en juicio, de re iudicata, de cosa juzgada. Mucho más si se considera que la razón formal que se dio al P. López de no concederse el Oficio y Misa, no fue la falta de estos documentos, sino porque no constaba que había sido hecha a la Sede Apostólica esta petición en los años antecedentes. Y cuando el P. López demostró con el testimonio del Prelado romano Anastasio Nicoselli que desde los actos de 1663 y de 1666 se había elevado esta Súplica a la Sede Apostólica, ya no hubo más dificultad por parte de la Congregación, que luego expidió el Decreto con que aprobó el Oficio y Misa, y el Papa concedió con su Bula todo lo que se le había pedido. Consta todo esto por lo que el mismo P. López, vuelto de Roma, refirió a muchos y especialmente al P. Francisco Javier Lazcano, el cual lo imprimió por extenso en la Vida del P. Juan Antonio Oviedo, impresa en 1760. (Lib. IV, c. 4, § 4-11).

Confírmaselo dicho con el testimonio del P. Florencia, el cual, tratando en Roma este asunto de la concesión del Oficio, recibió en respuesta que la razón de negarla no era ya la duda que se tuviera en Roma sobre la verdad de la Aparición; sino que «la dificultad se funda en una máxima muy prudente que observan así el Sumo Pontífice, como la Congregación de Ritos de no abrir la puerta a canonizar Imágenes milagrosas, de que hay tanta copia en la cristiandad». (Estrella del Norte, C. XIII, § 6).

El otro modo con que se respondió fue, que este silencio de escritores no fue absoluto sino relativo, no fue porque tuviesen por falsa la Aparición, sino por las circunstancias de aquellos tiempos aciagos, como queda demostrado en el Cap. XVIII del Libro Primero de esta Historia.

Y una respuesta más directa fue ésta: siendo la Aparición un hecho histórico por su existencia, y sobrenatural por su misma índole y esencia, la prueba propia y directa debe tomarse de la enseñanza   —398→   de los Obispos y de la Tradición de la Iglesia mexicana. Pero de la existencia de esta tradición perpetua y universal no puede caber ninguna duda, puesto que los obispos Mexicanos en 1887 lo afirmaron solemnemente; y la suprema Inquisición Romana en el siguiente año de 1888 «reprendió gravísimamente el modo de obrar y hablar contra el milagro o Aparición de la Beatísima Virgen María de Guadalupe».

En tercer lugar, el Promotor de la Fe, concluía sus Anotaciones con la última dificultad que es como sigue: «Bien es verdad que con Decreto muy reciente de la Santa Sede fue aprobada la Aparición que hace pocos años hizo la Virgen María a una niña pobre en Lourdes, de la Diócesis de Tarbes en Francia. Pero la verdad de esta Aparición se hizo manifiesta a todas luces por la deposición de testigos jurados y por muchos prodigios; su fama se esparció por todo el mundo y libros impresos y preciosos monumentos de arte; harán eterna en los postreros su memoria. Pero no puede decirse lo mismo de las Apariciones de la Virgen de Guadalupe. De ella, si hay que prestar fe al autor de la Exquisitio, callan los documentos contemporáneos, y muchos escritores la contradicen. «At non ita se habere videntur quae pertinent ad B. M. Virginis de Guadalupe Apparitionem. De ea (si fides Auctori Exquisitionis sit habenda) silent cooeva monumenta eique plures scriptores contradicunt». (Adnot., pág. 17).

Respuesta: con todo respeto se niega la paridad: pues si se considera el tiempo y el conjunto de circunstancias en que la Virgen en 1531 se apareció en México, y en 1858 se apareció en Lourdes; grande, muy grande es la diferencia que hay entre las dos apariciones; y mal se puede exigir en la primera lo que pudo haber en la segunda, aunque por lo que toca a la sustancia del hecho o de la prueba, así como la hay en la segunda Aparición, la hay también en la primera. Porque el V. Zumárraga observó fielmente lo que estaba mandado por León X en el Concilio Lateranense Quinto en 1516, y fue después confirmado en el Concilio de Trento en 1563. A saber: «que los milagros, apariciones y otros hechos sobrenaturales, antes que sean publicados ante quani populo praedicentur, sean sometidos por el Obispo al examen de tres o cuatro varones graves y piadosos; cuyo parecer oído, el Obispo si lo creyere conveniente puede permitir la publicación, teniendo en consideración   —399→   lo que fuere conveniente a la verdad y a la piedad». Pero, aunque el V. Zumárraga lo quisiera, no podía en la circunstancia en que se hallaba, sustanciar un proceso con todas las formalidades de Derecho. Porque por una parte hallábase en la precisión de ir luego a España a donde había sido llamado para responder a las gravísimas calumnias, que sus enemigos, opresores de los indios y de los religiosos, le habían levantado; y por otra parte, tratábase de un punto que no era del agrado de los que habían impuesto un nuevo régimen político a los oprimidos mexicanos. Porque sustanciar todo un proceso formal, fundar la verdad jurídica de la Aparición de la Virgen, que en semblante de noble Indita y jovencita azteca, se había aparecido para amparar a los mismos indios oprimidos, era lo mismo que hacer peor la condición de éstos, y dar ocasión de acusar al V. Zumárraga de enemigo de España, del Emperador y del nuevo orden de cosas. En fin, a pesar de la inmensa distancia que hay entre el Antiguo y Nuevo Continente, no dejó de ser conocida la Aparición en Italia, Francia y España, en cuya capital existía la Real Congregación instituida por el rey Felipe V, en honor de la Virgen de los mexicanos, y la misma Congregación de Ritos en la Adición a la Sexta Lección, puso que la Virgen de Guadalupe ingenti colitur populorum et miraculorum frequentia; es venerada por un gran concurso de pueblos y gran número de milagros.

Y para que vea el lector que el Promotor de la Fe no dejó en el tintero ninguna dificultad, se salió aun con el Dicitur, Fertur que hizo imprimir en letra itálica o cursiva. Se respondió que no tenía por qué encarecer aquellas expresiones; por saberse él muy bien, que según la declaración de la Congregación de Ritos aquellas palabras no indicaban una duda o recelo, sino fe humana y evidencia moral, como constaba, «ex constanti traditione; vetustisque monumentis, ex inconcusa traditione, etc.». (Bened. XIV. De Festis, Lib. 1, c. 14, n. 13. De Beatif. et Canoniz., Lib. IV, P. 2, c. 7, n. 8; Cap. 8, n. 3; Cap. 10, n. 19, 30).

El Ilmo. señor arzobispo de México acompañó estas respuestas para el Promotor de la Fe con una carta al cardenal Vannutelli, Relator de la Causa. Le decía el señor Arzobispo a su Eminencia que por obligación de su oficio Pastoral manifestaba que era del todo preciso en el estado actual una nueva aprobación de la Sede   —400→   Apostólica. Porque si la Tradición del milagro hubiese quedado en su pacífica posesión, bastaría lo que Benedicto XIV nos había concedido: pero ahora que los enemigos de la verdad con escándalo de todos, han puesta no sólo en duda, sino negado descaradamente la Aparición, hasta decir que si la Congregación de Ritos volviera a tratar el asunto, modificaría su Decreto de 24 de abril de 1754, era indispensable que la Congregación con nuevo Decreto sosegara los ánimos de los fieles, y acallara la temeridad de unos malos, muy malos católicos liberales. Prueba de la aserción es lo que el autor anónimo de la Exquisitio imprimió en su bárbaro latín. «An officia in Breviario apposita multoties emendata fuerint? An aliquando post meliorem studium, etiamsi Missa a longe approbata, prohibila postea sit».

Habíase abrigado la esperanza de que después de la Declaración de la Suprema Inquisición Romana en 1888, estos infelices se callaran: todo lo contrario aconteció desgraciadamente; pues con conato marcado de desentenderse de la gravísima reprensión que la Suprema Congregación hizo del modo de hablar y de obrar contra el milagro o Apariciones de la Virgen de Guadalupe; a fines de diciembre del propio año de 1888, salió un verdadero libelo infamatorio contra la Aparición; a principios del siguiente año de 1889 se imprimió un artículo en que se falseaba el Decreto de la Inquisición; en 1890 salió a luz la Exquisitio, y en 1891 se hizo la segunda edición del Libelo en que se amontonaron nuevas falsedades históricas y teológicas.

En vista de todo esto, el Arzobispo suplicaba por el feliz despacho de la Causa.



Esta carta con los demás documentos llevó a Roma el Pbro. D. Francisco Plancarte, que llegó a fines de 1893, como queda dicho.




III

A fines de febrero de 1894, llegaron cartas de Roma en que se avisaba que el día 6 del siguiente mes de marzo, se reuniría la Congregación de Ritos para resolver el asunto de la Petición de los obispos Mexicanos, y se «pedían muchas rogativas en la República   —401→   para el buen éxito del negocio». Así efectivamente se hizo: el día 5 de marzo en algunas ciudades se cantó la Misa a la Virgen de Guadalupe y hubo muchas comuniones; en otras se expuso además a la adoración al Santísimo Sacramento; y en la Diócesis de Querétaro el Obispo dispuso que hubiera ayuno y rezos especialmente de los niños y niñas de tierna edad, cuyas oraciones son más agradables al Señor qui pascitur inter lilia, que tiene su morada enmedio de los lirios.

«Agradeció el Señor nuestras preces infantiles», escribía después el obispo de Querétaro, pues en el mismo día 6 de marzo un cablegrama trajo la noticia de Roma a México, y un telegrama de México lo anunciaba a otras ciudades en estos términos: «Oficio aprobado hoy tal cual queríamos. Démosle gracias a Dios.- Antonio Plancarte».

Cartas posteriores llegadas de Roma confirmaron con nuevos pormenores la faustísima noticia; y un deber de agradecimiento y de justicia me obliga a manifestar que mucha parte tuvieron en el buen resultado del negocio tres padres de la Compañía de Jesús, el cardenal Camilo Mazzella, uno de los de la Congregación de Ritos, el P. Luis Costa, Consultor de la misma Congregación, y el P. Felipe Sottovia Rector del Colegio Pío Latino Americano. Este fervoroso devoto de la Virgen de los mexicanos desde años antes trabajó, primero en proporcionarme documentos auténticos, algunos de los cuales le dio el mismo Promotor de la Fe, y después en activar el negocio con informar del estado de la cuestión a las personas influyentes. Y cuando el Promotor de la Fe, nuestro común amigo, le entregó para mí una copia de las Adnotationes, el buen P. Rector sobrecogido y espantado, con fecha, 10 de septiembre de 1893 me escribía que me diese prisa en mandar al abogado Mariani, defensor de la causa, las respuestas; y concluía: «Ánimo, mi amado padre, no se desaliente y vaya adelante, trátase de la gloria de la Virgen de Guadalupe, la cual no dejará de ayudar a V. R.». A mi vez le contesté que no le tuviese miedo a nuestro Abogado del Diablo, como en Roma llaman al Promotor de la Fe; y le remitía algunos apuntes que tomaría de mis obrillas impresas en Guadalajara, Querétaro y Puebla, para responder de viva voz al Promotor de la Fe, mientras llegaría la respuesta más directa.

Puede fácilmente imaginarse con qué gusto el P. Sottovia, con   —402→   fecha 28 de marzo volvía a darme la noticia que el P. Francisco Plancarte debía haberme comunicado «del buen éxito de la causa». Y añadía estas formales palabras: «Il Decreto ottenuto, non ostanti le difficoltá del Cardinal Prefetto suscitate forse da certe lettere di costá, fú un vero trionfo della Madonna; el Decreto conseguido a pesar de las dificultades del cardenal Prefecto, suscitadas tal vez por cartas de ahí, ha sido un verdadero triunfo de la Virgen».

Efectivamente, algunas personas bien informadas escribieron de Roma, que habían llegado allí no pocas cartas, anónimas algunas, remitidas desde México, con el objeto de probar que la Santa Imagen no es de origen sobrenatural, sino que es «obra de un indígena del siglo XVI, lo que se confirmaba con un juicio pericial; y que por consiguiente había de quitarse el mirabiliter pista apparuisse, que la Congregación de Ritos en 1754 había puesto en el Oficio. En otra carta, y no anónima, se decía que los mexicanos abusarían de la nueva Aprobación, para decir que hubiera sido definición, y que los guadalupanos con la nueva Aprobación de la Congregación de Ritos querían elevar a dogma la Aparición». A esto se añadía que un personaje de merecida estima y veneración en Roma, movido de los falsos informes de cierto tal de aquí, con todo el peso de su autoridad, que era muy grande, se manifestó el Impugnador más formudable de la Aparición. Estas y otras circunstancias que callamos, alarmaron mucho y sorprendieron al sabio y piadoso cardenal Cayetano Aloisi Masella, prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos. Mas, por lo visto, se verificó aquello: La verdad padece, pero no perece.

Mucho regocijo produjo en México la noticia de haber sido aprobado el nuevo Oficio y Misa en honor de la Virgen de Guadalupe. Desde luego el Ilmo. Sr. Camacho, obispo de Querétaro, que se hallaba en la Santa Visita en la villa de Colón, dispuso una solemne función de acción de gracias el sábado 10 de marzo en la Parroquia, con Vísperas solemnes, Misa Pontifical y Procesión por la tarde, y con adorno e iluminación de las casas por la noche.

Pero esto es nada en comparación de lo que el mismo Prelado, vuelto a Querétaro, y los demás Obispos hicieron en esta ocasión. El Arzobispo de México en su Pastoral de 12 de abril de 1894, después de haber referido los pasos dados para conseguir de la Sede Apostólica la aprobación de un Oficio en que de una manera   —403→   más extensa se hace la relación de la Aparición; sigue así: «He aquí, amados hijos Nuestros, cómo la Santa Sede se ha dignado aprobar nuestra constante fe en el acontecimiento felicísimo de la Aparición de Nuestra Reina y Señora, la Inmaculada Madre de Dios, en el cerro del Tepeyac. En acción de gracias y a fin de solemnizar tan plausible suceso, hemos tenido a bien acordar que en nuestra Santa Iglesia Catedral, en la Insigne Colegiata, en todos los templos de este arzobispado y de la Diócesis de Cuernavaca se cante en el próximo mayo una Misa votiva en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, y un Te Deum. Pero en esta capital dicha solemnidad comenzará el 1.º de mayo por la Parroquia del Sagrario, siguiéndose el turno establecido para la Indulgencia llamada de las Cuarenta Horas. En cuanto a la Catedral y Colegiata, los capítulos respectivos dispondrán el día que más estimen conveniente».

No podemos menos de mencionar siquiera de paso el solemnísimo Triduo que en esta ocasión se celebró en la Colegiata en los días 8, 9 y 10 de julio. Se dio principio por la tarde del día 7 con solemnísimas Vísperas y Maitines. En los tres días siguientes después de la Tercia hubo Misa Pontifical con Sermón: celebraron de Pontificales los Ilmos. señores arzobispo de México, Obispo de Tulancingo y obispo de Querétaro; y predicaron el Sermón los dos primeros días el R. P. Fr. Ambrosio Malabehar de la Orden Seráfica, y el tercero, el P. Laureano Veres de la Compañía de Jesús cuyo Sermón, con notas, imprimió en Cuernavaca el Ilmo. Sr. Vera Obispo de aquella Diócesis. La proposición que demostró el P. Veres fue: «Los beneficios espirituales y temporales que la Santísima Virgen de Guadalupe derrama sobre nosotros en tanta abundancia, y los tiernos cultos, fervorosos obsequios y rendidas acciones de gracias, con que vienen correspondiéndole con amor entusiasta durante cerca de cuatro siglos todas las generaciones del pueblo mexicano». Con admirable claridad y orden el P. Veres expuso las dos partes de su tema: lo que la Virgen de Guadalupe hizo por los mexicanos, y lo que los mexicanos hicieron por la Virgen de Guadalupe. Como una abeja industriosa quasi apis argumentosa, reunió todo lo mejor de noticias que se hallan esparcidas en el vasto campo de casi cuatro siglos guadalupanos, y lo expuso con aquella piedad y unción, que por testimonio de un respetable Eclesiástico le es propia y singular cuando trata de la Virgen.

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Como es de suponer, los obispos mexicanos, con una respetuosa carta colectiva firmada por cada uno de ellos, dieron las debidas gracias al Sumo Pontífice por estos beneficios; pero teniendo cada Obispo que firmar de su puño y letra la carta, bastante tiempo se empleó en recoger estas firmas. Así que, mientras el 9 de agosto salía de México la carta para Roma, con fecha 2 del propio mes de agosto, León XIII dirigía «A los arzobispos y obispos de la República Mexicana», una carta en que con su suprema autoridad pone el sello a las Actas de la Congregación de Ritos.

Dos cosas principalmente deben llamar nuestra atención, al leer este Documento Pontificio; y deben sernos de mucho consuelo.

La primera es que esta carta de León XIII es más explícita que el Decreto con que la Congregación de Ritos aprobó el Nuevo Oficio. Porque de la Virgen de Guadalupe León XIII nos enseña que muy estrechos son los vínculos que unen los principios y propagación de la fe cristiana entre los mexicanos con el culto de esta divina Madre, cuya Imagen, una admirable serie de acontecimientos, como refieren nuestras historias, hizo célebre desde su mismo origen: «Novimus enim quam arctam cum exordiis et propagatione christianae fidei apud Mexicanos coniunctionem habeat cultas divinae Matris; cuius Imaginem istam admirabilis rerum ordo, ut annales referunt vestri, ab origine ipsa commendat». Habla, a no dudarlo, el Sumo Pontífice de la Aparición de la Virgen, y del origen sobrenatural de su Santa Imagen; hechos acontecidos por una admirable serie de sucesos desde el principio de la predicación del Evangelio, y se remite en todo a lo que en nuestros Anales tenemos registrado acerca de las Apariciones.

La segunda cosa que debe llamar nuestra atención, es lo que después pone el Padre Santo en su carta: «Siendo así, Venerables Hermanos, que vosotros mismos reconocéis como autora y conservadora de esa gran concordia de los ánimos (que os unen a esta Silla Apostólica) a la piadosísima Madre de Dios que se venera bajo el título de Guadalupe, con todo el amor de nuestro corazón exhortamos por medio de vosotros a la Nación Mexicana, que mire siempre y conserve esta veneración y amor a la Divina Madre, como la gloria más insigne y fuente de los bienes más apreciables, y sobre todo, respecto a la Fe Católica que es el tesoro más precioso pero que corre más riesgo de perderse en estos tiempos, persuádanse   —405→   todos y estén íntimamente convencidos que durará entre vosotros en toda su integridad y firmeza mientras se mantenga esta piedad, digna en todo de la de vuestros antepasados. Cuius quidem consensionis (cum Apostólica hac Sede) quum effectricem ac custodem optiman vosmet agnoscatis benignissimam48 Dei Parentem, Guadalupensi titulo venerandam, magna ideo caritate mexicanam nationem per vos hortamur ut reverentiam et amorem eius sic tueatur perinde ac decus eximium et praestantissimorum fontem bonorum. De fide catholica imprimis qua nihil quidem est excellentius, nihil tamen gravius per haec tempora conflictatur, certum omnino exploratumque sit, eam apud vos tamdiu integram et stabilem fore, quamdiu eadem steterit pietas constanter digna maioribus. Patronam igitur Maximam impensiore quotidie studio et colant et diligant universi: praesentissimi aurem eius patrocinii munera in omnium ordinum salutem et pacem maiora quotidie redundabunt...».

Por el mes de octubre los obispos mexicanos dirigieron otra carta colectiva al Santísimo Padre dándole gracias por la manera tan solemne con que, dándoles aviso del nuevo Oficio, les hablaba de su Patrona Nacional.

Y por lo que toca al nuevo Oficio, para apreciarlo debidamente basten las observaciones siguientes: Si el Sumo Pontífice León XIII hubiese tenido a bien contestar a los obispos Mexicanos, que se contentasen con lo que Benedicto XIV les había concedido, y la Suprema Inquisición Romana había hecho en honor de la Virgen de Guadalupe; esto sólo hubiera bastado para deducir con mucha razón que luego Roma ha confirmado nuestra devoción y nuestros cultos en honor de la Aparición de la Virgen en el Tepeyac. Pero para corresponder a las vivas instancias de los Obispos, la Santa Sede concedió el nuevo Oficio con las Lecciones propias Historiales en el Segundo Nocturno. Y nótese que estas Lecciones fueron compuestas enteramente por el mismo Promotor de la Fe, de acuerdo con el cardenal Relator de la causa; y que el Oficio fue aprobado por la Congregación después de haber oído el dictamen verbal y escrito del mismo Promotor: audito, vote et scripto R. P. D. Augustino Caprara Sanctae Fidei Promotore49. Véase, pues, lo que la   —406→   Congregación de Ritos nos propone acerca de las Apariciones en las Lecciones que damos traducidas al castellano.

En el año mil quinientos treinta y uno de nuestra redención, la Virgen Madre de Dios, según que por una antigua y constante tradición viene trasmitiéndose, manifestose a la vista del piadoso, y rústico neófito Juan Diego en el cerro del Tepeyac, cerca de México, y hablándole cariñosamente le mandó fuese a hablar al Obispo, y le notificase que allí mismo le erigiese un templo. Aplazó la respuesta Juan de Zumárraga, Obispo de aquella ciudad, resuelto a indagar con maduro examen la verdad de este mensaje; pero al ver que el neófito, de nuevo conmovido por la segunda Aparición y mandato de la Beatísima Virgen, reiteraba su embajada con lágrimas y súplicas, le ordenó que con empeño pidiese una señal por la que se manifestase la voluntad de la gran Madre de Dios.

Cuando el neófito, tomando el camino más apartado del cerro del Tepeyac, se dirigía a México para llamar a un sacerdote con   —407→   objeto de que no muriese sin los últimos Sacramentos su tío, acometido de gravísima enfermedad, la Benignísima Virgen le sale al encuentro por tercera vez, disipa su aflicción dándole seguridades de la buena salud de su tío; y arreglando en su tilma las rosas hermosísimas que recientemente habían brotado a pesar de la aspereza de aquel lugar y del rigor del invierno, le ordena que las lleve al Obispo. Obedece Diego este mandato, y en su tilma, al caer las rosas por el suelo en presencia del Obispo, vése de un modo maravilloso pintada la imagen de la Santísima María, completamente en la misma forma en que se había aparecido en el collado cerca de la ciudad. Profundamente conmovidos a vista de tan grande prodigio los vecinos de México, procuran que sea cuidadosamente guardada en la Capilla episcopal la devota Imagen; la cual, trasladada con solemne procesión poco tiempo después a la Capilla que se le había edificado en el cerro del Tepeyac, distínguese por la singular veneración con que la honran todas las gentes.

Colocada después en un magnífico Templo, que los Romanos Pontífices ennoblecieron concediéndole para el esplendor del culto divino un Cabildo Colegial, excitó sobremanera con esto la piedad del pueblo mexicano hacia la Madre de Dios, y acuden a venerarla en gran número los pueblos, obrando el Señor por ella muchos milagros. Por lo cual el arzobispo de México, y los demás Obispos de aquellas regiones, de acuerdo con todas las clases, considerándola como poderosísima Protectora en las calamidades públicas y privadas, la eligieron Patrona Principal de toda la nación mexicana, y canónicamente elegida la declaró con Autoridad Apostólica Benedicto XIV, concediendo que se rezase en su honor Oficio y Misa bajo el Título de la Bienaventurada Virgen de Guadalupe. Y León XIII accediendo benignamente a las reiteradas peticiones de los Prelados mexicanos, concedió por Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, que se rezase este novísimo Oficio, y decretó que con solemne ceremonia en su nombre, y por su mandato, fuese condecorada con corona de oro esta Imagen de la Virgen, célebre por sus milagros y por el culto que se la tributa50


  —408→  

Concluimos copiando aquí dos dísticos que León XIII compuso el 26 de febrero del año de 1895, en honor de Nuestra Patrona. Al principio de este año estando en Roma el Ilmo. Sr. D. José Mora, obispo de Tehuantepec, manifestó al Santísimo Padre el deseo que algunos obispos mexicanos tenían de un Dístico, siquiera, compuesto por Su Santidad en honor de la Virgen de Guadalupe. Accedió con mucha benevolencia el Pontífice Poeta, y mandó al Ilmo. Sr. Mora estos dos dísticos «para la Augusta Imagen de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe». La traducción es del Ilmo. Sr. D. Pedro Loza, arzobispo de Guadalajara:


Mexicus heic populus mira sub imagine gaudet
te colere, alma parens, praesidioque frui.
Per te sic vigeat felix, teque auspice, christi
immotam servet firmior usque fidem.


Leo PP. XIII.
(Imagini Augustae Mariae Dominae Nostrae Guadalupensis in Mexico subscribendum).
Romae ex aedibus Vatic. die XXVI Feb. an. MDCCCVC.
               





Traducción


En admirable Imagen
¡O santa, Madre nuestra!
El pueblo mexicano
gozoso te venera,
y tu gran patrocinio
con gozo y gratitud experimenta.
Feliz y floreciente
por Ti así permanezca,
y mediante el auxilio
que benigna le prestas,
la fe de Jesucristo
inmutable conserve con firmeza.






  —409→  

ArribaAbajoCapítulo XXI

Resumen de las Actas de la Sede Apostólica en honor de la Virgen de Guadalupe


Advertencia sobre el valor demostrativo de las Actas Pontificias.- Privilegios de Altar de Ánimas, de agregación del Santuario a la Basílica Lateranense, de erección de la Congregación de Guadalupe en el santuario y erección del mismo santuario en Insigne Colegiata.- Confirmación del Patronato Nacional y concesión del Oficio y Misa.- Indulgencias concedidas a la Colegiata, a la Congregación de Guadalupe en ella instituida, a las capillas del Cerrito, del Pocito y de la Iglesia Vieja llamada de los Indios.- Decreto de la Coronación de la Santísima Imagen y concesión del Nuevo Oficio.



I

Creemos muy oportuno poner al fin de esta Historia un resumen de las Actas de la Sede Apostólica en honor de nuestra Patrona Nacional; de donde el lector tomará nuevo argumento para confirmarse más en la verdad de la Aparición y excitarse a mayor devoción y amor a su Patrona y Madre.

El primer obsequio que tuve la dicha de ofrecer a la Virgen de Guadalupe, fue precisamente un Sumario que compuse, y la Comisión del Centavo, en México, hizo imprimir en 1879 con el título siguiente: Privilegios e Indulgencias que los Pontífices Romanos concedieron al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en México. Muy reducidas a la verdad, fueron las noticias que pude dar por   —410→   entonces: pero en 1893 se imprimió un Librito, que llenó lo que faltaba al Sumario que había yo compuesto, y se intitula: Gracias y Privilegios concedidos por los Sumos Pontífices a la devoción y culto de la Santísima Virgen de Guadalupe. Compilación que ha hecho el Sr. Pbro. D. Fortino Hipólito Vera, Canónigo de la Insigne Colegiata. Se divide el Librito en tres partes, cuantos son los siglos trascurridos desde la Aparición; y el benemérito canónigo, ahora obispo de Cuernavaca, por haber tenido a su disposición el Archivo de la Colegiata, pudo afirmar que los documentos que cita se hallan todos en el mismo Archivo; los más en su original, otros en copias legalizadas, algunos en copia simple, pero fidedigna, y algunos tomados de autores de entera fe y crédito. Esta advertencia téngase bien presente para que el lector no eche de menos las citas en cada documento que vamos a mencionar.

Y para evitar la molestia de repetir una misma cosa, es de notar que diez y ocho Pontífices Romanos, desde Alejandro VII (1663), a León XIII (1895), expidieron noventa y siete, entre Bulas, Breves y Rescriptos Pontificios, sin contar los treinta y más Breves que la Congregación de Querétaro guardaba en su Archivo antes de la devastación de 1860.

Pero, a fin de que el lector pueda conocer el valor demostrativo de estas Actas Pontificias, vamos a copiar lo que Pío IX acerca de ellas enseñó en su Bula Dogmática de la Inmaculada Concepción, de 8 de diciembre de 1854.

Enseña Pío IX que la Iglesia Romana siempre tuvo por verdadera la doctrina de la Inmaculada Concepción, y he aquí la razón que nos da:

«Efectivamente los Pontífices Romanos, nuestros Predecesores, en mucha gloria tuvieron el instituir con su Autoridad Apostólica la Fiesta de la Concepción en la Iglesia Romana, (Festum Conceptionis in Romana Ecclesia constituere) y distinguirla y darle realce con la concesión del Oficio y Misa propia en que se afirmaba manifiestamente el privilegio de la Concepción sin la mancha hereditaria; gloriáronse también de promover y aumentar con todo empeño el culto ya establecido, sea concediendo Indulgencias, sea dando el permiso a las Ciudades, Provincias y Reinos, de elegir por Patrona a la Madre de Dios bajo el título de la Inmaculada Concepción, sea encomiando la piedad de los que construyesen Monasterios y   —411→   Hospitales o erigiesen altares y templos bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, o se obligasen con juramento a defenderla». (Bula Dogmática: Ineffabilis Deus, § 2).

Vamos a la aplicación: Según enseña Pío IX en su Bula Dogmática, todas y cada una de estas concesiones apostólicas, otorgadas ante la solemne Promulgación del Dogma, eran nada menos que una Manifestación que hacían los Pontífices Romanos, de la verdad del Privilegio de la Inmaculada Concepción. Pues sea que se considere la intención de los que pedían a la Sede Apostólica semejantes privilegios, sea que se considere la mención más o menos explícita, que se hacía de ésta en el tenor de las concesiones, no cabe duda de que realmente en práctica estas Actas Pontificias confirmaban o reconocían la verdad del singular privilegio de la Virgen María, o bien confirmaban la persuasión en que estaban los que suplicaban y la que era el móvil inmediato de la Súplica.

Es así que, exceptuada una que otra, la Sede Apostólica otorgó semejantes concesiones en honor de la Virgen de Guadalupe. Luego todas y cada una de estas concesiones son una manifestación que hicieron los Pontífices Romanos de la verdad de la Aparición de la Virgen María en el cerro del Tepeyac.

No puede negarse que la Sede Apostólica, directa e inmediatamente aprobó para el «Día XII de diciembre, el Oficio en la Fiesta de la Beata María Virgen de Guadalupe, Mexicana», como se lee en la Portada de la Edición hecha en la misma Roma, según el original de la Congregación de Ritos, elevando la Fiesta de dicho día a Rito Doble de Primera Clase con Octava. Pero, como ya se dijo más de una vez, el motivo que tuvieron los mexicanos para pedir tal Rezo litúrgico y que tuvo el Papa también para concederlo, fue precisamente la Aparición de la Virgen María en el Tepeyac, como los mexicanos lo explicaron en la Súplica que el Papa insertó en su Bula, y «habiendo considerado todo lo que en la preinserta Súplica se contenía», concedió con Autoridad Apostólica lo que los mexicanos le habían pedido.

Por otra parte sabemos por el mismo Benedicto XIV que «las Apariciones de la Beatísima Virgen María sirvieron de fundamento para la concesión del Oficio Propio». De donde se sigue que la Sede Apostólica en sus Actas no prescindió de las Apariciones de la Virgen a los mexicanos, toda vez que éstas le sirvieron de fundamento   —412→   para conceder el Rezo Litúrgico como se le había pedido, y más de una vez las mencionaron expresamente como más adelante verá el lector.

Véase la extensa demostración sobre este punto en el Compendio Histórico-Crítico, Cap. XVII, págs. 241-250; y en El Magisterio de la Iglesia y la Virgen del Tepeyac, Cap. V, págs. 39-54.

Ni debe omitirse que es de mucho peso el haber Benedicto XIV insertado en su Bula la relación de las Apariciones hecha por el P. López en la Súplica que le presentó como tenemos referido. Porque, cuando en 1723 la Metropolitana de Zaragoza volvió a suplicar a la Sede Apostólica para la concesión del Oficio de la Virgen del Pilar, los Postuladores alegaron, entre otras razones, ésta precisamente de que tres Pontífices Romanos habían insertado en sus Bulas respectivas la Aparición de la Virgen al Apóstol Santiago. Y el Promotor de la Fe, que a la sazón era nada menos el que después fue Benedicto XIV, tuvo que reconocer que no podía negarse el mucho peso y autoridad que le había añadido a la Tradición el haberse insertado la Aparición en aquellos Diplomas Pontificios: «traditioni auctoritatis pondus accessisse ex eo quod Apparitio in illis Diplomatibus Pontificiis inserta fuerit». Por consiguiente, con Decreto de 7 de agosto de 1723 fue aprobado por la Congregación de Ritos el Oficio propio con la adición a la sexta Lección, como después se consiguió para la Fiesta de nuestra Patrona Nacional, Santa María de Guadalupe. (De Beatif. et Canoniz., Lib. IV, Part. 2, Cap. 10, n. 18-20.

Vamos al resumen, en que, como se advirtió, no repetiremos las muchas Indulgencias que volvieron a concederse.




II

Alejandro VII a fines de 1663 recibió benignamente la Relación de la Aparición con las Escrituras auténticas y la Petición firmada por 117 del Clero secular y regular y del electo arzobispo de México, en que se suplicaba que el día 12 de diciembre se celebrase la Fiesta de la Aparición con Rezo propio. Aceptó también con benevolencia, de manos del cardenal Rospigliosi, el don que el arzobispo   —413→   de México le había mandado, de «una Imagen muy linda, de esmalte, que representaba la forma como está pintada la Santísima Virgen, en el palio en que se venera». De la misma manera, años antes, 1645, el Papa Inocencio X veneraba devotamente en su habitación particular una Imagen de Guadalupe, que le había sido presentada. A principios del Pontificado de Alejandro VII (1655), se permitió en Roma la acuñación de medallas de la Santa Imagen, con el letrero «Non fecit taliter omni nationi».

Clemente IX, que siendo cardenal Rospigliosi había mostrado tanto empeño por los mexicanos, al subir al Pontificado en 1665 mandó un Jubileo plenísimo para el día 12 de diciembre, y de su orden la Congregación de Ritos expidió el Rescripto Remisorial para la Jurídica Información o Proceso Apostólico sobre la verdad de la Aparición. El Interrogatorio remitido por la Congregación sirvió para las «Informaciones de 1666».

Clemente X en 7 de enero de 1675, confirmó la erección de la Congregación de la Virgen de Guadalupe en su Santuario, y le concedió muchas Indulgencias, entre Plenarias y Parciales, y señaladamente la Plenaria en el día 12 de diciembre. Esta Congregación erigida por el segundo arzobispo Mexicano en 1554 en el Santuario, volvió a florecer en 1673 y en esta ocasión se hizo súplica a la Santa Sede para las Indulgencias. En el mismo año de 1675 en 9 de enero, el mismo Sumo Pontífice concedió que por quince años fuese privilegiado el Altar de la Virgen de Guadalupe por las almas de los Congregantes difuntos.

Inocencio XI tan devoto de la Virgen de Guadalupe, desde el año de 1676 al de 1683 concedió muchísimos privilegios e Indulgencias: mencionamos el haber confirmado y enriquecido de Indulgencias las Congregaciones Guadalupanas, erigidas en Querétaro y en la Iglesia de San Francisco de México, concedió que por quince años fuese Altar privilegiado por todos los fieles difuntos el Altar de Guadalupe; y que ganasen Indulgencia Plenaria todos los que visitasen el Santuario el primer domingo de Adviento, el 12 de diciembre y en los días de las Cuarenta Horas.

Clemente XII en 3 de febrero de 1702, concedió Indulgencia Plenaria a los Congregantes cuantas veces visitaren el Santuario, y a la hora de la muerte invocaren a la Santísima Virgen de Guadalupe.

  —414→  

Benedicto XIII, con Bula de 9 de febrero de 1725, erige el Santuario en Insigne y Parroquial Colegiata de Santa María de Guadalupe; y con Breve de 27 de septiembre de 1728 confirmó a perpetuidad la Indulgencia plenaria a todos los que visitaren la Iglesia de Guadalupe de la Diócesis de México, en el día de la Fiesta de la Aparición de la misma Santísima Virgen María de Guadalupe: «Ecclesiam de Guadalupe Mexicanae Dioeceseos die Festo Apparitionis B. M. V. de Guadalupe visitantibus».

Benedicto XIV, en 22 de agosto de 1748, volvió a confirmar la agregación del Santuario de Guadalupe a la Basílica Lateranense de Roma; en 11 de mayo de 1752 declaró Altar privilegiado perpetuo el Altar Mayor de la Colegiata; en 25 de mayo de 1754 expidió la célebre y larga Bula en que inserta por entero la relación de las Apariciones como se contenía en la Súplica, confirma el Patronato Nacional y el Oficio y Misa propia, aprobado por la Congregación de Ritos; y concede muchísimas Indulgencias, como puede leerse en la Bula que traducida al castellano, hállase en el Cap. VII de este Segundo Libro, págs. 115 a 117; en fin, en 2 de julio de 1757, extiende a todos los Dominios del Rey de España el Oficio y Misa propia concedido a la nación mexicana.

Pío VI confirmó las Indulgencias concedidas y añadió otras nuevas, especialmente en 21 de diciembre de 1785 concedió el privilegio de Altar de Ánima, a más del Altar Mayor, en uno de los altares laterales de la Colegiata; en 31 de mayo de 1778, por medio de la Congregación de Ritos, concedió que en los sábados se pueda cantar en la Colegiata la Misa votiva de la Virgen de Guadalupe en los días que no sean de primera o de segunda clase, sin omitir, empero, la Misa conventual, o del día; y en 10 de agosto de 1787 dio facultad al Abad o al Presidente del Cabildo de la Colegiata, de bendecir Medallas de Nuestra Señora de Guadalupe aplicando la Indulgencia plenaria para la hora de la muerte. Esta concesión fue por treinta años.

Pío VII, en 26 de mayo de 1805, confirmó la agregación de la Colegiata a la Iglesia de San Juan de Letrán en Roma; y en 9 de julio del propio año concedió que la Misa votiva en todos los sábados, pudiese cantarse aún en los días de segunda clase y los que caen en infraoctavas privilegiadas.

Pío VIII declaró privilegiados perpetuamente los Altares de las   —415→   tres capillas, del Cerrito, del Pocito y de la Iglesia antigua. Pero hay la circunstancia de mencionarse expresamente las Apariciones de la Virgen en el Cerro y cerca del Pocito, y la colocación de la Santa Imagen en su primera Ermita. Todo consta por el certificado, que se guarda original en el Archivo de la Colegiata, del Secretario de la Congregación de Propaganda Fide. He aquí las palabras textuales: «Declaravit in perpetuum privilegiatum altare maius Ecelesiae erectae in honorem B. M. Virginis de Guadalupe, ubi prima Apparitio eiusdem Beatae Mariae Virginis sequuta est... Altare Maius Ecclesiae erectae in honorem B. Mariae Virginis de Guadalupe, ubi secunda apparitio eiusdem B. Mariae Virginis sequuta est... Altare Ecclesiae, in qua primum collocata fuit imago eiusdem B. M. Virginis de Guadalupe». En 30 de noviembre de 1830 concedió que fuesen perpetuamente privilegiados los dos altares laterales al Mayor, que se estaban fabricando en la Colegiata, y concedió por otros treinta años al Abad o al Presidente de la Colegiata, la facultad de bendecir medallas, aplicándoles Indulgencia plenaria en la hora de la muerte.

Pío IX, en 10 de abril de 1862, concedió a la Colegiata el privilegio otorgado al Santuario de Loreto, esto es, que todos los sacerdotes que celebren en el Altar de la Virgen de Guadalupe, pueden decir la Misa de la Aparición, excepto los días solemnes del año en que no puede votivarse ni en la Iglesia de la Santa Casa de Loreto. Y en 14 de abril de 1863 concede que el 12 de diciembre y los dos días inmediatos siguientes sean privilegiados todos los altares de la Colegiata.

León XIII, con Breve de 8 de febrero de 1887, concedió al arzobispo de México la facultad de coronar con su autoridad y en su nombre la Imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe. En 8 de julio de 1888 la Suprema Inquisición Romana «reprendió gravísimamente el modo de obrar y hablar contra los milagros o Apariciones de la Beatísima Virgen María de Guadalupe». En 9 de septiembre de 1890 concede la erección de una Archicofradía en la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, con la facultad de agregar a ella todas las Congregaciones de la República Mexicana. En 6 de marzo de 1894 la Congregación de Ritos aprueba el nuevo Oficio y Misa con las Lecciones propias e historiales en el Segundo Nocturno, y con fecha, 2 de agosto, León XIII dirigió una carta   —416→   «a los Arzobispos y Obispos de la República Mexicana» sobre la aprobación del Nuevo Oficio.

Por ser de muchísima importancia, vamos a dar el texto original latino, cuyas cláusulas principales, traducidas al castellano, fueron puestas en el capítulo antecedente.




III

Venerabilibus, fratribus archiepiscopis et episcopis reipublicae mexicanae


LEO PP. XIII.- Venerabiles Fratres, salutem et Apostolicam Benedictionem.- Perlibenti quidem voluntate vestrae favere unanimi rogationi censuimus, ut quem divini Officii ritum, honori Beatae Mariae Virginis Guadalupensis, Patronae primariae gentis vestrae, Benedictus XIV Decessor Noster illustris concesserat, eumdem Nos propriis nonnullis accessionibus ornaremus. Novimus enim quam aretam cum exordiis et propagatione christianae fidei apud Mexicanos coniunctionem habeat cultus divinas Matris; cuius Imaginem istam admirabilis rerum ordo, ut annales referunt vestri, ab origine ipsa commendat. Novimus augescentem pietatem in sacratissima eius aede Tepeiacensi, cui ampliore cultu instaurandae tantam operam datis: ad hanc siquidem, tamquam ad communem votorum metam, peregre ab universis reipublicae finibus devota contendunt agmina insigni frequentia. Eaedem sane causae Nos, paucis ante annis, moverunt ut augustam Regine vestrae Effigiem, nomine et auctoritate Nostra, aureo decorari diademate iuberemus.- In his autem, Venerabiles Fratres, fateri libet, id etiam voluimus peculiari argumento testatum, quantopere delectemur de summa animorum consensione, quae, ut in vestro ordine, sic inter Clerum omnem et populum feliciter viget; unde vincula item cum Apostolica hac Sede firmiora consistunt. Cuius quidem consensionis quum effectricem et custodem optimam vosmet agnoscatis benignissimam ipsam Dei Parentem, Guadalupensi titulo venerandam, magna ideo caritate Mexicanam nationem per vos hortamur, ut reverentiam et amorem eius sic tueatur perinde ac decus eximium et praestantissimorum fontem   —417→   bonorum. De fide catholica in primis, qua nihil quidem est excellentius, nihil tamen gravius per haec tempora conflictatur, certum omnino exploratumque sit, eam apud vos tamdiu integram et stabilem fore, quamdiu eadem steterit pietas, constanter digna maioribus.- Patronam igitur maximam impensiore quotidie studio et colant et diligant universi: praesentissimi autem eius patrocinii munera in omnium ordinum salutem et pacem maiora quotidie redundabunt. Haec intime exoptantes, effusae caritatis Nostrae tribuimus pignus in Apostolica benedictione, quam vobis singulis, Venerabiles Fratres, et Clero populoque vestrae cuiusque curae concreditis impertimus in Domino.

Datum Roma, apud S. Petrum die II augusti anno MDCCCXCIV, Pontificatus Nostri decimo septimo.- LEO PP. XIII.








ArribaAbajo Capítulo XXII

Ampliación, restauración y decoración de la Colegiata


Nuevo coro y altar mayor.- Capillas.- Pinturas murales en que se representan unos hechos principales de la Historia de la Aparición.



I

La ampliación de la Colegiata, como ya se dijo arriba en el cap. XVI de este segundo Libro, era del todo indispensable, y desde el principio de este siglo se había pensado en ello, pero no pudo llevarse a cabo. Con ocasión de la solemne Coronación se determinó efectuarla definitivamente; y el plan que se adoptó se reducía a ocupar el espacio que está detrás del Altar Mayor, derribar el ábside antiguo, abrir un arco, trasladar a la parte nueva el coro que   —418→   estaba enmedio de la Iglesia, y frente al coro levantar un suntuoso Altar Mayor con un rico Baldaquino a la manera de las Basílicas Romanas, para formar en él el Trono en que se colocase la Celestial Imagen de la Soberana Patrona y Madre de los mexicanos. Esto en cuanto a la ampliación: para la decoración se aprobaron grandiosos proyectos, correspondientes en todo y en armonía con la ampliación: de esto se tratará en su lugar.

La obra, sea de ampliación, sea de decoración, era de mucho costo y trabajo y apenas casi con un millón de pesos quedaría del todo acabada. Se apeló por tanto a la piedad y liberalidad de los mexicanos, y el Pbro. D. Antonio Plantarte y Labastida, encargado de colectar los recursos necesarios, recorriendo las principales ciudades de la República, recogió bastante para poner mano a la obra.

Para edificación de los mexicanos, permítaseme poner una carta que un buen mexicano del antiguo Estado de Nuevo México escribió al tener noticia de la solemne Coronación. Sabido es que en la ciudad de las Vegas, Nuevo México, los Padres de la Compañía de Jesús de la Provincia de Nápoles, desde el año de 1874 fundaron un periódico semanal de doce páginas en cuarto, con el título de Revista Católica, para el bien exclusivo de los mexicanos de los antiguos Estados. No es aquí el lugar de encarecer el mérito de esta revista, ni el bien que han hecho y siguen haciendo. No dejaron los buenos padres de poner en su revista todo lo que se había empezado a tratar acerca de la Coronación de la Santa Imagen. Al leer estas noticias un suscritor del benemérito periódico dirigió al Director la carta siguiente, que vamos a dar tan sólo corrigiendo las faltas de ortografía.

Georgetown, Nuevo México, mayo 9 de 1887.

Rdo. padre: remito a V. un billete de cinco pesos con el fin de que haga V. el favor de remitírselo a mi Madre Santísima de Guadalupe: diciéndole a esa amorosa Madre que ahí le manda ese pequeño donativo este su miserable hijo que tiene en este valle de destierro. Estas cinco pobres monedas las he adquirido con el fatigoso jornal de mi trabajo. Porque grande, muy grande ha sido el regocijo y alegría en que mi alma se mece desde la hora y momento en que fue sabedora que esa Bendita Virgen Inmaculada Concepción   —419→   concebida en gracia sin la culpa original, va a ser coronada en ese dichoso y bienaventurado cerro del Tepeyac, que desde lo alto del cielo bajó a este bajo suelo a hacer la morada en ese florido y vistoso cerro, en donde diariamente está con los brazos abiertos, brindándonos su protección y amparo y ofreciéndose que Ella es una Madre fiel y verdadera que nunca cerrará sus benditos brazos a todos sus hijos que con fiel afecto se acogen a su protección y amparo: ¡Dichosos los cristianos católicos, apostólicos, romanos, que nunca son huérfanos! Se les muere la madre temporal, y les queda la Madre que nunca muere, siempre vive y reina por siglos infinitos. Amén.

Deseoso y muy voluntario con esta acción me encuentro con deseos de ser un hombre poderoso en aquello que nombramos bienes de fortuna, para que en lugar de ser cinco pesos fueran cinco diamantes de los de más alto valor para manifestar más amor a esa mi Bendita Madre. Pero me conformo con que Ella aprecia más un humilde corazón que todos los diamantes del mundo; y Ella está muy al tanto que estas cinco pobres monedas las he adquirido con el fatigoso jornal de mi trabajo: cuyo obsequio tan pequeño lo úno con los así grandes como pequeños donativos que sus demás hijos le han hecho, para ser yo uno de sus hijos que contribuyan en esa obra de tanto mérito ante los ojos de Nuestro Padre Celestial... -Bernardino Caballero.



Por supuesto, el mismo, mismísimo billete de banco fue remitido luego al P. Plancarte, el cual contestó: «Tacuba, mayo 29 de 1887. Recibí la muy grata de V. R., fecha 18 del corriente, y la muy edificante carta del devoto contribuyente, y unida a los cinco pesos que envió para la coronación de la Indita...».

Comenzó la obra de ampliación de la Colegiata en 24 de octubre de 1887, siendo su Director el Ingeniero D. Juan Egea, y encargado de su ejecución el Maestro D. Manuel Gutiérrez. Fue verdaderamente providencial el proyecto de la ampliación; pues hacía tiempo que se notaban en el templo continuamente nuevas cuarteaduras: y el arquitecto al examinar el terreno para la proyectada ampliación, encontró que la torre del lado de la Sacristía estaba hundida y desprendida del resto del edificio, y las antiguas bóvedas se encontraron con grandes cuarteaduras, ocasionadas por el desplome de las torres; y se reconoció que todo esto era debido a una   —420→   grieta o paso de agua que, según los hombres entendidos en la materia, viene de Tula hasta el pie del Tepeyac. Conocidas las causas de las continuas cuarteaduras del templo, se empezó a subsanarlas por medio de un arco inverso y se cogieron con amarras de fierro las grietas de las paredes, torres, bóvedas y cúpula; obra laboriosísima que importó cosa de cuarenta mil pesos. Para asegurar la nueva construcción, se profundizaron los cimientos hasta la siguiente capa de roca, o sea a una profundidad de seis a veintiséis varas, y trabajando entre manantiales sulfurosos; y hubo puntos en que se profundizó hasta treinta metros sin encontrar terreno firme; y entonces se resolvió clavar pilotes de cedro de a diez varas, calzados de hierro galvanizado, hasta donde quedaran sólidamente embutidos y sobre estas estacadas se hicieron los cimientos de la parte nueva.

Esta obra duró un año y costó ochenta mil pesos. Al quitar los órganos del antiguo Coro se encontró uno de los antiguos capiteles y conforme a éste se renovaron todos los demás; y en el mismo estilo todas las bóvedas.

La parte nueva para ampliar el Templo, ocupa, como ya se dijo, una extensión de treinta y cuatro metros de longitud por veintiún metros de ancho y consta de seis bóvedas sostenidas por diez y nueve arcos, fabricados con piedras de tres varas cúbicas, en número de cinco mil; el costo de cada piedra hasta su actual costo de labrado ya terminado, no baja de doscientos pesos. Estos apuntes fueron tomados de la carta que el P. Plancarte escribió al Sr. arzobispo Labastida con fecha: «Tacuba, agosto 30 de 1890», y de la reseña de los trabajos impresa en el «Álbum de la Coronación». (Págs. 113 y 115).

Para la ejecución de la parte nueva era indispensable trasladar la Santa Imagen al cercano templo de Capuchinas; y esta traslación se hizo en la tarde del 23 de febrero de 1888. Fue ésta la sexta traslación: pues la primera fue por el mes de noviembre en el año de 1622, en que el arzobispo La Serna la trasladó desde su Ermita a la Iglesia más espaciosa, «plantada a poca distancia de la primera, y tan corta la distancia de un lugar a otro, que era casi ninguna la diferencia», como escribe el P. Florencia. (Cap. XIII, § 10). La segunda fue en el año de 1629, en tiempo de la inundación, cuando fue conducida en canoa a la Catedral y permaneció   —421→   allí como cinco años. La tercera en 1694, en que para edificar en el mismo lugar el templo que ahora están ampliando, fue trasladada a un templo provisional donde permaneció catorce años. La cuarta traslación fue en 1791, y fue colocada en la Iglesia de Capuchinas, para reparar el daño que padeció el Santuario con la fábrica del Monasterio contiguo de dichas religiosas; y permaneció allí desde el 10 de junio de 1791 al 11 de julio de 1794. La quinta fue en 1836 para componer el nuevo altar, y estuvo en la Iglesia de Capuchinas desde el 19 de abril al 10 de diciembre del mismo año. La sexta traslación fue la presente en el año de 1888 para la ampliación y decoración de la Colegiata. Y, si como esperamos, el próximo 30 de septiembre de este año de 1895 se verifica la vuelta de la Santa Imagen a su Real, se contarán siete años, siete meses y siete días de haber sido trasladada.

El diario católico El Nacional, en su Alcance de 26 de febrero de 1888, describe esta sexta Traslación en los términos siguientes: «Desde las primeras horas de la mañana del día 23 del actual, (mes de febrero) la mayor parte de los vecinos de la Villa de Guadalupe y otros de la capital acudieron al Templo a fin de presenciar el acto solemne de la Traslación, y de tributar, durante él, las muestras del amor ferviente que los mexicanos profesamos a la Divina Protectora de nuestra Patria. Reunidos los Señores Capitulares en el Presbiterio de la Colegiata, en presencia de incontable número de personas, se ejecutó la remoción y descenso de la veneranda Imagen, cuyo marco es de oro puro y madera, con dos varas seis pulgadas de largo y una vara veintiuna pulgadas de ancho, y en el cual está grabada una Inscripción que dice: «Donación hecha a María Santísima de Guadalupe por el Sr. D. Nicolás J. P. H. de Garavito, Prebendado de esta Santa Metropolitana Iglesia de México, en 10 de diciembre de 1777 años». El marco pesa quince quintales y fue removido con bastante dificultad; pues como se lee en el acta que se levantó, «a las tres de la tarde en punto se procedió a desprender la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que con su respectivo marco se encontraba colocada en el Altar Mayor de dicha Colegiata, cuya operación quedó concluida a las cuatro y cuarto de la misma tarde».

Luego que la Santa Imagen en su marco fue puesta en hombros de las personas que se disputaban la dicha de cargarla, el Presidente   —422→   del Cabildo de la Colegiata dio orden de que a la salida del templo se apagasen las velas a fin de que no tuviese el carácter de procesión prohibida por las leyes de Reforma. Reinaba una emoción indescriptible: acompañada de numerosa concurrencia entró la Santa Imagen en la Iglesia de Capuchinas a los tres cuartos para las cinco; y quedó colocada en el altar mayor de dicha Iglesia a las seis y veinte minutos de la propia tarde.



Por orden del señor Arzobispo, dos Notarios públicos levantaron en toda forma de Derecho el Acta de la Traslación. Firmaron el Acta treinta y cinco entre Canónigos de la Colegiata y otros señores que asistieron.




II

Por decir ahora algo en particular acerca de la ampliación de la Colegiata, en la fachada del templo, a más de la puerta grande que había enmedio, se abrieron dos puertas laterales siguiendo el mismo orden de arquitectura. El pavimento de las tres naves se cubrió de madera fuerte de mezquite, formando con piezas bien dispuestas un variado mosaico de figuras geométricas complicadas y entrelazadas entre sí con mucho primor, y para resguardar la parte baja de los muros contra el frotamiento y otras causas de destrucción y desaseo se colocó un lambrín o resguardo de madera de caobilla, encerada con altura de dos metros y medio.

Cuatro hermosas escalinatas de mármol, de doce gradas cada una, y todas con sus pasamanos cubiertos con láminas de plata, conducen del cuerpo de la Iglesia al Presbiterio que es la parte nuevamente añadida, y se extiende por todo lo ancho del Templo comprendiendo las tres naves. Dos de estas escalinatas están en la nave principal a los lados de la puerta de una cripta o subterráneo, de que hablaremos más adelante; las otras dos escalinatas están, guardando la misma línea, al fin de las naves procesionales.

Todo el pavimento del Presbiterio está cubierto de mármol negro y blanco italiano, formando vistosos tableros. Enmedio del Presbiterio se levanta majestuoso el Baldaquino, formado de cuatro   —423→   columnas que sostienen una bóveda de bronce dorado dividida en cuatro acróteras o arcos que descansan sobre los capiteles de las columnas y rematada por una cruz. Las bases y capiteles son de bronce, los pedestales son formados de mármoles de varios colores; y los fustes o cañas son de granito de Escocia monolíticos, que miden seis y medio metros de altura, con peso de mil arrobas, cada uno.

A las cuatro extremidades de la bóveda del Baldaquino, están cuatro estatuas que representan cuatro arcángeles; y en las acróteras o bovedillas hay los símbolos de las cuatro Virtudes Cardinales. Todas estas estatuas son de bronce y fueron ejecutadas en Bruselas, célebre ciudad de Bélgica. Enmedio del Baldaquino está el Altar, todo de blanquísimo mármol estatuario de Carrara, obra de un célebre escultor romano, y enmedio del Altar se levanta el grandioso marco de bronce dorado, en que está colocada la Santa Imagen. El marco es de figura rectangular, y se compone de dos pilastras que sostienen una cornisa semicircular, en cuyo medio hay tres ángeles de relieve en ademán de sostener una corona; y entre estas dos pilastras hay otro marco inmediato que contiene la Santa Imagen, y que fijo en un grueso eje permite volverla por todos lados. Detrás del marco se leen en letras góticas los Dísticos latinos que a la Santísima Virgen de Guadalupe dedicó León XIII, como queda dicho en el capítulo XX. El marco mayor con el Altar tiene una altura de veintisiete metros y el enorme peso de tres mil y doscientas arrobas. A los dos lados del Altar sobre convenientes pedestales, hay dos estatuas en mármol; al lado del Evangelio la del venerable Zumárraga, primer obispo de México, y al lado de la Epístola la de Juan Diego, el humilde mensajero de la Virgen al Obispo; ambos adorando a la Santísima Virgen.

Inmediatamente tras del Altar mayor se encuentra el Coro de los Canónigos, bajo la bóveda principal o ábside: allí se colocó la antigua sillería y facistol. De la preciosidad de este Coro se habló en el capítulo XXI del Primer Libro de esta Historia. La antigua barandilla de plata viva, que formaba la Crujía, recorre ahora y adorna todo el frente del Presbiterio.

Como que el nuevo Altar y Baldoquino, los dos de peso muy considerable y aun enorme, descansan sobre la Cripta o subterráneo, hubo precisión de construirla con la mayor solidez posible desde   —424→   los cimientos, y se le formó una bóveda plana con viguetas de hierro y piedra. La cripta está dividida en siete compartimientos y todos ellos con lóculos o nichos cinerarios destinados a recibir los restos de los canónigos y bienhechores más insignes de la Colegiata. Frente a la puerta de ingreso de la cripta se encuentra colocada la estatua del arzobispo Labastida, de rodillas, en acto de adoración y elevando los ojos a la Santa Imagen.

Cada una de las once estatuas mencionadas, ocho de bronce y tres de mármol, se estima en cinco mil pesos; y el costo de la cripta, bóveda de fierro, pavimento de mármol del presbiterio, altar y Baldaquino, ha sido de ciento cincuenta mil pesos fuertes.

Los Altares de la Colegiata al presente son doce: exceptuando el altar del Corazón de Jesús en la Capilla del Sagrario; los once restantes están en la parte nueva. El primero es el Altar Mayor debajo del Baldaquino, el segundo, que puede considerarse como una continuación del Altar Mayor, este, situado detrás del marco en que está colocada la Santa Imagen. En el fondo del coro hay un riquísimo altar de San José; y al cabo de las naves laterales, a la derecha, el altar de San Joaquín, y a la izquierda el altar de Santa Ana.

Enfrente de éstos hay otros dos altares: el de los santos Fundadores de las Órdenes Religiosas existentes en México, al lado derecho; y al otro lado, el altar del Protomártir San Felipe de Jesús y de los otros beatos mártires mexicanos.

En la Cripta hay cuatro altares sencillos; de mármol negro.

Dos grandes órganos sirven para las funciones: el antiguo, sobre la puerta mayor del templo; el nuevo, en la tribuna al lado del Evangelio, abierta en los muros del Presbiterio, correspondiente a la del lado de la Epístola. Llámanse también, el primero, órgano del coro alto, y el segundo, órgano del coro de los canónigos. El del coro alto es uno de los antiguos, pero ha quedado en magníficas disposiciones por la compostura que ha recibido. El órgano del coro de los canónigos es enteramente nuevo, y fue construido en Guadalajara por el inteligente organista Francisco Godínez.

En el primer pilar de la nave principal, al lado del Evangelio, está colocado el púlpito, hecho de cedro de La Habana, con altos relieves en caoba, y está colocado al lado del Evangelio, porque así lo exige el uso general de la Iglesia para que entendamos que en   —425→   el sermón que se predica en el púlpito no se hace más que explicar las verdades, y la doctrina que se contiene en el Evangelio, o que con esto tiene relación. Sólo en las Catedrales, por estar el Trono Episcopal al lado del Evangelio, el púlpito está colocado al lado de la Epístola. Por la misma razón del uso constante y general de la Iglesia, el Coro fue restituido al Presbiterio que es su propio lugar, dejando libre la nave del templo para los fieles. De este punto se trató con bastante extensión en el capítulo XVI de este segundo Libro.

En fin, cuéntense en el Templo treinta y ocho ventanas a más del ojo de la bóveda del ábside. Todas son de cristal de varios colores, grabados y montados sobre marcos de hierro; pero las tres vidrieras de la capilla de San José y el ojo del ábside, son de cristal de Mónaco, de Baviera, con figuras de Santos rodeadas de ángeles y emblemas, según el estilo gótico. En la cúpula hay ocho grandes ventanas; otras tres, ochavadas y de mayores dimensiones, están: una en el coro y las otras dos en los cruceros; las veinticuatro restantes en el cuerpo del Templo.

La parte antigua del Templo fue renovada y restituida a su antigua arquitectura, restaurándose los capiteles dóricos; la cúpula fue ornada con nuevas pinturas que representan con figuras alegóricas los títulos de alabanzas que a la Virgen se tributan en la Letanía. Alternan con estas figuras alegóricas unos ángeles, teniendo cada uno de éstos un escudo con un versículo de la Letanía. En un marco bronceado figura una Imagen de la Virgen de Guadalupe con grupos de ángeles en adoración.

En fin, adornan los muros de la Basílica, cinco cuadros grandes al óleo, de que nos vamos a ocupar.




III

Los cinco cuadros murales, valorados cada uno en cuatro mil pesos, fueron costeados por los Ilmos. prelados de Durango, Querétaro, Yucatán, Zacatecas y San Luis Potosí.

Dos de estos cuadros están colocados al lado de la Epístola: los tres restantes al lado del Evangelio.

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Al lado de la Epístola, el primero es un cuadro alegórico y representa, «la vocación de los indios a la Fe», como consecuencia de la Aparición de la Virgen, que con su presencia en el Tepeyac santificó estas dilatadas regiones y quitó de los habitantes el estorbo más grande, que era el de la poligamia, para que se rindiesen a la obediencia del Evangelio. Vense pues en este cuadro, así como en lontananza, muchedumbre de indios, ordenados en procesión, y acompañados de religiosos de la Benemérita Orden Seráfica destinada por Dios a fundar la Iglesia Mexicana; más de cerca otro grupo de indios que reciben de otro religioso las últimas instrucciones y disposiciones para recibir el bautismo; en otra parte otros religiosos que están bautizando a los indios arrodillados; y en fin se ve a otro religioso que está poniendo el santo Crisma. Arriba del cuadro se ve a la Virgen de Guadalupe rodeada de ángeles, y más arriba al Eterno Padre como entre las nubes de la gloria, con los brazos abiertos en ademán de recibir a los nuevos hijos. El pintor fue D. Felipe S. Gutiérrez.

El segundo cuadro pintado por el P. Gonzalo Carrasco, de la Compañía de Jesús, representa el primer milagro que se obró a vista de todos en la Procesión solemne en que fue conducida la Santa Imagen a su primera Ermita. Sabido es que entre los varios modos con que los indios celebraron este grandioso acontecimiento, uno fue el de las salomas militares enmedio del lago; en esta ocasión un indio disfrazado de chichimeca fue por desgracia herido mortalmente de un flechazo. Le llevan ya muerto ante la Santa Imagen, y luego el indio vuelve a la vida. Represéntase pues en el cuadro toda la procesión; unos que llevan el palio, otros que debajo de él llevan en andas, la Santa Imagen, el V. Zumárraga acompañado de religiosos y de algunos sacerdotes y principales personas; guerreros aztecas y españoles, cada uno en su propio traje militar, forman parte de la Procesión. Pero lo que llama la atención de un modo especial es el grupo que representa al indio muerto, tendido en el suelo, rodeado de sus parientes y de un religioso franciscano que sosteniendo con el brazo izquierdo la cabeza del indio, levanta la derecha y su rostro a la Virgen en actitud de pedirle el milagro; al semblante del Religioso no le falta más que la palabra, si es que hace falta.

Ya se dijo en el cap. IV del primer libro de esta Historia, que   —427→   desde los primeros años después de la Aparición se colocó en la primera Ermita una gran pintura en que se representaba la solemne Procesión y el milagro del indio resucitado. Existe todavía este cuadro, y se conserva en el Presbiterio de la Iglesia vieja o Iglesia de los Indios, y con otro nombre Parroquia de Guadalupe.

De los otros tres cuadros colocados al lado del Evangelio: el primero, pintura de D. José Salomé Pina, representa al P. Francisco López, de la Compañía de Jesús, en el acto de desplegar, cual otro Juan Diego, ante Benedicto XIV la copia de la Santa Imagen, mandada pintar por el arzobispo de México al célebre Cabrera para ofrecerla a Su Santidad. Se ve pues, al Sumo Pontífice en su trono, rodeado de prelados, guardias nobles, etc., y al P. López, de rodillas. Detrás del trono Pontifical como en lontananza se ve la fachada superior de la Basílica Vaticana con la grandiosa cúpula. La composición produce un efecto muy hermoso.

El segundo cuadro, pintura de D. Félix Parra, representa «La Jura del Patronato de la Santísima Virgen de Guadalupe». En la página 121 del «Álbum de la Coronación» se lee: «El segundo (cuadro) conmemora el Juramento del Patronato ante el Ilmo. Sr. arzobispo de México, año de 1737».

De este fausto acontecimiento se dio cuenta en el cap. I de este Segundo Libro.

Para la inteligencia del cuadro mural, hay que distinguir entre la solemnidad del juramento y la solemnidad de la promulgación del juramento ya hecho. Y con respecto al mismo juramento hay que tener presente que hubo dos juramentos: uno en 1737 y fue particular de la Ciudad de México; otro en 1746, y fue universal de toda la Nación Mexicana. Los dos juramentos fueron recibidos por el arzobispo Vizarrón; el primero en la Capilla del Palacio Virreinal, siendo virrey el Arzobispo; el segundo en su propia Capilla del Palacio Arzobispal. En el cuadro se representa el primer juramento hecho el 27 de abril de 1737.

Como fondo del cuadro se ve el riquísimo Retablo de la Capilla Virreinal, y enmedio de él campea la Virgen de Guadalupe, entre flores y candeleros. Ante el Altar se ve al arzobispo Vizarrón revestido de sus ricos ornamentos pontificales y sentado en el Faldistorio. Ante el Arzobispo hay una mesa cubierta con precioso tapete, y sobre la mesa un Crucifijo con el libro de los Evangelios,   —428→   abierto. A la derecha del Arzobispo los dos Canónigos Comisarios, acompañados de otros del cabildo de la Metropolitana, en pie, con su mano derecha sobre el pecho en acto de jurar in verbo sacerdotis; a la izquierda los dos Comisarios del Ayuntamiento, de rodillas y con la mano derecha sobre el Evangelio; después otros Eclesiásticos y seculares y el Secretario de Cámara y Gobierno Eclesiástico que lee la fórmula del Juramento, con que la ciudad de México jura por su Patrona Principal a la Virgen de Guadalupe y prometen poner todo empeño en que toda la Nación la jure y reconozca solemnemente por su Patrona Nacional, lo que como queda indicado, se efectuó nueve años después, el 4 de diciembre de 1746, promulgándose en el día de la Aparición y en el mismo Santuario el Patronato Nacional de la Virgen del Tepeyac sobre todos los mexicanos, como queda referido en el cap. III de este libro.

El tercer cuadro mural, pintura de D. José M. Ibarrarán, representa las «Informaciones de 1666». Sabido es, como por extenso se dijo en el capítulo XIX del primer libro de esta Historia, que estas informaciones jurídicas fueron mandadas sustanciar por orden del Papa Alejandro VII según el Interrogatorio que para el efecto trasmitió la Congregación de Ritos. Veinte testigos, según forma de Derecho, fueron requeridos en éste que verdaderamente fue Proceso Apostólico: ocho indios muy ancianos, diez de los más selectos entre el clero secular y regular; y dos de los más ancianos de la primera Nobleza de México. Tuvo pues el pintor, bastante materia para su composición.

Ante los cuatro Canónigos Comisarios, sentados en uno como estrado, se ve un grupo de testigos; más de cerca se ve al Canónigo Procurador de la Causa, presentar por testigo a un indio anciano apoyado en un bastón, y sostenido por otro indio joven; en fin, el Escribano público que escribe las Actas. Todo esto pasa en una sala en Cuautitlán.

En fin, para concluir esta muy somera reseña de las obras de la Colegiata, hay que advertir que para los gastos de la decoración y ornamentación de la Colegiata, hubo varios bienhechores particulares, cuyos nombres pueden leerse en las páginas 122 y 123 del Álbum de la Coronación: cuéntanse, si no me equivoco, unos setenta y siete. De éstos, treinta y cuatro son llamados «bienhechores insignes», (en la página 118) cuyos nombres se mencionan   —429→   en dos inscripciones, puestas a los dos lados de la puerta del Oriente de la Colegiata.

El lector verá que no nos hemos equivocado cuando al principio de este capítulo dijimos que no bastaría tal vez un millón de pesos para la ampliación, restauración y decoración de la Colegiata.

También comprenderá el lector el inmenso trabajo que costaría al verdaderamente benemérito D. Antonio Plancarte y Labastida, reunir tan enorme cantidad, si tiene presente que las Diócesis de la República, desde enero de 1887 hasta el 31 de febrero de 1896, le remitieron para la obra de la Colegiata tan sólo unos doscientos cuarenta y un mil y ochocientos pesos.

En prueba, léase lo que el periódico católico de Durango, El Domingo, imprimió en su número de marzo 8 de 1896, bajo el epígrafe de interesantes datos.

Tenemos el gusto de honrar hoy las columnas de nuestro semanario, con los siguientes datos, tomados de muy buena fuente, que refieren con toda exactitud las cantidades colectadas en cada una de las Diócesis de la República, para las reparaciones costosísimas que se hicieron a la Colegiata de Nuestra Nacional Patrona, la Santísima Virgen de Guadalupe.

¡Cuántos sacrificios, cuánta solicitud por parte del nunca bien estimado Sr. Plancarte, para llevar a cabo una colectación tan importante! ¡Dios le recompense afán tan singular!

Durango, nuestra católica Durango, se mostró guadalupana y ayudó hasta donde más pudo con su óbolo para una empresa que se llevó a feliz término a costa de tantas penas, y que es hoy un monumento que honra a nuestro privilegiado suelo y habla muy alto en favor de la fe religiosa inquebrantable de nuestro pueblo.

He aquí los datos a que nos referimos:

Lista de las Diócesis según el orden de las cantidades que han dado para las obras de la Colegiata desde enero de 1887 hasta el 31 de enero de 1896:

Durango$37396,32
Puebla$36615,00
San Luis Potosí$25295,00
A la vuelta$99306,32
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De la vuelta$99306,32
Zacatecas$22586,13
Guadalajara$22262,72
León$20325,00
Querétaro$15291,21
Michoacán$13755,50
Veracruz$11048,00
Yucatán$9164,00
Linares$3416,50
Colima$3187,62
Tulancingo$3084,00
Sinaloa$2874,75
Sonora$2694,00
Zamora$2162,92
Oaxaca o Antequera$1913,74
Tepic$1700,00
Tehuantepec$1650,97
Saltillo$1332,02
Chilapa$1267,40
Chiapas$1266,27
Cuernavaca$1225,00
Tamaulipas$350,00
Suma$241864,07