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ArribaAbajoCapítulo XI

Variedad de armas de estas Naciones: destreza en manejarlas, su fábrica, y el tambor raro, con que se convocan á la guerra



ArribaAbajo§. I

Armas, su fábrica y uso


A todas las bestias, aves y animales, dió el sapientísimo Autor de la Naturaleza instinto para mirar por su conservacion; y á casi todas les dió armas defensivas y ofensivas, para defenderse, y para ofender tambien, quando les conviene: á unas fieras dió garras y colmillos agudos; á otras durísimos cascos y dientes penetrantes: dió uñas sangrientas, y tenaces picos á las aves; y en fin, ni á la abejilla hacendosa falta su aguijón, ni á la menor hormiga su mordáz tenaza: solo al hombre crió Dios desarmado, tal vez porque en ira y corage excede á todas las fieras; ó porque habiéndole dotado de entendimiento y discurso, le dió las mejores armas, en los medios oportunos para inventarlas, así defensivas, como ofensivas para los casos necesarios.

Entre todas las armas ofensivas, que inventó la industria humana, parece que se llevan la primacía el arco y la flecha, ó por mas proporcionadas á su genio, ó por ser mas manuales: sea por lo que fuere, ello vemos en las Sagradas Escrituras, que   —98→   su antigüedad compite con la de los primeros hombres del Mundo; y hallámos, así en las Historias Sagradas, como en las Profanas, que su uso fué general entre todas las Naciones del Mundo antiguo; y en el nuevo ha sido y es hoy general para todas aquellas gentes. A mas de esto, así como acá se inventáron broqueles y rodelas contra las agudas puntas, del mismo modo hallaron esta defénsa los Americanos; y si acá los antiguos usáron porras de Hércules, y entónces y ahora varios géneros de lanzas aceradas; asimismo los Indios usan macánas formidables, y lanzas de madera tan sólida, que puede competir con las puntas mas afiladas de las bayonetas. Y en fin, si acá se inventáron las caxas y timbales de guerra, los clarines y las trompetas para el gobierno de las marchas, y para excitar los ánimos al ardiente manejo de las armas; tambien las Gentes del Orinoco usan una moda rarísima de caxas para la guerra, y una gritería infernal para avivarse y excitarse mútuamente en sus batallas. Pero en lo que ponen su mayor cuidado, es en pintarse todo el cuerpo, y especialmente la cara, con tanta fealdad, que fuera de ponderacion alguna, despues de pintados ó embijados, no parecen hombres, sino un feo exército de Demonios, con tanta similitud, que, como consta en la Historia de las Misiones del Chaco, y en otras Historias semejantes, muchos Españoles de valor, y acostumbrados á batallas en la Europa, sorprehendidos de aquella no imaginada y horrenda fealdad, han vuelto indecorosamente las espaldas, no sin grave daño. La vista se horroriza; pero la bárbara algazara y confusion de gritos, si oida de léjos aturde, oida de cerca provoca á risa; porque   —99→   unos dicen gritando, yo soy bravo como un tigre; otros, yo soy rabioso como un caymán; y cada qual dice su desatino á este mismo tono; y con todo eso, ménos los Otomácos y los Caverres, los demás, viendo caer muertos algunos de los suyos, vuelven las espaldas, y toman la fuga por asilo; ni acometen jamás, si no es notoria su ventaja; y así, todas sus guerras se reducen á emboscadas, retiradas falsas, asaltos nocturnos y otras inventivas. Ahora veamos el modo de fabricar sus armas.

Parecerá á algunos, que se pudiera omitir este punto de que voy á tratar, porque bien se ve quan fácil es formar la punta de una flecha y de una lanza, y reducir un palo tosco á que sirva de macána; pero yo deseo que el curioso Lector se considere conmigo en una de aquellas Naciones, adonde la primera noticia que llega de que hay hierro, la da el Misionero, repartiendo anzuelos y arpones para ganarles la voluntad. En la tal Nacion no se halla un cuchillo, ni un machete, ni herramienta alguna para labrar, desbastar, y pulir sus armas: ¿cómo pues se ingenian, ó de qué se valen para suplir el defecto de instrumentos para labrarlas?

En las Naciones donde hay Misioneros, y en las que no distan mucho de ellos, usan ya de herramientas á propósito para el caso; pero en todas las Naciones en general, ántes que llegasen los Españoles, y en las muchas adonde no han llegado hasta ahora, labran sus armas, tambores y embarcaciones con solo fuego y agua, á costa de mucho tiempo, y de una prolixidad increible. Con el fuego, soplando las brasas, abren y gastan lo que es necesario de las maderas, y   —100→   con el agua, que está á mano siempre, apagan el fuego, para que no gaste de ellas mas de lo que es menester. No hay sufrimiento ni paciencia que baste, solo para verlos trabajar, tan á lo natural, que casi crece su labor, al paso insensible con que crecen las yerbas del campo: pausa solo proporcionada á la innata pereza de los Indios.

Despues de consumido lo que basta, para que el palo tome forma de lanza, de macána ó de punta de flecha, entra otra prolixidad no ménos espaciosa y molesta: buscan ó tienen ya cantidad de caracoles de extraña magnitud, que se crian en las tierras anegadizas y húmedas; hacen pedazos las cáscaras, cuyo borde viene á tener lo tajante, que hallamos acá en un casco de vidrio que se quebró, y con dichos cascos de caracol, á fuerza de tiempo y de porfia, dan el último sér y lustre á sus arcos, y dan agudeza increible á sus lanzas y flechas, todo á fuerza de tiempo, y de una flema intolerable.

Despues encaxan una punta afilada, ó una pua de raya en la extremidad de la flecha, asegurándola con hilo, preparado con peramán, que es un lacre muy parecido al nuestro, que fabrican de cera negra y otras resinas, que en ella derriten á fuerza de fuego. Este peramán, aplicado caliente en una vizma al hueso que se quebró, sea el que se fuere, le reune, y consolida en breves dias, sin necesitar de segunda vizma, ni de otra diligencia, que la de tener quieto el brazo ó pierna quebrada; de lo qual tengo repetidas experiencias.



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ArribaAbajo§. II

Sus caxas de guerra, fábrica y sonido


Las caxas de guerra las labran con fuego y agua en el modo dicho, y el lustre exterior se lo dan á costa de tiempo, y con cascos de caracol; pero como se recatan para esta maniobra, nunca vi fabricar caxa alguna, y todas las que vi eran ya perfectamente concluidas. Ni hallo términos con que explicar su arquitectura, por ser maniobra tan extravagante, que sin verla, no se puede hacer cabal concepto de ella. Voy á explicarla como pudiere.

En las casas de los Caciques, y en lo mas desembarazado de ellas, hay fixados tres palos, que forman ni mas ni ménos que una horca: del atravesaño de encima, con dos bejucos de á quatro ó seis brazadas cada uno, está colgado el tambor por las dos extremidades, distante una media vara del suelo. La caxa es un tronco hueco de un dedo de casco, tan grueso, que dos hombres apénas le podrán abarcar, y de tres varas de largo, poco mas ó ménos: es entero por todo el circuito, y vaciado por las extremidades de cabo á cabo á fuerza de fuego y agua. En la parte superior le hacen sus claraboyas, al modo de las que acá tiene el harpa, y en medio, lo forman una media luna, como una boca, por donde la repercusion sale con mas fuerza: en la madera que hay en el centro de la media luna, se ha de dar el porrazo para que suene; pues en qualquiera otra parte que se dé, solo suena como quien da en una mesa, ó en una   —102→   puerta: y aunque se aporree en el centro de la media luna, si no es con uno ó dos mazos, envueltos en una resina, que llaman currucay, no suena: y lo que es mas, aunque le den con dichos mazos, si abaxo en el centro de la caxa, en sitio perpendicularmente correspondiente á la media luna, no hay fixado con el betun que ellos llaman peramán, un guijarro de pedernal, que pese unas dos libras, tampoco suena. Puesto el pedernal en su lugar, tapan ajustadamente las dos bocas extremas de aquel disforme tronco hueco, y ésta es la última diligencia de la obra, que, como dixe, ha de estar pendiente en el ayre, de aquellos dos correosos sarmientos, que llaman bejucos; y si topa, ó en el suelo, ó en otra parte, tampoco da sonido alguno; y esta tropelía de requisitos, y en especial el del pedernal, que parece no ser del caso, es lo que me ha causado notable armonía, y creo la causará á todos.

Pues su ruido y eco formidable, ¿quién le podrá ponderar? Y ya ponderado, ¿quién en Europa lo querrá creer? El que no quisiere creerlo, no por esto incurrirá en pena ó multa alguna; y si le pica la curiosidad, con pasar al rio Orinoco, podrá salir de sus dudas: yo refiero ingénuamente lo que he visto y oido, y protesto, que es fiero y extravagante el ruido y estrépito de aquellas caxas; cuyo eco formidable, fomentado del eco con que responden los cerros y los bosques, se percibe á quatro leguas de distancia; y nuestros Indios dicen, que las caxas de los Caverres, á quienes se atribuye la invencion, se perciben mas; ó porque les dan mejor temple, ó porque son mayores, ó porque es mas á propósito la madera: lo   —103→   cierto es, que en el año de 1737, habiendo mil Caribes, y cinco Hereges, que los capitaneaban, asaltado la Mision de nuestra Señora de los Angeles, al romper el dia, fuéron sentidos á tiempo, y tocando á rebato el Cacique Pecári con su caxa, al punto se oyó desde el Pueblo de San Ignacio, al de Santa Teresa, distantes quatro leguas; con el qual aviso, el Padre Ignacio Agustin de Salazár puso en cobro la gente de Santa Teresa, y se retiró al Castillo ó Fuerte de San Xavier, para guardar su vida; y los Indios del Pueblo asaltado, que estaban en sus pesquerías, á gran distancia, todos oyéron el toque del rebato, y los otros especiales toques, que durante el combate, (que desde el amanecer duró hasta las tres de la tarde, ó las quatro,) se tocáron incesantemente, hasta que los Caribes, cargando con sesenta muertos de los suyos, y con mas de cien heridos, se retiráron vergonzosamente, sin haber de nuestra parte ni uno levemente herido; en que se vió el amparo de María Santísima y de San Francisco Xavier; y con los ecos de la pavorosa caxa se evitáron muchos daños, poniéndose en cobro los otros Pueblos, y las gentes, que fuera de ellos andaban dispersas. No se llevan á la guerra dichos tambores ó caxas; pero como se ve, aunque el combate sea á mucha distancia, se oyen, y sirven de aliento á los combatientes. Con el arbitrio de estas caxas, cuyo sonido pasa de Pueblo en Pueblo con gran brevedad, se han mantenido los Caverres firmes contra los asaltos de los Caribes, juntándose con gran presteza todos al aviso de las caxas, que al punto corre por todos sus Pueblos.

Ruego al erudito Lector trayga á su memoria   —104→   la tan antigua como celebrada cornetilla de Alexandro Magno; con cuyo sonido y eco, quando convenia, llamaba á sus Gefes, que la oian á distancia de quatro leguas; siendo así, que no era grande, ni de metal selecto, y todo su eco dependia de la singular hechura; puesto que muchas cosas, que parecen imposibles, suelen depender de un accidente muy corto. Llevan tambien á sus guerras tambores manuales, y hechos casi como los de Europa, que les sirven para sus bayles y dias de bebida general; en los quales usan tambien de variedad de flautas, como ya dexamos dicho en su lugar.




ArribaAbajo§. III

Trátase sériamente del sonido del tambor Caverre, y se evidencia el alcance de su sonido


Muy sonoro es el tambor Caverre de Orinoco; pero mayor es el eco, que de su noticia ha resultada, con esta voz reflexa, que dice: él es tambor: luego de algun modo ha de sonar como nuestros tambores. Niego la conseqüencia, porque no se infiere; y redarguyo con otra en el mismo tono, así: él es tambor en todo desemejante á los de acá: luego su sonido debe ser en todo y por todo diverso de los de acá. Esta parece que se infiere mejor que la otra conseqüencia, porque aquel es mal modo de arguir; y si él valiera, no hubiera noticia forastera cierta, si no se hallaba por acà alguna cosa semejante con que verificarla: de que se inferiria volverse inútiles las Historias, y se negára redondamente, que en   —105→   las Islas Filipinas, el palo llamado molanguén, se convierte en piedra: se negára, que en las costas de Tierra-Firme, el palo guayacán pardo, dentro del agua se convierte en pedernal; no obstante que una y otra conversion son evidentes, y yo he tenido en mis manos uno de los guayacanes, la mitad palo, y la otra mitad convertida ya en pedernal fino; y tambien se negára, que el agua de Guancabalica, mineral del Perú, se saca del arroyo, se echa en moldes de la figura que se quiere, y se quaxa en piedra de silleria, segun fueren los moldes; y de la tal cantería se fabrican las casas. Se negáran las dos célebres caleras, la de Tanlagua, que dista de la Ciudad de Quito nueve leguas; y la de Cocoñuto, que dista de Popayán ocho leguas, siendo así que ellas son dos manantiales, cuyas aguas se congelan en piedras de cal: de modo, que si estas caleras estuvieran cerca de Guancabalica, se viera una gran maravilla, pues fueran sus paredes de cal y canto; y de ellas con verdad se podria afirmar, que poco ántes fuéron agua corriente; pero todas estas singularísimas y ciertas noticias serán despreciables, si vale aquel modo de arguir primero: y segun él, ésta será buena conseqüencia; en Europa no hay árboles que dén mazorcas de cacao, que crien grana, que dén achote: ¿luego nada de esto hay en Indias?

Pero demos un pasó mas adelante, y vamos á evidenciar la certidumbre del sonido del tambor Caverre de Orinoco, por buena filosofía, deducida de experimentos fisicos, cuya solidéz conocerá el que tuviere alguna tintura de filósofo; y   —106→   el que no la tuviere, no se disgustará de ver los fundamentos y los experimentos con que pruebo y confirmo mi proposicion.

Quatro cosas debemos por ahora considerar en el sonido y en la voz: produccion,propagacion, reflexîon y aumento. Su diminucion no es del caso; pero sí lo es el saber qué es el sonido en comun, y en particular. Sonido en comun, es la vibracion del ayre compelido con mayor ó menor impulso. La vibracion activa imprime en el ayre mayor ó menor impulso, y undulacion, segun la mayor ó menor solidéz del cuerpo sonoro; v. gr. campana, caxa de guerra, ó timbalete. El sonido, que resulta por mera impulsion del ayre, toma su cuerpo y tono alto, baxo, tenor ó tiple, segun es la fuerza impelente que le arroja por el clarín, baxón, obue ó flauta; y lo mismo se debe decir de la voz humana, y de las de los animales, aunque tan diversas entre sí; y en fin, la diferencia acorde de las voces de los instrumentos de cuerda, se origina de la vibracion total de unas cuerdas, y de la no total de otras, que en ciertos términos las comprimen; del mayor ó menor cuerpo de las mismas cuerdas vibradas; y de la concavidad varia de los instrumentos músicos: y ésta es propiamente la produccion ó la causa productiva del sonido. La propagacion del sonido nace de que el ayre vibrado ó impelido, mueve e impele al inmediato, y éste al que se sigue, y con este sucesivo movimiento corre la voz y el sonido, al modo del movimiento que causa una piedra arrojada en un estanque, que forma un círculo, y éste forma otro, y aquel forma otro, hasta que llegan los círculos y el movimiento   —107→   á las orillas. Este modo de filosofar consta por el siguiente experimento: tóquese una campana ó una caxa de guerra, junto al mismo estanque, ó junto á una ventana, por donde el rayo del Sol descubra los átomos, y se verá, que así el agua del estanque, como los átomos que se descubren al rayo del Sol, se conmueven, y á su modo corresponden á los golpes sonoros de uno y otro instrumento: en que se ven los efectos de la vibracion con que las partes del ayre se impelen unas á otras.

La velocidad de estas vibraciones sucesivas del ambiente es tanta, que ya á fuerza de repetidos experimentos277, se ha averiguado, que en el cortísimo espacio de un segundo minuto, camina el sonido ciento y ochenta brazas; de manera que el sonido que corriese por una hora entera, debiera oirse en el distrito de ducientas ochenta y tres leguas ordinarias de España: bien que se debe atender mucho á la hora y á las circunstancias en que v. gr. se dispara un cañon de artillería, porque de noche, mayormente si es sosegada, anda mas que de dia; y si el dia está en calma, corre mas que en el que sopla mucho viento; sí bien es verdad, que hácia donde corre el viento, andará mucho mas la voz y el sonido.

Robórase mas la velocidad de esta undulacion sucesiva del ayre vibrado é impresionado del sonido, con el experimento del Padre Grimaldi278, que despues han hecho otros muchos. Pónese en   —108→   el suelo raso un tambor con unos dados encima, y á grande distancia da señas del estrépito de la Cavallería, que marcha hácia el tambor: y en Ciudad sitiada se valen de este arbitrio, para saber por qué lienzo ó frontera se abre mina; porque por profunda que ella se trabaje, los dados en el tambor responden al golpe del pico ó de la barra: y aunque es verdad que este último experimento se alega para probar la velocidad con que el sonido ó ruido se transmina por la tierra, es al mismo tiempo prueba eficáz de la mayor y suma ligereza con que debe correr por un cuerpo tan sútil, como es el ayre: pero todo lo dicho es poco, y fuera corta la extension del sonido, si le faltára la reflexîon, en virtud de la qual á un sonido corresponden muchos, si el sitio es para ello; ó á lo ménos uno, quando la voz ó el sonido da en cuerpo sólido, de que resulta el eco.

El eco, con el oido, hace lo que la reflexîon del espejo con la vista. El espejo revuelve hácia los ojos la imágen de lo que se le pone delante; y el peñasco ó bóveda obsistente revuelven la voz y el sonido á los oidos, en el mismo tono ó modificacion, con mayor ó menor claridad, segun la solidéz y resistencia en que da el ayre vibrado: de modo, que si el peñasco ó fábrica tiene concavidades, es mas á propósito para rebatir la voz, con tal que medie la debida distancia; porque si se da el grito ó muy cerca, ó muy lejos, descaece la reflexîon del eco, por el exceso de la vibracion del ayre, quando es de muy cerca, y por el defecto, quando es de muy léjos. Las lomas de Alcalá de Henares, que se   —109→   llaman Alcalá la Vieja, revuelven el eco con todas las sílabas de la palabra, con notable claridad. El célebre peñasco, que es un cerro de piedra de una pieza, llamado pararúma279, de que ya traté, tiene enfrente otro menor y allí observé repetidas veces tres ecos sucesivos de resultas de sola una voz: la primera respuesta la da pararúma, la segunda, la peña de enfrente, y á esta responde, el tercer eco el mismo pararúma. Mas es lo que experimenté en el rio Apure; y es, que á un solo tiro de fusil responden quatro ecos sucesivos: el primero, de la barranca, y bosque de enfrente; el segundo, de la barranca donde se disparó el tiro; el tercero, de la parte de rio arriba; y el quarto, del rio hácia abaxo.

Pero esto es nada á vista de lo que refiere el Padre Marsenne280, del eco de Charentón, que repite la misma palabra trece veces: de el del Parque de Voostock en Inglaterra, que de dia responde diez y siete sílabas, y de noche veinte: del de Ormeson, y de otros, que refiere el Diario de los Sabios Parisienses, semejantes, y aun mas admirables281.

Y he aquí que así como de la propagacion del sonido, al dar con el cuerpo capáz de ella, nace la reflexîon y el eco; así del sonido directo, y del reflexo, que es el eco, resulta lo quarto que apunté, que es el aumento del sonido: lo que se conoce palpablemente, quando se bate   —110→   una caxa de guerra, ó tambor junto á una Iglesia hecha de bovedas, ó cerca de otra fábrica semejante; porque entónces, á un mismo tiempo atormenta los oidos el sonido directo de los segundos golpes, que se une con los ecos que resultan de las vibraciones primeras; y ésta es la causa de que en algunas Iglesias los ecos del Predicador le atormentan y confunden; y aturden y exâsperan á los oyentes.

¿Y qué dirémos de este aumento, si la caxa se bate v. gr. á vista de un rio, con bosque á una y otra banda, y con algunos picachos de peñas opuestos y propios para responder ecos muy vivos? Es preciso decir que las barrancas, los bosques, y la multitud de elevados peñascos responden unos á un mismo tiempo, y otros despues, segun las distancias; que cada barranca, bosque y picacho responde al eco de los demás, con notabilísimo estruendo; y si el sonido de la caxa persevera, es necesario que persevere el estrépito y la confusa tropelía de los ecos, con una extension y un aumento casi increible, pero cierto é innegable: y esto es puntualmente lo que sucede, y afirmé del sonido del tambor de los Caverres, puesto en el Pueblo de los Salivas, fundado junto al rio Orinoco; y de sus bosques, barrancas, vegas y multitud de elevados peñascos, cuyos ecos multiplicados y repetidos, propagan y aumentan el sonido. Esta no es idéa especulativa, ni argumento fundado en formalidades metafísicas, sino una série de experiencias, que concurren á evidenciar la certidumbre de mi experimento.

Confieso que no era menester tanto aparato   —111→   para los medianamente filósofos; porque para los entendimientos cultivados, basta este solo entimema. El rayo del Sol, que da directamente en el espejo, recibe aumento de luz y de calor, en virtud del rayo reflexo del cristal opuesto; luego la voz y el sonido vibrados hácia el cuerpo opuesto capáz de ello, crece y se aumenta con la multitud de ecos reflexos; tanto mas, quanto es mas corpulenta la voz, grito ó sonido directo; y mucho mas, si el término de oposicion es sólido ó cóncavo, como ya noté.

Ni vale el efugio de que éste no tanto es sonido del tambor, quanto de los ecos; porque yo percibo el modo de separar el sonido que resulta de la vibracion directa del instrumento agitado, y el que resulta de la vibracion y undulacion reflexa, que son los ecos, de cuya union resulta el dicho aumento; del, qual puedo citar muchas experiencias. En primer lugar, la de Murcia, que con distar nueve leguas de Cartagena, no obstante la cumbre que media, que es obstáculo para el ayre y sonido vibrado; con todo, se oye la artillería: y quando el viento es favorable, tambien se oyen los cañonazos de Alicante, que dista de Murcia mas de doce leguas.

En segundo lugar, la del sitio ó asedio, que Francia puso á la Ciudad de Gerona282, en que se oyó el estruendo de la artillería por el Rosellón adelante, hasta quarenta leguas de distancia de aquella Ciudad; y dan allí por causa, la cooperacion de los valles-picachos de piedra, y las   —112→   concavidades de los montes pirinéos: á que añado yo, que es muy creible que concurriria tambien el correr por entónces viento favorable.

En tercer lugar, la mia, y con ella he consolado á los Padres Misioneros recien llegados al rio Orinoco, y á otros muchos pasageros, que se aturdian y llenaban de pavor, al oir en las tempestades unos truenos, que se unen y forman un trueno formidable, que dura sin intermision alguna, todo el tiempo que las nubes van á pausas disparando sus truenos; de modo, que lo que percibo el oído, es un continuado trueno, con sus altibaxos, ya mas, ya ménos intensos, que es cosa muy notable, y que causa mucho pavor y asombro á los forasteros; pero luego que entienden que aquello no es todo un trueno, sino un horrible estruendo, que resulta de los truenos regulares, y de la sucesiva confusion de los ecos con que responden los bosques, barrancas, cerros, peñascos, cóncavos y abras de los montes circunvecinos, se consuelan los recien llegados; aunque no del todo, porque sí bien conocen la causa de tan singular novedad, la misma novedad los hace temblar de miedo.

Con lo dicho queda evidenciado, que este aumento horroroso, resulta de los truenos y de la sucesiva, y poco despues simultánea respuesta de aquella multitud de ecos; y quando se bate el tambor Caverre sin interrupcion, resulta á proporcion un sonido y estrépito, capáz de ser oido á las dichas quatro leguas de distancia: por esto dixe aunque de paso en su lugar283, la presteza   —113→   con que corre en toda la dilatada Nacion de los Caverres la noticia de que hay enemigos, que vuela de Pueblo en Pueblo con el eco de sus tambores. Y por ser tal el confuso estruendo de las tempestades del rio Orinoco, dixe en la primera Parte284, hablando de aquellas trompetas funestas y nocturnas, que se parecia su estruendo al que se oye á lo lejos, quando va caminando una tempestad, de las que allí se sufren con freqüencia, por ser el terreno húmedos con muchas lagunas, y el calor del Sol sumamente intenso, todo muy á propósito, para que abunden las borrascas: y pues esta precisa adicion ha dilatado tanto este Capítulo, démosle fin con un epílogo de noticias curiosas.




ArribaAbajo§. IV

De sus embarcaciones: modelo y modo irregular de fabricarlas


Con fuego y agua, tiempo, flema y paciencia reducen á canóas ó á piraguas los troncos de los árboles, mas disformes de lo que puede pensar, el que solo tiene luz y noticia de los astilleros de Europa: de modo, que en una de aquellas piraguas, que en las costas de Cartagena y Santa Marta llaman seyvas, á mas de la carga ordinaria y bastimentos, se embarcan treinta Indios de guerra: toda aquella mole es de una pieza, ménos las compuertas de popa y proa, que son añadidas; y hay   —114→   muchas de una pieza, sin añadidura alguna. Para engolfarse mar adentro, como lo hacen con freqüencia, y para subir Orinoco arriba, en tiempo de olage, que son los cinco meses, desde Diciembre, hasta Abril, en que sopla indefectiblemente el viento oriental, que allí llaman briza, añaden á los costados de las piraguas, y al batidero de las olas, para que no entren adentro, una tabla por banda, corrida de popa á proa; y lo que hay mas que maravillar es, que en toda una piragua, y en toda una armada de cien piraguas, que se ven subir navegando á la vela, no se hallará un clavo, pues hasta las hembras y machos con que se gobierna y vira de una á otra banda el timon, son tambien de palo: ni se hallará una onza de estopa, ni de brea, ni de alquitrán, gastada en el calafate de las compuertas, ó de las tablas que añaden. Esto, como yo no lo quise, ni pude creer, hasta que lo vi y registré muy despacio pieza por pieza, y añadiendo muchas preguntas, de que los Indios se reían mucho; lo dexo al juicio del curioso Lector, con la protesta de que no puedo enojarme, sino se cree aquello mismo que yo no creí, hasta que lo vi, toqué y palpé con mis manos. Con esta experiencia, y á ojos vistas, todo se me hacia factible, ménos el calafate, sin estopa, brea ni alquitrán; y aunque lo estaba viendo, no creía que pudiese aquel buque resistir al golpe continuo del olage, ó que no saltase para fuera con la fuerza que hace la piragua al andar á punta de bolina, ó quando vira forzada, toda á orza, porque hasta los barcos grandes, y también los navíos calafateados á toda costa, y á nuestro uso, suelen darse por sentidos en estos lances y modos de correr á la vela;   —115→   pero ello es cierto que los Indios, los Españoles pasageros, los Padres Misioneros, y yo entre ellos, hemos navegado en dichas piraguas, con la misma seguridad y sosiego, que si fuera un buen barco de Cádiz.

Mi mayor dificultad, que lo será de todos, era el calafate de las junturas, que se abren entre la piragua y las tablas; pero salí de ella al ver que para ello juntan cantidad de cortezas de palo, que al modo del mangle, nace junto al agua, y dentro de ella, en las riberas del rio y del mar; las machacan bien, hasta que resulta una masa pegajosa, trabada de muchas hebras, que son los nervios de las mismas; y con esta masa llenan apretadamente las aberturas y costuras de la piragua; la qual siendo como es pegajosa, se agarra, mantiene y sacude el golpe del agua, sin daño y con facilidad.

Todo lo dicho, que á la verdad me causó mucha admiracion á los principios, hallé despues en Mr. Blaew285, que lo practican los Indios bárbaros de las Islas Maldivias, que á diez y siete leguas del cabo de Comorin, corren ácia la Isla de Java, en el golfo de la India oriental. Dice este Autor, que de solos los troncos de los cocos forman aquellos Indios sus embarcaciones, sin clavo alguno, sino estrechando y uniendo las tablas con sogas, que tuercen, del cáñamo que sacan de las hojas de los mismos cocos; y aun aquí crece mucho mas la dificultad; porque en las embarcaciones   —116→   del Orinoco, que como dixe, son de una pieza, tan largas y anchas, quanto puede dar de sí el mayor tronco, solo hay la dificultad de acomodar y afirmar la tabla, que añaden por el bordo; pero como los Indios de Maldivia unen sus tablas de coco, en forma de embarcacion, desde la quilla hasta el bordo, sin clavos, solo con enlaces de cuerdas, es mucho mas arduo de hacer, y dificil de percibir.

Que los Indios orientales Maldivios formen las velas para navegar, del material que dan las hojas de los cocos, es industria, que practican los naturales del rio Orinoco, especialmente para las canóas, en que salen á pescar; porque aquellas mismas esteras, que texen de los cogollos de la palma muriche, les sirven por la noche, de colchon y de colcha, y de dia hacen el oficio de vela para navegar. Y si llega el caso, como sucede, de haber vendido las esteras, los he visto salir á pescar, asegurando en medio de la canóa un arbolillo coposo, que es suficiente para que el viento empuje la embarcacioncilla rio arriba: y hecha ya la pesca, baxan con la corriente del agua.

Por lo que toca al modo de carpintear y trabajar sus embarcaciones, así las mayores, que llaman piraguas, como las menores, que llaman canóas, en las Naciones, que no tienen aun noticia de la herramienta, ni de su grande utilidad, con la misma flema, con que diximos, labran sus arcos, flechas y lanzas de macana, palo durísimo; pero si en aquellas maniobras cortas gastan dias y semanas, en la de las embarcaciones consumen muchos meses, y á veces años.

Y es la razon, porque cortado el árbol con   —117→   las hachas de pedernal, y desmochado por la parte conveniente, con el afán y costo de tiempo, que diré en el Capítulo XIX. de esta segunda Parte, van gastando con fuego desde la parte superior del tronco, dexando tres dedos de casco por uno y otro lado, hasta que en el fondo solo queda un grueso semejante al de los bordos: concluida esta tarea, llenan de agua aquel tronco concavo, y con hojas secas de palma le van arrimando fuego manso; siendo cosa muy digna de notarse, el ver como el calor por la parte de afuera, y el agua por la de adentro, concurren, y van ensanchando el hueco, abriendo y retirando los bordos á uno y otro lado: al mismo tiempo cooperan los Indios, encaxando por lo interior de la canóa barrotes y atravesaños de madera firme, y muy ajustados, que ayudan á abrirla, y despues de abierta, no la dexan cerrar: en el lugar que corresponde al árbol, que ha de llevar la vela, duplican los atravesaños mas fuertes y mas corpulentos, para afianzar contra ellos el dicho árbol: y concluida la maniobra, apartan el fuego, apagan el que se prendió en la superficie exterior, y con gran prolixidad gastan muchos dias en desbastar el carbon de adentro y de afuera, hasta que toda la canóa queda con un lustre como de azabache, que resulta del carbon bruñido: y es de saber, que aquel poco carbon exterior que le queda, es una defensa grande, para que el agua no dañe, ni pudra las embarcaciones.

Para navegar por el Orinoco, y por los otros rios que entran en él, si el tiempo amenaza borrasca, para asegurarse mas, y resistir mejor á los golpes del olage, usan de dos canóas, algo separadas   —118→   una de otra, pero unidas, con maderos firmes por la proa y popa, y por la mitad del buque: con que por recio que sea el olage, jamás se trabucan las canóas, y yo he navegado en ellas repetidas veces con recios temporales, y con toda seguridad. Este arbitrio causó notable novedad á Mr. le Mayre286 en las costas de la Nueva-Guinéa, maravillándose de ver en alta mar unidas, ó por mejor decir uncidas con tres yugos, de dos en dos las canóas de aquellas Gentes bárbaras, que por mas que lo sean, no les falta ingenio y trazas para mirar por su seguridad y utilidad: instinto, que ha concedido Dios á las fieras y animales, para su conservacion y propagacion; y así no es mucho se halle en aquellos hombres, que parecen fieras.

Aquí parece que corresponde el hacer mencion de los inventos ó artificios, de que usan los Indios, de quienes voy hablando, para pasar los rios caudalosos, que les niegan el vado en los viages que emprenden por tierra, y á que se acomodan los Misioneros, que caminan con ellos, por la precision en que los pone la falta de puentes y de embarcaciones.

El mas comun, y al parecer mas seguro, es el que llaman taravita, y vulgarmente cabuya; del qual nadie se puede librar, si sube á la Capital del nuevo Reyno, por el camino de Mérida y Pamplona. Este da el paso por el ayre en los rios de Chama y de Chicamocha: la maniobra consiste en sola una maroma, que atraviesa de barranca á   —119→   barranca, bien elevada en el ayre, y afianzadas sus extremidades en maderos fixos y sólidos: de la maroma está prendido un garabato de madera fuerte, con dos sojas fixas en las dos partes ínfimas; la una soga tiene las veces y oficio de asiento, y con la otra afianzan al pobre pasagero por la cintura, y por debaxo de los brazos, tan ajustadamente, que si al pasar se rompe la taravita ó el garabato, es preciso que se ahogue el pasagero; pues allí no hay valor que valga: y el hombre mas valeroso se pone mortal, (hablo por experiencia,) luego que ligado, se ve volando por el ayre; y llega á la otra banda del rio, sin color en el rostro, y sin habla á veces; y no falta quien llega desmayado. Del mismo modo pasan las cargas de una en una. Si el pasagero es persona de distincion, pasa metido en un canasto firme, afianzado en dicho garabato; pero no creo que esto disminuya el susto y miedo. Del garabato ó taravita hay dos sogas prendidas, la una llama la carga para el otro lado del rio, y la otra hace retornar la taravita, para transportar nueva carga, ó nuevo pasagero. Donde el rio es muy ancho, como en Chicamocha, para pasar la carga, atan la soga del garabato á la cola de un caballo, que esté ya enseñado á dar un galope hasta cierto término, que equivale al ancho del rio: en Chama y otros rios menores, hace uno de aquellos hombres este oficio, á fuerza de brazos, y de ordinario concurren dos, que tiran al desventurado pasagero por aquellos ayres con notable velocidad.

Esto, que con razon causa horror á los forasteros, es tan familiar á las gentes de aquellos Paises,   —120→   que no necesitan de pagar á nadie que los pase: ellos mismos se atan, aunque vaya uno de ellos solo, y tomando la soga, que está afianzada en el otro lado del rio, se transportan sin susto. ¡Tanto como esto puede la costumbre!

Otro artificio mas peligroso es el de los puentes de Páya y de Siáma, que son una especie de red colgada en el ayre de banda a banda, y afianzadas ambas extremidades en árboles, y en estacas firmes: la red es de bejucos correosos, á modo de largos sarmientos: en el fondo de la red ponen guaduas, que son cañas huecas, y muy gruesas, una en pos de otra, desde la una á la otra barranca: en una y otra orilla de la red ponen de las mismas guaduas, trabadas unas con otras, las que sirven de barandillas; y las del fondo de la red, para ir poniendo los pies: por aquí se pasa con mucho cuidado, porque todo ayuda y provoca á desmayarse en la travesía: la red toda se conmueve y balancéa, y al llegar á la mitad de ella, los balances son mayores: el rio esta muy abaxo, y pasa con estrépito entre peñascos: la vista se turba, y muchos caen desmayados, pero quedan dentro de la red, y entónces va un Indio, carga con el pasagero, y le pone en tierra; y despues va y vuelve por dicho puente ó red, transportando las cargas, con tanta frescura, como si fuera un puente de cal y canto: yo confieso ingenuamente, que con la repeticion de pasar por ellas, llegué á perderles el miedo. Pero es todavía mas arriesgado el otro artificio de las balsas, que son las mas usadas, porque se reducen a unas tres tandas de maderos, de guaduas, ó de haces de juncos, atados unos sobre otros; en las quales,   —121→   aunque medio hundidas en el agua, se atraviesan los rios; y á los Padres Misioneros se les ofrecen con freqüencia ocasiones de valerse de ellas para largos viages de rio abaxo.

Y aquí ocurre acordar un favor singular que hizo mi Gran Padre San Ignacio á un Padre que me acompañó muchos años en las Misiones, y de cuya boca le oí repetidas veces, ya por via de agradecimiento, ya para excitar la devocion y confianza para con tan santo y amable Patriarca: fué el caso que navegando rio abaxo por el que se llama Sarare, (cuyo nombre pierde al entrar Apure,) por donde habia ya baxado en balsas otras veces, al doblar una vuelta del rio, no léjos del sitio llamado Masibúli, fué arrebatada la balsa repentinamente de un furioso raudal, por donde en las crecientes últimas se habia hecho paso el rio, derribando cedros, y destrozando toda aquella parte de bosque, por donde corria precipitado. Quatro Indios catecúmenos y aun bozales, que con quatro varas largas y gruesas gobernaban á su modo la balsa, hiciéron todo esfuerzo para evitar el peligro que amenazaba de hacerse pedazos y ahogarse todos; mas no alcanzando las varas al fondo del rio, quedó la balsa sin gobierno, se atravesó luego, é iba á estrellarse contra un tronco de los muchos que allí habia: era el riesgo en la mitad del rio, y ya no quedaba esperanza de escapar la vida sino nadando; porque de la balsa hasta el escollo solo habria seis varas de distancia. En este urgentísimo conflicto exclamó el Padre Msionero diciendo: Padre mio, San Ignacio, asistidnos: y al mismo tiempo, olvidado con la turbacion, de   —122→   que sobre la sotana traía apretado el ceñidor, trabajaba para sacarla por encima de su cabeza; lo que á fuerza de tirones consiguió en parte, quedándole el rostro cubierto con la misma parte de ropa que habia atraido de las espaldas: y á la verdad ni el Padre sabia ya lo que se hacia ni donde estaba, ni lo que pasaba: en este estado, el Capitan Don Domingo Zorrilla, de quien en otras partes de esta Historia se hace mencion muy debida á sus méritos, tomó al Padre por la mano y le dixo: ¿Padre, qué es lo que hace? Hijo mio, respondió el Padre, ropa afuera, y nademos. Ya San Ignacio glorioso nos puso en la playa, replicó el Capitan; y los mismos Indios, absortos del prodigio decian todos á una, y á gritos: Tugaday, Tugaday. San Ignacio ausucañutó. ¿Day dia qué? Verdad, verdad. San Ignacio nos ha favorecido. ¿Cómo es esto? A estas voces apartó el Padre la sotana del rostro, vió la balsa encallada en la playa, y volviendo los ojos al raudal y al tronco del riesgo, le vió en medio del rio, frente á frente exdiámetro de la arena, en que estaba varada la balsa; y con tal maravilla y favor excitó de nuevo las veras, con que dicho Capitan y los quatro Indios alababan á Dios, por el favor que por la intercesion del Santo Patriarca habian recibido; y los que viven de ellos, todavía mantienen reciente en su corazon el agradecimiento al beneficio, siendo así que sucedió á principios de Febrero del año de 1717. Instó mucho el Padre al Capitan, que supuesto que habia estado con la vista desembarazada, dixese cómo habia sido aquel transporte de la balsa, sin descaecer rio abaxo, y con tanta brevedad.   —123→   Respondió constantemente, que no sabía cómo fué, y que ni pudo reparar en ello; porque oir la invocacion de San Ignacio, y hallarse en la playa, le pareció que todo fué al mismo tiempo.

Y aun creo que fué mayor favor, y mas evidente la maravilla que obró el Santo en las otras siete balsas, que llenas de Indios Gentiles, pero deseosos del santo bautismo, capitaneados por un Indio buen Christiano, llamado Don Antonio, navegaban en compañía del dicho Padre; porque arrebatadas las siéte balsas frágiles y recargadas de Indios, baxáron por todo aquel largo raudal, dando repetidos porrazos, ya contra los palos, ya unas contra otras, sin desbaratarse alguna de ellas, sin que cayese Indio alguno en el agua, y sin perder los pobres, pero muy necesarios bastimentos que llevaban: por lo que diéron todos repetidas gracias al Señor, como era justo.

Y yo refiero aquí estos casos, para que todos, y en especial sus hijos, nos valgamos de la poderosa intercesion de nuestro benignísimo Padre San Ignacio, en quien con especialidad deben confiar mucho los Jesuitas Misioneros, por el grande amor que el Santo Patriaca tuvo y tiene á tan santa y apostólica ocupacion.





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ArribaAbajoCapítulo XII

Del mortal veneno llamado curáre: raro modo de fabricarle, y de su instantánea actividad


No satisfecha la Serpiente infernal con haber inficionado desde el paraiso con su pestífero y mortal veneno, á todo el Género Humano, no se cansa, ni desiste de su maligna porfia, vomitando nuevas muertes; para las almas, con el pecado; y para los cuerpos, con los venenos á que incita entre las gentes de razon y juicio; y con las ocultas ponzoñas que descubre y manifiesta á las Naciones ciegas del Orinoco, y á otras semejantes. Digo esto con toda seriedad y sinceridad, porque á lo que puedo percibir de sus ocultos arcanos de algunos venenos, cotejados estos con la corta capacidad, y ninguna reflexîon de aquellos incultos Indios, infiero con bastante fundamento, que su noticia y circunstancias de toda la maniobra, no son, ni pueden ser hijas de su débil juicio, ni de su tosca industria; y así, unas armas tan mortíferas provienen de la saña implacable, con que el enemigo comun mira á todo el Género Humano; cuya total ruina fuera su mayor consuelo. La demostracion del hecho será la mejor prueba de lo que llevo expresado.

La Nacion Caverre, la mas inhumana, bruta y carnicera de quantas mantiene el Orinoco, es la maestra; y ella tiene el estanque del mas violento veneno, que á mi ver, hay en la redondéz   —125→   de la tierra. Sola esta Nacion retiene el secreto, y le fabrica, y logra la renta pingue del resto de todas aquellas Naciones, que por sí, ó por terceras personas, concurren á la compra del curáre, que así se llama: véndese en unas ollitas nuevas, ó botecillos de barro, que la que mas tendrá quatro onzas de aquel veneno, muy parecido en su color al arrope subido de punto: no tiene sabor ni acrimonia especial: se pone en la boca, y se traga sin riesgo ni peligro alguno; con tal que ni en las encías, ni en otra parte de la boca haya herida con sangre; porque toda su actividad y fuerza es contra ella, en tanto grado, que tocar una gota de sangre, y cuajarse toda la del cuerpo, con la velocidad de un rayo, todo es uno. Es maravilla el ver, que herido el hombre levemente con una punta de flecha de curáre, aunque no haga mas rasguño, que el que hiciera un alfiler, se le cuaja toda la sangre, y muere tan instantáneamente, que apénas puede decir tres veces Jesus.

Un Soldado, y despues Alférez de la Escolta de nuestras Misiones, oriundo de Madrid, llamado Francisco Masías, hombre de brío y de valor, grande observador de la naturaleza, propiedades de las plantas y animales, y hasta de los insectos, fué el primero que me dió la noticia de la instantánea actividad del curare. Suspendí mi juicio, y le remití a la experiencia. Presto ocurrió una manada de monos amarillos: (gran comida para los Indios, que en su lengua les llaman arabata:) todos los Indios compañeros se alistáron para matar cada uno quantos pudiese, y tomando yo un Indio aparte, le rogué   —126→   que flechase uno de aquellos monos, que parado en pié sobre una hoja de palma, con la mano izquierda tenia otra hoja mas alta: dióle la punta de la flecha en el pecho; levantó la mano derecha, que tenia colgando, é hizo ademan de querer arrancar la flecha; (como lo hacen quando las tales no tienen curáre,) pero al mismo tiempo de hacer el ademan, y sin acabar de llegar la mano á la flecha, cayó muerto al pié de la palma: corrí, aunque estaba cerca, y no hallándole calor en lo exterior del cuerpo, lo mandé abrir desde el pecho hasta abaxo, pero ¡oh prodigio grande de las causas ocultas que ignoramos! no le hallé rastro alguno de calor, ni aun en el mismo corazon. Al contorno de éste, tenia mucha sangre cuajada, negra y fria: en lo restante del cuerpo casi no tenia sangre, y la poca que le hallé en el hígado, estaba del mismo modo que la del corazon; y en lo exterior tenia una espuma fria algo naranjada, y colegí que el frio sumamente intenso del curáre enfria instantáneamente la sangre; y que ésta, á vista de su contrario, tira á refugiarse al corazon, y no hallando en él suficiente abrigo, se cuaja, hiela, y ayuda á que el viviente muera mas aprisa, sufocándole el corazon.

Mucho ha dado que pensar y discurrir esta noticia del curáre á los curiosos, así por la raíz ó bejuco de que se extrae, como por su fábrica singular, y especialmente por el efecto instantáneo que produce; y aunque sobre esta noticia no han ocurrido dudas que desatar, como se han ofrecido acerca de algunas otras de esta Historia, que llevo ya roboradas con pruebas autorizadas; con   —127→   todo quiero ilustrar la del curáre, con la que nos dexó el Padre Acuña, de la Compañía de Jesus, en el Memorial que presentó á su Magestad, de resulta del viage de observacion, que por órden de la Real Audiencia de Quito hizo con todo cuidado, registrando el Marañón, Rey de los rios.

En dicho Memorial describe el Padre Acuña la serie de los rios que desaguan en el principal, notando sus bocas, caudal, y las Naciones de Indios que viven en ellos; y llegando á tratar del rio Treinta, despues de otras cosas, dice, que viven en sus vegas los Indios Tapajosos, Nacion valiente y guerrera; y añade: que estos usan de tal ponzoña en sus flechas, que con solo llegar á sacar sangre, quita sin remedio la vida.

No da dicho Padre las señas de aquella ponzoña, ni de su color, ni tendria noticia del modo con que la fabrican ó la adquieren; pues á tenerla, es regular nos la hubiera dexado en su Escrito: pero es creible, que así como los Indios Caverres, no obstante su tosquedad, halláron este fatal veneno le hayan hallado tambien los Tapajosos. Por otra parte, si no obstára la mucha distancia que concibo entre la parte inferior del Marañón, y la que ocupan los Caverres en Orinoco, y las muchas Naciones belicosas, que sin duda habrá en el intermedio, me persuadiera, que de mano en mano llega hasta los Tapajosos el curáre; no obstante, como este veneno es para aquellas gentes un género muy apreciable, dado caso que los Tapajosos no le fabriquen, ni alguna de aquellas Naciones cercanas, no es dificil creer, que aunque de tan léjos, le adquieren por mano de algunos Comerciantes.

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A vista de tan instantánea operacion de la naturaleza, quiero poner otra del arte é ingenio del nunca bastantemente alabado Padre Atanasio Kilkerio. Celebraba la Casa Profesa de Jesus en Roma las glorias de nuestro Santo Patriarca Ignacio de Loyola: la funcion era á toda costa: toda la testera de aquella grande Iglesia era un intrincado é innumerable laberinto de velas: la hora de encenderlas ya se pasaba, y el concurso de Comunidades y Nobleza estaba ya impaciente por la demora: salió un hermano viejo con una caña, y en ella una luz para encender; con que creció la impaciencia: ni en tres horas, decian, podrá encender tantas velas. Y ¡aquí del asombro! apénas tocó una pavesa de la vela cercana, quando improvisamente ardiéron todas, por la simpatía del preparativo, secreto, quedando en un instante iluminado el Templo, y asombrado el concurso: prontitud muy parecida á la del curáre.

Dexo otras ilaciones, que hice de la actividad del curáre para los curiosos, y voy á otra admiracion; y es, que á mi vista hizo el Indio pedazos al mono, le puso en la olla, y le aplicó fuego; y la misma diligencia hiciéron los demás Indios con sus monos: mi reparo no era en que comiesen de aquella carne, ni por ser de mono, ni por ser muerta á veneno; lo que me admiraba era, que aquellos cuajarones de sangre envenenada, y que en sí contenia toda la actividad del veneno, tambien fuéron á dar dentro de las ollas, y despues á los estómagos de los Indios: híceles varias preguntas sobre la materia, y quedé tan satisfecho de sus respuestas, que ese dia comí de una de sus ollas el hígado, (que en lo sabroso puede competir con el   —129→   del mas tierno lechon, si la hambre no me engañó,) y en adelante, en semejantes batallas con los monos, siempre pedia un hígado, para probar de los despojos. El mismo instantáneo efecto reconocí despues en los tigres, antes, leones y otras muchas fieras y aves. Con esta ventaja, el Indio nunca se asusta, aunque repentinamente le salga un tigre cara á cara; porque al verle, con gran paz, saca su flecha, hace la puntería, y dispara, con el seguro, de que por su destreza no yerra tiro; y mas seguro, de que con que le pique levemente la punta de la nariz, ó qualquiera otra parte del cuerpo, da la fiera uno ó dos saltos, y cae muerta.

A vista de este inaudito y fatal veneno, y á vista de la gran facilidad con que todas las Naciones del Orinoco, y de sus dilatadas vertientes le consiguen, no puedo dexar de alabar la sábia providencia del Altísimo, y bendecir su paternal misericordia, por haber dispuesto, que no sepan bien aquellos bárbaros las invencibles armas, que tienen en su curáre; ni permita su Divina Magestad, que lo penetren, ni entiendan, para que puedan lograr la luz del Santo Evangelio ¿Qué Misionero, qué Español, qué Soldado pudiera vivir entre ellos, si despreciada por los mismos la silenciosa furia de su saeta y curáre, no se aturdieran al estrépito y tiro contingente del fusil? Digo contingente, ya en la chispa, que tal vez no prende; ya en la puntería, que acaso se yerra; ya en las muchas aguas, que impiden totalmente su manejo; quando al contrario, la punta mojada con el curáre, ni tiene contraste, ni remedio, ni aun da tiempo para clamar á Dios. Y no solo no tiene remedio   —130→   el herido con el curáre, pero ni se ha hallado antídoto, que pueda preservar de su repentina actividad; pues aunque un chico inocente descubrió al V. Padre Juan Rivero, que al que tiene sal en la boca, no daña el curáre, y el V. Padre halló ser cierto, despues de varios experimentos hechos en animales, no es practicable este remedio en los hombres, porque ¿quién sufrirá la sal largo tiempo en la boca? Y si está en la faltriquera, no da el veneno lugar á sacarla.

Ya hemos visto, no sin novedad, la fuerza eficáz del curáre: pasemos á exâminar su maniobra singularísima. Es de saber, que toda la ponzoña del curáre se origina de una raiz del mismo nombre, tan singular y única, que solo es raiz de sí misma, sin arrojar jamás hojas ni retoños; y aunque crece, siempre va escondida, digámoslo así, temerosa de manifestar su oculta malignidad; y para que se escondiese mas, le señaló el Autor de la Naturaleza, no la tierra comun al resto de las plantas, sino el cieno podrido y corrupto de aquellas lagunas que no tienen desague: de manera, que sus aguas, solo en caso de grave necesidad se beben, por ser gruesas, de mal color, peor sabor, y de hedor correspondiente. Entre el cieno corrupto, sobre que descansan aquellas aguas pestíferas, nace y crece la raiz del curáre, parto legítimo de todo aquel conjunto de inmundicias: sacan los Indios Caverres estas raices, cuyo color es pardo, y despues de lavadas, y hechas pedazos, las machacan, y ponen en ollas grandes, á fuego lento: buscan para esta faena la vieja mas inútil del Pueblo, y quando ésta cae muerta á violencias del vaho de las ollas, como regularmente   —131→   acontece, luego substituyen otra del mismo calibre, en su lugar, sin que ellas repugnen este empleo, ni el vecindario, ó la parentela lo lleve á mal; pues ellas y ellos saben, que éste es el paradero de las viejas. Así como se va entibiando el agua, va la pobre anciana amasando su muerte, miéntras de olla en olla va estregando aquella raiz machacada, para que con mas facilidad vaya expeliendo su tósigo, en el jugo, de que se va tinturando el agua, que no pisa de tibia, hasta tomar el color de arrope claro: entónces la Maestra exprime las raices con todas aquellas pocas fuerzas que su edad le permite, dexando caer el caldo, dentro de la olla, y las arroja como inútiles: luego añade leña, y empieza de recio el cocimiento; y á poco rato de hervir las ollas, ya atosigada, cae muerta, y entra la segunda, que á veces escampa, y á veces no.

Cobra finalmente punto el cocimiento, merma la tercera parte del caldo, y condensado ya, grita la desventurada cocinera, y acude al punto el Cacique con los Capitanes, y el resto de la gente del Pueblo, al exâmen del curáre, y á ver si está, ó no, en su debido punto: y aquí entra la mayor admiracion de toda esta rara maniobra. Moja el Cacique la punta de una vara en el curáre, y al mismo tiempo uno de los mocetones concurrentes, con la punta de un hueso se hace una herida en la pierna, muslo ó brazo, donde le da gana, y al asomarse la sangre por la boca de la herida, acerca el Cacique la punta de la vara con el curáre, sin tocar la sangre, porque si la tocára, y retrocediera, inficionára toda la de las venas, y muriera luego el paciente: si la sangre que iba á salir   —132→   retrocede, ya está el veneno en su punto; si se queda asomada, y no retrocede, le falta ya poco; pero si la sangre corre por afuera, como naturalmente debe correr, le falta mucho fuego; y así le mandan á la triste anciana, que prosiga en su maniobra, hasta que repetidas despues las pruebas necesarias, aquella natural antipatía con que la sangre se retira violentamente de su contrario, les manifiesta, que ya el curáre subió á su debida y suma actividad.

Si algun Botánico famoso hubiese encontrado esta raiz, y conocido su oculta malignidad, no habia de qué admirarnos. Si el famoso Tritemio ó Borri, ó alguno de aquellos sabios inventores de la Química, á fuerza de experimentos y discursos, hubiera finalmente dado en esta singular maniobra, fueran dignos de grande alabanza, y nadie extrañára este efecto, como parto de entendimientos tan cultivados: pero que todo esto sea invencion de la Nacion mas tosca y bárbara del Orinoco ¿quién lo creerá, sino confesando, que todo ello, desde el hallazgo de la raiz, hasta el fin, fué dictado por el Demonio? Yo así me lo persuado. ¿Pero qué fuera, y qué quinta esencia saliera, si esta maniobra se executára por uno de nuestros científicos, con las vasijas competentes, y con las reglas de la facultad, quando sacado tan groseramente tiene tal eficacia?

Yo he tenido muchas veces el curáre en mis manos, y aunque no soy testigo ocular de la referida maniobra, tengo su individual noticia por tan seguros conductos, que no me dan lugar á la menor duda ó sospecha. El Ven. Padre Joseph Cabarte, de la Compañía de Jesus, que gastó casi   —133→   quarenta años en las Misiones del Orinoco y sus vertientes, es el único de los nuestros, que ha entrado en la Nacion de los Caverres con un Indio Saliva, muy capaz, y de muy buenas costumbres, á quien el Ven. Padre, con el bautismo, le dio su mismo nombre. De estos dos Autores fidedignos oi la primera vez todo lo que llevo referido. Despues que baxé al Orinoco, tuve las mismas individuales noticias por Indios de varias Naciones, de aquellos mismos que concurren á la feria anual del curáre, y vuelven con sus ollitas, mas guardadas que si fueran de un bálsamo muy precioso; cuyas declaraciones, aunque de tan diversas gentes, siempre hallé concordes en todo, con la primera é individual noticia, que he referido; y así, no me queda razon alguna de dudar en órden á la seguridad de lo referido en la fábrica del curare.

Ni es ménos digna de saberse la duracion de este veneno; esto es, la obstinacion con que mantiene toda su actividad y vigor, hasta que se acaba de gastar todo en medio de tenerlo los Indios sin resguardo alguno, sin tapar las ollitas en que le compran, sin evaporarse, ni perder un punto de su mortal eficacia. Esto es mucho; pero en fin, como allí está junto y condensado, no es de admirar que se mantenga toda su actividad. Lo singular, y digno de reparo es, que una vez untadas las puntas de las flechas, con muy corta cantidad, tal, que apénas llegará á un adarme lo que recibe cada punta, en aquella corta cantidad, mantiene y guarda toda su fuerza largos años, tantos, quantos gasta el dueño de la aljaba ó carcáx en gastarlas. De modo, que hasta ahora   —134→   no se ha experimentado, que por largos años que aquella corta untura haya estado sin resguardo alguno en la punta de la flecha, haya jamás sido menor la fuerza del maligno curáre. Sola una cosa reparé en varios viages de aquellas selvas; y era, que al sacar los Indios las flechas de la aljaba, ó para matar monos ó javalíes, ó para los rebatos repentinos, lo mismo era tener la flecha envenenada en sus manos, que revolver la punta del veneno, y metérsela en la boca. Preguntéles la causa, movido de mi continua y natural curiosidad, y me respondiéron siempre: que con el calor de la boca,y la humedad de la saliva, se aseguraba mas el tiro, avivando la actividad del curáre: cosa que me pareció muy connatural.

Quiero concluir este Capítulo, borrando ó minorando la admiracion y espanto que habrá causado la noticia de la malignidad del curáre, con la relacion de otro veneno, á mi ver, mucho peor; y pasará aquí lo que sucede, quando á un afligido y apesarado se le borran las especies amargas de su desgracia presente, porque le sobreviene otra peor, y de mayor amargura.

En la Isla de Makasar287, situada al medio dia de las Filipinas, á un grado y treinta minutos de latitud, y en el quinto grado y treinta minutos de longitud meridional, refiere Salmon que se cria un árbol grande muy parecido al laurél, el qual por todos sus poros arroja efluvios tan fatales, activos y penetrantes, que solo el acercarse á él, aunque sea por la parte favorable del viento, es   —135→   sumamente peligroso; tanto, que solo el olor, y el tocarle basta para quitar la vida: de su tronco sacan los naturales Isleños un jugo, que es veneno eficacísimo, con que untan las puntas de sus armas; y para extraerle, destinan á los reos condenados á muerte, porque miran aquel árbol como un cruelísimo verdugo. Si los condenados á este fatal suplicio escapan la vida, despues de sacar el veneno quedan libres y absueltos de sus delitos; y por esto no omiten diligencia ni preparativo, para ver si podrán salir con vida de aquella maniobra: se visten y revisten de mucha ropa: sobre ella añaden fajas y mas fajas: para los ojos y narices buscan todos los resguardos que pueden; y aunque la faena es tan breve, que se reduce á hacer un barreno en el tronco, encaxar un cañuto, y dexar una vasija en donde se recoge el licor que va goteando; con todo, no escapan todos los destinados á este suplicio. El licor recogido, retiene con tal tenacidad su mortal veneno, que una vez untadas las puntas de las flechas, puñales y lanzas, aunque en corta cantidad, retiene en ellas toda su mortífera actividad por espacio de veinte años, en tanto grado, que recibida la herida, no da la menor tregua para echar mano de la triaca ó contrayerba y si es que acaso la haya. En confírmacion de esto alega el citado Autor la experiencia hecha por los Europeos en la dicha Isla; y fué, que condenado á muerte un Isleño delinqüente, quisiéron ver, si por ventura tendria eficacia suficiente alguna de las mejores triacas; y habiendo obtenido licencia de los jueces, se pusiéron al uno y otro lado del reo dos Médicos, con los remedios preparados en sus manos; pero por presto   —136→   que socorriéron al paciente recien herido, murió sin remedio.

Este veneno es mucho mas fatal que el curáre; porque el curáre no tuviera eficacia, si el herido tuviera sal en la boca: á mas de que, aunque el vaho del cocimiento del curáre mata una ó dos viejas, con todo el bejuco ó raiz de que se extrae, no mata: y en fin, ni su olor ni sus efluvios, ni el manosearle son cosas, que quiten la vida, como lo hace este melancólico y fatal laurél.

Pero démos mas campo á la curiosidad, descubriendo otros venenos inauditos.



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ArribaAbajoCapítulo XIII

De otros venenos fatales: su actividad: la cautela con que los dan: y cómo los descubri


Aunque sola una mortífera boca fuera bastante para que la hidra se hiciera formidable á los mortales, con todo se le atribuyen muchas, para que causen mayor espanto y temor los multiplicados conductos de su ira, y de su mortal ponzoña. No es idea poética el curáre, de que largamente hemos tratado en el Capítulo antecedente, sino veneno efectivo, mortal y maligno: y á la verdad, aunque la hidra infernal no hubiera abierto otra boca, ni otra puerta para la muerte de las Naciones del Orinoco, era ésta muy suficiente para destruirlas; mayormente no habiéndose hallado todavía triaca, que sea practicable; pero como su ira y saña infernal contra los hombres es insaciable, abre cada dia mas y mas bocas para vomitar nuevos venenos, descubriendo las malignas qualidades, que recónditas en los simples, no acechaban, ni amenazaban á las vidas de aquellas ignorantes Naciones; las quales, quanto mas quieren asegurarse, usando los venenos en lugar de armas, tanto mas se arriesgan, multiplicando puertas á su muerte, y nuevas asechanzas á su frágil vida.

Bien casualmente descubrí otro veneno, que tomado en la comida ó bebida en corta cantidad, infaliblemente quita la vida, reduciendo el cuerpo,   —138→   ántes de morir, á un vivo esqueleto, á violencias de una calentura irremediable: éste se llama en lengua Jirara irruquí alabuquí, esto es, veneno de hormigas. Y el caso con que adquirí esta noticia, fué el siguiente: caminábamos el año de 1719 por las vegas del rio Apure, y miéntras los Indios, segun su costumbre de lavarse tres veces cada dia, se estaban refrescando en el rio, me senté sobre un árbol seco: vi venir contra mí una hormiga de extraña magnitud, toda veteada de listas negras, amarillas y encarnadas; y aun era mas extraño su modo de caminar, porque echados los dos piés de adelante hácia sus espaldas, venia parada, y la cabeza en alto contra mí. Yo, enamorado de sus bellos colores, y de su nunca visto modo de caminar en su especie, estaba divertido, rechazándola con un palito. A poco espacio saliéron otras, y otras mas, de aquella misma hechura, y con todas tenia yo faena, rechazándolas, para que no me echasen de mi asiento: quando llegó un Indio de buena ley, que no lo son todos, y dando un grito formidable, me dixo en tono asustado: ¡Day Jebacá, Babí, alabuquí, ajaducá! ¡Qué haces, Padre, que esas están llenas de veneno! Apartéme luego, y me puse á exâminar al Indio; el qual, no reservando el secreto, como acostumbran casi todos, dixo: «Estas hormigas son muy bravas, y muy ponzoñosas: si pica una sola, da un dia de gran calentura: si pican dos, se alarga mas la calentura; y si llegan á picar mas, corre peligro la vida. Los Indios malignos y matadores, sacan de estas homigas el veneno, para matar y vengar sus agravios. Estos hormigueros no llegan á tener el número   —139→   de treinta hormigas, como lo ves; (ya habian salido todas,) pero con ellas basta y sobra para sacar cantidad de veneno con que matar mucha gente.» ¿Cómo las cogen, y cómo sacan su veneno? repliqué yo. Y dixo el declarante: «Como las hormigas se enojan tan fieramente, y porfian en querer morder, se van cogiendo con un copo de algodon bien esponjado una á una, y puestas sobre el borde de una ollita en que hay agua, se cortan por la mitad, dexando caer el vientre en ella, y echando lo restante, sin recibir daño el que las coge y parte: á pocos hervores que dé aquella agua con las medias hormigas á fuego lento, las sacan; y el agua despues de fria, cria una tela ó nata de grasa, procedida de las hormigas, que recogen y guardan en cañutos, no de caña, porque se penetra y se pierde, sino en cañutos que labran de canillas de tigre, de mono, ó de leon, donde se mantiene bien.» ¿Y sabes tú, repliqué yo, cómo la dan para matar? «Sí Padre, dixo él, que quando nos juntamos á beber chicha, es cortesía, que unos den de beber á otros, sin soltar la tutúma, ó vaso miéntras bebe el otro; pues el que quiere vengarse de alguno, no lo hace hasta que venga un dia de bebida: entónces da él de beber á sus amigos, y quando llega el tiempo de dar de beber á su enemigo, pone baxo su uña del dedo pulgar un poquito de manteca de estas hormigas, coge la tutúma, y al cogerla, con gran disimulo, mete en la chicha su dedo pulgar, y da de beber al que quiere matar; y como da bebida á muchos, y otros muchos la reparten también, queda el malhechor   —140→   oculto; y quando á la noche le da la calentura de muerte al doliente, nadie puede saber quien le dió el veneno.»

Hasta aquí la declaracion del Indio, para mí cierta é indubitable, no solo por su dicho, sí tambien porque ántes y despues de esta noticia, ya yo sabia muchas denunciaciones hechas á las Justicias, delatando ya á unos, ya á otros, de que tenian canillas de veneno; y me constaba, que los Padres Misioneros de otras Misiones antiguas habian hallado y enterrado semejantes canillas, á sus solas, y con secreto, para que no se hallasen jamás: con que creí y creo, que aquel Indio me dixo cándida y sinceramente la verdad, en la declaracion que llevo referida. Esta noticia me sirvió y sirve grandemente á todos los Misioneros, y me ha parecido al caso continuarla aquí, para que los venideros se valgan de ella, y se precaucionen, como lo hice yo desde que la tuve.

Es el caso, que llegue el Padre Misionero á la hora que llegáre á casa de qualquier Indio, (hablo de los chontales, no de los que ya están doctrinados y cultivados,) ó á ver un enfermo, ó á qualquiera diligencia, luego le ponen la tutúma llena de chicha junto á la boca, y no hay que excusarse, porque toman á agravio el que no beba de ella el convidado; pero quedan consolados, con que solo pruebe algun poco. A mas de esto, en los Pueblos que se van amansando, quando hay estas bebidas, que son sus mayores fiestas, el primer convidado ha de ser el Padre Misionero, quien no hay que excusarse, so pena de incurrir en su enojo; y debe sentarse junto al Cacique, y romper el nombre á la salud del concurso, aunque   —141→   sea con solo el ademan de beber. Esto supuesto, y supuesta la moda referida de dar veneno, jamás probé en adelante su chicha, si el que me la daba no bebia primero de ella; y aunque á los principios se resistian, con todo los convencia, diciendo: que era uso de la gente blanca,y señal de buen corazon, en el que da la bebida y en el que la toma. Esta práctica pareció muy bien á todos los Padres Misioneros, quando les revelé el secreto; y parecerá bien á todos los que leyendo esto, vieren quan arriesgadas tienen aquellos Operarios sus vidas, porque jamás llegará á tanto la barbaridad del que da el veneno oculto en la bebida, que quiera él mismo tragarse primero la muerte. En el primer recibimiento, y entrada á Nacion nuevamente descubierta, de que traté en el Capítulo XXIII. de la primera Parte, no hay peligro, porque semejantes Indios son muy bozales, y á los principios están preocupados del interés, de la curiosidad y del miedo.

Pregunté tambien á mi declarante, si habia, ó sabia algun remedio contra el referido veneno, y me respondió resueltamente, que no; que la muerte del que le tomaba era cierta é infalible; y que si hubiera remedio, él lo dixera, con la misma verdad con que me habia declarado lo ya dicho. Después, con el tiempo, asistí á varios moribundos de diversas Naciones, que muriéron de este veneno; el qual, como ya apunté, causa una calentura lenta é inquitable, que va aniquilando los cuerpos, hasta dexar los huesos solos, y la piel: unos viven mas, otros ménos, con una notable vivacidad en los ojos; y me persuado, que el dilatarse, ó abreviarse mas ó ménos la muerte   —142→   en los tales, depende de la mayor ó menor cantidad de veneno, que el matador aplicó á dicha bebida. Véase sobre otro veneno semejante á Herrera288.

El miedo de éste, y de otros venenos tiene tan á raya en la bebida á los Indios Tunevos, que contra la universal costumbre de todas las Naciones de Indios, sólos los Tunevós, ni usan convites de bebida, ni aun fabrican género alguno de chicha, que pueda emborrachar: cosa, que por muy singular, y sin exemplar entre los Indios, he querido notar aqui; pero esta parsimonia, como se ve, no es por virtud, sino hija del miedo, y de la mutua desconfianza y poca fe, que unos entre otros se tienen. Pero pasemos á ver otro veneno no ménos fatál, que los dos que llevo referidos.

En aquellos valles dilatados, llenos de espesa arboleda, poblados únicamente de fieras, se hallan en tanta copia las serpientes, culebras y vívoras, que apénas se puede creer: entre ellas hay una especie de serpientes de singular variedad y velocidad en su carrera: su especialísima divisa es un copete de pelo sutil, que en señal de sus muchos años de vida les nace sobre la cabeza.

¿Y quién les dixo á los ciegos y bárbaros Indios, que aquellos pelos son veneno cruel y sangriento? Ellos lo saben; ellos usan de él: oxalá no fuera con tanta freqüencia. Y no es juicio temerario creer que este secreto se lo manifestó el   —143→   Demonio, amigo de ver derramada la sangre humana desde el principio del Mundo. Dixe veneno sangriento, porque poco después, que ó en la bebida, ó en un bocado de comida ha recibido el paciente un pelo solo, entero ó cortado en menudas partes, hace su efecto violentísimo, empezando el pobre á vomitar sangre á bocanadas; y tanta que de ordinario acaba presto con la vida, sin haberse hallado hasta ahora remedio contra tan fatal actividad. El Indio Joseph Cabarte á quien cité arriba, como testigo de la maniobra del curáre, será ahora mas abonado testigo del veneno de que hablamos. Despues de haber servido este buen Indio, casi cinquenta años, á los Padres Misioneros con singularísima fidelidad y amor, no desamparándolos jamás en sus mayores tribulaciones, persecuciones, y hambres ordinarias; despues de haber ayudado últimamente al Venerable Padre Juan Rivero, á fundar, y poner en toda formalidad la Mision de San Francisco Regis de Guanapalo, murió á la violencia de este veneno. Picado un maligno viejo, de que hubiese aquel demarcado una planta de Iglesia, mayor de lo que él queria, vengó su ira dándole un pelo de los dichos, siguióse luego el efecto, en la copiosa sangre que el pobre arrojaba; pidió los Sacramentos, luego que los vómitos diéron alguna tregua, y à vista de nuestro Amo, que por Viático habia de recibir, dixo estas palabras, «Ya mis hijos los Achaguas, por cuyo bien tanto he trabajado, me han dado el pago; pero Dios, por quien principalmente trabajé, como lo espero, me pagará mejor; y con esta esperanza que tengo, perdono muy de corazon al que   —144→   me dió este veneno; que si Dios no lo hubiera permitido, él no hubiera hecho esté daño, y mas no habiéndole yo hecho mal alguno á él, ni á persona alguna de todo este Pueblo: yo sé quien es, y quiero que sepa que le perdono muy de veras: solo deseo que se arrepienta de su pecado» Esto dixo, y nos dexó aquel Indio Christiano nuevo, un exemplo admirable, muy digno de que le imiten los que se precian de Christianos viejos y antiguos.

No obstante, que el V. P. Rivero quedó muy edificado de la protesta del moribundo, con todo le visitaba con freqüencia, y suavemente tiraba á persuadirle, que aquella enfermedad era cosa natural; que con alguna fuerza, al levantar algun madero de la Iglesia nueva, se le habria roto alguna vena interior, y que esta era la causa de sus vómitos de sangre: que él era bienhechor de todo el Pueblo: que toda la gente le amaba mucho, y sentian su muerte, como si se muriera el Padre de todos ellos: y así, que no pensase en que éste ó el otro le hubiese dado veneno; pero el enfermo, que con tantos años de asistencia à los Padres estaba bien cultivado, y de suyo era capáz, le respondió: «Padre mio, yo sé de que mal muero: yo muero de buena gana, porque Dios lo quiere: yo he perdonado y perdono al viejo que me dió el pelo de serpiente: sé como y quándo me lo dió, y tambien el motivo; y me alegro, que la fábrica de la Iglesia sea causa de mi muerte: mas de quarenta Indios he visto morir con este tal veneno, y todas las señas que vi en ellos, veo ahora en mí. ¿Qué es lo que te aflige, mi Padre? ¿Tengo otra obligacion,   —145→   que la de perdonarle? Pues míra, para que quedes mas satisfecho, verás lo que hago ahora.» Llamó luego á sus hijos, y les dixo: «So pena de mi maldicion, y de que seréis malditos de Dios, os mando, que quando sepais algun dia quien me dió el veneno que me mata, no le hagais mal alguno, sino todo el bien que pudiereis: así os lo mando, para que Dios os haga bien, y á mí me dé el Cielo.» He aquí otro exemplo muy digno de imitacion. Ibase consumiendo poco á poco, el buen Indio, y movido á lástima el Padre, le dixo: Joseph, pídele á Dios, que quanto ántes te lleve al Cielo, porque es mucho lo que padeces. No, mi Padre, replicó el enfermo; no le pido eso: lo que le pido es, que me castigue aquí; y que en habiendo pasado el Purgatorio que debo, en esta vida, me lleve á descansar: esta súplica le tengo hecha por mano de San Francisco de Borja, mi patron; y este mi Purgatorio durará hasta la fiesta del Santo. Como lo dixo, así sucedió. No quiero decir que en esto profetizase ó tuviese revelacion: lo que digo, y sé de cierto, es que murió en las primeras vísperas de la fiesta del Glorioso San Francisco de Borja, dexándonos á todos muy edificados, y con prendas muy claras de su salvacion.

Poco después de su entierro, llegué yo á aquella Mision de San Regis, y el V. Rivero me contó todo lo que llevo referido: en donde se ve, no solo la eficacia mortífera de un solo pelo de aquellas serpientes, sí también la eficacia de la divina gracia, que de hombres semejantes à las fieras, sabe formar Christianos, que nos den exemplos   —146→   de virtudes heróycas, como nos dió el Indio Joseph Cabarte.

Hay otro gran número de venenos, en muchas yerbas, de que usan los Indios para matar á sus enemigos y á los que usan de las tales yerbas llaman Yerbateros. De los que mueren emponzoñados con ellas pudiera decir mucho, porque no son pocos; y la señal fixa de ser yerba ó yerbas la causa de las tales muertes, es el rajarse las carnes del cuerpo en largas cisuras, y salir de aquellas sajaduras, no sangre, sino un humor amarillo, que en breves dias saca de este Mundo al doliente. Jamás he podido investigar qué especie de yerbas sean. Puede ser que algun Misionero, con alguna casualidad, las descubra; y quiera Dios, que al mismo tiempo se descubra su remedio ó su contrayerba.



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