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Segunda edad religiosa: oposición sin unidad. Politeísmo.


Mientras en los pueblos (como en los individuos) predomina la fantasía, sirviendo más al entendimiento que a la razón, mientras no existe una proporcionada relación entre dichas tres potencias, no pueden aquéllos elevarse con entero espíritu al conocimiento de Dios y de la humanidad en Dios; conocimiento que quedó debilitado en ellos después de la primera edad humana. En este período de la historia religiosa contempla el hombre a Dios en los seres finitos y en la belleza finita, sin reconocer que un solo Dios existe y reina con su unidad sobre todos los seres y todos los hombres.

Pero en la humana imagen, como la más llena y más bella de todas, se representa en los pueblos jóvenes, cuando despiertan a una religión más elevada, la idea de Dios y sus atributos bajo otros tantos hombres arquetipos (personificaciones) y en una variedad de ideales divinos, a los cuales tributan adoración y culto. En esta edad, y cuanto más se desarrolla el sentido artístico del pueblo, tanto más rico y más variado es este mundo ideal de hombres divinos en los que se personifica la idea de Dios como en otros tantos rayos particulares. De aquí también, y bajo la misma ley, cuando algunos hombres superiores y bienhechores de los pueblos son honrados como dioses, nace la creencia de que aquellos que viven imitándolos o que se consagran a su servicio, se elevan por el hecho sobre los demás, y participan de la comunicación y favor divino. En este mundo de personificaciones humano-divinas se resume lo mejor de la historia antigua religiosa; en ella encontramos restos aislados del conocimiento de la unidad de Dios en las primitivas edades, así como aparecen ya anuncios anticipados de una religión más perfecta.




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Cuando un pueblo en esta edad religiosa habita bajo un bello cielo, y en medio de una naturaleza animada, que despierta poderosamente su sentido para el bello ideal, el mundo de sus concepciones divinas toma las formas de la belleza, y estas formas son reproducidas y realizadas inmediatamente por las artes de perspectiva. Belleza es la semejanza a Dios en lo finito dentro de su límite, y en esta idea contemplan lo divino, en la segunda edad religiosa, los pueblos más cultos y dotados de genio artístico. Pero contemplan lo divino antes bajo la belleza corporal, que bajo la belleza moral y la belleza armónica, porque durante aquella edad la vida sensible y la fantasía predominan en el pueblo sobre la razón. Una imperfección en el cuerpo hubiera arrojado del trono al Júpiter olímpico, mientras que pecados numerosos y manchas morales, que la mitología atribuye a este dios, no repugnaban al sentido moral imperfecto de aquel pueblo.

Y una vez recibida una variedad de dioses en la religión de un pueblo artista, toma ésta y el culto la expresión de un bello universo de hombres-dioses, que representa la vida histórica y las inclinaciones predominantes del pueblo en otras tantas personas míticas en comercio familiar con el pueblo mismo; hasta las imperfecciones y todo lo inhumano, que mancha todavía a los hombres en aquella edad, es reproducido en el mundo mítico bajo personificaciones de una monstruosa magnitud (los gigantes). De esta suerte se reflejan en el espíritu del pueblo los ideales que él mismo realiza en su historia; y ciertamente un mundo de hombres-dioses es el mejor fruto de esta segunda historia religiosa y en el que la humanidad se degrada menos de su propia naturaleza.




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No desconocemos, sin embargo, el pecado capital del politeísmo. Las abominaciones del culto de seres inferiores y hasta inmundos entre las razas negras, entre los pueblos de la Europa superior, los mejicanos, los antiguos y modernos indios, y aun entre los griegos y romanos, se nos representan con sus tormentos, sus profanaciones, sus víctimas humanas. Y, aunque el politeísmo por el solo predominio de la fantasía en la religión no pervierte directamente la relación de la humanidad con Dios, aunque muchas abominaciones del culto gentílico nacieron de la imperfecta cultura de aquella edad, la única capaz de explicar cómo los pueblos antiguos pudieron estacionarse durante siglos en la idea de muchos dioses; sin embargo, la representación de lo divino bajo imágenes de la fantasía no puede fundar durablemente ni universalmente el sentido y amor humano, ni elevar la cultura sobre esferas limitadas, ni sobre el particularismo nacional.

Aunque hoy todavía nos agradan los bellos atributos con que los griegos representaban a sus dioses; aunque nos interesan muchos rasgos particulares de puro humanismo, tantos ejemplos de amistad, de hospitalidad, de amor a la belleza, que abundan en la historia de este pueblo, nunca pudo este mundo de ideales divinos despertar en el pueblo sentimientos generales que abrazasen a todos los hombres, ni menos lo libertó de los pecados y profanaciones de la naturaleza humana, en que cayó frecuentemente. Aun los mejores entre los griegos practicaban la esclavitud y la tiranía doméstica, eran injustos para los extranjeros, caían en la profanación del cuerpo y de su belleza. Para salvar la humanidad de estas enfermedades que paralizaban sus mejores fuerzas, era necesaria una elevación que bajo aquellos precedentes históricos, y como consecuencia de ellos, parecía inexplicable. Este renacimiento de toda la historia, después de desterrar las figuras sensibles de la divinidad, debía fundar en la unidad de Dios y del mundo bajo Dios, una religión más perfecta en la humanidad.




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Si un pueblo que conociera claramente sus relaciones sobrehumanas pudiera ser politeísta, las personificaciones divinas de este pueblo se reunirían todas en el ideal de la humanidad culta. Pero apenas se despierta en un pueblo el sentimiento de su dignidad humana (el sentido moral), le alumbra la idea de la unidad de Dios, y entonces no puede confundir por mucho tiempo el mundo de ideales divinos con el único verdadero Dios, por mucha semejanza de divino que en sí tenga aquél. Un pueblo en este estado religioso, miraría los ideales humanos bajo que personifica la divinidad, como ejemplares bellos y perfectibles de su humanidad misma en semejanza a Dios y a la belleza divina. Este pueblo se aplicaría entonces a perfeccionar con arte religioso estos ideales (pero sin confundirlos con Dios) como luces anticipadas en el camino de su vida. Entonces este pueblo en subordinación a Dios y en aspiración fiel a unírsele, puede llegar a su perfección religiosa, y en ella otra vez fundar la dignidad, la libertad y la belleza de su vida.




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Al paso que la cultura histórica crece en fundamento, en medida y en influjo igual sobre todo lo humano, se despierta, según una ley de nuestra naturaleza, y Dios concurriendo, la más alta de todas las ideas, la idea de Dios como Dios y Ser Supremo sobre el mundo, y fundamento de la vida, en quien toda vida finita tiene su fuente y tendrá su plenitud última. Esta idea causa inmediatamente un renacimiento en todo el hombre, levanta una nueva voz de vida en el concierto de la razón, del entendimiento y la fantasía, de todo el espíritu; y sólo en ella, y en la uniforme reanimación de todo el hombre por ella, se capacitan los individuos y los pueblos, para conocer sus superiores relaciones en el mundo, y para conocer los seres fundamentales y en Dios esenciales, el espíritu, la naturaleza y la humanidad, y toda vida como esenciada y fundada en la vida divina.

Conocer a Dios, amar a Dios y a todos los hombres en Dios, reconocer en cada hombre la unitaria humanidad, y en la humanidad hallar y amar a todos los hombres, son ideas inseparables en el espíritu religioso. Sólo en la unidad de Dios, y conforme a ella, es conocido todo ser finito y el hombre como esencialmente uno sobre su interior variedad; sólo en el amor de Dios recibe el amor a toda naturaleza buena y bella en su satisfacción y en su intimidad desinteresada. Cuanto más puro y más igual se cultiva el conocimiento de Dios, en razón, en entendimiento y en fantasía, en el hombre todo, tanto más igual y armónico se muestra el religioso hacia fuera; tanto más se afirma en su amor a Dios y a los hombres en Dios.




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Todo desarrollo de vida pide tiempo, desde sus imperceptibles crecimientos hasta su plenitud. También el conocimiento de Dios y de la vida como fundada en Dios sigue en la limitación humana su propia ley histórica; solamente un grado tras otro, un precedente sobre otro, llegan los pueblos en el tiempo debido al conocimiento de la unidad de Dios y a reflejarla en toda su vida. Al principio es conocida esta unidad sólo en presentimiento lejano y oscuro por algunos espíritus superiores. Todavía se mezclan aquí y allí figuras sensibles del verdadero Dios; todavía se ingieren limitaciones humanas y hasta debilidades y pecados trasladados a la imagen de Dios. Todas las imperfecciones históricas, las obcecaciones del entendimiento, las aprensiones de la fantasía, que ligan entonces al pueblo y al hombre, afean la representación de Dios, no menos que antes la manchaban las personificaciones gentílicas. Si el carácter del pueblo judío, educado en la idea de la unidad de Dios (profundamente arraigada en toda su historia), aparece sin embargo tan egoísta y codicioso, tan desamorado e injusto hacia los extranjeros, nace esto de que el pueblo judío no conoció la unidad de Dios en la edad madura de la vida, sino que en su primera edad recibió de tradición aquella idea, estacionándose en ella sin cultivarla y aplicarla libremente, y por lo mismo, excepto algunos varones superiores, la generalidad del pueblo no veía en Dios, más que un poderoso Señor nacional. Con todo, este mismo pueblo, conservando más fielmente que los demás el conocimiento de la unidad divina, y aplicándolo a su historia, debía llegar antes que otros a un estado más perfecto religioso, y estar más dispuesto a recibir la idea pura de Dios como Creador y Providencia sobre todas las cosas, como Padre de todos los hombres; doctrina que les enseñó Jesucristo, y de la que dio testimonio con su vida.




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Pero tampoco la doctrina de la unidad de Dios enseñada por Jesucristo y entrando luego en la ley histórica pudo ser desde luego conocida en su pureza por los pueblos cristianos ni aplicada a toda la vida en el espíritu del Maestro. Solamente un grado tras otro y dados cada vez todos los precedentes históricos, podía fundar esta doctrina una ley igual sobre todas las relaciones humanas y entre todos los hombres. Viose al principio adulterada de muchas maneras por restos de doctrinas judaicas y gentílicas; fue aplicada sólo a relaciones de la vida individual, quedando fuera o imperfectamente sujetas a su espíritu las personas sociales. La esclavitud y la tiraníareinaron aún largo tiempo en la sociedad cristiana; y en los siglos medios de la Europa cayeron estos pueblos en abominaciones que corren parejas con las del gentilismo. Renegación y martirización del cuerpo, ingratitud para con la naturaleza, su belleza y sus leyes, persecución contra los disidentes17, heregías, inquisición, asesinatos en masa de pueblos jóvenes (América-Asia), guerras civiles, y religiosas, interior división y desmoralización de los mejores pueblos, tales han sido los efectos del imperfecto conocimiento de la unidad de Dios y del amor de los hombres en Dios, según fue enseñado por Jesucristo.




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Mas nunca fueron estos hechos y estados históricos consecuencia de aquella santa doctrina, sino efectos generales de la limitación humana y en particular de la limitación histórica contemporánea, que no comprendía claramente aquella idea ni la aplicaba con igualdad y arte práctico a las nuevas relaciones sociales. Y al lado de estas manifestaciones anti-religiosas y anti-humanas, abundan los beneficios generales y durables del Cristianismo, debidos sólo a la virtud de la doctrina. ¡Qué reanimación de vida, qué desarrollo de fuerzas nuevas no ha producido sucesivamente el Cristianismo en todos los pueblos animados de su espíritu! La doctrina de la unidad de Dios y de la unión de todos los hombres en Dios, nuestro padre, acabó de desterrar la esclavitud que la cultura griega y romana dejaron en pie. Un renacimiento más fundamental en ciencia, en arte y en derecho, se ha obrado en todos los pueblos, donde penetró la doctrina cristiana; y estos beneficios se mantendrán y se propagarán por toda la tierra con fuerza invencible, a medida que el conocimiento de esta doctrina penetre más igual y más interior en nuestra humanidad. Su plena inteligencia y su cumplimiento histórico, el mayor posible a los hombres, sólo se realizarán en el Cristianismo mediante un desarrollo más igual y más libre de todas las facultades humanas. Porque, aunque la unión de la humanidad con Dios, unión en pensamiento, en sentimiento, en vida, no es únicamente obra de la humanidad, sino que, en su fundamento es la obra del amor divino y se realiza en la historia bajo su concurso providencial; pero Dios concurre según las leyes, fundadas por él mismo, de la libertad humana y del desarrollo sucesivo de la vida en el todo y en las partes. A medida que la humanidad se educa con más igualdad y libertad, más según su naturaleza, a esa medida la eleva Dios y la recibe en su amor, según el mérito ganado en una laboriosa aspiración a hacerse digna de Dios. Así como el conocimiento y el amor de Dios despierta todas las fuerzas humanas, eleva toda la actividad y los fines de obrar, así la religión, en cuanto es en parte obra meritoria de la humanidad, aguarda de la madurez de la cultura humana su perfección relativa y su edificación igual en toda la tierra.




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El conocimiento de Dios, principio y forma de la ciencia.


Que el conocimiento de Dios y la demostración en Dios de todas las cosas es el fundamento de la ciencia, lo enseña a su modo la historia, comparando la ciencia de los pueblos cristianos, y en general de los pueblos que han conocido la unidad de Dios, con la ciencia de los pueblos gentiles que no la han conocido, y hasta con la ciencia de los griegos, que ciertamente para aquel tiempo es tan admirable. ¿Ni cómo puede la ciencia sin el conocimiento de Dios en su unidad absoluta y en su unidad primera, como Ser Supremo, adelantar en sus deducciones, siendo así que la ciencia se manifiesta al espíritu como un concepto de la razón en la cual la idea de Dios es el concepto-madre, que la deducción científica aplica en forma de demostración de aquella unidad, recibiendo en sí la verdad de los seres particulares hasta donde alcanza la experiencia del hombre?

Mientras el conocimiento de Dios aparece al espíritu en lejano presentimiento y debilitado por la distracción del sentido, se nos representa el mundo de las ideas como una región solitaria y nebulosa, que sólo se aclara a medida que penetra en nosotros la idea de Dios, como el sol central de esta región superior. Este conocimiento es el principio de toda ciencia real, así como es fuente de puro sentido y amor humano y de firme voluntad para toda cultura armónica. La ciencia, además, como una deducción sistemática de la idea de Dios en su verdad absoluta, como el reflejo de la luz divina en el espíritu, pide ser cultivada con sentido religioso, como una oración interior, que influye a su vez en la reanimación de toda la vida. A la ciencia, que es en su fundamento un testimonio de Dios, le es también necesaria la unidad formal: el conocimiento de Dios, como Dios y Ser Supremo, es el objeto de su primera parte (ciencia fundamental), y cada ciencia particular es en su principio generador un conocimiento parcial de Dios en sus esencias (categorías reales). La cultura científica, cuanto más fundamental es, y más sistemática, aclara más y confirma el conocimiento de Dios como la base de la religión, esto es, en forma de fe racional. En la ciencia será un día comprendida la historia religiosa como el desarrollo sucesivo del conocimiento y de la relación con Dios de nuestra humanidad: la subordinación de la historia universal a la ley de la historia divina y a la salvación de la humanidad, se demostrará entonces en el conocimiento de Dios y del mundo en Dios. La ciencia cultivada bajo este espíritu ahuyentará la superstición y la incredulidad; la luz de la aurora se extenderá por toda la tierra, desterrará el frío de la madrugada, y en el día pleno de una fe racional fundará la religión armónica del género humano18.




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El conocimiento de Dios; su relación con el arte.


En relación semejante está la religión con el arte, tanto el arte de la vida como el del bello ideal en el hombre. La contemplación de Dios y del mundo de las ideas por la fantasía religiosa dispone al espíritu para sentir en los seres finitos y en toda la naturaleza la semejanza divina, esto es, la belleza, y para reproducirla libremente mediante el arte como parte del poema divino en la historia. La religión es en su pleno sentido, como sentimiento de Dios, una inspiración del espíritu, y se expresa en la poesía religiosa, en el canto religioso, en prácticas vivas llenas de sentido y edificación, reproduciéndose luego en el mundo de la pintura y la escultura. Toda elevación religiosa en la humanidad ha ocasionado al punto un renacimiento y elevación correspondiente de las bellas artes. El mundo artístico griego es la expresión característica de la poesía religiosa de este pueblo. Y aunque el Cristianismo en los primeros tiempos fue desfavorable a la pintura y escultura, no tuvo en esto parte el espíritu del Cristianismo, sino su oposición temporal histórica con el gentilismo, que se cifraba todo en la adoración de figuras sensibles, incompatibles con la religión pura del espíritu. Pero cuando el Cristianismo se manifestó con más libertad en los pueblos bajados del Norte, expresó su espíritu en el mundo de las artes, en la música, pintura y arquitectura. La riqueza de los pueblos modernos en obras de poesía, el renacimiento de la pintura mediante la contemplación cristiana en el cielo de la Iglesia invisible, y aun el renacimiento del arte griego según el espíritu moderno; todas estas manifestaciones nos prueban que el conocimiento de Dios en la religión, cuando penetra uniformemente todo el hombre, eleva también el sentido y el arte humano a un ideal superior de la belleza. Todo complemento futuro de la religión y de la sociedad religiosa se expresará en una relativa perfección del mundo artístico y abrirá en este mundo nuevas fuentes de originales creaciones.




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El conocimiento de Dios; su relación con la moral.


Igualmente inmediata es la relación de la moral y la sociedad de este género con la religión. Siendo la moralidad el concierto habitual de todo el hombre hacia el bien, es el hombre y la humana actividad una causa finita racional bajo la eterna causalidad divina, y en lo tanto se hace aquél en su vida moral una virtud de Dios. El hombre tiene parte en Dios como el infinito y absoluto, y realiza esta su parte divina como la idea de su destino, siendo fiel a su naturaleza, esto es, meritoriamente bueno. La bondad fundada por Dios en el hombre se manifiesta en general como una potencia de obrar (virtud, espontaneidad), y es una potencia segunda de la potencia de Dios, como la absoluta y la primera. Que la moralidad se manifieste en forma de un libre obrar de todo el hombre concorde consigo (digno, meritorio), y que en la limitación del mundo se fortifique con carácter sostenido (voluntad constante) en el ejercicio y desarrollo de las propias fuerzas, es la ley eterna bajo que Dios crea al hombre y la humanidad. En la propia posesión que alcanza sobre sí el virtuoso, es el hombre una causa inmediata y libre de sí mismo, según Dios. La humanidad es de Dios, por consiguiente dentro de su límite se funda en Dios, y obra por su bondad esencial según la naturaleza divina, y sólo mientras vive en este sentido se capacita para más elevados órdenes morales en el mundo. Sólo, pues, manteniéndose igual y conforme consigo, esto es, libre en su buena naturaleza, puede la humanidad acercarse a Dios mediante la virtud moral y el esfuerzo laborioso para asemejársele.

Así como el sol de la naturaleza aparece en verdadera imagen al ojo corporal, que él mismo ilumina, así Dios, el sol de la vida, se manifiesta con verdad en el espíritu que se asemeja a Dios en el ejercicio virtuoso de su libertad. La humanidad fortificada en su carácter moral, es como el ojo sano que ciertamente no abraza a Dios, que jamás penetra toda la interioridad divina, pero que refleja fielmente la imagen de Dios. Así como el ojo, aunque es un punto imperceptible en el espacio, recibe dentro de sí el mundo sensible y las relaciones y distancias de los cuerpos, así puede el ojo del virtuoso contemplar el bien en la realidad de Dios, en el cielo de la vida divina. Hasta el momento en que este ojo interior adquiere toda su fuerza, dirige Dios a la humanidad con influencia secreta, pero de modo que la libertad humana en lucha con la limitación del mundo, se fortifica y se eleva de simple voluntad, a voluntad refleja moral. También el niño antes de nacer es iluminado por el sol de la naturaleza que le da calor y lo vivifica; pero sólo cuando su ojo se abre a la luz, se le hace aquél manifiesto en el mundo de los colores.

Si, pues, Dios ha de comunicarse algún día en nueva alianza a la humanidad, ha de estar ésta preparada con su libertad moral y capacitada para esta comunicación; esto es, ha de haber probado y fortificado su carácter racional con puro corazón y sentido religioso; el hombre mismo, si cabe decir, ha de salir al encuentro de Dios, acompañado de su conciencia virtuosa. También al hombre imperfecto o torcido en el uso de su libertad le asiste Dios y lo lleva al bien, aunque sin manifestarse a sus ojos; pero al punto que reina en él la conciencia moral, se refleja la virtud divina en su espíritu, no sólo presentida, sino claramente conocida sin mengua de la libertad. La humanidad convertida a la virtud, cuanto es posible al hombre, reanuda una alianza nueva con Dios, y en esta alianza se desenvuelve con nueva perfección su libertad moral. El patriarca del pueblo israelita, Moisés y los profetas presintieron, pero Jesús y sus discípulos enseñaron la vida de la humanidad religiosa como una nueva alianza, en la cual Dios obra según su divinidad, y el hombre bajo Dios coopera según su humanidad19.




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La fe en la acción de Dios, como Ser Supremo sobre la humanidad y la historia, concierta con las deducciones de la ciencia respecto a la causalidad eficaz, tanto eterna como temporal, de Dios en el mundo. Sólo bajo esta idea comprendemos a Dios en la plenitud de su vida sin perjuicio de la libertad de los seres finitos y del hombre. Así concebimos la religión como una sucesión de estados históricos gradualmente preparados y cumplidos, mediante los que la humanidad se eleva en sus relaciones con Dios, pero sin agotarlas jamás. Y, así como la creación de los seres finitos es una obra inmediata eficaz de Dios, en la que produce por su divina virtud seres a su semejanza, así la reunión con Dios de los seres libres que aspiran a asemejársele, es una continuación y complemento de la creación, recibiendo Dios en su armonía divina todo lo finito que se hace digno de él. Mas por esta reunión histórica con Dios no se entiende que los seres finitos sean alguna vez suprimidos en Dios o identificados con Dios, sino que los seres finitos quedan, en esta reunión y reuniones sucesivas, siempre en la relación de la criatura al Creador, de lo finito a lo infinito, de la parte al todo. Porque es una ley de la vida, igualmente en la total como en cada vida particular, en la planta como en el animal y en el hombre, que todo ser finito fundado y contenido en el todo de su género, vive primero simplemente en sus propias fuerzas y después, y en tiempo debido entra en relación con los seres coordenados y superiores y con el todo.

Así, pues, la moralidad como voluntad meritoria de nuestro destino y de los medios para ello, es la condición subjetiva en la humanidad para elevarse a la religión, esto es, a la unión con Dios, y Dios mismo reintima entonces consigo a la humanidad en más plena alianza. Sin que el carácter moral, como el fundamento subjetivo de la religión, se eduque y fortifique en el hombre, no dará la religión en él frutos de bendición. Apoyándose en sí misma y de concierto con la acción de Dios en ella alcanza la humanidad de grado en grado la plenitud de su vida religiosa, y merece el amor divino.

El medio relativo entre el hombre y Dios.-Tiene la historia universal y la humana su sentido más real y último en lo siguiente: La humanidad aspira a conocer, sentir y realizar lo divino, como el objeto absoluto en la esfera de la libertad; esto es, conocer, sentir y referirse activamente a Dios, como lo entero y último que cabe pensar y poseer por motivo de él mismo y en forma eterna de obrar (la ley de Dios). Mas este conocimiento y sentimiento y unión son infinitos por su objeto; penden y trascienden siempre para el ser finito y piden a la ciencia y vida limitada una entera consagración (devoción) del hombre todo a su asunto, y juntamente una subordinación y subrelación de todo el sugeto y sus condiciones a la humanidad, como el contenido total vivo y orgánico de todos los hombres en su aspiración activa hacia Dios. -Pide este fin último ultra-histórico, que durante el camino hacia él no se mire el hombre ni la humanidad como fin, sino como medio y condición para el fin, porque en el punto que la humanidad pierde el sentido condicional de su naturaleza, allí se interpone como sombra entre ella y Dios, olvida a Dios por sí misma, toma su imagen subjetiva de Dios por el Dios real, rompe la escala misteriosa de la vida, y apaga ella misma en sí la luz del espíritu que junta la vida y obra terrena con la vida y obra divina.

Y, siendo el objeto real absoluto, esto es, Dios, no algo puramente otro y extrahumano, algo particular, circunscrito histórico, sino un todo, infinito absoluto y bajo esto aquello también; teniendo por tanto la humanidad algo de divino sobre su individualidad histórica, debe el hombre mirar con santo respeto todo ser y toda cosa y aun a sí mismo en todas sus personificaciones y manifestaciones, reconociendo que en todo estado de vida, y aun en las propias inmediatas relaciones se envuelve y quiere ser reconocida una sobre-relación y trascendencia divina. Sólo en la tendencia y sentido constante a conocer, sentir y cumplir esta superior relación donde quiera, ya sea coordinada, subordinada o superior, está la condición de conocer lo real, objetivo y el supremo fundamento, esto es, de conocer a Dios y sus divinas manifestaciones mediante el mundo y la historia, y unirse a él por estos medios.

Exige, pues, esta ley el respeto santo al espíritu, a la naturaleza, a la humanidad, a todos los seres, y a nosotros mismos en todas nuestras propiedades, modos y estados humanos por motivo último, no de ellos, sino de Dios, que se nos da a conocer, sentir y poseer hoy en estos, mañana en otros, según el merecimiento moral y la capacitación que el conocedor tiene cada vez para ello. Pero este respeto del sugeto a la vida presente, que es parte del respeto a la vida universal, significa el reconocimiento de nuestra limitación ante la ilimitación de Dios, y es para el sugeto la condición y medida de la estima con que contemplamos cada objeto, y del interés inagotable para conocerlo y unirnos a él; es la sal de la vida, y nos hace presentir tras de cada ser y propiedad y virtud conocida, infinitos nuevos mundos de seres y propiedades que conocer y poseer. Mediante el respeto a la vida y cada vivificación en ella y en nosotros, prestamos un culto virtual, recatado, circunspecto a Dios en su templo real, el mundo y la historia, en vez del culto sensible, irrespetuoso, presuntuoso de los pueblos infantes bajo la fe sencilla de tocar a Dios y al mundo con su mano y con su cuerpo. -Frutos abundantes de esta raíz sana, el respeto de la vida por motivo de Dios, recogerá la humanidad en su camino, sobrado largo para nacer y renacer, y revivir infinitas veces en infinitos mundos; pero el fruto último, la posesión absoluta de su objeto en el sentido vulgar de la palabra, no lo alcanzará, tan cierto como el hombre es finito, y Dios -el objeto absoluto, es infinito.

De aquí resulta, que según y hasta donde la humanidad conozca a Dios, a esta medida conocerá todas las cosas particulares y a sí misma y sus relaciones dentro y fuera; porque en el fondo misterioso de todas está Dios, esto es, la verdadera y la absoluta realidad, y del sugeto a ellas media siempre infinita relatividad, un mundo de relaciones.

Pero donde el hombre no quiere conocer el medio relativo entre él y su objeto, y no quiere o no sabe mantenerse en forma de relación, sino que presume conocer, sentir y poseer el objeto mismo inmediatamente, allí cae en ceguedad, en absolutismo, en presunción, y desconoce a Dios y olvida la respectividad infinita que media entre él y Dios.

Luego el proceso de la historia humana, como una subefección de lo temporal bajo lo eterno, de lo finito bajo lo infinito, consiste en pasar el sugeto histórico de la presunción simple de ver y poseer inmediatamente la realidad, esto es, Dios, y bajo la realidad absoluta toda cosa particular, al reconocimiento circunspecto del medio infinito de relaciones entre él y la realidad, y a la ley consiguiente de conocer, cultivar, respetar, ordenar estas relaciones, las justas cada vez y con cada orden de la vida. Entonces le es permitido al ser finito creer que está en el camino de la verdad, del amor y del bien, esto es, en el camino de Dios.

Bajo esta ley de la vida, ha sido el carácter de nuestra historia humana, en su primera y segunda edad, la presunción de tratar y poseer directamente el mundo y Dios sobre el mundo; presunción que ha engendrado las figuras en una edad, los misterios en otra, olvidando la relación infinita e inviolable que media entre él como ser finito y la realidad infinita, y olvidando sobre todo al Dios real. Creyéndose, pues, el hombre en comunicación inmediata con Dios, como con la sombra de su cuerpo y de su mano, ha abusado de Dios, vistiéndolo de su propia sombra y creyendo que Dios tomaba esta sombra por buena y la única y última; creyéndose en comunicación inmediata con el mundo y la historia, ha abusado de uno y otro, olvidando la ley de subordinación universal de él, como parte, al mundo como todo; y creyendo que todas las relaciones del mundo con él están encerradas en su obra de un día, o mirando esta relación como un cambio de tanto por tanto o de cargo y data, ha achacado el resultado donde no venía bien a su fin particular, a la cuenta del hado o de la fortuna, palabras inmodestas e impías, que van todavía adheridas como herrumbre corrosiva a nuestra historia presente. Creyéndose en comunicación inmediata con el hombre y la naturaleza, ha desconocido las relaciones interiores de él con la naturaleza y sus seres; ha abusado de estos seres, rebajándolos a una distancia infinita de sí mismo, donde no se descubre ya señal de respeto y de deber con el mundo inferior, por motivo de Dios. Y en cuanto al hombre, ha abusado de él, y cada cual de sí mismo, ha olvidado (a lo menos hasta poco ha) los respetos humanos, ha tomado al hombre como puro instrumento (tiranía), o como puro enemigo (guerra), o como puro dueño (servidumbre); pero siempre como cosa inmediata, y no más ni más allá; no viendo que Dios y la humanidad toda median entre hombre y hombre y entre el hombre consigo, y ponen entre ambos un mundo de infinitas relaciones y respetos.

Así se ha realizado la historia hasta hoy bajo la presunción irracional y en parte orgullosa e impía de la inmediatividad de la vida y la comunicación manual del hombre con el hombre, de la humanidad con el mundo, y del mundo con Dios.




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La Providencia.


Así como ningún ser ni vida finita es aniquilada en Dios, sino que se reproduce en sucesivos renacimientos y complementos, así la humanidad y el hombre religioso no se aniquila en su alianza con Dios, sino que en esta alianza renace (eternamente y a cada momento) a nuevo conocimiento y nueva más libre voluntad y actividad, según su naturaleza. Porque la primera operación divina, la creación de sus seres, dura eternamente; la segunda operación en la que toda criatura, que en su límite se hace semejante a Dios es elevada por Dios según su mérito, dura también eternamente, y ambas operaciones divinas forman juntas la relación viva y continua de Dios con el mundo, la Providencia.

La vida moral es principalmente subjetiva: la vida religiosa es principalmente objetiva. Tan esencialmente se unen en el hombre la religión y la moral (como las formas de su vida y las sociedades para ambos fines), que siendo cada una a su modo original y absoluta, están llamadas la una hacia la otra, y sólo en su correlativo desenvolvimiento, ayudándose una por otra, llegará cada una a su plenitud posible en la humanidad. Absolutamente hablando, son ambas formas de la vida, la moral y la religión, co-existentes en Dios; pero en la vida histórica de la humanidad, es la relación moral la subjetiva y la precedente a la religiosa. En el punto que en el hombre y en la historia humana reina el mérito moral en forma de un carácter y hábito virtuoso, reanuda Dios su vida con la vida humana en una nueva alianza.




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Conclusión.


Cuando sea cumplida en esta tierra y en la historia aquella plenitud de la vida que hemos definido como la reunión de la unidad con su interior variedad, entonces Dios será conocido no sólo como uno (unidad pura), sino como interiormente lleno y como el Supremo sobre el mundo. En Dios y en la relación bajo Dios de todos los seres finitos, será entonces conocido el destino de la vida histórica en propiedad y en relación y en su última perfección. Entonces el espíritu, la naturaleza y la humanidad serán conocidos y amados en su subordinación a Dios y en su coordenación entre sí como seres fundamentales y en parte exteriores a Dios; exterioridad que no los enajena de Dios, ni al uno del otro, antes bien funda la aspiración eterna a unirse entre sí y con Dios en la plenitud de la historia universal. Dios será presente en conocimiento, en sentimiento y en vida a nuestra humanidad y dentro de la humanidad a los hombres unidos en sociedad religiosa y en subordinación común a Dios. El hombre todo y toda la humanidad serán elevados en Dios, vivirán más fieles a su destino eterno, más armónicos con la vida del mundo en esferas superiores, así de la naturaleza como del espíritu. Todos los hombres se conocerán y se amarán como una familia de hijos de Dios y destinados a reunirse en la plenitud de la vida divina, y en esta última esperanza reharán otra vez su historia como una edificación nueva. A Dios lo reconocerán como el Padre común, aunque no según el sentido en el que los hijos son de igual ser con su padre, sino en el absoluto sentido en que Dios es el Ser Supremo. La relación de la humanidad como sociedad religiosa con Dios es la del hijo con el padre, del educando con el maestro, del justo con el juez, y sobre esto encierra reunidas dichas relaciones en una superior unidad.

Todos los prejuicios que retardan hoy una nueva alianza de la humanidad con Dios, desaparecerán en la edad plena y armónica. Entonces será claro para los hombres, que límite y oposición dicen sólo diferencia subordinada entre seres que en una esfera superior se reúnen; pero no dicen división ni aislamiento de los seres finitos entre sí y con Dios; que toda naturaleza finita es en su límite y género semejante a Dios y digna de Dios; pero a Dios, como el Ser Supremo, es desemejante, que a ningún ser, por excelente y superior que sea, ni al espíritu, ni a la naturaleza, ni a la humanidad es debida adoración, sino a Dios solo. Entonces se reconocerá que lo limitado no es lo malo ni lo privado de Dios, sino que todo ser limitado y también el hombre es bueno en Dios y está llamado en la historia a elevarse a Dios de grado en grado y a ser salvado por la bondad divina, y que mientras es fiel a esta voz, esto es, mientras es moralmente bueno, es digno de Dios y de participar de los órdenes superiores de la vida.

Entonces será claro para los hombres, que también la vida histórica del espíritu, de la naturaleza y de la humanidad es aquí y en todo lugar parte de la vida e historia eterna. Que la eternidad es una (un presente real); que abraza en un presente igual todos los tiempos, sin necesitar comenzar en un primer momento; que, aquel que es bueno y puro de corazón, vive ya aquí vida real, bienaventurada, lleva la eternidad, no en la relación del antes o del después, sino en el presente del bueno y justo obrar.

Entonces será reconocido, que el que es puro de corazón contempla a Dios; que una vida de goce en Dios no es posible sino mediante el mérito moral en un laborioso ejercicio de todas nuestras facultades, fuerzas y relaciones; que no puede ser pura ni firme la fe en Dios, sin el conocimiento, y el conocimiento sin el cultivo científico de la razón; que ser agradable a Dios no es posible aquí y en todo lugar, sin convertir el hombre su atención a todo el hombre y a su cultura en todas relaciones, hacia todos los fines; que no consiste el descanso en Dios en una contemplación ociosa, en la aislada elevación del espíritu fuera de la naturaleza, olvidando educar ésta, fortificarla, elevarla al lado del espíritu con sentido moral; que la vida religiosa no se cifra única o principalmente en las prácticas exteriores sin el corazón y la obra viva; que el pecado, esto es, la desvirtuación de lo humano en su semejanza a Dios, no puede ser desarraigado enteramente de la tierra sin el cultivo laborioso de la razón y de la voluntad.

Llenos de estas convicciones, los hombres religiosos serán aquí fieles a Dios y a nuestra naturaleza, su criatura y semejante; se moverán con firme esperanza y con esfuerzo común hacia su destino racional; ninguna parte ni relación de esta vida y de la historia será desestimada por ellos ni dejada sin cultivo, sino que manifestarán su religión como una virtud eficaz interior y exterior en la aplicación uniforme y universal, para realizar la idea divina en la tierra y entre los hombres. Todos sentirán entonces que religión es para el hombre luz, amor, esperanza, fortaleza y contento de vida. Cuando este sentido religioso sea, no sólo claramente conocido, sino cumplido en toda la tierra, cesará toda oposición religiosa, y las religiones particulares se reunirán en el amor a Dios como padre y en el amor entre los hombres como hijos del Padre Eterno.

Firmes todos en la unidad de Dios y en la última reunión y salvación en Dios, se aplicarán los individuos y los pueblos a demostrar su sentido religioso en un arte inagotable de poesía bajo las formas del bello ideal: el culto exterior será entonces reconocido y realizado en forma de culto y arte social-religioso (oración pública); las prácticas religiosas, sin dejar de concertar en lo esencial, serán determinadas según el estado y la historia de los pueblos en conformidad con toda su vida pero con espíritu de amor, de mutuo respeto y de edificación común.

En esta plenitud de la sociedad religiosa está Dios presente a la humanidad como lo ha estado a algunos escogidos, que llenos del espíritu divino elevaron a los hombres con doctrina y ejemplo a mejor vida. Entonces se representarán a la humanidad las religiones históricas anteriores como la parte de Dios en la educación humana; los merecimientos de aquellos que en el día del trabajo elevaron a sus hermanos a más pura religión, serán rectamente estimados y con gratitud reconocidos y solemnizados.

Desde entonces el hombre no tributará adoración a otro hombre ni aun el más semejante a Dios, sino a Dios solo como el principio y fin y plenitud de la vida, orando a él con voz y sentimiento unánime. Nuestra humanidad, sabiendo que ella misma en la posesión entera y ejercicio de sus fuerzas y con ayuda de Dios ha de hacerse digna de la alianza divina, conocerá que Dios en la historia pasada envió según los tiempos algunos escogidos que trajeron a los hombres nuevas de salud, y desde los que se reflejó en éstos la luz divina, mediante lo cual y en el tiempo debido se comunicará Dios un día como vida y luz igual para todos. Será entonces manifiesto, que Dios en su Religión eterna para con la humanidad, está presente hasta el fin en todo puro corazón; que cada edad religiosa lleva en sí su propio mérito como obra original y libre del amor divino; que los maestros de los hombres que enseñaron y propagaron la religión son, no un puro producto de la historia contemporánea, sino una virtud de Dios en su amor a la humanidad, y en su obra de salvación; que el porvenir religioso de las sociedades y del individuo, en su sentido y sus obras, cuando es puro, se anuda naturalmente con el pasado, elevándolo y completándolo en una historia superior. Entonces será desterrado el error, que la revelación de Dios ha podido cesar algún día, o que se limita a particulares tiempos u hombres, como si la plenitud divina no abrazara todos los hombres y tiempos, toda la humanidad20.

FIN.