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Introducción a las «Rimas» de Esteban Echeverría

Antonio Lorente Medina





La abundancia de estudios críticos dedicados a la vida y obra de Esteban Echeverría1 y la indudable trascendencia de su figura en la vida cultural y política argentina dificultan, en gran medida, la realización de un rápido boceto que perfile su personalidad con nitidez, dentro de la compleja realidad que representa la república rioplatense en la primera mitad del siglo XIX. Por otra parte, su testimonio subjetivo, ideológico y ambiental exige, como bien ha señalado Abadie-Aicardi2, «una consideración atenta y separada de la acción histórica concreta de sus obras (que es objeto de la historia externa), actuando como una levadura que en lo histórico trasciende enormemente el valor objetivo estético»3, y justifica lo que se ha llamado con certeza su magisterio oral:

[...] porque su enseñanza fue sobre todo oral y será siempre parcial el análisis exclusivo de su obra escrita. Ordenó los haces de una legión entusiasta que entreveía un nuevo mundo literario y filosófico y se perdía en la profusa lectura [...] Por lo mismo, su obra ha de articularse con la de sus discípulos, y se observará la extraordinaria disciplina que la autoridad directora imprimió a su generación y que es característica en el Río de la Plata.




I. Semblanza biográfica


Sus «primeras armas»4

Esteban Echeverría nació en Buenos Aires, el 2 de septiembre de 1805, en el seno de una familia burguesa: su padre, José Domingo Echeverría, era un comerciante vasco y su madre, Martina Espinosa, una descendiente de familia porteña. Con ello se deshacen algunas confusiones en torno a su origen social y encontramos uno de los factores determinantes5 de la futura evolución ideológica del poeta. Poco sabemos de su infancia, que se cortó bruscamente con la muerte de su padre, acaecida en 1816. Desde este año y hasta 1818 -en que la abandona- concurre a la escuela de San Telmo, posiblemente por las presiones de un tutor rígido que lo traumatizó profundamente, como nos diría posteriormente el mismo Echeverría. Así «alternó» sus estudios tardíos, en parte por la situación revolucionaria en que vivía su país y en parte por «la vida de disipación y amoríos» que llevó en su prematura juventud6. Carpetero, jugador de billar, libertino y guitarrista notable constituyen sus títulos personales7:

Hasta la edad de dieciocho años fue mi vida casi toda externa: absorviéronla sensaciones, amoríos, devaneos, pasiones de la sangre, y alguna vez la reflexión. Entonces como caballo desbocado, pasaba yo sobre las horas, ignorando dónde iba, quién era, cómo vivía. Devorábame la saciedad y yo devoraba al tiempo.



Un episodio de amor adúltero y muerte, repetidas veces evocado aunque dentro del ropaje romántico, y sobre todo la muerte de su madre (1822) -de la que siempre se consideró responsable- causaron tal impacto en su alma que cayó en una profunda crisis moral que lo llevó al borde del suicidio. Estos sucesos corroboran -como muy certeramente han visto sus biógrafos, Gutiérrez, Palcos, Cháneton...- «su propensión romántica [a]l mismo tiempo que explican su sensibilidad para lo popular»8. Este mismo año (1822) se inscribió simultáneamente en el Departamento de Estudios Preparatorios de la flamante Universidad y en la escuela de Dibujo, dirigida por José Guth, y sintió las reformas rivadavianas (que abrazan como doctrina oficial el iluminismo), a las que se adhirió plenamente. Por estas fechas debió contraer la enfermedad del corazón que lo mantuvo numerosas veces, a lo largo de su vida, en un estado depresivo y terminó, a la postre, con su vida.

No cabe duda de que la euforia rivadaviana en que vivía Buenos Aires debió influir poderosamente en el espíritu del joven Echeverría y que actuó de bálsamo para curar sus heridas afectivas. Así lo vemos en septiembre de 1824 -y hasta el 20 de septiembre de 1825- emplearse, como la mayoría de los jóvenes de la burguesía porteña, en el establecimiento comercial «Lezica Hermanos» para realizar su aprendizaje práctico, al par que el intelectual. Uno de los dueños del comercio, don Sebastián Lezica, y su amigo Félix Piñeyro (sus maestros en el comercio) advierten rápidamente sus dotes y sus esfuerzos (en sus ratos libres estudia francés, historia y poesía) y lo incitan a viajar a Europa. Por mediación del primero, que era confidente y amigo de Rivadavia, consigue una beca del gobierno ilustrado para «formar los profesionales de que se carecía», y a mediados de octubre de 1825 se embarca a bordo del «Matilde» o del bergantín «Jenny»9. En la lista de pasajeros figura como comerciante de profesión, con escaso caudal de libros entre los que destaca La lira Argentina, modelo de neoclasicismo ortodoxo. Tras arduas peripecias, y gracias a la amistad y el apoyo de unos suizos que conoce en la accidentada travesía, está en París el 6 de marzo del año siguiente.




Su estancia en París

Por sus notas de viaje10 sabemos la desagradable impresión que le produjo la ciudad de la Luz, para él ciudad en la que imperan el dolo y el engaño. Sigue siendo ferviente rivadaviano, como se desprende de la carta que envía a su hermano José María, en que hace referencia al interés y la admiración que despierta la joven república americana en la capital de Francia, sobre todo entre los artistas y hombres de instrucción deseosos de emigrar a la Argentina, debido -según el autor- a «nuestras sabias instituciones y la grande opinión del q[u]e las formó».

Su viaje a Europa constituye un hito importante en su vida, y su estancia parisina (1826-1830) un período de educación intenso y metódico, dedicado al cultivo de las ciencias morales (Filosofía), positivas (Economía) y a la lectura sistemática de obras literarias, como «desahogo a estudios más serios», que se corresponde corporalmente con un retroceso sensible de su enfermedad. Aunque se apoyara indudablemente en la minúscula colonia de jóvenes argentinos que habían llegado a París becados por el gobierno de Buenos Aires, para continuar sus estudios médicos (Ireneo Portela, Miguel Rivera, y sobre todo José María Fonseca, a quien dedicaría Elvira, no cabe duda de que el ambiente intelectual11, social y político que se respiraba en Francia por estos años fue la verdadera enseñanza que recibió. Echeverría tuvo que seguir forzosamente como espectador «el progreso de la oposición liberal a la monarquía restaurada hasta la víspera del triunfo en 1830, y la contemporánea polémica entre clásicos y románticos hasta la batalla de Hernani»12. Entre 1826 y 1830 aparecen los Poémes antiques et modernes, de Vigny; Cromwell, de Victor Hugo, con su famoso prefacio; las Harmonies, de Lamartine (quien ya había publicado sus Méditations; los Contes d'Espagne et d'Italie, de Musset; y en fin, la memorable jornada de Hernani.

Para Caillet-Bois, de las dos concepciones románticas existentes en la Francia de estos años -la legitimista y católica que parte del Genio del Cristianismo, y la liberal y enciclopedista que parte de la Littérature -Echeverría parece adherirse a la segunda13. Ahora bien, conociera o no a los redactores de Le Globe (1824-1831) en los círculos liberales que según Gutiérrez14 frecuentó, se empapó de la teoría estética romántica a través del prefacio de Cromwell (1827), como lo demuestran, entre otras, las citas de su «Clasicismo y Romanticismo». Y no se detuvo allí en su información: conoció la Scienza nuova de Vico, en la traducción abreviada de Michelet; recibió influencias de Schlegel, cuyo Cours de Littérature dramatique fue traducido por Necker Saussure en 1813; de Coppet obtuvo el principio fundamental para el romanticismo argentino del relativismo geográfico-literario que, a través de la fórmula artística nacional, consolidaba la independencia política de la antigua metrópoli; son sensibles las huellas de Madame Staël, y posiblemente le llegara de ésta su distinción entre literaturas septentrionales y meridionales, que estructuraba la por aquel entonces celebérrima Historia de la literatura del mediodía de Europa, de Sismondi (1813).

Pero los agentes determinantes de su vocación futura como poeta fueron Goethe, Schiller, Shakespeare y sobre todo Byron. El mismo Echeverría nos ha dejado testimonio del impacto que causaron en su espíritu15:

Shakespeare, Schiller, Goethe, y especialmente Byron me conmovieron profundamente y me revelaron un mundo nuevo. Entonces me sentí inclinado a poetizar [...], escribí algunos [versos] que aplaudieron mucho mis compatriotas residentes en París.



Y nos queda constancia de dos poemas suyos escritos en París: «La Historia», fechada en 1827; y «En celebridad de Mayo», sin fechar, pero perteneciente indudablemente a esta fecha.

Con todo, el joven Echeverría siguió ocupado en sus estudios de Filosofía, Historia, Geografía, Ciencias Exactas, Física y Química, Economía, Política y Derecho, hasta finales de 1829, en que realizó un viaje de placer a Londres, tras del cual volvió a París para continuar sus estudios. A principios de mayo del año siguiente, «obligado por causas independientes de sus deseos que siempre lamentó sin confesarlas»16, Echeverría decidió abandonar sus estudios y regresar a su país. El registro de la aduana nos ofrece un dato importante: ya no figura como «comerciante», sino como «literato».




El regreso

En la travesía nuestro autor siente renacer su inspiración poética, ante el espectáculo del mar. Surgen así composiciones como «Crepúsculo en el mar», «Adiós en el mar», «La noche en el mar», «El infortunio en el mar», que responden a distintos estados de ánimo del poeta, o la salutación patriótica cargada de reminiscencias románticas que representa «El regreso»:


¡O Patria, Patria, nombre sacrosanto
A pronunciarte vuelvo con encanto!
Tu halagüeño semblante
Ya rebuscan mis ojos cuidadosos
Por el vasto horizonte...



El 28 de junio desembarca en Buenos Aires, cargado de ilusiones y proyectos, coincidiendo con el fin de la época Rivadavia (con la que se había sentido tan identificado), cuando la Junta de Representantes trataba la suspensión de las garantías ciudadanas y los ministros del gobernador de Buenos Aires reclamaban para éste la prolongación de las «facultades extraordinarias», finalmente sancionadas a principios de agosto. Y aunque su regreso no pase desapercibido por la prensa local17 y se publiquen algunas de sus composiciones, («El regreso» y «En celebridad de Mayo»), la decepción de Echeverría es tan grande que se refugia en la vida familiar, dentro de su profunda intimidad, y en el cultivo de la poesía, recayendo en un largo período depresivo del que no saldrá hasta mucho después de la publicación de Los Consuelos (1834):

[...] el retroceso degradante en que hallé a mi país, mis esperanzas burladas, produjeron en mí una melancolía profunda. Me encerré en mí mismo y de ahí nacieron infinitas producciones de las cuales no publiqué sino una mínima parte con el título de «Cons[u]elos...».



Ahora bien ¿qué transformaciones habían tenido lugar en Argentina, desde su marcha? O mejor aún ¿qué Argentina esperaba encontrar y no encuentra el poeta? Y al mismo tiempo, ¿en qué había cambiado Echeverría como para sufrir tan completa desilusión? Para contestar con cierto rigor a estas preguntas se impone necesariamente una sucinta explicación del proceso histórico acaecido en la nación rioplatense, desde la Revolución de Mayo de 1818 hasta la caída definitiva del régimen rivadaviano.




Breve bosquejo histórico de la Argentina

La Revolución de 1810 desencadenó -como bien dice Jitrik- dos órdenes de conflictos: los relativos a la Independencia, con las guerras respectivas, y los derivados de la organización de los sectores internos. Como se necesitaban recursos ingentes para la causa emancipadora la estructura total de Argentina sufrió una profunda distorsión, que se manifestó tanto en la producción y en las costumbres como en las relaciones humanas y políticas, y surgieron en su seno dos tendencias de intereses antagónicos18:

Surge una política nueva, resultado de la apertura que se produce, y los hombres que la representan, que difieren tanto en la estrategia de la guerra como en sus objetivos y su conducción; desde luego, todo el país hace su aporte pero las diferencias en la forma de proporcionarlo y de obtenerlo permiten el surgimiento de tendencias apoyadas en intereses muy definidos: los de Buenos Aires y los del interior.



Bien es verdad que desde el último tercio del siglo XVII se había ido formando en Buenos Aires una incipiente burguesía portería, favorecida por la política ilustrada de Carlos III19. En 1810 sus integrantes -comerciantes, terratenientes y hacendados- se consideraban los únicos capacitados para dirigir la nación, en desmedro de los viejos e ilustres núcleos patricios del interior y de los intereses que representaban. Ello suscitó inmediatamente fuertes protestas y, a renglón seguido, la aparición de los caudillos, tipos característicos dibujados con tanta brillantez como parcialidad por Sarmiento, en su Facundo. Civilización y barbarie (1845). De ahí salieron -repito- dos fuerzas argentinas (unitarios y federales) que compitieron hasta 1880 y desgarraron la nación en una larga guerra civil, como un colosal seísmo con epicentro dramático en Buenos Aires.

Mientras en la ciudad porteño la burguesía se fortalecía paulatinamente y adaptaba, -o mejor, imitaba- las ideas europeas20, para conseguir fuerza y apoyo (sobre todo de Inglaterra) y lograr la emancipación definitiva de España, en las provincias del interior se percibe un proceso de aislamiento, en estrecho paralelismo con el sentimiento localista de sus caudillos, que progresaban por las condiciones intrínsecas de la guerra emancipadora y se erigían en representantes de los grupos que aspiraban a un bienestar para sus provincias similar al de Buenos Aires. Pero tampoco era tan homogénea la situación en esta ciudad, como a primera vista pudiera parecer: desde 1816 aparecen en el seno del partido «directorial» porteño disensiones que ocasionan el nacimiento de un grupo con aspiraciones federales21. Las pugnas de ambos grupos, unidas a la que sostenía Buenos Aires con las provincias del interior dan lugar a la «Anarquía del año 20», que arroja como balance final el triunfo de los unitarios y la aparición de una gran figura en la escena política nacional: Bernardino Rivadavia.

Con el apoyo de los dos grupos porteños Rivadavia inicia un plan de prosperidad, radicado en Buenos Aires, cuyos beneficios revierten también en la ciudad: la concentración de dinero, originada por el monopolio aduanero, la segregación del Alto Perú y la ocupación luso-brasileña de la Banda Oriental, se transforma en capital financiero y permite la floración de intermediarios, reclutados de todos los sectores. Y sobre esta base22 son organizadas la economía, la cultura y las relaciones exteriores. Así, con el favorecimiento del ahorro y la ley de enfiteusis (entrega perpetua del campo mediante el pago de un canon al fisco) se pretende la racionalización y el incremento de la producción, en aras del nacimiento de una nueva clase social de productores y de la obtención de un bien nacional sólido que sirva como garantía de los empréstitos internacionales. Precisamente en política exterior se trata de conseguir el reconocimiento de la soberanía argentina, con el apoyo básico de Inglaterra, pero para obtenerlo Inglaterra presiona a Rivadavia y le obliga a un tratado leonino de reciprocidad comercial, que deja a la Argentina maniatada para el futuro23.

La riqueza surgida de los recursos inmediatos produce una auténtica fiebre de «progreso». Se protege con entusiasmo toda iniciativa, a través de la política oficial (basada, como ya anticipamos, en la filosofía de la Ilustración): se crea la Universidad (1823) y se modifica la enseñanza, sobre bases ilustradas y con esclarecidos enciclopedistas como Diego Alcorta24, Valentín Gómez o Julián Segundo de Agüero al frente. Y es en medio de esta euforia rivadaviana, que la resistencia del interior no ha logrado deshacer, cuando Echeverría marcha a Francia (octubre de 1825).

Pero en los poco más de cuatro años que dura su estancia europea el panorama político argentino cambia sensiblemente. Rivadavia, entusiasmado por el sistema que tan buenos resultados le ha dado en Buenos Aires, se propone ampliarlo a toda la república, y, como para lograrlo necesita un marco jurídico adecuado, convoca un Congreso Constituyente con miras a redactar la Constitución que debe regir al país según las pautas porteños, es decir, bajo el centralismo unitario. Pero los caudillos del interior no están de acuerdo: ni intervienen en la redacción ni la aceptan, una vez terminada. Simultáneamente en Buenos Aires surgen disensiones, como consecuencia de la diversificación económica que suponen los recientes saladeros, en detrimento del monopolio que venía ejerciendo la ciudad en el comercio de cueros y lanas. Se suceden diversos errores políticos consecutivos que acarrean la caída del régimen rivadaviano: la «paz de derrota» -como la ha calificado Ernesto Palacio- con Brasil, que supuso la pérdida de la Banda Oriental, tras una guerra que, sin embargo, habíase ganado en los campos de batalla y el injustificado fusilamiento de Borrego (viejo representante del federalismo porteño que había sucedido a Rivadavia) por Lavalle, supusieron el derrumbe definitivo de la política unitaria y la indignación general de las provincias. Rosas es nombrado gobernador de Buenos Aires el año 1830 y se perfila una nueva etapa en la política argentina. Si la vida cultural bonaerense sigue su curso, en un afán de olvidar los trágicos episodios vividos, y mantiene conciertos y representaciones teatrales, la situación es sensiblemente distinta y nuestro autor la percibe inmediatamente después de su regreso a la patria.

Mientras tanto Echeverría también ha experimentado cambios en su mentalidad. Como anticipamos en páginas anteriores, el joven porteño debió de empaparse necesariamente del clima intelectual y político imperante en París. Los conflictos sociales surgidos del proceso industrializador, de una parte, y los que supuso la restauración borbónica, (que coartaba las posibilidades de desarrollo de la burguesía francesa) de otra, generaron unas tensiones que se reflejaron en las preocupaciones ideológicas, ayudaron al nacimiento de una literatura social y crearon las condiciones necesarias para la aparición del Socialismo utópico, con el conde de Saint-Simon como portavoz y Leroux, Fourier y Considerant como difusores de las distintas ramificaciones a que dieron lugar25. Estas ideas hallaron terreno fecundo en Echeverría26 y en los hombres de su generación, como tendremos ocasión de comprobar más adelante. Por eso su encuentro con la República Argentina, cargado de ideales liberales y en vísperas de la revolución de julio de 1830, debió suponer un fuerte golpe emocional del que difícilmente pudo recuperarse.

Pero no quedaría completado el marco argentino en el que se encuadra nuestro autor si no hiciéramos -siquiera- una breve referencia a los jóvenes de su generación, entre los que su vuelta supuso un estado de expectación que fue en aumento, a medida que aparecieron nuevas publicaciones suyas. En este sentido cabe hacerse también otra pregunta: ¿en qué condiciones se encontraban sus coetáneos cuando arribó nuestro joven poeta a Buenos Aires?

La verdad -y sin desmedro de Echeverría- es que en la capital del Plata existía ya un ambiente cuasi-romántico, creado por «cierto grupo social27 que como una corriente pura circulaba por Buenos Aires y bajaba con ímpetu de mayor saber, desde las aulas laicas de la Universidad y del Colegio de Ciencias Morales», y se percibían, desde antes de 1830, indicios de renovación cultural. Además existía una fuerte sincronización entre las preocupaciones ideológicas francesas y las argentinas28; de ahí que las jornadas parisinas de julio encontraran honda repercusión al otro lado del Atlántico. Víctor Bouilly29 ha seguido paso a paso la formidable acogida que este acontecimiento tuvo en Buenos Aires, rastreando los periódicos bonaerenses El Lucero y El Clasificador o el nuevo tribuno, en los que aparecen constantemente, desde el 1 de octubre hasta finales de noviembre, referencias a la revolución acaecida en la «Ciudad de la Luz». La generación de los proscritos -como se la ha llamado después- reconoció unánimemente el impacto que supuso la revolución francesa del 10 de julio de 1830. Por citar dos ejemplos, entre los múltiples posibles, reseñemos los juicios de Vicente F. López y Sarmiento. El primero de ellos, recordando posteriormente aquellas fechas, diría en su Autobiografía:

Nadie es hoy capaz de hacerse una idea del sacudimiento moral que este suceso produjo en la juventud argentina que cursaba las aulas universitarias. No sé cómo se produjo una entrada torrencial de libros y autores que no se habían oído mencionar hasta entonces [...] La Revista de París, donde todo lo nuevo y trascendental de la literatura francesa de 1830 ensayó sus fuerzas, era buscada como lo más palpitante de nuestros deseos...



Y Sarmiento reconocerá en el capítulo VII del Facundo:

Buenos Aires confesaba y creía lo que el mundo sabio de Europa creía y confesaba. Sólo después de la revolución de 1830 en Francia, y de sus resultados incompletos, las ciencias sociales toman nueva dirección y se comienzan a desvanecer las ilusiones.

Desde entonces empiezan a llegarnos libros europeos que nos demuestran que Voltaire no tenía mucha razón, que Rousseau era un sofista, que Mably y Raynal unos anárquicos...



Había, pues, un abonado campo de cultivo para la expansión de las ideas y de los escritos echeverrianos30, si bien nuestro autor supo encauzarlo magistralmente, como subrayan sus más allegados coetáneos (Gutiérrez, Alberdi, López...).




Su afianzamiento estético y doctrinal

Centrada ya, en su exacta dimensión, la situación política y cultural de la Buenos Aires que recibe a Echeverría, volvemos al hilo de su biografía, motivo central de nuestra disertación. Tras la publicación de algunos de sus poemas («Regreso», «En celebridad de Mayo»), nuestro poeta se recoge y lleva una vida de misántropo, entre la dolencia al corazón que lo aqueja y la pobre impresión recibida. Compone, según sus propias declaraciones, «numerosos poemas», algunos de los cuales publica de tiempo en tiempo31 -muy probablemente para alimentar la expectativa que su presencia había creado entre los jóvenes de su generación- y otros los guarda celosamente, para aparecer más tarde todos integrados en el poemario Los Consuelos. De entonces (1831-1832) datan sus primeras vinculaciones con sus coetáneos generacionales que estaban esperando un conductor. No obstante pasa seguramente temporadas en el campo (como afirman Gutiérrez, Palcos, Cháneton y Noé Jitrik), en Luján, donde su hermano José María tiene una estancia, «Los Talas», o en el río Negro, en busca de reposo y sosiego para sus dolores físicos que continúan aquejándolo. Puede pensarse también que reflexiona constantemente sobre una posible revolución cultural32, cuya primera manifestación fallida tendrá lugar el 15 de septiembre de 1832, con la aparición anónima de Elvira o la novia del Plata.

Que el propio Echeverría era consciente de la mediocridad de su obra es algo de lo que no se puede dudar; él mismo lo afirma en su «Dedicatoria de Elvira», en prosa, a su amigo José María Fonseca33. Con todo, la reticencia con que fue recibida por los críticos del British Packet (Thomas George) y de El Lucero (de Angelis), y la indiferencia de sus conciudadanos lo indignaron hasta el punto de redactar una invectiva, que no llegó a publicar, titulada El conflicto de unos gaceteros con motivo de la aparición de un poemita o la Asamblea de los Sabios -Farsa satírico-cómica, por un lego34.

El fracaso sufrido en la edición de Elvira, unido probablemente al clima reinante por aquellas fechas en Buenos Aires35 y a sus continuos malestares del corazón, debieron impulsar a nuestro autor a viajar a Mercedes (Uruguay). Su ausencia de Buenos Aires dura aproximadamente seis meses, al decir de los críticos36, poéticamente muy fecundos. Al regresar da a conocer «La diamela» y «Adiós al Río Negro» (escrito casi un año antes), y mantiene en reserva otras producciones que luego agrupa en Los Consuelos, noviembre de 1834.

Esta vez la fortuna le es propicia. Su poemario obtiene un éxito clamoroso, y no sólo entre sus jóvenes seguidores (algunos de los cuales colaboran activamente en la impresión, como afirma J. M.ª Gutiérrez un mes antes de la impresión: «Estamos imprimiendo las poesías de Echeverría»), sino también en los autores de la generación anterior: el Diario de la Tarde y la Gaceta Mercantil rindieron homenaje al autor de Los Consuelos durante varios días seguidos; Juan Thompson, Juan M.ª Gutiérrez, y hasta los hermanos Varela se sintieron conmovidos por lo novedoso de gran parte de los treinta y siete poemas de que consta el libro. Como ejemplo de lo afirmado recordemos la carta que Florencio Varela envía a Juan Thompson y a Juan M.ª Gutiérrez, el 1 de diciembre del mismo año:

Pero, ¿cómo me remite en silencio Los Consuelos de Echeverría? ¡Quiso usted sorprenderme! lo ha logrado usted del modo más completo, [...] Amigo mío, el señor Echeverría es un poeta, un poeta. Buenos-Aires no ve esto hace mucho tiempo: ¿quién sabe si lo ha visto antes? Estoy loco de contento: he comunicado mi entusiasmo a cuantos he podido, haciéndoles leer el precioso libro...


(Tomo V, nota n.º 1, pp. VIII-IX)                


El volumen de la edición princeps (320 páginas en 8.º) constituye hoy una rareza bibliográfica, pero en su momento supuso el origen de la crítica romántica y la consagración del prestigio intelectual y de la popularidad de Echeverría, amén de representar una efeméride en la historia literaria del Río de la Plata. Aún le cabe otro logro: iniciar la doctrina de una estética literaria autóctona que desarrollará posteriormente, como tendremos ocasión de comprobar más adelante.

Echeverría alcanzaba así, antes de los treinta años, la mayor reputación literaria que un argentino había logrado nunca. Pero no se habían apagado los fuegos de su éxito, cuando nuestro poeta se aísla de nuevo en el campo al lado de su hermano. Allí trabaja, lee, medita, escribe y convalece de su crónica enfermedad. El 27 de septiembre de 1835, hablando de su permanente dolencia, nos aclara:

Ahora aunque más fuerte, no estoy mejor: sólo a ratos y cuando se aduerme un tanto el dolor tomo la pluma: una hora seguida de trabajo y contracción me abruma y me inutiliza para todo el día.


De todas formas Echeverría en los años siguientes (1835-1837) se ha convertido en la cabeza del grupo de jóvenes que lo recibiera con expectación en 1830, a la sazón devenido en grupo calificado y dinámico, a pesar de las alternancias campo-ciudad a que se somete nuestro autor. En el retiro de «Los Talas» concibe el poema La Cautiva y dicta los primeros cantos a su ya inseparable amigo Juan M.ª Gutiérrez. 1837 será, en este sentido un año importante en la vida de Echeverría y del grupo que lidera. En él empezarán a actuar, aunque antes se les vea en salones intercambiando lecturas e información, ya que las condiciones políticas no han variado sensiblemente aunque se hayan endurecido tras la muerte de Quiroga. Prosiguen lentamente el proceso de desmantelamiento universitario y la emigración unitaria, pero los jóvenes aún conciben proyectos conciliatorios: aparece el Fragmento preliminar para el estudio del derecho, de Alberdi, y se llevan a cabo las memorables lecturas del Salón Literario.

Pero el gran acontecimiento literario del año lo constituye la aparición de las Rimas, en una edición limitada de 1000 ejemplares que superó el éxito de Los Consuelos. La mitad de esta tirada fue enviada a España, donde -según el decir de todos los críticos37- se agotó nada más llegar a Cádiz y motivó una reedición en la misma ciudad. La crítica fue unánimemente elogiosa. Destacan por su valor el comentario consagratorio que Gutiérrez le dedicó en el Diario de la Tarde (comentario que, al parecer, glosó El Tiempo de Cádiz) y el artículo con que se inició a la vida literaria el entonces adolescente Bartolomé Mitre, en el Defensor de las Leyes, Montevideo, 7 de noviembre de 183738.

Sin ánimo de entrar por el momento en el análisis de las Rimas, sí queremos adelantar las consecuencias que tuvieron lugar en el ambiente cultural y político bonaerense, haciéndonos eco de las palabras de Juan M.ª Gutiérrez39:

Las «Rimas» alcanzaron tanta celebridad como los «Consuelos»; el crédito del autor creció con ellas, y en todas las imaginaciones se grabaron las figuras de María y de Brian, y las escenas de nuestra naturaleza y de nuestras costumbres [...] Pero no es bajo estos aspectos conocidos y estimados ya por la buena crítica que queremos considerar las «Rimas», sino por el lado de su alcance social y su tendencia revolucionaria [...] que retemplaban las almas hasta el estoicismo, en la lucha con el mal y el dolor, y herían las fibras del amor patrio despertándole con nobles y bellos ejemplos.


Pero no concluyen aquí sus actividades: interviene entusiasmado en el Cancionero Argentino, con composiciones a las que pone música Esnaola, aunando así un viejo proyecto, vinculado a sus vivencias de adolescente, con sus ideas románticas sobre la música popular; y participa, en fin, en las actividades del Salón Literario, donde acaricia sus sueños de regeneración política y a la vez inicia el largo camino que lo conducirá al exilio.

El Salón Literario40 es el episodio socio-cultural más relevante del año. Creado por iniciativa de Marcos Sastre (librero difusor de las lecturas requeridas por la élite porteña, francesas fundamentalmente) en el seno de su «Librería Argentina», supone el lugar de encuentro de la joven generación, tolerado por el gobierno, donde se leen y debaten temas de índoles social, filosófica y literaria:

Era éste -nos dice Gutiérrez- una especie de institución o academia libre a donde concurrían a leer, a discurrir y conversar muchos amigos de las letras, y entre éstos el autor ya afamado de los «Consuelos» y de la «Cautiva».


Las consecuencias de la primera reunión, acaecida el 23 de junio de 1837, no se hicieron esperar. Diversas opiniones procedentes del partido unitario y del federal coincidieron en condenar el «Salón de Lectura» -como se llamó al principio- y le auguraron un mal porvenir: Florencio Varela escribe a Gutiérrez sus impresiones desfavorables; Florencio Balcarce se expresa en términos semejantes, en su carta a Félix Frías; Rosas hace saber su desaprobación a Vicente López, a través de Vicente Maza41; bajo el título de «Un lechuguino» aparece en el Diario de la Tarde un artículo condenando las actividades de los «muchachos reformistas y regeneradores». La réplica, «Un socio del Salón Literario», aparece a renglón seguido. El Salón Literario nace, pues, herido de muerte y Sastre, consciente de ello, ofrece a Echeverría la dirección de las actividades (28 de septiembre), en un afán de conciliar los intereses del Salón con los propósitos de nuestro autor. Hasta la fecha ignoramos cuál fue la respuesta42.

Mientras tanto, ¿qué papel desempeña Echeverría? Al comienzo sus actuaciones en el Salón no son personales; se limita a autorizar a Gutiérrez para que lea en las sesiones del 26 de junio y 1 de julio dos cantos de la Cautiva, inéditos aún. Pero en septiembre hace dos lecturas de gran interés43, que marcan el inicio decidido de su compromiso político. En la primera esboza el panorama cultural legislativo, político y educativo de la república, con tintes dramáticos:

[...] y después de 25 años de ruido, tumultos y calamidades [...] hemos anulado las pocas instituciones acertadas en los conflictos de la inesperiencia; [...] hemos creado un poder más absoluto que el que la revolución derribó [...]; hemos protestado de hecho contra la revolución de Mayo, hemos realizado con escándalo del siglo una verdadera contra-revolución.


(Tomo V, pp. 318-319)                


La segunda lectura, que guarda estrecha relación con la primera, pretende sentar las bases económicas -industrial, agrícola y ganadera- de la futura Argentina, a base de recopilar los datos reales de su precaria economía, porque

estos datos y otros muchos podrían engendrar con el tiempo una ciencia económica verdaderamente argentina, y estudiada nuestra industria, la ilustraría con sus consejos y le enseñaría la ley de la reproducción.


(Tomo V, p. 347)                


Rosas había tolerado la existencia del Salón Literario con la condición de que no se trataran temas de política, pero como hemos podido ver por los textos citados «el espíritu liberal de la juventud se filtraba a través de los temas». Lo que Echeverría propone en sus «Lecturas» es una superación de la oposición tradicional unitarios-federales, enarbolando la bandera de Mayo para conseguir una clase unida que aúne la cultura europea y las condiciones específicas argentinas, salve al país y organice su riqueza. Pero la situación no da para mucho más. En enero de 1838 cesan las actividades del Salón Literario y en mayo Marcos Sastre efectúa un último remate de libros. El ambiente político argentino se ensombrece: el bloqueo francés y el conflicto boliviano-argentino marcan los hitos del período represivo rosista. La «Mazorca» impone el terror en Buenos Aires y revistas sospechosas de unitarias pero permitidas el año anterior (La Moda, por ejemplo) dejan de publicarse. El intento de reconciliación soñado por Echeverría y su grupo es imposible. Vicente López, cronista del movimiento, nos ofrece el siguiente testimonio:

El establecimiento del bloqueo francés, y la reanimación de las empresas de los unitarios desde el Estado Oriental; apocaron el espíritu vital de la sociedad de Buenos Aires, y resolvimos rescatar la librería del Salón y cerrarlo.


Asumiendo Echeverría la insuficiencia de la acción cultural y la necesidad de pasar a la acción política, proyecta crear una asociación para luchar por la libertad, sobre las mismas ruinas del Salón Literario. Al mes siguiente (23 de junio) funda la Joven Argentina, inspirada en sus homónimas europeas y, tras pronunciar un «discurso elocuente» desgraciadamente perdido, da lectura a las quince Palabras simbólicas de la Fe de la Joven Generación y a una «letanía de anatemas», en medio de «una esplosión de entusiasmo y regocijo».

Palabras simbólicas

1. Asociación. 2. Progreso. 3. Fraternidad. 4. Igualdad. 5. Libertad. 6. Dios, centro y periferia de nuestra creencia religiosa: el cristianismo, su ley. 7. El honor y el sacrificio, móvil y norma de nuestra conducta social. 8. Adopción de todas las glorias legítimas, tanto individuales como colectivas de la revolución; menosprecio de toda reputación usurpada e ilegítima. 9. Continuación de las tradiciones progresivas de la revolución de Mayo. 10. Independencia de las tradiciones retrógradas que nos subordinan al antiguo régimen. 11. Emancipación del espíritu americano. 12. Organización de la patria sobre la basa democrática. 13. Confraternidad de principios. 14. Fusión de todas las doctrinas progresivas en un centro unitario. 15. Abnegación de las simpatías que puedan ligarnos a las dos grandes facciones que se han disputado el poderío durante la revolución.


Letanía

He aquí el mandato de Dios, he aquí el clamor de la patria, he aquí el sagrado juramento de la Joven Generación.

Al que adultere con la corrupción, -anatema.

Al que incensé la tiranía, o se venda a su oro, -anatema.

Al que traicione los principios de la libertad, del honor y del patriotismo, -anatema.

Al cobarde, al egoísta, al perjuro, -anatema.

Al que vacile en el día grande de los hijos de la patria, -anatema.

Al que mire atrás y sonría cuando suene la trompeta de la regeneración de la patria, -anatema.

He aquí el voto de la nueva generación, y de las generaciones que vendrán.

Gloria a los que no se desalientan en los conflictos, y tienen confianza en su fortaleza: -de ellos será la victoria.

Gloria a los que no desesperan, tienen fe en el porvenir y en el progreso de la humanidad: -de ellos será el galardón.

Gloria a los que trabajen tenazmente por hacerse dignos hijos de la patria: -de ellos serán las bendiciones de la posteridad.

Gloria a los que no transijen con ninguna especie de tiranía, y sienten latir en su pecho un corazón puro, libre y arrogante.

Gloria a la Juventud Argentina que ambiciona emular las virtudes, y realizar el gran pensamiento de los heroicos padres de la patria: -gloria por siempre y prosperidad.


Los componentes de la Asociación actúan febrilmente en la clandestinidad. Se comprometen a «servir y guardar fielmente los principios del Dogma» y a realizar un programa de trabajos que incida en la realidad concreta argentina; nuestro autor es el encargado de redactarlo. Unas semanas después presenta a sus cofrades el Código o declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina44. Pero estas asambleas no podían pasar desapercibidas; una delación hace que Echeverría -como presidente de la Joven Generación- invite a sus miembros a dispersarse:

Señores estamos vendidos y la tiranía nos acecha. Ha habido entre nosotros algún indiscreto, por no decir traidor. Caiga la vergüenza de acción tan villana sobre el que haya violado tan fácilmente la religión de juramento. Entretanto, si el mal es irremediable debemos precavernos para no ser sacrificados sin frutos y se malogren nuestras esperanzas. Sería imprudente y temerario continuar nuestras reuniones y dar margen a una tropelía del poder.


(Tomo V, p. 357)                


Sin embargo Echeverría todavía debía creer en una solución pacífica, confiado quizá en un apoyo efectivo de Francia. No podemos entender sus casi dos años de retiro en «Los Talas» (1838-1840), a pesar de sus ideas sobre el exilio45, sino como un compás de espera. Por otra parte la situación no debía ser aún insostenible, porque si no, hubiera sufrido represalias por la publicación del Código, y más aún por la del poema «A la juventud argentina» (Revista del Plata, Montevideo, 15 de mayo de 1839) con iniciales inconfundibles: D. A. D. L. C. (Del autor de los Consuelos).

Fueron los acontecimientos los que precipitaron lo que de un modo u otro tenía que ocurrir: el exilio de Echeverría. Y de alguna manera lo indica el propio autor46:

La fuerza de las cosas invirtió el primitivo plan de la Asociación. La revolución material contra Rosas estaba en pie, aliada a un poder estraño. Nuestro pensamiento fue llegar a ella después de una lenta predicación moral q[u]e produjese la unión de las voluntades, y las fuerzas por medio del vínculo de un Dogma socialista. Era preciso modificar el propósito, y marchar a la par de los sucesos supervinientes.





El exilio: Colonia, Montevideo

En octubre de 1839 se produce la insurrección del sur -«el grito de Dolores»- y aunque Echeverría condena el movimiento, dedica sus esfuerzos a componer el poema que cante la gesta. La insurrección del Sud, concluido tras azarosos avatares47 será publicado diez años después en El Comercio del Plata de Montevideo. Posiblemente por estas fechas escribiera El Matadero, su obra más vigorosa y perdurable, que será conocida póstumamente gracias a su amigo Gutiérrez que la publica en la Revista del Río de la Plata, tomo I, pp. 556-562, y la reproduce poco después en el tomo V de las Obras completas.

A renglón seguido del «grito de Dolores» se produce la «desacordada aventura de Lavalle que decide definitivamente el destino de Echeverría». Suscribe el acta de Giles, redactada por Juan M.ª Gutiérrez, en la que tildan a Rosas de «abominable tirano usurpador de la soberanía», declaran «ilegítima y nula su autoridad», reconocen a Lavalle plenas facultades para conseguir la libertad y pacificación de Buenos Aires y afirman que

Francia es nuestra verdadera amiga, nuestra generosa aliada en la reconquista de la libertad argentina.


El fracaso de Lavalle obliga a Echeverría a huir hasta el Guazú, donde es recogido por la fragata francesa «Expeditive» y llevado a Colonia del Sacramento. Allí permanece diez meses en casa de su amigo Daniel Torres, hasta que, instado por Alberdi, marcha a Montevideo el 10 de junio de 1841. Poco antes de su marcha escribe el poema «El 25 de Mayo», en el que resume el pasado y el presente argentinos y augura un futuro glorioso para todos los pueblos de América. El ataque a Rosas surge ineludiblemente48:



Y entonces empezara la lucha intestina,
La lucha que lloran las madres aún,
Entre dos principios, de muerte y tinieblas
El uno, y el otro de progreso y luz.

Pero en vano quiere tirano monstruoso,
Que formó en su fango la guerra civil,
Refrenar el vuelo de la idea joven
Que inmensa conquista columbra ante sí.


Su llegada a Montevideo no entibia para nada su dinamismo. Apenas arriba organiza la Joven Generación, ahora bajo nombre más caro a nuestro autor (Asociación de Mayo); simultáneamente escribe La Guitarra o primera página de un libro, que concluye en octubre de 1842, aunque no lo publique hasta 1849 en el Correo de Ultramar (París). Y nada más instalarse se incorpora a la Quinta Compañía de la Legión Argentina, formando parte del tan abigarrado como cosmopolita Montevideo sitiado por la flota rosista, que dirige Brown; pero aquejado de su perenne mal cardiaco abandona, por prescripción médica, la primera línea en enero de 1843. Por aquel entonces ya escribía El Ángel Caído. A mediados de año ingresa en el Instituto Histórico y Geográfico Nacional en calidad de fundador.

El año 1844 presenta la novedad del Echeverría polemista. A instancias de Andrés Lama, Jefe Político y de la Policía de Montevideo, redacta el Manual de enseñanza moral y participa en el Certamen Poético celebrado en homenaje al 25 de Mayo. Lee, junto con Mitre, Domínguez, Figueroa, Rivera Indarte y otros, dos composiciones poéticas alusivas a las glorias de Mayo, la segunda de las cuales «ajustada a las miras del programa»:


[...] Y en estos seguros
Invencibles muros,
Sublime, altanera,
Flamear la bandera
De la Libertad;
Y unirse leales
Con los Orientales,
De climas y nombres
Distintos, los hombres
Que aman la igualdad.


Pero Rivera Indarte omite intencionadamente el nombre de Echeverría en la crónica del certamen. Dolido por esto inicia una agria polémica que aumentará su amargura y desazón del exilio e incidirá indudablemente en la crisis de soledad y desaliento en que se abate durante los últimos años de su vida. No obstante, continúa escribiendo afanosamente sin olvidar nunca sus objetivos principales. Así en carta del 24 de diciembre habla de su vuelta al Ángel Caído (que concluye en 1846), de la opinión que le merece el crítico brasileño Souza y Silva49 y de su futura e inmediata ocupación primordial:

Voy a ocuparme de una mirada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 1830 adelante, procurando inventariar lo hecho, para saber dónde estamos y quiénes han sido los operarios. No creo haya otros nombres que los de nuestra gente [...]. Pondré en seguida de este trabajo el Código (revisto, corregido y aumentado) porque es el resumen de nuestra síntesis socialista.


Y en efecto, a finales de 1845 concluye, a pesar de su continua dolencia, la Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37 y la publica como introducción al Dogma Socialista, en agosto del año siguiente. El Dogma constituye el breviario del pensamiento de la «generación de los proscritos» y representa el punto de partida «para el ordenamiento institucional argentino y para el pensamiento que lo hizo posible».

Publicadas ambas obras en un solo volumen, Echeverría las utiliza como armas políticas para conseguir adeptos entre los próceres de su nación, todavía sostenedores de Rosas, como puede desprenderse de sus afirmaciones en su carta del 1 de octubre de 1846 «a dos de sus amigos en Chile». Y no es exagerado pensar que fueron recibidas «con aplauso universal por argentinos y orientales», porque Pedro de Angelis, entonces vocero intelectual del rosismo, intentó ridiculizarlas, aunque ello no impidió que el Dogma surtiera efecto en hombres de tanta relevancia como Urquiza. Dentro de este contexto hemos de entender sus dos extensas cartas a de Angelis (1847), modelos de literatura polemista, llenas de agudeza y de humor satírico e hiriente.

Pero ya hace años que vive asediado por la idea de la muerte, por ello trabaja sin descanso: escribe el Peregrinaje de Gualpo, proyecto de poema en el que recuerda su viaje a Europa; Mefistófeles, drama joco-serio, satírico-político; y escritos costumbristas como Apología del Matambre o Literatura Mashorquera; concluye el poema Avellaneda en 1849 e intenta realizar Pandemonio (como finalización del tríptico iniciado con La Guitarra continuado con El Ángel Caído), y su Democracia en el Plata, como síntesis de su ideario político (ambas ideadas el año 1846). Mas su salud se lo impide: la tisis lo va consumiendo; el aneurisma que padece le impide el movimiento y los trabajos de largo aliento. Y aunque en 1848 escribe su (interesante ensayo sobre la Revolución de Febrero en Francia (con su más interesante aún «Sentido Filosófico de la Revolución de Febrero en Francia»), y al año siguiente pasa a formar parte del Consejo de la Universidad de Montevideo, Echeverría siente que su declinación llega a pasos agigantados. A partir de 1850 empeora constantemente, lo que le lleva a experimentar un gran sentimiento de frustración. En abril de este año escribe este desolador balance de su obra:

Nunca se me ha ocurrido que entre nosotros podría ganarse nada escribiendo versos. Sólo la deplorable situación de nuestro país ha podido compelerme a malgastar en rimas estériles la substancia del cráneo.


(Tomo V, p. 431)                


Su muerte acaece el 19 de enero de 1851, poco antes del levantamiento de Urquiza, que acabaría definitivamente con la dictadura de Rosas y supondría el triunfo de las ideas de su generación, de las que Echeverría fue tan brillante impulsor. Paradójicamente se desconoce el paradero de sus restos.






II. Ética y estética de Echeverría

Es éste un punto de importancia capital para el cabal entendimiento del pensamiento echeverriano y, a la vez y por extraño que resulte, el de más difícil exposición. Cabe siempre el peligro de efectuar simplificaciones absurdas que deformen la figura histórica de Echeverría y nos ofrezcan un retrato superficial del mismo. Desde luego no se puede olvidar nunca, al enjuiciar a nuestro autor, que el poeta y el teorizador social conviven casi siempre en él, se interrelacionan y se iluminan recíprocamente.

Ahora bien, a la hora de esbozar su planteamiento ético y estético surgen diversos factores contextuales que inciden en su vida con gran intensidad y se imponen como premisas obligatorias para comprender sus pautas de actuación, dentro de la oligarquía porteña a la que pertenece. Dichos factores son:

1) Nacimiento en el seno de una familia de la burguesía porteño y rivadianismo ferviente en la primera etapa de su juventud. Ambas circunstancias predeterminan la mayor parte de sus actitudes futuras, lo sitúan como representante de la nueva «aristocracia burguesa» argentina y lo aproximan sensiblemente a los intereses del partido unitario. Echeverría, haciendo buenas estas premisas, muestra repetidas veces su admiración o, cuanto menos, su juicio benigno ante las actuaciones socio-políticas unitarias, cuyo mayor defecto -para nuestro poeta- fue actuar sin las «bases de un criterio socialista» y establecer «el sufragio universal». De la multitud de textos posibles elegimos el siguiente, por parecemos en extremo esclarecedor de la ascendencia de los unitarios sobre Echeverría y su generación50:

La generación nueva, educada la mayor parte en escuelas fundadas por ellos, acostumbrada a mirarlos con veneración en su infancia, debía tenerles simpatía, o ser menos federal que unitaria.


2) Su evolución ideológica en Europa. Su etapa parisina fue decisiva en su formación ideológica e intelectual, como ya anticipamos en las páginas dedicadas a su biografía, y aun aceptando la opinión de Raúl A. Orgaz -recogida de Ingenieros- de que «Echeverría se informó del "saint-simonismo" algunos años después de su regreso al país»51, el ambiente cultural y socio-político del París prerrevolucionario incidió forzosamente en sus ideas políticas y en su posterior ideal regenerador, con el que pretendió superar la vieja antinomia unitarios-federales.

3) El influjo del «saint-simonismo» lerouxista que refleja toda su obra doctrinal, y fundamentalmente el Dogma Socialista y su ensayo Revolución de Febrero en Francia. Casi todas las «Palabras Simbólicas» proceden, como bien ha mostrado Raúl A. Orgaz, del arsenal filosófico saint-simoniano52: desde la misma elección del título («Dogma Socialista»), que tanto extrañara a Paul Groussac, hasta el calco repetitivo de expresiones o traducciones de conceptos, pasando por el ansia de unidad espiritual, de síntesis armónica en las ideas y en las creencias, el repudio del sufragio universal, etc. Incluso lo que representa su máxima originalidad, su fidelidad al pensamiento de Mayo, podría interpretarse como un intento de conciliar las diferencias entre Mazzini y los «saint-simonianos», ya que éstos mostraban cierto respeto por la tradición mientras que aquél exhortaba a desembarazarse de ella.

Teniendo en cuenta estos factores contextúales, sin los cuales difícilmente podría valorarse correctamente el alcance del pensamiento echeverriano, ensayemos una explicación de las razones profundas que lo motivaron y se plasmaron en su obra.

Al volver a la Argentina con un bagaje intelectual considerable, encuentra a su patria empobrecida culturalmente y desgarrada políticamente por el enfrentamiento entre unitarios y federales -como ya aclaramos anteriormente-. Tras recobrarse lentamente de la impresión recibida, se impone, primero oscuramente y después con plena consciencia, la tarea de regenerarla; pero para llevar a cabo su «proyecto regenerador» necesita elaborar un esquema ideológico coherente que le permita enfrentrarse a las diversas situaciones sociales, económicas, políticas, culturales y administrativas con una base segura, (a esto parecen responder sus actuaciones de septiembre de 1837 en el Salón Literario) y, hombre de su tiempo, adapta de los pensadores y escritores europeos lo que considera útil y beneficioso para la modernización de su patria. De ahí que asuma el «saintsimonismo» de Leroux (con ciertas matizaciones) y el Romanticismo como banderas que actualicen la sociedad argentina.

Haciéndonos eco de las palabras que Raúl A. Orgaz emite acerca de su ideario político, podemos afirmar que

[...] para Echeverría que quiso combatir el analfabetismo doctrinario (así debía juzgarlo él) de las «élites» argentinas, y acelerar el advenimiento de días mejores para las instituciones, las ideas y los ideales de Saint-Simón, Leroux y Mazzini, debieron participar del carácter impersonal y de la esencia colectiva de los alfabetos.


(p. 147)                


Convencido del valor que la tradición representa en los pueblos y entusiasta ferviente de la Revolución de Mayo, se acoge a ella como única tradición válida en su ideario, en parte porque supone para él la independencia política y (cultural) de España y, en parte porque hizo posible el ascenso de la burguesía porteña, a la que -no lo olvidemos- pertenece. Con esto no hace sino continuar de hecho la política unitaria (aunque intentando superar sus errores), puesto que, como Sarmiento después, ve en los patricios del interior la herencia de la tradición española, que para Echeverría supone el retroceso y el oscurantismo. Sin embargo estudia concienzudamente la literatura española del Siglo de Oro, como se desprende de sus propias palabras, de gran parte de los epígrafes utilizados en sus poemas y, sobre todo, del glosario de voces castellanas que recopiló, del que sólo conservamos un extracto que lleva por título Locuciones y modismos tomados de hablistas castellanos (tomo V, pp. 155-174).

Sus escritos políticos -fundamentalmente el Dogma Socialista, se encaminan a instaurar la democracia en el Plata y conseguir la apertura comercial de su país al mundo europeo, y a través de ésta, el progreso. Pero, ¿cuáles son sus ideas acerca de la democracia? Veámoslo con detenimiento.

Para Echeverría la democracia no es una forma de gobierno, sino la esencia misma de los gobiernos republicanos; es «el régimen de la libertad», conseguido por «el consentimiento uniforme de la razón de todos» que constituye «la soberanía del pueblo». Ahora bien, como representante de la élite porteña que sufre las trabas del sistema aduanero impuesto por el régimen rosista (que paradójicamente favoreció a la burguesía porteña) y temeroso de los extravíos del pueblo, afirma poco después53:

La razón colectiva sólo es soberana, no la voluntad colectiva. La voluntad es ciega, caprichosa, irracional: la voluntad quiere; la razón examina, pesa y se decide.

De aquí resulta que la soberanía del pueblo sólo puede residir en la razón del pueblo, y que sólo es llamada a ejercerla la parte sensata y racional de la comunidad social.

La parte ignorante queda bajo la tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo racional.

La democracia, pues, no es el despotismo absoluto de las masas, ni de las mayorías; es el régimen de la razón.


Detengámonos brevemente en este fragmento, porque nos parece de excepcional interés, si bien para valorarlo en su exacta dimensión habremos de incardinarlo dentro del marco argentino e interpretarlo como la contestación que la generación del Salón Literario dio a la negativa de Rosas a apoyarse en sus pensadores, y abrirse así a las influencias del proceso industrializador occidental, en el que veían éstos el progreso indefinido para su nación.

Como podemos observar, Echeverría presenta como antitéticos los términos «razón colectiva» y «voluntad colectiva», presuponiendo para el último de los términos una cualidad negativa («ceguera») que le imposibilita el discurrir previo que configura al «libre albedrío de los hombres». Con ello se desliza peligrosamente hacia una dicotomía, en la que podemos distinguir dos tipos de hombres: los depositarios de la «razón del pueblo», para él la élite, o, por citar sus palabras, «la parte sensata y racional de la comunidad»; y los ignorantes, a los que por contraste se les identifica con la parte «irracional e insensata» de la misma. Estos serían menores de edad, a los que habría que «tutelar» y «salvaguardar». Y en esta pendiente de soberbia intelectual y paternalismo llega a afirmar unas páginas más adelante que «el sufragio universal es absurdo».

En su afán por justificar su actitud frente a un gobierno y un sistema -el federal- apoyado por la mayoría54, opone su «régimen de la razón» (y ya hemos visto lo que esto significa para Echeverría). De esta forma no sólo elabora el ideario que a la postre derribará a Rosas55, sino que continúa también los ideales saint-simonianos de la Revista Enciclopédica. Con palabras de Juan Marichal56,

Es evidente que Echeverría buscaba cómo justificar ideológicamente el combatir contra una tiranía consagrada, por así decir, por el voto popular. Pero como otros sansimonianos ortodoxos, cayó en la trampa que tanto atrajo entonces -y todavía atrae hoy- a muchos intelectuales: la de afirmar una pretendida superioridad política de la clase intelectual, la de olvidar que la vida intelectual sólo es posible en la libertad y que no es concebible la libertad sin la igualdad democrática.


Toda su obra doctrinal está teñida de fuerte espiritualidad57. Esto se percibe ya con nitidez en el Manual de enseñanza moral para las escuelas primarias, publicado en Montevideo el año 184658. Consiste este manual en un compendio de máximas morales para hacer de los niños uruguayos futuros ciudadanos de provecho, basado en firmes creencias religiosas. El propio Echeverría lo afirma taxativamente en la «Advertencia preliminar»:

En la Introducción sentamos la base de la doctrina, y reconocemos que todos los deberes nacen de la ley moral o lo que es lo mismo -de la Religión, porque sin ella, la moral no tiene fuerza obligatoria, ni autoridad ni sanción.


(Tomo IV, p. 330)                


Y esta afirmación que aparece ratificada a lo largo de los cinco capítulos de que consta el Manual, vuelve a percibirse con claridad en las dos obras claves (para mí) del pensamiento echeverriano: el Dogma «Socialista y Revolución de Febrero en Francia59. Atendamos brevemente a esta última. La segunda parte de este ensayo, «Sentido filosófico de la Revolución de Febrero en Francia», es un intento de esbozar la historia de la doctrina de la perfectibilidad a través de Kant, Lessing, Vico, Pascal, Condorcet, Turgot, Saint-Simón y sobre todo Leroux, es decir, a través de la historia de la filosofía, para que el hombre consiga su completa emancipación con la ayuda de Dios. Con este motivo Echeverría pasa revista a las «fuerzas negativas» que operan contra el hombre esclavizándolo y llega a la conclusión de que hay que condenar la Propiedad, para él el último reducto del mal, e inaugurar «la Era de su completa emancipación»:

Pero se acerca la Era de la completa emancipación del hombre. En la mayor parte de las sociedades cristianas el despotismo de la familia casta va desapareciendo; en algunas el despotismo de la patria o del Estado-casta, existe organizado y en otras pierde terreno, día a día; pero el despotismo de la propiedad-casta, domina jeneralmente en Europa. De ahí la explotación del hombre por el hombre; o del pobre por el rico; de ahí el proletarismo, forma postrera de la esclavitud del hombre por la propiedad.


(Tomo IV, p. 450)                


A continuación denuncia la situación onerosa en que se debate el «proletarismo» mundial, salvo en el caso de Estados Unidos, y ofrece la solución a ese estado de injusticia. Ahora bien, ¿cuál es la fórmula ideal que presenta nuestro autor? Dejemos que el propio Echeverría nos lo explique:

Ésta, que desgraciadamente es más o menos la condición del proletarismo en todos los países cristianos de Europa y América, si se eceptúan los Estados Unidos, revela de un modo palpable un vicio radical en la organización de las sociedades actuales que afecta o aniquila el derecho del hombre con relación especialmente a la propiedad y a la patria; revela sobre todo la falta de un principio supremo de simpatía y moralidad que sirva de regulador en la distribución y retribución del trabajo, o en la participación recíproca de los goces de la propiedad y de la patria.

Ese principio no es otro que la ley divina de la unidad y de la comunión de todos los hombres, mal comprendida hasta ahora. Por esta causa, el mal ha reinado y reina sobre la tierra. Por eso la familia, la patria y la propiedad han enjendrado la esclavitud y el mal para la mayor parte del género humano, lejos de contribuir al bien y perfec[c]ión común.


(Tomo IV, pp. 452-453)                


Creemos que tras la lectura de estas palabras, escritas el mismo año de la publicación del Manifiesto Comunista, resulta ociosa cualquier aclaración sobre su fidelidad al «saint-simonismo» lerouxista y a la corriente que se ha dado en llamar «Romanticismo Social».

Con este esquema ideológico -más o menos fijado- inicia Echeverría su «proyecto regenerador» de la sociedad argentina. Pero, contra lo que pudiera parecer tras la exposición anterior, no lo hace en el campo socio-político, sino en el campo aparentemente más anodino de lo literario, quizá como preparación para empresas de más altos vuelos. Así lo interpreta Gutiérrez, en la nota que coloca al comienzo de los Estudios Literarios de nuestro autor:

No era por fortuna, bastante entendida la política gubernativa de aquel tiempo, para comprender que el libre ejercicio del pensamiento, en cualesquiera de sus numerosas esferas, conduce a sublevarle contra todo género de sumisiones, y que emanciparse en literatura es un ejercici[o] saludable del espíritu que le habilita para sacudir todo yugo que pugne con los consejos de la razón. Así pudieron nacer y cundir entre los jóvenes, los «Consuelos» y las «Rimas», producciones que encarnaban bajo sus formas inocentes las intenciones profundas del reformador.


(Tomo V, pp. 75-76)                


Aunque no nos ha dejado un libro de teoría estética de valor similar al del Dogma Socialista en el campo doctrinal, sí tenemos suficientes datos del poeta rioplatense como para observar que sus ideas estéticas participan del acervo común del Romanticismo, y como para percibir su denodado afán renovador teórico y práctico. En este último aspecto merecen destacarse los prólogos de Elvira o la novia del Plata, Consuelos y Rimas, en los que Echeverría se nos muestra en todo momento consciente de sus intenciones y aún de sus limitaciones. Ya desde Elvira el poeta presenta deliberadamente dos rasgos que lo sitúan en el inicio de la renovación de la poesía argentina: su declaración de propósitos y las innovaciones incorporadas. Y si en este poema los hallamos limitados por la autocensura de sus versos (detalle este que enaltece a Echeverría), en los siguientes los encontramos mucho más desarrollados, lo que nos permite hablar de su evolución y madurez, desde el autor inseguro hasta el teorizador y maestro indiscutible de su generación.

En el «prólogo» de Elvira apuntan ya -como hemos dicho un poco más arriba- ideas que desarrollará en sus poemarios siguientes, tales como la identificación de «sus ilusiones» a «las de la juventud en general» o la originalidad de su poema dentro de la poesía de habla hispana:

Excuso hablarle de las novedades introducidas en mi poema, y de que no hallará modelo ninguno en la poesía castellana, siendo su origen la poesía del siglo, la poesía romántica Inglesa, Francesa y Alemana, porque usted está tan al corriente como yo. Todos mis esfuerzos siempre han tendido a salir de las vías trilladas por nuestros poetas; no sé si lo habré conseguido...


(Tomo I, p. 51)                


En los Consuelos, superada ya la indecisión inicial y la decepción que le supuso el fracaso de Elvira, Echeverría expone brevemente la necesidad de una poesía propia e independiente, que aparezca revestida de una fisonomía propia:

La poesía entre nosotros aún no ha llegado a adquirir el influjo y prepotencia moral que tuvo en la antigüedad y que hoy goza entre las cultas naciones europeas: preciso es, si quiere conquistarla, que aparezca revestida de un carácter propio y original, y que reflejando los colores de la naturaleza física que nos rodea, sea a la vez el cuadro vivo de nuestras costumbres, y la expresión más elevada de nuestras ideas dominantes, de los sentimientos y pasiones que nacen del choque inmediato de nuestros sociales intereses, y en cuya esfera se mueve nuestra cultura intelectual. Sólo así, campeando libre de los lazos de toda extraña influencia, nuestra poesía llegará a ostentarse sublime como los Andes; peregrina, hermosa y varia en sus ornamentos como la fecunda tierra que la produzca.


(Tomo III, p. 12)                


Y esta necesidad apuntada en los Consuelos se convierte en las Rimas en el más completo manifiesto de la poesía romántica argentina60, y su poema augural -«La Cautiva»- en su mejor concreción práctica. Versos como


Era la tarde, y la hora
en que el Sol la cresta dora
de los Andes. El Desierto
inconmesurable, abierto,
y misterioso a sus pies
se extiende; triste el semblante,
solitario y taciturno...


nunca habían sido oídos en la República Argentina, ni por extensión en toda América: Echeverría descubre a sus compatriotas el paisaje argentino («El Desierto es nuestro, es nuestro más pingüe patrimonio»); revaloriza el uso de americanismos y «locuciones vulgares» porque reflejan con exactitud la realidad que pretende poetizar; expone las características de su poesía frente a la «poesía facticia», «hecha toda de hojarasca brillante», y frente a la poesía «humilde y pedestre», que «cifra todo su gusto en llevar por únicas galas el verso y la rima»; somete la forma poética «a la realización de su pensamiento», desechando las preceptivas al uso; revaloriza el octosílabo «por parecerle uno de los más hermosos y flexibles de nuestro idioma»; y ensalza, en fin, el valor del ritmo en toda poesía, llegando a afirmar que sin él no hay «poesía completa».

Pero no concluyen con estos los testimonios ofrecidos por Echeverría acerca de su ideario estético. Gracias a su recopilador y amigo incondicional, Juan M.ª Gutiérrez, disponemos hoy de la más amplia gama de sus escritos teóricos, publicados todos en el tomo quinto de sus Obras completas, bajo el título genérico de Estudios Literarios.

Desconocemos la fecha exacta de su composición, sin embargo, pienso que debieron ser escritos entre 1835 y 1837, entre la publicación de los Consuelos y la de Rimas, como parece desprenderse de las propias palabras de Echeverría y de la ulterior utilización del final de «Estilo, lenguaje, ritmo, método expositivo», en el prólogo del segundo de los poemarios citados. El testimonio anterior a que hemos hecho referencia es el siguiente61:

Me he resuelto a publicar a parte este opúsculo, porque al lado de mis versos tendría visos de comentario o apología, y porque estoy convencido, sobre todo, que lo que importa en nuestro país es arrancar de cuajo la preocupación, limpiar de maciega el campo, señalar a la juventud el camino para que marche a recojer los lauros que la posteridad le reserva, y para que no se crea que aspiro a conquistar por caminos tortuosos una fama que ya no me es dado conseguir.


Rafael Alberto Arrieta y Emilio Carilla, sobre todo62, han demostrado que estos fragmentos estéticos son, en su mayor parte, traducciones de preceptos estéticos europeos y, en efecto, sus opiniones sobre origen, concepto y clases de poesía, Clasicismo y Romanticismo, el Arte de los pueblos, etc., son lugares comunes en la literatura europea desde los estudios de Schlegel, Madame de Staël, Guizot y fundamentalmente Hugo y su famoso prefacio a Cromwell. Con esto llegamos por la vía de sus ideas estéticas a similares conclusiones a las ofrecidas en sus ideas político-sociales: Echeverría pretendió divulgar coherentemente un manifiesto poético regenerador que modernizara a la República Argentina y la independizara de los modelos españoles63. En su poema «La Cautiva» ensayó la búsqueda de la expresión nacional, pero paradójicamente lastró su ideal emancipador con la sumisión a los modelos europeos, de cuyo prestigio no pudo evadirse. Es, pues, desde esa doble óptica ético-estética desde la que hemos de interpretar todas sus obras para valorar, en su exacta dimensión, la altura de sus intenciones y la desigualdad de sus logros por la sujeción a los modelos europeos. Vista su obra desde esta perspectiva -repetimos- encontramos una encrucijada entre su denodado intento por conseguir la emancipación cultural y su realización práctica, que se concreta en un fuerte proceso imitador del que Echeverría no supo o no quiso escapar.



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