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La anécdota en la Crónica de Indias

María Rocío Oviedo Pérez de Tudela





Caracterizar la anécdota para su estudio es una cuestión compleja especialmente por su aparentemente escasa significación y por ser, en gran medida, una técnica auxiliar para la oratoria, la historia o la literatura. Por otra parte la dificultad se añade al desgaste que ha tenido el término, la variedad de matices que puede adquirir, así como sus relaciones con otros géneros y otras formas de expresión. Incluso la definición del diccionario, destaca por su simplicidad: «relato breve de un suceso curioso o interesante o de un rasgo de alguien».

En la definición aparece relacionada con dos aspectos: lo social (suceso curioso o interesante) y lo autobiográfico (un rasgo de alguien), de tal modo que en sí tiene relación con el eje del Renacimiento: el hombre, su acción humana y su relación con el ámbito en el que se desarrolla. Pero a su vez la anécdota a menudo conlleva un rasgo de picardía que convoca su doble vertiente entre lo serio y la «iocunditas». En el clasicismo Quintiliano había destacado la cualidad del humor en los aspectos retóricos, centrándose en la ironía, la sátira y la paradoja que accionan en la oratoria y la literatura. Más tarde Erasmo valora la apreciación del hombre como animal «ridens», y en el Elogio de la locura afirma: «en todas las épocas se ha concedido al ingenio la natural liberalidad para poder burlarse de las cosas humanas con la única condición de no ofender a nadie»1.

Sin embargo la mejor definición de la anécdota nos la ofrece Adolfo Padovan en su obra de 1928, puesto que destaca uno de los rasgos más interesantes de la misma, su valor en función del personaje al que se refiere: «L'aneddoto è un episodio di qualche importanza o per sè o per la persona cui si riferisca, ma un episodio curioso e ghiotto. Esso ci mostra i grandi uomini nell'intimità, rivela i retroscena, dà risalto a un carattere, mette in rilievo una figura ignorata, scioglie talvolta l'enigma d'un segreto, L'anedotto in somma è una fotografia istantanea presa senza che i protagonisti se ne accorgano, la quale diventa un documento che sarebbe rimasto ignorato»2 (Introducción).

La anécdota en la Crónica de Indias viene mediatizada por el propio concepto del Renacimiento que, como señala Peter Burke, para los propios renacentistas era un mito «en el sentido que presentaba una imagen distorsionada del pasado; era un sueño, un anhelo, y también una reactualización o una representación del antiguo mito del eterno retorno»3. Este sentido mítico interfiere en uno de los rasgos de la anécdota: su valor como símbolo y como suceso ejemplar lo que afecta a su contenido didáctico.

Por otra parte la visión del mito como imagen ideal de un pasado que se fundamenta en los rasgos cívicos, le lleva a entroncar con un modelo de vida cuyo mejor ejemplo lo tenemos en El príncipe de Maquiavelo o El Cortesano de Castiglione, y el más cercano de Relox de príncipes, el Aviso de privados de fray Antonio de Guevara. El mito o el modelo es lo que favorece la aparición de la anécdota en los contextos históricos, pues implica lo biográfico y no en vano durante el Renacimiento hasta en el sistema arquitectónico la medida es el hombre.

La revalorización del hombre no supone, obligatoriamente, la aceptación de lo vulgar, aunque este aspecto, de modo contradictorio, se encuentre presente en la anécdota, a menudo como enfrentamiento entre el hombre corriente y el hombre culto. Pese a la aparente democratización -especialmente en relación con el medievo- en su acepción populista del renacimiento, Lorenzo Valla solicitará el retorno al latín porque en el latín se encuentra la cultura. Del mismo modo Poggio Bracciolini justifica el empleo del latín en sus facecias al señalar la excelencia de la lengua4. Y, por su parte, Petrarca, frente a los cardenales franceses que llevarán al papado a Avignon, afirmará que no hay nada en la cultura que no se deba a los italianos, como continuadores de la cultura romana y el uso del latín «¿Quid de sapientia... et de omni parte philosophie5 (Cfr. Francisco Rico).

De esta manera el Renacimiento responde a una retórica concreta y a un sistema propio de lenguaje y por otra, de acuerdo con valores como la experiencia, el mérito del individuo en sí y la libertad6 propiciará el uso de las lenguas romances y con ello de los sistemas populares de escritura, entre los que de manera singular se encuentra el cuento y los romances. En esta dicotomía lengua o cultura culta/lengua o cultura popular, se desenvuelven las distintas teorías que harán conmocionarse a la Florencia del XV. Pero a su vez la doble vertiente facilita la aparición de lo anecdótico, dado que éste puede pertenecer a los dos ámbitos, el culto y el popular.

Uno de los primeros ejemplos de la inclusión en la Historia de los hechos anecdóticos lo encontramos en la Historia de Heródoto7y en la continuidad de la historiografía griega del siglo V a IV, a. C. De hecho Heródoto habitualmente tras un relato decisivo sitúa una anécdota, que actúa a modo de amplificación o de ejemplo a lo expuesto. Pero, al igual que ocurre con la historiografía posterior, la historia acaba contagiándose de la retórica y la poética, lo que hace peligrar su relación inmediata con la verdad como fundamento básico, y llega a otorgar una relevancia mayor al «placer». Por tanto, la historia se decanta por la emotividad del lector hasta el punto de que, para algunos críticos, la historia pasa a convertirse en una rama de la oratoria8.

Otras tendencias de la historia se fijan en la historia ejemplar. Frente a los posibles excesos, la historia de Polibio aspira a servir de modelo educacional para el hombre de Estado, centrándose más en la observación directa y la experiencia. Por tanto, la narración histórica paulatinamente tenderá al tono modélico, es decir a la búsqueda de la utilidad para tiempos futuros, lo que a su vez enlaza con la interpretación y con la explicación de las causas de las acciones humanas. En su obligada relación con la autobiografía9 resulta ser un paradigma la obra de Plutarco: Vidas Paralelas10 quien las utiliza a manera de ejemplo para explicar las acciones, pero especialmente para explicar los caracteres (ética) que en este momento interesan más que la acción. Por tanto, desde sus comienzos en la historia la anécdota se relaciona con lo autobiográfico y lo ejemplar (la ética). Si tomamos como paradigma el caso de la muerte de Cicerón, podemos observar que, en la narración, Plutarco se llega a hacer a sí mismo intérprete de los sentimientos del actor, y lo lleva hasta el detalle. Una simple anécdota, en cierto modo relacionada con lo maravilloso, como es el caso del cuervo que retira la ropa que estaba por encima de la cabeza de Cicerón, esto es, una simple anécdota, sirve para que los esclavos reciban un toque de atención sobre sus propios actos:

Los esclavos que esto vieron tuvieron menos el ser tranquilos espectadores de la muerte de su señor, y que una fiera le diera auxilio y cuidara de él cuando injustamente era maltratado, y ellos no hiciesen nada para salvarle, por lo que ya rogándole, y ya poniéndole por fuerza en la litera, volvieron a conducirle hacia el mar.



Por su parte Quintiliano en sus Institutio oratoriae, expresa una serie de juicios sobre la literatura, orientados a la utilidad que el futuro orador pueda obtener del ejercicio literario. De este modo la literatura viene a servir a otra materia que tendrá más tarde una relación intrínseca con el concepto histórico del Renacimiento. De hecho la oratoria, como parlamento directo, a imitación de los clásicos, es uno de los recursos más frecuentes en las Crónicas y en cierto modo adopta también el carácter de anécdota11.

Sí, por supuesto, la anécdota enlaza con la retórica y con la historia, o con lo que Jorge Lozano12 diferencia como Historia y Poética, así mismo, en el caso de las Crónicas de Indias, viene motivada por una necesidad imperiosa de relatar la verdad, o a veces su verdad. Esta circunstancia permite el ejemplo, el apotegma o el suceso clarificador de las acciones. Pero así mismo la anécdota puede surgir como una necesaria acumulación de datos especialmente en lo que respecta al mundo precolombino. Ya Varrón señalaba como estudio de las antigüedades «un estudio sistemático de la vida romana fundada sobre el conocimiento de la lengua, de la literatura»13, de modo que relaciona la historia y los aspectos cotidianos de base ficcional. Para Mondolfo la verdad, búsqueda esencial en la época, se relaciona con la historia en cuanto que ésta responde al proceso casi divino del progreso humano. «El hombre se convierte en el eje de su propia realidad pues, como señala Leonardo, el conocimiento humano debe partir de la experiencia y la suma de conocimientos, como cultura, es la historia»14.

La anécdota incluye en relación con la verdad particular de cada cronista una visión del mundo que se ha de relatar. De este modo, Fernández de Oviedo, a quien Pérez de Tudela compara con Heródoto, manifiesta un claro espíritu de clase basado, si bien en la herencia, sobre todo en la educación15. En este sentido para Fernández de Oviedo la Historia se convierte como para Cicerón en maestra de vida16. No en vano el cronista mantiene una idea claramente providencialista de la Historia que sitúa a Dios como el Supremo Hacedor que ha develado al hombre -en este caso a los españoles- la maravilla de Indias, pero que a su vez le sitúa como el microcosmos central del macrocosmos en la más pura tradición del neoplatonismo: la maravilla más excelsa es «los cielos e sus movimientos, e estrellas, e planetas, e las mares e sus diferentes menguantes e crecientes, e la composición de la tierra e geografía de su asiento; e las diversidades de los animales, e de las plantas e hierbas, e sus propiedades, e sobre todas las cosas, la excelencia del hombre e sus partes»17. Enaltecimiento del hombre que propicia su formulación como ejemplo o como modelo, lo que trae en consecuencia la valoración de su historia incluida su historia anecdótica. Por este motivo el Renacimiento favorece el surgimiento de la anécdota y su afluencia en el contexto histórico.

La misma situación podemos encontrar en Hernán Cortés, pues como señala Giuseppe Bellini, su narración responde a una concepción particular sobre sus propias acciones y se presenta en cierto modo a él mismo como modelo «espone dal miglior punto di vista la sua opera di guerriero e di politico. Lo attesta efficacemente lal prima lettera, dove tutto è al servizio di un'abile legittimazione dell'impresa cortesiana»18.

Estos hechos no añaden nada nuevo a la comprensión de los acontecimientos pero de modo sutil nos informan sobre la posibilidad de aplicación de la historia en cuanto a los sucesos futuros, y como tales guardan relación con la ejemplaridad de la historia y con el concepto de la misma como «Magistra vitae», que en cierto modo parte de Diodoro Sículo: «la historia intérprete de la verdad y fuente de toda filosofía (que) puede llevar a la perfección del carácter (1, 2)», es decir, a la ética.

El sentido ejemplar de la anécdota hace que esta se sitúe fuera del contexto de los hechos decisivos y relevantes, así como provoca su relación con la filosofía, pues llega a ser al final un ejemplo de un estilo de vida. Pero, a su vez, también propende a relacionarse con la autobiografía, por cuanto ha de fundamentarse en la experiencia y como no, de algún modo ha de «situar» la psicología del sujeto al que se refiere, de modo que se relaciona al mismo tiempo con la antropología.

Respecto a los modos que podemos encontrar durante el Renacimiento, desde el Quatroccento italiano existen diferentes formas de expresar la anécdota. Pero esta relación tiene que ver con los modelos y en cierto modo con una pretensión docente y llega a imbricarse en la idea de «docere delectare» que orientaba a la literatura de la época. El cuentecillo gracioso, la anécdota como facecia, rasgo de ingenio, se exhibe como modelo para el humanista «con Pontano se hace parte esencial para el desarrollo de la urbanitas como oposición a la rusticitas, si bien poda la libertad de la facecia y la acerca a fines morales y a un desarrollo nutrido en una tradición oral más o menos folklórica. Así surge la fábula, en los límites de la facecia y del cuentecillo»19.

Si desde Heródoto la historia se convierte en una historia antropológica, pues estudia la historia en su contexto cultural, del mismo modo la facecia se relaciona con lo antropológico en cuanto que, como señala Antonio Prieto, llega a ser «exponente de un arte de vivir cuya comunicación desarrolla y apetece un mundo cortesano surgido en el estímulo humanista que acoge esta facecia por lo que ella expresa en su transgresión lingüística y en su lógica paradójica de oposición a la autoridad establecida»20.

De este modo Poggio Bracciolini21 relatará una serie de sucesos graciosos en los que domina el rasgo de ingenio, especialmente en el diálogo. Pero los que mejor se relacionan con las narraciones que podemos encontrar en las Crónicas de Indias son aquellas que el mismo Poggio actualiza, como la XXII y la XXIII, en las que señala la presencia del propio narrador: «Un vescovo d'Arezzo di nome Angelo, che io ho conosciuto» o la XXIII: «Di un amico mio che mal sopportava l'eccellere di chi a lui era inferiore per cultura e virtú».

Esta presencia del narrador en las facecias otorga un voto a favor de la realidad de los hechos, diferenciándolos de la ficción, del mismo modo se sirve también de personajes conocidos por los lectores como el Cardenal Angelotto o el papa Martín V22, o bien de personajes famosos, como Giovanni Andrea, «dottore di Bologna», o bien los sitúa en lugares cercanos al lector: Florencia, Roma, Milán. La diferencia con los cuentecillos que aparecen en la Crónica radica en su nivel de experiencia y verosimilitud. De manera que en las Facetie la relación con el elemento de ficción es más directa que en la Crónica. El punto de unión entre ambas es el origen: parten de un mismo concepto, la anécdota, esto es, un hecho ocurrido de carácter no fundamental para el relato pero que interfiere en el mismo, bien como enseñanza, bien como elemento que resume el carácter del personaje al que se refiere, bien como complemento de la historia que se narra, o bien como ejemplo de lo que se afirma.

La «facecia», al igual que el uso del romance adquiere cierta relevancia y se aproxima a la cultura popular de los dichos y refranes, pues coincide en el rasgo de ingenio y en el hecho de convertirse en una filosofía o una enseñanza popular y cotidiana. Su relación con el cuento es muy clara, especialmente en las anécdotas que se refieren a la vida diaria y sobre todo aquellas que tienen como punto de partida la mujer, algunas de ellas de índole sexual y bastante atrevidas, como la LXII, «Di Guglielmo, che l'aveva grosso e ben fatto»23 o bien la CCXXI, donde «una figlia giustifica al padre la propia sterilità»24.

Pero si bien estas facecias se relacionan de mejor modo con el cuento, sin embargo para la definición de la anécdota son más interesantes aquellas que tienen una base real y menos hiperbólica, puesto que se pueden relacionar con la historia. Al estilo de las biografías de Plutarco, será Petrarca quien utilice un sistema narrativo que tiende a la anécdota en su obra De rerum memorandum libri25, donde comenzando con los autores de la antigüedad, subraya la agudeza de que hacen gala determinados personajes como Escipión el Africano, César, etc. La obra reúne una serie de relatos que destacan especialmente por su tendencia al apotegma, o al refrán, pero que carecen del rasgo popular para manifestarse como pensamiento y modelo de comportamiento26. De este modo la facecia, el apotegma, el adagio o el ejemplo se insertan y son un producto del sentido modélico del humanismo, que tiene como consecuencia la manifestación de un vivo interés por las enseñanzas clásicas27, unido a un profundo deseo de renovación.

El sentido democratizador del ideario renacentista tendría en el clasicismo, como he señalado al comienzo, uno de sus fundamentos, si bien este clasicismo se considera el punto obligado de partida en el perfeccionamiento de la sabiduría humana. Pero la sabiduría no sólo procede del estudio de los clásicos, sino que así mismo se origina una sabiduría popular y habitualmente anónima cuya raíz se encuentra en el cuento y en el refranero y que compite en un nivel paralelo al de los clásicos. A esta idea se accede por la consideración sobre la dignidad del hombre y su equiparación como persona en el desarrollo de la humanidad28.

Por otra parte, respecto a los cuentos, el medievo español contaba con el famoso libro de don Juan Manuel, El Conde Lucanor, escrito a la manera así mismo de modelo y ejemplo, es decir, con un claro sentido de lo útil, al igual que ocurre con la facecia de Poggio, a la que Eugenio Garin otorga las siguientes característica: «Resta il gusto dell'ironia, della battuta, del ritratto, ma si accentuano i toni cupi, il senso della fragilità umana, dell'incertezza della sorte. La virtù è il fondamento saldo della nobiltà; ma la fortuna non risparmia nulla, e insidia ogni opera umana»29 (p. 21, Poggio Bracciolini). Propósito similar era el que había guiado a Petrarca en su obra ya citada, De Rerum memorandum libri, aunque sean las autoridades y los grandes personajes de la Historia los sujetos activos de su colección de anécdotas, puesto que, con este tipo de narraciones, contribuye a la humanización del personaje y su acercamiento al lector, con un sentido claramente didáctico, esto es, enseñar los hechos memorables de los grandes hombres para su imitación.


La Crónica de Indias

La anécdota en la Crónica de Indias va a manifestar aspectos muy diversos que van desde el chiste o cuento gracioso de las «facecias» de Bracciolini, hasta la narración de hechos particulares memorables como en De Rerum de Petrarca, y que incluso puede llegar desde la mera descripción de lo anecdótico sin mayor relieve, hasta la utilización de un emblema o una «empresa» que se desenvuelve como fábula.

En este sentido la Crónica de Indias tiene como objeto directo la manifestación de una visión del mundo que adopta el tono de lección y que en atención a la «captatio benevolentiae» del lector, narrará sucesos curiosos en la más clara tradición de la anécdota. El deseo de convencer -rasgo esencial de la oratoria- se reitera en Las Casas, Motolinía, desde Fernández de Oviedo hasta Juan de Betanzos, y, por tanto, el personaje o el suceso ofrecerá una nueva faceta a la narración de los hechos. La narración en la crónica adopta un modelo que por una parte se desarrolla como historia al estilo de Heródoto y por otra, sigue la tradición «casi literaria» de Petrarca y de Poggio Bracciolini, pues del mismo modo que lo hacen ellos los cronistas incluyen sucesos relevantes tanto de personajes ilustres como absolutamente desconocidos, si bien en este caso su aparición en la historia requiere una aclaración y explicación que defina al personaje, como ocurre con Juana de Leytón. Lo que importa es plantear el marco en el que se desenvuelve la muchedumbre de personajes, con un claro sentido democratizador que en sí misma conlleva la anécdota, a lo que colabora el claro contenido autobiográfico de un gran número de crónicas. En este caso cobra singular relieve con Fernández de Oviedo quien le reprochará a Gómara su ausencia en los hechos que narra. Por otra parte es frecuente una valoración o una interpretación de lo didáctico en los sucesos anecdóticos, para lo que se sigue la narración modélica que antes he apuntado.

Como narración modélica, la anécdota que vamos a ver en las Cartas de relación de Hernán Cortés, se asemejan más al Rerum memorandum libri de Petrarca que a las «facecias» de Poggio, puesto que la figura en sí es históricamente relevante y porque respecto al tema de que se ocupa, la sagacidad sale del marco de lo cotidiano -que es a su vez uno de los caracteres de la anécdota- para insertarse en una actuación política.

Cortés a través de Cristóbal se informa de una traición contra él tramada por Guatemozín y Tetepanquezal, a los que ahorca. Sin embargo, deja en libertad a los demás conspiradores pues, le comenta al rey, «no parecía que tenían más culpa de haberlos oído [...] pero quedaron procesos abiertos para que cada vez que se vuelvan a ver puedan ser castigados, aunque creo que ellos quedan de tal manera espantados, porque nunca han sabido de quién los supe, que no creo se tornarán a revolver, porque creen que lo supe por algún arte, y así piensan que ninguna cosa se me puede esconder. Porque como han visto que para acertar aquel camino muchas veces sacaba una carta de marear y una aguja, en especial cuando se acertó el camino de Cagoatezpan, han dicho a muchos españoles que por allí lo saqué, y aún a mí me han dicho algunos de ellos queriéndome hacer cierto que tienen buena voluntad, que para que conozca sus buenas intenciones que me rogaban mucho mirase el espejo y la carta, y que allí verían cómo ellos me tenían buena voluntad, pues por allí sabía todas las otras cosas; yo también les hice entender que así era la verdad, y que en aquella aguja y carta de marear veía yo y sabía y se me descubrían todas las cosas»30.

Pero si esta narración se relaciona con la «facecia», otras anécdotas guardan relación con la historia simbólica, frente a la historia-realidad, como afirma Gilbert Dubois: «Le Renaissance est également un lieu privilegiè pour l'étude de l'imaginaire perçu à travers les deux catégories que nous avons déterminées: le mimetique et le symbolique. C'est elle que nous tetendrions plustôt que l'oposition classique, mais à notre sens peu opérante entre mimesis et phantasia»31. Esta inclusión de la historia en lo simbólico conduce a su relación con la tradición de los emblemas y las «empresas» así mismo característicos del Renacimiento. La «empresa» del papa Clemente VII (la yesca y la puna)32 deviene un emblema y se gesta de modo similar a la anécdota que relata Fernández de Oviedo33, quien al describir en el Sumario la pesca y los tipos de peces que se conocen, aprovecha su propia experiencia al contemplar un suceso para introducir un concepto moral. De este modo una imagen se convierte, en virtud de la explicación, en un emblema que, unido al citado contenido moral, deviene fábula, aunque eso sí, muy resumida: El cuento empieza cuando dice haber observado una bandada de peces voladores, que eran a la vez pescados y perseguidos por las doradas. Casi a punto de escapar se ciernen sobre ellos las gaviotas, y el cronista concluye: «y este mismo peligro tienen los hombres en las cosas de esta vida mortal, que ningún seguro hay para el alto ni bajo estado de la tierra; y esto sólo debería bastar para que los hombres se acuerden de aquella segura folganza que tiene Dios aparejada para quien le ama, y quitar los pensamientos del mundo, en que tan aparejados están los peligros, y los poner en la vida eterna, en que está la perpetua seguridad» (p. 171). De modo que esta anécdota34 contiene la condensación en una imagen35, característica del emblema, y a su vez se convierte en fábula. Su experiencia en este sentido remite también a la historia clásica, (Horapollo) y su efectividad y sentido iconográfico es tan expresivo que llega a convertirse en emblema de Alciato (¡Que a cualquier mal es cubierta las flaquezas!). Él mismo había relatado esta experiencia estando en España, por lo que es para él una imagen consolidada. El espectáculo de los peces voladores, sin embargo es uno de los que encontramos más referencias en las crónicas de Indias, puesto que vuelve a aparecer en crónicas bastante disímiles como la de Pigafetta quien describe la anécdota de modo muy similar, si bien sin contenido epigramático.

Otras anécdotas de contenido biográfico pero cuya realidad resulta hiperbolizada lo podemos encontrar con frecuencia en la historia precolombina. La hipérbole o lo maravilloso se favorece por dos motivos: por tratarse de otra cultura y por la distancia temporal. Tal es el caso de Lloque Yupanqui en la historia de Juan de Betanzos, de quien dice «nació con dientes y luego que nació anduvo y nunca quiso mamar y luego habló cosas de admiración que a mi parecer debió ser otro Merlín según las fábulas dicen»36. Al igual que ocurre con el Inca, Betanzos se contagia de la idea de predestinación y fatalidad que había sido connatural en la cultura indígena, de manera que los más graves sucesos se fundan en una anécdota que cambia el rumbo de la historia: «Tal es el caso de la india Sancta, mujer de Atahualpa, muy blanca y hermosa -dice el cronista- a la que pretende un indio que el Marqués llevaba como "lengua". Este indio resulta ser el desencadenante de la muerte del Inca, pues al violar a Sancta y ser sorprendido por Atahualpa le acusará de quererse alzar contra los españoles. Como ya sabemos la acusación origina su ajusticiamiento final y toda una cadena de desgracias y muertes en las que resulta fundamental la acción de la codicia tanto por parte de los indios, como por parte de los españoles. Las mujeres de Atahualpa, ante su muerte se ahorcaron "y la india Sancta primero que todas ellas que por presto que fue a buscarla aquella lengua que por ella había levantado testimonio a Atahualpa ya se había ahorcado ella y ansi murió Atahualpa y la lengua que fue dello causa no quedó sin castigo"»37.

Otra de las anécdotas que narra Juan de Betanzos tiene como marco un escenario de batalla: «Ynga Achache, hermano de Topa Ynga, ante los antropófagos de los Andes que se han rebelado y en el mismo escenario de la guerra se enfrenta y mata a un tigre. Viendo que sus enemigos le observan se le ocurre empezar a comérselo a la vista de sus adversarios, y sin intimidarse repite la acción, de modo paralelo, con uno de sus enemigos lo que provoca el terror: "y viendo los enemigos lo que Ynga Achache había hecho y que traía un pedazo de carne de su capitán y su señor en la boca y que hacía en ellos grandes estragos [...] huyeron"»38.




Los misioneros

Las anécdotas de los misioneros ocupan un lugar singular, pues se orientan a un propósito determinado, generalmente relacionado con la cristianización o la defensa de la dignidad del indio. La presencia de Erasmo y Tomás Moro en la narración de la anécdota es decisiva pues afirman «que la moral cristiana debe disciplinar necesariamente las relaciones de los soberanos, ya sea con otros soberanos, ya sea con sus súbditos. Tanto uno como otro siguen planteándose la cuestión del "buen gobierno" y, como cristianos, buscando en la ética cristiana la solución». Opiniones que se enfrentan a las expuestas por «Maquiavelo y Guicciardini, quienes reducen toda política al arte de captar, de cultivar y ordenar las fuerzas, al margen de toda consideración moral, de toda ética cristiana... o pagana»39.

Fray Diego de Landa en su historia narra aquellas anécdotas, a menudo trágicas, que tienen una raíz autobiográfica40, y a través de las cuales manifiesta la violencia del enfrentamiento entre los dos pueblos. La anécdota puede ser tan breve como la descripción de una crueldad, aunque lleva tras de sí la narración de una historia: «que él vio un gran árbol cerca del pueblo en el cual un capitán ahorcó a muchas mujeres indias de las ramas y de los pies de ellas a los niños, sus hijos»41. Así mismo podemos encontrar narraciones más extensas como el relato de la lucha entre un ballestero español y un flechero indio que tras un tiempo de enfrentamiento no lograban herirse, hasta que «el español fingió descuidarse puesta una rodilla en tierra y el indo le dio un flechazo en la mano que le subió brazo arriba y le apartó las canillas una de otra; pero al mismo tiempo soltó el español la ballesta y dio al indio por el pecho y sintiéndose herido de muerte, porque no dijesen que un español le había muerto, cortó un bejuco, que es como mimbre aunque mucho más largo y se ahorcó con él a la vista de todos»42.

Sin embargo son más frecuentes en los misioneros las anécdotas que tienen como marco lo cotidiano, pero en el cual se inserta la acción extraordinaria de uno de los personajes, lo que convierte la mera narración en algo insospechado. Es el caso, entre otros, de la india que se le quejó de que un indio bautizado la pretendía en ausencia de su marido «intentó forzarla; y con ser un gigantón y trabajar por ello toda la noche, no sacó de ella más que darle enojo tan grande que se me vino a quejar a mí de la maldad del indio»43.

Motolinía44 hará mayor fuerza en lo anecdótico, valorando de igual modo los grandes hechos y los pequeños, puesto que las anécdotas, a modo de historietas, tienen como telón de fondo un tema crucial en la crónica misionera: la conversión de los indios45. Así en el capítulo III narrará la historia de una india que quería bautizar a su hijo, pero que se demoraba, hasta que le salió el demonio al camino y quiso quitarle el niño repetidas veces. De igual modo el capítulo V y VI en el que habla del interés que manifiestan los indios ante la confesión se llena de anécdotas, distribuidas a modo de ejemplo tanto de la piedad de los indios, como de la providencia de Dios que a través de sucesos maravillosos les lleva hacia la conversión. Es el ejemplo de la narración que tiene como protagonista a un indio de Cholula, Benito, quien, estando muy enfermo, acude al monasterio para confesar, pues -dice- durante su enfermedad su espíritu había sido llevado al infierno «adonde de sólo el espanto había padecido mucho tormento; y cuando me lo contaba temblaba del miedo que le había quedado», asustado empieza a rezar y en ese momento se ve en otro lugar -dice- muy alegre donde un ángel le recomienda confesar, al tiempo que añade «y aparéjate muy bien, porque Dios manda que vengas a este lugar a descansar» (p. 171). En otro momento no escapa al rasgo hagiográfico en el que tan propio es lo anecdótico. En este tipo de biografías la anécdota cobra una mayor dimensión frente a la historia, como en el caso de la vida de fray Martín de Valencia (p. 198), o el de los niños que «fueron muertos por los indios, porque les predicaban y destruían sus ídolos, y de cómo los niños mataron a él que se decía ser dios del vino» (p. 264). Del mismo modo refiere dos sucesos que en cierto modo son parejos a lo ocurrido con Sancta, en la anécdota narrada por Juan de Betanzos: Motolinía habla del «caso» de una india que fue acosada y requerida por dos indios que se compincharon para forzarla, lo que no pudieron conseguir, así como el de una viuda que requerida por un hombre casado le reprendió su actuación y logró hacerle volver al buen camino (pp. 275-276).




El proceso de la escritura

Tal vez uno de los casos más singulares de anécdotas sea aquel que gira en torno a la escritura. Llama la atención la afluencia de estos casos, así como su simbología que viene a descifrar el proceso y la importancia de la integración de dos culturas. En la Crónica la escritura, para el indígena, supone el método de la apropiación del46 signo y, por tanto, la relación con el poder, de hecho en la anterior anécdota que he referido en las Cartas de relación Cortés señala de manera breve cómo Mexicalcingo o Cristóbal para avisarle de la traición: «vino a mí muy secretamente una noche, y me trajo cierta figura en un papel de lo de su tierra, y queriéndome dar a entender lo que significaba, me dijo...» (p. 360). De esta manera, aparentemente, la actuación de Cristóbal pretende simbolizar la equiparación con los españoles por medio de la utilización de un sistema gráfico semejante al empleado por ellos.

Paulatinamente el indio se da cuenta del poder de la escritura y trata de acceder a ella, aunque aún no percibe claramente su uso. El caso intermedio, nos lo ofrece Fernández de Oviedo quien escribe: «Pero pues dije de suso que no tenían letras, antes que se me olvide decir lo que de ellas se espantan, digo que cuando algún cristiano escribe con algún indio a alguna persona que esté en otra parte o lejos de donde se escribe la carta, ellos están admirados en mucha manera de ver que la carta dice acullá, lo que el cristiano que la envía quiere, y llevándola con tanto respeto o guarda, que les parece que también sabrá decir la carta lo que por el camino le acaece al que la lleva; y algunas veces piensan algunos de los menos entendidos de ellos, que tiene ánima»47.

El cambio del sistema político español (erasmismo-antierasmismo) provoca el cambio respecto al modo de narrar la anécdota. Al encontrarnos con un suceso similar relatado por el Inca Garcilaso las diferencias se acentúan48 y la narración se convierte en «facecia».

La anécdota se centra en la famosa historia de los melones de la que nos informa el Inca Garcilaso: un capataz envía a los indios con diez melones y una carta, advirtiéndoles que si falta alguno la carta «lo dirá». Por supuesto, los indios se comerán un melón y serán descubiertos a pesar de hacerlo sin que la carta les vea, lo que confirmará su elevado concepto de la escritura, como único medio de acceso al poder, a la igualdad o a la cultura. Según Julio Ortega en la narración «nos encontramos con dos series de signos que los nativos no pueden procesar. La primera es, claro, la letra, pues ignoran la escritura; de modo que cuando deciden comerse un melón esconden la carta para que no los vea, pero cuando el dueño lee la misiva descubre la falta de los indios, quienes quedan abrumados por el poder de la letra»49.

Es sorprendente en este caso la relación del tema con el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés donde Manrique señala que lo que les ha parecido a los indios más admirable ha sido la escritura, es decir: «entender unos a otros lo que sienten habiendo enviado una carta desde tan lejanas tierras. Porque preguntaban si por ventura sabía hablar el papel»50.

Las posibilidades narrativas de esta anécdota son de tal magnitud que una narración semejante aparecerá en las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma bajo el título de «Cartas cantan»51. De este modo la narración de una historia particular se relaciona con el cuento y actúa a modo de historia ejemplar por su «ingenio», carácter que, como dijimos, correspondía a la «facecia». Pero las anécdotas, al igual que posteriormente ocurre con Rodríguez Freyle, en el Inca Garcilaso se conforman en torno a sucesos trágicos, como es el caso de la cabeza de Lope de Mendoza que Francisco Carvajal envía a Arequipa a través de Dionisio de Bobadilla. En este suceso, Juana de Leytón que ya se había enfrentado en otra ocasión a Francisco Carvajal y había merecido su respeto, le pide a Bobadilla la cabeza de Lope de Mendoza para enterrarla: «suplícoos me hagáis merced de la cabeza de Lope de Mendoza para que yo la entierre lo mejor que pudiere, aunque no será como ella lo merece, porque era de un caballero muy principal y muy servidor del rey» (III, p. 303). Bobadilla reiteradamente se niega a pesar de la compensación económica que le ofrece Juana. A esta anécdota que pone de relieve el carácter y el temple de la mujer, el Inca añadirá un dicho del propio Bobadilla, que se inserta en la tradición de los apotegmas, pues al desenvolver las cabezas del paño donde las llevaban y decir los españoles que allí estaban que las cabezas hedían contestó: «No, señores; no, que cabezas de enemigos cortadas por nuestras manos huelen y no hieden. Dijo este dicho por preciarse de ministro y discípulo de Francisco de Carvajal, que los tuvo tales» (p. 303)52. De este modo en una sorprendente acumulación de sistemas narrativos el Inca reúne un apotegma, una «facecia» y una anécdota al tiempo que se inserta en el sistema histórico-legendario por su relación con el romance de los «Siete infantes de Lara» e incluso con la tragedia y el mito clásico de Antígona.

Al acceder al Barroco los grandes hechos de la Conquista se atenúan. La cultura ciudadana inserta las acciones aún más en el marco de lo cotidiano y así mismo hace acto de presencia el desengaño y la visión crítica, lo que acentúa la interferencia del narrador en los hechos y con ella la afluencia de anécdotas. El Carnero53 es un verdadero paradigma de estas apreciaciones: obra centrada en un aspecto parcial de la historia -la fundación de una ciudad-, y en la vida cotidiana, donde lo pequeño suplanta a lo decisivo, con un acentuado sentido crítico. Por otra parte el rasgo autobiográfico adereza el recuerdo de los hechos con aspectos aparentemente fútiles, y que, sin embargo, otorgan una singular importancia al papel desempeñado por el narrador incluso en un caso como el que exponemos a continuación, donde su acción se reduce tan sólo a la de testigo: «Yendo yo a la escuela, que había madrugado por ganar la palmeta, llegando junto al campanario de la iglesia mayor, que era de paja, y también lo era la iglesia, por haberse caído la teja...». Tras esta introducción el suceso verdadero es la muerte del presidente, pero su importancia se relega ante la posibilidad de su escenificación: Antonio Cid y Hernando Arias salen corriendo «Llegando primero al campanario donde yo estaba, soltó la capa diciendo: "Niño, tráeme esa capa"; alcéla y fuíme tras ellos. Subimos a la cama del presidente, pero cuando llegamos ya estaba muerto», la forma de concluir recala también en la anécdota, pues la mujer trata de explicar la causa: «Dijo la mujer que de una purga que había tomado, que no pudo echar del cuerpo» (p. 229). Del mismo modo el diálogo y el intento de escenificación son constantes a lo largo de toda la obra, lo que le otorga una cercanía y una actualización que no es frecuente en el resto de los cronistas a no ser a través del uso de las cartas o de los parlamentos indirectos. El caso de Rodríguez Freile es singular porque en su obra todo se convierte en anécdota. La historia de la prisión del cacique don Diego de Torres es un claro ejemplo en el que lo anecdótico colabora con detalle al marco complejo de la narración: «Había ya bien entrado la noche, oscura y tenebrosa y con agua; los calabozos cerrados y sin ruido de gente, cuando don Diego de Torres sacó la empanada que había guardado para cenar, abrióla, halló los dos cuchillos y un papel que le advertía lo que había de hacer» (p. 269). Así mismo al hablar de la justicia, los ejemplos escapan al contenido para centrarse en una anécdota que podríamos tildar de amarillismo. Habitualmente será la mujer, y más aún la mujer hermosa, culpable, pues el hombre logra su desgracia a través de ella, como en el caso del licenciado Gaspar de Peralta, cuya mujer «desvanecida con su hermosura, puso su afición en un mancebo rico, galán y gentilhombre» de nombre Ontanera quien alardeando de sus hazañas amorosas se descubre sin saberlo ante el esposo, lo que causa el consiguiente crimen al ser sorprendido con su amante por el marido (p. 291).

La importancia que otorga a la anécdota resulta excesiva en una obra dedicada, como se dice, a un relato histórico y verídico. Por ejemplo, en la historia del arzobispo don Luis Zapata de Cárdenas en lo que se detiene es en la cacería que origina su muerte: el obispo cae en la vertiente de Fusungá y se pierde del resto de los participantes. Dentro de este relato ya en sí anecdótico, se inscribe otro que hace surgir la sonrisa centrado en los supuestos amores de una perra: don Luis Zapata será encontrado por una «perra que se le fue a don Fulgencio de Cárdenas de la laja, que habiendo muerto el venado venía en busca de otro galgo con quien estaba aquerenciada. Fueron en demanda de ella, teniendo por muy cierto que hacia aquella parte estaba el arzobispo, y no se engañaron, porque antes que llegasen a tomar la perra, ella, como si tuviese instinto de razón, tomó la delantera y fue guiando hacia donde esstaba su Señoría» (p. 310).

En esta mezcla e imbricación de una anécdota en otra vemos cómo se complica la narración histórica donde ya el hecho en sí comienza a carecer de importancia para otorgar un mayor relieve a la interpretación, de manera que la subjetividad, presente ya en la participación autobiográfica de la anécdota, ocupa incluso el espacio correspondiente a la narración de los hechos. El paso hacia la ficción se revela mínimo.

Tras estos breves ejemplos podemos afirmar que las posibilidades de las anécdotas en la Crónica de Indias demuestran su eficacia en el plano narrativo: desde la formación de un emblema (o una «empresa») como hemos visto en el caso de Fernández de Oviedo, a la creación de la «facecia» por medio de un rasgo de ingenio o la formación de un nuevo cuento popular, como en el caso de las distintas anécdotas que giran en torno a la escritura. Por otra parte, manifiesta y ejemplifica el ideario del autor y colabora a explicar su concepto de la existencia tratando de adoptar un claro sentido modélico.

Con la cercanía del Barroco la anécdota se carga de elementos críticos que orientan a la narración de la violencia y que a menudo se relaciona con el cuento de terror e incluso con los elementos de la intriga que surgirán en narraciones posteriores. En resumen la eficacia de la anécdota se resume en dos contenidos: precisa época y autor e introduce el cuento.








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