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La Bolonia de José Francisco de Isla en la correspondencia de Giovanni Zambeccari, encargado de negocios de Carlos III1

Enrique Giménez López


Universidad de Alicante



La existencia en Bolonia del Colegio de San Clemente, fundado en 1364 para acoger a 30 estudiantes españoles, de los que 18 debían ser canonistas, 8 teólogos y 4 médicos, por el Arzobispo de Toledo Gil de Albornoz, aconsejó la presencia en aquella legación pontificia de un agente, o encargado de negocios, de Su Majestad Católica. Desde 1722 aquellas funciones representativas recaían en la aristocrática familia boloñesa de los Zambeccari2, primero en el conde Paolo Patrizio Zambeccari y desde septiembre de 1754 en su sucesor en el título Giovanni Zambeccari, «colonello aggregato al reggimento della Regina» del ejército del Rey de las Dos Sicilias, a quien también representaba desde 1766, y poseedor de una importante pinacoteca que fue admirada por Leandro Fernández de Moratín durante su paso por Bolonia en septiembre de 17933, En ese mismo año se jubilaría de su cargo de agente del Rey de España a causa de «su avanzada edad»4, falleciendo dos años después.

Su discreto papel en el servicio diplomático español cobró un inesperado relieve cuando la ciudad de Bolonia pasó a ser destino definitivo de los jesuitas expulsos de la Provincia de Castilla. Entre éstos, y probablemente el más famoso de todos ellos, se hallaba el P. Francisco José de Isla, que llegó a aquella ciudad en 1771 con sesenta y ocho año y mucha vitalidad, describiéndola como una gran urbe llena de infinitas posibilidades: «Este país no puede ser más delicioso, ni la ciudad más magnífica, ni la gente noble más tratable: limpieza, policía y cultura, templos y edificios soberbios, palacios suntuosos, muebles imperiales, calles espaciosas, carrozas, tabernáculos, caballos flegetones (salvo que son de azabache), mujeres polifemas, literatos a pasto, academias como paja, plaza abundantísima, comercio gordo y bullicioso, hombres que corren, donnas que vuelan y frailes que bailan»5.

La correspondencia de oficio de Giovanni Zambeccari con el Secretario de Estado, marqués de Grimaldi, pasó a ser desde la primavera de 1767 una fuente permanente de noticias sobre rumores y cábalas, y un lugar privilegiado desde donde tomar el pulso a las opiniones circulantes por la legación y a los ecos provenientes de otros muchos lugares de Italia.

La primera noticia sobre la expulsión llegó a Bolonia a mediados de abril. Con fecha de 7 de dicho mes Grimaldi se la comunicaba por carta a Giovanni Zambeccari, acompañada de un ejemplar de la Pragmática Sanción. En su respuesta del 25, Zambeccari daba cuenta del tremendo impacto que había causado en la población, convirtiéndose en tema de conversación general, y entre las cabalas que se barajaban se suponía que el extrañamiento ya había sido acordado entre Francia y España en 1761 e incorporado como cláusula secreta al III Pacto de Familia firmado en agosto de aquel año. Zambeccari suponía que la decisión del Rey Católico estaba en sintonía con la ola general encaminada a la reforma de las órdenes religiosas, y de la que las decisiones tomadas en esa materia en la Lombardía austriaca eran un eslabón más de ese clima destinado a poner coto a los abusos del clero regular6.

La reacción de Roma a la expulsión de España era esperada con no menos expectación. El 13 de abril llegó a Roma la carta que Carlos III remitía al Pontífice comunicándole su decisión de expulsar a los jesuitas de sus dominios. El embajador Tomás Azpuru fue el encargado de poner en manos de Clemente XIII el escrito, y solicitó a tal efecto una audiencia para la tarde de ese mismo día al Secretario de Estado, cardenal Torrigiani, a quien Azpuru comunicó la determinación española de desembarcarlos en Civitavecchia7. No obstante, el 15 de abril el Papa había tomado la decisión de no aceptar a los jesuitas españoles en los Estados Pontificios como protesta ante la expulsión8, y así se lo había comunicado al monarca español mediante un Breve fechado el día 16 cuando los jesuitas ya estaban siendo embarcados rumbo a Civitavecchia9. Según Zambeccari, las órdenes que en los puertos pontificios se habían recibido ante la inminente llegada de los convoyes que transportaban a los jesuitas españoles era la de no permitir el desembarco, y sólo suministrar víveres a los navíos. A fines de mayo ya era conocido en Bolonia que el destino final de los jesuitas españoles era la isla de Córcega, y Zambeccari se hacía eco del impacto con que había sido recibida esa nueva sorprendente noticia, no exenta de alivio por suponerse que Bolonia sería el destino de buena parte de los jesuitas españoles exiliados: «Aquí todos están contentos, porque se sabe que en caso diverso considerable porción de jesuitas se hubiera distribuido en ésta, la cual está ya llena de frailes, y particularmente de los de dicha Religión»10. En cualquier caso el destino de Córcega siempre se consideró improbable hasta que se produjo el desembarco de los jesuitas ya a mediados de agosto permanecer los buques que los transportaban frente a sus costas los meses de junio y julio. El 20 de junio se refería el encargado de negocios a la inesperada noticia de que los jesuitas españoles no habían podido desembarcar tampoco en la isla «por falta de habitación y víveres», y que sólo se produciría su bajada a tierra si el líder independentista corso Pascuale Paoli daba su consentimiento11. En 27 de junio, Zambeccari tras indicar que parecía difícil «en que se admita en Córcega a los extrañados jesuitas por irremediable estrechez del lugar», informaba de corrían rumores que la República genovesa pensaba distribuirlos en distintos puntos de su litoral, mientras que otros se hacían eco de que Roma había levantado la prohibición al desembarco e iba a permitir que se asentaran en las distintas legaciones pontificias12.

Al tiempo que en Bolonia se especulaba con las consecuencias que la negativa del Papa a permitir le desembarco de los jesuitas tendría en las relaciones hispano-romanas, con el temor a una posible ruptura como la que se había producido entre Portugal y la Santa Sede desde 1760, se comentaba que era inminente la expulsión de los jesuitas del reino de las Dos Sicilias, si bien esta se difirió hasta la noche del 20 al 21 de noviembre de 1767, cuando 388 jesuitas fueron expulsados de Nápoles y 212 secularizados13. No obstante, en los meses siguientes la salida de los jesuitas napolitanos y parmesanos se reiteró como inminente en la correspondencia del agente de España, si bien con rumores de que ésta iba a diferir del modelo de la corte de Madrid tras la negativa del Papa a aceptar en los Estados Pontificios a los jesuitas españoles: el 11 de julio informaba que por cartas recibidas de Nápoles se rumoreaba que en las Dos Sicilias se prohibiría la Compañía, pero los jesuitas no serían expulsados sino separados de cualquier actividad pastoral o docente, quedando con una pensión de 72 ducados, mientras que los que no hubieran efectuado ese cuarto voto marcharían a sus casas con una pensión algo mayor, cifrada en 112 ducados anuales14. Cuando se produjo la expulsión de Nápoles en noviembre, Zambeccari informó que los jesuitas boloñeses intentaron que la noticia no se propagara, y criándose efectuó la de Parma el 3 de febrero de 1768, la llegada a Bolonia, tras atravesar el Ducado de Módena, de 160 padres parmesanos ya creó problemas de alojamiento: «ha sido bastante la confusión de estos Colegios y Casas de la Compañía, habiendo de alojar este no indiferente número de huéspedes»15, si bien muchos de los jesuitas del Ducado de Parma se distribuyeron por Ferrara y la Romagna.

Hasta septiembre de 1768 en que comenzaron a llegar a los Estados Pontificios los jesuitas españoles procedentes de Córcega, Bolonia fue un hervidero de rumores y noticias interesadas que esparcían los partidarios o los enemigos de la Compañía, y que Zambeccari recogió puntualmente. En los meses posteriores a la expulsión fue habitual referirse a una posible alianza de los jesuitas con Inglaterra para dañar los intereses españoles en América, suministrando a Londres información muy sensible «no sólo sobre el comercio y mercancías, sino también sobre las fuerzas y espíritu de aquellas incultas naciones»16. También Zambeccari participaba de la creencia de que los jesuitas disponían en Inglaterra de «riquísimo Banco de Comercio», dirigido nada menos que por el Padre La Valette, culpable de la quiebra de la misión de La Martinica en 1762, de donde era superior, y cuyo affaire había iniciado el proceso contra la Compañía en Francia, si bien «todos los infinitos tesoros en dineros y mercadurías que habían hecho transportar a aquel Reino», habían sido incautados por el gobierno inglés en julio de 176717. La obsesión por una secreta alianza jesuítico-británica contra la Casa de Borbón se agudizaría en el último año del pontificado de Clemente XIII como consecuencia del Monitorio de Parma y la mayor tensión entre la Santa Sede y las Cortes de Familia, siendo José Nicolás de Azara, el Agente de Preces español en Roma, uno de sus más destacados difusores. En su opinión Inglaterra acudiría en ayuda de Roma si el Pontífice se atrevía, como era de temer, a una excomunión de los borbones18, mientras que Roma deseaba una intervención naval inglesa en el Mediterráneo para evitar que Córcega quedara definitivamente en manos francesas19.

No resulta infrecuente encontrar en la correspondencia de Zambeccari de los años 1767 y 1768 referencias al gran ascendiente que la Compañía tenía sobre Clemente XIII y gran parte de la Curia, hasta el punto que en los mentideros boloñeses no se descartaba que España, Francia y Portugal convocaran un Concilio20, pues sobre los Concilios Toledanos se justificaba la libre disposición por Carlos III de los bienes de los jesuitas expulsados21, y esa opinión pasó de ser de posible a probable tras el Monitorio de Parma, pues como decía Azara a Roda «con menos motivos en Basilea y Constanza se deponían los Papas. Si en el mundo ha habido necesidad de un Concilio, es ahora»22. Las reiteradas negativas de Clemente XIII a aceptar las peticiones de extinción, formuladas en las Memorias presentadas al Pontífice por los embajadores de Francia, Nápoles y España los días 16, 20 y 24 de enero de 176923, se aseguraba estaban dictadas por los misinos jesuitas, que se habían apoderado de la mente del Pontífice.

La beligerancia de Clemente XIII a favor de la Compañía, hasta llegar a su enfrentamiento con las poderosas cortes borbónicas, daba lugar a especulaciones, que no por disparatadas, estaban menos generalizadas, como afirmar que el Papa era jesuita profeso desde 172524, opinión que también sostenía Azara25. A Bolonia llegaban panfletos y escritos tanto favorables a los jesuitas como contrarios a la Compañía. En junio de 1767, tras informar que todos los paquetes con libros que llegaban a la aduana boloñesa eran inspeccionados para requisar todas las publicaciones antijesuíticas que se localizaran, siguiendo órdenes estrictas de la Congregación romana del Santo Oficio, no dejaba Zambeccari de señalar que eran muchas las que, procedentes de la República veneciana, corrían de mano en mano, pues «a pesar de las órdenes no hay persona alguna que deleitándose en estas materias, no reciba todo lo que se publica en Venecia»26. El contenido de las Gacetas italianas era también analizado por Zambeccari y sus comentarios trasladados a la Secretaria de Estado madrileña. Por ejemplo, la de Pesaro se consideraba favorable a la Compañía, y Zambeccari consideraba un '«atrevimiento» que arrojase dudas sobre la veracidad del atentado que había sufrido el rey de Portugal José I la noche del 3 de septiembre de 1758 «diciendo y publicando que es novedad soñada y sin el menor fundamento»27, pues suponía cuestionar que el regicidio fuera doctrina específicamente jesuítica. Otros rumores favorables a los jesuitas se difundían sin que alcanzaran credibilidad. En junio de 1767 corrió la noticia por Bolonia que en Madrid había sido arrestado el P. Joaquín de Eleta, confesor de Carlos III, al descubrir el rey sus embustes que habían conducido a la expulsión, y que se esperaba un inminente y glorioso regreso de los jesuitas a España, restituidos a sus colegios y residencias. Para Zambeccari «todos convienen en que no puede ser más insulsa esta voz»28. Un mes después se difundió la noticia, esparcida también en Módena y otros estados italianos, que en Madrid se había producido un motín similar al de 1766, siendo este rumor frecuente entre 1767 y 1769, y considerado como uno de los bulos más recurrentes de la propaganda jesuítica29, y que también Zambeccari consideraba no alcanzaba crédito alguno «por saberse que no están más en España los jesuitas», ejemplo para los adversarios de la Compañía de institución intrínsecamente sediciosa30 y, por tanto, la expulsión había servido de antídoto para toda clase de tumultos instigados por aquellos «lobos carniceros, sediciosos, fanáticos, hipócritas, y enemigos del reposo y tranquilidad común», como los calificaba, sin ningún atisbo de caridad, el obispo de Badajoz Manuel Pérez Minayo31.

Zambeccari no puso en duda los tópicos sobre la Compañía difundidos por la propaganda antijesuítica. Para el agente de negocios, los males que afectaban a la orden se debían al despotismo de su General, a quien sus miembros habían sido «demasiado y ciegamente obedientes»32. Pero la posesión de enormes riquezas, amasadas en transacciones comerciales, el uso torcido del sacramento de la penitencia, y el carácter militar de la Compañía eran las pruebas que sostenían sus habituales apelaciones al carácter mundano y poco evangélico de la orden ignaciana. Reiteraba que eran poseedores de «infinitos tesoros en dineros y mercadurías que habían hecho transportar a Inglaterra», o que habían remitido a Holanda grandes cantidades de oro acuñado y de cartas de pago33. La llegada de los primeros jesuitas a Bolonia desde Córcega en septiembre de 1768, pese a su estado lamentable, no le hizo cambiar de opinión. Llegaban famélicos, agotados, casi desnudos, pero ricos: «tienen vestidos desgarrados y rotos, pero parece que están bien proveídos de doblones de oro»34. El calificativo de Jenízaros de la Santa Sede, como los denominaba Esquilache desde su exilio en la embajada de Venecia, o de soldados de Dios que militan debajo de la fiel obediencia de nuestro santísimo señor el Papa, que figuraba en la Fórmula del Instituto de San Ignacio, era entendida de manera literal por muchos, entre ellos Zambeccari. Según sus informes, los escolares y coadjutores españoles que residían en casas de campo próximas a Bolonia efectuaban diariamente ejercicios militares, poseían escopetas y pistolas y fundían gran cantidad de balas, y esa actitud había conducido al arzobispo Malvezzi a «no conceder a los novicios las licencias que solicitaban para ordenarse, y a los de misa para decirla, ni confesar, como también para tener oratorios públicos, por el perjuicio que resultaba a las parroquias»35.

Siendo la principal misión de Zambeccari la de informar a sus superiores de la Secretaría de Estado de todo aquello que considerase de utilidad, incluso rumores dudosos o que bordeasen la calumnia, pues consideraba de su obligación «no callar a V. E. nada de lo que viene a mi inteligencia y puede interesar al Real Servicio», otras misiones le fueron encomendadas en relación con los jesuitas expulsos. Tras la llegada a mediados de diciembre de 1767 de los dos primeros jesuitas españoles, ya secularizados, Manuel de Aguilera y Domingo de Assua, le fueron encomendadas a Zambeccari labores de socorro para aquellos que llegaran a la legación boloñesa ya separados de la disciplina de sus provinciales. Ambos habían huido de Córcega a poco de desembarcar y se habían dirigido a Roma para solicitar su secularización. Aguilera era estudiante del Colegio de San Hermenegildo de Sevilla. Natural de Porcuna, había ingresado en la Compañía en 1763 y había logrado su secularización el 14 de septiembre de 1767. Según el embajador Azpuru, «me representó que por la secularización había quedado libre para tomar el estado que Dios le inspirase, pues no estaba ordenado de sacerdote, ni esperaba serlo por falta de congrua, que su inclinación era a proseguir el estudio de la Jurisprudencia que había empezado en el Siglo, no habiendo en la Religión hecho alguno de Teología y Filosofía, solamente el de la Lógica porque era recién Profeso cuando fue expulso de España, y que deseando volver a ella y acreditar al Rey su fidelidad, sin embargo de su inclinación a dicho estudio Legal, se aplicará gustoso a servir a S. M. en la tropa de Cadete de un Regimiento, si se lo permite»36. Assua, que había nacido en Durango en 1745, pertenecía a la provincia de Castilla, y era estudiante de Filosofía cuando escapó de Córcega junto a Aguilera37. Zambeccari les dio asistencia, siguiendo órdenes de Azpuru, les buscó acomodo y les facilitó que iniciaran sus estudios de Leyes, «quedando a mi cargo de observar con atención y tener cuidado de su conducta»38.

Cuando a finales de septiembre de 1768 se produjo la llegada masiva de los jesuitas españoles y americanos, se encargó a Zambeccari el suministro de socorro a cuenta de las pensiones, entregando 12 escudos por cabeza a quienes no hubieran recibido ningún dinero a su salida de Córcega. En principio debía adelantar; estos 12 pesos a los 830 jesuitas americanos desembarcados en Portofino, en la Ribera genovesa, procedentes del puerto corso de Bastia, pero posteriormente recibió órdenes de Azpuru para también entregar esa misma cantidad a los jesuitas de la Provincia de Aragón39, pues los de Castilla, Andalucía y Toledo se encontraban todavía en el lazareto de Génova, encontrándose entre ellos el P. Isla40. Para estos desembolsos Zambeccari recibió de la embajada de España en Roma unos 6.000 escudos en octubre de 176841, y una carta de crédito del marqués Ieronimo Belloni por la suma de 12.000 escudos como fondo para poder «socorrer a los demás expulsos que puedan ir llegando»42. A finales de noviembre, efectivamente, tuvo que efectuar pagos de pensiones a los 524 jesuitas de la Provincia de Aragón que se encontraban en Ferrara, hasta que los Comisarios Reales Fernando Coronel y Pedro Laforcada lo sustituyeron en esos menesteres en febrero de 1769.

También Zambeccari realizó funciones de correo con algunas personalidades jesuitas en el exilio que recibían un trato especial. Por pertenecer a una familia de la alta aristocracia sabemos que se permitió la correspondencia y el recibo de socorros entre el Padre Idiáquez y su hermano el duque de Granada, pasando esta privilegiada correspondencia cruzada por las manos de Zambeccari, y es probable que esta función se extendiera a otros miembros relevantes de la Compañía, probablemente el propio Isla que desde Bolonia mantuvo una correspondencia fluida con sus hermanos, si bien era el conde de Aranda quien, a decir del propio Isla, favorecía esta correspondencia familiar43.

La llegada de cientos de jesuitas españoles a Bolonia multiplicó, en fin, las áreas de Zambeccari como encargado de negocios, pero también le permitió ofrecer a Madrid información sobre las dificultades cotidianas con que se encontraban jesuitas castellanos en una ciudad colapsada. Cuando llegó la noticia de que elemente XIII no aceptaba a los españoles expulsos en sus Estados hubo una sensación de alivio entre los boloñeses pues la ciudad se hallaba saturada de religiosos regulares, de los que muchos eran jesuitas portugueses. En febrero de 1768 llegaron a Bolonia los extrañados del Ducado de Parma, y los portugueses tuvieron que retirarse a la casa de campo de Barbiano, que era propiedad de la Compañía. Cuando el 12 de septiembre de ese mismo año llegaron los primeros sesenta jesuitas procedentes de Córcega, también se quedaron en las afueras44, como sucedió con Isla, que residió desde noviembre de 1768 en Crespelano, a tres leguas de la ciudad, en la casa-palacio del senador Grassi, tras llegar a territorio pontificio después de navegar desde Sestri a Livorno, y desde aquella ciudad portuaria, ya por tierra, a Bolonia pasando por Pisa y Florencia, en compañía de un grupo de jesuitas de la Provincia de Castilla dirigidos por el rector del Colegio de Villagarcía de Campos Julián de Fonseca. En Crespelano permanecería hasta el 14 de mayo de 1771, en que pasó a vivir a Bolonia, con cierta incomodidad por el frío, pues la casa-palacio del senador Grassi «sólo tenía de palacio el nombre, la ostentación y las paredes»45, y también por la falta de recursos ante el súbito encarecimiento de los productos de primera necesidad por la gran afluencia de jesuitas llegados, circunstancia que también fue señalada en su correspondencia por Zambeccari quien, al informar del gran número de jesuitas llegados a la ciudad y sus alrededores en el invierno de 1768, decía: «se hacen también siempre mayores las quejas comunes por hacerse siempre más caros todo género de comestibles»46, y por el propio Isla, que afirmaba que «las berzas de Bolonia (que es el plato principal de nuestra comida) me saben mejor que los capones de Pontevedra»47. Una impresión que los propios boloñeses difundían como una queja permanente ante el elevado precio de los productos de primera necesidad, como quedó anotado por el viajero francés Pierre Augustin Guys a su paso por Bolonia en 1772, quien su guía bolones le hizo saber que los jesuitas extranjeros que allí residían «ne contribuoient pas peu, disoit il, a rendre le pain plus cher»48. Durante su estancia en Crespolano Isla se dedicó a la traducción. Trabajó en el largo poema del jesuita Giovanni Carlo Passeroni El Cicerón, que había sido editado en Milán en 175549, y en el libelo del también jesuita Henri-Michel Sauvage Realité du Project do Bourg-Fontaine, que había aparecido en París en 175550.

Los jesuitas castellanos en Bolonia procuraron mantener el sentido de comunidad y su identidad como grupo, pero siempre contaron con la oposición del Cardenal Malvezzi, arzobispo de Bolonia. Malvezzi, miembro de la aristocracia boloñesa, era poco afecto a la Compañía de Jesús y criatura de Benedicto XIV, quien lo había elevado al cardenalato en noviembre de 1753 y nombrado arzobispo de I Bolonia en enero de 1754- De él decía el embajador Azpuru que «nos consta que sigue nuestro partido, que es acérrimamente opuesto a las máximas del Pontificado pasado y a los Rezzonicos; y sobre todo declarado contrario a los jesuitas»51. El Arzobispo estaba decidido a dificultar la acción pastoral de los jesuitas españoles, prohibiéndoles la realización de ejercicios espirituales fuera de sus residencias y la predicación en cofradías y conventos de monjas52. El resultado de esta hostilidad de Malvezzi fue el enrarecimiento de la convivencia. Por la ciudad circulaban papeles contra el Arzobispo que Zambeccari calificaba de sediciosos, y que en noviembre de 1770 provocaron las primeras detenciones de algunos jesuitas53. La proximidad de la extinción añadió mucha más crispación, incrementándose la presión de Malvezzi sobre los jesuitas españoles e italianos. En marzo de 1773, el arzobispo ordenó al rector del noviciado de Bolonia que enviara a los novicios a sus casas, y un mes después suprimió la enseñanza que impartían en la ciudad los jesuitas en el Colegio de Santa Lucía, en el Colegio de Nobles de San Francisco Javier y en el de San Luis Gonzaga, conocido como Colegio dei Cittadini54, dejando sin clase a más de 500 jóvenes. En abril, se les prohibió predicar y confesar. Según Zambeccari el malestar orquestado por los jesuitas era preocupante: «los jesuitas, amargados de lo que ha hecho el Cardenal, no dejan de fomentar la mayor parte del país [...]; hablan como quieren y hacen hablar al público como desean», escribía el 13 de abril de 1773; «no deja de renacer el fanatismo en esta ciudad en favor de los Padres», indicaba el 1 de junio55. La resistencia del rector del Colegio de Santa Lucía, el P. Belgrado, a acatar la orden de mandar a casa a los estudiantes de Gramática, forzó al arzobispo a desalojar el Colegio por la fuerza, encarcelando al rector y expulsándole posteriormente de los Estados Pontificios. A mediados de junio cerca de 600 volúmenes de la bien dotada biblioteca del Colegio, fueron trasladados al Seminario gestionado por los padres Barnabitas.

Ese clima de gran tensión en la ciudad de Bolonia, previo al Breve de extinción Dominus ac Redemptor de 21 de julio de 1773, y el temor a desórdenes públicos, explica la detención y destierro del P. Isla, un suceso que fue motivo de una larga carta de Zambeccari, conocedor del interés que en Madrid despertaría ese suceso. La noche del 8 de julio Isla y el P. Francisco Janausch, un sacerdote que había sido predicador en el Colegio de León, fueron detenidos y encarcelados, y dos días después se unía a ellos, llegado de Cento, donde residía, Antonio García López, un escolar del Colegio Real de Salamanca. Según Zambeccari, la orden procedía directamente de Clemente XIV, y la acusación era por escrituras temerarias, si bien en ella había intervenido el comisario español Fernando Coronel, en estrecho contacto con el Arzobispo Malvezzi56, y antiguo conocido de Isla, pues hacía años había intercedido a su favor cuando Coronel servía en Pamplona al virrey de Navarra, conde de Maceda, y fue despedido57. En el informe que el agente de negocios remitió a Grimaldi se comentaba las actividades de Isla en la ciudad a favor de la Compañía, y la «audacia con que hablaba de los soberanos y del Papa». Zambeccari narraba, a modo de ejemplo, el incidente protagonizado por Isla en casa de uno de los prohombres boloñeses, el mariscal Welf, conde de Pallavicini, quien lo había invitado a comer. Durante el almuerzo había surgido como tema de conversación la posible beatificación del Venerable Palafox, y el dueño de la casa realizó comentarios alusivos a la excesiva oposición de la Compañía a la causa, a lo que respondió Isla con tono desabrido y descortés, muy habitual cuando el nombre del obispo de Puebla era mencionado en su presencia, como quedó expresado en una de sus cartas al diplomático Manuel de Urcullu: «dádole ha que ha de ser canonizado cierto Obispo (cuyo catolicismo fue muy dudoso) aunque el Espíritu Santo no quiera: Si lo fuere será dichosa la Puta que le parió»»58.

El encarcelamiento de Isla fue seguido de un minucioso registro de sus papeles por el comisario real Francisco Coronel y el Arzobispo Malvezzi, calificado por Isla de saqueo universal59, sin que se obtuvieran pruebas acusatorias60, pero la inmediata firma del Breve de supresión de la Compañía aconsejó mantener a Isla en prisión y, posteriormente, desterrarlo de Bolonia «porque estaba muy introducido en todas partes, y que con sus truhanadas, se mezclaba y hacía que otros entrasen en asuntos muy serios»61. Malvezzi romo estas determinaciones irritado por las manifestaciones críticas a su actitud antijesuítica, en su opinión escandalosas, que no había dejado de manifestar desde que se instalara en la ciudad en 1771, y en prevención de cualquier alteración del orden público.

La puesta en libertad de los detenidos no se produjo hasta el 27 de julio, seis días después de la firma del Breve Dominus ac Redemptor. Cuando salieron de las cárceles arzobispales tras 18 días de prisión, Isla, Janausch y García López recibieron la orden de que quedaban desterrados en las poblaciones de Budrio, Castel San Juan y Castel San Pedro, situadas en la misma legación boloñesa, y con la prohibición expresa de trasladarse a la ciudad62, pues Malvezzi deseaba quebrar la comunidad jesuítica, alejando a aquellos que podían tener mayor influencia por su capacidad de persuasión «per isnervar quanto sia possibile un corpo, que anchor morto si deve riguardar con cautela», como indicaba en carta a Clemente XIV de 5 de agosto de 177363.

Sabemos del interés del cardenal Malvezzi por mantener a Isla desterrado en Budrio, por considerarlo un peligro para la seguridad pública, pues en opinión del prelado Isla deseaba volver a Bolonia con el fin de seguir cultivando la amistad de gentes «opuestas al gobierno presente»64, en particular la aristocracia boloñesa, muy proclive a la Compañía65, y dedicarse a escribir contra quienes consideraba enemigos de la extinta Compañía. Según su biógrafo, el también jesuita exilado Juan José Tolrá, que publicó en 1803 un texto hagiografías sobre el escritor con el seudónimo de José Ignacio de Salas, la influencia de Isla sobre la sociedad boloñesa era muy estimable, pues «hacíase admirar, como repetidas veces lo decían los mismos señores y sabios boloñeses, por la extensión de sus conocimientos, por su penetración, viveza y prontitud de ideas y por la gracia de sus palabras y discursos»66. Por ello, la intención del arzobispo era mantenerlo desterrado en Budrio y, como señalaba Coronel, «por su gusto lo tendría en reclusión perpetua»67, si bien el destierro se prolongó hasta septiembre de 1775, poco antes de la muerte de Malvezzi el 3 de diciembre de aquel año. Cuando regresó a Bolonia fue objeto del homenaje de la aristocracia boloñesa projesuita en desagravio por la humillación de su detención y destierro: «El recibimiento que tuvo en su regreso [...] arguye por sí mismo, sin necesidad de formar una particular descripción, cual fue el numeroso concurso de personas a visitarle y manifestarle por su venida una complacencia que las circunstancias del tiempo no permitían fuese efecto de mera política y menos de ficción»68, pasando a residir, con todas las comodidades, al palacio de los condes Tedeschi, donde murió el 2 de noviembre de 1781.

La correspondencia de Zambeccari tuvo un especial interés por informar sobre como eran vividos en Bolonia acontecimientos de la política europea, y sobre todo las noticias y rumores que ofrecieran luz sobre la posición de Austria en la cuestión jesuítica. Un ejemplo de lo primero fue la percepción entre los jesuitas españoles residentes en la ciudad de la caída de Choiseul el 24 de diciembre de 1770, que fue celebrada como una gran victoria de la Compañía, y que motivó la celebración de la festividad de San Ignacio en 1771 «con toda pompa y lucimiento»69, una opinión de la que también participaba Manuel de Roda, quien al comentar con su amigo José Nicolás de Azara la caída de Choiseul afirmaba: «Yo no me extraño que los romanos y los jesuitas hayan aplaudido este suceso como tan importante para sus intereses»70. Pero los rumores sobre Austria eran los más seguidos y auscultados, ya que el Canciller Kaunitz había sostenido la neutralidad de Austria en el enfrentamiento entre la Compañía y la Casa de Borbón71, y la actitud de María Teresa, tan próxima a los jesuitas, ante las peticiones de extinción era una incógnita por desvelar. Zambeccari recogía y remitía a Grimaldi todo aquello que podía servir para desentrañar el interrogante austriaco, dado que su proximidad a la Lombardía le permitía pulsar el estado de opinión, al menos en aquel territorio, cuyas Gacetas eran escrutadas por Zambeccari con el máximo interés. En julio de 1767, se decía que la Compañía había perdido el favor de Viena, y que José II apoyaba la secularización. Pero el momento de mayor atención se produjo en septiembre de 1767 cuando fueron prohibidas en Milán las misiones jesuíticas. El 14 de septiembre informaba Zambeccari a Grimaldi del fin de las misiones en aquella ciudad, y que el Padre Carlo Melzi, responsable de las misiones milanesas había afirmado que «ésta era la última desgracia y perdición de la infeliz ciudad de Milán»72. En realidad, la prohibición, iniciada al no conceder licencia de impresión a un manual del propio Melzi dando reglas para las misiones, se debía a los deseos del conde de Firmian, Gobernador plenipotenciario de Milán y ejecutor en la Lombardía de las órdenes procedentes de Viena, de impedir que los jesuitas monopolizasen la acción pastoral en la ciudad en menoscabo del clero secular y promover así una religiosidad más sobria e interiorizada73.

El Cónclave que eligió como Pontífice a Clemente XIV en 1769 fue seguido con gran expectación en Bolonia, probablemente la ciudad que vivió las noticias de la elección papal con mayor inquietud, después de Roma. Pocos dudaban en la ciudad que la muerte de Clemente XIII el 2 de febrero de 1769 suponía un golpe mortal para el futuro de la Compañía. Zambeccari recogía este estado de opinión muy extendido entre los jesuitas castellanos allí residentes: «uno de ellos dijo públicamente que habiendo muerto el Papa, los jesuitas habían recibido la extremaunción»74. La tardanza de los cardenales españoles Solís y De la Cerda en llegar a Roma para participar en el Cónclave, pues no lo hicieron hasta finales de abril, dio lugar a todo tipo de especulaciones y abrió un resquicio de esperanza a los jesuitas, que esperaban que el Cónclave, dominado todavía por los cardenales curiales, eligiera un pontífice próximo a la Compañía antes de la llegada de los cardenales no curiales. La visita de José II, acompañado de su hermano el Gran Duque Pietro Leopoldo, al Cónclave, también dio lugar a infinidad de rumores fue Zambeccari procuró trasladar, sintetizados, a Madrid. En Bolonia se había difundido la noticia que los dos hijos de María Teresa habían visitado Roma para interceder a favor de la Compañía y que, a cambio, los jesuitas habían obsequiado a ambos con grandes sumas de dinero, que en el caso de José II habían alcanzado la fabulosa cantidad de dos millones de zequíes75.

La elección del cardenal Ganganelli como Clemente XIV inició un ciclo en el que los estados de ánimo fluctuantes entre los jesuitas protagonizó el contenido de la correspondencia de Zambeccari. Si en mayo de 1770 se consideraba en Bolonia que la suspensión de la Compañía era inmediata, y que «estos jesuitas hállanse con la mayor agitación y miedo», en el mismo mes de 1771 el optimismo se había extendido entre la comunidad jesuita de Bolonia y sus muchos partidarios: «estos jesuitas no dudan de cantar victoria, diciendo públicamente que no tienen más miedo de su abolición»76. Sin embargo, la ofensiva lanzada por el Cardenal Malvezzi en los primeros meses de 1773 fue entendida por la comunidad jesuita de Bolonia y sus seguidores como prueba de la inminencia de la supresión. Cuando esta llegó la aceptación fue total al haberse interiorizado lo inevitable de la extinción: «He estado observando los movimientos de este numeroso cuerpo disuelto, para dar a V. E. noticia de los efectos de la abolición, a fin de que llegase fundada a la de S. M., y habiendo sido recibida con la mayor conformidad de los interesados, tengo la satisfacción de comunicarlo a V. E. añadiendo que no me han dado el menor motivo para hacer una ligera prevención, todos quedan vestidos en traje de seculares»77. Sólo quedaba un atisbo de esperanza ante la posibilidad de volver a España, una vez extinguida la Compañía. Una circular de la Secretaria de Estado vaticana a los legados pontificios les informaba que Su Santidad consideraba libres a los jesuitas españoles para marchar donde quisieran, incluida su patria. De inmediato esa posibilidad fue descartada por las autoridades españolas. Los jesuitas seguirían en el exilio, atados a las pensiones que les permitían sobrevivir cada vez con mayor dificultad y a la vigilancia de los comisarios reales. De los 782 jesuitas expulsados de la Provincia de Castilla, un total de 333 murieron en la legación de Bolonia y allí fueron enterrados. De ellos, 185 eran sacerdotes (el 44'2 % del total de la Provincia), 124 coadjutores (el 48'4 %), y 24 escolares (22'2 %). Isla recibió sepultura en la parroquia de Santa Maria de la Muratele. En su lápida sepulcral se hacía un elogio de sus talentos, a los que se comparaba con los de Cicerón, Tito Livio y Horacio, y de su ingenio eleganti, varietate, amoenissime, pero no se olvidaba lo que tenía de común con sus hermanos del exilio bolones, al cabo un desterrado rerum humanarum fluctibus dire vexatus, fuertemente maltratado de humanas tempestades.





 
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