El ver salir
vitoriosa a la astuta Feliciana de su empresa dio nuevos alientos a
las confederadas en la estafante profesión para animarse a
no ser menos que ella; y así la hermosa Luisa, que era a
quien le tocaba la segunda conquista, después de haberse
asegurado bien, estando algunos días en Caramanchel de Abajo
(aldea cerca de Madrid), volvió a la corte, trayendo el
coche (capa destos embelecos) nueva cubierta, diferentes caballos y
cochero, de suerte que en todo volvió desconocido a los ojos
de los cortesanos.
Ya tenía la
astuta Luisa mirado bien en quién había de ejecutar
la presa, y así buscó casa en la calle que llaman del
Sordo, donde supo que vivía un genovés rico y ya
entrado en edad, que había poco que llegara de Génova
a Madrid a entrar con otros amigos y deudos suyos en unos asientos
que se hacían con Su Majestad.
Era este personaje
viudo y algo verde de condición, muy servidor de damas, pero
no muy liberal para lo que debe ser quien quiere parecer airoso con
ellas. Tenía coche, cuatro criados y un ama que le
servía.
Enfrente de la
posada déste (cuyo nombre era César Antonio)
tomó cuarto de casa nuestra dama sevillana; era el principal
de ella con balcón a la calle. El traje con que quiso entrar
fue el de viuda, al modo destas que enjugan brevemente el llanto de
sus difuntos esposos y, mintiendo achaques, tripulan luego la
bayeta del monjil, el anascote del manto y la holanda de las tocas,
convirtiéndolo en gorguerán, tela de lustre y
transparente cambra y, no dejando en reclusión el cabello,
sino sacándole con tufes por los lados y tal vez con algunos
rizos que adornan el bien acicalado frontispicio de las viudas.
Desta data se presentó la hermosa Luisa, quedando en tal
traje apetitísima y sobremanera bella.
Habiendo, pues,
hecho aderezar el cuarto muy conforme al estado que mentía,
se fue a él en su coche con no poca autoridad, porque su
madre le sirvió aquí de dueña, en
compañía de la buena Bañuelos y su hermana (en
diferentes paños) de doncella, con título de que
había de pasar plaza de parienta suya. Mogrobejo,
honestamente aliñado, iba al estribo del coche.
Con esta familia
entró Luisa en su nuevo albergue en ocasión que el
genovés estaba en un balcón de su casa
mirándolo todo, y no poco deseoso de saber qué vecina
se le iba a su calle. Paró el coche; apeáronse
dél, y subiendo arriba, lo primero que hizo la dama (que ha
de ser el héroe deste discurso) fue salir al balcón y
dejarse ver en él sin manto, muy descubiertamente, del
genovés, que estaba hecho un Argos mirándola,
pareciéndole no haber visto más perfecta hermosura en
su vida. Bien lo echaba de ver la astuta moza, mas hacía que
no reparaba en él; miró a un lado y otro la calle y
después, poniendo los ojos en el balcón del vecino,
ocasionó con su vista que él la hiciese una gran
cortesía de que tuvo correspondencia en la viuda, si bien
dijo luego algo alto para que lo oyese:
-¡Jesús, y qué descuido ha sido tan grande el
de no haber hecho poner aquí una celosía! No me pase
de mañana sin que se ponga, que no es recato de mi estado y
calidad ponerme tal vez a este balcón sin ella.
Aquí
tomó ocasión el genovés para decirla:
-Lo que a V. M. le
es tan conveniente, les está a sus vecinos muy mal, pues es
darles la luz del sol con eclipse de rejas; no me espanto, que
él es tan hermoso, que no merecemos su presencia,
sólo nos quedará el contento de asistir cerca de su
esfera, en que no me tengo por poco dichoso con tal vecindad.
Con una
seña de besarse una blanca mano (que entonces sacó
del guante) significó Luisa estimar el favor, y sin hablar
palabra, haciendo al genovés una cortesía, se
entró, dejándole rendido a su belleza.
Aquella noche
misma quiso saber del escudero quién era su ama, y él
(industriado en lo que había de decir por Teodora) le dijo
ser una señora de Zaragoza llamada doña Ángela
de Bolea, que había sido casada con un gran caballero de
aquella ciudad. Su venida a la Corte era aguardar a un hermano de
su padre que venía de las Indias, riquísimo, el cual
la había de hacer su heredera de todo cuanto traía,
que serían más de ochenta mil escudos, y que
éste la socorría con más de dos mil cada
año, por haber quedado pobre.
Creyólo
todo el genovés y confió que por la vecindad
tendría entrada en su casa. Envióla con el escudero
un cortés recaudo, ofreciéndose con cuanto
había en su casa y que tendría a suma dicha valer
algo para su servicio, a que se le respondieron agradecimientos
corteses a su oferta. Con esto se alentó él a enviar
de allí a dos días otro recaudo en que pidió
licencia para visitarla; alcanzó de la dama su
beneplácito y lo mejor aliñado que pudo,
acompañado de sus criados, le entró a hacer la
visita. No halló menos apercebida a la fingida viuda, que
como su principal intento era tirar a granjealle la voluntad,
estaba en todo con advertimiento.
Hallóla en
su estrado de terciopelo negro y cerca dél, en una alfombra
negra, sus dos dueñas reverendísimas, de mantos,
monjiles y tocas; en fin, todo muy en orden para dar a entender la
calidad que habían publicado. Si mucho se pagó el
genovés de lo hermoso de la dama, no lo quedó menos
de lo razonado, que como era discreta, le mantuvo una larga hora de
conversación muy entretenida, sazonada con gustosos chistes,
de que el genovés fue muy engolosinado y deseoso de volver
otras veces, pidiéndole licencia para esto. No la
halló fácil en ella, por saber con experiencia que
tiene más estima lo que más se desea, si bien no del
todo le dejó descontento, diciéndole que ella
tenía algunos deudos allí de su marido, y que por
ellos no admitía el favor que la hacía, que eso
había de ser de cuando en cuando, que así
estimaría ser visitada dél. Con esto se
despidió el genovés, prometiéndose que su
buena vecindad la obligaría a más llaneza. Con esto
la hacía algunos presentes de las nuevas frutas del tiempo,
todo cosa poca y de poco valor, cosa que dio a la dama cuidado,
conociéndole el fondo de miserable, y le puso dudas de su
empresa.
Entre los criados
que el genovés tenía era uno español, natural
de Toledo, que le había recibido allí porque era
diestrísimo en la música y de gallarda voz,
juntamente con una punta de poesía que le penetraba todo el
cerebro: éste quiso que fuese el festejo de la hermosa
Luisa, con airosos tonos que la cantase; y así una noche de
las de verano, que vio a la dama en su balcón
acompañada de su familia, quiso entretenerla con las gracias
de Leonardo (que así se llamaba el músico), y
habiéndole hecho poner en el balcón de enfrente,
después de haber templado su instrumento, cantó esta
letra:
Las esmeraldas
que al Tajo
la primavera le dio,
en sus márgenes le roba
del cano invierno el rigor.
Las verdes
plantas que fueron
en su apacible sazón
tálamos de amantes
aves,
quietud del vuelo veloz,
ya sin la pompa
de abril,
en diciembre helado son
cadáveres, ostentando
lo que el verdor animó.
Lauro (que en
verlas renueva
los sucesos de su amor)
a la quietud de los campos
les dice en sonora voz:
La fortuna, el
tiempo y amor
tres enemigos terribles son.
¡Ay qué rigor, ay
qué rigor!
No hay estado
seguro de su condición;
que si el uno le trueca le ayudan
los dos.
¡Ay qué rigor!
Hizo Leonardo
ostentación a su sonora voz al mismo tiempo que de sus
versos, pues la letra que cantó era suya, que como patriota
de Toledo no se olvidó del caudaloso Tajo, que le cerca con
sus cristalinos muros. Con esta letra cantó otras de la
misma data, que era tan presumido que no ponía en la
guitarra tono que no fuese suyo; en éste no venía a
ser falta, por ser único en la música, pero en otros
que tienen esta condición llevados de su fiducia más
que de su ciencia, viene a ser ignorancia y poco conocimiento de
las ventajas que les hacen otros ingenios de más fama, y
así, si alguno destos llega a poseer oficio en alguna
iglesia, les hace oír toda la vida una cosa a los
capitulares della, con no pequeño enfado suyo, porque comer
siempre de una vianda, aunque sea buena, enfada, ¿qué
será si es desabrida?
Volviendo, pues, a
nuestra música, ella fue a gusto de la señora viuda,
que así se lo envió a decir esotro día con el
escudero al vecino, con el cual él pidió licencia
para verla y le fue concedida. En esta visita nuestro amante,
declarado ya por tal, ofreció montes de oro a la astuta dama
y prometió finezas. Oyóle muy falsa,
atribuyéndolo a lisonja lo que él la vendía
por amor de veinte y cinco quilates. Quisiera la dama que las obras
lo dijeran y no vía orden, porque el genovés
podía apostarlas al más avariento indiano. Con todo,
aquella tarde la hizo un presente de guantes y abanicos, todo poca
cantidad, que aun la ocasión del aire quiso dar limitada,
librándolo en el puerto de Guadarrama, proveedor de los
refrigerios del verano de Madrid.
Mucho se
desanimaba Luisa de ver esto, y así quiso comenzar a
desenvainar sus ocultas gracias, advirtiendo al vecino que le
quería pagar una noche su música con otra, sin salir
fuera de su casa a buscar a ningún músico;
pensóse el genovés lo cierto que era ella quien
había de cantar y así, acompañado de Leonardo,
su criado, se puso en el balcón la noche que tuvo certeza
que había de ser. En él aguardó a que su dama
saliese, la cual, acompañada de sola Feliciana, con una bien
encordada guitarra se pusieron a su balcón. Era ya tarde,
que se aguardó a eso porque se atribuyese a recato, y con el
silencio de la noche, quien primero le rompió fue la fingida
viuda cantando así:
Ya la nieve de la
sierra
se desataba en cristales,
y en dos márgenes de
flores
arroyo les mira un valle.
Undosa
cítara ostenta
en los agudos y graves,
su sonorosa armonía
siendo las guijas los trastes.
Con dulces coros
la ayuda
la capilla de las aves,
al compás que el viento
lleva
con las hojas de los sauces.
Miraba las aguas
puras
Belisa en su verde margen,
y en su sonoro instrumento
dice rompiendo los aires:
«Arroyuelo
que en campos de flores
con ondas de plata caminas
libre,
dile a mi amor, dile
que Belisa amando, muere de
firme.
»Arroyuelo
transparente
que haces con dulce
armonía
salvas a la aurora fría
en los balcones de Oriente,
si acaso vieres mi ausente,
con lengua de plata, dile
que Belisa amando, muere de
firme.»
Acabó la
dama con dulces pasos de garganta, en que hizo lucido alarde de su
destreza causando admiración a su amante y mucho mayor a
Leonardo, que como presumía en la facultad, casi la
reconoció ventaja en la voz, no en la destreza, que era tan
desvanecido que al mismo Orfeo no se la diera. Quietáronse
un poco, y queriendo hacer la fiesta doble cantaron juntas las dos
hermanas esta letra:
¡Ay, que en
el valle me miran
unos ojos con dulce rigor;
con su ausencia me abraso de
celos,
con su vista me muero de amor!
De cualquier
suerte es penar
quien amando ha de servir,
en ausencia con sentir
y en presencia con mirar.
Celos, a
desesperar
inclinan mi cobardía,
y amor a seguir porfía
la causa de mi dolor.
Con su ausencia
me abraso de celos,
con su vista me muero de amor.
Quedaron los
oyentes con esta graciosa letra, cantada con tanta gracia y
destreza por las dos hermanas, con notable suspensión,
pareciéndoles no haber oído tal cosa en su vida.
Así lo afirmó Leonardo, más morigerado con tan
valiente desengaño, quedándole el consuelo para
sí de que entre los hombres era el único en el orbe.
Cerróse el balcón y recogiéronse en las dos
casas a dormir con diferentes intentos, porque la hermosa Luisa no
era el suyo otro que aficionar al genovés, para encaminar su
estafa en el modo que mejor se la ofreciese la ocasión; y el
rendido amante no ponía el cuidado en otra cosa sino
cómo gozaría de la dama; no considerando que, falta
de juventud y de gallardía, había de suplir esto su
dinero, cosa que él guardaba mejor que el día
más festivo del año.
Emprendió
Luisa dar un tiento a este inexpugnable varón con poca cosa;
y así estando un día de visita con él, se
oyó un ruido abajo entre Mogrobejo, el escudero, y otro
hombre. Preguntó la dama qué era aquello,
sabiéndolo mejor que nadie; fuele dicho que su escudero lo
había con un criado del dueño de la casa que
habitaba. Mandóle subir, diciendo primero al
genovés:
-Vuestra merced ha
de perdonar mi curiosidad en averiguar esta rencilla, que no lo
hiciera en presencia de otro que no fuera tan señor
mío.
Estimó el
galán que con él se usara aquella llaneza,
juzgándole con lo dicho por muy de casa. Subió en
esto Mongrobejo muy colérico, y preguntada la causa de su
enojo dijo ser muy justo, pues el criado del dueño de la
casa, que venía a pedir el alquiler de aquel cuarto, que se
usa dar el año adelantado, quería subir a hablar en
ello arriba, y porque le había impedido el hacerlo era la
reyerta, diciendo que era excusa para negarse.
Mandóle
subir la señora Luisa, y entró un mozo vestido como
paje y buscado para hacer aquel papel, a quien dijo la dama:
-Gentil hombre,
dirá al señor su dueño, que ya veo la
razón que tiene en pedir lo que ha un mes que le
había de haber dado, según es costumbre en esta
Corte; pero que le aseguro que no me ha llegado un dinero que
espero de Sevilla, y que al presente me hallo sin un real, que por
ocho días le suplico me espere, que si en ellos no viene,
buscaré modo para que quede satisfecha su queja justa y
cuando otro día le dijesen que hay visita, crea que es
así y no buscar causa para negarme.
Con esto se fue el
supuesto sirviente y la dama se volvió al genovés,
diciéndole:
-Prometo a V. M.,
señor César Antonio, que han sido tantos los gastos
que estos días se me han ofrecido, que me traen corta de
dinero, de tal suerte que no puedo pagar una miseria como son 1.000
reales del alquiler deste cuarto.
Bien
entendió ella que esto bastaba para que liberalmente el
aficionado varón se ofreciera a pagar por ella tan corta
cantidad; más excusando el lance, dijo:
-Creo yo muy bien,
mi señora, cuanto V. M. me dice, que estamos en unos tiempos
tan trabajosos, que en la más gruesa hacienda vemos estas
quiebras y por la mía pasan cada día.
Picada
quedó la dama de haber echado este virote al aire, y
conoció en el sujeto conchas y haber menester agudos arpones
para penetrarlas. Moviéronse otras pláticas con que
se acabó la visita, quedando en ella la dama no poco
descontenta, con que la obligó a buscar otro modo para
sacarle jugo a aquel pedernal Faraón.
Era nuestro
Mogrobejo único hombre en la pluma, y de tal habilidad en
contrahacer cualquiera letra, que no había en el orbe quien
le excediese. A éste le encomendó la dama que
procurase imitar la firma de algún genovés de Sevilla
de los más conocidos, y que esto lo podría hacer
acudiendo a las casas de hombres de negocios, donde se despachaban
letras. Ofrecióse a servirla con puntualidad el viejo,
sabiendo que de la vitoria destas conquistas tenía parte,
como todos, en los despojos, y esto se lo facilitó ser de un
cajero de un genovés que asistía en la Corte, muy
amigo suyo desde su mocedad. Con éste se vio algunos
días, en los cuales, asistiendo a su escritorio, vio
despachar algunas letras, entre las cuales tuvo atención a
la de un poderoso genovés que estaba de asiento en Sevilla,
cuyo nombre era Carlos Grimaldo; déste la imitó con
tanta propriedad, que de una a otra no había diferencia
alguna. Vino con esto muy contento a casa y no lo estuvo menos la
dama, pues con tan buena ayuda le industrió en lo que
había de hacer.
Aunque miserable
el genovés amante, no dejó de conocer que para
galán y pretendiente de su vecina había andado muy
corto en no ofrecerle la cantidad que la venían a pedir por
vía de empréstito, pues, cuando la perdiera, eso se
aventuraba y no empeño de mayor cantidad, si es que
había de proseguir en su martelo. Vio que era imposible
enmendarlo, habiendo pasado después del lance más de
seis días, y así, esos estuvo que no vio a la dama,
cosa que le puso en cuidado, por parecerle que se le había
espantado la caza. Tomó, pues, un día el
genovés un achaque para volver a la continuación de
su martelo, y así una tarde, cerca de las oraciones,
entró en su casa, pidiendo mil perdones de su ausencia.
Comenzóle a dar quejas de su olvido la dama, y él a
dar a ellas disculpas de que forzosas ocupaciones le habían
estorbado lo que era tan de su gusto, y que aquel día
había acabado con ellas comenzando a divertirse
yéndose a la comedia, por saber que se representaba en ella
un entremés que había escrito su criado Leonardo, del
cual venía muy contento por haberle parecido muy agudo y
gracioso.
-¡Oh,
quién le viera, dijo a este tiempo la dama con mucho afeto,
que de su buen ingenio me prometo que sería muy
sazonado!
-Fácil es a
V. M. cumplir su antojo, dijo él, porque la comedia que con
él se hace es del fénix del orbe Lope de Vega Carpio,
intitulada La ilustre fregona, y es tal, que durará
algunos días con lo bien que representa aquel papel la mayor
cómica que ahora se conoce, que es Amarilis; y
así prevendré aposento donde V. M. la puede ver
mañana.
-¡Jesús, señor mío! -dijo la dama (no
queriendo que pasase en cuenta de servicio aquél tan
pequeño que la ofrecía)-, mi hábito no es para
ver comedias.
-El embozo
-replicó él- lo puede disimular, pues la edad no pide
tanta reclusión.
-Aunque eso lo
encubra -dijo ella- no me pondré en esos lances, si bien
otras de menos años de viudez no miran en eso; pero yo debo
reparar, porque aguardo a un tío que es muy escrupuloso en
estas cosas y no quiero que halle fama de mí que ando en
divertimientos.
-Vuesa merced lo
mire -dijo el genovés- con la cordura que es razón,
pero si de un vecino se permite traerle por fiesta la misma
representación de amigos de Leonardo, yo quiero servir a V.
M. con ello una noche sin que entre aquí otra persona que yo
y las amigas que vuesa merced quisiere.
-Aún eso
-dijo la dama- podré acetarlo, como se cumpla con el rigor
que V. M. lo promete.
-Así se
hará -dijo él- y será con brevedad. Porque
él lo tenía dispuesto de hacer con amigos suyos en
una holgura y lo podían hacer aquí mejor.
Con esto se
habló en otras materias, y por ser aquel día de
estafeta de la Andalucía, le preguntó la dama
qué nuevas tenía de Sevilla; él dijo que no le
escribían novedad alguna en aquel ordinario.
-A mí me ha
venido esa carta -dijo ella- de un genovés que se
corresponde con mi tío en Indias, que en esta ocasión
la he estimado mucho; léala V. M., que quiero saber si le
conoce y a la persona que él dirige una letra.
Tomó la
carta de la mano de la dama, y esforzándose a leer sin
antojos, por no confesar edad en la presencia de la dama, dijo
así:
«Por esperar
en el navío de aviso nuevas más frescas del
señor capitán Bolea, tío de V. M., he dilatado
el hacer esto. Queda con salud y ya previniendo su partida; no
escribe a V. M. por la ocupación, sólo me manda la
libre 800 pesos en la persona para quien va esa letra; así
lo hago, deseando en cosas de más importancia servir a V.
M., a quien guarde Dios muchos años, etc.,
Carlos
Grimaldo.»
Dentro de la carta
viene la letra que dice así:
«Pagará V. M. por esta primera, señor Juan
Baustista Lomelín, a la señora doña
Ángela Bolea, asistente en esa corte, ocho mil reales en
moneda doble a cuarenta días vista, por otros tantos
recibidos aquí del capitán don Gonzalo Bolea, su
tío, y póngalos V. M. a mi cuenta. Cristo con todos.
En Sevilla a 12 de Septiembre de 1630.
Carlos
Grimaldo.»
-El dueño
desta carta -dijo el genovés- es una persona muy conocida y
caudalosa, y a quien viene la letra lo es tanto como él.
-Basta que V. M.
lo asegure -dijo la dama; ¿pero no es terrible rigor,
señor César Antonio, venir a cuarenta días
vista? ¿Qué tengo de hacer yo, pobre de mí, de
aquí a que se cumplan, con mis forzosas obligaciones a que
acudir?
Aquí le
pareció al genovés que tenía lugar su oferta,
sin daño de su dinero, por vía de empréstido,
y así la dijo:
-A V. M. no le
dé ningún cuidado esas dilaciones teniéndome a
mí para servirla. ¿Qué se le ofrecerá a
V. M. por ahora haber menester que la preste?
-Cuatro mil reales
-dijo ella con no poca alegría viendo que el pez caía
en el anzuelo.
-Pues
véngase Mogrobejo mañana a casa, que yo se los
daré hasta que V. M. cobre su letra por entero.
Agradecióselo ella con muchas muestras de amor, el socorro
que la hacía, y al volverle la letra al genovés se
dejó dél tomar la mano, aunque con algún
recato, cosa que le dejó transportado y con alientos de
ofrecer toda la cantidad (sobre la letra, se ha de entender).
Con esto se
despidió de la dama, quedando ella contentísima de
haberle salido bien aquel seguro lance, previniendo otro mayor en
que dejarle estafado a su satisfacción. Quiso cumplir su
palabra el enamorado César esotro día y no aguardando
a que Mogrobejo viniese, mandó contar el dinero en reales de
a ocho segovianos y que Leonardo se los llevase, no cargando
él con ellos, porque su presunción no lo
permitía ni la profesión de poeta que se llegase tan
cerca de la moneda.
Agradeció
la dama la puntualidad y más en venir con oferta de que
aquella noche, si gustaba, se le quería hacer la fiesta del
entremés. Todo lo acetó con mucho gusto y dejó
con lo afable más rendido al genovés y a Leonardo
alentado para mostrarla las partes de su ingenio así en la
música como en la representación.
Quiso la
señora Luisa que esta fiesta fuese aplaudida de damas, y
así convidó a las dos amigas y a su madre,
introducidas en la estafante profesión e interesadas en
ella, y a prima noche vinieron en el coche y juntamente con ellas
otras amigas de aquel barrio, mozas y bizarras. Prevínose la
sala de luces y de pomo en brasero que exhalaba suavísimo
olor, acomodándose en su estrado, y el genovés en una
silla cerca dél, de donde podía hablar a su gusto con
su dama.
Púsoles
silencio ver entrar tres músicos, y entre ellos Leonardo,
que con tres guitarras cantaron esta letra:
Duplicado sale el
sol
en los hermosos zafiros
de la divina Gerarda
que hace estos campos Elisos.
Regocijo muestra
el prado
viendo que sus pies divinos
con solo el tacto le aumenta
las violetas y los lirios.
Sonoras salvas
la hacen
los pintados pajarillos,
cantando varios motetes
en los álamos y alisos.
Suspendía
Manzanares
sus cristales fugitivos,
porque su rara hermosura
es para todos hechizo.
Olvidando los
pastores
sus ganados y cortijos,
vienen a ver de beldad
un soberano prodigio.
En cuya
presencia, Lauro,
(sujeto al rapaz Cupido),
templando el dulce instrumento
esto en su alabanza dijo:
«Albricias, zagales,
que dos soles alumbran el
valle;
y las plantas se alegran,
las flores se esparcen
viendo que sale
la que viene a ser
dueña
de libertades.»
Cantaron esta
letra con mucha gala y destreza, esmerándose Leonardo en
hacer el tono, porque la había escrito al propósito
de haber venido nuestra doña Luisa de las riberas del Ebro a
las de Manzanares. Dieron gusto al auditorio, el cual esperó
el entremés, que su título era El Comisario de
Figuras:
ENTREMÉS DEL
COMISARIO DE FIGURAS
Salió el COMISARIO con vara alta y una ropa
negra, herreruelo encima y gorra al uso, de terciopelo, y su
HUÉSPED.
COMISARIO
Es esta comisión,
huésped amigo,
del Nuncio de Toledo
despachada
para ser con rigor ejecutada.
Abunda el golfo desta Corte
insigne
de tanta sabandija en sus
honduras,
que he venido a limpialla de
figuras.
Yo salí a petición de
los discretos
que se pudren de verlas, y a su
costa
quitaré de Madrid esta
langosta.
HUÉSPED
Tal se puede llamar, seor
comisario,
plaga que ofende el español
distrito,
y no fueron mayores las de
Egipto.
COMISARIO
Yo imagino que en nada
diferencia
un hombre de figura acreditado
a otro en la locura
confirmado,
y el castigarle por aqueste
vicio
es de mi comisión el
ejercicio.
Pero, ¿qué ruido es
éste?
(Entra un ALGUACIL
1.º, con uno presumido de GALÁN, que trae en el sombrero
muchas cintas, cabellos y favores.)
HUÉSPED
¿Hay tal exceso?
COMISARIO
Mis alguaciles traen algún
preso.
ALGUACIL 1.º
Este galán en una esquina
hallamos
que a un balcón estaba
haciendo señas,
donde había una mona con dos
dueñas:
la mona, ejercitando las
quijadas
y ellas a su labor atareadas.
Fuese de allí, más
dos que le seguimos
a otro balcón, hacer lo
mismo vimos
y en él con su
temática porfía
con un alnafe a solas las
había:
da nota de figura en sus
acciones
adornando de flores, de
listones,
y de cintas y guantes el
sombrero.
COMISARIO
Decidme, ¿sois galán
o buhonero?
GALÁN
Todo lo vengo a ser
favorecido.
COMISARIO
Protofigura sois deste
partido.
¿Qué sombrero es
aqueste, gran figura?
GALÁN
Un pregonero es de mi ventura.
COMISARIO
¿Dónde habéis
hecho tan fatal estrago?
¿Traéis estas veneras
de Santiago?
GALÁN
De siete damas son, por mí
rendidas.
COMISARIO
Bien empleadas pero mal
perdidas.
¿Siete os quieren?
GALÁN
Y a todas digo amores.
COMISARIO
Hipocritón os juzgo de
favores.
GALÁN
Todos tienen envidia a mi
fortuna.
COMISARIO
Siete ostentáis y no
tenéis ninguna,
caballero de alardes tan
preciado,
pues así de figura
habéis jurado:
ponelde luego, y no se me
alborote,
del Nuncio de Toledo el
capirote.
GALÁN
¿Cómo?
COMISARIO
No hay que comer, hombre
importuno,
que de ahíto os
preciáis y andáis ayuno.
(Aquí le pusieron un capirote de loco pajizo y
carmesí y le metieron dentro, y entró el ALGUACIL 2.º con el LINDO.)
ALGUACIL 2.º
Aquí viene otro preso.
COMISARIO
¿En qué ha
pecado?
Decildo presto.
ALGUACIL 2.º
En lindo y confiado.
LINDO
¿No se me echa de ver en mi
lindura?
COMISARIO
Que por el tronco sube hasta la
altura
¿Quién os ha dicho a
vos que sois tan lindo?
LINDO
El efeto de ver a cuántas
rindo,
pues con solo mostrar mi blanca
mano
no dejo corazón libre ni
sano.
COMISARIO
¿Cómo os
llamáis?
LINDO
Don Fénix.
COMISARIO
¡Qué belleza!
Figura sois del pie hasta la
cabeza,
Ved lo que trae en esos dos
bolsillos.
(Míranle los bolsillos.)
ALGUACIL 2.º
Un papel de arrebol, peine y
espejo.
LINDO
Pues en verdad que vengo aun en
bosquejo.
COMISARIO
Mostradme ese papel que se ha
caído.
ALGUACIL 2.º
Él da de ser figura indicios
llanos.
COMISARIO
Esta es receta de aderezar las
manos.
¿Usáis mucho las
mudas y sebillos,
blandurillas, pomada y
vinagrillos?
LINDO
De todo me aprovecho.
COMISARIO
Dame risa;
bien os podéis llamar
Doña Fenisa.
Mozo estáis, pues en vos
cana no asoma
y ha mucho que pasó lo de
Sodoma.
¿Enrizáis el
cabello?
LINDO
Y con algalia.
COMISARIO
Este huevo es pasado por
Italia.
LINDO
Por señas que conmigo traigo
el bote.
COMISARIO
Figura al mar, ponelde
capirote.
(Pónenle el capirote, y éntrase, sale otro
ALGUACIL con una
DAMA.)
ALGUACIL 1.º
Esta dama a un espejo se
miraba
diciéndose requiebros a
sí misma.
DAMA
Es verdad que a mí misma
sola quiero.
COMISARIO
Es figura a pagar de mi dinero
Llegad acá, Narcisa de la
legua,
almendra que de dos está
preñada,
¿Cómo vivís de
vos enamorada?
DAMA
Porque me veo en todo muy
perfeta,
graciosa, bella, rica y tan
discreta,
que si a lo más hermoso he
de inclinarme,
yo lo soy y a mí propia debo
amarme.
COMISARIO
Segura viviréis de
competencia
de temores, de celos y de
ausencia.
DAMA
Así es verdad, por eso soy
mi amante.
COMISARIO
¿Hase visto locura
semejante?
Sin duda que por vos, dijo el
poeta:
«Traigo a
mi pensamiento
siempre
descalzo,
porque no
hallé la horma
de su
zapato.»
DAMA
Es ansí, más no
apruebe el Comisario,
que es bueno amar a un loco, a un
temerario,
a un lindo, a un jugador, a un
ignorante,
mi hermosura de porte tan
brillante
que de ninguno ha sido
competida.
COMISARIO
Archifigura es la presumida.
¿Asegúraos el tiempo
apresurado
que no tendréis lo fresco
acecinado?
DAMA
No.
COMISARIO
Pues caed, señora, en
vuestra cuenta
que os faltará la sal y aun
la pimienta.
Caed de vuestro entono, ved que os
daña.
DAMA
Caiga la gran Princesa de
Bretaña,
que no he de dar caída que
se note.
COMISARIO
Figura al Nuncio; denla
capirote.
DAMA
¿Capirote?
COMISARIO
Es buen traje aunque
bisoño;
guárdenle siempre su decoro
al moño.
(Pónenla capirote y vase; sale ALGUACIL 2.º y el POETA prestado.)
HUÉSPED
Otra figura en corro.
ALGUACIL 2.º
Viene preso
por querer ser poeta de
prestado,
y es mendigo de versos
declarado.
COMISARIO
¿Poeta sois, don Ganso?
POETA
Sí.
COMISARIO
¿Hay efeto?
POETA
Sólo por pasar plaza de
discreto.
De limosna me valen los poetas
para justas poéticas.
COMISARIO
¡Qué tretas!
¿Y si fuese el poeta un
ignorante,
es bien ser de ignorancias
mendicante?
Apolo de hombres tales forma
quejas,
pues con plumas prestadas son
cornejas.
POETA
Yo vivo en este error.
COMISARIO
Ved que es mancilla
Que pretendáis ser loco por
tablilla.
POETA
Poeta pienso ser.
COMISARIO
De paso y trote
Figura al Nuncio; dalde
capirote.
POETA
¿Qué es esto?
COMISARIO
Esté con grillos y
cadenas,
pues quiere ser bribón de
obras ajenas.
(Pónenle capirote; llévanle y sale el
ALGUACIL 1.º con otro
preso que es el preciado CABALLERO.)
ALGUACIL 1.º
De caballero superior a todos
se precia mucho el que traemos
preso.
COMISARIO
¿Y cuántos son los
coronistas de eso?
CABALLERO
Yo solo, y basto.
COMISARIO
Al basto no me allano:
otros lo han de decir, no vos,
hermano.
¿Cómo os
llamáis?
CABALLERO
Don Singular.
COMISARIO
Condeno
el nombre, para Fénix era
bueno.
CABALLERO
Deciendo de Pelayo y de
Favila.
COMISARIO
El solar es antiguo, que es de
godos.
CABALLERO
Por eso quiero preferirme a
todos.
COMISARIO
¿Andáis en coche
sólo?
CABALLERO
Día y noche.
COMISARIO
¡Quién os pusiera
fuego a vos y al coche!
Pasaréis en eternos
soliloquios;
caballero mental os considero,
¿tendréis
también durezas de sombrero?
CABALLERO
Gorra fija poseo, con los
títulos
me porto de merced.
COMISARIO
¿Y con los grandes?
CABALLERO
Llámoles
señoría o no les hablo.
COMISARIO
No sólo sois figura, sois
retablo.
CABALLERO
¡Hola! Tengo muy altivo mi
cogote.
COMISARIO
Figura al Nuncio; dalde
capirote.
(Pónenle capirote; vase, sale ALGUACIL 2.º con un poeta
CULTO.)
ALGUACIL 2.º
Este traemos preso por poeta
de estos que llaman
cultos; tuve aviso
del barrio en que vivía, y
en efeto,
le he cogido escribiendo este
soneto.
(Dale un
papel.)
COMISARIO
Si en estos hacéis presa,
tengo miedo
que quepan en el Nuncio de
Toledo.
Veamos el soneto, así
empezaba:
(Lea.)
«Bella difusa no, sí
luz algente,
a paranconizar la que pulula
crepusculante aurora se
vincula
diviciosa en celajes, sí
esplendente.»
¡Figura, figurón y
figurísima!;
figura de figuras sin
cimientos,
que es lo mismo decir cuento de
cuentos.
¿Escribes en el limbo o el
infierno,
que con lo oscuro das tormento
eterno?
CULTO
Esta de mi capricho culta
ciencia
vulgar no admite pedantina
plebe.
COMISARIO
¿Qué pedantina?
¡Bercebú te lleve!
Ministros figurosos, yo os
advierto
que desta gente no toméis
memoria.
ALGUACIL 1.º
¿Por qué?
COMISARIO
Por no cargar de tanta
escoria
y al gasto no poner
añadiduras.
ALGUACIL 2.º
Y aun despoblar la Corte de
figuras.
COMISARIO
Pague aqueste por todos el
escote.
CULTO
¿Cómo,
cómo?
COMISARIO
Ponelde capirote.
(Pónenle capirote y llévanle
dentro.)
ALGUACIL 1.º
De más figuras esta lista
abunda.
COMISARIO
Bien la podéis dejar para
otro día,
que me canso con tal
figurería.
(Entra el ALGUACIL
2.º)
ALGUACIL 2.º
De parte de los discretos,
señor Comisario, vienen
para divertirse un rato
a ofrecer un baile alegre.
COMISARIO
Agradezco su cuidado;
entren en buen hora, entren.
(Vase.)
ALGUACIL 1.º
Los músicos han salido.
COMISARIO
Ea, el regocijo empiece.
(Salieron a este tiempo tres músicos, dos mujeres
airosamente vestidas, con sombreros adornados de plumas blancas, y
con ellas dos bailarines bien aderezados y con plumas, y comenzaron
este baile:)
Figuras de
varios temas
los que de serlo os
preciáis
para ser nota de todos
y risa en todo el lugar.
Advertid,
atended y mirad
que un Comisario ha venido
por juez deste partido,
que a Toledo os pretende
llevar.
Los que el
frenesí moderno
para cansarnos usáis,
sin corrección que os
enmiende
ese necio delirar,
advertid,
atended, etc.
Yo conozco
figuras
a muchos mozos,
que si dejan de serlo
vivirán poco.
De figuras
abunda
la Corte, niña,
unas son de presa
y otras de pinta.
Hicieron el breve
baile con muy buen concierto, airosos lazos y excelentes vueltas,
con que se acabó la fiesta, quedando el auditorio de las
damas muy gustoso así dél como del entremés.
No quiso perder el que le escribió la gloria de las
alabanzas, y así salió a oírlas de todas
aquellas damas, en particular de doña Luisa, que se
celebró con notables exageraciones, con que quedó
nuestro poeta vanísimo y alentado para mayores desvelos, que
era dar fin a una comedia que estaba escribiendo, a quien daba
título de La dama sierpe. Él se pensaba que
por lo extraordinario se la habían de pagar los autores muy
bien, y engañábase, que no había cosa
más vista en la Corte que damas sierpes, que lo pudieran ser
en un retablo de San Jorge.
Acabada la fiesta,
el genovés (que tomó por su cuenta el regalar a los
cómicos) los hizo llevar a su casa, donde con una buena
colación salieron de allí muy agradecidos y
contentos. Desde entonces quedó César muy adelante en
la gracia de la dama, pues era favorecido della con los
lícitos favores que le eran permitidos, cosa que le daba
esperanza para alcanzarlos mayores.
Habían las
dos hermanas y las vecinas juntamente con sus criadas estudiado una
comedia, cuando vivían en la calle del Príncipe, la
cual al tiempo de hacerse no tuvo efeto por la desgraciada muerte
de don Fernando, galán de doña Luisa, y con la
ocasión de haber visto este entremés, quisieron
hacerla; concertóse, pues, la noche de la fiesta, que para
de allí a ocho días con dos ensayos se hiciese en
aquella misma sala. Volvieron a ver los papeles, y ya todo
prevenido así de galas como de lo demás necesario,
dieron aviso dello al genovés, permitiéndole que
él solo, con Leonardo y otros dos músicos, pudiesen
hallarse en la fiesta. Estimólo muchísimo, y
más sabiendo que su dama representaba vestida de hombre, que
era la comedia La tercera de sí misma, y ella
hacía el principal papel della.
Llegóse el
día de la fiesta, y juntas las amigas y otras que para ella
se convidaban, cuando todas aguardaban al genovés, vino
Leonardo a decirlas que por orden del presidente del Consejo de
Hacienda había sido llamado para acabar de efectuar unos
asientos con su majestad, a que había venido desde
Génova, y que así era forzoso asistir a ellos con no
poca pena por perder tan buen rato, que a él le enviaba con
otros dos amigos para que les ayudasen en la fiesta. Mostró
doña Luisa pesar de su ocupación, pero no le estuvo
mal haberla tenido, como adelante diremos.
La comedia se
representó muy bien, y todas hicieron sus papeles
excelentemente adornadas sus personas con lucidas galas, hasta
Mogrobejo hizo un papel de barba con la que él se
tenía muy autorizado, que era hombre de muy buen humor. Ya
que la comedia era acabada y estaban todas las damas en su primero
traje, vino César apesaradísimo de no haberse hallado
en ella. Exageróle Leonardo lo bien que todas habían
representado, y en particular su dama, que con el vestido de hombre
parecía un serafín y la más airosa cosa que
había visto en su vida. De nuevo sintió el
genovés su ocupación y estaba que se pelaba las
barbas de pesar. Mostró Luisa grandes sentimientos de que no
hubiese venido, una vez que ella disponía a salir de su
recato por darle gusto y haber de asistir a verlas. De nuevo
refirió la precisa ocupación que lo había
estorbado, y entre las damas se trató que para sólo
darle gusto a él se volviese a hacer la comedia para de
allí a ocho días, en la quinta del Condestable,
haciéndole a él el dueño desta fiesta, porque
supiese que el gasto había de correr por su cuenta.
Él se ofreció a que les daría comida y
merienda muy abundantemente, yéndose a la holgura desde por
la mañana. Así quedó concertado, advirtiendo
doña Luisa a su galán que le hiciese un vestido para
representar, que con el que había salido era de persona
más abultada y salía con él con disgusto; con
él le mandó buscar joyas de botones, cintillo,
cadenas y sortijas, y otro vestido de dama para salir antes que se
mudase de hombre. Todo lo acetó el genovés ya
rendido, y echaba a un lado la miseria, que esto puede el amor.
Aquí fundó Luisa su estafa avisando a su madre y
amigas de lo que habían de hacer.
El genovés
no podía ir a la quinta hasta salir del Consejo de Hacienda,
donde asistía todos los días, pero advirtió
que eso no estorbaría el acudir al mediodía
allá. Con esto mandó prevenir lo necesario para la
fiesta de comida y dulces, y ir allá sus criados a aderezar
una sala con colgaduras y otras con camas para si quisieren reposar
las damas.
Dos días
antes del concertado llevó el amante genovés a su
dama un vestido de mujer de tabí azul y plata, muy
guarnecido de pasamanos y alamares que había mandado hacer
para ella, y otro de raso negro bordado de oro de canutillo para
vestirse de hombre, para los cuales le habían tomado la
medida y obrádose con mucha priesa y costa, como se hace en
estas ocasiones en Madrid; junto con esto la llevó ricas
joyas de botones, cintillo, cadena y rosa del sombrero, todo con
diamantes. Con esto se mostró Luisa tan agradecida, que le
dio esperanzas que en la quinta alcanzaría el último
favor que deseaba, con que el genovés quedó loco de
contento.
En los dos
días que faltaban para el de la fiesta no se había
descuidado la astuta Teodora, madre de la héroe deste
discurso, que esas noches algo tarde dispuso que se llevase cuanto
había en casa a parte donde estuviese oculto, para hacer a
su salvo su hecho. Llegóse el día de la fiesta y ese,
antes de amanecer, ya los criados de César estaban en la
quinta previniendo lo que era menester.
El genovés
acudió a su Consejo, yendo a él en un macho andador
para acudir en saliendo de allí a la quinta con
brevedad.
Teodora, sus
hijas, Bañuelos y Mogrobejo se pusieron en su coche y, en
vez de salir por la calle de Alcalá a la prevenida fiesta,
con las galas y joyas del genovés acudieron a la custodia
dellas y a ponerse en salvo en una casilla de los barrios de Santa
Bárbara, donde en diferente traje se ostentaron a la
vecindad, mudando luego Mogrobejo el encerado al coche y ocultando
los caballos en parte secreta. Las dos hermanas amigas ya estaban
también en salvo con nuevo disfraz, ellas y su madre, hasta
que de allí a ocho días se fueron las unas a Illescas
y las otras a Valdemoro.
Volvamos a nuestro
galán, que habiendo salido del Consejo y acompañado
al Presidente hasta su casa, de allí tomó el camino
de la quinta. Llegó a ella alborozadísimo con el buen
día que esperaba tener y no halló más que a
solos sus criados y tres cocineros que había enviado a
guisar la comida. Preguntó por las damas y dijéronle
cómo aun no habían llegado. Alteróse
César sumamente de oír esto, pareciéndole que
alguna desgracia les había sucedido y eso habría sido
causa de no haber llegado, y con este sobresalto tornó a
ponerse en el macho y volvió a Madrid y a su casa, en la
cual halló cerrado el cuarto, e informándose de los
vecinos de abajo supo cómo habían visto que
había salido en el coche y toda la familia; pensóse
que habían ido por las amigas y quiso informarse de
dónde vivían, pero no halló razón
desto, con lo cual le pareció volver a la quinta lleno de
mil imaginaciones. En ella sólo halló los mismos que
había dejado, con las nuevas de no haber llegado allí
las damas, mas de que un correo de a pie les había
allí dejado una carta para él, que por no le haber
hallado en casa y saber que había venido a la quinta le vino
a ella a buscar. Apeóse César todo confuso y
sentándose en una silla, abrió la carta lleno de mil
temores, que decía desta suerte:
«Señor César Antonio:
No pongáis
cuidado (si lo podéis acabar con vuestra condición)
en saber de vuestras vecinas, que ellas están en parte donde
no se podrán hallar y le irá mal a quien hiciere
diligencia en saberlo: esto se os avisa, y del lobo, un pelo,
etcétera.»
Quedó el
genovés con esto muerto. Decía cosas que
parecía estar fuera de juicio, viendo su gasto perdido, sus
joyas hurtadas y sus esperanzas muertas. Entróse en su coche
en compañía de sus criados y volvió a Madrid
hecho un tigre, pensando que tanta gente era imposible ocultarse en
la Corte y más con coche; no se persuadía a que la
viuda fuese mujer de mal trato, con haber visto el desengaño
en la carta, que se pensaba que por hacerle burla había sido
todo o por no cumplir sus esperanzas. Al fin él llegó
a Madrid y esperó en su casa a que llegase la noche por ver
si venía a la suya su viuda; vio que no le pasaba por el
pensamiento; informóse de los de la casa donde vivía
el dueño propietario della; fue a verse con él, de
quien supo que aquella mañana le enviaron las llaves del
cuarto, y que pues no era cumplido el tiempo, pusiese
cédulas para si había quien por cuenta suya se
alquilase, que la dama se ausentaba a Toledo por algún
tiempo a negocio forzoso. De aquí se fue a ver con el
genovés para quien había venido la letra de Sevilla,
supo dél que aún no se la habían llevado a
acetar, por donde conoció que todo se había hecho
para engañarle. Con no poca pena dio a un alcalde cuenta del
suceso, el cual hizo por su persona y por la de algunos alguaciles
de corte sus diligencias y todas fueron en balde, porque
ningún rastro se pudo hallar, con que quedó el pobre
amante hecho una mona y estafado, expuesto a que sintiesen ligereza
en él sus amigos en materia de sensualidad, pues se dejaba
ver que quien tan liberalmente daba, que amor tenía.
Finalmente él se quedó sin cuatro mil reales,
perdidos los vestidos y las joyas, que todo valía más
de dos mil escudos. Algunos días se pasó con
esperanzas de cobrar lo perdido, que sería tiempo de dos
meses, al fin de los cuales se hubo de partir a Génova, por
saber que un hijo suyo, el mayor, estaba enfermo y muy de peligro.
Con esto dejó la Corte, de la cual no se le olvidó
todo el tiempo que vivió por la pesada burla que en ella le
hicieron.
Aprovechamiento del
pasado discurso
En la
determinación de doña Luisa con tanta autoridad se
reprehende a las que con tales disfraces hacen semejantes
engaños, que es causa para que los poco práticos en
la Corte tengan a muchos por personas de su profesión. En el
vestir la viudez con gala se amonesta a las que esto hacen cuanto
yerran, pues la verdadera viudez siempre ha de andar vestida de la
honestidad y no relajada con traje indecente a tal estado. El
enamorarse César en tal edad, da escarmiento a los ancianos
para que se abstengan de hacer esto, pues no hay cosa tan oculta
que al cabo no se publique. El desenfado de representar en
diferente hábito siempre fue reprobado, pues sólo
sirve de anzuelo de voluntades y motivo de lascivos pensamientos.
Finalmente, la estafa amenaza peligro a las que tal intentan, como
le temieron estas mujeres, pues si fueran halladas las castigaran
muy severamente.