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Lolita

Cantares y juegos de las niñas

Augusto C. de Santiago y Gadea



Portada



A MI MADRE

Dolores Gadea y Hernández de Santiago.

  —IV→  

En una mujer buena, se condenan estas imágenes llenas de belleza y de ternura:

dice Alfonso de Lamartine: -«Las mujeres son ángeles mortales, creación divina, único rayo de luz con que se embellece un momento la vida.» Dice Óscar de Poli: -«La mujer nos da la vida, nos acompaña en la vida y nos cierra los ojos. ¡Santa y dulce trilogía! Madre, esposa o hija, la mujer es siempre nuestro ángel de la guarda.» Dice Manuel Hani: -«Todo el bien que hay en mi alma, es obra de mi madre.»

Si fijamos el pensamiento en estos tres diamantes, ¡cuántos de nosotros veremos en los rasgos de las áureas plumas que los cincelaron la silueta de una mujer, manantial puro de sublime amor y de eterno sacrificio!... Nuestra madre.

Por eso, y aun en medio de las flaquezas y de las turbulencias de la vida, el mundo está lleno de mujeres buenas y santas.

Mi madre lo fue, y en su remembranza, que jamás se borra de mi corazón, hice este libro y escribí en esta página su nombre.

AUGUSTO C. DE SANTIAGO Y GADEA.

Madrid, 1.º de Enero de 1910.



  —V→  

ArribaAbajoPrefacio

Unas palabritas a mis lectoras


Me figuro cómo ha de extrañar a más de una lectora discreta o curiosa, que yo -devoto de ustedes-, todo un solterón en el ocaso de la vida, que ya miro de reojo y con zozobras, después de haber aburrido a mis lectores indulgentes, no sé cuantos años, escribiendo un mazo de librotes, haya tenido ahora la humorada de ir reuniendo, coleccionando y arreglando en mis ratos de holgar los cantares, los juegos y una porción de entretenimientos que son el encanto de las niñas, siendo así que por mi suerte, o quizás por mi malaventura, considerando que el matrimonio es grave cosa, no me he decidido ni acabo de decidir a matrimoniar, y, consiguientemente, sólo dejaré en este mundo ahíto de amarguras y sinsabores, como único recuerdo el rastro fugaz que dejan las aves de paso al cruzar de los aires: una ráfaga..., nada.

Todo tiene, no obstante, su misterio y su por qué, y, como soy un parlanchín y como no me resigno a guardar ni el uno ni el otro en el cajón de mis secretos, explicaré a mis amables lectoras que lo que parece una nimiedad, no lo es, y el por qué puse todos mis sentidos en dar forma y fondo a este libro.

Que no es nimio el trabajo lo demuestra que no soy yo solo quien ha encontrado bondad y mérito en la materia, y entre otras personas, sin duda, ahí está el pintoresco y galano escritor D. José Zahonero, que en un artículo intitulado Enseñanza maternal1, ensalza el alma de esos cantares -que también los maternales forman parte de mi libro- con los que arrullan y educan las madres a sus hijos en las auroras de la vida; como también está el brillante escritor D. Eduardo Zamacois, quien se deleita en otro artículo titulado Canciones infantiles2, filosofando y poetizando acerca de los aromas, de las alegrías y de las lágrimas que acaso encierran las estrofas de muchos infantiles cantares; leámosle:

  —VI→  

«Estamos trabajando -dice- un grupo de niñas cantan y giran cogidas de las manos bajo nuestros balcones; sus voces llegan a nosotros como un perfume: inconscientemente suspendemos la labor; la ambición creadora y animosa declina cediendo su puesto al recuerdo desmayado y cobarde; tiramos la pluma y reflexionamos, un codo apoyado en la mesa; sobre nuestra frente la melancolía hila sus nieblas grises...

En las plazas y a la puesta del sol, bajo la sombra bondadosa de los árboles, junto a las fuentes, fieles espejos murmurantes de la vida, las niñas cantan, y tienen sus canciones, más que regocijos tempranos de amanecer, adivinaciones precoces de vecinos pesares. En el fondo verde del jardín, sus figuras gráciles, vestidas de rosa o de blanco, voltijean felices; la brisa agita la noche rizada y brillante de las cabelleras negras, los clarores crepusculares bruñen el oro de las cabezas rubias, los piececitos inquietos crujen sobre la arena, los cuerpos pasan y vuelven a compás, los labios virginales cantan desesperanzas, ingratitudes, abatimientos...»

Después se interroga Zamacois, reforzando la pregunta con citas: ¿habrán existido -dice- algunos de los personajes cuyos nombres, perpetuándose de madres a hijas, han salvado las fronteras de todas las naciones latinas? Y añade:

«¿Cómo pudieron esas melodías vulgares aclimatarse en todas las latitudes? ¿Qué sortilegio guardan sus notas para que hayan podido ser repetidas sin esfuerzo, y como en virtud de una ley hereditaria, por todas las hijas de una misma raza? ¿Quién puso en esos versos, improvisados en la plaza, al aire libre, esa intuición amarga de lo que la juventud reserva a la infancia?»

Por último, el ilustrado escritor D. Alejandro de Saint-Aubin, en su notable artículo Música infantil3, estudiando estos cantares en sus matices varios, descubre en unos bellezas poéticas, reconoce en otros que su letra es un cantar por cantar, y llama la atención del profesorado de instrucción primaria acerca de los beneficios que la armonización reportaría a los infantiles concertistas, aparte de ir haciendo el oído y el gusto a la música, citando el curioso caso del virtuoso e inspirado músico Francisco Carlos Gounod, que dijo: -«Mi madre, al amamantarme, me nutrió por igual de leche y de música. Cuando me ofrecía el pecho poníase a cantar, y puedo decir que, sin darme cuenta, recibí las primeras lecciones no teniendo que prestar aquella penosa atención tan difícil de obtener durante la edad primera».

Si nos fijamos en la letra de estos cantares-varios carecientes de belleza y forma artísticas, otros con ribetes de deshonestidad, a los que   —VII→   he pasado una esponja, cambiando sólo en tres alguna palabra o cuarteta para borrar crudezas que no conviene poner en labios inocentes; unos pies sin cabeza, y, en fin, otros de pura fantasía -es indudable que un buen número delatan la existencia de un ser real que los inspiró, cual sucede con la famosa y antiquísima canción de Mambrú, y las canciones dedicadas a hechos en que intervinieron reyes, príncipes y soldados, siendo admirable que los vates que les dieron vida hayan logrado infiltrar en el ánimo de las niñas sus tiernas, alegres, burlonas y descabelladas estrofas, que pasan de generación en generación, de pueblo en pueblo, trasponiendo las montañas, cruzando los ares, como lo prueba el hecho latente de que se canten en las Américas latinas con la misma letra y con la misma entonación -alguna muy sentida- que en la casa solariega de la augusta y vieja Matrona, nuestra España amada, madre de cien pueblos nobles, cultos y grandes, que son su honor, su orgullo y su gloria.

Yo bien sé, porque me lo han dicho, no porque hayan caído en mis manos, que de estos trabajos de recopilación, llamados por los inteligentes folkloristas -que yo los llamo chinos,- se ha escrito mucho en el Extranjero y poco en España; pero lo que ignoro es si algún aficionado los ha reunido en forma de Cancionero de las niñas, que es lo que me propuse desde que pensé hacer este librote. ¿Cómo lo formé? A ratos perdidos, aburriendo a medio mundo, recogiendo muchos cantares y sus explicaciones, algunas un tanto complicadas, de la propia fuente, de los labios de rosa de las pequeñuelas y marisabidillas, que me los recitaban con sus lenguas de trapo y con sus lenguas vivarachas, a veces coreados -con motivo de mis interrupciones y preguntas- con chorro de risotadas sonoras como cascabeles de plata, provocadas por la extrañeza que les causaba ver que un señor como yo, con todas las huellas y matices de mi edad madura, se ocupara de estas cosas, cosa que producía en mi ánimo verdadero gozo; y por este modo me sirvieron de campo de espigueo los barrios pobres, las plazas y jardines, los paseos, allí donde se reúnen y revolotean esos enjambres de mariposas blancas, que con sus alegres corros y con sus coros nos embelesan a los que caminamos para viejos, amén de la ayuda que en esta labor me concedieron generosamente, como se verá, otras personas formales, cómplices conmigo en este trabajo que no falta quien califique de revolucionario o de socialista.

-Haciendo historia, he de añadir que un buen golpe de años andaba en busca de un tema para escribir un libro en cuyo marco encuadrase el nombre de mi madre inolvidable, y di con él, porque, pensando en mi libro, adicioné a los cantares los juegos, las combas, las chinas y las amorosos cuentos con que las madres entretienen a sus hijos en sus prístinos años, y en resumen, un puñado de cosas más que enlazan con el tema, y   —VIII→   que andaban desperdigadas sin que nadie -al menos no llegó a mí la noticia- los atara con un lazo de color.

Varios de estos cantares, reflejadores de maternales ternuras, se los oí a mi buena madre, Dolores, y, como nos sucede a todos, los conservaba frescos en mi memoria, que aún recuerda el eco de su amante voz, extinguida para siempre cuando era yo un mozalbete.

¿Qué mejor tema, ni qué mejor libro que éste -me dije- para dedicárselo a mi madre? Ella, que adoraba en sus hijos; ella, que no podía ver una criaturita llorando o afligida sin interrogar su pena, colmarla una desgracia sin que su mano pródiga se tendiera para socorrer al pobre con lo que buenamente podía, o levantar el ánimo del doliente; ella, que fue el prototipo de la mujer sufrida y de la madre buena...

¿Cómo publiqué la primera edición de este libro? También tiene esto su historia. Por una debilidad mía, de tío y de padrino. Hace unos ocho años me encontraba en la Coruña, cuando en una ocasión, paseando con mi ahijada y sobrina Lolita, que semejaba a una muñeca, con la cabecita rubia como la mies, sus ojos azules, claros y dulces como agua de río manso, sus labios del color de los claveles,


más blanca que la leche, y más hermosa,
que el prado por Abril de flores lleno...



-diré recordando la lira de cristal del tiernísimo poeta y admirable soldado, Garcilaso de la Vega... y pasen mis lectores por el retrato: ¡son cosas de padrinos!- ...se me fue la lengua y cometí la ligereza de decirle que pensaba hacer un libro que llevase su nombre, sin calcular el alcance de mi debilidad, que se tradujo en un constante acicate de mi ahijada. -Ya te lo haré -le decía;- mas como por entonces me destinaran a Burgos, y viera mi ahijada que el padrino iba a alejarse de su lado, los ataques para que terminase el libro eran más constantes, y, al fin, sucumbí, y sin orden ni concierto, mandé a la imprenta unos cuantos apuntes que tenía reunidos y sin depurar, y salió el libro LOLITA, lleno de lagunas y de lañas; pero mi sobrina y yo quedamos complacidos4.

Como, a pesar de todo, el libro cayó bien, cumplida la palabra que di entonces a mis lectoras, seguí recogiendo cantares y notas, hasta este momento en que se me figura que el Cancionero está completo y perfilado, o   —IX→   que le falta poco para estarlo, y me decido a repetir la suerte, dándome a la vez el gustazo de reunir en sus hojas los nombres de tres deudos: mi madre, Dolores, la mejor de las madres, como todos decimos de la nuestra; mi bondadosa abuela Rufina, que al cerrar mi pobre madre los ojos para siempre, me dio el calor de su regazo hasta que pagó su tributo muriendo en mis brazos como una santa, y mi ahijada, que ya es una flor de mujer, y que, al decir de amistades antiguas de mi casa, llevaba en su rostro, cuando era una chiquilla, marcadísimos rasgos de mi abuela, que como todas las mujeres, tuvo sus Mayos hermosos.

Por lo menos, y a pesar de una vejez octogenaria, conservaba huellas que lo delataban: era una vieja guapa.

No me faltaron amigas y amigos bondadosos que al conocer mi libro me alentaran a que lo completase, porque -decían- que niñas torpes que no salían del paso en la lectura, sólo por el afán de aprender la letra de los cantares, cobraban ánimos y rompían a leer como por encanto, y otras y otros me dijeron, en cambio, que había metido el infierno en las casas en forma de coros, y que las niñas sonaban con mi LOLITA.

A mi todo esto me regocijaba, no ya sólo por lo que representar puede el libro en este pueblo, aun de analfabetos, cuando no debiera haber uno, si los que sabemos leer dedicáramos a esta labor cristiana una hora, durante seis meses, de las muchas que nos sobran al día5, sino por haber llenado los hogares de alegrías, de luz... y de amorosas jaquecas, aun a trueque de que me critiquen las madres -otra cosa que me halaga en extremo,- esas buenas señoras que claman contra mi Cancionero revolucionario y, en cambio, se vuelven locas cuando las niñas lo sueltan de la mano y cierran sus piquitos de coral, y callan sus vocecitas, y bajan las alas como los pajarillos, cuando les duele algo o les imponen silencio; ¿para qué?, para que al cabo de unos momentos, como yo lo vi y oí, vuelvan, a hurtadillas, a manosear las hojas de mi libro, y piando y piando, por lo bajo, se repitan unas a otras las estrofas al oído, y poco a poco vayan subiendo de diapasón, para cantar de llano el


   Me casó mi madre,
me casó mi madre,
chiquita y bonita,
      ay, ay, ay,



  —X→  

reproduciendo otra vez el coro con nuevos bríos que arrancan de los labios de la madre resignada, una sonrisa de ternura que sólo las madres saben reír.

De todo esto saco una consecuencia, que favorece a la respetable clase de los solterones, apuntados con la joroba de egoístas, cual es -la deducción, no la joroba- que aparte de estar en este mundo para tapadera y escudo protector de diabólicos y cariñosos sobrinos y ahijados, servimos para algo más que para ir a parar a manos de la cocinera, como los gallos -al decir de un puñado de claveles reventones o solteronas incasables, y beatas remilgadas y criticonas- o para vestir santas de palo en las ermitas de los pueblos.

No he de soltar la pluma sin antes, y por lo mismo que me estimo justo y agradecido, dejar escrito en estas páginas, que en ellas han tomado una buena parte colaboradoras de todas edades y de toda la gama social: un ramito de flores primaverales, la hija del menestral, la del obrero de levita negra, del señorón y del rancio aristócrata; lindas y traviesas colegialas; jovenzuelas que son aleluya de todos los hogares; jamonas almibaradas y encantadoras viuditas que viven solas en el mundo, siendo capaces de hacer la felicidad de algún solterón con espolones; viudas con niñas casaderas y hermosas como soles de carne, en cuyos ojos se miran los de la madre amorosa, recordando sus mejores tiempos; respetables y bien conservadas mamás, que fueron envidia de muchas mujeres en sus años floridos, y, en fin, las santas abuelas, reinas y soberanas del hogar.

Como vemos, y dicho sea en descargo de mi culpa, ellas y yo, todos, todos en este libro hemos puesto nuestros recuerdos infantiles y lozanos, nuestras pasadas y marchitas remembranzas; todos en él pusimos nuestras manos, todos somos responsables de lo que encierran sus páginas y del ruido que ha de producir en las casas.

Pague el buen Dios, que es nuestro eterno cajero, a mis afables colaboradoras, sus bondades sin cuento, dado que yo -de todas devoto -sólo puedo pagar su buena obra estrechando y besando sus manos blancas e inmaculadas.

AUGUSTO C. DE SANTIAGO Y GADEA.

Madrid, 15 de Enero de 1910.



  —[XIII]→     —XIV→  

ArribaAbajoIlustraciones a varios cantares


La reina Mercedes (pág. 55)

La hermosa y angelical Doña María de las Mercedes de Orleans y Borbón, nació el día 24 de Junio de 186o: hija de la Infanta Doña María Luisa Fernanda y del Infante Don Antonio, Duque de Montpensier. Casó en Madrid con su primo, el Rey Don Alfonso XII, el día 23 de Enero de 1878, y falleció el 26 de Junio del mismo año. Fue amortajada con el hábito blanco y la toca negra de la Merced, facilitada por las monjas del Convento de Don Juan de Alarcón. La caja iba forrada de tisú de oro, galoneada con entorchados, por lo que su aspecto era amarillo, no carmesí, como dice el cantar. El día 28 se trasladó su cuerpo al Monasterio de San Lorenzo del Escorial, en donde está enterrada. La carroza fúnebre que condujo los regios restos -que no condujeron los duques, como reza el cantar-, fue arrastrada por ocho caballos negros con arreos y penachos de luto, desde el Palacio Real a la estación del Norte.




Día triste (pág. 56)

El día 31 de Mayo de 1906 unieron sus almas el Rey Don Alfonso XIII y la angelical Princesa Victoria Eugenia de Battenberg.

El matrimonio se celebró en la iglesia de los Jerónimos, de Madrid, revistiendo el acto una gran magnificencia.

Al regresar la comitiva al Palacio de Oriente, un malvado anarquista, de nombre Mateo Morral, apostado en una casa de la calle Mayor, arrojó al paso de la carroza llamada de la Corona, en que iban Sus Majestades, una bomba explosiva, que cayó entre los caballos del tronco, produciendo el salvaje atentado 23 muertos y 108 heridos, resultando milagrosamente ilesos los Reyes.

Dos días después se suicidó Morral.




Prim (pág. 66)

Don Juan Prim y Prats fue un soldado heroico y un eminente político. Sus grandes talentos y su comportamiento en las guerras civiles y de África, le conquistaron los preciados títulos de Vizconde del Bruch, Conde de Reus, Marqués de los Castillejos, Capitán General y Grande de España. Alma de la revolución de Septiembre, en 1868 derribó el trono de Isabel II y trajo la Monarquía de Don Amadeo de Saboya. En la noche del día 27 de Diciembre de 1870, siendo Presidente del Consejo de Ministros, al dirigirse desde el Congreso al Ministerio de la Guerra, al pasar por la calle del Turco (hoy del Marqués de Cubas), fue asaltado su coche por unos asesinos, que, armados de trabucos y disparando a un tiempo, le dejaron   —XV→   mortalmente herido. El día 30 expiró, pronunciando estas últimas palabras: -¡A treinta! El Rey llega, y yo me muero. ¡Viva el Rey! Don Amadeo I, antes de hacer su entrada en Madrid, visitó el cadáver del ilustre soldado.




Mambrú (pág. 72)

Mambrú, por corruptela, o sea Marlborough, fue un hombre verdaderamente extraordinario, que dio mucho que hacer, mucho que hablar y mucho que contar, según Swift, Larousse y otros escritores.

Nació Juan Churchill, Duque de Marlborough, de humildes padres, en Ash (Devonshire), el día 24 de Junio de 1650, y, en vez de la hogaza debajo del brazo, con que se dice que venimos al mundo, se presentó dotado de un admirable tesoro de talentos.

Descendiente de los Courcil de Poitou, consideraba a Francia como su cuna.

Su hermosa y arrogante figura le conquistó el título de El bello inglés.

Siendo mozo, fue paje del Duque de York, y de un salto se plantó de abanderado del ejército de tierra: soldado valeroso, guerreó treinta y siete años (1672-1709); vencedor en cien combates, en Hochstedt, en Ramilliers, en Ostende, en Ourdenade y en Malplaquet, llegó por sus méritos y servicios a conquistar el empleo de General en Jefe de los ejércitos ingleses, y con esta base llenó más tarde un puesto como hombre de Estado, terminando su accidentada vida colmado de los más grandes honores que le otorgaron a manos llenas Príncipes, Reyes y Emperadores, llegando a ser el ídolo de los ingleses.

Feneció en Windsor el día 16 de Junio de 1722, dejando como recuerdo a su familia una fortuna que fue puesta en tela de juicio, equivalente a 50000 de francos e inmensas posesiones en tierras.

Su cuerpo fue sepultado en Westminster entre los de los grandes hombres de Inglaterra.

Casó Juan Churchill con Sarah Jennings mujer de una inteligencia singular y de una belleza soberana, cuyas huellas conservó hasta los últimos años de su vida.

Nació en Sandbridge en 1660, casó con Marlborough en 1680; tuvo cinco hijos y murió en Londres en 1744.

Favorita y dama de la Reina Ana, desempeñó el cargo de superintendenta de Palacio durante varios años, y llegó a ejercer, a la par que su esposo, un dominio tan grande en la Corte de Inglaterra, que arrancó a los labios de la Soberana esta frase:

«Han llegado a tal punto las cosas, que ya no puedo colocar un alfiler en mi tocado sin el consentimiento de los dos esposos.»

Su orgullo dio motivo a que perdiese la confianza de la Reina, y, alejada de la Corte, se consagró a los cuidados y administración de sus riquezas.

A raíz de la batalla de Malplaquet (1709) y de los grandes desastres infligidos a la Francia, al correr la noticia de la muerte de Marlborough, apareció como desahogo de los vencidos la famosa Canción de Mambrú, que, no obstante, no se hizo popular en Francia hasta el año de 1781, época   —XVI→   en la que María Antonieta la aprendió de labios de la nodriza del Delfín, madame Poitrine, quien la importó de su provincia, en donde se cantaba hacía mucho tiempo.

La Corte de Luis XVI la puso en moda en París. Sus estrofas sentimentales -ya conocidas por los libros de los soldados de Bonaparte en la campaña de Egipto,- delatan que esta canción es una parodia, y en parte reproducida, de otra canción burlesca más antigua, titulada el Convoi du duc de Guise, popularizada entre los soldados después del asesinato del Duque, por Poltrot, en el sitio de Orleans, en 1563.

Las Cruzadas de San Luis cantaban también un romance muy semejante y con la misma entonación, según observa Chateaubriand, que encontró con asombro esta melodía entre los árabes de Siria, que la entonaban hacía siete a ocho siglos.

He aquí el texto en francés de la famosa Canción de Mambrú que, modificada y hermoseada en nuestro idioma, se la saben de memoria todas las niñas y niños:



Malb'rough s'en va-t-en guerre,
mironton, mironton, mirontaine,
Malb'rough s'en va-t-en guerre
ne sait quand reviendra,
ne sait quand reviendra.
Il reviendra z'a Pâques
      ou a la Trinité.
La Trinité se passe,
      Malbrough ne revient pas.
Madame à sa tour monte,
      si haut qu'ell' peut monter.
Elle aperçoit son page,
      tout noir habillé.
Beau page, ah! mon beau page,
      quell' nouvelle, apportez.
Aux nouvell's que j'apporte,
      vos beaux yeux vont pleurer.
   Quittez vos habits roses,
et vos satins brochés.
Monsieur d'Malbrough est mort,
et mort et enterré.
J' l'ai vu porter en terre,
par quatre, z'officiers.
L'un portait sa cuirasse,
l'autre son bouclier.
L'un portait son grand sabre,
l'autre ne portait rien.
À l'entour de sa tombe,
romarins l'on planta.
Sur la plus haute branche,
le rossignol chanta.
On vit voler son âme,
à travers des lauriers.
Chacun mit ventre a terre,
et puis se releva.
Pour chanter les victoires,
que Malbrough remporta.
La cérémonie faite,
chacun s'en fut coucher.
Les uns avec leurs femmes,
et les autres tout seuls.
Ce n'est pas qu'il n'en manque,
car j'en connais beaucoup.
Des blondes et de brunes,
et des chataign' aussi.
Je n'en dis pas davantage,
car en voilà z'assez.









  —1→  

ArribaAbajoCantares de los corros




ArribaAbajoMariquita la casada


Abajo   Me casó, mi madre,
me casó, mi madre,
chiquita, y bonita,
       ay, ay, ay,
chiquita, y bonita.
Con un muchachito,
con un muchachito,
que yo, no quería,
       ay, ay, ay,
que yo, no quería.
A la media, noche,
a la media, noche,
el picarón, se iba,
      ay, ay, ay,
el picarón, se iba.
Con capa, terciada,
con capa, terciada,
y espada, ceñida,
      ay, ay, ay,
y espada, ceñida.
Le seguí, los pasos,
le seguí, los pasos,
por ver, dónde iba,
       ay, ay, ay,
por ver, dónde iba.
Y le vi, de entrar,
y le vi, de entrar,
en casa de su amiga,
       ay, ay, ay,
en casa de su amiga.
Y le oí, decir,
y le oí, decir,
estas, palabritas,
      ay, ay, ay,
estas, palabritas:
-A ti te, he de dar,
a ti te, he de dar,
mantón, y mantilla,
      ay, ay, ay
mantón, y mantilla.
Pero a mí, mujer,
pero a mí, mujer,
palos y mala vida,
      ay, ay, ay,
palos y mala vida.
Me volví, a mi casa,
me volví, a mi casa,
triste y afligida,
      ay, ay, ay,
triste y afligida.
Me puse, a coser,
me puse, a coser,
coser no podía,
      ay, ay, ay,
coser no podía.
Me puse, a bordar,
me puse, a bordar,
bordar no podía,
       ay, ay, ay,
bordar no podía.
—2→
Me puse, al balcón,
me puse, al balcón,
por ver si venía,
      ay, ay, ay,
por ver si venía.
Y le vi, venir,
y le vi, venir,
por la calle arriba,
       ay, ay, ay,
por la calle arriba.
Venía, diciendo,
venía, diciendo:
-Ábreme, María,
      ay, ay, ay,
ábreme, María.
Que vengo, cansado,
que vengo, cansado,
de ganar la vida,
      ay, ay, ay
de ganar la vida.
-No vienes, cansado,
no vienes, cansado,
de ganar la vida,
       ay, ay, ay,
de ganar la vida.
Sé de dónde, vienes,
sé de dónde, vienes,
de casa de tu amiga,
      ay, ay, ay,
de casa de tu amiga.
Me tiró, una silla,
me tiró, una silla,
me dejó tendida,
      ay, ay, ay,
me dejó tendida.
Vino, la justicia,
vino, la justicia,
y, el Corregidor,
      ay, ay, ay,
y el Corregidor.
Lo llevaron, preso,
lo llevaron, preso,
a la Inquisición,
      ay, ay, ay,
a la Inquisición.
-Adiós, Mariquita,
adiós, Mariquita,
boquita, de piñón,
      ay, ay, ay,
boquita, de piñón.
Que por ti, me llevan,
que por ti, me llevan,
a la Inquisición,
      ay, ay, ay,
a la Inquisición6.

  —3→  


ArribaAbajoElisa


ArribaAbajoA Atocha va una niña,
      carabí,
A Atocha va una niña,
      carabí,
   carabí, urí, urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.
Elisa, va en un coche,
      carabí,
Elisa, va en un coche,
      carabí,
   carabí, urí, urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.
Hermoso pelo lleva,
      carabí,
Hermoso pelo lleva,
      carabí,
Quién se lo peinará,
   carabí, urí, urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.
Se lo peina su tía,
      carabí,
se lo peina su tía,
      carabí,
con peines de cristal,
   carabí, urí, urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.
Elisa ya se ha muerto,
      carabí,
Elisa ya se ha muerto,
      carabí,
la llevan a enterrar,
   carabí, urí, urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.
La caja era de oro,
      carabí,
la caja era de oro,
      carabí,
la tapa de cristal,
   carabí, urí, urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.
Encima de la caja,
      carabí,
encima de la caja,
      carabí,
dos pajaritos van,
   carabí, urí, urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.
Cantando el pío, pío,
      carabí,
cantando el pío, pío,
      carabí,
cantando el pío, pa,
   carabí, urí,urá,
Elisa: Elisa de Mambrú.

  —4→  


ArribaAbajoLas tres ovejas

ArribaAbajo    Caballito blanco, reblanco,
llévame de aquí,
llévame a mi pueblo,
donde yo nací.
    Tengo, tengo, tengo,
tú no tienes nada,
tengo tres ovejas,
en una cabaña,
una me da leche,
otra me da lana,
otra mantequilla,
para la semana7.




ArribaAbajoEl marido de Isabel


ArribaAbajo    -Buenas tardes, mi señora.
-Buenas tardes, tenga usted.
¿Ha visto usté a mi marido
en la guerra, alguna vez?
-Por si en la guerra le he visto
deme usté las señas de él.
-Mi marido es, un buen mozo,
alto, rubio, aragonés,
en el puño de la espada,
lleva escudo, de marqués,
y un pañuelito bordado,
que siendo niña bordé.
-Por las señas, que me da,
su marido, debe ser,
—5→
uno que, murió en la guerra,
en casa de un genovés.
Le lloraban, las marquesas,
y condesas, a la vez,
la que más, lloraba era,
la hija, del genovés.
-Siete años, le he esperado,
otros siete, esperaré,
si a los catorce no viene,
de pena me moriré,
mis caballos, y mis coches,
a los pobres, les daré,
y con el caudal que tengo,
rosaritos, compraré.
-Calla, calla, Isabelita,
calla, cállate Isabel,
que yo soy tu amante esposo,
y tu adorado también,
que yo soy tu amante esposo,
y tu adorado también.




ArribaAbajoLa niña obediente


 

Se coloca una niña en el centro del corro y canta:

 


ArribaAbajo    Amigas, buenas tardes,
me voy, a retirar.
 

Contestan todas las niñas:

 


    Espérate un poquito,
que vamos a jugar.
 

En la misma forma continúa el diálogo entre la niña y el corro:

 

LA NIÑA

Por hoy, no me es posible...

TODAS

Pues qué, tienes que hacer.
—6→

LA NIÑA

Lo que, mi buena madre,
se sirva, disponer.
Me ha dicho, que a las ocho,
sin falta, en casa esté,
y la causa, las niñas,
no han de saber cual es.
No quise, averiguarla,
lo cual es mi deber,
y a mi querida madre,
al punto obedecer.

TODAS

Razón tienes de sobra,
niña, sin vacilar,
debemos aplaudirte,
tu modo de pensar.

LA NIÑA

A casa, voy al punto,
cual es mi obligación,
amigas de mi alma,
adiós, adiós, adiós.
Un beso, quiero daros,

TODAS

Nosotras a ti, dos.
 

Se besan las niñas.

 

LA NIÑA

Amigas, buenas tardes,
adiós, adiós, adiós.




ArribaAbajoLa viudita del conde


 

Una niña hace de viudita, y se coloca en el centro del corro; cantan todas:

 


ArribaAbajo    Doncellas, del Prado,
que al campo, venís,
a coger las flores,
de Mayo, y de Abril.
—7→
 

Contesta la viudita:

 


    Yo soy, la viudita,
del conde, Laurel,
que quiero, casarme,
no tengo con quién.
 

Contesta el corro:

 


    Pues siendo, tan bella,
no tienes, con quién,
escoge, a tu gusto,
que aquí, tienes cien.
 

La viudita escoge a una niña que ocupa su puesto, diciendo: Escojo a... (fulana.)

 


    Por ser, la más bella,
la blanca azucena,
del bello, jardín.
 

La que hace de viudita, pasa a formar parte del corro, y éste canta:

 


    Y ahora, que has hallado,
la prenda, querida
gozosa, a su lado,
pasarás, la vida.
    Contigo, sí,
contigo, no,
contigo, viudita,
me casaré, yo.




ArribaAbajoLa violeta


ArribaAbajo    Por el bosque, un niño,
paseando, iba,
cuando, entre unas hierbas,
vio, una florecilla,
flor hermosa, y pura,
que, resplandecía,
entre, obscuras matas,
como, una pupila.
-¿Qué te haces, le dijo,
solitaria, y linda?
—8→
Ven a, mis vergeles,
crecerás, altiva,
y entre, hermosas flores,
que mi, hermana cuida,
serás, venturosa,
y la, preferida.
Ven aquí, tus galas,
aunque, son tan ricas,
para, todo el mundo,
son, desconocidas.
Mas la flor, modesta,
respondió, sencilla:
-No, que en tus vergeles,
me, marchitaría.
Déjame, aquí sola,
con la, noche amiga,
con la, aurora bella,
con el, claro día.
¿Podrá, darme el mundo,
la, apreciada dicha,
que, disfruto ahora,
sin favor, ni envidia?
Se calló, aquí el niño,
la besó, y con vista,
desmayada, y triste,
se volvió a la villa.




ArribaAbajoEl gatito negro


ArribaAbajo    Estaba el señor, don gato,
estaba el señor, don gato,
en silla de oro sentado,
       miáu, miáu, remiáu,
en silla de oro sentado8.
Poniendo, medias de seda,
y su zapato, dorado.
Cuando llegó, la noticia,
que había de ser, casado.
Con una gata, morena,
con una pinta, en el rabo.
El gato con la, alegría,
subió a bailar, al tejado.
Mas con un palo le dieron,
y rodando vino abajo.
-Se rompió siete costillas,
y la puntita del rabo.
Lo llevaron a enterrar,
al pobrecito del gato.
Iban sobre la cajita,
siete ratones bailando.
Y la llevaban a hombros,
cuatro gatos de encarnado.
Cuando llegaron los curas,
el gato fuera robado.
Y con sartas de chorizos,
después de bien adobado.
Y una jarrita de aceite,
y una jarrita de aceite,
       miáu, miáu, remiáu,
una noche lo guisaron.

  —9→  


ArribaAbajoLos cuatro novios


ArribaAbajo    En el balcón, de Palacio,
en el balcón, de Palacio,
      no hay barandillas,
      ja, ja,
      no hay barandillas.
Se asoman, las colegialas,
se asoman, las colegialas,
      por las bohardillas,
       ja, ja,
      por las bohardillas.
Se dicen, unas a otras,
se dicen, unas a otras,
      si tienen, novio,
       ja, ja,
       si tienen, novio.
Y responden, sin recato,
y responden, sin recato,
      yo tengo, cuatro,
      ja, ja,
      yo tengo, cuatro.
El primero, es el hijo,
el primero, es el hijo,
      de un confitero,
      ja, ja,
       de un confitero.
Que me regala, bombones,
que me regala, bombones,
      y caramelos,
      ja, ja,
      y caramelos.
El segundo, es el hijo,
el segundo, es el hijo,
      de un boticario,
      ja, ja,
      de un boticario.
Que me regala, pastillas,
que me regala, pastillas,
      para el catarro,
      ja, ja,
      para el catarro.
El tercero, es el hijo,
el tercero, es el hijo,
      de un peluquero,
      ja, ja,
      de un peluquero.
Que me regala, pelucas,
que me regala, pelucas,
      y riza, el pelo,
      ja, ja,
      y riza, el pelo.
El cuarto, ya no lo digo,
el cuarto, ya no lo digo,
      porque no, quiero,
      ja, ja,
      porque no, quiero.
Si lo quisieres, saber,
si lo quisieres, saber,
      es sombrerero,
      ja, ja,
      es sombrerero.
Que me regala, sombreros,
que me regala, sombreros,
—10→
      de terciopelo,
      ja, ja,
      de terciopelo.
Con un letrero, que dice,
con un letrero, que dice,
      ¡Viva el salero!
      ja, ja,
      ¡Viva el salero!




ArribaAbajoEl hidalgo cicatero


ArribaAbajoUna tarde, salí, al campo,
con el ay, con el ay, ay, ay,
con mi caballo trotón,
       qué, qué,
       con el loritín,
       qué, qué, con el loritón,
con mi caballo trotón.
Y me encontré con dos damas,
con el ay, con el ay, ay, ay,
que eran más guapas que un sol,
       qué, qué,
       con el loritín,
       qué, qué, con el loritón,
que eran más guapas que un sol.
Las agarré, de la mano9,
y me las llevé, al mesón,
y me las llevé, al mesón.
Pregunté, si había cena,
me dijeron: -sí, señor,
me dijeron: -sí, señor.
Pregunté, que cena había,
dos gallinas, y un capón,
dos gallinas, y un capón.
Gallinas, para las damas,
—11→
y el capón, para el señor,
y el capón, para el señor.
Pregunté, si había pan,
me dijeron: -sí, señor,
me dijeron: -sí, señor.
Pregunté, qué pan había,
dos rosquitas, y un roscón,
dos rosquitas, y un roscón.
Las roscas, para las damas,
el roscón, para el señor,
el roscón, para el señor.
Pregunté, si había vino,
me dijeron: -sí, señor,
me dijeron: -sí, señor.
Pregunté, que vino había,
dos vasitos, y un porrón,
dos vasitos, y un porrón.
Los vasos, para las damas,
y el porrón, para el señor,
y el porrón, para el señor.
Pregunté, si había camas,
me dijeron: -sí, señor,
me dijeron: -sí, señor.
Pregunté, cuantas había,
dos colchones, y un jergón,
dos colchones, y un jergón.
Un colchón, para las damas,
y el otro, para el señor,
y el otro, para el señor.
Pregunté, qué cuenta era,
seis doblones, y un doblón,
seis doblones, y un doblón.
No vuelvo, a salir de campo,
con mi caballo trotón,
con mi caballo trotón.

  —12→  


ArribaAbajoLa elegida


 

En medio del corro, se coloca una niña que representa al portugués, y canta lo que sigue:

 


ArribaAbajo    De Francia, vengo señores,
y un pulido, portugués,
en el camino, me ha dicho,
¡qué lindas, hijas tenéis!
 

Le contesta el corro:

 


    Si las, tengo o no las tengo,
no las, tengo para dar,
que del, pan que yo comiera,
también, ellas comerán,
y del, agua que bebiere,
también, ellas beberán.
 

Responde la niña que está en medio del corro:

 


    Yo me, voy muy enojado,
a los, palacios del Rey,
a decirle, a mi señor,
lo que, vos me respondéis.
 

Contesta el corro:

 


    Vuelva, vuelva caballero,
no sea, tan descortés,
y de, tres hijas que tengo,
escoja, la que queréis.
 

La niña que está en el medio señala una niña del corro y canta:

 


    Esta, escojo, por hermosa,
por bonita, y por mujer,
que me parece una rosa,
acabada, de nacer.
—13→
 

Todas contestan:

 


    Téngala, usted, bien guardada,
 

Y responde la que está en medio del corro:

 


    Bien, guardada la tendré,
sentadita, en silla de oro,
bordando, paños al Rey.
    Y azotitos, con correas,
cuando, sea menester,
mojaditas, en vinagre,
para, que le sienten bien.
 

La elegida ocupa el centro del corro, y la que estaba en este lugar, se coloca en el de la elegida.

 

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