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ArribaAbajoII. Desaparición del Duende


ArribaAbajo1. Incidentes de Larra con Carnerero

Ante las amenazas de Carnerero, Larra termina su quinto cuaderno afirmando con determinación: «el Duende está en pie». La polémica trajo cola, como ahora veremos, y en consecuencia, después de «Donde las dan las toman» ya no volvió a sacar la cabeza. Las palabras de don Ramón Arriala -anagrama del autor-, al comienzo de su diálogo jocoso-satírico con el Duende, resultaron ciertas: «Es decir, que de esta hecha Asmodeo se volverá a sepultar en el fondo de su botella; el Duende feneció; es decir, que nos podemos hacer los lutos sus deudos y apasionados».337

El Duende feneció en efecto, pero no sin armar bulla. Ya sabemos que don Eugenio, el tío de Larra, atribuía la supresión de la revista a una decisión del Gobierno. Según él, Carnerero había presionado con sus influencias para hacer callar al Duende Satírico del Día. Sin embargo, tanto F. C. Tarr como Sánchez Estevan se inclinan a pensar que fueron las dificultades económicas lo que impidió a Larra continuar la serie de cuadernos.338 ¿Quién iba a ser el impresor que se atreviera a seguir el riesgo de los pagos atrasados? Sea como fuere, aunque la imprenta de León Amarinta o cualquier otra hubiera continuado dando crédito al joven escritor satírico, la situación llegó a tal punto que era imposible que las autoridades de la época, tan celosas de la paz y el orden, permitieran a Larra continuar con aquel Duende, tan revoltoso e insolente.

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Repasando la prensa de entonces hemos podido conseguir una visión de los hechos mucho más amplia de la que tuvieron Tarr y Sánchez Estevan. Ellos descubrieron que la polémica no se había reducido al plano meramente literario y que había trascendido de las páginas del periódico. Basaban sus conocimientos en dos escritos del Correo. El primero era un artículo editorial339 aparecido en el número 78, del 9 de enero de 1829, firmado por la plana mayor del periódico: el editor, Pedro Ximénez de Haro, y los dos redactores, José María de Carnerero y Juan López Peñalver de la Torre:

«No hace muchas noches que un mal aconsejado escritor de los que hacen una guerra impotente al Correo, ha dado a su conducta un carácter de asonada que la constituye criminal; sobre todo, cuando afortunadamente desaparecieron los tiempos en que se dejaban impunes semejantes licencias revolucionarias».


Añaden que sólo la moderación del redactor a quien se dirigió el ataque, pudo evitar mayores consecuencias, y que «en lo sucesivo designarán a las autoridades y sujetarán al castigo legal que merezcan a cuantos (sean quienes fueren) no usen de las armas de la buena crítica y se salgan de los límites impuestos por las leyes y por el decoro que los escritores deben al público y se deben a sí mismos».

Sin duda, aquel día los lectores del periódico estaban al tanto de los hechos a que se refería el artículo y conocían los detalles. Debió ser la comidilla de aquel reducido Madrid. Para nosotros la cosa no está tan   —224→   clara. Por lo visto, según se deduce del editorial citado, Larra había armado cierto alboroto en relación con la polémica entablada entre el Duende y el Correo. Nos llama la atención que los redactores del artículo traten de dar a los hechos ciertas implicaciones de carácter político concernientes al orden público: «carácter de asonada» y «licencias revolucionarias» propias de «los tiempos en que [éstas] se dejaban impunes», clara alusión al trienio liberal en contraste con la ley y el orden del presente régimen absolutista.

El segundo escrito ya conocido es una carta de retractación de Larra,340 publicada en el número siguiente del Correo. La incluimos aquí para seguir el encadenamiento de los hechos:

Sres. redactores del Correo. Muy Sres. míos; he leído el artículo que han insertado vmds. en el número anterior de su periódico, relativo al decoro que los escritores deben al público y se deben a sí mismos y como dicho artículo acaba por contraerse a la indicación de un lance ocurrido en la noche del 29 de diciembre último en un café de esta capital, y yo fui en él el que llevó la palabra contra uno de vmds., no puede quedarme duda que soy yo el objeto principal de las reflexiones que vmds. publican. Con este motivo, no creo comprometer los principios que me rigen, declarando, como declaro, que en el citado lance vertí frases que yo mismo he desaprobado, cuando vuelto de un primer momento de calor, a que todo hombre está sujeto, conocí evidentemente que la moderación del redactor a quien dirigí la palabra fue la que evitó las consecuencias desagradables que se hubieran de otro modo originado. Esta declaración pública me parece que honra   —225→   mis sentimientos, y espero la aprueben todos los que (como vmds. observan) no quieren vivir en el trastorno y en la licencia.

En cuanto a la parte literaria de las discusiones que sostengo con el Correo, no tengo que hacer retractación alguna; y tanto los redactores como yo sostendremos nuestra cuestión según los medios, el talento y la inspiración con que cada uno cuente para defender sus opiniones.

De vmds. affmo. Q.S.M.B.


Mariano José de Larra                


La carta de Larra, aun dados los hechos por consabidos, nos ofrece algunas precisiones: el alboroto se refiere a «un lance ocurrido en la noche del 29 de diciembre último en un café de esta capital». El Correo sólo se refería a Larra -«un mal aconsejado escritor»- cuya conducta calificaba de «criminal». Sin embargo, Larra, aunque reconoce que él llevó la voz cantante, da a entender que otros participaron con él en el incidente. En la retractación no sólo procura poner a salvo su decoro personal, sino que, precavidamente, quiere hacer desaparecer las implicaciones «revolucionarias» a que se habían referido los redactores del Correo; desasociándose públicamente del trastorno y la licencia, Larra espera tranquilizar a los vigilantes del orden constituido y evitar mayores complicaciones con las autoridades del Régimen. La experiencia de algunos de sus amigos de entonces, los «numantinos» como Ventura de la Vega y Miguel Ortiz, podía servirle de lección.

A los pocos días de haberse retractado Larra, el periódico de Carnerero insiste sobre los mismos términos en una declaración de principios que parece motivada por la polémica con el Duende Satírico del Día, aunque esta vez prescinda de hacer referencias concretas. En esta declaración, titulada «De los periódicos   —226→   en general y del Correo en particular», el Correo afirma que se propone restituir la dignidad de la profesión periodística perdida «merced a los turbulentos tiempos en que la llamada libertad de imprenta se convirtió en un inmundo cenagal de desvergüenzas y personalidades».341

Continuando con nuestras pesquisas, encontramos en el número 87 del Correo, del 30 de enero de 1829, una nota sobre un artículo de la Gaceta de Bayona, periódico oficioso del Gobierno español, redactado y publicado en la ciudad francesa por Sebastián de Miñano y Alberto Lista con propósitos propagandísticos.342 Según el Correo, la Gaceta de Bayona, en su número del 23 de enero había aplaudido «la conducta de uno de los redactores de este periódico en un lance ocurrido no hace mucho, del cual no nos toca ya, ni queremos volver a hablar». Transcribe a renglón seguido los párrafos finales del artículo en que el redactor de Bayona se refiere a las funestas consecuencias de lo que durante ciertos años se llamó en España libertad de imprenta, para terminar abogando por una mayor vigilancia de la   —227→   censura: «prohíbanse de una vez esas licencias desenfrenadas con que de algunos años a esta parte se está envileciendo la imprenta, y oblíguese a ser atentos por fuerza a los que tienen la desgracia de no serlo por educación». Veamos cómo en el párrafo transcrito por el Correo uno y otro periódico insisten en presentar los hechos con referencia a lo que ellos consideran la anarquía de la época constitucional frente al orden restablecido por el régimen absolutista. Además, la voz del Gobierno expresa claramente en su periódico la necesidad de prohibir en seguida la publicación de los cuadernos satíricos de Larra.

Si guiados por la nota del Correo acudimos al periódico oficioso para leer completo el artículo, encontraremos en él una relación de los hechos con pormenores que hasta ahora ignorábamos:

(La conformidad que nos une con todos los periodistas de buena fe y particularmente con los de nuestro país, nos obliga a llamar la atención de nuestros lectores sobre un hecho que denuncian a la indignación pública los Srs. editores del Correo mercantil y literario (sic) que se publica en Madrid).

Un artículo jocoso de dicho periódico describe el convite a comer un pavo en una de las tardes de Navidad. Concurrieron a él diversas personas, o digamos más bien, diversos caracteres que el editor se proponía ridiculizar. Hubo varios sujetos reales y verdaderos que se creyeron retratados al vivo en aquella pintura imaginaria. Por ejemplo, se citaban allí dos literatos o más bien dos pedantes; y como este género abunda tanto en todas las capitales del mundo, tampoco faltaron en Madrid quince o veinte que se hicieron a sí mismos el honor de creerse retratados al vivo. Se hablaba de un poeta ridículo e impertérrito, y cáteme Vm., a media docena de coplistas que piensa cada uno de ellos, y todos con razón, que él es el modelo cuya copia ha salido a la vergüenza.   —228→   Se cita un cirujanillo adocenado, poco práctico en la anatomía, y ya me tiene Vm. alborotada una cuadrilla de semi-examinados en el colegio, que piensa que todos sus parroquianos le van señalando con el dedo.

El negocio era grave sin duda, y no se podía quedar así sin tomar una justa venganza del despiadado articulista. Pero ¿cómo tomarla completa sin exponerse por una parte a la justa vindicta de las leyes, y por otra sin riesgo de ir por lana y salir acaso trasquilado? ¿Desafío?, nada de eso, porque el menor de sus inconvenientes es no saberse quién tuvo razón. ¿Una demanda judicial?, mucho menos, porque las costas importan siempre más que el cuerpo del delito, y muchísimo más que la reputación literaria de todos los malos poetas, de todos los pedantes del mundo y de todos los cirujanos ignorantes. ¿Una satirilla graciosa, ligera y delicada?, no sería malo, pero no es fácil encontrar entre todos quién sepa componerla. ¿Pues qué en fin? ¡Qué!, dijo uno de ellos, el que se creía más agraviado: ahora lo verán Vms.: Yo sé que el editor de ese periódico asiste diariamente al teatro, y después se va a concluir la noche en uno de las cafés más concurridos. Vayan algunos de Vms. a llamarle durante la representación, y en saliendo que salga al pasillo de las lunetas, le asestan cara a cara una retahíla de desvergüenzas que le dejen tamañito; y yo me encargo luego de coronar la fiesta en el café diciéndoselas tales que no le quede gana de volvernos a pintar con tan vivos colores. Dicho y hecho; va la primera cuadrilla al callejón, y hace llamar al periodista; pero éste responde que no quiere salir, y se retiran descontentos y mohínos de esta nueva desatención. Fuéronse, pues, todos juntos a esperarle en el café, y procurando engañar el tiempo con algunas copas de ponche, aguardaron un par de horas a su formidable adversario, hasta que por fin pareció muy ajeno de encontrarse con tan bullicioso recibimiento. Apenas se hubo sentado, cuando el inventor de la cruda venganza se le pone delante en pie, y prorrumpe en dicterios de aquellos que sólo se toleran en las tabernas y   —229→   en los bodegones. Afortunadamente el agraviado conoció al ver la cuadrilla reunida que lo que se buscaba era que él se excediese en algún modo para abrumarle con el peso de toda aquella numerosa autoridad, y así se limitó a echarle en cara su indecente procedimiento y se retiró del café. Chasqueados en su plan los conjurados, se contentaron con pegarle una grita, y huir cada uno por su lado, temiéndose las resultas que podía tener para cualquiera de ellos una especie de asonada tan cobarde como pueril. Llevado el caso a la presencia de un juez, no tardó en convertirse toda aquella arrogancia en lo que siempre paran las fanfarronadas de los insolentes, esto es, en pedir humildemente perdón del desacato, e implorar la compasión del agraviado y del juez cantando una palinodia.

Hasta aquí el hecho, tal cual está consignado en el citado periódico; y nosotros acaso no hubiéramos hecho mención de él, si no supiésemos que el verdadero origen de esta escena tan ridícula como indecente no es el convite del pavo, sino el hondo resentimiento que han producido varios folletos en que se han procurado zaherir unos a otros de una manera indigna de la imprenta. Es evidente que desde que en España se abusó tan descaradamente durante ciertos años de lo que se llamaba libertad de imprimir,343 siendo en realidad el monopolio de un partido, ha quedado difundida la afición a las personalidades, en términos que apenas se anuncia un papelejo sobre cualquier materia científica, sin que se ofrezca alguna ocasión de escándalo, harto nocivo a las buenas costumbres y funesto para la ilustración. No hay que esperar que en tales folletos se aclare ningún punto dudoso, ni se entable y decida de buena fe una cuestión importante: al contrario, el que mejor logró eludirla y el que más dicterios consiguió   —230→   estampar en letra de molde contra su adversario, ése se cree triunfante en la lucha, ése es el aplaudido por los atizadores de la discordia, ése el corifeo que se busca para todas las cábalas literarias o antiliterarias que provoca la envidia, y acaso sostiene y paga la ignorancia como los más firmes apoyos de su oscurísimo imperio. Para que un papel sea indigno de ver la luz pública, no es menester que contenga máximas contra nuestra santa religión, derechos y prerrogativas de nuestro Gobierno, o buenas costumbres en general: también lo será, si en él se falta descaradamente a lo que exige la buena educación entre individuos de una misma familia, como debemos serlo todos los españoles bajo la protección del más atento y amable de los soberanos. Si se quieren evitar sucesos desagradables que hoy lo son para unos y mañana pueden serlo para otros, prohíbanse de una vez esas licencias desenfrenadas, con que de algunos años a esta parte se está envileciendo la imprenta, y oblíguese a ser atentos por fuerza a los que tienen la desgracia de no serlo por educación.


Aunque el gacetero de Bayona dice que expone el hecho «tal cual está consignado» en el Correo, la verdad es que su relación es la única fuente que hemos hallado en que se expliquen las circunstancias de los incidentes aludidos en el periódico de Madrid por ambas partes de la disputa. A los escritos de la polémica hasta ahora conocidos hemos de añadir un artículo jocoso del Correo en que Larra y unos cuantos amigos se sintieron aludidos. Y en cuanto a las repercusiones fuera de las páginas del periódico, nos enteramos por la Gaceta de Bayona de que al incidente del café, aludido en la carta de Larra, le había precedido una escaramuza de sus amigos en el teatro y que llegó a intervenir la autoridad.



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ArribaAbajo2. Un artículo jocoso del «Correo»: «El convite del pavo»

El artículo publicado en el Correo, según el periódico de Lista, describía jocosamente un convite a comer un pavo por Navidad. Nadie ha vuelto a hablar de tal artículo, que junto con el de la Gaceta de Bayona quedó inadvertido a los que se ocuparon de la polémica. Por lo que parece, fue la causa inmediata de los incidentes ocurridos en el teatro y en el café. Aunque no fuera su «verdadero origen», como apunta el periódico de Bayona, enardeció a tal punto la disputa que rebasó las páginas del periódico. No nos extraña ahora que la sangre joven de Larra lo llevara más allá de lo que debía, según piensa su biógrafo Sánchez Estevan, sin conocer todos los eslabones de la cadena.344 Como en seguida veremos, el artículo era toda una provocación de carácter personal por parte de Carnerero.

Veamos en qué había consistido realmente el convite del pavo descrito por el Correo en una de sus salidas navideñas. Recordemos que Larra, en su carta de retractación, se había referido a «un lance ocurrido en la noche del 29 de diciembre último». En el número correspondiente a esta fecha (núm. 73), en la sección de Misceláneas Críticas hallamos el artículo que buscamos.

El convite del pavo

Señor editor: La adjunta carta ha sido remitida por mí a un antiguo amigote y condiscípulo, que vive en un pueblo de Extremadura, y con el motivo que en su contenido se especifica. Si le parece a vmd. que tiene algún enlace con la temporada en que estamos, y quiere darle lugar en su apreciable periódico, puede que alguien se divierta   —232→   con ella, y yo me alegraré en verme en letras de molde.

Y sin otro motivo, queda de vmd. su affmo. El «convidado» y no de «piedra».

Querido Pancho: La Aldoncita recibió a debido tiempo (porte pagado) el amabilísimo pavo que le has enviado por medio de Juan Díaz el ordinario. Te diré que el tal pavo era bocado de cardenal, y que llegó gordo, fino, delicado, perfumado; en una palabra, con todos los adherentes que son necesarios para deleitar el paladar más escabroso y descontentadizo.

Es preciso que te haga una ligera descripción de la comida que nos dio, en la que tu brillante fineza ha sido la principal ocasión y el más lucido ornamento.

Por supuesto uno de los convidados era un cirujano de la administración de pólvora y salitres, de cabeza fosfórica y carácter vivaracho. Él fue quien se encargó de trinchar el animalito, y desempeñó la comisión con todos los ribetes que prescribe la educación gastronómica. Los cirujanos son gentes de pro en una mesa bien condimentada: tienen muy ágiles los dedos, que son los principales maniobrantes en el arte trinchadora, y su ojeada es muy perspicaz y geométrica en esto de atrapar las coyunturas.

Dos célebres literatos estaban cada uno al lado del regocijado cirujano. El uno de ellos, muy chisgarabís y locuaz, autor de varios folletos que se quedan en la librería, aunque se anuncian en grandes cartelones, no quitaba el ojo de la bestia sacrificada. Nos hizo en latín y en griego una disertación muy científica sobre el origen de esta raza de animales, y se conoce que ha estudiado profundamente esta parte de la historia natural. ¡Si le hubieras oído! ¡Qué erudición la suya! ¡Qué gestos, qué tarabilla! Todos advirtieron que el tal sabiondo desea con ansia toda ocasión práctica de fortificar sus conocimientos pavescos.

El otro literato es hombre de modales más circunspectos. Debe ser de los que tiran la piedra y esconden la mano: no se hunde tanto como su compañero en el piélago de las citas griegas y latinas;   —233→   y aún noté que era más aficionado a los pajaritos, pollitos y pichoncitos que a los pavos. Tiene una habla bronca y machuna que le recomienda muy mucho al bello sexo. Mientras el otro trinchaba, él hacía danzar armoniosamente su plato, y recitaba al oído un madrigal en esdrújulos y una escena de melodrama a la hija de un cirujano, la cual, a decir verdad, le escuchaba con interés y con una sonrisa de benévolas disposiciones. Este interés, sin embargo, no era obstáculo para que la hambrienta beldad hiciese un acatamiento nada equívoco al cebado pajarraco.

Otro poetilla impertérrito, que también hacía parte de la función, improvisó a la vista del corpulento animalito un poema épico, lleno de estro y numen osiánico; y entre octava y octava, y verso y verso, y al compás de los hemistiquios dio cuenta en un santi-amén con gentil desembarazo de la pechuga izquierda del pavito, del alón derecho y de las tres cuartas partes de su suculento posterior: todo con una gracia y un hambre tan enérgica que a todos nos dio admiración y envidia.

También estaba allí D. Cleofás Tragarino, hombre de campanillas, que gasta peluca de señor y posee en grado superlativo la habilidad de multiplicar su dinero por aquello del cento per cento. Te diré que ha viajado, y se ha hecho docto si los hay; en tales términos, que ha compuesto una obra muy curiosa relativa a sus viajes, en la que informa al lector hasta de las espinacas que ha comido, y de unas magras que diz le sirvieron en Alemania. Te confieso que me dio gusto oírle hablar, tanto por la elegancia de sus frases, como por lo bien que descifró que el dichoso pavo debía sin duda ser de Daganzo, lugar pequeño a la verdad; pero metrópoli gloriosa de los pavos, y que debía pintarse con puntos de oro sobre la carta geográfica.

Tú sólo, Pancho mío, faltabas en esta plácida reunión. Hubieras sido en ella (no lo dudes) el corifeo, el protagonista. A propósito te diré que la Aldoncita no encuentra consuelo en tu ausencia. No hay que cansarse, Pancho: es menester que vengas, y que te cases con ella. Ya sabes que la dejaste un sobrinito, y al cabo eres hombre de   —234→   vergüenza. El tal sobrinito está rollizo y juguetón, que es un placer mirarle. La Aldoncita en medio del bullicio del convite estaba triste y cogitabunda; y observé que a pesar de sus cuitas, más bien que comer del pavo, lo tragaba, lo devoraba, lo engullía. ¡Pobrecilla! Ya se ve, veía en el tal pavo un regalo tuyo, y esto bastaba para que hubiera querido depositarle entero en su femenil y sentimental estómago.

El chiquillo no tocó el pavo: parece que ésta es comida que altera su digestión; pero, en cambio, se engrudó boníticamente los hocicos con un tarto de arrope y con un cuenco de jaletina. Es un dije el tal niño. Los engendradores de tales bamboches son muy útiles para la prosperidad de las naciones que se resienten de despoblación.

Conque, querido Pancho, ya sabes cómo y quiénes dimos cuenta de tu pavo con motivo de la temporada gastronómica en que estamos. ¡Dios te dé gusto y medios para cebar muchos y muy gordos por el estilo del que constituye tu último regalo!, y ¡ojalá que veamos luengas y divertidas Navidades para comerlos a tu salud y bonanza! A Dios.



Según la Gaceta de Bayona, este convite del pavo no era más que una «pintura imaginaria» sin la menor alusión personal. «Hubo [sin embargo] varios sujetos reales y verdaderos que se creyeron retratados al vivo en aquella pintura imaginaria», cuando en realidad sólo se trataba de presentar «diversos caracteres que el editor [del Correo] se proponía ridiculizar». Y con estas susceptibilidades se armó el alboroto.

Si nos atenemos a la interpretación dada por el periódico de Lista, el autor del Duende Satírico del Día no tenía ningún motivo para darse por aludido. Pero cualquiera que hubiera estado sólo un poco al corriente de la situación, podía estar seguro de que la versión del gacetero estaba viciada de mala fe... Desde luego, la alusión a Larra es clarísima. A nadie le podía caber la menor duda de que Carnerero se proponía ridiculizar   —235→   al autor del Duende Satírico en la figura grotesca de uno de los «dos célebres literatos». Sólo Larra, y no quince o veinte personas, como Lista quiere hacer creer, podía sentirse caricaturizado en el literato «chisgarabís y locuaz, autor de varios folletos que se quedan en la librería, aunque se anuncien en grandes cartelones». Por otro lado, cuando el jocoso articulista da por supuesto que uno de los convidados era un cirujano de carácter vivaracho, ¿cómo no pensar en el doctor Rives de que nos habla Roca de Togores en sus recuerdos sobre la vida y la obra de Bretón de los Herreros?: «Había en aquella época [se refiere a los años de 1827 a 1828] en Madrid un célebre doctor en cirugía (Rivas) que tenía tres lindísimas hijas (Laura, Silvia, Rosaura), las cuales a la gentileza de la figura reunían relevantes adornos de educación: la música, el dibujo les eran familiares, y a veces se amaestraban tanto en los ejercicios de equitación como en las estrofas de la poesía. Tenía esta familia una casa en Hortaleza, a donde semanalmente concurría la parte joven del Parnasillo».345 Los jóvenes poetas cortejaban a las hijas del cirujano y les dedicaban versos. Laura, Silvia y Rosaura eran los nombres pastoriles con que los asiduos a la quinta de Hortaleza designaban en sus poemas amorosos a las señoritas Mariana, Mariquita y Juana Rives. Entre los más fervientes estaba Bretón de los Herreros. Gran parte de las odas, letrillas y romances amorosos de su colección de Poesías publicada en 1831 están dedicados a las tres pastoras hijas del cirujano. Pero de la que más   —236→   apasionado se siente es de Silvia. Se declara y es correspondido. Otro enamorado era Ventura de la Vega. Su pastora era Laura e incluso estuvo a punto de casarse con ella. Este cotilleo, leído en junta ordinaria de la Real Academia Española por el académico Marqués de Molíns en 1882, debía estar vivo en tertulias de café por la época del Duende Satírico. Recordemos que en el convite del pavo la hija del cirujano escucha con benévolas disposiciones un madrigal y una escena de melodrama que le recita al oído un literato de modales circunspectos, de los que tiran la piedra y esconden la mano. ¿No sería esto, quizá, una alusión a Bretón de los Herreros? Amigo de Larra -fue testigo de su boda pocos meses después-, además de cortejar realmente a la hija del cirujano y de escribirle delicados poemas amorosos, traducía por entonces a destajo para los teatros de la Corte. Quien desde luego no podía faltar al convite era Ventura de la Vega, a quien Ferrer del Río asocia moralmente a Larra en la empresa del Duende. En agosto de 1828 había entonado un canto épico en octavas con numen ossiánico para conmemorar la entrada de Fernando VII en Madrid después de sofocar la rebelión del «partido teocrático» en Cataluña.346 A ello debe aludir Carnerero cuando presenta al «otro poetilla impertérrito», tan hambriento que despacha su ración de pavo entre octava y octava. No sé quién sería el   —237→   don Cleofás Tragarino, «hombre de campanillas» y financiero, pero todo parece indicar que representaba a un personaje real, conocido en el Madrid de la época. ¿Y Pancho, el destinatario de la supuesta carta? ¿No sería algún amigo extremeño de la pandilla, ausente entonces de Madrid, a quien Carnerero atribuía -quizá sólo en el plano satírico- la paternidad del niño de Aldoncita?

Sea como fuere y sin poner mucho empeño en identificar los invitados a comer el pavo, todo indica que el artículo jocoso de Carnerero estaba escrito en clave. Los motivos para que el grupo de Larra y sus amigos se sintieran caricaturizados no eran gratuitos, por más que la Gaceta de Bayona pretendiera hacer creer lo contrario. De todo esto resulta que, como habíamos supuesto, el autor del Duende Satírico del Día no se hallaba solo y no era el único envuelto en los incidentes derivados de la polémica. En uno de sus artículos anteriores, Carnerero ya había apuntado con ironía a los enemigos de su periódico como un grupo del cual hace portavoz al Duende: «El Duende cree triunfar sin haber vencido. Todos los enemiguillos del Correo se solazan y apiñan para exclamar en coro: ¡Bene, bene respondere! ¡Viva el crítico que necesitábamos para dar lecciones! ¡De ésta sí que el Correo no se levanta! Ahora sí que sus redactores han quedado para siempre en el atolladero».347

«El convite del pavo», en el Correo del día 29 de diciembre, apareció dos días antes de que se pusiera a la venta el cuaderno quinto del Duende con el artículo «Donde las dan las toman». En el mismo número en que aparece «El convite del pavo», y al final de las «Variedades y Noticias» de la primera página, el Correo publica un malicioso comentario (lo incluimos en el apéndice) burlándose de que este cuaderno del Duende se halle   —238→   retenido por el impresor, «quien parece da en la singular y trivial manía de no permitir que salga de su casa un solo ejemplar siquiera mientras no vea satisfecho el importe total de su cuenta, y de los gastos que se le han originado». Por lo visto, Carnerero, enterado de que el Duende volvía a las andadas, quiso adelantarse haciendo una intencionada caricatura no sólo de Larra, sino de toda la pandilla. No hay que exagerar la importancia de los hechos que damos ahora a conocer, pero en sus reducidas dimensiones acentúan el carácter de la polémica del Duende con el Correo. Aunque la serie de cuadernos publicada por Larra, como reconoce el gacetero de Bayona, no «contenga máximas contra nuestra santa religión, derechos y prerrogativas del Gobierno, o buenas costumbres en general», parece una actitud provocadora de cierto grupo de la juventud disconforme del día -representado por el Duende Satírico- en contra del orden que defienden tanto el periódico de Carnerero como el de Lista.




ArribaAbajo3. La condena del «Duende» en la tercera página de la «Gaceta de Bayona», periódico gubernamental

El hecho de que el maestro, hasta entonces tan admirado por Larra, terciara en el asunto -una vez ya zanjado con la retractación de Larra- contribuye a dar cierto matiz político a los derroteros finales de la polémica. La relevante personalidad de Lista en el ambiente de la época bastaría para que tuviéramos muy en cuenta su opinión, pero todavía nos interesa más en cuanto que en este caso no interviene en nombre propio, sino -anónimamente- en su papel de portavoz oficioso del Gobierno. En efecto, se sabe de puño y letra del mismo Lista que su periódico, La Gaceta de Bayona, estaba financiado por el Gobierno y se proponía «ilustrar al   —239→   público acerca de las miras del Ministerio», que era «un periódico secretamente ministerial» y que recibía instrucciones directas de Madrid. Por mucho que don Alberto insistiera «sobre la necesidad de que se conserve secreta la comunicación entre el Gobierno y el redactor»,348 en los corrillos de Madrid tal comunicación tenía que ser un secreto a voces.349

Bastaría tener en cuenta el carácter gubernamental del periódico de Lista, en cuanto órgano de propaganda, para hacernos pensar en la inspiración oficiosa que pudiera tener el artículo contra Larra y su revoltoso grupo de amigos. Pero es que además dicho artículo forma parte, en la composición del periódico, de una sección -la tercera página- reservada, según el plan diseñado por el redactor, a las «variedades políticas», en las cuales «se debe dar a la opinión la dirección que indiquen las instrucciones del Gobierno». Según Alberto Lista, estas instrucciones constituyen «la parte esencial de la redacción». En ellas el Gobierno «deberá advertir al redactor: 1.º las medidas que se han tomado; 2.º las que se quieren recomendar, manifestando el bien que de ellas resultará a la nación; 3.º en fin, la dirección que en cada una de las circunstancias conviene dar a la opinión». Por mucho que insista el redactor, como señala H. Juretschke,350 sobre la   —240→   necesidad de que el periódico tenga cierta independencia, la tercera página la reserva para hacer oír la voz de su amo.351 Y si tenemos en cuenta que la redacción se propone como uno de sus objetivos específicos «proclamar los principios monárquicos y antirrevolucionarios y extirpar, en cuanto le sea dado, las semillas del liberalismo democrático y republicano», podremos comprender todo el significado que el Correo y la Gaceta de Bayona tratan de infundir en sus alusiones a las asonadas revolucionarias, cuando, con severas amenazas, censuran la conducta irrespetuosa del joven Larra.

A esta luz no es de extrañar que Larra, llevado el caso a la presencia del juez, cantara humildemente la palinodia, retractándose públicamente en la carta aparecida en el Correo. Lo que a F. C. Tarr le parecía una «comunicación característicamente franca y valerosa por parte de Larra»,352 y a Sánchez Estevan una prueba de que «Larra, pese a su orgullo, era verdaderamente noble y tenía del periodismo una idea muy alta»,353 lo interpreta el gacetero de Bayona como una humillación. Según se desprende del periódico gubernamental, Larra se había retractado temeroso de mayores consecuencias, dado el cariz que había tomado el incidente.







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ArribaAbajoCapítulo sexto. Del Duende Satírico al Pobrecito Hablador


ArribaAbajo1. Renuncia a la «literatura útil»

La trayectoria del escritor, en el género en que iba a encauzarse definitivamente su talento literario, quedó interrumpida apenas iniciada. Desde finales del año 1828, con la desaparición del Duende Satírico del Día, hasta mediados de 1832, en que Larra empieza a publicar una nueva revista -su primera obra reconocida- con el título de El Pobrecito Hablador, se abre un paréntesis de casi cuatro años. Al fracasar su empresa, deja de escribir artículos y se dedica a componer, con poca gracia, poemillas anacreónticos, se «casa pronto y mal», publica otra oda. Todo ello en el año 29, a los veinte años.

Al tener que interrumpir su Duende, Larra da un giro a su dedicación literaria. Ahora escribe poesía ligera. Los poemillas anacreónticos del año 29 parecen más bien una huida de la realidad y una renuncia a los temas empeñados con la situación del país que constituían la principal preocupación de sus primeros escritos, tanto   —242→   en prosa como en verso. Es como si Larra decidiera abandonar por el momento la «literatura útil», decepcionado por la fuerza de las circunstancias desfavorables. Ya nos hemos referido a la opinión que en 1833 expresa sobre las poesías ligeras, bucólicas y anacreónticas, al juzgar las poesías de Martínez de la Rosa, y después, en 1835, las de Juan Bautista Alonso. En el primer artículo dirá que son un «género desgastado ya», que «la tendencia del siglo es otra»,354 y en el segundo expresa su pensamiento más explícitamente:

«Convengamos en que el poeta del año 35, encenegado en esta sociedad envejecida, amalgama de oropeles y costumbres perdidas, presa él mismo de pasioncillas endebles, saliendo de la fonda o del billar, de la ópera o del sarao, y a la vuelta de esto empeñado en oír desde su bufete el ceferillo suave que juega enamorado y malicioso por entre las hebras de oro o de ébano de Filis, y pintando a la Gesner la deliciosa vida del otero (invadido por los facciosos), es un ser ridículamente hipócrita, o furiosamente atrasado. ¿Qué significa escribir cosas que no cree ni el que las escribe ni el que las lee?».355



Jenaro Artiles356 se inclina a creer que estas composiciones de Larra son «ejercicios escolares» o «divagaciones al margen de lecturas escolares». En cambio Tarr las pone en relación con las circunstancias biográficas del autor. Aunque algunos de estos poemas se basan, indudablemente, en modelos clásicos, el profesor norteamericano cree que el tópico «vino-mujer-canción» está tratado en ellos con tal entusiasmo que si no se refieren a experiencias personales específicas -posibilidad que no desecha completamente en relación con los poemas   —243→   dedicados a Filis-, al menos muestran una preocupación no exclusivamente literaria y que concuerda con su «existencia bohemia» de aquella época.357

Sea como fuere -ejercicios de versificación o reflejo de circunstancias biográficas- no podemos dejar de notar un contraste entre las preocupaciones que expresan los artículos del Duende y los poemillas anacreónticos. Aunque con ellos intentara expresar una efervescencia juvenil, ¿no parecen una renuncia desilusionada a la actitud crítica ante la realidad, que al fin y al cabo va a constituir el motivo constante de sus artículos? Es como si después del fracaso del Duende el joven escritor se pusiera a componer anacreónticas parafraseando a Villegas358 porque no podía escribir otra cosa. Teniendo en cuenta la intención de sus primeros escritos y a la luz que nos ofrecen los dos artículos sobre poesía antes citados, creemos que la hipótesis no carece de fundamento. En todo caso, cuando juzgaba las composiciones ligeras de Martínez de la Rosa y de su amigo Alonso como una huida de la realidad, no podía considerar de otro modo las que él mismo había escrito antes en el mismo género, por más que no las hubiera llegado a publicar.




ArribaAbajo2. La oda a los terremotos: réplica a Alberto Lista

Con el tono general de frivolidad, característico de las composiciones en metros cortos escritas por Larra en   —244→   1829, contrasta una oda -otra oda- grandilocuente y pretenciosa con motivo de los terremotos que asolaron parte del sudeste de España.359 Significativamente, es lo único que publicó aquel año. De esta oda nos interesan aquí las referencias directas a Alberto Lista que hasta ahora no han sido notadas. Cuando la pelea con el redactor principal del Correo y la consiguiente intervención del periódico gubernamental redactado por Lista estaban todavía recientes, las alusiones a los poemas del periodista de Bayona aparecen cargadas de intención. Es una nota que acentúa el carácter de los incidentes que hemos referido antes como enfrentamiento del joven escritor con el sistema político.

Ya nos hemos referido a la admiración que el joven Larra sentía por Lista, cuyo nombre ponía junto al de Qintana. También hemos mencionado las «poesías filosóficas» del poeta sevillano y su significación ideológica. Ahora, en la oda de 1829, las referencias de Larra a estos poemas son directas, pero dejando implícita, tanto la procedencia de los versos aludidos como la verdadera intención   —245→   de las citas. Ya sabemos que es éste un procedimiento al cual Larra se muestra muy aficionado en sus primeros escritos.

Refiriéndose a la ayuda recibida por los damnificados del terremoto, dice Larra en su oda:


Dame, Anfriso, tu lira entretejida
de rosas mil, que en célicas guirnaldas
gracias y amores plácidas orlaron,
cuando a tu voz del Betis aplaudida,
virtud sus cuerdas de oro resonaron,
alma beneficencia repitiendo,
cuando el saber bebiendo
en la florida margen del Uliso
cantara Apolo y escribiera Anfriso.
   Tu blanda voz en torno resonaba:
«Hombres, hermanos sois; vivid hermanos»
y no ya de dolor amargo lloro
el oprimido humano derramaba:
lágrimas dulces en ferviente coro
de amor y compasión sólo vertía
y a tus sonoros cantos aplaudía.360



Anfriso, como sabía todo el mundo que estaba al corriente de la literatura contemporánea, era el nombre arcádico de don Alberto Lista y Aragón, personaje prestigioso y respetable, convertido ahora en agente propagandista del Gobierno de Fernando VII al ponerse al frente de La Gaceta de Bayona. La alusión, a primera vista, no parece que tenga nada de particular si no es el homenaje de un poeta principiante a otro ya consagrado, como reconocimiento de su magisterio literario.

Los amigos de Lista, familiarizados con la obra poética del maestro, debían de reconocer inmediatamente   —246→   los poemas aludidos por Larra y podían reconstruir sin dificultad el contexto de donde estaban tomadas las citas. Nosotros, en cambio, tan alejados de la sensibilidad poética de don Alberto, tenemos que rebuscar un poco para identificarlas. Larra se refiere en este pasaje a dos odas de Lista. Los primeros versos copiados aluden a una oda titulada La beneficencia,361 cuya primera estrofa parafrasea Larra. Basta una simple lectura para com probarlo. Lista comienza así su oda:


«Alma beneficencia, ya te canto;
asaz sonaron en mi acorde lira
del dios vendado la funesta ira
y de su madre el venenoso canto;
asaz en la ribera
del patrio Betis aumenté su gloria
cuando en voz placentera
sus flechas celebrando y mi victoria,
de Emilia los loores
aplaudieron las ninfas y pastores».



La referencia, aparentemente inofensiva, nos descubre un propósito más intencionado cuando leemos todo el poema de Lista y nos encontramos con versos que Larra podía sentir llenos de actualidad de acuerdo con sus propios sentimientos ante la situación del país en aquellos momentos de represión política e intelectual:


El libre pensamiento los impíos
oprimiendo en oscura servidumbre,
consagraron a un Dios de mansedumbre
de humana sangre caudalosos ríos.



Esta misma idea -la represión sangrienta en nombre de Dios- se repite con variaciones en las «poesías filosóficas» de Lista. Son alusiones muy directas a las circunstancias políticas del momento. Las ideas generales de   —247→   la poesía filosófica anterior, llena de un vago humanitarismo, ha derivado hacia formulaciones más concretas en relación con la realidad política.362 La expresión del filosofismo filantrópico ya no basta cuando la facción reaccionaria y clerical deja sentir la fuerza de la represión dividiendo al país en luchas fratricidas. La poesía se convierte en un medio expresivo de estas inquietudes. El grito de libertad que comienza a aparecer retóricamente en las odas no tardará en dejarse oír por las calles.

Un ejemplo característico de esta clase de poesía es la segunda oda de Anfriso citada por Larra. Está dedicada al Triunfo de la Tolerancia.363 Larra se refiere a este poema reproduciendo textualmente un verso puesto entre comillas («Hombres, hermanos sois; vivid hermanos») que es una llamada a la reconciliación nacional semejante por la intención a la que aparece en la oda de 1827. En el poema de Lista el verso citado por Larra aparece sin ambigüedad en un contexto muy expresivo ideológicamente


Y tú, ¡oh España, amada patria mía!
Tú sobre el solio viste,
con tanta sangre y triunfos recobrados,
alzar al monstruo la cerviz horrenda,
y adorado de reyes,
fiero esgrimir la espada de las leyes.
¡Execrables hogueras! Allí arde
nuestra primera gloria;
la libertad común yace en cenizas
so el trono y so el altar. Allí se abate
bajo el poder del cielo,
del libre pensamiento el libre vuelo.
¿Dónde corréis, impíos?, ¿qué inhumana,
qué sed devoradora
de sangre y de suplicios os enciende?
—248→
¿No véis en esa víctima sin crimen,
que la impiedad condena,
de la patria la mísera cadena?
Y ¡qué, grande Hacedor!, ¿en nombre tuyo
siempre el mortal perverso
degollará y oprimirá? Creando,
cual es su corazón, un Dios de ira,
¿volará a las matanzas
invocando al señor de las verganzas?
Mas ¡ay!, ¿qué grito por la esfera umbría
desde la helada orilla
del caledonio golfo se desprende?
Hombres, hermanos sois, vivid hermanos;
y vuela al mediodía
y al piélago feliz do nace el día.
Sí; que una vez el Hacedor benigno
dijo: Que la luz sea,
y fue la luz. Tronó sereno el cielo,
y desde el Tajo al remoto Ganges
desplómanse al abismo
las aras del sangriento fanatismo.



La oda de Lista era un poema político no sólo por las ideas que expresaba, sino por las circunstancias en que fue escrito. Al publicarla el autor le puso una nota explicativa a pie de página: «Leída en una sociedad de beneficencia, cuyas reuniones se celebraban en el local de la extinguida Inquisición de Sevilla». Y como J. M. de Cossío ha puesto en claro, la tal sociedad de beneficencia no era nada más ni nada menos que una logia masónica.364 Aunque muchos lectores no conocieran la génesis, no podía pasarles desapercibido su verdadero alcance, pues cuando Lista reimprimió en 1837 sus poesías se   —249→   vio obligado a ofrecer en el prólogo una aclaración que atenuara lo más posible la intención originaria de este poema «filosófico»: «Mi oda intitulada El Triunfo de la Tolerancia ha disgustado a cierta clase de lectores: mas yo me compadezco de ellos si su disgusto nace de creer la intolerancia civil [subrayado del autor], que es la única de que allí se habla, medio eficaz para proteger la verdadera religión».365

No creemos que fuera Larra uno de los lectores disgustados por lo que decía Lista en su oda a la tolerancia civil, es decir, política. Pero Lista ya no era el que había sido. El admirado poeta de la Oda a la Tolerancia se había pasado ahora al servicio del régimen absolutista, encargado de redactar para el Gobierno un periódico de propaganda. Larra debía estar resentido por los ataques que le había dirigido la Gaceta de Bayona en relación con los incidentes derivados de la polémica con el Correo Literario y Mercantil. Recordemos que por medio de Lista había recibido la advertencia oficiosa de la autoridad y el Duende tuvo que desaparecer.

Con Duende o sin Duende Larra de ningún modo podía replicar abiertamente a la Gaceta de Bayona. Lo que hace es aprovechar la oda a los terremotos pocos meses después para recordarle a Lista sus poemas de juventud en que veía alzarse el monstruo de la intolerancia civil, «adorado de reyes, / fiero esgrimir la espada de las leyes» y en que se lamentaba de que la libertad yaciera «en cenizas so el trono y el altar». Lo que a primera vista podía parecer un homenaje a Anfriso se convierte en una acusación; la de haber traicionado la causa de la libertad y de haberse convertido en agente de la represión.

No cabe duda de que a los apostólicos empedernidos la Gaceta de Bayona les parecía una «tentativa masónica»   —250→   y un medio solapado de difundir principios revolucionarios desde el Ministerio de López Ballesteros,366 cuando a partir del levantamiento de Cataluña el Rey busca la colaboración de los afrancesados como tercera fuerza entre los carlistas y los liberales. El mismo Lista, cuando con una nueva chaqueta escribía para Mendizábal, se defendió diciendo que «el redactor de la Gaceta de Bayona..., intérprete de las intenciones políticas de aquella fracción del Ministerio que quería entonces las reformas administrativas, se dedicó exclusivamente a promover el espíritu de la industria, y no sin fruto». Pero que, como después en el Ministerio de Cea, desde el periódico La Estrella, se opuso a las reformas políticas, a los peligros de la libertad política.367 Sin embargo, era esta libertad -la proclamada por Lista en sus «poesías filosóficas»- la que anhelaban los jóvenes liberales de la generación de Larra. El colaboracionismo de los afrancesados con el régimen fernandista, que para los apostólicos era una confabulación revolucionaria, para los enemigos del Régimen era un intento de adaptarse a las circunstancias con el fin de hacer continuar el sistema político. Para Larra, el liberalísimo poeta de antes se había convertido en el colaborador del despotismo -aborrecido por muy «ilustrado» que fuera-, en el periodista oficioso que escribía pidiendo que se prohibiera su Duende Satírico del Día.

Las inquietudes expresadas por el poeta sevillano en sus poemas masónicos habían ido agudizándose en los últimos años, y en 1829 la guerra civil fomentada por la mayor parte del clero intolerante era una realidad. Apenas sofocado el levantamiento de los «agraviados» no desaprovecha Larra la ocasión de presentarse por primera   —251→   vez al público -en la oda a la Exposición- para pedir la reconciliación nacional. Siguiendo esta inquietud, en la oda de 1829 mira la realidad de España más allá del terremoto que es el tema de su composición. El cataclismo político es más inquietante: «triste España», exclama el joven poeta.


      ... ¿Acaso no bastaron
tantos siglos de pena todavía
de llanto y destrucción y de tormentas
que la espelunca impía
   lanzó contra mi patria?...



¿Qué otra significación podía tener para el joven poeta liberal lo de «la espelunca impía» que no fuera la tenebrosa caverna del feroz oscurantismo?368... Las cavernas   —252→   de la Inquisición y de la Intolerancia donde se incubaba el Despotismo del Altar y el Trono, según había aprendido a sentir en las odas filosóficas del renegado Lista, en el Panteón del Escorial del venerado Quintana, en la mentalidad que estos poemas representan.




ArribaAbajo3. Iniciación teatral

Mientras tanto la evolución objetiva del país toma un curso inevitable por más que el régimen absolutista trate de mantener a toda costa las antiguas estructuras políticas. Poco después de la oda a los terremotos, en diciembre del 29, la boda del Rey con María Cristina parece que trae aires nuevos. «Creíamos inaugurar una Reina y realmente inaugurábamos una revolución», escribe Larra años después, personalizando en su propio recuerdo el hecho histórico.369 Los literatos escriben versos de circunstancias para celebrar la ocasión. Larra quiso contribuir con «una oda que no se dio a conocer por razones particulares».370 La tituló pomposamente Tirteida I: «Al enlace de S. M. el Señor Fernando VII con la Serenísima Princesa de las Dos Sicilias, Doña María Cristina de Borbón».371 Es la primera de una serie de composiciones de circunstancias dedicadas a celebrar la boda, los embarazos y los partos de la Reina como antídoto contra don Carlos.

Pero las esperanzas de «liberalización» pronto se ensombrecen. Los acontecimientos de julio de 1830 en Francia atemorizan a Fernando VII. Larra recuerda el efecto   —253→   de las noticias de París en el ambiente político de Madrid. «La nueva de la insurrección de París produjo en Madrid una conmoción igual a la que había producido en Europa», recuerda Larra. «Alarmose el Rey Fernando, no sin motivo, porque los desterrados de Cherburgo éranle bien allegados como deudos y como restauradores de su corona; y en su naufragio perecía el principio de su existencia, y difícil era prever entonces dónde pararía la ola popular tan imprevistamente sublevada».372

Con los recuerdos de esperanza se mezclan los de decepción: «Nadie ha olvidado el resultado de la triste expedición de 1830; un puñado de proscritos, privados de recursos, se lanzó llevado de su heroísmo en la garganta de los Pirineos». En Larra hay una constante oscilación de la esperanza al desengaño expresada en una asociación afectiva de circunstancias personales y políticas: «Así acabó un año [1830] comenzado bajo tan brillantes auspicios». Lo mismo ocurrirá con el año de 1834 y con el de 1836.

En 1830 la Reina simboliza la esperanza y el Rey la decepción: Fernando VII «cobró miedo, y el terror le restituyó a sus naturales inclinaciones; es decir, a la ferocidad. Instaláronse nuevamente las inexorables comisiones militares; las reacciones fueron atroces y el reinado del terror volvió a empezar». Torrijos, Mariana Pineda, el librero Miyar son las víctimas que simbolizan las «naturales inclinaciones» de Fernando VII.

Nada de esto transciende en lo que Larra escribe por aquellos años. Ya hemos visto que apenas suspendido el Duende Satírico del Día se dedica a componer poemillas anacreónticos. Fuera de la oda a los terremotos, la alusión a las circunstancias de la actualidad sólo se trasluce en un romance «Al Excmo. Sr. Manuel Varela» (1 de enero de 1830) en que alude a la influencia del magnate   —254→   en la publicación de las obras de Moratín, «... hollando del fanatismo la cabeza tenebrosa», y en una letrilla jocosa que A. Rumeau373 fecha hacia finales del 31. Según A. Rumeau, la segunda estrofa hace pensar en el matrimonio de Larra y la tercera en la reacción política y policíaca de aquel año


Que el ladrón que malamente
mató a alguno sin clemencia
y el que calumnia al ausente
muera en la horca por sentencia
y al que vive de lo ajeno, bueno
Pero que por sólo idea
y pensar yo así o asá
ahorcado también me vea
como el otro que asesina,
sin yo hacer a nadie mal,
   eso es harina
   de otro costal.



Quizá porque era harina de otro costal dejó por el momento sus artículos satíricos aplazando la continuación de la vena para mejor ocasión. Cuando Larra escribe esta letrilla la poesía ya es sólo una actividad literaria marginal.374

En cuanto a la vida literaria en su aspecto social, es la época en que comienzan las tertulias del Parnasillo. Muchas veces se ha repetido la descripción de Mesonero Romanos y el recuerdo poco amable que dedica a Larra entre los contertulios: «Allí Larra, con su innata mordacidad, que tan pocas simpatías le acarreaba».375 En este ambiente se relaciona con Grimaldi, el director de la   —255→   empresa de los teatros de Madrid: «Como director de escena -ha de reconocer Larra años después- le he debido no pocas atenciones; a él le debí que mis primeros ensayos, buenos o malos, viesen la luz...».376 El primero de estos ensayos vio la luz el 29 de abril de 1831, con el título de No más mostrador, comedia de costumbres presentada como original, pero cuyos dos primeros actos, de los cinco que consta, son adaptación de una obra corta de Scribe, Les adieux au comptoir.377 Aunque de momento nadie lo escribió claramente, corrieron rumores de que la comedia no era tan original como se anunciaba.378 Pero lo peor fueron las interpretaciones que algunos sacaron de la comedia viendo en ella una crítica de la nobleza en cuanto clase social; su antiguo adversario Carnerero,   —256→   en la crítica publicada en sus Cartas Españolas, con un tono aparentemente benévolo, considera conveniente «que el Conde no hiciese un papel tan mezquino y despreciable, o por lo menos que formase más exclusión de la generalidad de su clase, en la cual, como en las demás, hay de todo». También considera demasiado fuertes «ciertos coloridos que degeneran en sátira apasionada». Pocas semanas después, el mismo Carnerero inserta en su revista una «anecdotilla poéticamente chismográfica» con un soneto anónimo dirigido en elogio de Mariano Roca de Togores, futuro marqués de Molíns, en que de paso ataca a Larra de adular «en necia farsa, la villana / plebe, mofando la nobleza Hispana, / por ganar los aplausos de un tendero». Roca de Togores se sintió obligado a defender a Larra y éste tuvo que apresurarse a declarar que no había pretendido meterse con los nobles.379 Sea como fuere, comprobamos que a cada paso que da se va creando en torno a él la fama de infundir en sus sátiras cierta intención social.

La comedia hay que juzgarla -como hizo Bretón en su crítica del Correo Literario- teniendo en cuenta la pobre situación del teatro español de la época y como obra de un principiante. Luego, el mismo Larra, con juicio más maduro iba a considerarla con el mismo criterio con que, según su amigo Rodríguez Carvajal, valoraba sus primeras producciones literarias, ya fueran los artículos del Duende o sus versos pretenciosos o anacreónticos.380 Sin embargo, para la vida profesional   —257→   del escritor la acogida más bien favorable que recibió su primera comedia significó bastante.381 En estos años de tentativas, en que su vocación literaria, por razones sobre todo externas, no acaba de encontrar su cauce definitivo, el estreno de No más mostrador representaba un esfuerzo de profesionalizar su actividad en la literatura. No defraudó la confianza puesta en él por el empresario Grimaldi, ansioso de encontrar valores nuevos que activaran el negocio teatral. De ahí que hasta la aparición del Pobrecito Hablador, es decir, hasta que se le ofrece ocasión favorable para escribir artículos, la adaptación de obras teatrales francesas iba a ser su principal actividad literaria.382

Entretanto, en agosto del 32, ha aparecido El Pobrecito Hablador. Larra pronto va a formar parte de la redacción de la Revista Española y a dirigir los primeros pasos del Correo de las Damas. Definitivamente ha encontrado su camino en el periodismo. No abandona el trabajo de traductor de comedias, pero los estrenos se hacen más espaciados. Las traducciones son un medio   —258→   de conseguir dinero y algunas las hace descuidadamente, de prisa y corriendo.




ArribaAbajo4. Desarrollo de la literatura periodística: el costumbrismo

En los años que siguen al Duende Satírico del Día, a pesar de la poesía ligera y de las intrascendentes adaptaciones de obras teatrales francesas, no han desaparecido en el ánimo de Larra las preocupaciones que le habían impulsado a publicar su primera serie de artículos. El Pobrecito Hablador nos parece la reanudación, con un éxito definitivo, del primer empeño. La nueva revista puede clasificarse en el mismo género de publicaciones a que pertenecía el Duende, con los antecedentes en la literatura nacional y extranjera ya indicados. Es decir, era también una revista redactada por un solo autor que adopta una personificación ficticia expresada con un seudónimo significativo de su carácter crítico; compuesta por una serie de artículos inspirados por dicho carácter, sin ajustarse a un plan fijo en la elección y el tratamiento de los temas, según la tradición iniciada en Inglaterra por El Hablador y El Espectador, de Steele y Addison, e inaugurada en España por el autor del Duende Especulativo sobre la Vida Civil a la que sigue toda una sucesión de pensadores, censores, regañones, revisores, holgazanes, observadores, y numerosos duendes. En el espíritu crítico del Pobrecito Hablador perviven los rasgos característicos del diablo Cojuelo que continúa llamándose Asmodeo.

Pero la situación de la literatura en 1832 ya no era la misma que en 1828. Carnerero, con protección oficial, se había convertido en un impulsor de empresas periodísticas dentro de los límites inevitables que imponían las circunstancias políticas. Desaparecido el Duende, su   —259→   contrincante, el Correo Literario y Mercantil, queda como única publicación literaria hasta que el redactor principal de este periódico lanza por su cuenta las Cartas Españolas, cuyo primer número aparece el 26 de marzo de 1831.383

Hasta ahora no se ha tenido suficientemente en cuenta la contribución del Correo a la literatura en víspera del romanticismo. Su importancia no se debe a la calidad de los artículos, en general mediocres, sino a que en sus páginas aparecen nuevas tendencias de la literatura periodística que iban a alcanzar pleno desarrollo en los periódicos que le sucedieron. Estas nuevas tendencias fueron indicadas sucintamente por Georges Le Gentil en su estudio bibliográfico sobre las revistas literarias españolas de la primera mitad del siglo XIX, ya citado varias veces en estas páginas. Entre otras novedades, señala la atención dedicada por el periódico a las revistas extranjeras que se interesan por la literatura española antigua; la información de libros recientes, como la novela de Trueba y Cossío, Gómez Arias, publicada en inglés; en el periódico se habla del romanticismo. (Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el romanticismo para el Correo es una novedad peligrosa que amenaza desde el extranjero el orden interior defendido por el periódico). En el aspecto de la creación literaria, Le Gentil observa, sin meterse en más averiguaciones, las colaboraciones de carácter costumbrista. Con el seudónimo de El Observador se inicia una serie titulada «Costumbres de Madrid», cuyo propósito es adaptar a las circunstancias madrileñas «un trabajo que han creído digno de su pluma los Mercier y los Jouy».384

  —260→  

Repasando los viejos ejemplares del Correo nos podemos dar cuenta de que el costumbrismo tiene una función en el periódico de Carnerero mucho más consistente de lo que se puede pensar por la referencia de tres o cuatro artículos aislados.385 Por toda la colección del periódico, mientras Carnerero es el redactor principal, se esparce la materia costumbrista todavía pobremente elaborada en artículos de poca calidad, pero que manifiestan la intención clara de introducir la nueva modalidad que en los periódicos franceses, sobre todo por obra de Jouy, ha adoptado este género de literatura cultivado en España desde el siglo XVIII.

A pesar de las fundadas críticas del Duende Satírico contra los primeros artículos de costumbres publicados en el Correo -ya nos hemos referido a ellas en el capítulo anterior-, la continuidad con que aparecen revela la aceptación que el género iba hallando entre los lectores del periódico. A la gente le gustaba leer aquellos artículos cortos, que no requerían una lectura muy atenta y en los cuales, con un tono siempre inocentemente festivo, a veces un poco satírico, se describían objetos, tipos, ambientes y modos de comportamiento que se referían intencionadamente a la realidad cotidiana del vecindario. Respondían al mismo gusto con que el público del teatro acudía a pasar el rato en las comedias de Bretón de los Herreros, que también por aquellas mismas fechas estaban logrando su configuración definitiva.

Pero el desarrollo más importante de la literatura periodística entre el Duende Satírico y el Pobrecito Hablador   —261→   lo lleva a cabo el mismo Carnerero al lanzar las Cartas Españolas. Los escritores de la nueva promoción, los que empiezan a aparecer en los años de la década absolutista, encuentran en la revista un medio de manifestarse. Hasta Espronceda, exiliado en Londres, manda un poema, el primero de los suyos que aparece en letra de molde.386 Sin poner los nombres de los autores, aparecen también colaboraciones de otros desterrados políticos, entonces más conocidos que el joven Espronceda.387 Las Cartas Españolas en el conjunto de sus colaboraciones representa lo que era la literatura española, dentro de España, entre 1831 y 1833, últimos años del Antiguo Régimen. Como hace notar Cánovas del Castillo, «a par que con los trabajos de [Mesonero], de Gallardo y Estébanez, ilustráronse las páginas de dicha revista con los últimos versos de Arriaza, y los primeros de aquellos predilectos discípulos de Lista, que se llamaron Ventura de la Vega y Espronceda [...]. Véase allí también la firma de Roca de Togores, marqués hoy de Molíns...; sin que faltase alguna de las admirables combinaciones métricas del mismo autor de Marcela, ni se echara de menos el nombre de Gil de Zárate [...]».388 Todos ellos, menos el exiliado Espronceda, se reunían entonces en el famoso Parnasillo del café del Príncipe con el director de la revista.

El nombre que se echa de menos es el de Larra. Su presencia en las Cartas Españolas resalta más bien por el aspecto negativo, no sólo por la ausencia de colaboraciones,   —262→   sino especialmente por las críticas que se hacen a los cuadernos del Pobrecito Hablador. Apenas sale el primero, Carnerero le reprocha: «Todo es para él inmundo y sucio».389 Pero la situación cambia a raíz de los acontecimientos de la Granja en septiembre de 1832 y la regencia anticipada de María Cristina durante la convalecencia de su marido. Carnerero ve la ocasión propicia para transformar su revista literaria en un periódico político con el título de La Revista Española, cuyo primer   —263→   número sale el 7 de noviembre de 1832. Larra entra a formar parte de la redacción del nuevo periódico encargándose de la sección de teatros. Por lo visto la polémica con el Duende Satírico del Día y las prevenciones que a Carnerero le había producido el Pobrecito Hablador ya no eran obstáculo para contar con la colaboración de Larra.

La importancia de las Cartas Españolas para la trayectoria inicial de Larra se debe a la contribución de esta revista al desarrollo del artículo de costumbres como género literario característico de la prosa española anterior a la novela realista. Es el género a que se ha de amoldar básicamente la intención literaria del Pobrecito Hablador y una buena parte de los artículos de Fígaro.

«Cuando empecé la difícil carrera de escritor público -dice Larra refiriéndose al Pobrecito Hablador-, empecé con artículos de costumbres».390 El término «artículos de costumbres», utilizado por Larra en este texto, alude a un concepto nuevo. A pesar de los antecedentes nacionales, los escritores que cultivan el «artículo de costumbres» hacia 1832 creen que están introduciendo en la literatura española «un género de escritos absolutamente nuevo en nuestro país» según la expresión utilizada por uno de ellos, Mesonero Romanos,391 que se las da de inventor. Lo que ellos llaman nuevo es la adaptación a las circunstancias madrileñas de los artículos de Jouy. Aunque la presencia de este escritor francés se percibía en el ambiente de la prensa literaria española desde hacía bastantes años y la hemos visto reflejada en el Duende de Larra, la novedad consiste en la adopción sistemática del modelo. Es ésta una empresa impulsada por Carnerero en los periódicos   —264→   que dirige. Se inicia, como hemos visto, en el Correo y se lleva a cabo en las Cartas Españolas. Es un proceso, por lo tanto, que se realiza entre 1828 y 1832, es decir en los años que van del Duende Satírico al Pobrecito Hablador.

Teniendo esto en cuenta, a pesar de que la intención satírica del Pobrecito Hablador sea en principio una renovación de la que impulsó al Duende, no se puede decir que la primera publicación de Larra fuera una revista de costumbres como, específicamente, quiere serlo la segunda. En España, aunque se había cultivado mucho este aspecto de la literatura periodística, todavía no ha adquirido entidad propia cuando Larra escribe su Duende. En esta primera serie de artículos, el costumbrismo no desempeña una función predominante; es sólo un elemento más en la crítica, como lo había sido en las revistas semejantes publicadas hasta entonces. La configuración definitiva del artículo de costumbres comienza a manifestarse precisamente en el momento en que nuestro autor abandona desanimado sus primeros intentos de escribir artículos.

La madurez del género que no consiguieron alcanzar los colaboradores de Carnerero en el Correo Literario y Mercantil la lograron los nuevos redactores que pudo reclutar para las Cartas Españolas, primero Estébanez Calderón y después Mesonero Romanos, seguidos al poco por Larra en su Pobrecito Hablador. Los tres coinciden en el propósito manifiesto y declarado de adoptar el género de artículos puestos de moda por L’Ermite de la Chaussée d’Antin. Como dato histórico, la influencia de Jouy tiene una importancia decisiva que se manifiesta por la inequívoca intención que llevan a cabo un grupo de periodistas españoles de escribir artículos semejantes a los del escritor francés, adaptados a la actualidad madrileña. Pero lo que ocurre es que la actualidad madrileña es muy diferente de la   —265→   parisiense. Como ha mostrado J. F. Montesinos en su estudio sobre Costumbrismo y novela, lo que hacen los imitadores de Jouy es precisamente «el redescubrimiento de la realidad española».392

Lo que diferencia al Pobrecito Hablador de los costumbristas de las Cartas Españolas es su manera de ver la realidad del país. El costumbrismo consolidado por Estébanez Calderón y Mesonero Romanos en la revista de Carnerero representa una actitud españolista que marca el tono general del género y caracteriza su desarrollo. En esto, como en otros rasgos, el costumbrismo de Larra ofrece el contraste de una actitud basada en una diferente concepción de la sociedad y del progreso. El Solitario, tal como se presenta a sí mismo en el «Frontis» de las Cartas Españolas,393 es de los que, según el Pobrecito Hablador, «dará todas las lindezas del extranjero por un dedo de su país».394 A pesar de sus modelos extranjeros,395 no duda de caracterizarse así: «Su gusto literario es tal, que muy pocos libros transpirenaicos hallan gracia ante sus ojos, mas en trueque siempre está cercado de infolios y legajos   —266→   a la española antigua...». Estébanez Calderón crea el costumbrismo regionalista. La intención moral no aparece en sus artículos, que tienen el exclusivo objeto de exaltar el pintoresquismo con la descripción de tipos y escenas.396

El de Mesonero es un costumbrismo urbano: «cuadros que ofrezcan escenas de costumbres propias de nuestra nación, y más particularmente de Madrid, que, como Corte y centro de ella, es el foco en que se reflejan las de las lejanas provincias», escribe el Curioso Parlante. Su intención crítica tiene un tono suave y de complaciente bonachonería que recuerda el precedente de L’Ermite. Espera merecer la benevolencia del público «si no por el punzante aguijón de la sátira, por el festivo lenguaje de la crítica».397 El tono ligero de «crítica festiva» adoptado en las Cartas Españolas se convierte en uno de los aspectos característicos del género costumbrista en su desarrollo posterior.

El costumbrismo que consagra Mesonero es una literatura limitada, según él mismo confiesa, a los usos populares, a la vida exterior... En general va a ser un género literario de corto alcance en que el escritor adopta una actitud comprensiva, con una ligera sonrisa ante las ridiculeces de sus vecinos, sin pretender -no le concierne- oponerse al orden establecido. Ésta es la vena de Jouy aplicada por el Curioso Parlante al pintoresquismo madrileñista. Se propone alternar «en la exhibición de estos tipos sociales con la de los usos y   —267→   costumbres populares y exteriores (digámoslo así), tales como paseos, romerías, procesiones, viajatas, ferias y diversiones públicas...; la sociedad, en fin, bajo todas sus fases, con la posible exactitud y variado colorido».398

Montesinos, comentando este pasaje, hace observar la «insuficiencia de traducción» que implica el término castellano costumbres en relación con el francés originario moeurs (mores): aunque la diferencia no la ignoraba Mesonero, «la significación corriente de la palabra costumbres se le imponía con demasiada fuerza y le hacía olvidarse de que las que importaba estudiar no se reducían a paseatas y procesiones. De aquí la superficialidad moral del costumbrismo, tanto más sensible cuanto más contrasta con su afición a lo pintoresco».399 Con esta explicación del término costumbres, Montesinos nos ofrece un concepto claro de la literatura costumbrista y de sus limitaciones. Hay que tener en cuenta, sin embargo, en relación con la génesis del costumbrismo español, que el término castellano costumbres corresponde a la limitación impuesta por Jouy al concepto general de moeurs, en el sentido de moeurs locales, que es como L’Ermite emplea el término francés para explicar la motivación originaria de su quehacer literario, señalando la diferencia entre sus artículos y la literatura de los «philosophes moralistes»: «Fertile en observateurs de l’homme et de la société -dice Jouy-, la littérature française qui opposait avec un si juste orgueil Montaigne, Molière, Labruyère, Duclos, Voltaire, Montesquieu, Vauvenargues, aux philosophes moralistes de tous les temps et de tous les pays, n’avait trouvé personne qui volû ou qui daignât, à l’exemple d’Addison et de Steele,   —268→   consacrer sa plume à peindre sur place et d’après nature, avec les nuances qui leur conviennent, cette foule de détails et d’accessoires, dont se compose le tableau mobile des mouers locales».400 En este sentido determinado y limitado con que Jouy usa el término, es decir según la interpretación del concepto expresada por el modelo francés que Mesonero se propone imitar, la traducción española de la palabra moeurs por costumbres es bastante exacta; por ello el estudio de «moeurs locales» podía reducirse a las paseatas y procesiones a que se refiere Montesinos: usos y costumbres.

El impulso de la corriente literaria promovida por el Correo Literario y Mercantil y encauzada por las Cartas Españolas se debe al interés del público por una literatura en que el vecindario aparece como protagonista. Respondía a las circunstancias histórico-sociales del país en los años inmediatamente anteriores a la muerte de Fernando VII. Es el espíritu burgués que alienta en la literatura española desde mediados del siglo XVIII estimulando los primeros pasos de la prensa periódica y produciendo las comedias de Moratín. El terreno estaba preparado para que a finales del primer tercio del XIX se produjera el florecimiento del artículo de costumbres y de la comedia bretoniana.401

Mesonero Romanos era consciente del trasfondo histórico-social que había llevado a orientar su quehacer literario en esta dirección del periodismo costumbrista. En el primer artículo que escribió para La Revista Española, periódico lanzado por Carnerero como continuación   —269→   de las Cartas Españolas, puesto a reanudar la tarea iniciada en la revista anterior, hace un balance de los artículos publicados hasta entonces con la siguiente conclusión:

«Tal es el plan que me propuse abrazando en la extensión de mis cuadros todas las clases; la más elevada, la mediana y la común del pueblo; pero sin dejar de conocer que la primera se parece más en todos los países por la frecuencia de los viajes, el esmero de la educación y el imperio de la moda; que la del pueblo bajo también es semejante en todas partes por la falta de luces y de facultades; en fin, que la clase media por su extensión, variedad y distintas aplicaciones, es la que imprime a los pueblos su fisonomía particular, causando las diferencias que se observan en ellos. Por eso en mis discursos, si bien no dejan de ocupar su debido lugar las costumbres de las clases elevada y humilde, obtienen naturalmente mayor preferencia las de los propietarios, empleados, comerciantes, artistas, literatos y tantas otras clases como forman la medianía de la sociedad».402



La enumeración de oficios que hace aquí Mesonero Romanos no sólo representa el tema principal de sus artículos, sino que refleja también el conjunto de sus lectores. El costumbrismo configurado en las Cartas Españolas representa el nivel medio de la sociedad a la que va destinada la revista.

Preocupado por esta misma clase social en el artículo «¿Quién es el público y dónde se encuentra?», Larra, en agosto de 1832, lanza su Pobrecito Hablador como revista de costumbres. Con ello se proponía cultivar el mismo género que Mesonero Romanos había hecho tan popular desde que comenzó sus colaboraciones costumbristas   —270→   en las Cartas Españolas en enero del mismo año. Al incorporarse Larra al costumbrismo, el género recibe un nuevo impulso y un sentido especial en los momentos iniciales.

Con un tono distinto viene Larra a prestar su contribución decisiva al costumbrismo. Aunque los modelos literarios sean los mismos que los de Mesonero, su intención es muy diferente. El Pobrecito Hablador aparece con un carácter bien marcado, definido en la portada del primer número: «Revista satírica de costumbres, etc., etc.». El asunto principal van a ser las costumbres con todas las implicaciones que se puedan deducir de los «etcéteras», es decir, la realidad social, y el procedimiento literario, la sátira. Mientras otros costumbristas rechazan explícitamente la intención satírica, Larra acepta la responsabilidad literaria y moral de la sátira, como ya había hecho en el título del Duende Satírico del Día. En la nueva revista, pone la nueva forma del artículo de costumbres al servicio de la sátira social que había determinado la génesis del Duende. Le mueve la misma intención de escribir literatura útil con un espíritu reformista, según el concepto dieciochesco.

Larra se proponía tratar lo que Cadalso consideraba «el asunto más delicado que hay en el mundo, que es la crítica de una nación» al declarar los propósitos de sus Cartas marruecas: «Desde que Miguel de Cervantes compuso la inmortal novela, en que criticó con tanto acierto algunas viciosas costumbres de nuestros abuelos, que sus nietos hemos reemplazado con otras, se han multiplicado las críticas de las naciones más cultas de Europa en las plumas de autores más o menos imparciales».403 Larra asume esta manera de concebir la crítica de las costumbres con que los ilustrados interpretaban   —271→   la empresa quijotesca de Cervantes. Las Cartas marruecas aparecen efectivamente entre los antecedentes del moderno artículo de costumbres considerados por Fígaro en sus comentarios generales sobre el género que sirven de introducción a su crítica del Panorama matritense de Mesonero.404 Al asumir la herencia dieciochesca, cuyo espíritu anima la génesis de la crítica de Larra, Cadalso queda integrado en el trasfondo intelectual de nuestro autor. En esta corriente de la literatura española que había animado la sátira del Duende hay que situar también el costumbrismo del Pobrecito Hablador.

Pero el espíritu que prevalece en el género es el que le infunde Mesonero Romanos en los artículos de las Cartas Españolas. Montesinos, en relación con el asunto de moeurs-costumbres, observa que «Larra vio mucho más claro en este asunto [...]. Sin decirlo, sin insistir en ello, da a entender claramente que su visión de la literatura de costumbres es distinta de la de Mesonero; ello es patente en los artículos que dedicó al Panorama matritense, artículos de mucha enjundia, tanto en lo que tienen de positivo como en lo negativo, pues en ellos hay una repulsa de la literatura de costumbres superficial, insustancial, toda entregada a la descripción de cosas efímeras y sin interés. Está claro que lo que cuenta para Larra es el estudio del hombre y de la sociedad».405

  —272→  

Esto es mucho más significativo cuanto que donde se inspira Larra para configurar su enjundiosa teoría del costumbrismo es precisamente en el texto de Jouy citado antes para explicar la relación entre las «moeurs locales» de L’Ermite y los «usos y costumbres» del Curioso Parlante.406 Lo que hace Larra es elaborar una interpretación personal del asunto mucho más profunda. Jouy ponía de un lado a los filósofos moralistas observadores del hombre y de la sociedad y de otro a los escritores que, siguiendo el ejemplo de Addison y de Steele, se proponían pintar del natural la muchedumbre de detalles y accesorios de que se compone el cuadro móvil de las costumbres locales. Pero Larra advierte que «semejantes bosquejos parciales estriban más que en el fondo de las cosas en las formas que revisten, y en los matices que el punto de vista les presenta que son por tanto variables, pasajeros, y no de una verdad absoluta». El escritor costumbrista que era Larra, puesto a teorizar sobre el género, mantiene la contraposición entre los autores que «habían considerado el hombre en general» (los «philosophes moralistes» de que habla Jouy) y los que siguen el ejemplo de Addison. Sin embargo, lo que para Jouy eran «moeurs locales» y para Mesonero «usos y costumbres», para Fígaro se resolvía en considerar «al hombre en combinación, en juego con las nuevas y especiales formas de la sociedad en que [los escritores] le observaban».407

Para el Pobrecito Hablador el costumbrismo es un instrumento crítico y no una descripción colorista de la sociedad. Los tipos y las escenas no son figuras y cuadros tomados del natural para ofrecer una representación de los usos y del comportamiento externo de   —273→   los diversos estados sociales, de grupos profesionales, de personajes típicos del pintoresquismo local -urbano o regionalista-. Compone caricaturas. No son retratos, sino ejemplificaciones críticas de lo que el autor piensa de la sociedad y de sus preocupaciones morales.

El primer cuaderno del Pobrecito Hablador ilustra muy bien el proceso que se había operado en la literatura costumbrista en España desde la desaparición del Duende Satírico del Día y al mismo tiempo la postura de Larra en dicho proceso. El artículo de este primer número, «¿Quién es el público y dónde se encuentra?», parte directamente del modelo francés tan de moda entonces: «Artículo mutilado, o sea refundido. Hermite de la Chaussée d’Antin», advierte el autor. Larra utiliza el artículo de costumbres a la manera de Jouy para considerar al hombre y la sociedad de su tiempo y de su país en función de sus propias preocupaciones sobre la realidad nacional.

El Pobrecito Hablador expone el punto de partida de su artículo: «empeñado en escribir para el público, y sin saber quién es el público. Esta idea, pues, que me ocurre al sentir tal comezón de escribir será el objeto de mi primer artículo».408 Una vez que ha fijado el tema leyendo a Jouy sigue el tópico literario de los escritores de costumbres, callejeando por Madrid en busca de materiales. Lo que constituye el cuerpo del artículo francés son las descripciones de escenas y tipos. Esto es lo que en realidad le interesa al escritor en cuanto costumbrista: «peindre sur place et d’après nature», «foule de détails et d’accessoires», «moeurs locales». No se trata de especular, sino de pintar: «après avoir interrogé séparément des commerçants, des gens de loi, des gens du monde, je demeurai plus que jamais convaincu qu’un pareil sujet n’est pas de ceux que l’on   —274→   peut traite à tête reposée; qu’il vient de plus près encore à l’observation qu’à la morale, que c’est une de ces études qu’il faut faire d’après nature, et qu’une promenade du dimanche m’en apprendrait plus en quelques heures que les plus profondes méditations».409 Jouy trata de presentarnos tipos en relación con sus usos y costumbres, describirnos la paseata, la concurrencia de un cabaret conocido y en otros lugares de reunión. La conclusión no obedece más que a la necesidad de añadir una moraleja muy general para terminar necesariamente el artículo: «Maintenant, exige-t-on que je tire une conclusion des observations que j’ai faites? Je dirai que chaque classe de la société a son public; que ces différents publics ont néanmoins des caractères qui leur sont communs et dont se compose la physionomie du public en général; que son opinion ondoyante, se détermine trop souvent par le motif plus frivole, ou la partialité la plus révoltante; qu’il s’engoue pour les objets les plus futiles, et qu’il accorde tout à l’intrigue orgueilleuse, et dédaigne le mérite modeste; que sa faveur s’obtient sant titre et se perd sans raison; et qu’enfin c’est à tort qu’on affecte de le confondre, comme juge, avec la postérité, qui casse presque toujours ses arrêts».410 Para sacar estas conclusiones generales no era necesario que el autor se hubiera fatigado recorriendo París. Cualquier literato de cualquier país podía hacerlas suyas.

Larra elabora los materiales literarios tomados de Jouy para ilustrar su propia visión de la realidad española. Frente a su modelo, al Hablador le interesa más la dimensión moral que la observación de escenas locales. No hace un estudio «d’après la nature», sino que ofrece una representación caricaturesca del comportamiento   —275→   irracional de la masa en la España de su tiempo. La caricatura no consiste en la relación de rasgos descriptivos; el procedimiento se basa en la enumeración y en la yuxtaposición sintáctica para ridiculizar lo que hace la masa: el domingo, «un sinnúmero de oficinistas y de gentes ocupadas o no ocupadas el resto de la semana, se afeita, se muda, se viste y se perfila». «El público oye misa, el público coquetea [...], el público hace visitas, la mayor parte inútiles, recorriendo casas, adonde va sin objeto, de donde sale sin motivo, donde por lo regular ni es esperado antes de ir, ni es echado de menos después de salir...». «Un público sale por la tarde a ver y ser visto; a seguir sus intrigas amorosas ya empezadas, o a enredar otras nuevas; a hacer el importante junto a los coches; a darse pisotones, y ahogarse en polvo; otro público sale a distraerse, otro a pasearse, sin contar con otro no menos interesante que asiste a las novenas y cuarenta horas, y con otro no menos ilustrado, atendidos los carteles, que concurre al teatro, a los novillos, al fantasmagórico Mantilla, al Circo olímpico».411

La conclusión sigue al modelo muy de cerca en cuanto a la exposición, pero los reproches cobran una intensidad patética que no tiene el original, en cuanto que el Pobrecito Hablador está atacando realmente a la sociedad por la que se siente abrumado. El tono superficialmente desdeñoso de Jouy se convierte en una acusación a la sociedad con su «fisonomía monstruosa». Una sociedad intolerante y conformista: el público «es intolerante al mismo tiempo que sufrido, y rutinero al mismo tiempo que novelero, aunque parezcan dos paradojas; que prefiere sin razón, y se decide sin motivo fundado; que se deja llevar de impresiones pasajeras;   —276→   que ama con idolatría sin porqué, y aborrece de muerte sin causa; que es maligno y mal pensado, y se recrea en la mordacidad; que por lo regular siente en masa y reunido de una manera muy distinta que cada uno de sus individuos en particular».412

El público de que habla aquí el Pobrecito Hablador es esa «masa, esa inmensa mayoría que se sentó hace tres siglos»,413 según dice en otro lugar de la revista. El absurdo irracionalismo en el comportamiento del público es el resultado de un letargo histórico, la falta de desarrollo social que impide a la masa estacionada tres siglos atrás ver dónde están sus verdaderos intereses. De ahí la intolerancia y el conformismo que sobre los cuales se sustenta el régimen fernandino, «el común oprobio», «el general abatimiento», «la triste verdad que de medio a medio nos coge y nos abruma», según dice en una nota del tercer cuaderno.414

La nota citada es un ejemplo de la técnica satírica del Pobrecito Hablador, que, según F. C. Tarr, consiste en «engañar con la verdad»: «Decir una cosa inocente, implicar lo contrario, y querer decir en el fondo lo primero, aunque en otro y más profundo sentido».415 La salvedad de dicha nota consiste en elogiar al «ilustrado Gobierno que nos rige, y que tanto impulso da al adelanto de la prosperidad y de la ilustración». Todo el mundo sabía que el Gobierno de Calomarde ni era ilustrado ni impulsaba prosperidad ni ilustración alguna. La ironía suena a sarcasmo si tenemos en cuenta que cuando Larra escribe esta nota, en septiembre de 1832, hacía dos años que el «ilustrado Gobierno» tenía cerradas las   —277→   universidades. Continúa dando explicaciones: «bien clara se manifiesta nuestra intención de cooperar a su misma benéfica idea con nuestros débiles conatos»; de lo cual se desprende la verdadera intención de Larra: cooperar a la ilustración para cuyo adelanto el Gobierno no sólo no hacía nada, sino que ponía evidentes obstáculos. El buen entendedor podía comprender muy bien que el elogio se convertía en censura por muy pocas implicaciones que hiciera. Realmente, el Gobierno actual era para Larra un resultado del «vicio de tantos años y aun siglos». Ya hemos visto cómo en ocasiones anteriores Larra había contado con el sobreentendido de los lectores. No era mucho pedir que también lo hicieran en el Pobrecito Hablador. En este sentido se puede considerar, como hace Carlos Seco Serrano, que la «revista satírica de costumbres» publicada por Larra a finales de la ominosa década, «viene a constituir, en realidad, como el acta acusatoria contra la situación social y el sistema político que [el régimen fernandino] representa».416

El remedio -a estas alturas iniciales Larra todavía ve remedio, aunque sea a larga distancia- lo habían predicado los maestros ilustrados: instrucción, educación para formar ciudadanos y alcanzar la felicidad. «Pero ¿acaso puede enderezarse en un día el vicio de tantos años y aun siglos? ¿Puede ser dado a la penetración, ni a la fuerza del mejor Gobierno [¡cuánto menos a la de éste!, pensarían los lectores de Larra], romper tan pronto, ni desvanecer del todo tantos obstáculos como oponen la educación descuidada, las ideas viciosas, y un sin número, en fin, de circunstancias que no son de nuestra inspección y que gravitan en nuestro mal? Luengos remedios necesitarán acaso tan largos males. Esperemos que algún día hemos de ver triunfar   —278→   sus esfuerzos, y cooperemos en el ínterin con los nuestros».417 El Pobrecito Hablador hace suyas a este respecto las palabras de uno de los reformadores de la España Ilustrada, Miguel Antonio de la Gándara, en sus Apuntes sobre el bien y el mal de España:418 «Rómpanse las cadenas que embarazan los progresos; repruébense   —279→   los estorbos, quítense los grillos que se han fabricado de los yerros de dos siglos...».419 La esperanza radica en poder quitar los obstáculos. En el ambiente de aquellos momentos finales del Régimen se percibe una esperanzadora sensación de que «esto se acaba pronto». Sí, los cambios políticos sobrevienen a la muerte del tirano, pero la situación real del país mantiene los obstáculos y llega la desesperanza y poco a poco la desesperación de Larra.