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Los trabajos y los días

Hostos en París (1868 y 1869)

Carmen Vásquez1





Cumpliendo con el encargo que me ha hecho el amigo y colega, Manuel Maldonado-Denis, presento ante ustedes una ponencia sobre las dos estadías de Eugenio María de Hostos en París y sobre el diario que en esta ciudad escribió nuestro célebre patriota.

Publicado en el primer tomo de la edición de La Habana de 1939, este diario de París se compone de dos partes que conciernen dos años y estadías diferentes. La primera va desde el 5 de agosto de 1868 hasta el 3 de septiembre del mismo año y la segunda del 5 de septiembre hasta el 10 de octubre del año siguiente. Ambas estadías representan momentos cruciales en la vida de Hostos. Ya desde 1851 éste había pasado largas temporadas en España, sobre todo en Bilbao, Madrid y Barcelona. Allí había cursado sus estudios y emprendido actividades de índole profesional. En su diario escrito en Santiago de Chile el 12 de marzo de 1872 explica la ayuda que recibió, de Matías Ramos y la dirección que éste le proveyó en el periódico El Progreso:

...El periódico tuvo gran resonancia; era la ardiente expresión del pensamiento de la revolución social e intelectual, fue perseguido, y murió a los golpes de un decreto del Capitán General de Cataluña. ¿Tuve siquiera amigos, compañeros en la persecución? Todo el mundo me abandonó.

Decidí entonces irme a la emigración, a París. Para hacer el viaje, hube de escribir a Garnier, compatriota y amigo que demostraba gran afecto a mi fuerza de existencia.2


Como lo indica el comentario del 17 de marzo del mismo año, el motivo que lo llevó a la capital francesa fue no poco ambicioso:

Al llegar a París, yo no tenía más que un fin: hacer un amigo de las Antillas y mío de cada uno de los jefes de la revolución española: Olózaga, Ruiz Zorrilla, Sagasta, Aguirre, F. de los Ríos y cuantos de antemano yo había adquirido para mi causa sirviendo a la suya... Mi pobreza me impidió alternar con ellos, y me vi forzado a separarme de ellos.3


Para entender estas afirmaciones tenemos que comprender, antes que nada, lo que dejó Hostos en España y lo que encontró en el París de ese agosto de 1868. Hostos dejó a una España en la que ya se anunciaba el final del reino de Isabel II y cuyos principales hombres políticos se encontraban entonces en el exilio, sobre todo en Francia y en Inglaterra. La inestabilidad que vivía el gobierno de la reina se hacía tanto más evidente cuanto que la labor militante de los exilados republicanos en exilio se notaba cada día más sobre todo en lo que Manuel Tuñón de Lara llamó una vez «el centro conspirador de París»4.

A París llegó Hostos para encontrar un escenario también complejo. En lo político, en lo económico y en lo cultural, el París de 1868 daba todas las muestras de simbolizar el ocaso de Napoleón III y del Segundo Imperio5. La situación que dominaba a Francia y en particular a su capital, se reflejaba por los contrastes que en todo momento podían observarse. El París de Napoleón III, de Eugenia de Montijo y de Haussmann había vivido una plena expansión y modernización que se veía principalmente por las numerosas construcciones, de edificios, de avenidas, de parques y de bosques, como el Bois de Boulogne y el de Vincennes, por el desarrollo de barrios como Montparnasse y como Montmartre, y la creación de clubes privados, hipódromos, salones, como el de la princesa Mathilde o el de la condesa de Castiglione, teatros, como el de la Opera Comique o el Palais Garnier. Una nueva clase adinerada había dado rienda suelta a las especulaciones, a la creación de bancos, al surgimiento de fortunas colosales y de inversiones en la Bolsa cuyos valores comenzaron a publicarse en la prensa. Junto a esta prosperidad podía observarse una pobreza cada vez mayor responsable de una serie de tensiones que estallarían con los eventos de la Comuna en marzo de 1871.

En 1868 y en 1869, fechas de las estadías de Hostos en París, ya se había constatado la derrota del ejército francés en México, con la subsiguiente ejecución de Maximiliano, al mismo tiempo que las amenazas del ejército alemán que se acercaba sobre todo por la parte noroeste del país. La oposición, cada día más fuerte, se imponía progresivamente, a pesar de la censura y de la represión y las elecciones pronosticaban el final de una época. En 1868 se votaron las leyes sobre las reuniones políticas y sobre la prensa, la cual, pese a la censura, y a los castigos que ésta imponía6, conoció un período de desarrollo y de expansión.

Y sin embargo, no todo en este mundo agonizante había sido tan desapacible. Un esplendor, indudable también, se había hecho notar durante esta época. En la ciencia, los logros de Pasteur habían transformado algunas ramas de la ciencia. En la literatura se publicaron todo tipo de obras de autores como Víctor Hugo -tan activo en su exilio- Sainte-Beuve, Renán, Michelet, Daudet, Zola, Verlaine, Verne y los Goncourt, Baudelaire y Flaubert, pese a que éstos últimos dos conocieron los rigores de la censura imperial. En la pintura se apreciaron las obras de Courbet, de Millet y los comienzos del impresionismo, expuesto, sobre todo, en el célebre Salón des Refusés, que ideó el propio emperador. En el teatro y en la música se vio la creación de los cabarets; como el Folies Bergères, se bailaba el cancan, se presentaban las operetas de Offenbach, como La Belle Helène estrenada en 1864 o La Vie Parisienne, creada dos años después. Y una actriz llamada Sarah Bernhardt comenzó a hacerse notar, con las interpretaciones, en el teatro del Odeón, de Kean de Dumas père, en 1868; de Le Passant de François Coppée y de Le Bâtard de Alphonse Touroude, en el año siguiente7.

El primer dato que obtenemos del diario de Hostos en París durante su estadía de 1868 indica que se alojó en el número 42 del Boulevard Saint-Germain8. Para aquel entonces las construcciones en y cerca de esta dirección eran prácticamente nuevas. En efecto la sección que va desde el quai, o muelle, de la Tournelle al Boulevard Saint-Michel no se abrió sino hasta el año 1855, poco después del nombramiento de Haussmann como préfet de la región del Sena. El número 42 queda a la altura de la Place Maubert, muy cerca hacia el norte del río Sena, hacia el este del Jardín des Plantes, al sudoeste del Jardín de Luxembourg. No lejos del edificio se encontraba el teatro de Cluny, construido en 1862 y una sala de conciertos -l'Athenée Musical, más tarde teatro Saint-Germain, inaugurado en 1864, luego, entre 1867 y 1873, teatro de las Folies-Saint-Germain que dirigió La Rochelle entre 1867 y 1873.9

El comentario de Hostos para ese día del 5 de agosto ofrece todos los detalles de la condición moral y económica del autor. Insiste -en la «gravedad» (pág. 65) de esta y en la ayuda que recibe del librero E. Garnier, de su compatriota Tapia. Según él la pobreza que lo llevó a París se ha agudizado, sobre todo frente «a las reservas de Pi, a la sordera de Castelar» (pág. 66). A ella se le añade la soledad del recién llegado a una gran ciudad extranjera y cosmopolita: «yo no conozco a nadie», escribe (pág. 67).

Vine a Europa para conquistar un renombre literario. Las virtudes y los vicios de mi carácter le impidieron brotar tan poderosamente como yo necesitaba. Mediante el renombre, quería yo independencia personal, trabajo suficiente para asegurarla, y posición política para servir a mi país. Ni posición, ni trabajo, ni independencia.

En vez de independiente, durante cinco años he sido un miserable esclavo del dinero. Me ha faltado para todo, hasta para ejercer los derechos de mi dignidad.

En vez de trabajo suficiente, el trabajo vacío de la esperanza, o el trabajo sin fruto de los explotadores de literatura.


(pág. 69)                


La precaria posición económica lo aislaba de todos. Obsesionado por las deudas, del cuarto que alquilar, de la comida, de la ropa que hacía lavar y planchar, toda otra actividad adquiría para él un papel secundario. Por tal razón es casi imposible reconstruir su vida intelectual y mundana. Por las numerosas menciones que hace de Castelar y de las visitas a casa de este, en Passy, aristocrático barrio al oeste de París, anexado a la ciudad en 1859, nos informa que lo visitaba con cierta asiduidad10. Sin embargo, no nombra a quienes se sabe frecuentaban al célebre español, compatriotas de éste en el exilio o hispano-americanos, diplomáticos y escritores de prestigio como José María Torres Caicedo, autor de numerosos libros de crítica literaria y amigo suyo como lo confirma un prólogo firmado el 20 de noviembre de 186711. Es imposible señalar las razones que llevaron a Castelar a no presentarlo y a no hacerlo entrar en su mundo.

En ningún momento, en esta estadía de 1868, Hostos indica la lectura de periódicos franceses como lo hace en el diario del año siguiente. Solamente señala la lectura de Vico y de Pascal (I, p. 71 y 77) y no menciona a libros o a autores franceses de gran popularidad en el momento. Sus actividades requerían poco o ningún gasto. Visitaba con asiduidad el Jardín de Plantes, con sus árboles tropicales y su biblioteca, quizás por lo mucho que le gustaba el lugar, quizás por lo cerca que le quedaba de su cuarto del Boulevard St-Germain. Igualmente asistía a las conferencias de los martes en el club de libreros del Boulevard Montparnasse, caminata agradable aunque un poco larga, como fueron, quizás, sus idas a la librería de Garnier, situada en la Rue des Saints-Pères12, cerca de Saint-Germain des Pres y de la Académie Francaise, cuyo propietario, ya lo sabemos, siempre se portó bien con él. En fin, los paseos cerca del bosque, del aristocrático Bois de Boulogne, contrastan fuertemente con su habitación oscura del tercer piso y la pobreza de quien describió, al encontrarse con ella en su edificio, como «una joven, uno de esos frutos prematuros que pudre tan pronto la sensualidad de la necrópolis moral» (I, p. 87). Diríase que Hostos se ve a sí mismo convertido en el personaje de dos de las novelas más populares de la época de Napoleón III; Scenes de la Vie de Bohème de Henri Murger y Les Miserables, de Víctor Hugo, publicadas respectivamente en 1848 y en 1862.

Las últimas anotaciones de de Hostos en su diario parisino datan del 3 de septiembre. A raíz de la batalla de Alcolea, el 28 de septiembre, y de la caída de Isabel II, el 30 de ese mismo mes, nuestro héroe regresó a España. Los eventos vividos durante la llamada «revolución burguesa»13 así como los acaecidos en las Antillas, con el Grito de Lares, el 23 de septiembre, y el Grito de Yara, el 10 de octubre, lo esperanzaron aunque por poco tiempo.

Es con no poca desilusión que lo encontramos de nuevo, el 5 de septiembre del siguiente año de 1869, en el número 40 de Boulevard Saint-Germain en el edificio contiguo al que le había servido de vivienda el año anterior. Allí permanecerá alrededor de un mes, como lo muestran las anotaciones finales que llevan la fecha del 10 de octubre.

Todo parece indicar que, en su segunda estadía, Hostos no se sintió tan aislado como en la primera. La mención frecuente de sus encuentros con sus compatriotas Julián Blanco y José Julián Acosta, son prueba de ello, aunque Hostos no estuvo nunca satisfecho con la ayuda que estos le ofrecían. Lo mismo sucede con la mención de Matingo, antiguo empleado de su padre convertido en próspero hombre de negocios, Asquerino y Fortún-Lanza. Puede decirse que los problemas que tuvo que confrontar fueron similares a los del año anterior. La pobreza y la soledad ocupaban gran parte de sus preocupaciones. Sin embargo, en esta estadía se le observa más dinámico, más presto a actuar.

Así tomó la iniciativa de participar en el concurso auspiciado por el periódico Le Gaulois. En efecto, en su edición del 30 de julio de 1869, Edmond Tarbé, director-gerente del mismo lanzó un concurso cuyas metas fueron publicadas en la primera página:

...Comme je veux prouver que le Gaulois est hospitalier et qu'il offre aux jeunes tous les moyens de se faire connaître, voici le parti aunque je me suis arrêté: Je viens du créer un concours.

Tous les dimanches, pendant trois mois, je consacrerai à un des articles qui me seront envoyés sous la forme spécifieé plus loin les premières colonnes du Gaulois.

Celui de ces articles qui sera reconnu le meilleur recevra une prime de mille francs; cette prime sera d'ailleurs la moindre récompense du travail fait par son auteur dont la notoriété établie par ce succes lui ouvrira de tous cotés ces fameuses portes que l'on prétend si bien barricadées.


A juzgar por lo publicado en las páginas del diario, el concurso tuvo bastante éxito. La primera publicación -una obra en verso- vio la luz del día en la edición del 9 de agosto. Las ediciones de los lunes de las semanas siguientes, prueban lo mismo. En la del 16 de agosto, el secretario de redacción de Gaulois, León Estor, afirma: «L'épreuve que nous avons faite, en appelant tous nos lecteurs a un concours public, a rèussi mieux que nous ne pouvions l'espérer». En su número del 20 de agosto, aclara, sin embargo, que existen ciertas restricciones impuestas por la censura y por la situación general del país durante fines del Segundo Imperio. Allí se nos dice: «Les articles de polémique sont forcément écartés par nous. Nous avons affaire a des collaborateurs inconnus, qu'on ne l'oublie pas. Cette raison suffit pour rendre imposible la publication d'un article qui pourrait devenir l'objet d'une polémique quelconque». En su diario Hostos comenta, después de haberse preguntado «¿Habré triunfado en el Gaulois?:»

He pasado casi todo el día en rehacer, como yo rehago, el diálogo y me prometía de él más de lo que me había prometido ya del Plébiscite inaperçu... No he tenido éxito. No sé si este trabajo pertenece a la categoría de los modestos o a la de los peligrosos de que habla el Gaulois al informar de su sufragio a los concurrentes.


(I, pág. 141)                


Días más tarde, en los comentarios fechados del 25 de septiembre, Hostos nos informa que preparó un segundo texto para el concurso y que «de nuevo y en presencia de muchísima gente deposité un sobre enorme». (I, pág. 147). Luego continúa:

...Pero pensé entonces que mi concurso del Gaulois podría tener éxito, que no sé aún lo que yo haría si llegara a hacerme aquí un nombre rápido...

Esta mañana he empezado a dudar del éxito de la La fête. Pienso que como el artículo no tenía nada de peligroso, y que aun cuando de palpitante actualidad está hecho con bastante habilidad, tiene una delicada ironía, y podría llegar a triunfar. Pero he descubierto en mi memoria algunas negligencias imperdonables: aiet endormi en lugar de soit endormi, charrán en lugar de charretier que pueden haber dado lugar a que me rechacen nuevamente.


(I, págs. 150 y 151)                


En sus anotaciones del día 27 acepta con desilusión: «La fête ha fracasado. Hice bien en preveerlo todo». (I, pág. 151), nos dice. Constata de esta manera que París le ha cerrado las puertas para que pueda hacer allí una carrera en el periodismo o en la literatura. La única solución a su problema es, ahora, el regreso a América.

En todo caso, contrario a lo que afirmamos con respecto al diaro de 1868, puede decirse que Hostos, en 1869, siguió más la vida parisina que en el período anterior. El hecho de citar a varios periódicos que leía así lo indica. Además de Gaulois, menciona al Figaro (I, pág. 139) periódico fundado en 1826, originalmente satírico, que se convirtió en cotidiano en 1866, y que, durante la Tercera República, representó primero a los intereses monárquicos y luego a la burguesía republicana. Conoció también Le Réveil, a quien catalogó como «fuente científica un poco dudosa e indudablemente apasionada, aunque honesta» (I, pág. 163). Este último comenzó como semanario y fue diario a partir de 1869. En él claramente se defendían los intereses de las clases que componían, durante el Segundo Imperio, la oposición. En Le Réveil se daban las noticias de los congresos políticos, como el de Basilea, citado por Hostos en su anotación del día 18 de septiembre. Le Réveil lo trata en detalle. En este periódico también se abordan directamente las actividades de los socialistas, se anunciaban las reuniones públicas, que se multiplicaron para esta época, y se daban noticias del extranjero sobre exilados del imperio como Louis Blanc. Así en el número del 23 de septiembre de ese año de 1869, se anuncia la visita de Emilio Castelar a Zaragoza en compañía de su amigo, el exilado francés Louis Blanc. Allí ambos se declararon en contra de la idea de llamar a un monarca extranjero al trono español (pág. 1).

En todo caso, y pese a sus contratiempos, esta estadía de de Hostos en París prometió desde el comienzo ser más fructífera que la anterior. Ahora no padeció las necesidades esenciales que fueron obvias durante la otra estadía. Y aún cuando de hambre se trató, se supo que no era él el único que sufría. Otra vez, siguiendo los pasos de Hugo y de Murger y posiblemente hasta de Eugène Sue en Les Mystères de Paris escribió:

Mi paseo a la luz de la siempre querida luna agrega a mi bienestar, y he meditado dulce, tranquilamente sobre mi pobreza. Me decía con profunda convicción, que es un estado en que se tienen todas las solicitaciones de la virtud, la fuerza, y ninguno de los atractivos del vicio, la debilidad...Tenía lo que tengo: noventa y cinco céntimos con que yo pensaba tan decididamente oponerme a las asechanzas de lo imprevisto, que al pasar la calle del Sena, tuve la viveza de pensar en mis imprevistos, al encontrarme con uno delante de mí. Una joven con un pequeñuelo en brazos pedía limosna. Pedir limosna en París es cosa difícil. Los mendigos no son sólo perseguidos por la policía sino rechazados por la indiferencia sistemática del público. La gente ocupada rechaza a los pobres como a un obstáculo de que hay que desembarazarse... en París no se me ocurre como en Madrid discutir de la miseria...Y ahora, sin por eso perdonarme, me he dicho que la miseria es una cadena, y he deseado para siempre el freno de la pobreza... Desde que trabajo y al trabajar pienso en el fruto posible de mi esfuerzo y en la posibilidad de por él hacerme independiente de todo y de todos, pienso menos exclusivamente en mi país. Por otra parte, si debo creer a mis temores de hoy, no es de no ir a mi deber en las Islas, sino de quedarme en mis angustias de París, a lo que yo debo temer.


(I, págs. 137-139)                


Los paseos, distracción muy poco costosa, también fueron más extensos que los anteriores y, posiblemente por tal razón, tan descritos con mayores detalles y, quizás, con mayor sinceridad:

Y me echo a andar: la media luz de las plazoletas, la espléndida de las plazas y los parques, los efectos luminosos de que se goza desde los puentes más frecuentados, el panorama sin igual del Arco de Triunfo, la línea luminosa de la calle Rívolo, el aspecto deslumbrante de los boulevards, los café-conciertos, los teatros Guignol de los Campos Elíseos, los almacenes de los pasajes, el eterno vaivén de las avenidas, la vida alegre de que son ejemplares engañosos el Boulevard de los Italianos, Montmartre y Poissonier, las silenciosas devociones o la resignación a la miseria de que se ven pruebas en los obreros retrasados que ni siquiera miran, que casi no respiran; el espectáculo repugnante de los borrachos que por todas partes hacen vacilar su dignidad, el agua, la tierra, el cielo, los campos, los árboles, las flores, hacen el París visible, el París visible, el París exterior, el París que uno puede ver; lo vi muchas veces el año pasado, cuando empujado hasta la orilla del Sena por una idea gemela de la que ahora me ha traído paseaba por todas partes, como hoy, mis desconocidos dolores, mi pobreza y mi pensamiento universal. Así veo, y veo mejor lo que ya había visto: pero ya no hay el placer de lo desconocido, y mientras que camino con paso firme por calles y paseos que ya conozco, la soledad, la impotencia de mis medios, que siempre coincide con la riqueza de voluntad, con la potencia de los fines buscados, veo al obrero que lleva del brazo a su obrera, al adolescente que saborea de antemano el primer placer que le promete su compañera, al estudiante que abraza urbi et orbi su cocotte, y me pregunto a dónde voy, y por qué voy solo, siempre pensativo, y cómo puedo sufrir esta eterna atención de espíritu que jamás ha gozado del placer de las compensaciones. Y de vacilación, todas las noches doy mi paseo, una por el Arco de Triunfo, otras por los boulevard centrales, pasando por la Avenida... [destruido] y el arrabal de San Antonio, conociendo bien mi situación para llevarla con dignidad, a menudo descontento de mí mismo y de los otros, siempre soñando con el provenir de mi país, siempre fiel a mis ideas.


(I, p. 129-130)                


A pesar del cambio siempre regresa a los mismos lugares. No olvida el Jardín des Plantes ni las conferencias del Boulevard Montparnasse. A sus paseos ahora añade las visitas al museo del Louvre, en la anotación del 25 de septiembre en la que cita a «mi bella Milo» (I, p. 150). Ahora la capital francesa le ofrece mucho más. En el comentario del 9 de octubre escribe:

Un movimiento de gratitud a esta bella Francia pone la pluma en mis manos. Desde hace días estoy maravillándome de la belleza de su cielo, de la dulzura de su temperatura otoñal, de la tenaz frescura de las flores de sus jardines, del perfume refrigerante de las plantas, de la bondad de esta vida de pobre que puede llevarse tan dulcemente, tan útilmente para el corazón y el espíritu, en este fácil París en donde todo puede hacerse, todo puede ser, sin trabas, sin obstáculos, siempre que haya una conciencia serena, sentidos regidos por ella, deberes queridos por cumplir, experiencia suficiente para sustraerse a los placeres de la calle y para no tener otros que los del pensamiento. Sí, París es la ciudad de los pobres. En ninguna parte que yo sepa -veremos a Nueva York-, se puede vivir con tanta dignidad, necesitando menos recursos. El espectáculo enseñador de la civilización es gratis por todas partes: el arte arrastra a la contemplación aún a los menos ávidos; la ciencia lo envuelve a uno por todas partes arrastrándolo siempre hacia las bibliotecas y los establecimientos públicos de instrucción y hasta a las asociaciones de obreros en que se profesa para ellos; una vida cómoda y poco costosa; familias a quienes con poco esfuerzo uno puede atraerse por completo; libros baratos, teatros en que se puede a la vez admirar la literatura antigua y la moderna, junto con los efectos escenográficos que la ciencia aplicada ha sabido sacar; un pueblo cortés; una completa libertad de acción.


(I, págs. 156-157)                


Con toda posibilidad, Hostos en este momento sintió que más que para él, estaba escribiendo para la posteridad. Su análisis de la pobreza sigue de manera demasiado cerca a los autores ya citados que escribieron sobre el tema y sobre París. Esto le permite llegar a conclusiones políticas sobre la miseria, sobre la marginalidad de los pobres y sobre la violencia de una ciudad en la que, según él «mientras más expresen su progreso, más expondrán también sus monstruosidades«» (I, pág. 157). Es entonces que cita el célebre crimen de Pantin tan discutido en toda la prensa de la época.

En efecto, este crimen múltiple causó un enorme escándalo en todo el país. La prensa de la época lo muestra. A partir del 22 de septiembre, y hasta finales de ese mes, tanto Le Gaulois como Le Figaro publicaron artículos cotidianos en la primera página sobre lo que el último llamó «horrible massacre». Lo mismo sucedió con el Journal des Débats y hasta con el semanario L'Illustration, el cual, siguiendo su costumbre, «illustró» con dibujos el suceso. Dato curioso, nuestra lectura de Le Réveil nos reveló que este periódico populista dio muy poca atención al escándalo. Sin embargo, puede decirse que en el París de septiembre de 1869, nadie podía ignorar el suceso y, tal y como lo hizo Hostos, asociarlo a la realidad política y económica del momento.

El comentario del 9 de octubre prosigue con la evocación de un espectáculo al cual Hostos asistió en el teatro del Odéon. En él nos cuenta que la noche anterior -esto es, el 8 de octubre- nuestro boricua presenció las representaciones de tres piezas del teatro clásico francés: Sganarelle, Cinna y Les Précieuses Ridicules. El entusiasmo con que Hostos describe la experiencia y los juicios literarios -igualmente entusiastas- que emite son sin lugar a dudas sinceros. No obstante, nuestra investigación en la Biblioteca Nacional de París nos ha revelado que la noche precisa indicada en el diario no coincide con lo publicado en la prensa del momento. Un cotejo de las carteleras cotidianas publicadas en los periódicos que hemos ya citado -Le Réveil, Le Journal des Débats, Le Figaro, Le Gaulois y el semanario L'Illustration- indica lo siguiente: durante el mes de octubre el teatro del Odéon no presentó las obras como aparecen mencionadas. Sí fueron presentadas Le Dernier jour de Pompéi y otra pieza a la que ya hemos hecho alusión, puesto que en ella actuaba exitosamente Sarah Bernhardt: Le Bátard de Touroude. Para encontrar un programa parecido al citado por Hostos tenemos que remontarnos al 11 de septiembre, fecha en que se presentaron Cinna, Sganarelle y Le Mariage Forcé. Tres días antes, esto es, el 8 de septiembre, se habían presentado Cinna y Le Malade Imaginaire en la Comédie Francaise mientras que en el Odéon se presentaban Le Dépil Amoureux, Horace y Les Plaideurs. Pero no cabe duda de que, si la prensa parisina y el diario no coinciden en cuestiones de almanaques, sí lo hacen en cuanto a la evaluación de Cinna se refiere. Hostos escribe:

...el alegato de toda la pieza contra la tiranía y el gobierno personal desaparecen ante la magnanimidad de caricatura prestada a Augusto. Augusto y Máximo, el tirano y el amante sincero de la libertad, aun al aceptar la del déspota, son los dos grandes caracteres de la obra. Emilia y Cinna podrán ser dos romanas, pero son indudablemente dos tipos humanos.


(I, pág. 158)                


Henri Colonna en su artículo "Debuts á l'Odéon", publicado el 10 de septiembre en Le Figaro da un mismo parecer:

Une reflexión: realisez Cinna ou allez la voir jouer. C'est d'une actualité poignante, et pleine de fines allusions.

La censure devrait aviser... mais ce Corneille était un homme bien dangereux.


La crítica a la represión del régimen de Napoleón III no puede ser más clara.

El mismo tipo de contradicción sucede con la no menos entusiasta escena de la descripción de la reunión pública de Belleville. Esta aparece en el primero de los dos apuntes del 10 de octubre. Nadie dudará que lo que se vivía en Belleville a fines del Segundo Imperio era un verdadero «espectáculo interesante» (I, pág. 159). Según Jacques Hillairet, el boulevard de Belleville unió, en 1868, al pueblito del mismo nombre con la parte norte de París. Cerca de Ménilmontant y no lejos del célebre cementerio de Pére Lachaise, este antiguo sector obrero de la región parisina creció enormemente durante el siglo XIX. En este barrio lleno de efervescencia se multiplicaron los paseos dominicales, las guinguettes, los teatros y los bailes públicos. Entre ellos estaba el teatro des Folies-Belleville, situado en el número 8 de la rue de Belleville conocido por sus reuniones. Allí asistió Hostos a su reunión14.

En los excelentes informes detallados ya mencionados de Le Réveil, podemos leer cómo éstas se desarrollaban, de qué manera sucedían las intervenciones de los ciudadanos -como se les solía llamar- y cómo a veces intervenía la policía imperial. En las salas de la Belle-Moissonneuse, de la Villete en la rue de Crimée, en la de la rue de Charenton, en la Salle de l'Alcazar, en la Salle Molière y en otras tantas, las reuniones eran prácticamente diarias, como lo eran también en la sala de las Folies-Belleville. Aquí el 8 de septiembre -y no el 10 de octubre- tuvo lugar la célebre reunión.

La descripción dada por de Hostos comienza por la sala y por el tipo de público, principalmente obrero. Luego describe cómo se constituyó la presidencia, para la cual rivalizaron, según él, Rochefort, el conocido fundador de La Lanterne y Louis Blanc. Afirma que fue éste último quien la ganó. Entonces comienzan las intervenciones. La primera fue de «un tal Dumont, joven de gran viveza y de gran influjo sobre los suyos». Todo lo demás sucede conforme «a la revolución social latente en Francia», con el tema de la reunión -Asociación general de producción y de consumo para el seguro de la vida y la libertad del trabajo- la intervención de quien aparece llamada «la señora Pi» y la de «un joven de treinta y dos años». Los problemas principales de la dictadura aparecen analizados por el boricua a medida que relata el desarrollo de la reunión, la cual alcanzó tal violencia que provocó la intervención de la policía. Hostos concluye: «El presidente entonces declaró disuelta la reunión por la fuerza armada... pero ya me habían dado abundante ejemplo de prudencia cuando yo tomé la decisión de salir».

Es fácil reconstruir lo que realmente sucedió con ella. Le Réveil nos revela que el tema de la reunión evocada fue: «Socialisme et pauvreté -Voies et moyens pratiques du socialisme». El día anterior sí hubo otra reunión cuyo tema fue en verdad «Production et consomation». Sin embargo, lo sucedido en ésta última no coincide con la narración de de Hostos. De los personajes nombrados en el diario, sólo aparece mencionado Dumont y no se hace mención alguna a la intervención de la policía. No sucede así, sin embargo, con la reunión del día siguiente, que sí coincide mayormente con el relato del diario, aunque no se hace mención a Rochefort, ni a Louis Blanc quien, como sabemos, se hallaba exilado fuera de Francia15. Aquí sí aparecen mencionados Dumont «asseseur», «la citoyenne Pire», con su discurso de indudable compromiso socialista, y «le citoyen Facet» cuya descripción e intervención coinciden con el joven anónimo del diario. Además, según el periódico la reunión terminó de la siguiente manera:

Pendant que cette question est agitée, des sergents de ville en uniforme et des agents en bougrois pénètrent dans la salle, commandant impéricusement de sortir, et les assistants se retirent en silence confirmés una fois de plus dans leur opinión sur l'empire libéral.


Esta reunión había sentado un precedente en la historia del Segundo Imperio: desde que se habían reestablecido las reuniones públicas, esta fue la primera en que la policía intervino y la primera que tuvo que ser disuelta. En todo caso, la reunión causó no poco escándalo. Así lo prueba el editorial publicado el 10 de septiembre en la primera página del Journal des Débats. El segundo apunte del 10 de octubre indica la partida final de de Hostos desde París hasta Nueva York. Llama la atención que el último lugar visitado por él haya sido el Jardín des Plantes, el lugar cuya flora y fauna no podían sino recordarle a su Antilla natal. De los detalles del viaje poco o nada podemos hablar. El mismo en su comentario de los días 4 y 5 de octubre había dado detalles sobre la ruta, la compañía y el precio y la compra del pasaje a Nueva York. Hostos acepta preferir la Steam Ship Line cuyo pasaje costaba 160 francos si viajaba en tercera (I, p. 155). Según lo constatan los anuncios publicados en la prensa, Hostos optó por el pasaje más barato. La otra compañía que viajaba de Le Havre a Nueva York era la Compagnie Transatlantique Hambourgeoise, cuyo pasaje en tercera en el trayecto Le Havre-Southampton-Nueva York costaba, según un anuncio del 26 de agosto de 1868 en Le Journal des Débats, 220 francos.

Este breve recuento de las estadías de de Hostos en París no pretende analizar el diario de manera formal, como ya lo ha hecho Gabriela Mora16. O seguirle los pasos perdidos por París a de Hostos como lo ha hecho de manera tan hermosa Juan Bosh17. Sí aspira, sin embargo, a establecer el mayor número de precisiones sobre unas estadías que tuvieron una importancia definitiva y sobre las que se ha trabajado poco.

Las conclusiones a las que hemos llegado son complejas. Como el diario original manuscrito de los años 1868 y 1869 se ha perdido, nos ha sido imposible consultarlo. Además, éste fue redactado en francés, lo que implica que la versión que utilizamos fue la traducción al español, hecho que añade una limitación adicional a la investigación.

En París no pudimos encontrar ningún documento original de de Hostos, ni en la Biblioteca Nacional, ni en los Archivos Nacionales, ni en los Archivos de la Policía donde constatamos que todo lo perteneciente a los años que nos incumben fue quemado durante la Comuna.

Las únicas referencias disponibles fueron las de la prensa y otras publicaciones individuales y colectivas de la época. Estas, naturalmente, son riquísimas y solamente hemos citado una parte mínima de nuestras investigaciones, las cuales han revelado que, en la mayoría de los casos, el diario se mantiene fiel a la realidad. Sin embargo, sí hay contradicciones importantes, sobre todo en los últimos comentarios del año 1869. No podemos afirmar si éstas provienen de la mano directa del autor o de la de los editores de las Obras Completas de 1939. En el caso que fuese lo primero, podríamos pensar que de Hostos, además de relatar su quehacer cotidiano, al redactar su diario, quiso hacer un poco de literatura. Porque, si había escrito una novela en forma de diario18, quizás también podía intentar hacer un poco de lo contrario. Pero esto es pura conjetura y solamente podremos llegar a conclusiones precisas si algún día encontramos el diario original manuscrito.

Mientras tanto, que nos quede el recuerdo de un Hostos joven que vivió y sufrió intensamente en una ciudad en la que padeció algunas de sus innumerables decepciones. No obstante, a pesar de esto escribió: «Es por eso que el París del extranjero repugna y el del pensador atrae. El primer día, ensordecedor; después, entristecedor; más tarde, suscitador de serias meditaciones. De todos modos, quiero al París que conozco y lo prefiero con mucho a lo demás que conozco de Europa» (I, pág. 158).





 
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