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Manuel Ugarte entre el modernismo latinoamericano y el socialismo. Una convivencia difícil1

Laura Ehrlich




Introducción

El presente texto se propone realizar una primera aproximación a la trayectoria política e intelectual de Manuel Ugarte (1875-1951) entre 1900 y 1913. El período que se extiende desde el cambio de siglo hasta el inicio de la 1.ª Guerra Mundial contiene a la que podríamos denominar primera «década larga» de vida intelectual de Ugarte. Es en ésta que se enmarca también su primera etapa de afiliación (y ruptura) con el Partido Socialista argentino (PS)2. En estos años ya es posible hallar la cristalización de algunos elementos significativos en su discurso que parecen ser importantes para la construcción ulterior de su legitimidad como intelectual, a la vez que permiten explicar al menos una parte de los «ruidos» en la relación con el PS3.

En este abordaje, hemos privilegiado la consideración de ciertos aspectos del perfil intelectual de Ugarte que generalmente habían sido tratados o bien en forma autónoma, o bien como meramente adicionables, aproblemáticamente, respecto de su identificación con el socialismo: nos referimos a la pertenencia a la llamada generación de escritores del '900 y a la relación con el modernismo literario latinoamericano. En efecto, si la inscripción generacional de Ugarte en la historia y la crítica de la literatura argentina ha sido reconocida4; así como, paralelamente, su recorrido desde el socialismo reformista al antiimperialismo ha sido profusamente destacado, estas aproximaciones no indagaron, sin embargo, el modo específico en que el entrecruzamiento de la identidad de «artista» y la de «ciudadano de partido» dejó su marca en la praxis discursiva del escritor, ni en las tensiones que tal convergencia ponía en juego5.

De hecho, la figura de Manuel Ugarte fue objeto de la operación de construcción de una tradición de izquierda antiimperialista y revolucionaria por parte de la izquierda nacional a partir de los años '506, siendo ubicado en el lugar de precursor de la misma7. Allí el sentido de la interpelación ugartiana se construyó en función de las necesidades del programa que a posteriori aquella corriente política se daba en su propio presente. Es así que en esa reconstrucción quedaron sin problematizar cuestiones que surgen al focalizar y situar el discurso de Ugarte en su contexto histórico de pertenencia8.

Con este último afán, nuestro punto de vista toma como punto de partida la problemática general que ubica como un proceso central del período la redefinición de los términos de la relación entre literatura y política, tal como se manifiesta en la incipiente formación de un campo intelectual en la Argentina de la primera década del siglo XX. Si se considera, entonces, que en este período el entrecruzamiento entre los mundos del modernismo latinoamericano, la generación del '900 y el socialismo no estaría exento de problemas, la hipótesis de lectura con la que trabajaremos aquí pretende que en la algo incómoda relación de Ugarte con el PS -que terminaría en su alejamiento del mismo- así como en las formas que asumió su militancia latinoamericanista y antiimperialista, puede descubrirse la huella del conflicto entre dos lugares divergentes de enunciación y legitimación del discurso político -incluido su horizonte ideológico-: por un lado, el del escritor moderno en tanto expresión autorizada de la voz de las masas y, por el otro, el de miembro de un partido que se instituye como la organización representativa y por tanto de legítima expresión de los intereses de los trabajadores.

A continuación, comenzaremos por analizar la inscripción de Ugarte en el campo del modernismo latinoamericano y la generación literaria del '900, concentrándonos particularmente en la función que la concepción ugartiana de «arte social» atribuye al escritor moderno. Veremos cómo esta noción le permite postular una suerte de primera vía de reintegración del escritor en su medio social, y cómo la afiliación al socialismo parece constituir un segundo camino ensayado por Ugarte en el mismo sentido. El análisis de algunos momentos del proceso de gestación de su ideología latinoamericanista y antiimperialista, y sobre todo el de su primera exposición sistemática en la obra señera de 1910, nos permitirá pasar al planteo central de este trabajo acerca de las tensiones con el partido socialista que el programa ugartiano de unidad latinoamericana hacía evidentes, tanto respecto del sujeto de la transformación social como del lugar de autorización del discurso político. Por último nos referiremos a la ruptura entre Ugarte y el PS como corolario final de una relación cuya conflictividad anunciada parece hundir sus raíces en la diversa ubicación entre los fragmentos de la modernidad adonde Ugarte y la dirigencia socialista habían sido arrojados.






Un escritor frente a la modernidad: del modernismo al socialismo

Amén de unos poemarios juveniles, Manuel Ugarte da comienzo a su actividad literaria pública en 1895 al dirigir La Revista literaria, publicación inspirada en la contemporánea Revista Nacional de Ciencias y Letras, que aparecía en Montevideo bajó la dirección de José Enrique Rodó, entre otros. Bajo el modelo de la uruguaya, aquélla adoptó una vocación latinoamericanista que se plasmó no sólo en un discurso, sino también en las colaboraciones de escritores de la región. Se reivindicaba allí la necesidad de una literatura nacional, que hundiera sus raíces en el paisaje y el «pueblo» del que emergía, por oposición a la temática exótica y el afrancesamiento de la poesía rubendariana, crecientemente hegemónica en el campo literario porteño9.

Tras esta primera experiencia, Ugarte se instala en París, donde asiste a la campaña de los dreyfusards y a los ecos de la intervención norteamericana en la guerra hispano-cubana de 1898, dos acontecimientos que habrían de dejar su huella -según su propio testimonio- en el joven de 23 años, así como un viaje a Estados Unidos en 1899 al cual atribuiría retrospectivamente el origen de su convicción sobre el peligro imperialista. (Si bien se sabe que el sentimiento antiyanki era generalizado durante la guerra de Cuba.) Aquel viaje y otro a España en 1902 se intercalarían en su estadía parisina contribuyendo al esbozo de un perfil de Hispanoamérica que se adivinaba en las tertulias con otros escritores del continente, como Rufino Blanco Fombona, Rubén Darío, Amado Nervo, por mencionar algunos. De esos años datan sus primeros libros de crónicas de la gran ciudad y colaboraciones en publicaciones europeas y argentinas, como las del diario de Carlos Pellegrini, El País, donde en 1901 aparece su primer artículo antiimperialista, intitulado «El peligro yanqui». También entonces recepciona por primera vez la prédica socialista, a través de un Jaurés defensor de Dreyfus10.

De este modo, el joven Ugarte que se aproxima al socialismo, lo hace ya aquilatando, dada su inscripción en el campo literario latinoamericano en gestación y su orientación antinorteamericana, ciertos elementos ideológicos que reenvían a algún tipo de imbricación con el modernismo literario. Si entre las posibles vertientes temáticas de este movimiento, en La Revista literaria ya se había expresado su rechazo a los motivos extranjerizantes, por su ubicación histórica Ugarte pertenecerá a un segundo momento de aquél, jalonado por la guerra de 1898 y la participación en ella de EE. UU.11.

En efecto, si primeramente era la apertura a corrientes literarias no españolas lo que había dado el tono a esa reacción espiritualista a la crisis finisecular que fue el modernismo en Hispanoamérica, una vez actualizado el problema del expansionismo norteamericano tras la guerra de Cuba, pasarían, en cambio, a estar en el centro de la percepción de las transformaciones de la modernidad (así como en el del proyecto de unidad continental), la noción de amenaza de la influencia cultural norteamericana sobre la identidad hispanoamericana, en primer término, y la consiguiente revalorización y repliegue sobre la tradición hispánica, en el segundo12.

Ambos tópicos modernistas están presentes en los escritos de Ugarte, quien aun rechazando otros como el del torremarfilismo o el desprecio a las masas, dada su elección por el «arte social» y la democracia en clave socialista, no dejará de compartir aspectos nodales que hacen a la autopercepción del escritor en la modernidad por parte de su generación.

Lo cierto es que estas cuestiones quedaban fuera del horizonte ideológico del Partido Socialista argentino. Desde el seno de esta organización, a un año del cambio de siglo, la noción que un socialista tenía de los escritores se podía encuadrar en una mirada binaria que oponía éstos a un nosotros, en los siguientes términos:

Los hombres de letras, es decir los que viven de la literatura, por regla general, pretenden ser tan originales que aguzan el ingenio, ó se entregan en alas de la fantasía para producir novedades, olvidando, que en la vida real, hay muchísima tela donde cortar.

Nosotros que no tenemos, ni remotamente la ridícula pretensión de ser escritores; aunque nos sobran deseos de emborronar cuartillas para llevar á cabo la divulgación de las ideas modernas, nos agrada esbozar, más o menos toscamente, las escenas que diariamente tenemos oportunidad de contemplar, convencidos, de que impresiona mucho más lo real, lo positivo, que lo artificial, aunque esté encubierto con ese artificio que, casi siempre, se convierte en convencionalismo de la realidad»13.



Vemos perfilarse así, en las palabras de Adrián Patroni, la representación de dos identidades netamente diferenciadas desde el punto de vista de un socialista que brega por reafirmar la práctica literaria del partido -tributaria de un campo de lucha que la trasciende-, distinguiéndola de la que se comienza por percibir como legitimada en sí misma, la de la literatura como un campo diferenciado -y ajeno, aparentemente, a los intereses de la propaganda por el socialismo. Resulta interesante recuperar en este punto la precisión señalada por Altamirano y Sarlo respecto de las significaciones sociales que adquiría la nueva figura del artista en el contexto de emergencia de un campo intelectual autónomo: no se trataba sólo de la profesionalización del escritor en su dimensión económica y especializada -lo que de todos modos queda manifiesto en el párrafo citado- sino también de la constitución de una identidad social. Una identidad nueva que se definía no sólo en relación con ciertos temas ideológicos vigentes a propósito de las transformaciones sociales del fin de siglo argentino, sino también a partir de nuevas pautas de sociabilidad entre intelectuales, instancias de consagración emergentes, debates sobre la legitimidad de la práctica cultural y una reflexión sobre la propia actividad que aludía a la nueva función del escritor en la sociedad moderna y a su relación con esa realidad cambiante, dando lugar a lo que los autores denominan «ideologías de artista»14.




Ugarte y el arte social. La construcción de una puerta de acceso del escritor a la sociedad

Retomando el punto anterior, la escritura crítica de Ugarte bregando por el «arte social» puede entenderse como uno de los movimientos emergentes de ese proceso de reflexión sobre la propia práctica literaria y sobre la legitimidad del arte que caracterizaron al momento de emergencia del escritor moderno en América Latina en su nueva función escindida de la sociedad; a la vez que puede pensarse como un intento de superar tal escisión15.

Así, al reconstruir décadas después el sentido que adquiría la escritura para la generación «vencida» del '900, Ugarte diferenciaba al literato, del escritor con un hondo sentido de la vida, con lo que se agregaba una distinción adicional a la que vimos esbozarse en el texto de Patroni entre literatura y sociedad (aunque allí la sociedad estuviera metonimizada en un nosotros los socialistas). Escribía en 1943 Ugarte:

«Con esta concepción de la responsabilidad del escritor, trajimos también -suprema desventura- un hondo sentido de la vida. Al 'literato' le basta con la literatura. La carne hervida de sus lecturas la vuelve a sazonar. Manjar sin substancia, que manipula sin peligro. Pero es más grave salir del papel para entrar en la realidad y juzgarla ávidamente, con esa capacidad de emoción y de angustia por lo propio y por lo extraño que hay en el fondo de las almas sensibles, dotadas siempre de extraña capacidad para el dolor»16.



Si la posesión de un hondo sentido de la vida determinaba en el escritor digno de llamarse tal la disposición a suturar la separación respecto de su medio, saliendo del papel para entrar en la realidad (y trascender de ese modo la inherente fragmentariedad de la vida moderna), tal programa tenía como premisa la autonomización previa del escritor. Esta autonomía, retomando la conceptualización de Julio Ramos, si había implicado una suerte de exclusión generada por la modernización, consiguientemente representaba la condición de posibilidad de la emergencia de una crítica moderna, es decir, de una crítica de la misma racionalización que segregaba la práctica literaria a los márgenes de la vida pública. Expresando ese tópico de la sensibilidad moderna, Ugarte no dudaba en afirmar que sólo un alma sensible (como la del escritor) podría tener acceso a un juicio comprensivo de la realidad.

En el prólogo a El arte y la democracia17, el planteamiento de la escisión entre escritor y vida pública en los tiempos modernos aparece con la claridad de un urgente y contemporáneo problema a resolver:

«Enamorado de las letras, que son quizá mi razón de vida, pero enemigo del 'literatismo', entiendo que en nuestras épocas tumultuosas y febriles, el escritor no debe matar al ciudadano. [...]

Si cada uno de nosotros se alejase de la plaza pública alegando sus tareas especiales, ¿en manos de quiénes abandonaríamos el alma de la nación18.



La prescripción de Ugarte para resolver el problema es clara: los escritores deben intervenir en la cosa pública y regresar de «las sombras» en las que se han recluido. Dada esta solución, resulta importante, entonces, pasar revista a las modalidades específicas que en el pensamiento ugartiano debía adquirir el mentado reingreso del escritor a la plaza pública.

En una respuesta a una recensión crítica de su libro Visiones de España, aparecido en 1904, Ugarte indicaba con un oportuno lenguaje de ribetes cristianos y mesiánicos -se lo había criticado por, entre otras cosas, antiespañol- la función que el escritor debía cumplir en la sociedad moderna:

«Al contacto de los entusiasmos, tiene que incendiarse también el alma vibrátil del escritor. Los odios, los deseos, los ideales de la multitud se le entran á pesar suyo por los poros del alma; la injusticia le arranca una imprecación [...] cámbiase la pluma en ariete y se despierta el apóstol.

Algunos dicen que rebajamos nuestro ideal hasta ponerlo al nivel del mundo; la verdad es que nosotros soñamos con elevar el mundo hasta la altura de nuestro ideal. No disminuimos el arte; lo desdoblamos, le damos una actuación histórica, le multiplicamos un público, lo hacemos director de vida y, en contraposición á los tiempos de los reyes poetas, preparamos quizá el siglo del poeta-rey»19.



Como se deduce del fragmento, la democratización del arte reservaba al poeta el papel de profeta de su pueblo, en un mismo movimiento en el que ese nuevo lugar de enunciación se delimitaba respecto del Estado20. Unos años después, en un texto sobre el «arte social» escrito en París y que se publica en el Almanaque socialista de La Vanguardia cuando Ugarte ya es un destacado afiliado al Partido Socialista argentino, el tópico del escritor cuya misión es ser voz y guía de la multitud, reaparece con fuerza de programa a propósito de la polémica con los seguidores del artepurismo en América, anudándose también a una concepción del arte vinculado a la lucha por la transformación social:

«Todo verdadero escritor es una montaña. Desde su cumbre, coronada de sol y abofeteada por los vientos, se ve, se oye y se domina todo. Su obra refleja el borbollar de una generación, de una época y de una humanidad, con todas sus pasiones, sus iras y sus ternuras, enroscadas alrededor de un ideal vasto capaz de fascinar y retener á los hombres. Los que se refugian en detalles, en destrezas de estilo y en rarezas enfermizas son como los que, no pudiendo entrar al teatro, se contentan con sentarse á la puerta de él»21.



«Sería monstruoso establecer que el arte debe callar y someterse á los intereses que dominan en cada momento histórico, cuando todo nos prueba que desde los orígenes sólo se ha alimentado de rebeldías y anticipaciones. Su espíritu malcontento, lastimado por la mediocridad, se ha refugiado siempre en las imaginaciones para el porvenir. De suerte que querer convertirlo, con pretexto de prescindencia, en lacayo atado al triunfo transitorio de determinada clase social, es poner el águila al servicio de una tortuga y desmentir la tradición gloriosa de la literatura de todos los tiempos»22.



La reivindicación del escritor como ciudadano comprometido con las pasiones de su tiempo conlleva a su vez una preocupación por reposicionar su figura en relación tanto en relación con el Estado como con la política, en un gesto que debe leerse más allá de la polémica contra el puro esteticismo en literatura.

«Más que una flamante modalidad literaria es, pues el arte social una reacción contra las desviaciones de los últimos tiempos, una vuelta hacia la normalidad y una tentativa para dignificar de nuevo la misión del escritor, que no debe ser un clown ó un equilibrista encargado de cosquillear la curiosidad ó sacudir los nervios enfermos de los poderosos, sino un maestro encargado de desplegar bandera, abrir rumbo, erigirse en guía y llevar á las multitudes hacia la altísima belleza que se confunde en los límites con la verdad. Porque ya hemos tenido oportunidad de decir que la verdad es belleza en acción y que las excelencias de la forma sólo alcanzan la pátina de eternidad cuando han sido puestas al servicio de una superioridad moral indiscutible. De suerte que los propósitos que nos guían (propósitos que han dado lugar á muchos comentarios é interpretaciones falsas) se pueden condensar sucintamente en pocas frases: a) alejar de la literatura á los enfermos y á los desequilibrados que la desprestigian y devolver al templo (que no puede ser refugio de histéricos, malhechores, desclasificados y vagos) su dignidad primera; b) restablecer el prestigio del escritor, dándole algo de la austeridad y del encanto profético que fue su aureola en la antigüedad; c) acabar con las especializaciones de los miniaturistas y suscitar en el poeta la visión vasta que permite abarcar los conjuntos, haciendo del que escribe el unificador y el sintetizador [...] ser algo así como la voz de nuestro tiempo»23.



Interpretamos que la proclamación del «arte social» permite a Ugarte legitimar un pasaje sin tropiezos de la reforma en un campo literario «decadente» a la reforma en el campo político-social. La práctica poética debe trascender, en su perspectiva, el ámbito estrictamente literario. De hecho, el arquetipo del escritor se propone en términos de un «pensar-hacer» («pensar con los brazos», en la metáfora del propio Ugarte24), noción que, frente a la opción esteticista, postula bajar el ideal a la transformación de la realidad. Sin embargo, ese movimiento sólo puede darse como consecuencia de uno anterior, que no es sino el restablecimiento del prestigio y la aureola profética del escritor, que la modernidad amenazaba con quebrantar.

Para concluir este apartado, retomando la hipótesis de que la brega por un «arte social» tal como lo entendía Ugarte fue un modo de construir para el escritor una puerta de acceso a la vida pública (un espacio de legitimación de su palabra), subrayaremos que la modalidad prevista de tal acceso conservó para el propio escritor un lugar privilegiado, elevado, desde el cual articular la voz y nombrar los deseos de la multitud. Y que, inadvertidamente, esa concepción del vínculo entre el escritor y las masas podía entrar en colisión con la noción que de sí mismo tenía el Partido Socialista (su dirigencia) en tanto representante legítimo de los intereses de los trabajadores.

En nuestra interpretación, tal conflicto no se expresaría abiertamente, sino sólo en los pliegues de una polémica dispuesta sobre un registro político-ideológico, en torno a la cuestión nacional y el imperialismo. Pero ése es tema que desarrollaremos más adelante. Siguiendo el hilo de los párrafos anteriores, analizaremos a continuación la afiliación de Ugarte al Partido Socialista bajo el supuesto de que ésta representó otra de las formas -además de la tratada en este apartado- en que fue concebida la realización de la máxima de pensar haciendo, en un intento por superar la alienación del escritor respecto de su medio a través de la incorporación al primer partido moderno de la Argentina25.




Ugarte socialista. ¿La voz de la multitud se integra al partido de los trabajadores?

De acuerdo a nuestra hipótesis de lectura, la distancia que media entre el tópico del escritor como alma sensible y apóstol de la multitud, por un lado, y la concepción del socialismo argentino que hacía del partido el mediador cultural por excelencia para la concientización de los trabajadores (en su autoorganización como clase)26, por el otro, nos habla de una tensión entre dos concepciones diversas sobre cómo se autoriza (qué tipo de autoridad legítima) la enunciación del discurso político. Tensión sobre la que la palabra ugartiana estaría obligada a deslizarse a partir de la adscripción de Ugarte al Partido Socialista argentino.

Sugerimos que una suerte de división del trabajo discursiva (incluidos los silencios) entre las intervenciones directamente políticas y las referidas a la problemática del arte y la sociedad -disimulado esto a su vez por la concepción social del arte, de rechazo al artepurismo y la previsible equiparación de ello a una posición socializante-, permitió a Ugarte desplazarse entre esas dos localizaciones disímiles de la autoridad legitimante del discurso político.

Ejemplo de ello se tiene en el texto en el que hace pública su profesión de fe socialista. En efecto, en la conferencia «Las ideas del siglo», pronunciada en Buenos Aires en 1903, no se lee mención alguna respecto del papel específico del artista en tanto voz de relieve en su medio. Hay, en cambio, una representación de los socialistas donde se prolonga cierta metáfora higienista-reformista que ya vimos aparecer en los textos anteriores de crítica literaria y que ahora define a los partidarios del socialismo (entre los que se incluye) como hombres sanos, poseedores de una teoría científica que facilita el hallazgo de un remedio para los males sociales27. Puede leerse también cómo lo profético y lo sensible, otrora sobreestimados, quedan ahora en el polo negativo de la escala de valores que subyace a este texto, modificación que probablemente se relacione con la expectativa del destinatario del discurso, diferente al previsto en sus textos sobre literatura.

En otros sentidos la idea de socialismo desplegada en esta conferencia resulta homóloga, en sus líneas fundamentales -cientificismo, evolucionismo, gradualismo-, a la que sostenía el partido socialista argentino (al igual que los europeos) entonces28. Una concepción evolucionista que en Ugarte justificaba la viabilidad futura del socialismo por su existencia en germen en distintos elementos de la sociedad capitalista contemporánea: las cooperativas y los trusts eran prefiguraciones de la propiedad colectiva; otro tanto lo constituían las leyes de protección del trabajo y la intervención del Estado en Europa limitando el derecho de propiedad -ya bajo la forma de empresas de servicios, ya bajo la de aplicación de impuestos progresivos sobre la renta-. Todo ello debía integrarse, según la versión ugartiana del programa socialista, a una plataforma de reformas inmediatas y tangibles29.

Paralelamente, el socialismo es concebido -en el mismo sentido que Jaurés- como culminación necesaria de la democracia política instaurada con el sufragio universal, como «comunismo económico» que era el último eslabón de un proceso paulatino de traspaso del poder de la minoría a la mayoría30.

Siendo éstas las líneas principales del discurso con que Ugarte se afilia al partido -las que lo aproximan bastante a la cultura socialista de la época- puede hallarse, sin embargo, otro elemento que puede interpretarse como algo más que un mero recurso retórico. Creemos que tras la advertencia a los poderosos acerca del peligro que representaría una rebelión de los oprimidos de imprevisibles consecuencias, puede adivinarse el tópico modernista de temor al desborde de las masas -incluida una suerte de animalización metafórica-, ante lo cual el socialismo aparece como el mal menor y, por cierto, tranquilizador:

«¡Oh! prudentes conservadores, ¡cuán revolucionarios sois á pesar vuestro! [...] cada vez que un nuevo atropello se añade á la serie de los ya cometidos, cada vez que hincáis con más fuerza las espuelas en los flancos del potro que creéis haber dominado para siempre, acercáis más y más el instante en que la bestia maltratada sacudirá su indomable infortunio. [...] Nadie puede prever cómo se consuman las sacudidas de la historia. [...] El acatamiento tiene sus límites, y cuando rompe las vallas, no hay nada que pueda detener el ímpetu de los torrentes».

[...]

El socialismo es el eje del siglo, porque sólo él está a igual distancia del egoísmo de los que poseen, y de los arrebatos irreflexivos de los que desean»31.



Así, con la excepción de una única mención al final de esta conferencia, queda ausente del texto de Ugarte toda referencia a papel específico alguno del partido en la consecución del camino hacia el ideal de «justicia y solidaridad». He aquí una opción retórica (la del silencio) que sugiere cuanto menos una huella sobre la que apoyar la interpretación que venimos desarrollando.

En ese sentido, la pública convergencia entre la dirigencia del PS y Ugarte en una concepción democrática y gradualista del acceso de las masas al socialismo, se suma como elemento para explicar -siguiendo nuestro argumento- que por varios años se pudiera desplazar el potencial de conflictividad latente entre dos instancias heterogéneas de autorización del discurso político (la del escritor y la del partido). Como adelantamos más arriba, podría especularse que la polémica en torno a la cuestión nacional y el imperialismo daría el motivo para el despliegue de esta tensión subyacente.

Volveremos sobre este punto al analizar el papel asignado a los intelectuales en El porvenir de la América Española, primera exposición sistemática del credo latinoamericanista de Ugarte. Recorreremos antes de llegar allí algunos avatares del camino previo a la elaboración de esta obra, para pasar luego a una breve consideración de sus temas, a partir de lo cual retomaremos el hilo del argumento central de este trabajo.




Socialista pero latinoamericano

Desde que Ugarte manifestara públicamente en Buenos Aires su adhesión al Partido Socialista argentino no pasaría siquiera un año hasta su regreso a Europa. En ese corto lapso participó activamente de la campaña electoral que convirtió a Alfredo Palacios en el primer diputado socialista de América Latina, y se comprometió a colaborar en la elaboración del Código Nacional de Trabajo proyectado por el gobierno de Roca, para lo cual debía viajar al viejo continente a recabar información sobre legislación social. La falta de aval por parte de la dirección partidaria a esa colaboración no fue óbice para que Ugarte fuera nombrado el 20 de marzo de 1904 como delegado argentino ante el Congreso de la Internacional Socialista en Ámsterdam ese mismo año32.

De su paso por este Congreso, puede destacarse su negativa a pronunciarse en contra de la participación de los socialistas en un gobierno burgués, cuestión que ocupara el centro de los debates a propósito del caso francés, donde Ugarte coincidía con Jaurés en avalar el necesario carácter nacional de toda táctica política socialista33. No tendría tiempo, en cambio, de participar de las comisiones sobre política colonial donde el holandés Van Kol, en su carácter de informante, argumentara la inevitabilidad del colonialismo en la moderna sociedad industrial y aún en el régimen socialista del futuro34. La confrontación con ese tipo de posturas, cuyo peso se vio incrementado en el Congreso de Stuttgart de 1907 al que asistiera nuevamente como delegado argentino, se expresaría en su intervención sobre la cuestión de «emigración e inmigración», manifestándose contra las propuestas condenatorias y por una legislación internacional de protección a los trabajadores migrantes35.

Si en el plano literario la vocación latinoamericanista de Ugarte se plasmaba en la aparición por esos años de la Antología de la joven literatura hispanoamericana y Las nuevas tendencias literarias -al tiempo que su casa en París era considerada como una suerte de «meca literaria» para los escritores de nuestro continente36-, entre las intervenciones en el campo político socialista se destacaría -como el propio escritor señalara tiempo después- la publicación en 1908, en La Vanguardia, de un artículo sobre socialismo y patria, que dejaría una estela polémica en un contexto de recepción sensibilizado por el debate Justo-Ferri37. En este texto, inscripto por su autor en la genealogía de la ruptura con el Partido Socialista argentino, la compatibilidad entre patria y socialismo se argumentaba, contra el internacionalismo abstracto que advirtiera en el Congreso de Stuttgart, a partir de una distinción entre un patriotismo atávico y otro moderno, y sobre todo, en base a la discriminación entre naciones débiles y naciones poderosas, que asimilaba a la oposición entre oprimidos y opresores al interior de las fronteras, y donde la solidaridad de los socialistas con las nacionalidades amenazadas aparecía como un imperativo:

«Pero hay otro patriotismo superior, más conforme con los ideales modernos y con la conciencia contemporánea. Y ese patriotismo es el que nos hace defender contra las intervenciones extranjeras la autonomía de la ciudad, de la provincia, del Estado, la libre disposición de nosotros mismos, el derecho de vivir y gobernarnos como mejor nos parezca. Y en ese punto todos los socialistas tienen que estar de acuerdo para simpatizar con el Transwal cuando se encabrita bajo la arremetida de Inglaterra, para aprobar a los árabes cuando se debaten por rechazar la invasión de Francia, para admirar a la Polonia cuando, después del reparto, tienden a reunir sus fragmentos en un grito admirable de dignidad y para defender a la América latina si el imperialismo anglosajón se desencadena mañana sobre ella. Todos los socialistas tienen que estar de acuerdo, porque si alguno admitiera en el orden internacional el sacrificio del pequeño al grande, justificaría en el orden social la sumisión del proletario al capitalista, la opresión de los poderosos sobre los que no pueden defenderse»38.



En el transcurso de la polémica que así se iniciaba -ironías mediante desde el órgano del PS sobre la concepción latinoamericanista de su último libro-, y en la que se agregaban otros acontecimientos como la anexión de Puerto Rico por EE. UU., Ugarte fue desplegando una serie de temas y argumentos que encontrarían una sistematización y un marco de exposición integral con la publicación de El porvenir de la América Española en 1910.




El suelo histórico de un programa. El porvenir de la América Española en su época

En una inicial aproximación a la obra de Ugarte donde aparece por primera vez el programa de la unidad de América Latina en forma sistemática, resulta importante precisar el análisis de los términos particulares en que se expresa ese programa en 1910, teniendo en cuenta el horizonte ideológico del cual es tributaria y con el que dialoga la obra, y sin forzar la interpretación de su contenido de acuerdo a una supuesta esencia latinoamericanista y antiimperialista al margen de su tiempo39.

En ese sentido, lo primero que podría llamar la atención es el título de la primera edición de este ensayo, que a diferencia del más popular de las segunda y tercera, define explícitamente con relación a España la identidad de las repúblicas del subcontinente. Pero no se trata sólo del detalle del título. Un profundo hispanismo da el tono general a esta obra que evidentemente no sólo comparte el género con otros ensayos sociológicos de la época, sino también motivos y preocupaciones, como los del porvenir de la raza de los americanos, o la revalorización de la tradición hispánica, en un contexto signado en Argentina por la inmigración masiva y las transformaciones socioculturales a que daba lugar la peculiar vinculación del país al sistema capitalista mundial40.

En efecto, desde la amortiguada responsabilidad de España en la brutal conquista del continente una vez que aquélla es diluida en el conjunto de Europa, hasta la ponderación del inmigrante español en el siglo XX como el tipo mejor asimilable por el núcleo esencial de la raza blanca, de origen hispano, pasando por la reinterpretación de las revoluciones de independencia no como una lucha entre criollos y peninsulares sino como parte de la revolución democrática española en la que pugnaban ideas liberales y reaccionarias41, una pléyade de argumentos de diversa índole tienden en El porvenir de la América Española a apuntalar la construcción de la identidad latinoamericana en una estrecha filiación simbólica, histórica y moral con España.

«Todo lo que tienda a romper la cadena se traduce en desmigajamiento. Por eso es por lo que, aun después de la Revolución, tenemos que considerarnos como parte misma de España, cuya personalidad moral, rehecha por el clima y las inmigraciones, aspiramos a prolongar triunfalmente en el mundo. No datamos de 1810; somos hijos de una elaboración larga y difícil que arranca de las tinieblas, seleccionando matices a través de siglos y transformaciones sucesivas...»42.



Ahora bien, si es cierto que la comunidad de lengua, origen e historia, resumida en la ligazón con España, resulta un determinante básico de la nueva nacionalidad continental por la que apuesta Ugarte, la originalidad de su planteo reside en la combinación de ese argumento tradicional de la definición de la nacionalidad, con la razón política de su urgencia frente a la amenaza del «peligro yanqui», dada la inferioridad de cada república aislada43.

Así, la operación política presente en la apuesta por actualizar el contenido histórico latente del concepto de América española, es totalmente explícito (el peligro de ser fagocitada por el gigante del norte), aun cuando al mismo tiempo se apele al peso de la historia para justificar tal operación, historia de la que por otra parte pueden subestimarse como «meros convencionalismos» las demarcaciones nacionales cristalizadas durante el siglo XIX.

En ese sentido, la formulación ugartiana del programa de unidad hispanoamericana tiene a su favor el hecho de dar cuenta del carácter ambiguo, de proceso inconcluso y en permanente reconstitución de ese conglomerado de repúblicas que posibilita el concepto de América Latina44. Por otra parte, Ugarte no representa una excepción al conjunto del pensamiento socialista sobre América Latina (y de más allá del espectro político), en lo que hace a la aproximación al modelo europeo y norteamericano como parámetro básico de las reflexiones sobre el posible porvenir del subcontinente. La advertencia acerca del expansionismo del país del Norte y la convocatoria a la unidad de Hispanoamérica descansaban en lo que no era sino admiración por el progreso norteamericano del cual se intentaba extraer una enseñanza en cuanto a la fórmula política de su éxito.

«Los sudamericanos [...] no pueden dejar de ver con recelo la fantástica prosperidad de un país que al ensanchar su acción no hará, después de todo, más que conformarse a una exigencia de su crecimiento y sus victorias»45.



«Contemplamos el mapa de América. Lo que primero salta a los ojos es el contraste entre la unidad de los anglosajones reunidos con toda la autonomía que implica un régimen eminentemente federal, bajo una sola bandera, en una nación única, y el desmigajamiento de los latinos, fraccionados en veinte naciones, unas veces indiferentes entre sí y otras hostiles.

[...]

«Lo que [...] ha facilitado [el progreso inverosímil distintivo de EE. UU.] es la unión de las trece jurisdicciones coloniales [...] que estaban lejos de presentar la homogeneidad que advertimos entre las que se separaron de España. Este es el punto de arranque de la superioridad anglosajona en el nuevo mundo»46.



Para terminar con este sumario repaso de los elementos ideológicos epocales que nutrían el programa de Ugarte, puede señalarse que junto a un fuerte hispanismo y una preocupación por la identidad cultural de las repúblicas47, coexistía a la vez una clara ponderación de la función cumplida a su tiempo por la literatura y cultura francesas en la elaboración de una literatura y unas ideas continentales -particularmente como barrera cultural ante la difusión de la cultura yanqui-, al tiempo que persistía un cierto imaginario civilización/barbarie en la expectativa de progreso con que se rodeaba la figura del inmigrante, y una general coincidencia con la tradición liberal decimonónica en la concepción de la inherente plasticidad de las sociedades locales48. Por último, el inadvertido carácter problemático del imperialismo británico en el Cono Sur, en el marco de la mentada necesidad de un vínculo con las potencias europeas que hiciera de contrapeso al expansionismo norteamericano, no era el menos importante de los temas que conformaban el horizonte ideológico del que Ugarte difícilmente podría escapar en 191049.




¿Quién nombrará el porvenir de América? Sobre el papel de los intelectuales

En este apartado nos detendremos a analizar el tipo de sujeto que Ugarte pone en el centro de la realización de su programa latinoamericanista y antiimperialista, con miras a reforzar, retomando el hilo principal de este trabajo, nuestro argumento acerca de la divergencia que entre el escritor y el Partido Socialista subyacía primero latente, para estallar luego abiertamente, respecto de la autoridad legitimante del discurso político (y quizá también -agregaremos aquí- respecto del sujeto de las transformaciones políticas deseadas).

En El porvenir de la América Española no son sino los jóvenes escritores e intelectuales quienes tienen asignado un lugar preponderante en el apuntalamiento de la identidad latinoamericana.

«¿Es necesario recordar que las únicas relaciones útiles que existen entre ciertas repúblicas fueron iniciadas por escritores que simpatizaron y se escribieron sin conocerse? Algunas revistas de la gente joven han sido, en estos últimos tiempos, el foco fraternal donde se reúne en la persona de sus más altos representantes el Parlamento de la raza. Los poetas han hecho en realidad hasta ahora por la unión mucho más que las autoridades. Y a ellos les corresponde seguir fecundando el porvenir»50.



Y si la Patria Grande es para Ugarte ya una «confederación moral», su más alta expresión recae en una literatura que se concibe unitaria a escala continental.

«Desde el punto de vista moral formamos ya un bloque seguro. ¿Qué diferencia hay entre la literatura chilena y la uruguaya, entre la de Venezuela y la del Perú? Con leves matices, se advierte de Norte a Sur un solo espíritu»51.



A continuación, sin embargo, se ve cómo la legitimidad de la obra forjada en el campo literario no queda circunscripta en los límites de éste sino que se extiende y desplaza hacia otro campo, el de la intervención política, a través de la capacidad que los escritores revelan de diagnosticar los «males» de la región y de proponer sus posibles soluciones52. Se lee así que,

«[...] en el desorden de los veinte países simpatizantes o enemigos, prósperos o ahogados por césares que sucumben a las revoluciones en incesantes luchas de primacía, empiezan a surgir intelectuales que se esfuerzan por transformar el medio que los oprime.

[...]

[El intelectual] Comienza por luchar contra la fuerza inmediata que le subyuga y concluye por descubrir el encadenamiento de las cosas y por combatir más o menos teóricamente toda la organización social. Esto explica que la mayoría de los jóvenes escritores de la América Española sean revolucionarios en el sentido más elevado de la palabra. Del choque de los espíritus superiores con los espíritus menos cultos ha surgido quizá la visión de la injusticia»53.



Aquí Ugarte construye un continuum de acción que parte desde la percepción de la nueva exclusión del escritor moderno en Latinoamérica (quien a la vez que denuncia su injusta situación marginal se reafirma en su autonomía), hasta llegar a la revelación de y la lucha contra la opresión social general.

«Por los puertos entra en forma de libro y de periódico el porvenir y el presente del pensamiento universal. Y al influjo de una literatura nacida bajo la influencia de la francesa, empieza a formarse, inseguro y flotante aún, un gran núcleo de hombres independientes que se levantan contra las costumbres actuales. Unos se inscriben en los partidos extremos. Otros conservan su libertad de acción. Pero todos forman una montaña donde se codea lo más sano de cada país»54.



Es el lugar de la independencia, ese margen desde el que se inclina y se vuelve hacia la vida pública el escritor en la modernidad el que aparece como soporte de la legitimidad de su palabra política, ya para un programa de reforma social, ya para el de unidad continental. Como sostiene J. Ramos en referencia al ensayismo latinoamericano del '900, «mediante el concepto de la cultura -matriz del latinoamericanismo- los ensayistas logran ampliar el horizonte de la autoridad estética, llevando la crítica del arte contra la modernización al centro mismo de los debates políticos y apelando -más allá del reducido campo literario- a zonas del poder cuya relación con el proyecto modernizador se había problematizado»55.

En efecto, y siguiendo al mismo autor, en América Latina el reclamo de la literatura de su autonomía respecto del poder económico habilitó su transformación en un dispositivo central del antiimperialismo, «definiendo el 'ser' latinoamericano por oposición a la modernidad de ellos: EUA o Inglaterra»56.

En ese sentido, lejos del tópico de la emancipación de los trabajadores por los trabajadores mismos a través de sus propias organizaciones, idea medular del discurso político socialista, el programa de Ugarte para la unidad latinoamericana -parte indisociable en su sistema de pensamiento de la reforma social de las repúblicas- tiene, mucho más imbuido de arielismo, un sujeto bifronte cuyas caras son la juventud y los intelectuales.

La divergencia con el Partido Socialista respecto del Sujeto de las transformaciones de estas repúblicas, sumado a la existencia de dos instancias disímiles de legitimación de la voz pública (el escritor moderno, el partido) son las cuestiones que según nuestra interpretación están en la base de ulteriores diferencias que mantendría Ugarte con la dirigencia del Partido Socialista y que se expresarían en opciones y alternativas políticas distintas tomadas ante sucesivas coyunturas. Incluso ya en el programa esbozado en 1910, el internacionalismo se aplaza para cierto futuro de utopía... imponiéndose la opción por la comunidad étnica e histórica frente al peligro del panamericanismo57.

En correspondencia con lo anterior, el reclamo por un «arte nacional» como parte de la consolidación de una identidad latinoamericana no viene sino a confirmar la centralidad de los escritores-intelectuales a la hora de modelar una nacionalidad aún inorgánica58, aun cuando la tarea de éstos se presenta en términos de expresión e intermediación, de dar forma a un «pensamiento del pueblo» preexistente.

«[...] lo que la patria en gestación está pidiendo son hombres que olviden y que vean: que olviden las formas extrañas de la cultura cuyo jugo se han asimilado ya y que observen los horizontes claros y los matices inéditos que les brinda nuestra América.

Esta es la obra que, acometida en parte por la juventud de hoy, será completada acaso por las generaciones últimas. Un gran conjunto vigoroso está pidiendo una expresión artística que sea como la confirmación de su alma autónoma»59.



Sólo ciertos espíritus son capaces de ver los trazos con los que se perfila ya en su inmanencia el alma de América. Aquí está funcionando un par axiológico que opone al polo positivo de los que ven con el polo negativo de los que recuerdan -y copian, agregamos- (el burócrata, el académico), lo cual reenvía al tema del posicionamiento del sujeto literario que en su emergencia en la modernidad se autoadjudica una legitimidad para decir el ser latinoamericano en detrimento de otros emergentes del mundo moderno, como el experto o el funcionario60.

El arielismo y el antipositivismo se expresan aquí a través de una preocupación por una «cultura nacional», nacional-latinoamericana, rasgo que Ugarte comparte con la generación de escritores del '90061. De ahí que la necesidad de dar voz a esa «colectividad naciente» a nivel del subcontinente, a la vez que legitima la función del poeta en la sociedad supone un énfasis en la «preocupación localista», dándole fisonomía a una literatura que pueda reclamar la atención del mundo y que también logre salir de la confusión entre lo «nacional» y lo «gauchesco»62.

Sumergido en la revelación de lo autóctono, el escritor latinoamericano es presentado como nada menos que «una voz que sale de la multitud»63, confundido con ella a la vez que legitimado en su escisión por su papel de portavoz. No sino de este modo, nombrando a América Latina, el escritor hallaba su relocalización y reintegración anheladas en el medio social moderno. De la distancia entre esta modalidad de autorización discursiva y la considerada legítima en el campo socialista argentino darían cuenta los conflictos por venir entre Ugarte y la dirigencia del partido de Juan B. Justo64.




El Escritor y las masas: del discurso antiimperialista a la campaña latinoamericana como forma de militancia

De acuerdo a lo que venimos argumentando, el binomio escritor/multitud no coincide exactamente con el par partido/trabajadores que en el discurso socialista articula la identidad del sujeto de la transformación social. Incluso más allá de esta cuestión, en El porvenir..., toda apelación al socialismo es absolutamente larvada y más aún, se elimina toda noción de lucha de clases como vertebradora de la dinámica social en pos de la reciprocidad entre capital y trabajo65. Por lo demás, en lo que hace a la concepción antiimperialista de la obra, resulta elocuente la recepción poco calurosa que prodigó La Vanguardia a la publicación del libro, al que una reseña crítica tildó de «proclama alarmista» afirmando que el peligro yanqui «no existe», sin dejar de aprovechar la oportunidad de señalar los beneficios de la intervención norteamericana en Centroamérica66.

Lo que intentamos mostrar en el apartado anterior es cómo a través de una retórica focalizada en el llamado a erigir una identidad nacional-latinoamericana, Ugarte construyó para el escritor de la región un sitial privilegiado en la consecución de tal tarea.

Ahora bien, nuestra hipótesis sugiere que tal operación discursiva resultó finalmente una plataforma desde la cual sustentar no sólo un conjunto de contenidos ideológicos sino también unas formas alternativas (a la del Partido Socialista) de legitimación del discurso y de su singular práctica militante, que secundarizaba la actividad partidaria y colectiva: nos referimos a la gira que Ugarte realizó a lo largo de América Latina por casi dos años. Aquí el orador, descollando por su elocuencia y prestigio de escritor, cumplía el anhelo de relacionarse directamente -sin otras mediaciones organizativas- con los pueblos del subcontinente67.

En efecto, el 29 de octubre de 1911 Manuel Ugarte da comienzo a un largo viaje que lo llevaría a recorrer las distintas regiones de la «Patria Grande» hasta mediados de 1913. A través de aquél, su mensaje latinoamericano y antiimperialista es escuchado en actos masivos a lo largo de países como Cuba, México, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Uruguay, Paraguay, Brasil, y hasta en Nueva York, EE. UU. La repercusión de la gira puede medirse -además del registro en numerosos periódicos del subcontinente- en la proliferación de centros y asociaciones latinoamericanos organizados en los lugares que visitó... «¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa!»68 y «¡La América Latina para los latinoamericanos!»69... representan algunas de las tantas arengas pronunciadas que dieron el tono a la gira antiimperialista de Ugarte ante multitudes que en ocasiones superaban las 15.000 personas. El encuentro del escritor con las masas cobraba realidad, más allá del papel.

La excepción a la gran acogida de público y de la prensa que tuvo Ugarte en los distintos países del continente fue paradójicamente la de su propio país, Argentina, donde los diarios locales, incluido La Vanguardia, omitieron mayores referencias a su campaña hispanoamericana.

La polémica que lo enfrentaría un mes después de su retorno al país, en junio de 1913, al órgano partidario -donde se lo acusaría de «desviación nacionalista» y que detonaría su ruptura con el PS- se convierte, así, en el epílogo anunciado luego de tantas «desafinaciones».




La ruptura con el PS

Desde julio hasta noviembre de 1913 se entabló a partir de la publicación de una nota sobre Colombia en La Vanguardia una fuerte polémica que terminó por detonar la salida de Ugarte del Partido Socialista, en la que se cruzaron distintos tipos de argumentos que confluían sin embargo en el eje de la cuestión nacional70. Tal vez resulte un dato interesante para entender el porqué de la crispación alrededor de un tema que desde tiempo atrás diferenciaba las posiciones de Ugarte de las del partido, el hecho de que era ese mismo año el que asistía a la condensación en el campo político y cultural argentino de operaciones tendientes a forjar un mito de identidad nacional de matices épicos en torno a la «transfiguración mitológica del gaucho»71.

La impugnación de Ugarte a una nota en que La Vanguardia denostaba el carácter «civilizado» de Colombia y auguraba su «progreso» por la influencia de Panamá -sustraída y dominada por Estados Unidos-, dio lugar a acusaciones que ubicaban a aquél como defensor de las oligarquías latinoamericanas por su ataque al imperialismo yanqui, y que minimizaban a este último como «espantajo».

En su respuesta publicada fuera ya de la prensa socialista, en La Nación del 27-VII-1913, tras criticar las generalizaciones sobre los países latinoamericanos en que incurre el partido y definir el «antipatriotismo» como una «llaga más o menos oculta» de esta organización, Ugarte avanza un paso más hasta poner en duda la representatividad de la «minoría imperiosa» que lo acosa. Ahora bien, junto a estos argumentos asoman otros, de otro tipo, que reenvían a nuestro argumento sobre la diversidad de matrices ideológicas y discursivas que distinguían a Ugarte del PS.

«En una reunión del comité ejecutivo en que se me dijo (textual) que una carne con cuero era preferible a la bandera, contesté que la independencia argentina, y la de América, no se había hecho con una carne con cuero clavada en la punta de una lanza, sino con nuestros colores gloriosos y respetados, ante los cuales me inclino»72.



Frente al reconocimiento de la importancia de los símbolos en las motivaciones que impulsan a los pueblos a la acción política, se responde en La Vanguardia con una vulgar reducción del materialismo histórico a necesidades fisiológicas:

«Afirmar que la 'independencia argentina y la de América no se había hecho con una carne con cuero clavada en la punta de una lanza, sino con nuestros colores gloriosos y respetados', es ignorar la interpretación materialista de la historia, desconociendo la importancia fundamental de este único alimento en aquel entonces, con el cual se alimentaban los heroicos soldados de la independencia»73.



Al ratificar su discrepancia con tal punto de vista, en su respuesta del 30-VII-1913, Ugarte apuntaba a la existencia de una diferencia básica de concepciones:

«[...] fue la afirmación fundamental, con la cual he chocado tantas veces en mis divergencias con los mismos hombres, de que las cosas tangibles priman sobre las cosas del sentimiento. La famosa concepción materialista de la historia, pasada de moda ya, como lo prueba el hecho de que Jaurés, al hacer su Historia Socialista, ha tenido en cuenta, de acuerdo con la verdadera concepción ecléctica de la vida, no sólo los factores materiales, sino también los ideológicos»74.



Con la claridad que instala el fragor de la polémica, emergen aquí en forma explícita los contenidos de divergencias ideológicas profundas que, como señalamos anteriormente, remiten a la específica inscripción de Ugarte en el campo literario del modernismo latinoamericano y en el más general de la cultura antipositivista y espiritualista que distinguió a cierta constelación de intelectuales de la primera década del siglo XX, los escritores del '900.

Esto se refuerza cuando en los primeros pasos de la polémica, tras denunciar la intención de fondo de provocar su renuncia al partido, el propio Ugarte subrayaba su singular emplazamiento en la organización del socialismo argentino:

«He venido al socialismo hecho ya, trayéndole mi nombre de escritor, sin pedirle nada en cambio, llegando a renunciar a las situaciones que me ofrecía, mientras otros, a veces con bagaje precario, se hacían una plataforma del grupo y llegaban a situaciones que sin él no hubieran alcanzado nunca.

He hecho, pagado de mi peculio, un viaje desinteresado y lírico que algunos de los que me hostilizan no se hubieran resuelto a realizar por los gastos que ocasiona y los peligros que entraña. Y la ofuscación singular en que han caído algunos hombres, creyendo haber creado doctrina cuando no han hecho más que trasladar en prosa lineal, lo que desde hace largos años se viene publicando en Europa, no puede impedirles comprender que hasta desde el punto de vista de los intereses personales, el socialismo no es para mí la tabla que me sostiene. Puedo flotar con mis propios medios, pero mi convicción me ha llevado hacia esa corriente filosófica y en ella quiero mantenerme...»75.



Por su parte La Vanguardia apuntaba directo a su naturaleza de poeta a la hora de inferir las motivaciones que habría tenido Ugarte para suscitar un conflicto en el Partido, citando a Heine: «El hombre es el más vanidoso de los animales, y el poeta es el más vanidoso de los hombres»76. Como venimos adelantando, reaparece aquí con fuerza, ahora en el centro del conflicto, la figura del Escritor: Ugarte se encarga de enfatizar que es en ese locus autorizante donde reside su plataforma principal, siendo que así hecho llegó al partido, al que no necesita para refrendar su voz. La referencia al viaje desinteresado y lírico va en el sentido del nuestro argumento sobre la estrecha imbricación entre una concepción político-ideológica de fondo y la elección de una forma peculiar de militancia.

Por otra parte, la crítica a la copia de lo europeo, que en el transcurso de la polémica se reitera en forma ampliada, nos remite a aquella distinción entre los que ven y los que recuerdan que en El porvenir... Ugarte aplicaba entre sabios, por un lado, y burócratas/académicos, por el otro, para legitimar la necesidad de los primeros (entre los que presumiblemente se incluiría) en la tarea de forjar la cultura latinoamericana77.

En el «Manifiesto» del 20-XI-1913, epílogo final de la controversia en el que Ugarte interpreta las razones que llevaron a su expulsión del partido, éste vuelve sobre el tema de la copia a propósito del programa partidario de reformas económicas que -entiende- no puede basarse en la noción de socialización de los medios de producción gestada en el contexto del socialismo europeo:

«La renovación que se espera no será obra de los caudillos de plaza pública, ni de los doctrinarios de cenáculo, sino de los seres observadores que sepan auscultar y satisfacer las exigencias de la nación. Claro está que resulta mucho más fácil transportar literalmente las iniciativas o proyectos de Europa que interrogar las necesidades especiales del propio país y coordinar las soluciones inéditas que deben remediarlas. Pero nosotros hemos sobrepasado la etapa de la imitación y podemos aspirar a crear vida propia, a pesar de la tendencia memorista que parece predominar entre algunos»78.



Así, si bien el eje central de los cuestionamientos a Ugarte apuntaba al carácter «insubstancial e inconducente» de su «pretendida confraternidad latinoamericana», y a su «patrioterismo antisocialista» -que lleva a identificarlo con Monseñor De Andrea, Crotto, y personajes de la derecha del espectro político por sus críticas al «antipatriotismo» del PS79- el despliegue de tales argumentos permitía a su vez que afloraran a la polémica cuestiones más de raíz en las discrepancias entre el escritor y el partido. En efecto, en la justificación que presenta el centro socialista de la circunscripción 20.º al resolver la expulsión de Ugarte del PS -pedida por el Comité Ejecutivo con la excusa de un duelo que nunca se concretó entre el escritor y Alfredo Palacios-, se argumenta que su actitud

«[...] fomenta el confusionismo doctrinario y obscurece el verdadero concepto de la 'lucha de clases'; comprendiendo que su obsesión latinoamericanista y su excesivo apego al atavismo patriótico, están reñidos con el socialismo, desde que para justificar su opinión desestima las 'condiciones económicas' como causa determinante de formas más progresistas en el orden político-social de los conglomerados humanos, y atribuye esa evolución a causas subjetivas, a factores pura y exclusivamente sentimentales; entendiendo que gustosamente rinde culto a los más extravagantes prejuicios, como lo prueba el lance de honor concertado con el diputado Alfredo L. Palacios...»80.



Se puede ver claramente cómo se encadena la impugnación a la concepción latinoamericanista y patriótica con una crítica al antimaterialismo y el énfasis puesto en la dimensión simbólica de la actividad humana, llamada aquí «subjetivista» o «sentimentalista», todo ello remitido arbitrariamente a la práctica del duelo.

Por su parte, en el citado «Manifiesto», Ugarte reconoce haber callado «desafinaciones, durante largos años», tanto de «táctica» como de «doctrina»81. Con la fortaleza política adquirida luego de dos años de recorrer la Patria Grande, y con la cuestión nacional en el tapete del debate político-cultural argentino en la estela del Centenario, parecen haberse dado las coordenadas precisas para que una armonía nunca acabada, y trabajosamente sostenida por diez años, hiciera sonar sus últimos compases.




Consideraciones finales

El análisis que ensayamos aquí del campo cultural y literario que constituía el horizonte ideológico en que echó raíces la obra de Ugarte, nos permitió iluminar las tensiones a las que se halló sometida la enunciación de su discurso político una vez afiliado al Partido Socialista, al haber convivido desde entonces, dificultosamente, dos concepciones divergentes sobre el sujeto de las transformaciones que se postulaban como respuesta a las novedades que arrojaba el nuevo siglo en la región, así como diversas matrices conceptuales en que tales cambios se interpretaban.

Esta tensión terminó por estallar en la polémica sobre la cuestión nacional que derivó en la expulsión de Ugarte del PS, donde vimos que junto a la discusión doctrinaria explícita afloraban otro tipo de discrepancias en torno a cosmovisiones más estructurales sobre los móviles de la acción humana y a diferentes localizaciones de la autoridad legitimante del discurso. Por otra parte vimos cómo la elección de una forma determinada de militancia para transmitir su mensaje latinoamericanista podía leerse en Ugarte en correspondencia con su concepción sobre la autoridad del escritor como portavoz de las masas. Por lo demás, en períodos posteriores, fue el posicionamiento como escritor independiente el que primó por sobre los ofrecimientos de distintos grupos políticos del continente de comprometer su adhesión y por sobre sus efímeros reencuentros con el PS en 1935 y aun con el peronismo.

La «heterogeneidad de autoridades»82 a que se vio sometido el discurso de Ugarte durante su afiliación al PS puede ser, entonces, contextualizada en tanto expresión de los procesos sociales, políticos y culturales que en América Latina trajo consigo la modernización finisecular en lo que respecta a la difícil conformación de un campo intelectual tendencialmente autónomo.

Si extendemos el marco diacrónico de análisis hacia atrás, en Ugarte esta cuestión parece traer consigo reverberaciones de la arraigada idea en la tradición liberal argentina acerca del papel de las minorías ilustradas en la tarea de delinear proyectos para una nación83. Tanto en nuestro recorrido por El porvenir de la América Española como en el repaso de algunos escritos de Ugarte sobre el «arte social», hemos intentado mostrar la fuerza que posee en su pensamiento la noción de una minoría de sensibilidad superior, sean los escritores, los jóvenes o los intelectuales en cuanto sujeto de las transformaciones deseadas, ya bajo el impulso anónimo, ya como voz legítima de las masas, pero siempre recortándose esa minoría sobre el fondo de estas últimas. En una investigación que ampliara el marco de análisis hasta abarcar la evolución posterior del antiimperialismo ugartiano, podría valorarse cuánto de la modernidad finisecular y del clima de ideas que le era consustancial prevaleció en los fundamentos de las concepciones políticas y culturales de años posteriores.

En relación con esto, y en cierto modo a contrapelo de una recuperación unilateral del pensamiento de Ugarte, uno podría preguntarse hasta qué punto la peculiar ubicación en el campo literario y político lo define sólo como un precursor del antiimperialismo revolucionario de los años '30, o si tal vez no hay también en su posicionamiento político-ideológico bastante eco del escritor modernista marcado por la crisis cultural fin-de-siècle.

En este sentido, pueden reevaluarse la cuestión del exilio de Ugarte y la de su carácter de escritor maldito, en buena medida por él mismo abonadas, como parte de la elaboración de una propia autorrepresentación del escritor. La consideración iniciada aquí de algunos de los textos ugartianos desde el punto de vista de su contextualización histórica, tomando como marcos tanto la eclosión de la modernidad latinoamericana como su inscripción generacional en el campo literario argentino, permite visualizar que la localización en el margen, era un lugar común -literalmente-, o mejor dicho, constituía el nuevo lugar donde se representaba el escritor moderno en relación con los cambios acaecidos en unas sociedades en transformación. Como comenta D. Viñas, tanto Gálvez, Becher como Chiappori comparten el tópico del «artista no reconocido, despreciado y arrinconado»84, lo que analizado en el contexto más amplio de América Latina J. Ramos entrevé como parte del dilema del escritor en la modernidad y la percepción de su nuevo lugar ante las masas.

«Sólo hay trato severo para el que insiste en tener personalidad. [...] Pero el aislamiento exalta la combatividad y empuja a la expansión... Muchos de nosotros nos hicimos continentales porque no encontramos ecos en nuestras repúblicas»85, confiesa Ugarte varios años después del período tratado aquí. En los móviles del exilio del escritor podría haber figurado la búsqueda de un público y de prestigio en el exterior -público en el cual se encontrarían en primera fila los propios pares-, antes que la condena política, aunque este punto merecería una mayor indagación86.

Al haber priorizado una perspectiva de análisis de las relaciones del socialismo con el resto de la cultura de la época87, la singularidad del antiimperialismo y el socialismo ugartianos se revela como producto de la ligazón y el diálogo crítico establecido entre socialismo y modernismo literario. Como fruto de ese diálogo podrían interpretarse también los cuestionamientos de Ugarte a ciertas prácticas discursivas del Partido Socialista. La crítica a la predisposición memorista y de copia de lo europeo desgranada sobre el socialismo argentino, puede pensarse, en este sentido, como una extensión de la impugnación que desde el lugar del arte y el escritor se desataba sobre otros dispositivos discursivos de la modernización, como el de los expertos, académicos y -como sugerimos aquí puntualmente a modo de hipótesis- el de los partidos políticos modernos.

Ahora bien, si por un lado el modernismo literario fue determinante en la configuración de una perspectiva latinoamericanista, la resonancia de ésta en tanto respuesta original a los problemas de su tiempo debe verse sobre el fondo de la reacción nacionalista y espiritualista que caracteriza a los años en torno al Centenario, con la que tiene puntos de contacto y de divergencia.

En ese sentido, lo que Ugarte hizo desde el margen en el que lo colocó la modernidad en tanto escritor profesional lo distinguió en importantes aspectos del resto de su generación: si en el caso de otros escritores el aislamiento derivó en lo que Viñas define como una cadena de reacciones desde el rechazo a los inmigrantes hasta la derecha intelectual, en Ugarte ese margen fue -por su afiliación al PS en momentos de fuerte represión al movimiento obrero, primero, y por su autonomía lograda trabajosamente en el exterior, después- el lugar de legitimidad de enunciación de un discurso antiimperialista para América Latina, democrático y de positiva valoración de las masas, canalizándose, en este caso, la euforia nacionalista del Centenario hacia la construcción de la Patria Grande.





 
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