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ArribaAbajoLa estrategia narrativa de Benedetti en La tregua

Benito Varela Jácome (Universidad de Santiago de Compostela)


El denso corpus literario de Mario Benedetti es un singular modelo de evolución lingüística y estructural; representa, además, un consciente compromiso ideológico con las tensiones sociológicas uruguayas. Proclama una triple responsabilidad: «la de su arte», el espacio geosocial y la «responsabilidad humana». El mejor testimonio de su nueva conciencia es la narrativa. Iniciada con las compilaciones Esta mañana (1949), El último viaje y otros cuentos (1951), se consolida con la novela Quién de nosotros (1953) y los relatos Montevideanos (1959). La publicación de La tregua en 1960, marca una nueva etapa que culmina con la novela Andamios (1997), intencionada exploración del exilio y el desexilio uruguayos.

1. Estructura del discurso diegético

Desde la perspectiva hermenéutica, La tregua abre varias posibilidades interpretativas. Su proceso generativo se dinamiza con la secuenciación de cronotipos que nos trasladan a unas fechas concretas de los años 1957-1958. Esta referencialidad cronológica introduce al lector en los contextos sociológicos y sociopolíticos de Montevideo. En este encadenamiento cronológico actúa la doble concepción proustiana del tiempo real y la dimensión psicológica del tempo.

El novelista uruguayo parte de sus experiencias personales de empleado de oficina, de funcionario público de la Contaduría General de la Nación para configurar los comportamientos de Martín Santomé. A sus 49 años está cansado de la vida sedentaria de la oficina. Su obsesión son los seis meses y veintiocho días que le faltan para jubilarse. Su viudez, desde hace 25 años, se complica con los conflictos de los hijos.

Benedetti prescinde del relato heterodiegético. Adopta la instancia delegada; transfiere la voz narrativa a Santomé. Con este pacto autobiográfico consigue la operatividad del relato homodiegético, al parcelar el proceso generativo con el continuum temporal de estructurar el discurso en forma de diario.

Las unidades agenciales, cronometradas, se ajustan a las situaciones de la diégesis. Se extienden en las funciones cardinales. En otras situaciones se reducen en sintéticas lexias o breves isotopías. El agente elocutor salta fechas, crea silencios, vacíos de acción. En el proceso generativo cronológico se introducen procedimientos de analepsis, saltos a la vida con Isabel, a la convivencia con los hijos; empleo de la prolepsis, para transmitir la anticipación de situación de la jubilación, el proyecto de ocio, la espera del amor de Laura. La existencia externa y la vida privada de Martín nos transmiten un singular verismo; constatar los medios en que se mueve la andadura vital del relator.

La semántica de la perspectiva se ajusta a los modelos propuestos por Stanzel. La objetividad resalta en los actos gestuales, en el reiterado clímax de la oficina; en los referentes urbanos de calles y plazas; en los diseños espaciales. Las textualizaciones de las situaciones psicológicas de Santomé se manifiestan con el procedimiento de transparencia interior, tipificada por Doris Colh. Pero también se insertan formas de los discursos relatado y narrativizado, ajustados a la teorización de Gérard Genette. En otro plano, algunas funciones del lento proceso amoroso bordean el autoanálisis vinculado con las propuestas del campo psicológico.

El discurso de La tregua, centrado en el protagonismo de Martín Santomé y en su obsesión amorosa por Laura Avellaneda se estructura en tres áreas agenciales, delimitadas por un proceso generativo temporal. Podemos diseñar su secuenciación y sus contenidos:

unidades 1-56 unidades 66-158unidades 159-178
Martín preocupado por la jubilación entrada de Laura Avellaneda en la oficina entrevista con Laura
narración en tempo lento proceso de enamoramiento grave enfermedad fallecimiento
situaciones prolépsicas consumación amorosa crisis de Santomé desesperación
muerte de la esposa encuentros con Vignale tregua de la jubilación
onflictos de los hijos problemas de los hijos ocio
existencia sin sentido

Las funciones cardinales del discurso de La tregua se desarrollan en cambiantes espacios reales de la capital uruguaya, conocidos y experimentados por el novelista. Representan áreas urbanas recorridas por la pareja de protagonistas, centros de trabajo, lugares de ocio, viviendas y el apartamento de sus encuentros amorosos. Podemos diagramar sus principales áreas referenciales:

NÚCLEOS GEOSOCIALES MONTEVIDEANOS
Espacio laboralItinerarios urbanos Círculos familiares
Martín Santomé desplazamientos Casa de Martín hijos
esperando la jubilación ociosidad Casa padres de Laura
Avellaneda Cafés Apartamento
obsesión amorosa Citas con Avellaneda

Para estructurar estas funciones, para encadenar los procesos agenciales, Benedetti adopta una estrategia narrativa. Prescinde del relato heterodiegético. Aplica el modelo de instancia delegada; transfiere la voz narrativa al empleado Martín Santomé. Con el proceso de pacto autobiográfico consigue la operatividad de la narración homodiegética. La ruptura del discurso, la parcelación del proceso generativo, determinado por el continuum temporal, impone la forma de diario.

Martín, narrador homodiegético, manipula todas las estructuras del discurso. Se presenta en las primeras unidades narrativas. Además de diseñar la situación presente, mediante el procedimiento de analepsis, recupera su historia pasada. Es un funcionario cincuentón, viudo desde hace 25 años, padre de tres hijos. El trabajo sedentario de la oficina estatal genera sus reflexiones. Desde hace cinco años piensa en un futuro de ocio. Pero aún le faltan seis meses y veinticinco días para jubilarse. Este proceso se mantiene desde el 11 de febrero hasta el 12 de marzo. En esta fecha se inicia una función cardinal que cambiará radicalmente la existencia del protagonista. La entrada de Laura Avellaneda en la sección de Martín transformará sus sentimientos.

La narración homodiegética, mantenida a lo largo de todo el discurso de La tregua, contribuye a configurar un protagonista dotado de una relevante humanidad. Martín, como agente operativo, se compromete en las funciones cardinales de la novela, se inscribe en los contextos sociológicos de la realidad histórico-social montevideana. Benedetti le asigna la voluntad de superar la virtualidad, los procesos eventuales. Pero su comportamiento está determinado por la confluencia de situaciones psicológicas, de funciones adversas, factibles de diseñar en este diagrama:

pesimismo
vacuidad de su vida voluntad de actuar
frustración existencia gris
MARTÍN SANTOMÉ
fracaso sentido fatalista
carencia de energíaRevitalización amorosa
prototipo de pesimismo

2. Categorización de las relaciones amorosas

Desde la instalación de Laura, en la mesa contigua a la de Santomé, el proceso amoroso actúa como un eje semántico dominante; atenúa la obsesiva espera de la jubilación. El agente le dobla la edad a la nueva empleada, pero la presencia próxima polariza nuevos sentimientos. En los primeros enfoques, registra sus rasgos físicos, descalificadores: «La frente ancha y la boca grande»; «lindas piernas»; «no es una preciosidad»; «sonríe pasablemente».

Mario Benedetti y los convencionalismos sentimentales; dota al agente de la capacidad de actuar. Martín, en varias secuencias, ensaya una estudiada comunicación de miradas, preguntas, tanteos. El agente-narrador alardea de corrección ante Avellaneda. En los días de un trabajo extra, sin testigos, intenta una relación amistosa. Pero queda en suspenso, mediante una distensión diegética, en las páginas del diario protagonizadas por los hijos, la nostalgia lejana de su vida matrimonial con Isabel, los saltos mnemónicos al pasado, los encuentros con viejos amigos.

Frente al tiempo fluyente del relato, subyace el tempo lento, punteado por la secuenciación temporal. La relación cambia en la fecha del 10 de abril, con esta testificación de Martín:

Avellaneda tiene algo que me atrae. Esto es evidente, pero ¿qué es?

Esta sugestión vacilante le resulta inexplicable, a lo largo de varios días; y trata de indagar sus determinantes:

Sigo sin averiguar lo que me atrae en Avellaneda. Hoy la estuve estudiando. Se mueve bien, se recoge armoniosamente el pelo; sobre las mejillas tiene una leve pelusa, como de durazno.



El proceso generativo del enamoramiento se silencia varios días, con el contrapunto del protagonismo familiar y los saltos analépsicos. Benedetti juega con la indecisión del agente. Pero en la escena de la oficina medio desierta, Laura se muestra triste, apenada, nerviosa. Ante esta actitud, Santomé se conmociona; descubre que «no está reseco» sentimentalmente.

A finales de abril y comienzos de mayo, se abre una nueva situación que genera en el agente un optimismo de adolescente enfrentado con las arrugas de su piel, los globos de las mejillas, las varices de sus tobillos. De su proceso introspectivo, emerge la revitalización de sus sentimientos, veinticinco años después del fallecimiento de Isabel.

El enamoramiento de Santomé no es un ejemplo de espontáneo flechazo, tan frecuente en el realismo tradicional. Con el procedimiento de transparencia interior, aplica a su propio perfil una sutil intención crítica: «Señor maduro, experimentado, canoso, reposado, 49 años, sin mayores achaques, sueldo bueno...» Estas diferencias influyen en la estrategia narrativa, en un tempo lento en el que se encadenan suposiciones, sugerencias, posibilidades de aproximarse íntimamente a Laura. En la oficina, la contempla con reiterada insistencia. Las negativas femeninas no impiden la decisión de conquista. La crisis se aclara un viernes de mediados de mayo. Avellaneda acude a una cita en el café. Y Martín le declara su amor, con razonados argumentos, dinamizados por una esclarecedora semiotización lingüística. En principio, ella no responde; pero un rubor ardiente enciende su rostro; tiembla; guarda silencio. Y al final contesta: «Ya lo sabía, por eso vine al café». En sucesivos encuentros la dimensión del amor del agente, el proyecto sincero de unión convencen a Laura. Y la amistad cristalizará en «algo más».

El proceso amoroso se va consolidando. Pero Benedetti recurre, de nuevo, al procedimiento de analepsis. La nostalgia de la lejana vida matrimonial de Santomé, introduce en el discurso la presencia de la fallecida Isabel. En el proceso mnemónico entran otras aventuras amorosas. Funciona, por lo tanto, en el discurso de La tregua, la categorización de las relaciones amorosas tipificadas por el antropólogo Lévi Strauss. Su teorización se bipolariza en: relaciones idílicas y de matrimonio, regidas por un código cultural prescrito, denominadas «del campo de la cultura», y las relaciones, basadas en las transgresiones, prohibidas, inscritas en el «campo de la naturaleza». Podemos esquematizar el doble proceso:

RELACIONES PERMITIDAS campo de la cultura PRESCRITAS RELACIONES EXCLUIDAS campo de la naturaleza TRANSGRESIÓN DE CÓDIGOS
Santomé -- Isabel Santomé -- mujer del autobús
Santomé -- Laura (primera etapa) Santomé -- relaciones esporádicas
Santomé--Laura (entrega)

El novelista uruguayo supera todos los convencionalismos para profundizar en el proceso de enamoramiento. Las elucubraciones de Santomé giran en torno a la superación de la amistad, al placer, al futuro apetecido. Pero las circunstancias opuestas de los agentes, la disfunción de sus edades, pueden derivar en el futuro en un «inevitable desencuentro». A través de los encuentros en el café, la amistad, las muestras de confianza, se transforman en «secreto compartido». El abrazo, el primer beso generan «un único futuro tangible». Para la consumación amorosa, en el apartamento alquilado, Benedetti transmite al agente narrador una elocución en tempo lento, para diseñar las reacciones de Avellaneda, para registrar su tensión. El narrador interrumpe la situación, entre el 23 y el 28 de junio. La entrega amorosa se describe sintéticamente por el protagonista: «Hicimos el amor. Todo estuvo tan bien que no vale la pena escribirlo».

En las unidades cronológicas siguientes, Santomé testifica sus encuentros con Laura. Pero al diseñar el cuerpo desnudo a su lado, revive con un proceso mnemónico el cuerpo de la esposa fallecida. El procedimiento analépsico resalta el desnudo de Isabel. Su desnudez le transmite «una fuerza inspiradora». Del contraste surge el paralelo desvalorizador. Y la amada del presente se diseña sin los signos positivos convencionales:

Avellaneda es flaca, su busto me inspira un poquito de piedad; sus hombros están llenos de pecas; su ombligo es infantil y pequeño: sus caderas también son lo mejor (¿no será que las caderas siempre me conmueven?); sus piernas son delgadas.



A pesar de esta devaluación, Laura existe. «Está ahora acá abajo abriendo los ojos». Con este presente se engarza el contrapunto del pasado. Sobre esta alternancia, los sentimientos se consolidan, resaltados por los lexemas «amor», «confianza», «camaradería», «ternura».

3. Desenlace catártico

Mario Benedetti no hace concesiones al lector. El diagnóstico de Martín Santomé se dramatiza con la grave enfermedad de Laura Avellaneda. El proyecto de matrimonio se trunca, con el fallecimiento de la amada, en la mañana del 23 de septiembre. Traumatizado por el fatal desenlace, interrumpe su diario durante casi cuatro meses. Al reanudarlo, el viernes 17 de enero, revive su pesadilla en este monólogo delirante:

Murió... Avellaneda murió, porque murió es la palabra, murió es el derrumbe de la vida, murió viene de adentro, trae la verdadera desesperación del dolor, murió es la desesperanza, la nada frígida y total, el abismo sencillo, el abismo.



Santomé queda aniquilado, sumido en una inmunda soledad. Testimonia que ella había traspasado su existencia hasta transmutarlo «como un río que se mezcla demasiado con el mar y al fin se vuelve salado como el mar». La situación desesperada se adensa. Se considera despojado de «cuatro quintas partes de su ser». Se siente «atravesado, despojado, vacío, sin mérito».

Benedetti, solidario con su personaje, años más tarde, en 1969, incluye en su libro poético, Poemas de la oficina y otros expedientes, la composición «Laura Avellaneda». Las estrofas que transcribimos aportan al lector el testimonio de la pasión femenina:



    Usted martín santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aun en el caso de que no estuviera
todavía muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza
usted martín santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
pero debo ser floja incitadora de vida
porque me estoy muriendo santomé
usted claro no sabe
ya que nunca lo he dicho
ni siquiera
esas noches en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme

El lacerante sentimiento persiste; gira entre la pesadilla presente y la analepsis. Con el sedimento de los días pasados, Martín Santomé retorna a la oficina. Está medio insensibilizado. El fantasma atemorizador de la muerte reaparece. La intensa actividad lo inmuniza. Plantea, una vez más, el problema de la existencia de Dios. Reconstruye rápidos momentos privilegiados del pasado. Le obsesiona lo que ella pensó antes de morir. Y, a veces, en breves procesos mnemónicos, surgen, en relieve, los rasgos físicos y sus actitudes preferidas:

Me atraían sus ojos, su voz, su cintura, su boca, sus manos, su risa, su cansancio, su timidez, su llanto, su franqueza, su pena, su confianza, su ternura, su sueño, sus suspiros... Pero ninguno de estos rasgos bastaba para atraerme convulsiva, totalmente.



En las últimas unidades narrativas del diario, Martín recurre al procedimiento de analepsis, para rememorar situaciones sentimentales. Pero la función catártica, generada por la muerte de Avellaneda, sigue traumatizando su existencia. Los procesos mnemónicos incrementan su desesperación; acentúan su «destino oscuro». Se convence de que su «vida esencial, entrañable, profunda», se ha frustrado. La jubilación no resuelve su crisis. Lo testifica en las últimas isotopías:

Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es el ocio. ¿Qué haré con él?



La elaborada escritura de Benedetti soslaya las dificultades del discurso diegético; diseña las funciones cardinales dinamizadoras; crea un denso clímax agencial, textualiza su compromiso con los contextos sociológicos montevideanos.

Selección bibliográfica

Ediciones:

La tregua, Montevideo, Alfa, 1960.

La tregua, Barcelona, Planeta, 1973. Prólogo de Óscar Collazos.

La tregua, ed. de Eduardo Nogareda, Madrid, Cátedra, 1994.

Estudios críticos

Codina, Ivema, América en la novela, Buenos Aires, Cruz del Sur, 1964.

Curutchet, Juan Carlos, «Los montevideanos de Mario Benedetti», Cuadernos Hispanoamericanos nº 232, Madrid, 1969, pp. 141-148.

Ibáñez Lonelas, J. M., «Mario Benedetti: La tregua», Madrid, Madrid Cultural, 1971.

Loveluc, Juan, La tregua de Mario Benedetti, El Sur, Concepción, abril de 1961.

Meehan, Thomas, «Mario Benedetti: La tregua»,Oklahoma, Books Abroad, 1971.

Rama, Ángel, «La madurez del oficio de un narrador», reseña de La tregua, Marcha, 1961.