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ArribaAbajoFamilia de los Selafios

Diferéncianse los Selafios de las dos reducidas familias que anteceden, en que tienen los élitros truncados, lo mismo que los estafilinos, y en demasía cortos para cubrir enteramente el abdomen; en que sus antenas por lo regular solamente constan de seis artículos; pero en especial en que los artículos de los tarsos casi siempre son enteros. El primero de estos se distingue con dificultad, en términos que durante mucho tiempo los entomologistas hicieron de esta familia una sección de Dímeros; el cuerpo es largo y redondeado en su parte posterior. Encuéntranse estos insectos en el suelo, debajo de los desechos vegetales, o de las piedras, junto a los sitios donde hay agua. Citaremos únicamente el sanguíneo.

El SELAFIO SANGUÍNEO (Pselaphius sanguineus, PAYK). Linneo hizo de esta especie un estafilino. Es pardo-oscuro, liso, con los élitros de color de sangre y arrugados en su base. Rara vez se halla en los prados cercanos de París. Forma el tipo de la familia de los selafios.






ArribaAbajoOrden de los Ortópteros

Son los ortópteros mucho menos numerosos que los coleópteros; con todo, no presentan menos interés, tanto si se mira la extrañeza de sus formas, como la de sus hábitos. Los caracteres de este orden, cuyo tipo es la langosta, son: la boca, provista de mandíbulas y de maxilas aptas para la masticación; cuatro alas, de las cuales las dos anteriores constituyen los élitros, siendo las traseras membranosas y plegadas longitudinalmente cuando el insecto está en reposo. De ahí la denominación de ortópteros que significa, alas rectas, o no replegadas, por contraposición a los coleópteros, que tienen en ellas repliegues transversales.

El cuerpo de los ortópteros es menos coriáceo que el de los coleópteros; su figura es prologada; la cabeza gruesa y vertical; las antenas varían, pero siempre constan de muchísimos artículos; los ojos son grandes, con dos o tres ojuelos u ojos lisos; la boca semejante a la de los coleópteros; las mandíbulas cortas, recias, gruesas y dentadas; y en cada maxila vese un palpo compuesto de cinco artículos; estas últimas son córneas, dentadas y cubiertas por una lámina abovedada, llamada galea o capacete, inserta entre la mandíbula y el palpo, y puede considerarse como análoga al palpo maxilar externo de los coleópteros carnívoros; la lengüeta se divide en tres o cuatro tiritas, y sostiene unos palpos compuestos de tres artículos; los élitros son coriáceos, o semimembranosos, llenos de nerviosidades, y por lo regular algo cruzados; las alas posteriores son largas y replegadas en figura de abanico. Todos los ortópteros son terrestres; algunos de ellos son carnívoros; pero la mayor parte se alimentan con plantas vivas, y son muy voraces. En nuestros climas solo efectúan una puesta al año, sufriendo a medias las metamorfosis; pues la larva y la ninfa se asemejan al insecto perfecto, reduciéndose los cambios de su organismo al crecimiento de los élitros y de las alas membranosas, los que en la ninfa empiezan a manifestarse como simples muñones. Por lo demás, los hábitos de este insecto no sufren variación en ninguno de sus estados.

Este orden se compone de dos familias, a saber: los corredores, cuyos pies son semejantes y dispuestos para correr; y los saltadores, los cuales tienen los muslos de las patas traseras mucho más abultados y las piernas mucho más largas que los demás; lo cual da al insecto la facultad de saltar a bastante distancia. Los machos de esta familia producen un sonido agudo o estridente; y según dice Latreille, son insectos saltadores y músicos.


ArribaAbajoFamilia de los Ortópteros corredores

Casi todos los de esta familia tienen los élitros y las alas tendidas horizontalmente sobre el cuerpo. Divídese en cuatro géneros: Forfículos, Blatas, Mantas, y Espectros. Los Forfículos (voz que significa tenaza), carecen de ojos lisos; tienen los élitros cortos y unidos en línea recta, lo mismo que los coleópteros estafilinos; las alas, de naturaleza membranosa, repliéganse lo mismo longitudinalmente que al través: los tarsos solo constan de tres artículos, mientras que en los demás ortópteros corredores tienen cinco. El abdomen es largo, y termina en dos garfios móviles que forman una especie de tenacillas. Los caracteres tomados de los élitros, alas y tarsos los aproximan a los coleópteros, colocándolos en los límites de ambos órdenes. Abundan estos insectos en los sitios húmedos, en las rendijas de las paredes, debajo de las piedras y de la corteza de los árboles; y a veces reunidos en gran número causan no pocos perjuicios en los jardines.

Los franceses dan el nombre de perce-oreille a los insectos que en España llaman tijeretas; y dicha denominación no se funda como quieren algunos naturalistas en una preocupación vulgar; pues no faltan ejemplos ciertos y frecuentes sobre que este insecto se introduce en los oídos. Vamos a citar entre ellos un caso auténtico sacado de la Gazette de Santé. Regresando a Francia el general y después de la batalla de Austerlitz, sintió de repente al recostarse en su coche intolerables dolores en el oído. El cirujano bávaro que al punto fue llamado creyó reconocer en el conducto auditivo la presencia de un cuerpo extraño; sin embargo, todas sus tentativas para extraerlo no hicieron más que acrecentar los padecimientos del general. Llamaron a otro cirujano más práctico, quien echó aceite en el oído, y extrajo uno de estos insectos. Examinadas las circunstancias, resultó que el coche había estado mucho tiempo en un sitio húmedo, y se había reunido en él una multitud de tijeretas.

La GRANDE TIJERETA (Forficula auricularia, LIN.). Abunda muchísimo en París, y su tamaño es vario: su término medio es de 7 líneas de longitud y 2 líneas de anchura; tiene la cabeza y las antenas de color pardo y estas, largas como la mitad del cuerpo, se componen de catorce artículos; el coselete es complanado, negro, con los bordes prominentes y descolorido; los élitros son grises y algo leonados, lo mismo que el extremo de las alas transparentes que sobresalen de aquellos; en los extremos de las alas vese una mancha blanca y redondeada, que no siempre es muy aparente; el color de las patas es amarillo claro; el del vientre pardo; y el último segmento de este es ancho, con cuatro eminencias una a cada lado y dos en el centro. Este último anillo sostiene las tenacillas, las cuales son recias, amarillentas, y más o menos pardas en su extremo. Estas tenazas son horizontales, complanadas en su raíz junto a la cual hacia el lado interno presentan varios dientes, y dos de ellos inferiores y más salientes que las demás; las pinzas del macho son más largas, anchas y corvas.

La PEQUEÑA TIJERETA (Forficula minor, LIN.). Es mucho más pequeña que la especie precedente; pues apenas pasa su longitud de 3 líneas. Todo su cuerpo es amarillo leonado, más claro en su cara inferior; las antenas solo tienen once artículos, y teniéndolos delgados, se doblan vistosamente en forma de penacho; las alas son del mismo color de los estuches, sin que presenten la mancha blanca que vemos en la especie que antecede; los ganchos de las pinzas son cortos y sin dientes en su lado interno. Esta especie se encuentra en la tierra húmeda, cerca de los charcos y de los estercoleros.

Si queremos conocer los hábitos de las tijeretas, no hay más que ir a cogerlas por la primavera en las inmediaciones de los claveles, que son para estos insectos un pasto delicioso; o bien levantemos una piedra que esté puesta en tierra húmeda; y de seguro hallaremos una hembra tijereta acompañada de sus hijos, fáciles de conocer en su diminuto tamaño, en que tienen las pinzas rectas, y en la falta de élitros y de alas. Veremos que se mantienen junto a su madre sin abandonarla, y hasta se colocan debajo de su vientre y entre sus patas como los pollitos se abrigan debajo de la clueca. Póngase toda esta familia en una cajita de madera que contenga alguna cantidad de tierra fresca; y entonces los parvulitos se recogerán debajo de la hembra, la cual los estará abrigando durante horas enteras. Si entonces les presentamos un pedazo de manzana bien madura; la madre se arrojará a ella, y los hijos imitarán el ejemplo. Pasados algunos días, si se les provee de alimento con regularidad, se nota que los pequeñuelos han tenido su muda; es decir, que han mudado la piel, y su forma se ha desarrollado algún tanto: el coselete, que antes apenas podía distinguirse, se ve ahora bien distinto, y las ramas de las tijeras o pinzas empiezan a aproximarse. Si empezamos los experimentos desde los primeros días de la primavera, hallaremos debajo de la piedra la hembra puesta encima de un montón de huevos, los cuales no abandona ni aún por el miedo. Cojamos la madre y los huevos, y pongámoslos en la cajita; y si los huevos se han esparcido o disgregado, la hembra pronto los va recogiendo y componiendo su montoncito, encima del cual se coloca en actitud de empollarlos. A las cinco o seis semanas nacen; y entonces podremos presenciar el sucesivo desarrollo y modificaciones de los hijos. Pero no debemos olvidarnos de suministrarles el alimento que necesitan, pues la madre moriría, y fuera devorada por los hijos, quienes reservan igual suerte en tales circunstancias a cuantos hermanos van muriendo le inanición.

Las Blatas tienen el cuerpo oval o redondeado, la cabeza oculta debajo del coselete, y los tarsos compuestos de cinco artículos; las antenas son largas y en forma de sierra, insertas en una escotadura interna de los ojos y compuestas de muchos artículos; el coselete tiene la figura de un escudo; los élitros son semicoriáceos, y se cruzan algún tanto en su línea de unión; en el extremo del abdomen se manifiestan dos pequeñas excrecencias de figura cónica; las piernas están provistas de espinillas; finalmente, estos insectos son muy voraces. Solo citaremos dos especies principales.

La BLATA ORIENTAL o nuestra CUCARACHA (Blatta orientalis, LIN.). Tiene 10 líneas de longitud, sobre 5 de anchura; el color pardo-castaño lustroso; los élitros y las patas de color pardo-rojizo. Solo el macho presenta alas y élitros, siendo estos más cortos que el abdomen. La hembra solo tiene unos rudimentos de élitros de 2 líneas de largo, lo que le da la semejanza de ninfa.

Estos animales viven en el interior de las casas particularmente en las cocinas y panaderías; gústales mucho la harina; sin embargo, devoran toda especie de comestibles, y no respetan los tejidos o ropas de lana o de seda y ni aun los cueros. Despiden un olor desagradable, que tiene cierta semejanza del de los ratones. Este insecto es una verdadera plaga para los habitantes de Rusia y de Islandia. Créesele procedente del Asia; y si queremos conocer las admirables precauciones que ha tomado la naturaleza para asegurar la propagación de esta especie, no tenemos más que observar a la hembra en el instante de la puesta; lo cual no nos será difícil. Entonces la veremos ir de una parte a otra, cargada con un capullo oval y complanado que les sale fuera del cuerpo, y que pudiéramos tomar por un huevo. Este capullo, que al principio es blanco y blando, poco a poco se endurece y toma un matiz oscuro a cansa de la acción del aire. En este tiempo la hembra depone la carga en un sitio oscuro, y lo pega a la pared, a la ropa, o al cuero. Si tomamos uno de estos capullos antes de la puesta, veremos que se divide en dos mitades, arrimadas por sus bordes; los cuales en lugar de ser lisos, son dentados en forma de sierra, con los dientes en tal disposición, que los de un borde se enclavijan en los intersticios de los del borde inmediato; especie de sutura que además se halla consolidada por cierto tumor gomoso. Este cimento, no obstante, pronto quedará reblandecido por la saliva de los animalitos que están encerrados en el interior y que abrirán la puerta de su cárcel con la llave que les ha dado la naturaleza. Si antes de que llegue este instante separamos las dos mitades del capullo, hallaremos en cada una seis celdillas, y en cada celdilla una larva. Así pues, no son huevos lo que pone la cucaracha, sino unos cofres que cada uno encierra 16 huevos, que se abrirán en un día determinado, y será cuando las diez y seis hermanas habrán nacido y necesitarán salir a la luz del día para sufrir las modificaciones que han de llevarlas al estado de insecto perfecto.

La BLATA OCCIDENTAL (Blatta americana, LIN.) Tiene 1 pulgada y media de longitud, y media pulgada de anchura; el color del abdomen rojo, y el de los bordes del coselete amarillento; los élitros son más largos que el abdomen, e igualmente tienen mucha longitud las antenas. Esta especie se ha connaturalizado en Europa, siendo originaria de América; y especialmente en Cayena, es muy conocida y temida por los daños que causa con su voracidad. El nombre griego blatta, que significa yo daño, no sin motivo se ha dado a estos insectos.

Las Mantas, tienen la cabeza descubierta; el cuerpo largo y estrecho; las patas delanteras mucho mayores que las demás, y les sirven de órganos de prensión para coger la presa viva de que se alimentan y llevarla a la boca: las piernas, corvas, tienen un garfio fuerte, que a primera vista tomaríase por el principio del tarso, y se repliegan sobre el borde superior de los muslos, alojándose en una ranura de estos guarnecida de pelos por ambos lados; con sus garras cogen las mantas los insectos que son su pasto.

La REZADORA (Manta religiosa, FABR.). Se le ha dado este nombre porque levanta y aproxima una a otra las piernas de su primer par de patas, de manera que parece rezar con fervor. Es verde; el coselete forma cadena, y tiene los bordes dentados y rojizos; los élitros son más largos que las alas, y se ve una mancha negro-azulada al lado interno de las caderas. Encuéntrase esta especie al mediodía de Francia, y a veces en el bosque de Fontainebleau. Los labriegos del Langüedoc la miran como insecto sagrado llamándola Prega Diou (rezadora); los turcos le profesan grande veneración; y Nierember refiere en su Historia natural, que paseándose cierto día San Francisco Javier por el jardín, fue a posarse en su mano una manta, y habiéndole el Santo mandado que cantase las alabanzas de Dios, el insecto entonó un hermoso himno. Cuentan que cierto labriego provenzal se dirigía al mercado de una población vecina, y habiendo encontrado en el camino una manta, que con sus movimientos le señalaba el camino de su casa, retrocedió al instante volviéndose a ella. Todas estas supersticiosas tradiciones, explican el nombre genérico que se ha dado al insecto que nos ocupa, y hasta el nombre griego manta, que significa profeta. Sin embargo, esta apariencia de sentimientos religiosos es una astucia del insecto, el cual mantiene sus patas delanteras extendidas sin moverse del sitio acechando la presa, a la cual pilla con suma prontitud aproximando la pierna al muslo. La hembra es más voraz que el macho; no siendo raro ver alguno de estos decapitado por ella, y luego devorado todo él por la misma. Su puesta consta de unos sesenta huevos, oblongos y amarillos; colócanlos en los tallos de las plantas, y a medida que los van arrojando del cuerpo, sale de este una materia espesa, que secándose al contacto del aire, forma como un envoltorio de la consistencia de pergamino, el cual pone los huevos enteramente a cubierto de la intemperie.

A ciertas mantas, que tienen la frente oblongada en forma de cuernos, se les ha dado el nombre de empusas, tal es la siguiente:

La EMPUSA GONGILODA (Mantis gongylodes, FABR.). Es una grande especie africana, que tiene 4 pulgadas de longitud; el coselete dilatado en su parte superior; los muslos anteriores terminados por una espina; y los cuatro posteriores lobulados, y presentando una especie de puños o vueltas.

Los Espectros apenas se diferencian de las mantas, sino en tener los pies todos iguales: unos tienen la figura de una hoja seca; otros la de una rama de árbol, aliméntanse con la sustancia de los vegetales, y adquieren el color de la planta que les da el sustento. Se han subdividido en dos géneros, a saber Fasmas y Filias.

La FASMA BÁCULO (Fasma baculus, LABREILL.). Procede de las Antillas: carece de alas, y tiene el color gris; las patas angulosas, y a cierta distancia puede equivocarse con una ramita muerta.

La FASMA DE ROSIO (Phasma rosii, FABR.). Es áptera lo mismo que la precedente; cuando tierna es amarillenta, y más o menos grisácea en la edad adulta; los muslos son dentados; las antenas muy cortas, cónicas y constan de trece artículos granujientos y distintos. Encuéntrase en Orleans y al mediodía de Francia.

La FASMA AGIGANTADA (Phasma gigas, FABR.). Su cuerpo es largo de 10 pulgadas, verde y tuberculoso en el coselete; los élitros son muy cortos; las alas gris-rojizas, con redecillas pardas; y las patas espinosas. Habita en las Indias orientales.

La FILIA HOJA SECA (Mantis siccifolia.). Llámanla hoja ambulante, es el más extraño de cuantos insectos conocemos; los élitros parecen un par de hojas a las que solo quedaron sus nerviosidades y su epidermis; los muslos son también anchos, semejantes al pecíolo de una hoja de naranjo. La hembra tiene las antenas cortas; los élitros de la longitud del abdomen, y las alas abortadas. El macho es más largo y estrecho; tiene los élitros cortos y las alas iguales en longitud al abdomen. Encuéntrase este curioso animalejo en las Indias orientales; y cuando está posado en un naranjo o laurel, es sumamente difícil de distinguirle; y esta semejanza con los vegetales le libra de los ataques de sus enemigos.

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Hoja seca.




ArribaAbajoFamilia de los Saltadores

Los ortópteros de esta familia tienen las patas traseras propias para el salto, siendo notables por sus abultados muslos, y por sus piernas cubiertas de espinas: los machos producen cierto ruido que se ha llamado el canto de la langosta, el cual explicaremos al particularizar los diversos géneros de esta familia. Casi toda ella se comprende bajo el gran género langosta de Linneo. Latreille la ha dividido en tres géneros, a saber Grillos, Langostas, y Criquetes.

Los Grillos tienen los élitros y las alas horizontales, y sus tarsos constan de tres artículos: viven metidos en agujeros, y se alimentan de gusanos, insectos y raíces.

El GRILLO TALPA (Gryllus Gryllo talpa, LIN.). Es este insecto tan repugnante como dañino, y apura la paciencia de los jardineros. El primer segmento del coselete, que figura una especie de coraza aterciopelada, sostiene dos enormes patas, cuya pierna es ancha y provista de una especie de garra con tres garfios negros y córneos; el tarso, que está situado hacia fuera, tiene también dos garfios del mismo color que los demás. Estas robustas garras son un instrumento con que el insecto excava la tierra lo mismo que un topo; y de ahí su nombre específico. Su longitud es de 18 líneas, el color pardo superiormente, y amarillo-rojizo en su superficie inferior; los élitros son algo coriáceos, y las alas cuando el animal se halla en estado de reposo forman como dos tiras o filamentos, que se prolongan más allá de los élitros; las antenas se componen de muchos artículos y son más delgadas hacia su extremidad. Esta especie vive en la tierra, debajo de la cual se abre un camino con sus robustas garras: estas obran con fuerza en su movimiento de dentro a fuera; corta o desgarra con ellas las raíces de las plantas, no tanto, para comerlas cuanto para abrirse paso; pero cualquiera que sea el objeto que se proponga, no deja por esto de ser una plaga para los jardineros, quienes ven amortiguarse y perecer sus legumbres sin poder dar con el enemigo subterráneo que las destruye royendo las raíces. No es fácil descubrir su escondrijo, pues solo un agujero perpendicular indica su entrada; y las largas galerías que abre, solo se manifiestan al exterior con una muy ligera elevación. El estiércol de caballo los atrae, al paso que el del cerdo les repugna. Seguir afirma Scopoli. Si se coloca estiércol de buey junto al lugar donde existen estos grillos, acuden a él, y de este modo pueden matarse muchos. El canto del macho, que se oye al anochecer y por la noche, es bastante desagradable; el instrumento con el cual lo ejecuta reside cerca de los élitros y en su borde interno hay una porción membranosa en forma de talco o de espejo, que frotando con rapidez con la lámina correspondiente, produce el ruido de que estamos hablando. Por el mes de junio y julio, la hembra abre un agujero en la tierra, de seis pulgadas de profundidad, redondo y liso en el interior, y en él depone de 300 a 400 huevos: este nido, junto con la galería que a él conduce, aseméjase a una botella de cuello corvo. Las larvas nacen al cabo de un mes. Desde luego empiezan ya a roer las raíces de las plantas que se hallan a su alcance. Viven en sociedad hasta su primera muda, la cual se efectúa a los treinta días de su nacimiento. Pasada esta época se dispersan.

El GRILLO CAMPESTRE (Gryllus campestris, LIN.). No tiene los pies aptos para excavar la tierra, y la hembra lleva al extremo del abdomen un taladro saliente, formado por dos láminas contiguas; y por medio de él coloca los huevos en el punto que le conviene. Su longitud es de 10 a 12 líneas; es corto, grueso y negro, la cabeza es abultada; en el coselete se ven algunas impresiones o fositas; la cara inferior de los muslos traseros es roja hacia la base; el taladro es algo más largo que el abdomen. Este insecto abunda muchísimo en Europa, y habita en los terrenos arenosos y expuestos al sol. En ellos se abre una madriguera con sus fuertes mandíbulas, y consiste en un agujero cilíndrico, en cuya entrada se sitúa aguardando una presa, que consiste en algún insecto. Puesto el sol y durante la noche, los machos despiden su ruido estridente, el cual es más agudo a medida que se oye desde mayor distancia, y disminuye al paso que nos vamos acercando al punto de donde sale, cesando enteramente desde que se llega al mismo. Es muy fácil hacer salir a uno de estos insectos del agujero en que está metido, para ello se ata con un cabello una mosca o una hormiga, y se coloca a la entrada del agujero, tirándola hacia fuera si intenta penetrar en él. En tal caso el grillo se arrojará fuera para coger la presa, y quedará cogido en nuestras manos; a más con solo meter en el agujero un hoja de alguna yerba es suficiente a atraerlo fuera del escondrijo. La hembra pone por el verano los huevos en la tierra en número de 200 a 300; los cuales quedan pegados al suelo por medio de cierta goma que la hembra saca de su cuerpo al hacer la puesta. Nacen las larvas a fines de julio; y también se abren un agujerito, en cuya entrada permanecen acechando una presa. El órgano sonoro del macho está formado por unas nerviosidades salientes, que forman como una red, y están situadas en la parte del élitro que está contigua a la espalda; al frotar los élitros entre sí efectúan fuertes vibraciones.

El GRILLO DOMÉSTICO (Gryllus domesticus, LIN.). Es mucho más pequeño que el que precede; tiene 8 líneas de longitud y el color amarillento; en su cabeza se ven fajas amarillas transversas; el color del coselete en su cara superior es pardo amarillento, el extremo de las alas se prolonga más allá de los élitros formando tiras; y el taladro de la hembra es tan largo como el abdomen. Solo le hallamos en las casas en los sitios más cálidos, como son las cocinas, los hornos, las paredes de las chimeneas, en cuyas rendijas encuentra un asilo. Come harina y también insectos. El macho despide también un canto monótono semejante al del grillo campestre, aunque mucho más débil. Esta especie, al llegar la noche sale de su escondrijo, pero sin apartarse del mismo. Y además, durante los intensos calores del verano este insecto sale furtivamente de la casa al anochecer, aunque dispuesto a volver a ella para evitar el frío de la noche; lo cual induce a creer que tanto el grillo, como la blata, son originarios de países cálidos, y que solo han podido connaturalizarse entre nosotros viviendo dentro de nuestras casas, donde encuentran la temperatura que les conviene y el alimento que necesitan.

Las Langostas tienen los élitros y las alas en forma de cobertizo o de techo, y los tarsos compuestos de cuatro artículos. Las antenas son en todas muy largas y en forma de sierra, las mandíbulas son menos dentadas, y la galea más ancha que en los grillos. Las hembras tienen un taladro largo y deprimido, y ponen un huevo, que al salir del cuerpo se desliza por entre las láminas del taladro, y rueda al fondo del agujero que para él se abrió. Son estos insectos herbívoros y sumamente voraces. No se cree que sean carnívoros; con todo algunas langostas fueron encerradas juntas en una cajita, sin suministrarles alimento, habiendo muerto una de ellas, las demás devoraron su cuerpo; aunque este hecho nada prueba habiéndose colocado a las langostas en una situación anormal.

La LANGOSTA CON CUCHILLO (Locusta viridissima, FABR.). Esta especie es muy común en toda Europa; tiene 2 pulgadas de largo, el color verde y sin manchas; los élitros tan largos lo menos como el abdomen: en la cabeza lleva una pequeña eminencia redondeada, con una línea a modo de surco en su parte superior; el coselete es complanado, con una pequeñísima línea en relieve en su borde posterior, el cual avanza en forma redondeada; el taladro es recto y de la longitud del cuerpo. Este insecto hace grandes daños en los prados comiendo las yerbas; sin embargo, estos daños no pueden compararse a los que a veces causan en nuestros campos los criquetes.

LA LANGOSTA CON SABLE (Locusta verrucivora,Fon.). Tiene 15 líneas de largo; el color en todas partes de un verde claro, con manchas pardas o negruzcas en los élitros, cuya longitud lo menos es igual a la del abdomen; la cabeza es gruesa, y la cara superior del coselete complanada, y va ensanchándose por la parte correspondiente a los estuches, notándose en el centro de la misma cara una quilla o arista. El taladro es más largo que el abdomen, y algo corvo; los muslos traseros son gruesos y tan largos como los estuches; y en esto se diferencia esta especie de la que antecede. Abundantemente en los prados en toda Europa; su mordedura es fuerte, y con sus mandíbulas hiere la piel hasta hacer salir sangre. Los labriegos de Suecia la cogen de intento para que les muerda en las verrugas que tienen en las manos, creídos de que el líquido acre que derrama en la herida hace desecar y desaparecer dichas verrugas.

Si deseamos conocer cuál es el órgano del canto en las langostas, tomemos un macho, fácil de distinguir por la falta de taladro; y en la parte del élitro del lado derecho que se dobla horizontalmente encima del dorso una lámina redonda y formada por una delgada membrana en estado de tensión como la piel de un tambor, transparente, y lo mismo que la del grillo-talpa, semejante a un espejuelo. Este se halla rodeado de una nerviosidad que forma una especie de reborde escamoso, y está cubierta por el repliegue del élitro del lado izquierdo; el cual también se halla guarnecido de varias nerviosidades en relieve colocadas en frente de las que, según acabamos de decir, presenta la membrana. Esta membrana, lisa y tensa, comunica resonancia al roce y vibraciones de los élitros, aunque dicho roce no se efectúe en la membrana misma; y es probable que el vivo movimiento dado por el insecto a estas nerviosidades frotándolas unas con otras produce cierta vibración en la placa y así aumenta el sonido que resulta del roce de los élitros.

En el género de los Criquetes, con el cual vamos a terminar la familia de los ortópteros saltadores, las hembras están desprovistas de taladro saliente; y los machos producen el sonido, mediante el roce alternativo de los muslos traseros con los élitros o con las alas. Tienen tres ojos lisos y distintos; el labro escotado; las mandíbulas muy dentadas, y las antenas insertas entre los ojos y aproximadas. Saltan mejor que las langostas, y su vuelo es más sostenido y alto. Aliméntanse de vegetales y son muy voraces.

El CRIQUETE GERMÁNICO (Acridium germanicum, OLIV.). Esta especie es muy común en las cercanías de París: tiene una pulgada de largo; el color pardo sembrado de pequeños espacios más claros y de manchas negras, en particular en los élitros; en el coselete se ve una arista; las alas son rojas y transparentes en su extremo, con una faja negra que nace en el ángulo interno del borde posterior, y sigue hasta algo más de la mitad, remontándose luego hacia el posterior, desde el cual se extiende para ir a la base.

El CRIQUETE AZULADO (Acridium caerulescens, FABR.). Es pardo, con el coselete rebotoso y una especie de quilla entrecortada; los élitros son grises y transparentes en su extremo, con manchas y fajas negruzcas; las alas azuladas y transparentes, lo mismo que los élitros, y presentan una ancha faja negra más allá de la parte media. Esta especie abunda tanto como la que antecede, de la cual solo se diferencia en el color de las alas.

El CRIQUETE ITÁLICO (Acridum italicum, OLIV.). Es igualmente muy común en los alrededores de París; es de color pardo, con manchas oscuras en los élitros, así como otras de matiz más claro: en el coselete se observa una especie de quilla pequeña; y tiene los bordes laterales y superior levantados, de color más claro y amarillento. La longitud de los élitros no es mucho mayor que la del abdomen; en cada uno se ve una línea pardo-amarillenta, a continuación de las dos laterales del coselete, y estas dos líneas se reúnen en el borde interno. Las alas son de color rosado, con el borde externo y el extremo más oscuros; los muslos traseros presentan rasgos y puntos negros; las piernas del mismo par trasero son de color de sangre. Los machos tienen el extremo del abdomen provisto de dos ganchos grandes y salientes. Esta especie se halla mezclada y confundida con el Criquete germánico, del cual se diferencia en el color sonrosado de las alas.

El CRIQUETE EMIGRANTE (Acridium migratorium, GEER.). Es una de las especies más notables bajo todos conceptos. Procede de la Europa oriental, donde llega a tener hasta 2 pulgadas y media; aunque en los alrededores de París es mucho más pequeña. Su color es verde o pardo, con manchas oscuras; las mandíbulas son negras; los élitros de un pardo claro, con pintas negras; las alas transparentes y amarillo-verduscas en su borde interno: en la cara superior del coselete elévase una especie de arista y en sus partes laterales se ve una mancha negruzca oblonga y situada debajo de los ojos; por último, las piernas traseras son coloradas. Los viajeros dan a esta especie el nombre de langosta de paso, y la menciona la sagrada Escritura como una de las siete plagas de Egipto. La fecundidad de estos criquetes es asombrosa; a veces se reúnen en infinito número, y viajan de este a oeste adelantando unas diez leguas por día. Cada vez que descansan el país donde se detienen queda devastado completamente. Anúnciase desde lejos su aproximación por el susurro sordo que producen sus alas; y poco a poco van llegando al modo de una densa nube que no deja paso a los rayos del sol, y se dejan caer encima de los árboles y plantas. En breves horas todo verdor ha desaparecido: tanta es su voracidad; son tan insaciables, que hasta roen la corteza de los árboles; y cuando emprenden otra vez el vuelo, aquella comarca que por la mañana ofrecía un aspecto risueño y lozano, se ha convertido en árido yermo. Con frecuencia les acontece también morir juntas en medio de su viaje; y entonces los cadáveres acumulados en los campos infestan el aire, y por consecuencia la comarca en que esto sucede tras el hambre sufre la peste resultante de dicha infección. Estas calamitosas invasiones son señales de una destrucción universal: devoradas ya las plantas y las cortezas de los árboles, invaden los graneros y consumen las cosechas; hasta que al fin, no hallando ya cosa alguna, se entran por las casas, y roen las ropas, gorros y en una palabra, cuantas sustancias vegetales pueden hallar. La Rusia, la Polonia, y la Hungría se ven a menudo visitadas por estos insectos devastadores; los cuales en 1749 se esparcieron casi por toda Europa, haciendo inauditos estragos; llegaron hasta Suecia, y atravesaron el mar Báltico. En 1615 invadieron la Francia desolando más de quince mil fanegas de trigo en los alrededores de Arles. Habían ya penetrado en los graneros y en las granjas, cuando llegaron a miles los pájaros y disminuyeron de un modo considerable la plaga de los insectos. Desde dicha época las columnas de Arles y Marsella gastan sumas cuantiosas para la destrucción de la langosta. El año siguiente a la invasión de que acabamos de hablar, la ciudad de Arles ofreció 25.000 francos para dar estímulo a esta caza tan útil; y lo mismo hizo la ciudad de Marsella. En la actualidad, según dice Solier, se pagan 5 sueldos de premio a cuantos presentan dos libras de estos insectos, y 10 sueldos por una cantidad de huevos de dicho peso. La exterminadora guerra declarada a los criquetes empieza en marzo, y a ella se entrega toda la población de los campos. Vase rozando el suelo con un gran lienzo basto, cuyas cuatro puntas o esquinazos se mantienen separados horizontalmente, de manera que estos insectos al huir saltan en el lienzo y quedan cogidos. También se recogen los huevos, los cuales se depositan en hoyos cilíndricos abiertos en la tierra: aunque esto último se aplica antes a las langostas propiamente dichas que a los criquetes. Un muchacho algo ejercitado y diestro en un día puede recoger de doce a catorce libras, en cada una de las cuales entran unos ochocientos huevos. Finalmente, entre los medios que emplean los naturales para destruir o arrojar del país unos animalejos tan dañinos, no debemos pasar un silencio uno que consistía en derramarse los hombres por los campos tocando trompetas y hasta disparando cañonazos. Afortunadamente para el hombre, tienen estos insectos muchísimos enemigos. Las lluvias frías, y los recios vientos causan la muerte 5 millones en breves instantes; ellos mismos entre sí se destruyen; los cerdos, las zorras, los lagartos y las aves consumen una cantidad de ellos inmensa; y en fin, hasta el hombre en ciertos países los come; así en los pueblos meridionales de Europa, en Berbería, en Arabia, y en casi toda el África miran este insecto como un buen manjar y se alimentan con él; lo tuestan, cuecen, o fríen; y acumulan grandes provisiones tanto para su propio uso, como para objeto de comercio. Quítanlos las alas y los élitros, y lo conservan en salmuera: el Acridium tiencola es el que así se prepara en el África. Los naturales del Senegal ponen a secar otra especie, de cuerpo amarillo y con manchas negras, lo pulverizan y emplean en calidad de harina. Úsanlo muchísimo también en África los hotentotes; de manera que la aparición de estos insectos, que para muchos pueblos es motivo de llanto, es para ellos causa de fiesta y de regocijo público. Los antiguos hacen mención de los etíopes acridífagos, que equivale a comedores de langostas, quienes no vivían de otro alimento. Hacían un hoyo en la tierra y amontonaban en él hojarasca, a la que pegaban fuego; al subir el humo por el ambiente hacía caer las langostas que pasaban por encima de aquel sitio. Sin embargo, dicen que esta especie de alimento los mantenía flacos y secos, causándoles una vejez prematura, y en este estado salíales del cuerpo una muchedumbre de gusanos alados que los devoraban (a lo que decían) causándoles la muerte en medio de los más atroces padecimientos. Pero a ese fabuloso relato debemos oponer el testimonio auténtico del viajero Spartmann, quien asegura por el contrario que las langostas son para los hotentotes un alimento agradable y sano, que les gusta mucho y les mantiene gordos y robustos.






ArribaAbajoOrden de los Neurópteros

Los insectos de que se compone este orden tienen la conformación de la boca igual a la de los coleópteros y de los ortópteros; es decir, que son masticadores; sin embargo, difieren unos y otros en que tienen las alas superiores membranosas y transparentes, como también las inferiores, y cruzadas por una multitud de nervosidades que forman redecilla, cuyas mallas por lo regular tienen la figura cuadrada, pentágona o hexágona. La voz neurópteros, significa literalmente alas venosas, por lo mismo, en todo rigor no debiera designar los animalejos de que vamos a tratar, pues las abejas, las avispas, las moscas tienen también las alas transparentes y sembradas de nerviosidades: véase el inconveniente de emplear nombres sobrado significativos. Sin embargo, toda vez que se ha establecido esta denominación, debemos admitirla como indicante de unos insectos masticadores, con cuatro alas transparentes, sembradas de venas formando red, insectos cuyo abdomen es sesil; es decir, aplicado a la base del coselete sin ninguna especie de pedículo. Se ha dividido este orden en tres familias: Subulicornios, Plenipenas y Plicipenas.


ArribaAbajoFamilia de los Subulicornios

Los neurópteros de esta familia tienen las antenas en forma de lezna (y esto significa la voz latina subulicornios), de longitud igual a la de la cabeza, compuestas a lo más de siete artículos, el último de los cuales tiene la figura de tierra las mandíbulas y las maxilas se hallan cubiertas por el labro y por el labio; los ojos se componen de facetas o carillas, y son bastante grandes; vense a más otros dos o tres ojos lisos, situados entre los precedentes. La larva y la ninfa pasan su vida en medio de las aguas, donde se alimentan de animales vivos; y de ellas sale la ninfa para llegar a su estado perfecto: esta familia comprende los dos grandes géneros, Libélula y Efímera.

Las Libélulas tienen mandíbulas y maxilas córneas; los tarsos compuestos de tres artículos; las cuatro alas iguales, y el extremo del abdomen terminado en garfios y compuesto de láminas. Vulgarmente llaman a estos insectos señoritas y caballos del Diablo, sin duda por su talle esbelto, sus varios colores, y transparentes y vaporosas alas; o acaso también por sus elegantes movimientos, inconstantes y caprichosos giros, que tan bien expresa el nombre libélula que le dio Linneo; y también pudiera ser por sus hábitos que crueles ocultos bajo agraciadas apariencias y una organización agradable. Las libélulas tienen la cabeza voluminosa, redondeada o en forma triangular: dos grandes ojos laterales; tres ojos lisos situados en la parte superior de la cabeza; el labro semicircular y combado, las mandíbulas escamosas, recias y dentadas; las maxilas terminadas por una pieza escamosa, espinosa y llena de pelos en su interior, con un palpo compuesto de un solo artículo, el cual imita la galea de los ortópteros; el labio grande y abovedado, con tres laminillas, de las cuales las de los lados son palpos, y cubren la boca al modo de una mascarilla; el coselete es grueso y redondeado, y el abdomen largo en figura de espada o de varilla.

La LIBÉLULA COMPLANADA (Libellula depressa, LIN.). Llámanla vulgarmente Eleonor, y se encuentra en toda Europa. La hembra es de color pardo, algo amarillento; su cuerpo es algo diáfano y velludo; los ojos, muy gruesos y pardos, casi se tocan hacia la parte superior de la cabeza, y delante de este punto de reunión se ven los tres ojuelos lisos; el coselete es ancho, pardo-negruzco y velludo, con dos placas amarillas y algo verduscas, una a cada lado; las patas son negras y espinosas el abdomen ancho, corto y complanado, compuesto de nueve segmentos, negro superiormente, y amarillo en su cara inferior; las alas, que son diáfanas y claras, tienen en la punta una mancha oblonga negra, colocada en el extremo del borde interno, y en la raíz se ve otra mancha grande amarillo-parduzca. El macho tiene unas proporciones más prolongadas, la cara superior del abdomen negruzca, con un polvillo ceniciento azulado; la raíz de las alas en este carece de mancha: es la Silvia de Geoffroy; la Filinta del mismo autor, es una variedad hembra de esta misma especie, cuyo abdomen superiormente es ceniciento azulado. Estas señoritas se encuentran en los prados y a orillas de los ríos, y tienen el vuelo sumamente liviano.

La LIBÉLULA DE CUATRO MANCHAS (Libellula quadrimaculata, LIN.). Geoffroy la llama FRANCISCA. Es bastante rara en las cercanías de París; tiene 19 líneas de longitud; la cabeza parda, y la parte anterior por encima de las maxilas de un amarillo verduzco; el coselete pardo y velludo superiormente; el abdomen ancho en su parte superior y va adelgazándose hacia su extremo; es pardo y algo velludo en los lados; las cuatro alas son amarillas en la base y a lo largo de una parte del borde externo; las inferiores tienen, a más, debajo de dicho color amarillo, una mancha pardo negruzca. Pero lo que hace fácil de distinguir de las demás esta especie, es que tiene dos manchas negruzcas en el borde externo de cada ala; una hacia el extremo, y otra hacia la parte media, la que en este punto presenta una estrechez.

La VICTORIA DE GEOFF (Libellula flaveola, LIN.) Es una de las especies más comunes en nuestros campos; tiene 15 líneas de longitud; el cuerpo oliváceo pardo, con los lados inferiores del coselete amarillos; las alas superiores amarillean tan solo en su nacimiento, y tienen una mancha amarilla en la parte media del borde externo; las inferiores están teñidas a mayor distancia; el abdomen es casi cilíndrico, y tiene una línea negruzca a cada lado.

La JULIA DE GEOFF (Libellula grandis, LIN.). Es la especie que presenta mayores dimensiones de cuantas vemos al rededor de París. Tiene 2 pulgadas y media de largo; los ojos pardos y muy gruesos, reunidos en la parte superior de la cabeza; y sembrados con frecuencia de puntos en relieve y relucientes; el coselete es leonado, con dos fajas oblicuas de color de limón en cada lado; el abdomen es largo, cilíndrico y leonado oscuro, con manchas verde-amarillentas a los lados.

La CAROLINA DE GEOFF (Libellula forcipata, LIN.). Es una de las señoritas más elegantes: su longitud es de unas 2 pulgadas; la cabeza amarilla con rayas transversales negras; los ojos gruesos y pardos; el coselete de un amarillo que tira a verde, con tres rayas negras a cada lado, las cuales descienden oblicuamente hacia la parte anterior, y dos líneas negras más cortas y anchas que ocupan la parte anterior; las alas son transparentes, y en la base a veces amarillean algún tanto: cada una lleva en el extremo una mancha de color pardo-claro; el abdomen es cilíndrico, termina en tres garfios, y es de color pardo con una faja verdusca interrumpida en la cara superior.

Todas las señoritas de que acabamos de hablar tienen las alas, en el estado de reposo, extendidas horizontalmente. Hay otras, aún más hermosas que las que anteceden, que las reúnen verticalmente al permanecer paradas en las plantas acuáticas. Tienen la cabeza más ancha que larga, y los ojos apartados. Háseles llamado Agriones. Vamos a citar las dos especies más comunes.

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La virgen.

La LIBÉLULA VIRGEN (Libellula virgo, LIN.). Tiene las alas coloridas, y varía muchísimo tanto por los matices de estas, como por los del cuerpo. Una de estas variedades es la Luisa de Geoffroy, verde-azulada y reluciente, con las alas azules en el centro y sin manchas en los bordes. Otra se denomina Ulrica, y es de un verde sedeño; con las alas azuladas, y un punto blanco y oblongo hacia el extremo del borde externo.

La DONCELLITA (Libellula puella, LIN.). Tiene las alas transparentes pero sin color particular. En las cercanías de París se conocen tres variedades: la Amelia, que alternando es azul o cenicienta, y lleva un punto negro en las alas; la Dorotea, verde-azulada inferiormente, y parda en su cara superior, con listas pardas y azuladas alternativamente puestas en el coselete, y un punto negro en las alas; y la Sofía, de un verde-encarnado claro, tres listas negras longitudinales en el coselete, y un punto pardo en las alas.

Todas las libélulas de que acabamos de hacer mención tienen sus hábitos semejantes; todas frecuentan las orillas de las aguas, y hacen una guerra cruel a las moscas y mariposas, a las cuales persiguen al modo de las golondrinas. Vémoslas a menudo con un insecto cogido entre sus maxilas, volando ligeras con la presa. Pero lo más interesante que ofrecen es la fisiología de sus ninfas, que fácilmente podemos estudiar. Estas solamente difieren de las larvas en las vainas de las alas que llevan a la espalda, y que se desarrollan en su última metamorfosis. La mayor parte de estas ninfas son de un color verde-parduzco, aunque a veces manchado por el barro que se les ha pegado. Todas constan de cabeza, cuello, y coselete que sostiene seis patas. Las ninfas de las libélulas tienen las alas horizontales, y pueden fácilmente observarse en el instante de inspirar o de expirar el agua, de que sacan el aire que necesitan. En la extremidad del cuerpo tienen una abertura que da entrada al agua y por la misma es luego arrojada. Rodean a dicha abertura cinco piezas, las cuales forman una especie de cola piramidal, y las separan o aproximan a su arbitrio, cuando quieren absorber o arrojar el agua. Cuando la ninfa desea respirar, abre las laminitas que forman la pirámide hueca en que termina la cola: estas láminas triangulares son además, según los casos, armas ofensivas y defensivas. Si cogernos entre los dedos una ninfa de libélula, verémosla encorvar alternativamente el cuerpo hacia uno u otro dedo, con designio de cogerlos entre las laminitas de la cola y si puede conseguirlo, sentimos una impresión que llega a causarnos dolor.

Cuando el animal tiene separadas las láminas de que tratamos, puede verse en medio de las mismas una abertura redonda, de línea y media de circunferencia, de la que a ratos salen chorritos de agua, que acaso llegan a 3 pulgadas de distancia. Mientras las mantenemos cogidas con los dedos y fuera del agua, podemos observar el juego propio de las diversas partes que sirven para la respiración del aire. El agujero de que acabamos de hablar, se ve tapado por tres valvulillas carnosas y verduscas; pero el reborde que forman se ensancha y permite ver en el interior del cuerpo de la ninfa. Los cinco últimos anillos o segmentos se hallan vacíos, al paso que, a no haber mantenido al animal en seco, estarían llenos de agua. Para asegurarnos de esto, bastará echar algunas gotas encima de la cola teniendo el cuerpo y cabeza de la ninfa hacia abajo, en el instante en que las láminas escamosas se hallen separadas, y aproximadas las tres válvulas carnosas; y apenas habrán caído dichas gotas, se levantarán las válvulas dejando una abertura por la cual pueda el agua penetrar más adelante. Entonces veremos abultarse el vientre que era plano y hundido; y si en el instante de introducirse el agua miramos el al trasluz el cuerpo, que es algo transparente, se verá una especie de tapón que se aleja de la cola para dirigirse hacia el coselete; y en el mismo instante la capacidad de los cinco últimos anillos abdominales aparecerá como vacía; hasta que un instante después se ve dicho tapón dirigirse otra vez hacia la cola y salir al mismo tiempo un chorrito de agua: es una verdadera máquina con émbolo esta que vemos operar de un modo admirable. Si con unas tijeras bien cortantes incidimos longitudinalmente el abdomen en el instante en que el émbolo vuelve otra vez hacia los últimos anillos; en ese tapón que nos pareció un simple émbolo, vamos a hallar una organización maravillosa: compónese de un conjunto de tráqueas, que en incalculable número nacen de cuatro troncos principales dispuestos a lo largo a pares laterales, y cuyas últimas ramificaciones desembocan unas en otras; mediante estos tubos se efectúa la respiración del animal. En el punto en que la masa se contrae, el agua penetra en el interior del cuerpo; y cuando se dilata, comprimiendo al agua la obliga a soltar el aire que tiene en disolución y a penetrar en las tráqueas.

La mayor parte de las ninfas deben vivir diez u once meses debajo del agua antes de hallarse en disposición de pasar al estado de señoritas. Las libélulas de cuerpo aplastado, sufren esta última transformación la por el mes de mayo. Sin dificultad podemos satisfacer el gusto de presenciar esta metamorfosis. Dirijámonos en dicha época a las orillas de un pantano o estanque; o hagamos que alguien nos las recoja y eche en la fuente de nuestro jardín; o en fin coloquémoslas simplemente en un barreño o cubeta llena de agua; y al llegar el día señalado veremos aparecer más distintas las vainas que encierran a las alas; y al insecto acuático cómo se dispone a convertirse en aéreo, saliendo del agua y permaneciendo por algún espacio en la orilla para tener tiempo de secarse del todo. En seguida echa a andar en busca de un sitio cómodo para efectuar sus operaciones. Tras de algunos paseos trepará a alguna planta cercana, manteniéndose fuertemente agarrado a su tallo, o a una de las hojas por medio de los recios ganchos en que terminan sus pies: siempre toma su posición con la cabeza hacia arriba. Esta posición le es necesaria, por cuanto su operación no termina muy pronto; sin embargo, viéndola empezar, nuestra curiosidad plácidamente satisfecha no permite que la dejemos sin estar terminada. Hasta el aguardar no carece de atractivo; pues, como dice justamente Reaumur, que nos ha transmitido estas interesantes observaciones; podemos leer en los ojos de la ninfa si falta mucho para llegar el instante de metamorfosearse; dichos ojos, media hora antes del suceso, de mustios y opacos, pasan a ser brillantes y transparentes. Semejante brillo no pertenece a las córneas de la ninfa, sino a las de la señorita que se hallan contiguas e inmediatas debajo de aquellas, y han adquirido todo el brillo que deberán conservar en lo sucesivo. Al principio la ninfa cogida a la planta se mantiene quieta, pues los primeros movimientos que preparan su transformación se efectúan en el interior del insecto; y el primer resultado visible es el rasguño de la parte de vaina que cubre el coselete, por cuya abertura se divisa una porción del de la señorita, el cual no tarda en subirse por encima de los bordes de la rasgadura; luego se hincha y hace las veces de una cuña que ensancha dicha abertura, la cual llega hasta el extremo anterior del coselete; por último, se alarga hasta el cuello, y por grados, en fin, hasta la parte superior de la cabeza a la altura de les ojos. Aquí se verifica otra incisión o rasgadura en dirección transversa, desde la una córnea a la otra, las cuales no tardan en separar. Para que se efectúe esta rasgadura transversa o crucial en el cráneo, el insecto hincha la cabeza, que es todavía blanda y elástica, aunque no tarda en adquirir una consistencia dura y escamosa. Entretanto se eleva más y más el coselete; y cuando dicha hendidura crucial, cuyos extremos están en las córneas, ha llegado a su término, la cabeza del insecto se halla ya en estado de desprenderse, entonces poco a poco va tirándose hacia atrás y sale de su envoltorio.

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Libélula complanada.

Una vez han salido la cabeza y el coselete, no tardan en seguirles las patas, y en parte salen de sus estuches, que son esas piernas que la ninfa engancha con tal fuerza en la hoja o en el tallo de la planta; para acabar de desembarazar las demás partes propias del insecto perfecto, se ranversa este hacia atrás. En tanto que salen las piernas del envoltorio, podemos observar en este, de cada lado, dos cordones blancos, adheridos cada uno por su extremo a la parte del involucro que estuvo destinada a cubrir el coselete: y estos cordones, los cuatro troncos principales de las tráqueas por cuyo medio respiraba la ninfa en el agua, no pudiendo ser de utilidad alguna al insecto en su nuevo estado, salen de su interior por los cuatro estigmas de su coselete. Luego, tanto para acabar de extraer del cuerpo dichas tráqueas inútiles, como para desembarazar completamente sus piernas, se ranversa el insecto más y más hacia atrás, hasta situarse con la cabeza colgante hacia abajo, en cuyo caso únicamente le sostienen los últimos anillos que quedan dentro del envoltorio, que formando una especie de garfio impiden su caída. Entonces el insecto dobla y desdobla en diversos sentidos sus piernas, como si tratase de probar el movimiento de sus articulaciones; y en seguida se detiene permaneciendo del todo inmóvil; de modo que pudiéramos creer que está muerto o moribundo. Sin embargo, al cabo de veinte o treinta minutos, habiendo las patas, antes muy blandas, adquirido alguna consistencia, hace un movimiento inesperado: de repente cambia la corvadura en que tiene el cuerpo; y la espalda, que en la situación inversa del insecto formaba la cara cóncava, pasa de repente a ser convexa; levántase la cabeza, y las piernas se colocan encima de la abertura del envoltorio y se agarran a ella; y doblándose más y más la señorita, acaba de desprender el extremo del abdomen. Por último la señorita ha nacido, pero no se halla aún en disposición de emprender el vuelo, puesto que las alas aún no han adquirido el necesario desarrollo; ni se han abierto los tubos aéreos que se ramifican en su espesor: entonces las alas son gruesas, cortas y replegadas, lo mismo que una hoja antes de abrirse o distenderse; con todo, su incremento tiene lugar con tal prontitud, que llega a ser visible. El insecto tuvo buen cuidado de situarse de manera que no le incomodase el roce de ningún cuerpo; pues para él importa muchísimo que las alas no adquieran ningún mal pliegue, el cual después conservarían para siempre; circunstancia que al parecer conoce el animalito. En efecto, no solo pone las alas de modo que ni mutuamente se toquen, sino que temiendo se desgarren al ponerse en contacto con el cuerpo, encorva el abdomen, haciendo más y más cóncava la cara que corresponde al punto donde nacen las alas, a medida que estas se desenvuelven.

Después de haber crecido las alas, el cuerpo acaba de prolongarse y se desencajan los anillos o segmentos que lo forman. Concluido el desenvolvimiento del insecto, y antes de emprender el vuelo, media un brevísimo instante, que sin embargo podemos apreciar, y es aquel en que el animalito llena de aire su cuerpo; el cual se hincha como un globo para extender todas las membranas de sus tegumentos exteriores y apresurar su desecación; circunstancia muy favorable para estudiar las partes internas del insecto, cuyo cuerpo es entonces diáfano como el cristal; entonces distinguimos perfectamente las tráqueas y sus ramificaciones, y las hermosas bolsas en que estas terminan. Queriendo Reaumur observar con detenimiento y a su sabor esta maravillosa disposición, aprovechó el instante en que uno de estos animales tenía el cuerpo hinchado en los términos expuestos, y le pasó dos lazos con una seda, uno en el extremo del abdomen, y otro debajo del coselete; y por este medio quedó el cuerpo hinchado indefinidamente.

Para terminar cuanto pertenece al tránsito de las libélulas del estado de ninfas al de señoritas, señalaremos una circunstancia particular, que nos dispondrá para estudiar otros cambios no menos admirables que deberemos observar en la boca de los lepidópteros en el estado de oruga y en el de mariposa. La pieza que en la ninfa de la libélula hace las veces de labio inferior, es una especie de mascarilla que cubre las mandíbulas, las maxilas, y casi toda la parte inferior de la cabeza, compónese de una pieza principal triangular llamada mentonera o baberol, la que se articula por charnela con un pedículo o mango anexo a la cabeza, y llamado mentón; a los dos ángulos laterales de la mentonera, entre esta y los ojos, vense otras dos piezas móviles en dirección transversal, y cierran la boca lo mismo que dos postigos, los cuales la ninfa mueve con mucha prontitud; con sus bordes dentados, sírvenle dichas piezas para coger la presa y despedazarla. Cuando pasa al estado de insecto perfecto, los postigos y la mentonera no sirven de vaina a ningún órgano; tan solo el pedículo o mentón (que es la parte posterior de la máscara cuando miramos la cabeza de frente) sirve de estuche al labio inferior de la señorita. Pero lo más digno de notar, y que puede verse fácilmente estudiando la cabeza de una ninfa antes de que se abra, es que dicho labio de la señorita, que ha de ser corto, denso y convexo, es delgado, largo y plano, a fin de alojarse en el mentón, el cual sobre ella se amolda. Si la hacemos salir de dicho mentón va, sin más que el resorte de sus fibras, a tomar la figura que debe tener en el insecto perfecto; si la estiramos, cuando cesa la tirantez, recobra la prolongación que tenía en el estuche, y si se la deja libre, reaparecerá en forma de un verdadero labio de señorita.

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Mascarilla de una ninfa de libélula.13

Nos hemos extendido en estos pormenores anatómicos, puesto que sin ellos quedaría incompleta la historia de los insectos; y a más porque son fáciles de estudiar con la simple vista o con el auxilio de la más sencilla lente, y en fin porque los animales de quienes se trata se encuentran en todas partes. Por lo demás la aridez de estas explicaciones es solo aparente, puesto que cuando ha puesto en práctica uno mismo una siquiera de las observaciones mencionadas, es por demás cualquiera precaución oratoria a fin de que no desmaye la atención; entonces la curiosidad sube de punto, y no está satisfecha mientras queda alguna cosa que observar, y se notan infinitas particularidades de que no hablan los libros; de modo que el observador se pone en el caso de comunicar su instrucción y sus datos a los demás.

El género de las Efímeras, que junto con él de las libélulas componen la familia de los neurópteros subulicornios, tienen por caracteres una boca enteramente membranosa, o muy blanda, y compuesta de partes poco distintas; tarsos de cinco artículos; las alas inferiores mucho más pequeñas que las superiores, y hasta alguna vez nulas; y por último, el abdomen termina en dos o tres cerdas largas y articuladas. Las Efímeras, así llamadas a causa de la breve duración de su existencia en estado de insecto perfecto, tienen el cuerpo blando, largo y agudo; las antenas diminutas y compuestas de tres artículos, y el último de estos muy largo, delgado y cónico; las alas se elevan perpendicularmente, o bien algo inclinadas hacia atrás; los pies son delgados y las piernas cortísimas, confundidas con el tarso, que a menudo solo presenta cuatro artículos, pues el primero casi desaparece; los dos garfios del último son muy comprimidos y en forma de paletillas; los dos pies delanteros son mucho más largos que los demás, insertos casi junto a la cabeza, y dirigidos hacia delante. Las efímeras han suministrado interesantísimas observaciones a varios naturalistas, y en particular a Swammerdam, médico holandés y uno de los padres de la entomología. Regularmente aparecen estos insectos en las inmediaciones de las aguas al ponerse el sol, a fines del verano, o principios de otoño, y al cabo de pocas horas de nacidos se les ve caer y morir; durante este espacio ni siquiera toman alimento; revolotean reunidos en enjambres por el aire, manteniendo apartados los filamentos de la cola y columpiándose cual si ensayasen una especie de baile. Luego después la hembra pone sus huevos en el agua, reunidos en un paquetito; cae en el suelo, y muere. Años hay en que las efímeras son tan numerosas, que sus cuerpos cubren la tierra, y en ciertas comarcas las recogen con carretoncillos y las emplean para abonar los campos. Hasta en París se han visto estos insectos formando a orillas del Sena torbellinos tan densos, que llegaban a oscurecer el aire. Refiere Geoffroy que un viento tempestuoso arrojó numerosos enjambres hacia el centro de París, lo que causó grande inquietud en los habitantes. Las que caen en el agua son un regalo para los peces, así es que los pescadores conocen perfectamente la época en que caen estos insectos, que ellos llaman el maná de los peces.

Con razón pues se les ha dado el nombre de efímeras: con todo, algunas hay que viven un día entero; puede el lector acordarse de aquella ingeniosa ficción de los antiguos, quienes nos representan numerosas generaciones nacidas al caer el día a orillas del Tanaide, estrechándose a la sombra de una grama secular, al rededor de un venerable anciano nacido aquella mañana, quien les refiere los acontecimientos de su larga vida. Ese Néstor de los insectos se lastima de lo presente y alaba el tiempo pasado. En su juventud vio brillar el sol en el horizonte opuesto; a medida que adelantaba en edad, subió el astro hacia la bóveda celeste, y abrasó la tierra con sus rayos; hoy empero el sol declina hacia el horizonte; su disco ha perdido el color y el brillo; y aquel anciano prevé con amargura que su posteridad estará condenada a vivir sumergida en eternas tinieblas.

Pero si en lugar de admirarnos de una tan breve existencia, hacemos entrar en consideración el tiempo que ha vivido el animal en estado de larva y de ninfa, hallaremos que el nombre efímero solo es aplicable al insecto en su estado de perfección; y que la vida del individuo considerada en su conjunto es más duradera que la de otros muchísimos insectos, puesto que ha vivido tres años. Las larvas son acuáticas, y permanecen ocultas, a lo menos durante el día, en el cieno o bajo de las piedras, y a veces también en agujeros horizontales, divididos en su interior en dos canales reunidos, cada una con su abertura propia. Estas habitaciones se han abierto siempre en tierra arcillosa, bañada por el agua que ocupa sus cavidades, y hasta se cree que las larvas se alimentan con esta tierra.

Aunque guardan alguna semejanza con el insecto perfecto, se diferencian no obstante bajo muchos aspectos: sus antenas son más largas; fáltanles los ojos lisos; la boca presenta dos prolongaciones en forma de cuernos, que se han mirado como mandíbulas; en cada lado del abdomen, hay una serie de laminillas, regularmente reunidas a pares en sus bases, y constituyen una especie de falsas branquias, en las cuales se ramifican las tráqueas, sirviéndoles no solo para la respiración, sino también para nadar y ejecutar con facilidad sus movimientos. Los tarsos no tienen más que un garfio en su extremo; la parte posterior del cuerpo termina en el mismo número de cerdas que en el animal perfecto. La ninfa solo difiere de la larva por la presencia de las vainas que contienen las alas. En el instante en que el animal debe metamorfosearse, elévase a la superficie del agua y se desembaraza de los despojos de larva; en seguida la ninfa se dirige a la orilla, y se coloca en algún sitio seco, donde aguarda que se rasgue su piel para salirse al aire. Después de esta muda puede hacer uso de las alas, al punto va a colocarse en una pared o en un árbol; pero por una extraña excepción, después de haber experimentado esta metamorfosis, muda segunda vez la piel antes de llegar a ser del todo adulta. Durante esta última operación, engancha sus patas en un punto sólido, se coloca en posición vertical con la cabeza hacia arriba, en cuya posición permanece cosa de una hora, para luego despojarse de la película que cubre todas sus partes. Tras de esta última muda, las alas, de blandas y tiernas que eran, se vuelven barnizadas y frangibles. A menudo hallamos los últimos despojos de estos insectos en los cristales de las ventanas, en los árboles y en las paredes; y aún a veces el animal los deja pegados a los vestidos de las personas que se pasean por cerca de los lugares donde vive. Desde que las hembras llegan a ser adultas, se ocupan inmediatamente en la puesta; y aunque debieran poner los huevos en el agua, la mayor parte los sueltan y dejan caer allí donde les viene la necesidad; aunque por otra parte hay pocos insectos que pongan los huevos en tanto número y con tal prontitud. Estos huevos se hallan acumulados en dos racimos, habiendo de estos que tienen tres líneas de longitud, y cada uno consta de 300 a 400 huevos. Tenemos pues que una sola efímera pone de 700 a 800 huevos en un instante, pues salen juntos dos racimos a un mismo tiempo. Cuando siente la necesidad de hacer la puesta, levanta el extremo del abdomen, de modo que casi llega a formar ángulo recto con el cuerpo, y sale el producto por dos aberturas existentes entre el séptimo anillo y el octavo. Las que hacen la puesta en el agua apoyan los filamentos de su cola en la superficie del líquido, y los huevos al instante caen al fondo del líquido, donde luego se separan unos de otros. Ignórase el tiempo que tardan en salir de ellos las larvas. El género efímeras abunda en especies, y la mayor parte son europeas: citaremos algunas muy fáciles de conocer.

La EFÍMERA VESPERTINA (Ephemera vespertina, LIN.). Es una de las más diminutas, puesto que su longitud no excede de una línea; su color es negro; las alas transparentes, a excepción del borde externo que es negruzco; las antenas, y los filamentos de la cola son muy largos, tres veces más que el cuerpo.

La EFÍMERA COMÚN (Ephemera vulgata, LIN.). Tiene cuatro alas; tres filamentos tan largos como el cuerpo en el extremo del abdomen; el color pardo; el vientre amarillo oscuro, con manchas triangulares negras; las alas con puntas pardas, lo mismo que las patas, cuyo fondo es descolorido. La longitud de este insecto es de 8 a 9 líneas.

La EFÍMERA AMARILLA (Ephemera lutea, LIN.). No abunda menos que la precedente; es más pequeña, de color amarillo, con los ojos negros, cuyo color negro se nota algo en los extremos de los anillos abdominales: las cuatro alas son transparentes, blancas con nervosidades algo oscuras; los tres filamentos de la cola, que casi son tan largos como el cuerpo, se ven vistosamente abigarrados de amarillo y de negro.

La EFÍMERA DE SWAMMERDAM (Ephemera longicauda, OLIV.). Encuéntrase en los principales ríos de Holanda y de Alemania, siendo la mayor de cuantas especies conocemos. Su longitud es de 2 pulgadas, tiene cuatro alas; solo dos filamentos por cola, tres veces más largos que el cuerpo, el cual es amarillo, rojizo, con la parte superior del abdomen oscura; las alas blanquizcas, con nervosidades oscuras y en relieve; por último, los ojos y la frente negros.

La EFÍMERA DE ALAS BLANCAS (Ephemera albipennis, FABR.). Tiene la cabeza y coselete negros, el abdomen descolorido, excepto en un extremo que es pardo; las alas blancas y sin manchas, las patas blanquizcas, con las articulaciones negras; y los filamentos que forman la cola también negros, y son en número de dos solamente. Estos insectos son aquellos que, muriendo de repente en el aire y cubriendo con sus cuerpos las orillas del Sena, han causado a los ojos de los parisienses el efecto de una nevada.

La EFÍMERA DÍPTERA (Ephemera diptera, LIN.). Distínguese de las demás especies en que solo tiene dos alas; presentando simples vestigios de las inferiores. Es de color gris subido, con manchas rojo-oscuras en el abdomen; las alas transparentes tienen el borde externo con manchitas cenicientas; las patas son algo verduscas, y los filamentos presentan puntos negros. El macho tiene cuatro ojos; dos de ellos más gruesos y situados verticalmente como dos colunas.




ArribaAbajoFamilia de las Plenipenas

Comprende esta familia aquellos neurópteros, cuyas antenas son muchísimo más largas que la cabeza, y constan de gran número de artículos, sin que presenten la figura de lezna o de estilete; tienen además muy distintas las mandíbulas, y las alas inferiores casi iguales a las superiores. Compónese de cinco géneros principales, que son las Panorpas, la Hormiga-leones, u Hormigones; los Hemerobios, las Termites y las Perlas.

En el gran género Panorpa existen cinco artículos en los tarsos; la parte anterior de la cabeza se estrecha en forma de pico o de trompa; las antenas son sentadas e insertas entre los ojos; el capucho se prolonga en una lámina córnea, de figura cónica, y abovedada inferiormente a fin de cubrir la boca; las mandíbulas, maxilas y labio, son casi lineares; el cuerpo largo; el primer anillo del coselete muy pequeño y en forma de collar, y el abdomen cónico, o casi cilíndrico.

La PANORPA COMÚN (Panorpa communis, LIN.). Geoffroy la denomina mosca-escorpión. Esta especie se encuentra a menudo en los setos, matorrales y bosques de toda Europa. El macho tiene el abdomen terminado en una cola, a semejanza del escorpión, la cual acaba en unas pinzas, y sirve al insecto de defensa; pero no causa mal alguno. El abdomen de las hembras termina en punta. Esta especie tiene de 7 a 8 líneas de largo; el cuerpo pardo-negruzco, amarillo en los costados y con algunas manchas del mismo matiz en su cata superior. Las antenas consisten en unos filamentos delgados casi de igual longitud a la del cuerpo, negras, y compuestas de anillitos en número de unos 36; la cabeza es negra, con los tres ojitos lisos superiormente, y en la parte anterior de la misma vese una trompa larga, dura, cilíndrica, parda, en cuyo extremo hay los cuatro palpos, dos largos y los dos restantes más cortos. La cola, que está formada por los tres últimos anillos del vientre, es de color castaño; y el segmento que precede a los dos garfios es más grueso y casi redondo; las alas son tan largas como el cuerpo, diáfanas, y con nervosidades y manchas pardas. Encontramos a este insecto volitando por los prados; con todo, son poco conocidos sus hábitos; y ni aún se han observado sus metamorfosis.

En cuanto a las especies que constituyen el género de los hormigones, u hormiga-leones, los hábitos y particularidades concernientes a las larvas son fáciles de estudiar. El insecto en estado de perfección, se diferencia de las panorpas en que no presenta la cabeza prolongada en forma de pico o de trompa; las antenas van engrosando hacia su extremo, y terminan en un abultamiento complanado y ganchoso; el abdomen es largo y la cabeza vertical, no contiene más que los ojos redondos y prominentes; la boca se halla provista de seis palpos. El hormigón en estado perfecto vuela poco, y se le encuentra rara vez, pues de día se mantiene adherido a los árboles y otras plantas, obrando y agitándose solamente por la noche. La ninfa permanece en inacción; pero la larva a fin de procurarse el sustento emplea ciertas maniobras que han hecho célebre la especie, y de ellas vamos a decir algo.

El HORMIGÓN COMÚN (Myrmeleon formicarium, LIN.). Tiene cosa de 1 pulgada de largo; es ceniciento-negruzco, con algunas manchas rojizas en el coselete y borde posterior de los anillos abdominales; las alas presentan nervosidades pardo-negruzcas, con algunas manchas de ese mismo color. La hembra, a quien la Providencia ha dado la previsión de los medios que ha de necesitar su posteridad, pone siempre los huevos con exposición al mediodía, en la arena fina, debajo de arquitos formados ya por alguna eminencia de una roca, de una pared, o de una raíz o pie de un árbol. Pronto veremos el objeto a que se dirigen todas estas condiciones. Nace del huevo una larva con seis patas; el cuerpo compuesto de un abdomen muy voluminoso, de un coselete estrecho, con la cabeza muy complanada, armada de dos largas mandíbulas en figura de cuernos, dentadas en el lado interno y puntiagudas.

Para comprender bien la admirable organización que vamos a exponer, es necesario poseer alguno de estos singulares insectos. Para ello podemos ir a recogerlos en los bosques de terreno arenoso, buscándolos a lo largo de los hoyos o zanjas expuestos al mediodía; y con algún cuidado y perseverancia observaremos ciertos huecos pequeños y de forma cónica, desde una a tres pulgadas de diámetro, y de una a dos pulgadas de profundidad; en el fondo, pues, de cada uno de estos hoyitos o especies de embudos, encontraremos una de las larvas que necesitamos. Métanse con presteza los dedos en la arena, de modo que pasen por debajo de la cúspide de dicho cono, y en el puñado de arena que saquemos estará el insecto. De este modo cogeremos algunos para poder examinar mejor así sus hábitos; y hagamos al mismo tiempo provisión de arena con que llenar las cajitas que deberán habitar nuestros cautivos. Examinemos uno de ellos teniéndolo en la mano. Veremos su cuerpo grisáceo; es decir, del mismo color que el terreno en que vive el insecto; pero este color resulta de la combinación del amarillento y del rojizo, que constituyen el fondo, con algo de negro, distribuido por su cuerpo en forma de manchas. Con el auxilio de una simple lente, veremos estas manchas dispuestas por líneas; y además, distinguiremos unos pelillos cortos del mismo color, dispersos por el cuerpo, con otros más largos formando matas dispuestas igualmente en filas como las manchas. Con una lente algo convexa o de bastante aumento, veremos debajo de cada una de las matas o copos de la primera fila (excepto en las de los dos primeros anillos) un tubérculo redondo al parecer escamoso, que se considera como un estigma destinado a la respiración. El coselete es corto, y separado de la cabeza mediante un cuello capaz de prolongarse y encogerse considerablemente, y de ejecutar toda especie de movimientos. El abdomen se compone de anillos, con cordones salientes, dotados de la mayor sensibilidad; la cabeza es complanada y escotada en forma de corazón en su parte anterior: en este sitio debiera estar situada la boca; y sin embargo, no se encuentra ninguna abertura. No obstante, el insecto en lugar de una boca situada como en los demás, está provisto de dos, colocadas de una manera enteramente particular. Junto a cada extremo de la parte anterior de la cabeza nace un cuerno, y estos, que son las partes más notables del insecto, tienen 1 línea y media de largo, son muy móviles, y pueden alejarse rápidamente uno de otro para juntarse de nuevo, y hasta erizarse: aseméjanse a las mandíbulas de la lucana ciervo volante, de la que ya hemos tratado; pero además del uso que tienen de coger y retener, poseen otro mucho más admirable: son unos verdaderos chupadores destinados a absorber los jugos de la presa.

Conocida la organización de este insecto, vamos a estudiar sus hábitos. Coloquémosle en una ventana con exposición al mediodía, lo mismo que se hallaba en su antigua morada; y que la arena en que esté metido llene una cajita o receptáculo de bastante anchura, y de tres o cuatro pulgadas de profundidad; y luego observemos sus operaciones. Primeramente le veremos trazar en la arena, y caminando hacia atrás un sendero, ya en línea recta ya anguloso. Este sendero viene a ser una especie de foso pequeño, profundo de 1 ó 2 líneas, y de anchura igual al grosor del cuerpo del insecto. Los pasos retrógrados que da quedan señalados por otras tantas estrías que atraviesan el foso que va formando. No camina para esto con los pies; sino que doblando hacia abajo el extremo móvil del abdomen, este arrastra también para atrás al cuerpo; y de ello podremos cerciorarnos como tengamos decisión para cortar las seis patas a la larva; en cuyo caso el animalillo caminará bien, aunque con menos comodidad que antes de la mutilación. Veremos que cuando camina lleva el cuerpo casi del todo oculto bajo de la arena, no presentando por lo regular a la vista del observador más que el coselete y la cabeza; y aun esta, que a cada paso se encuentra en el sitio que acaba de desocupar el abdomen, se cubre también de arena. Entonces el insecto, a quien esto último no conviene, pues necesita ver al rededor de sí, levanta de repente la cabeza hacia atrás, y como esta es ancha y achatada, echa lejos la arena que la cubría. Cuando la carrera retrógrada es tan larga como le conviene, se hunde enteramente debajo de la arena a fin de tomar reposo, y prepararse para la construcción de un cono hueco, o embudo, semejante al que ocultaba su retiro cuando libre.

Trátase para el hábil minero que ya a trabajar a vuestra vista de practicar con materiales diminutos, resbaladizos y sin argamasa, un cono inverso bastante sólido para sostenerse con paredes incoherentes; y al propio tiempo bastante móvil para desmoronarse al más pequeño movimiento que tenga lugar en sus bordes, si la pendiente es sobrado inclinada, el cono se derrumbará por sí mismo; si no lo es bastante, la presa destinada a rodar al fondo de este precipicio podrá fácilmente librarse del enemigo que la aguarda.

Para dar al embudo justas proporciones, empieza el insecto señalando el área o circuito que debe abrazar; así le veremos trazar un foso circular, del mismo modo que le vimos trazar el anterior en línea recta o angulosa, y la circunferencia del área será mayor o menor según el insecto quiera dar más o menos diámetro a la base de su cono hueco. Cuando este insecto es muy pequeño, los embudos que fabrica son también de reducidas proporciones, conformes a sus respectivas fuerzas; y tampoco tratan de armar lazos a insectos tan gruesos que luego no pudiesen detenerlos. Así pues, los agujeros más pequeños apenas tienen dos líneas de diámetro, en su entrada; al paso que los mayores tienen a veces tres pulgadas. En todos los casos, obsérvase que la profundidad de los embudos tiene unos tres cuartos del diámetro de la grande abertura. Volvamos a nuestro insecto, el cual después que ha trazado el contorno de la base del cono que debe excavar, le es fuerza quitar toda la arena que llena la capacidad del mismo. Pónese pues en marcha, siempre retrocediendo, y sigue la circunferencia interna del recinto, lo mismo que si debiese excavar otro foso contiguo y concéntrico con el primero; y dado un paso se decide para cargarse de arena la cabeza; en seguida se endereza de repente, y arroja la carga hacia fuera del cercado. No se crea sin embargo que el animal emplee para excavar esos fosos circulares la maniobra de que usó al trazar el foso angular con que preludió sus trabajos: no hace mucho que le vimos en busca de un terreno cómodo, andar casi cubierto de arena, y arrojar al aire la que llevaba en la cabeza; para su objeto actual no le conviene arrojar la arena directamente hacia atrás, sino lateralmente hacia la parte exterior del circuito; es preciso, a más, que la arena se saque de la que está inclusa en el círculo, y no de la que está fuera; y para ello la larva hace pasar a su cabeza la arena que hay entre ella y el centro del área. Obsérvese bien como se conduce para lograr este objeto: vésele acumular sobre su cabeza, con la pata interna del primer par, como con una mano, un montoncito de arena del mismo lado, siendo los movimientos de dicha pierna tan rápidos, que pronto la cabeza tiene completa la carga, que arroja en seguida del modo expuesto: nótese que en un mismo sitio carga de esta manera la cabeza dos o tres veces seguidas; luego después, el insecto da otro paso hacia atrás, se para, y vuelve a tropezar las mismas maniobras. Después de haber dado cierto número de pasos en los términos que van expresados vuelve a encontrarse en los mismos sitios de donde partió, habiendo recorrido un espacio circular. Empieza otro círculo, que recorre de la misma manera; así continúa hasta haber trazado dos o tres, formando dentro del recinto un foso más ancho y más profundo, el cual rodea con la arena del medio, y este representa un cono cuyo vértice mira hacia arriba, y a la base va la larva a buscar arena para arrojarla afuera. Así agrandándose más el agujero de arriba abajo y de la circunferencia al centro, al fin figurará un cono hueco. Al propio tiempo el otro cono sólido del centro ha ido disminuyendo tanto en todas dimensiones por el continuo desmoronamiento de arena, que al cabo su altura apenas llega a una línea, en cuyo caso con algunas cargas de cabeza hasta para echarlo a fuera y dejar el hoyo enteramente desembarazado.

Hemos supuesto que el insecto ha trazado sus círculos o su espiral de un modo regular, y sin mudar su primera dirección; pero puede muy bien notarse que a veces abandona el foso, y atraviesa diametralmente el recinto para ir a excavar al lado opuesto. ¿Cuál puede ser la causa y objeto de esta nueva evolución? La causa es el tener cansada la pierna que hace el oficio de una mano para cargar de arena la cabeza; y mientras esta descansa, se vale de la pierna opuesta del mismo par para dicho objeto. A veces termina el insecto su zanja o embudo en 30 minutos; y de cuando en cuando interrumpe su tarea para descansar: obsérvase además que cuando el tiempo es seco y está el cielo cubierto, trabaja con más ardor que cuando los rayos del sol le hieren directamente.

Si queremos poner a prueba la fuerza, perseverancia y destreza de este animalito, condenándole al propio tiempo al suplicio de Tántalo, no tenemos que hacer más que echar en su hoyo granos de arena de distintos tamaños. Primeramente cogerá el insecto los menores, y los arrojará fuera del hoyo con la cabeza; pero cuando llegara a un grano superior a sus fuerzas, se determinará a llevar a cuestas la piedra que no puede arrojar fuera del hoyo. Entonces sale de bajo de la arena que lo cubre, y se muestra enteramente al descubierto; luego camina hacia atrás hasta pasar su abdomen por debajo del grano de arena, el cual, mediante ciertos movimientos de los anillos, va acomodándoselo a su espalda. Una vez ha colocado bien la carga, trata de trasportarla, y para ello sube caminando hacia atrás por la pendiente del hoyo, conservando siempre equilibrado el grano, mediante oportunas contracciones de los anillos musculares del abdomen. Algunas veces, no obstante, todos sus esfuerzos y habilidad, escápale la piedra, y rueda al fondo del precipicio precisamente en el instante en que iba a sacarla del todo; pero este contratiempo no le desanima; sino que empieza otra vez con nuevo brio, y si es necesario repite lo mismo seis o siete veces, hasta que, convencido al fin de la imposibilidad de su intento, abandona el hoyo y busca otro terreno más a propósito.

Hasta aquí hemos visto al hormigón excavar y barrer su foso; ahora sabremos el partido que saca de dichos trabajos. En el fondo del embudo veremos aparecer los dos cuernecitos del animal, abiertos y algo salientes del fondo, hallándose el centro de este precisamente en el espacio que intermedia entre ellos; el cuerpo del insecto está encubierto dentro de la arena que forma la pared del embudo. Pongamos una hormiga en las inmediaciones del hoyo, a cuya orilla llegará al fin después de más o menos rodeos, y se hundirá algún tanto por su propio peso hallándose en una pendiente rápida; y como tiene también su instinto de conservación que la advierte del peligro en que está, hace grandes esfuerzos por subir la cuesta y llegar al llano. A veces, no obstante la movilidad de la arena, que resbala debajo de sus pies, logra subir hasta el borde; pero advertido el raptor de la presencia de una presa por el derrumbamiento de algunos granitos, coge arena con la cabeza, como con una pala, y la arroja al aire hacia el lado donde de se efectuó el derrumbamiento; la hormiga que mira sobre sí ese improvisto granizo, y se ve arrastrada hacia abajo, redobla sus esfuerzos y recobra poco a poco el terreno perdido; pero entonces el enemigo multiplica sus ataques, sucédense sin interrupción las cabezadas y la lluvia de arena; hasta que al fin la víctima, aturdida, magullada y agobiada bajo la tempestad, rueda al fondo del abismo y cae precisamente entre las dos mortíferas garras del hormigón, abiertas para recibirla y que la cogen por el cuerpo con toda su fuerza. Por esta razón se ha dado al insecto que nos ocupa el nombre de hormiga-león, (formica-leo.).

El hormiga-león, dueño ya de su víctima, la oculta algo debajo de la arena, y le chupa los humores a su sabor. La duración de la comida es proporcionada al tamaño de la presa; así, por ejemplo, si ha cogido un moscardón, necesita para apurar su sustancia dos o tres horas; en seguida suelta el cuerpo desustanciado, lo carga en la cabeza, y lo atroja fuera con ímpetu. Durante las operaciones que acabamos de referir, el hoyo se ha descompuesto algún tanto, así es que luego lo recompone y se coloca otra vez, en su puesto en acecho de otra víctima. Este insecto está dotado de suma paciencia, la que le es muy necesaria para aguardar en el hoyo; por otra parte, unas abstinencia muy larga no le agota las fuerzas. Si nos olvidamos de traerle qué comer en la cajita donde lo hemos colocado para nuestros experimentos, aunque sea por espacio de tres meses, medio año, y hasta un año entero, al cabo le hallaremos algo flaco, pero con el mismo apetito que siempre, y de ello podemos cerciorarnos poniendo a su alcance una mosca sin alas, la cual pronto será su pasto. La voracidad de este animalito es tal que no perdona ninguna especio de insectos, todos le convienen: en primer lugar las hormigas, luego las orugas, moscas, arañas, etc., etc., y ni aun deja libre a su propia especie, pues si alguno cae en el hoyo, suministra una buena comida a su semejante.

No solamente el hormigón percibe la llegada de una presa por el desmoronamiento de la arena, sino también por la vista, supuesto que tiene doce ojos, seis de cada lado, reunidos en una pequeña prominencia situada hacia fuera de la base de cada mandíbula. Y prueba que no es ciego, el que si le miramos de cerca esconde luego los cuernos debajo de la arena; y también nuestra inmediación a él le obliga a pararse en su trabajo cuando construye su embudo. Si nos apartamos, aunque sin perderle de vista, pronto vemos los chorros de arena por el aire, los cuales disminuyen a medida que volvemos a aproximarnos. Sin embargo, cuando nos ve inmóviles, sigue trabajando aunque nos hallemos cerca a fin de observar todos sus movimientos y operaciones. Pero si la aproximación de un observador detiene a veces a la larva del hormigón en sus tareas, no así cuando trata de derribar dentro de su hoyo a un insecto que trata de escaparse del peligro; pues entonces puede más su instinto voraz que su prudencia ordinaria, y no se acuerda de que la lluvia de arena puede descubrir su presencia, a sus enemigos.

Para apreciar la maravillosa estructura de los músculos del cuello en este insecto, échese en el hoyo un moscardón o una abeja, quitadas las alas: al instante la veremos entre las tenazas del hormigón; hará la presa mil esfuerzos para soltarse; pero el enemigo la sacudirá reciamente, la levantará sin soltarla y la hará dar golpes contra el suelo; durando esta lucha cosa de un cuarto de hora, hasta que al fin, como el hormigón, al propio tiempo que golpea el suelo con la presa, le va chupando la sangre, al fin llega a estar tan aniquilada que no le ofrece la menor resistencia. Esta larva apetece exclusivamente animales vivos, y la mosca más suculenta, aunque acabemos de matarla en el mismo instante y la echemos en el hoyo, no le tienta de ninguna manera; así parece que su apetito tenga necesidad de una lucha cualquiera. Pero lo que hay acaso de más maravilloso en lo perteneciente a la hormiga-león, es la estructura de los garfios que hinca en el cuerpo de sus víctimas. Ya dejamos dicho que las mandíbulas hacían también el oficio de chupadores, y esto podemos experimentarlo por nosotros mismos sin más que tener un poco de paciencia. Cojamos una larva de hormigón y tengámosla sujeta por el abdomen entre los dedos: si entonces examinamos sus mandíbulas con una simple lente, notaremos que son más anchas que gruesas; su cara superior es redondeada y no ofrece cosa particular; pero a lo largo de la cara inferior, ahuecada en forma de canal, hay un cordón que presenta algún relieve. Dicho cordón es móvil sin formar cuerpo con lo demás; lo que puede comprobarse pasando la punta de una aguja muy fina por entre dicho cordón y el cuerpo del garfio. Desalojémoslo en toda su extensión; y a fin de averiguar su uso y funciones, cojamos una larva que haya estado en ayunas por espacio de algunos días; coloquemos entre estos cuernos el abdomen de una mosca común; pronto la taladrarán, y entonces veremos por cuál mecanismo la larva la va chupando. El cordón alojado en la ranura del gancho se mueve rápida y continuamente, yendo de atrás a delante y viceversa con suma celeridad. Dicho cordón, pues, es un verdadero émbolo que aspira y atrae hacia el interior del cuerno el jugo del insecto, después que dicho cuerno lo ha perforado. En cuanto a los músculos que mueven el émbolo, distínguense debajo de la cabeza y más hacia atrás que la raíz de los cuernos dos partes membranosas, cada una de las cuales tiene movimientos que corresponden con los del émbolo inmediato; de modo que cuando este se acorta o contrae, la membrana se entumece, y cuando aquel se alarga o extiende hacia delante, esta se abaja y pone complanada: debajo de estas membranas existen los músculos que mueven a los émbolos.

Nunca acabaríamos si debiésemos circunstanciar todas las maravillas que se encierran en las mandíbulas de la hormiga-león; pero debemos añadir que también el émbolo es hueco y corre por su interior una ranura longitudinal. En efecto, si cortamos un cuerno que contenga el émbolo en su sitio natural, veremos aparecer en el corte algunas gotitas como de agua. Quitando este agua, vemos en las cavidades carnes blancas, las que dan paso a líquidos por sus intersticios; puesto que si apretamos entre los dedos la raíz del cuerno o la cabeza del animal, etc., al punto vernos salir una gota de agua muy clara por la punta de dicho cuerno. Este agua es insípida, y algunos naturalistas han creído que iba de la cabeza al interior de los cuernos, para introducirse en las carnes de la presa y disolver o aumentar la fluidez de los humores que el hormigón va chupando: Pronto encontraremos un fenómeno análogo a este cuando tratemos de las mariposas.

Conocernos ya perfectamente la larva del hormigón; falta estudiar la ninfa, que vive encerrada en un capullo sedeño. En el hormigón podemos ver el instrumento que urde esa trama finísima. Si le apretamos el abdomen con los dedos, veremos salir en su extremidad una pequeña masa, del medio de la cual sale un tubo carnoso y blanco; aumentando la presión, haremos que salga de este tubo otro de color pardo claro, y que se alojaba en el primero por un mecanismo semejante al de un anteojo de larga vista; junto a su extremo hay una estrechez, después de la cual termina el tubo en un corte como de pluma de escribir. Dicha punta está agujereada, para dar paso a un líquido viscoso, que desecándose forma los hilos que forman el urdimbre del capullo que contendrá a la ninfa. Los tubos carnosos son la hilera en que se amolda el humor destinado a convertirse en seda; y este mismo instrumento obra como una mano arreglando y distribuyendo los hilos donde conviene para la construcción del capullo. Cuando el hormigón quiere ocuparse en este trabajo, lo cual acontece a mediados del verano; húndese más y más debajo de la arena; de modo, que si en dicha época buscamos por debajo de los antiguos embudos de arena, hallaremos los capullos. A primera vista nos parecerán pelotoncitos de arena, pero apretándolos con suavidad hallaremos que son huecos. Examinados con atención veremos que consisten en granos de arena unidos entre sí muy débilmente; y una lente nos mostrará que los unen ciertas hebras muy finas de seda. Abramos la bolita con unas tijeras, y hallaremos la superficie interna tapizada con una especie de vaso blanco, liso y reluciente: en ella está encerrada la ninfa, cuya espalda convexa nada tiene que recelar del roce de la tapicería que le da abrigo. Allí encontraremos los despojos de la larva, con la cabeza y los cuernos; la ninfa la ha incidido por el dorso.

Ahora nuestra curiosidad estudiosa va a conocer los medios de que se ha valido la hormiga-león para lograr la construcción del capullo dentro de una capa de arena. Hallándose este insecto en el centro de un montón de granos sumamente móviles, de los cuales los superiores necesariamente descansan encima de él, ¿cómo le será posible obtener en dicha arena una cavidad mayor que el espacio que su cuerpo ocupa? Reflexionándolo un poco vese que toda la dificultad se reduce a hacer primero una bóveda semiesférica, capaz de resistir la presión de la arena superior: suponiendo hecha esta bóveda, cuesta poco comprender la posibilidad de que el insecto se procure un vacío mayor hundiéndose algún tanto en la arena; y hecho esto, lo demás sólo es cuestión de tiempo. Para obligar al insecto a que nos deje ver su maniobra, saquémosle del capullo antes que haya tenido tiempo de terminarla y de convertirse en ninfa, cuando aún le queda una porción del humor sedoso; y hará todo lo posible a fin de emplearlo con alguna utilidad como le proporcionemos arena. Desde luego notaremos que encorva todo su cuerpo, de manera que su espalda sea muy convexa. Coloquemos el insecto con la espalda así encorvada de modo que esta se aplique inmediatamente a una capa de arena de bastante espesor para que pueda en ella ocultarse; y no tardaremos en presenciar sus tentativas para hacerse un capullo. Entonces pone de manifiesto su hilera, dándole toda la extensión de que es capaz, y dirigiéndola de derecha a izquierda y de abajo arriba para hallar la arena, y cuando con el extremo ha encontrado dos granos, sucesivamente quedan pegados desde luego el uno al otro. No es posible observar sin interés los rápidos movimientos de la hilera, ya inclinándose, ya encorvándose. No tardaremos en ver largas filas de granos de arena adheridos entre sí formando como una especie de tiritas; y esta sola muestra será bastante para hacernos comprender la posibilidad de que hallándose el insecto cubierto de arena, logre adherir los granos que forman la bóveda y urdir fácilmente el tejido de las paredes laterales del capullo uniéndolas al fin por la parte inferior.

La ninfa que se halla encerrada en dicho capullo tan diestramente construido es amarilla, con manchas pardas, y se ven en ella todas las partes de que debe constar el insecto en su estado de perfección; las cuales poco a poco van consolidándose, y al cabo de tres semanas de haber permanecido en absoluta quietud, sus alas no necesitan más para tomar el vuelo, que salir de dentro de las vainas que las mantienen replegadas; así como tampoco necesitan las piernas más que salir de las suyas para andar: entonces el animal se desembaraza de unos despojos delgados y blancos, y llega a su complemento provisto ya de mandíbulas, cuyo primer uso consiste en romper parte de los hilos que entapizan su encierro, y los que unen entre sí los granos de arena; en una palabra, se abre con los dientes una puerta por la cual sale a luz. Hasta en el instante de salir no acaba de despojarse, puesto que hallamos parte de su envoltorio fuera de la abertura del capullo.

El hormigón en su estado perfecto debe ser carnívoro, si se ha de deducir de la robustez y fuerza de las partes de la boca; sin embargo, nadie le ha visto comer insectos; y aun afirman algunos que come de buena gana frutos pulposos, como son ciruelas, albaricoques, etc.

El género de los Hemerobios se diferencia del de los hormigones por sus antenas filamentosas, y por tener solamente cuatro palpos en la boca: se les ha dado el nombre que lleva para expresar la brevedad de su vida cuando llegan al estado perfecto; pues aunque viven más tiempo que las efímeras, su existencia no pasa de algunos días. Los hemerobios propiamente dichos, tienen las alas inclinadas en forma de tejado. El último artículo de los palpos es más grueso, oval y puntiagudo: llámanse también señoritas terrestres, por oposición a las libélulas o señoritas acuáticas el cuerpo de aquellas es blando; los ojos globulosos; las alas grandes y con limbo muy ancho; vuelan con pesadez, y en general difunden un fuerte olor de excrementos, del cual cuando se las coge dejan por mucho tiempo impregnados los dedos.

El HEMEROBIO VERDE (Hemerobius perla, LIN.). Esta es la especie que más abunda en nuestros jardines, y su historia nos bastará para darnos a conocer los hábitos de todas las demás especies. Es un lindo insecto de 6 líneas de largo, verde-amarillento, con ojos grandes, dorados y brillantes; las antenas son tan largas como el cuerpo; en el vientre tiene algunas puntas negras; las alas sobrepasan de la mitad al extremo del cuerpo, y son diáfanas con nervosidades verdes, lo cual las asemeja a una gasa delicada de este color; y al través de su tejido se trasluce su cuerpo, que es verde-tierno y brillante, con tintes dorados alguna vez. El nombre específico de este insecto viénele de la forma de sus huevos, semejantes a unas pequeñas perlas, aunque por otra parte la misma semejanza se nota en los de todas las especies de hemerobios. Sin duda el lector habrá observado en las hojas del rosal, del ciruelo, del peral, de la madreselva y de otros arbustos, unos hilitos blancos de una pulgada de lado y del grosor de un cabello, situados el uno al lado del otro en número de unos diez o doce, tan pronto inclinados hacia abajo de la hoja, como elevándose por encima de la misma, y algunos en dirección horizontal; por lo regular son algo encorvados y terminan en un abultamiento, cabezuela, o bolita oblonga u oval: pudiéramos tomarlos por unas yerbecillas parásitas semejantes al musgo que crece en la superficie de otras plantas. Pero llega una época en que el extremo se abre, y entonces presenta la figura de una especie de vaso, o de cáliz de flor. Cojamos una hoja así cargada de esas pequeñas perlas, mirémosla al trasluz, y divisaremos al través de las paredes algo diáfanas un gusanito. Coloquemos después la hoja debajo de un vidrio, y al cabo de algunos días veremos abrirse dichas perlas por su extremo, y salir de cada una de ellas una pequeña larva, provista de seis patas, con el cuerpo aplastado, y que va estrechándose insensiblemente en punta desde el coselete hacia el abdomen. La cara superior del cuerpo se ve surcada y como arrugada, pues cada anillo parece compuesto de otros más pequeños. A los lados de cada artículo abdominal se ven dos mamelones que terminan en un pincel de diez o doce pelos. Las mandíbulas de esta larva son fuertes y aceradas, muy semejantes a las de la larva del hormigón.

Tenemos pues que dichas perlas son huevos; pero tal vez se pregunte: ¿cómo lo hace la madre para adherir cada huevo al pedículo que lo sostiene? El huevo se halla humedecido en un extremo con cierto humor viscoso, el cual tiene la propiedad de tomar una forma prolongada al tiempo que se deseca por la acción del aire. Dicho extremo es precisamente el primero que sale del abdomen del hemerobio, quien lo aplica a una hoja a la cual lo pega el humor viscoso de que acabamos de hablar; luego el insecto aparta el abdomen del punto que ha tocado; y la gotita adherida por una parte a la hoja y por la otra al huevo, se alarga en un hilo, que luego se seca y adquiere la consistencia de una hebra de seda. Cuando el insecto aparta todavía más el extremo del abdomen, el mismo hilo que ha tomado consistencia con la desecación, saca del cuerpo de la madre el huevo, al cual está pegado, sirviéndole de sustentáculo: en este huevo suspendido al aire crece la larva que de él vimos salir.

Pasemos a estudiar los hábitos carnívoros de esta larva; y para ello observemos las que nacen en el árbol en que la madre depuso los huevos. En primer lugar notaremos que los árboles en que existen estos huevos se hallan cuajados de millares de pulgones en la corteza; y esta circunstancia no la ignora por cierto la hembra cuando en ellos deposita los gérmenes de su posteridad. Vemos que apenas la larva acaba de salir del huevo acude presurosa a las hojas en que viven los pulgones, coge lino con sus ganchosas mandíbulas, y lo chupa hasta que no le deja más que la piel, operación que es obra de un instante; y antes que un hombre tuviese tiempo de sorberse un huevo, se ha sorbido este insecto los humores del pulgón más voluminoso. Con esto el crecimiento de estas larvas es pronto, y llega a su máximum en el espacio de solos quince días. Su voracidad no perdona a los individuos de su propia especie, a los cuales chupa la sangre sin compasión siempre que la ocasión se le presenta. También han llamado a estos insectos pulgo-leones, por contraposición a los hormiga-leones; aunque media entre ambos la diferencia de que estos últimos andando para atrás no pueden coger la presa siéndoles fuerza aguardarla en el principio que ha dispuesto; mientras que el hemerobio puede perseguir con agilidad la caza; y hasta la extremidad del abdomen, sirviéndole al doblarla como otra pierna de más, lo empuja hacia delante y aumenta su celeridad.

A los quince días, pues, el pulgo-león se halla en disposición de convertirse en ninfa; entonces se retira de encima de las hojas cubiertas de pulgones, y va a alojarse en los pliegues de alguna otra hoja, en donde hila un capullo de seda muy blanca, y en él se encierra; capullo que no excede del tamaño de un guisante. La hilera del hemerobio se halla situada igualmente en la extremidad del abdomen, lo cual es fácil observar cuando hila los primeros contornos del capullo: entonces lo vemos arrollado en forma de bola, moviendo su abdomen con asombrosa rapidez; y no es menos sorprendente la destreza con que cambia la situación de su cuerpo entero, haciéndolo resbalar por encima del envoltorio esférico cuando apenas se halla en simple bosquejo, sin desconcertar los pocos hilos que lo componen y que apenas parecen capaces de sostenerse entre sí.

Poco después de concluido el capullo, conviértese la larva en ninfa, la cual permanece dentro de su involucro por espacio de unas tres semanas cuando es cálida la estación; pero si el capullo se hiló en setiembre, no sale hasta que llega la primavera; de modo que parece como que prevea que su nacimiento a fin de otoño fuera una imprudencia que dejaría su posteridad expuesta a perecer de hambre: así que, mantiénese quieta durante seis meses aguardando la época en que los pulgones abundarán, y su posteridad hallará su regular alimento.

El HEMEROBIO DE OJOS DORADOS (Hemerobius crhysops, LIN.). Esta especie es menos común que la antecedente, es la mitad más pequeña, y se encuentra igualmente en los huertos y jardines. El cuerpo en su totalidad es amarillo-verduzco con manchitas negras y velludas. Su larva es más corta y redonda que la de la especie que antecede, de color grisáceo y sin pinceles de pelos a los lados. Si la observamos en las hojas en que tienen lugar sus abundantes comidas de pulgones, notaremos que toda la parte superior del cuerpo está cubierta de una especie de manta informe, debajo de la cual el insecto se oculta. Dicha manta se compone de una infinidad de cuerpecitos muy ligeros, unos blancos, otros pardos o negruzcos, y amontonados unos encima de otros; y si tratamos de despojar de ellos al animal nos costará poquísimo trabajo, pues este vestido sólo está sujeto al cuerpo, por cuanto se encaja en los surcos que separan unos de otros los anillos y en las arrugas de estos mismos. Con un examen más atento, hallaremos que estos cuerpecitos no son más que pieles de pulgones, con las cuales el hemerobio se hace una especie de vaina después de haberles chupado la sangre; de modo que su presa le sirve al propio tiempo de alimento y de vestido. Si bien este último es informe y groseramente tejido, su construcción exige alguna destreza de parte del hemerobio. Cuando este ha vaciado el pulgón que tuvo entre sus mandíbulas, vémosle enderezar de repente la cabeza, haciendo saltar encima de su cuerpo aquella pequeña masa algodonosa; si no ha caído en el sitio que quería, hace varios movimientos y contorsiones de cuerpo y de cabeza, favorecidos por la flexibilidad del cuello, hasta que ha logrado su objeto. Si queremos proporcionar al animal los materiales para que se construya una capa, pongámosle en una cajita, y junto a él raspaduras de papel, y pronto veremos que con ellas el insecto se habrá hecho una capa la más completa que nunca tuvo.

El género Termites consta de insectos que tienen cuatro artículos en todos los tarsos; las alas extendidas horizontalmente encima del cuerpo; la cabeza redondeada; con fuertes mandíbulas córneas, y el coselete casi cuadrado o semicircular. El cuerpo es deprimido; las antenas cortas y en forma de cuentas de rosario; la boca casi semejante a la de los ortópteros, y el labio dividido en cuatro lóbulos. En la frente aparecen tres ojos lisos, de los cuales el del medio es poco distinto, y los laterales están situados inmediatos al borde interno de cada ojo de los ordinarios. Las alas son grandes, horizontales y de colores; las nervosidades muy delicadas, pero no forman arcos distintos; el abdomen provisto de dos puntas en su extremo; y los pies cortos.

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Termites.

La mayor parte de estas especies viven en las regiones tropicales, y Linneo las confundió bajo el nombre de termes fatal, cuyo nombre por lo demás justifican completamente los grandísimos daños que cansan en las habitaciones. Mirábalas Linneo con razón, como la plaga mayor de las Indias; y en efecto, muebles, ropas y géneros o mercancías de toda especie, todo queda pronto reducido a polvo bajo sus destructoras mandíbulas. Las tablas, vigas, armazones de madera, troncos de los árboles, les sirven juntamente de alimento y de habitación la mayor parte de las veces, y en ellas ahuecan conductos o galerías que avocan todas a un punto central, donde tienen su domicilio estos insectos; y dichos objetos taladrados y minados en los términos dichos, solo conservan la corteza y pronto caen reducidos a polvo. Si estos insectos encuentran obstáculos que les obliguen a salir de la madera en que viven, lo efectúan por medio de conductos o caminos cubiertos, que construyen con materiales leñosos que han roído, y que siempre las ocultan a la vista del hombre.

En su país conócense estos temibles insectos con los nombres de Vag-vag, hormigas blancas, o caria, etc. Viven reunidos en incalculable número; y cada sociedad se compone de insectos perfectos machos y hembras, de ninfas, de larvas y de individuos adultos, aunque incompletos, que no siendo machos ni hembras, se les llama neutros. Los machos y las hembras solo poco antes de la puesta tienen alas. Las larvas se les asemejan mucho, pero tienen el cuerpo más blando y son ciegas; a su cargo se halla la ejecución de los trabajos que más perjudican al hombre, por cuya razón llámanlas trabajadoras. Diferéncianse los neutros en su cabeza más fuerte y oblonga, y en sus mandíbulas más largas, delgadas y cruzadas. Estos últimos forman solo una centésima parte de la población; no participan de los trabajos, sino que velan por la defensa de la comunidad; y apenas se ha abierto una brecha en su habitación preséntanse de tropel y atenacean fuertemente al enemigo; y aun se añade que dirigen los trabajos y excitan a las trabajadoras. A los neutros se les ha dado el nombre de soldados. En cuanto a las ninfas, se conocen muy bien en las vainas que contienen sus alas. El insecto perfecto además de estar provisto de ellas, diferénciase de los soldados en la forma del cuerpo el cual tiene 8 líneas de largo, y a más por el grandor de sus ojos saltones.

La producción de los huevos se efectúa en la estación lluviosa. Llegados los termites al estado perfecto, abandonan su primitivo retiro, vuelan, y desaparecen en infinito número por la tarde o la noche: a la mañana siguiente cáenles las alas desecadas a los rayos del sol. Si la mañana es lluviosa, quédanles las alas aún por algunas horas; y los vemos dispersos y aislados volitar de un punto a otro, tratando de librarse de sus numerosos enemigos, entre los cuales hay una especie de hormiga que los persigue hasta en los árboles que les sirven de refugio. Pero lo más regular es que pierdan las alas por la mañana, y quedan en el suelo, donde acuden los pájaros insectívoros y los reptiles, y hacen en ellos una horrible carnicería, tal que de muchos millones que vivían el día antes, apenas quedan algunas parejas para fundar una nueva sociedad. Estas parejas se sustraen a sus enemigos con el auxilio de las trabajadoras que continuamente cruzan por la superficie de la tierra y les prestan su ayuda (debe notarse que las operarias, son las larvas, y según hemos dicho carecen de ojos o los tienen imperceptibles). Pero jamás el instinto de la propia conservación fue más maravilloso que en esta circunstancia. Desde que las trabajadoras han salvado a una pareja, al instante la ponen en seguridad en su ciudad subterránea, y la establecen en una estancia, cuyas paredes son de arcilla, amurallan la puerta, aunque haciendo en torno de la misma algunas aberturitas, demasiado estrechas para las prisioneras, aunque suficientes para dar paso a las operarias. Desembocan en dicha estancia innumerables celdillas destinadas a contener los huevos. Pronto, pues, el abdomen de la hembra adquiere un enorme abultamiento, tal que excede de más de dos mil veces al volumen del resto del cuerpo; y entonces se verifica la puesta. Saca la hembra de su cuerpo los huevos con tanta prontitud, que echa fuera sesenta por minuto; y según refiere Sparmann, historiador fiel de los termites, pone más 80.000 en veinte y cuatro horas. A medida que la puesta se va efectuando, las trabajadoras trasladan los huevos a alojamientos separados, y cuando nacen las larvas se encuentran ya provistas de cuanto necesitan para desarrollarse, crecer y tomar parte en los trabajos de la república.

Sparmann, discípulo de Linneo y profesor en Upsal, describió en su viaje al cabo de Buena Esperanza cinco especies de termites; a saber: el belicoso, el atroz, el destructor, el mordiente, y el arborícola. Enrique Sineathman publicó más tarde una historia de los termites que completa los trabajos del naturalista sueco; a esos dos autores debemos, pues, los interesantes pormenores que vamos a referir.

El TERMITES BELICOSO (Termes capensis, LATR.). La forma exterior del edificio del termes belicoso o guerrero es la de un montón cónico semejante a un pan de azúcar, de 10 a 12 pies de altura del nivel del suelo. Esta obra, en verdad inmensa para un animalejo de 2 a 3 líneas, es más de cuatrocientas veces más alta que su cuerpo; siendo para el insecto lo que fuera para el hombre tina pirámide de 2.400 pies de altura perpendicular. Cada uno de estos edificios consta de dos partes, una exterior y otra interior: consiste la primera en un ancho casquete o cúpula, harto resistente para defender el edificio de las intemperies, y a los habitantes de los ataques de los enemigos. El interior se compone de muchas estancias que sirven para alojar al macho y a la hembra, con su numerosa posteridad; y varias de ellas están destinadas para almacenes, siempre bien abastecidas de goma y otros jugos concretos de los vegetales. Las piezas que ocupan los huevos y los parvulillos están enteramente formadas de pedacitos de madera unidos con goma; estas habitaciones están divididas en varias celdillas, de las cuales, la más espaciosa no excede de media pulgada, y están dispuestas al rededor de la estancia de la madre; la cual se halla casi al nivel del suelo equidistante, de todas las partes del edificio, y directamente debajo de la cúpula de que hemos hablado. Entre estas piezas, se extienden varias galerías que comunican entre sí, prolongándose hasta la parte superior junto a la cúpula. Dichas galerías practicadas en lo más bajo del edificio son de mayor calibre que el de un cañon, y bajan hasta 3 ó 4 pies debajo del suelo; a donde las operarias van a buscar la arena fina que emplean en la construcción de su ciudadela, a excepción de las estancias que ocupan los huevos.

El Termite atroz y Termite mordiente, edifican sus nidos con los mismos materiales que el belicoso, pero les dan una forma diversa. Sparmann los llama nidos de torrecilla: son cilíndricos, de 2 pies de altura, y cubiertos de un techo o cúpula. El número de estos edificios es tal en ciertas partes de la costa de África, que vistos desde cierta distancia parecen ciudades. Por lo regular se cubren de césped, y es su solidez extraordinaria; de modo, que aseguran algunos viajeros, haberse visto subir encima de alguno de estos edificios toros silvestres, y mantenerse en ellos vigilando en tanto que los demás de la manada andaban paciendo en derredor. La figura exterior de estos nidos, es más curiosa que la del nido de otros termites; sin embargo, la distribución interior no se halla tan bien dispuesta. Todos tienen igual solidez; siendo más fácil derribarlos por su base o por sus cimientos, que romperlos por cualquier otro punto.

Los nidos del termites arborícolas se diferencian de los demás, tanto en su forma, como en su magnitud, pues son esféricos y construidos en los árboles, sosteniéndose a veces en una sola rama, a la cual envuelven o rodean hasta la altura de 60 u 80 pies. Los hay que tienen el volumen de una barrica de azúcar, y se componen de pedacitos de madera, de goma y otros jugos vegetales, con los que estos insectos hacen una pasta para construir con ella las celdillas. Estos nidos contienen infinito número de individuos de todos tamaños, y los naturales de aquel país los buscan para alimentar con ellos a sus volátiles. También a veces edifican sus nidos estos termites encima de los tejados de las casas, y causan no pocos estragos, aunque no tantos como los belicosos. Estos últimos, caminando por vías subterráneas, como infatigables zapadores, guiados por su instinto, descienden por debajo de los cimientos de las casas y almacenes, penetran en las vigas más sólidas que sostienen los edificios, las agujerean y ahuecan del uno al otro extremo sin que nadie lo note, por cuanto dejan intacta la superficie; de modo, que la madera que parece mejor conservada cae a pedazos desde que en ella se pone la mano.

Los termites arborícolas se introducen con frecuencia en los cofres y hacen su nido destruyendo cuanto contienen: nada para ellos está a salvo, y en breve tiempo diversas especies trabajan mancomunados, como varias naciones coaligadas, y demuelen una casa de arriba abajo. Si abrimos alguno de estos nidos, los soldados se presentan luego a la entrada, y lo defienden con fuerza, mordiendo cuanto encuentran, y si pueden alcanzar la piel del hombre, hincan en ella sus mandíbulas, dejándose antes matar que soltar la presa. Manifiestan la mayor agitación durante todo el tiempo que se toca a su domicilio; pero desde que el enemigo se aleja, se calman, de modo que al cabo de media hora todas las centinelas se han retirado al interior.

Los termites viajeros, son tres veces mayores que los belicosos; sus larvas tienen ojos, y por sus hábitos se aproximan a nuestras hormigas: tanto el macho como la hembra son desconocidos. Smeathman tuvo ocasión de observarlos en su viaje; violos en un espeso bosque, y se le anunciaron por una especie de silbido, que le hizo temer la aproximación de una serpiente, y le obligó a separarse algunos pasos de la senda en que se hallaba, allí vio con sorpresa un tropel de termites, que salían de la tierra unos tras otros apresuradamente, por una abertura que no tenía más allá de 4 a 5 pulgadas de diámetro. Cuando llegaron a unos tres pies de ella, dividiéronse en dos cuerpos, compuestos de operarias que marchaban en hileras de diez o doce de frente, entre ellas iban mezclados algunos soldados, y también iban esparcidos por los flancos, a la distancia de 1 ó 2 pies, protegiendo al parecer la marcha. Otros soldados se subían a las plantas, situándose en las puntas de las hojas a 12 ó 13 pies de elevación del suelo; y de cuando en cuando golpeaban con sus patas, produciendo un ruido al cual correspondía el ejército entero con un silbido, y al mismo tiempo apresuraba el paso. Las dos colunas de tropa se reunieron a unas 12 ó 15 pasos de distancia del lugar donde se habían dividido, y bajaron a la tierra por dos o tres aberturas.

Los negros y los hotentotes son muy aficionados a comer estos insectos, los cuales tuestan a fuego lento en pucheros de hierro, y los encuentran sabrosísimos, aun cuando los comen sin salsa ni condimento alguno. Koenig, en su ensayo sobre la historia de los insectos, dice haber probado este manjar y que le pareció sano y nutritivo. Añade que los indios hacen con estos insectos y harina diferentes pasteles, que venden a ínfimo precio al pueblo; y que en la estación en que abunda este alimento hacen de él tal abuso, que les causa disenterías epidémicas que se llevan a los enfermos en 24 horas.

El TERMITES LUCÍFUGO (Termes lucifugum, ROSS.). Descubrió Latreille esta especie de termites en los alrededores de Burdeos, y pudo estudiar sus hábitos. Es negro, lustroso, con las alas parduzcas y algo diáfanas, y su borde algo más oscuro; los extremos de las antenas, las piernas y los tarsos, son de un color rojizo claro; viven reunidos en gran número, en los troncos de los pinos y encinas; comen la parte leñosa más inmediata a la corteza dejando a esta intacta, y abren una infinidad de agujeros y galerías irregulares. Estos insectos contienen un ácido de olor fuerte y penetrante, el cual tal vez les sirve para reblandecer la sustancia leñosa. En Rochefort se han multiplicado hasta tal punto en los talleres, depósitos y almacenes de madera para la marina, que no puede lograrse su destrucción y causan grandes estragos.

El TERMITES BUFÓN (Termes morio, FABR.). Los colonos de las Antillas, donde vive este insecto, para cortarle el camino, frotan el lugar por donde debe pasar con aceite de una especie de ricino. El mismo efecto produce el aceite animal de lamantín, y si lo derramamos en sus nidos, al instante lo abandonan. En la América dan a esto insecto el nombre de piojo de tu madera.

Las Perlas, que forman el quinto género de la familia de los neurópteros, tienen tres artículos en los tarsos; las mandíbulas membranosas y pequeñas; las alas inferiores, más anchas que las superiores, pléganse sobre sí mismas por el lado interno; el cuerpo es largo, estrecho y complanado, con la cabeza bastante grande, las antenas sedosas, y los palpos maxilares muy salientes; las alas se hallan caídas y cruzadas encima del cuerpo, y el abdomen termina regularmente en dos filamentos articulados. Las larvas de las perlas son acuáticas, y viven en envoltorios que ellas mismas se construyen y en los cuales pasan al estado de ninfas. Sufren su última metamorfosis en los últimos días de primavera.

La PERLA PARDA (Perla bicaudata, LATREILL.). Abunda mucho en los meses de marzo y abril, en los parapetos de los muelles que hay a lo largo del Sena. Su tamaño es de 8 líneas; el color pardo-oscuro, con una línea amarilla longitudinal en medio de la cabeza y del coselete; las nervosidades de las alas son pardas, y los filamentos de la cola casi tan largos como las antenas.

La PERLA AMARILLA (Perla lutea, LATREILL.). Esta especie es muy pequeña, de color amarillo verdoso, y con el extremo de las antenas negro, de cuyo color son también los ojos; las alas son blancas: es muy común en Francia, donde en verano por las tardes a menudo se introduce en las casas. La larva se construye una vaina de seda, cubriéndola con las hojas de la lenteja acuática; pero no la emplea tal como se le presenta, sino que la arranca y la corta a pedacitos cuadrados con toda regularidad; junta por los bordes estas láminas verdes por encima de la vaina de seda, y ofrecen el aspecto de una cinta envuelta en espiral en un cilindro. Esta hermosa vaina, que nadie creyera ser la habitación de un insecto, está abierta por ambos extremos; los cuales la larva, cuando conoce que va a convertirse en ninfa, cierra con hebras de seda, que va entrecruzando, y forma como un enrejado que basta a impedir el paso a los insectos carnívoros, y a dejarlo libre al elemento en que el animal vive. Concluidos estos trabajos, la larva muda la piel, y se convierte en una ninfa oblonga, en que se distinguen bien las partes de que ha de constar el insecto perfecto. Pasado algún tiempo, sale de la vaina, la cual se halla cerca de la superficie del agua, y se eleva al aire, en cuyo elemento debe vivir en esta su última forma.