Escena III
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BERNARDO, el
CONDE entrando.
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CONDE.-
(Aparte.) Aquí está
mi hombre.
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BERNARDO.-
(Aparte.) Estoy tan azorado con
la parte que falta del plan, que todo se me antoja nuevas invenciones.
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CONDE.-
Caballero, palabra.
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BERNARDO.-
(Aparte.) ¡Qué
diablo de hombre!
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CONDE.-
¿Usted es el señor conde
del Verde Saúco?
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BERNARDO.-
(Aparte.) ¡Cáspita!
Yo no salgo de aquí; fuera no hago este papel; es cosa de don
Deogracias; y sin avisarme...
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CONDE.-
Caballero, ¿oyó usted
que le hablé?
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BERNARDO.-
Ah, sí; perdone usted, estaba
distraído.
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CONDE.-
Pregunto si tengo el honor de hablar
al señor conde del Verde Saúco.
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BERNARDO.-
Sí señor, yo soy.
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CONDE.-
Muy señor mío:
(Aparte.) -tengo de apurarle: -en
ese caso, ya podremos hablar. ¿Habrá usted recibido una
esquelita?
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BERNARDO.-
Sí señor:
(Aparte.) -esto me huele mal; a
ser broma ¿a qué seguirla?...
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CONDE.-
¿Y bien?
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BERNARDO.-
¿Qué?
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CONDE.-
Se le citaba a usted:
(Aparte.) -es cobarde, y puedo
gallear.
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BERNARDO.-
Sí señor.
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CONDE.-
(Aparte.) Apuradillo está.
-¿Y bien?
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BERNARDO.-
¿Qué?
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CONDE.-
Que usted no ha asistido.
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BERNARDO.-
Verdad que no.
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CONDE.-
Y entre hombres de honor, debe usted
saber que... ¿eh?
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BERNARDO.-
(Aparte.) ¡Diantre!
-Cierto, pero un compromiso... Si usted gusta podemos...
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CONDE.-
No señor, para qué; yo
soy un hombre despreocupado, yo riño en cualquier parte: me parece que
ese jardín...
(Saca las pistolas, y dice
aparte.) -con eso lo oirán en la casa, no reñiremos, y le
descubriré.
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BERNARDO.-
Hombre, ¿aquí?
Ésta no es mi casa.
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CONDE.-
Sí señor, aquí;
desde todas partes hay la misma distancia al otro mundo... vamos.
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BERNARDO.-
Hombre...
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CONDE.-
(Aparte.) Ya le tiemblan las
pantorrillas.
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BERNARDO.-
(Se levanta.) Este empeño
de que ha de ser aquí... Vaya, esto es broma; las pistolas no
están cargadas sino con pólvora, y don Deogracias quiere hacerlo
a lo vivo y que oigan el ruido.
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CONDE.-
Extraño mucho que todo un
hombre como usted parezca abrigar unos sentimientos tan cobardes.
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BERNARDO.-
Yo cobardes...
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CONDE.-
Pues vamos; si mientras más lo
piense usted peor le ha de parecer.
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BERNARDO.-
Pero venga usted acá; porque la
verdad, a usted don Deogracias no le habrá pagado para que me... y para
nuestro plan, aunque yo sepa que no tienen más que pólvora, ya ve
usted que eso... en no sabiéndolo ellas...
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CONDE.-
(Aparte.) Ya se entrega.
-¿Qué habla usted? ¿Yo pagado? Ése es un insulto;
señor conde, defiéndase usted.
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BERNARDO.-
(Aparte.) Por Dios que es lance;
esto no es broma; éste es un asunto del verdadero conde; más
sencillo es decirle que no soy el conde.
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CONDE.-
Vamos, a batirse.
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BERNARDO.-
Pues señor, camina usted bajo
un supuesto infundado.
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CONDE.-
(Aparte.) Ya vomita, pero no le
ha de valer; tengo de descubrirle. -¿Cómo?
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BERNARDO.-
Sí señor; no escuchen;
yo no soy el conde, ni...
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CONDE.-
Señor conde,
¿quién lo hubiera pensado de usted? Añadir a la
cobardía la bajeza de negarse; ¿no es usted el conde? El
miedo...
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BERNARDO.-
El miedo, no le conozco; pero hable
usted bajo; no lo soy; tengo motivos; en fin, mañana a estas horas le
diré a usted...
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CONDE.-
¿Cómo, usted quiere
escaparse? Pero veremos si es usted el conde: aquí en esta casa le
conocen a usted; veremos si delante de ellos sostiene usted...
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BERNARDO.-
(Aparte.) ¿Qué va a
hacer?
(El
CONDE va a llamar.) Este hombre me
descubre;
(Va hacia el
CONDE, le detiene, y muda de tono;
amenazándole siempre y sujetándole.) venga usted
acá; soy el conde; sí, señor, nos batiremos, y sobre todo,
aquí, a hablar bajo, o si no...
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CONDE.-
¿Cómo?
¿Usted?
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BERNARDO.-
Chitón, vamos bajando el tono.
Si hasta ahora por motivos particulares le he parecido a usted un cobarde, sepa
que no lo soy; nos batiremos, pero sepamos con quién.
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CONDE.-
(Aparte.) (Malísimo).
-Señor, eso no es preciso.
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BERNARDO.-
Indispensable, y pronto.
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CONDE.-
(Aparte.) Es fuerza fingir,
porque mi deuda... y este hombre no es el mismo.
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BERNARDO.-
¿Eh? ¡Vamos!
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CONDE.-
(Aparte.) ¿Qué
pierdo? Bernardo y más Bernardo, que para él es como no decirle
nadie.
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BERNARDO.-
Vamos.
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CONDE.-
Pues señor, no me
conocerá usted tal vez ya; sin embargo, yo soy de Barcelona, me llamo
Bernardo Pujavante.
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BERNARDO.-
¿Qué oigo? ¿Usted
Bernardo Pujavante?
(Aparte.) -¿Qué es
esto?... ¡Ah, ah, ah!
(Con sangre fría.)
-¿Conque es usted Bernardo?
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CONDE.-
Sí, señor.
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BERNARDO.-
Mire usted lo que usted dice; sabe
usted que ése tal Bernardo le conozco yo, y...
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CONDE.-
¿Usted?
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BERNARDO.-
Yo, y no se le parece a usted en
nada.
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CONDE.-
¡Bravo!
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BERNARDO.-
Ese Bernardo no es un elegante, no
desafía, no dibuja con un florete; pero es un hombre que tampoco se deja
insultar de nadie.
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CONDE.-
¿Se atreve usted?
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BERNARDO.-
Sí, señor, a usted;
¿y por qué no? Y ahora mismo he de saber quién es usted,
ahora, o va usted a contarlo donde...
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CONDE.-
(Aparte.) Buena la he hecho;
¡qué le haya yo apurado!
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BERNARDO.-
¿Se da usted priesa, o?...
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CONDE.-
Señor, la verdad; hablemos
claros, yo no soy Bernardo; pero hágase usted cargo de la razón,
porque yo me inclino a creer que usted no es tampoco quien dice, y
entonces...
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BERNARDO.-
Eso no es del caso, y...
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CONDE.-
Pero, la verdad...
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BERNARDO.-
Dígame usted pronto
quién es; yo soy el conde del Verde Saúco.
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CONDE.-
Pues señor, entonces, si no me
deja usted ser Bernardo, no soy nadie.
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BERNARDO.-
¿Cómo?
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CONDE.-
Porque yo, es verdad que no soy
Bernardo, pero he creído siempre ser el conde del Verde Saúco;
dispénseme usted.
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BERNARDO.-
¿Quién, usted?
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CONDE.-
Señor, si usted no quiere, pero
aquí tengo papeles que...
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BERNARDO.-
¡Ah, ah, ah! Pues señor,
es chistoso.
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CONDE.-
Cierto, es preciso confesar que es un
lance chistoso.
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BERNARDO.-
Pero usted con el nombre de Bernardo,
¿qué objeto?... Yo necesito saberlo.
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CONDE.-
¡Ah, ah, ah! Aquí no hay
más que franquearnos uno con otro; beberemos unas botellas.
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BERNARDO.-
No pienso en eso, porque yo necesito
ser conde todavía algún tiempo, a lo menos en esta casa, y yo a
usted nunca le daré más satisfacción que ésta.
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CONDE.-
¡Qué disparate! Yo soy un
amigo de usted.
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BERNARDO.-
Pues yo no lo soy de usted, porque no
hay motivo.
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CONDE.-
Vaya, vaya, esto es mejor echarlo a
broma, y confesemos...
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BERNARDO.-
Señor mío, usted
hará lo que yo quiera, pero gente viene; sálgase usted y
chitón, y cuidado con venir aquí a hablar una palabra, y mucho
menos a echarla de conde sino cuando yo lo mande.
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CONDE.-
Pero señor, esto...
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BERNARDO.-
Y mañana a las seis en punto en
la Puerta del Sol; necesito saber de usted varias cosas, agur.
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CONDE.-
¡Y que me deje yo insultar!
Estoy lucido.
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Escena IV
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Acaba de anochecer.
BERNARDO,
JULIA.
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JULIA.-
(Con una palmatoria.) ¡Ay!
¿Me he dejado aquí mi pañuelo y mis guantes? Sí,
cierto, aquí están; ¿cómo los había de
encontrar?, pero ¿quién está aquí?...
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BERNARDO.-
(Aparte.) Julia; ahora me
preguntará, y yo me canso de fingir.
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JULIA.-
¡Ah! ¿Era usted
señor conde? Dígame usted, ¿qué ha resultado?
¡Cómo me tiene usted!
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BERNARDO.-
(Aparte.) ¿Qué la
he de decir? -Nada, amable Julia; lo que le dije a usted, se echaron suertes,
tocó a mi contrario tirar primero; pero por fortuna no salió el
tiro, y saltó la piedra; yo no quise tirar, y los padrinos se
interpusieron.
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JULIA.-
¡Qué gozo! Y ha tenido
usted valor de asustarme, y hacerme llorar; ¡ingrato!
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BERNARDO.-
Julia, perdóneme usted
si...
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JULIA.-
Que le perdone... sí,
sólo con dos condiciones, y le perdono a usted; pero jure usted
cumplirlas.
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BERNARDO.-
¿Y duda usted?
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JULIA.-
Júrelo usted.
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BERNARDO.-
Sí, lo juro.
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JULIA.-
Me ha de decir usted primero
quién es el agresor; segundo, por qué.
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BERNARDO.-
¡Cielos!
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JULIA.-
Ya lo entiendo; ¿no quiere
usted decirlo?
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BERNARDO.-
Bien quisiera, pero me es
imposible.
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JULIA.-
¿Imposible?
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BERNARDO.-
Los hombres de mi clase solemos tener
a veces pendientes cinco o seis asuntos de esta especie, y no saber...
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JULIA.-
¿Cinco o seis? Señor
conde, y en siendo su esposa de usted ¿hará usted lo mismo?
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BERNARDO.-
Siempre seré el mismo, y no
podré...
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JULIA.-
¿Y no puede usted dejar?..., o
deje usted de ser conde, o no cuente usted más con mi amor.
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BERNARDO.-
(Aparte.) ¡Cielos!
¡Qué ocasión! -Julia, créame usted lo que voy a
decirla, y perdóneme usted si la he ocultado hasta ahora...
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JULIA.-
Ya, ya lo entiendo; no diga usted
más; usted me ocultaba la causa de este lance; traidor, sin duda alguna
otra pasión...
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BERNARDO.-
Yo traidor, otra pasión...
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JULIA.-
Pues, dígamelo usted.
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BERNARDO.-
Julia, otra pasión; yo mismo
quiero creer que es algún amante de usted ofendido; sí, no tiene
duda.
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JULIA.-
¿Qué dice usted?
¿Qué señas tiene?
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BERNARDO.-
(Aparte.) ¡Hola! -De mi
estatura, más alto, ojos negros, gran patilla...
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JULIA.-
Un frac de color, algo usado, guantes
verdes.
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BERNARDO.-
Sí, el mismo; y espolines en
las botas.
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JULIA.-
Él es, él es.
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BERNARDO.-
¿Le conoce usted, Julia?
¿Quién es?
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JULIA.-
No se ha de enfadar usted
conmigo...
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BERNARDO.-
Yo, Julia, con usted... cuente
usted.
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JULIA.-
Señor conde; ese era un joven
con quien tenía papá tratada mi boda antes de conocer a usted;
llegó usted, y todo se desvaneció. Él estaba fuera; ni
aún le conocíamos; pero con la esperanza de mi mano llegó
esta mañana; mamá, a quien se presentó, porque papá
no le viera le echó con cajas destempladas, se quejó a mí,
me cogió la mano, me habló...
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BERNARDO.-
Concluya usted, ¿cómo se
llama?
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JULIA.-
Bernardo Pujavante.
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BERNARDO.-
¡Bernardo!
(Aparte.) Ya lo entiendo
¡infame conde!
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JULIA.-
¿Qué, se inquieta usted?
Me habló; pero, se lo juro a usted, le aborrezco; es grosero,
ordinario... ¡qué diferencia de Bernardo a usted! En fin, si cien
veces viniera Bernardo a pedirme, si papá se empeñara, si el
mundo entero se pusiera de su parte, yo firme le negaría mi mano,
perecería, sufriría mil muertes antes que faltar a la fe que debo
al conde del Verde Saúco: ¿no me cree usted?
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BERNARDO.-
(Aparte distraído.)
Él la quiere; ha tomado mi nombre, como yo el suyo; pero
¿cómo ha podido saber que yo?...
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JULIA.-
Créame usted, sí; yo
misma le desprecié, le dejé solo; y tal vez él ha
averiguado después, le habrá visto a usted entrar y salir...
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BERNARDO.-
Sí, sin duda; estoy loco, loco;
Julia, voy a ver a don Deogracias: Julia, téngame usted
lástima.
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JULIA.-
Pero ¡qué!
¿Qué tiene usted? ¡Necia de mí! ¿Qué
le he contado? ¿Será posible?
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BERNARDO.-
Julia, adiós, volveré;
pero créame usted; de otro modo.
(Vase.)
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JULIA.-
¡De otro modo! ¡Dios
mío! Señor conde, ¿qué es lo que me pasa?
(Se arroja encima del banco de
césped, y tropieza con la cartera que el
CONDE dejó.) ¿Qué es
esto? Una cartera, del conde, sí; pero mamá viene, es fuerza
guardarla.
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Escena V
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DOÑA BIBIANA,
JULIA.
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DOÑA BIBIANA.-
Pero, hija mía, para buscar
unos guantes tanto tiempo. ¡Válgame Dios!... ¿Qué
tienes? ¿Lloras? ¿Qué te sucede?
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JULIA.-
¡Ah! Mamá, ¿no
sabe usted?...
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DOÑA BIBIANA.-
¡Qué! ¿Has sabido
algo del desafío? ¿Ha muerto? ¿Salió herido?
¡Ay Dios mío! ¡Qué desgracia! ¡Maldita
elegancia! ¡Maldita moda! ¡Hija mía!
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JULIA.-
Mamá, sosiéguese usted;
no es eso, no; ha salido bien.
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DOÑA BIBIANA.-
¿Qué dices? Respiro; ni
una gota de sangre me había quedado en todo el cuerpo; ya ves, una boda
como ésta; casarte con el primer elegante de Madrid, si me debía
asustar; pero di, ¿qué es ello? ¿Te quería
engañar? ¿Era un bribón?
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JULIA.-
Mamá...
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DOÑA BIBIANA.-
¿Trata de deshacer la boda?
¿No quiere casarse ya? ¡Ay Dios mío!
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JULIA.-
Pero mamá, si...
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DOÑA BIBIANA.-
¡Haya picarón!
Después de pedir tu mano volverse atrás; pero ¿por
qué, por qué ha sido todo esto? Si eres un bruto; tú lo
habrás echado a perder; ¿conque es decir que nos ha
engañado?
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JULIA.-
Pero mamá, ¡por Dios!
Déjeme usted; si no es eso. ¡Qué engaño ni
qué nada! Si no es eso.
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DOÑA BIBIANA.-
Hija mía, ya ves tú lo
que les pasa a otras; es preciso un ten con ten... vamos, y ¿qué
fue?
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JULIA.-
Mamá, Bernardo, Bernardo...
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DOÑA BIBIANA.-
¿Dónde está?
¿Qué ha hecho?
|
JULIA.-
Es él que ha desafiado...
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DOÑA BIBIANA.-
Atrevido, al señor conde.
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JULIA.-
Sí, señora, y yo he
tenido la imprudencia de contarle al conde lo que había pasado, y ha
creído sin duda que yo le he querido.
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DOÑA BIBIANA.-
¿Le has contado?...
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JULIA.-
Fue inevitable; y si viera usted
cómo se puso, loco, furioso; se fue diciendo que iba a hablar a
papá...
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DOÑA BIBIANA.-
¿A tu padre? Y a la hora de
ésta sabrá... Si le pudiera prevenir... Sí, yo le
contaré lo que pasa; yo, yo misma desengañaré al conde;
será un infierno la casa, sí señor, y mi marido lo
sabrá ya, y nos lo estará callando; tal vez él mismo le
protege; aquí viene: vete al almacén, déjame sola con
él.
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Escena VI
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DON DEOGRACIAS,
DOÑA BIBIANA.
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DOÑA BIBIANA.-
Ven acá, ven acá;
¿qué es esto que pasa en casa? Tú piensas
engañarme; pero, no lo lograrás; quítatelo de la cabeza,
no se ha de hacer tu gusto; ¿callas? Ya te entiendo, responde.
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DON DEOGRACIAS.-
En buena hora he venido; pero, mujer,
¿qué es ello? ¿Yo engañarte?
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DOÑA BIBIANA.-
Sí, señor, tú:
¿conque está aquí Bernardo?
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DON DEOGRACIAS.-
(Aparte.) (¡Qué
oigo! Sabe ya que es Bernardo). -Pero mujer, ¿cómo?
(Aparte.) -¡Adiós
plan!
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DOÑA BIBIANA.-
Pues qué, ¿piensas que
yo no sé nada? Y tú también lo sabías; di, di que
no.
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DON DEOGRACIAS.-
(Aparte.) Este maldito se
habrá descubierto, por fuerza. -Es verdad que lo sabía;
pero...
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DOÑA BIBIANA.-
¿No digo yo? Pues mira,
Deogracias, hablemos claros; precisamente como se porta tan bien, presentarse
así... con ese descaro...
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DON DEOGRACIAS.-
(Aparte.) ¿No digo yo que
se ha descubierto?
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DOÑA BIBIANA.-
Insultando a todo el mundo; eso es
burlarse.
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DON DEOGRACIAS.-
(Aparte.) No hay sino tener
paciencia. -Pero, mujer, tanto delito es... si él no quisiera a la chica
no hubiera procedido así... ¿no ves que el mismo amor le ha
obligado a hacer todo eso?
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DOÑA BIBIANA.-
Todavía le disculpas; ya
está visto que nunca convendremos en este punto; y ¿a qué
engañarme y hacerme creer?... Vaya, yo... en una palabra, toma tu
determinación, o despide a Bernardo al momento, o ni cuentes con tu
mujer, ni con tu hija: ella le aborrece ahora más que nunca: le ha
despreciado a él mismo.
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DON DEOGRACIAS.-
¿A él mismo?
¡Pobre muchacho!
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DOÑA BIBIANA.-
Sí, a él mismo,
sí; conque haz lo que gustes; pero no lograrás nunca que tu hija
se case con ese hombre, por más astucias y por más engaños
que fragües...
(Vase.)
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DON DEOGRACIAS.-
¡Bibiana! Esto no tiene remedio,
se fue; si es una furia; y yo quisiera enfadarme, pero soy un pobre hombre.
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