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ArribaAbajoActo IV


Escena I

 

BERNARDO, FRANCISCO.

 

BERNARDO.-  ¡Hola, Francisco!

FRANCISCO.-  Señor.

BERNARDO.-  ¿Ha vuelto ya don Deogracias?

FRANCISCO.-  Y ha vuelto a salir.

BERNARDO.-  ¿Vendrá pronto?

FRANCISCO.-  Me parece que no, porque al salir dijo que se iba a la lonja de ultramarinos, y allí ya se sabe, una hora, lo menos.

BERNARDO.-  ¡Qué hombre! Cierto que es calma. ¿Y las señoras?

FRANCISCO.-  La señorita está mejor. Cuando V. S. se fue, se echó, no quiso comer; pero después tanto le dijo su madre, que fue preciso levantarse y emperejilarse... y en el tocador están disponiéndose para la noche.

BERNARDO.-  Bueno, vete; cuando venga don Deogracias, si no entra por aquí, avísame.

FRANCISCO.-  Bien está.



Escena II

 

BERNARDO, solo.

 

BERNARDO.-  Es mucho don Deogracias; vea usted, y parece un pobre hombre; ¿quién había de decir que había de ingeniarse tanto? Porque es innegable que la ocurrencia de crear un desafío es excelente; ello mi trabajo me ha costado hacer bien mi papel con aquel ángel; aquellas lágrimas me partían el corazón, porque aunque tengo honor y no soy cobarde, no veo esta precisión de matarse a cada instante por un quítame allá esas pajas. Pero ¿quién es?



Escena III

 

BERNARDO, el CONDE entrando.

 

CONDE.-   (Aparte.)  Aquí está mi hombre.

BERNARDO.-   (Aparte.)  Estoy tan azorado con la parte que falta del plan, que todo se me antoja nuevas invenciones.

CONDE.-  Caballero, palabra.

BERNARDO.-   (Aparte.)  ¡Qué diablo de hombre!

CONDE.-  ¿Usted es el señor conde del Verde Saúco?

BERNARDO.-   (Aparte.)  ¡Cáspita! Yo no salgo de aquí; fuera no hago este papel; es cosa de don Deogracias; y sin avisarme...

CONDE.-  Caballero, ¿oyó usted que le hablé?

BERNARDO.-  Ah, sí; perdone usted, estaba distraído.

CONDE.-  Pregunto si tengo el honor de hablar al señor conde del Verde Saúco.

BERNARDO.-  Sí señor, yo soy.

CONDE.-  Muy señor mío:  (Aparte.)  -tengo de apurarle: -en ese caso, ya podremos hablar. ¿Habrá usted recibido una esquelita?

BERNARDO.-  Sí señor:  (Aparte.)  -esto me huele mal; a ser broma ¿a qué seguirla?...

CONDE.-  ¿Y bien?

BERNARDO.-  ¿Qué?

CONDE.-  Se le citaba a usted:  (Aparte.)  -es cobarde, y puedo gallear.

BERNARDO.-  Sí señor.

CONDE.-   (Aparte.)  Apuradillo está. -¿Y bien?

BERNARDO.-  ¿Qué?

CONDE.-  Que usted no ha asistido.

BERNARDO.-  Verdad que no.

CONDE.-  Y entre hombres de honor, debe usted saber que... ¿eh?

BERNARDO.-   (Aparte.)  ¡Diantre! -Cierto, pero un compromiso... Si usted gusta podemos...

CONDE.-  No señor, para qué; yo soy un hombre despreocupado, yo riño en cualquier parte: me parece que ese jardín...  (Saca las pistolas, y dice aparte.)  -con eso lo oirán en la casa, no reñiremos, y le descubriré.

BERNARDO.-  Hombre, ¿aquí? Ésta no es mi casa.

CONDE.-  Sí señor, aquí; desde todas partes hay la misma distancia al otro mundo... vamos.

BERNARDO.-  Hombre...

CONDE.-   (Aparte.)  Ya le tiemblan las pantorrillas.

BERNARDO.-   (Se levanta.)  Este empeño de que ha de ser aquí... Vaya, esto es broma; las pistolas no están cargadas sino con pólvora, y don Deogracias quiere hacerlo a lo vivo y que oigan el ruido.

CONDE.-  Extraño mucho que todo un hombre como usted parezca abrigar unos sentimientos tan cobardes.

BERNARDO.-  Yo cobardes...

CONDE.-  Pues vamos; si mientras más lo piense usted peor le ha de parecer.

BERNARDO.-  Pero venga usted acá; porque la verdad, a usted don Deogracias no le habrá pagado para que me... y para nuestro plan, aunque yo sepa que no tienen más que pólvora, ya ve usted que eso... en no sabiéndolo ellas...

CONDE.-   (Aparte.)  Ya se entrega. -¿Qué habla usted? ¿Yo pagado? Ése es un insulto; señor conde, defiéndase usted.

BERNARDO.-   (Aparte.)  Por Dios que es lance; esto no es broma; éste es un asunto del verdadero conde; más sencillo es decirle que no soy el conde.

CONDE.-  Vamos, a batirse.

BERNARDO.-  Pues señor, camina usted bajo un supuesto infundado.

CONDE.-   (Aparte.)  Ya vomita, pero no le ha de valer; tengo de descubrirle. -¿Cómo?

BERNARDO.-  Sí señor; no escuchen; yo no soy el conde, ni...

CONDE.-  Señor conde, ¿quién lo hubiera pensado de usted? Añadir a la cobardía la bajeza de negarse; ¿no es usted el conde? El miedo...

BERNARDO.-  El miedo, no le conozco; pero hable usted bajo; no lo soy; tengo motivos; en fin, mañana a estas horas le diré a usted...

CONDE.-  ¿Cómo, usted quiere escaparse? Pero veremos si es usted el conde: aquí en esta casa le conocen a usted; veremos si delante de ellos sostiene usted...

BERNARDO.-   (Aparte.)  ¿Qué va a hacer?  (El CONDE va a llamar.)  Este hombre me descubre;  (Va hacia el CONDE, le detiene, y muda de tono; amenazándole siempre y sujetándole.)  venga usted acá; soy el conde; sí, señor, nos batiremos, y sobre todo, aquí, a hablar bajo, o si no...

CONDE.-  ¿Cómo? ¿Usted?

BERNARDO.-  Chitón, vamos bajando el tono. Si hasta ahora por motivos particulares le he parecido a usted un cobarde, sepa que no lo soy; nos batiremos, pero sepamos con quién.

CONDE.-   (Aparte.)  (Malísimo). -Señor, eso no es preciso.

BERNARDO.-  Indispensable, y pronto.

CONDE.-   (Aparte.)  Es fuerza fingir, porque mi deuda... y este hombre no es el mismo.

BERNARDO.-  ¿Eh? ¡Vamos!

CONDE.-   (Aparte.)  ¿Qué pierdo? Bernardo y más Bernardo, que para él es como no decirle nadie.

BERNARDO.-  Vamos.

CONDE.-  Pues señor, no me conocerá usted tal vez ya; sin embargo, yo soy de Barcelona, me llamo Bernardo Pujavante.

BERNARDO.-  ¿Qué oigo? ¿Usted Bernardo Pujavante?  (Aparte.)  -¿Qué es esto?... ¡Ah, ah, ah!  (Con sangre fría.)  -¿Conque es usted Bernardo?

CONDE.-  Sí, señor.

BERNARDO.-  Mire usted lo que usted dice; sabe usted que ése tal Bernardo le conozco yo, y...

CONDE.-  ¿Usted?

BERNARDO.-  Yo, y no se le parece a usted en nada.

CONDE.-  ¡Bravo!

BERNARDO.-  Ese Bernardo no es un elegante, no desafía, no dibuja con un florete; pero es un hombre que tampoco se deja insultar de nadie.

CONDE.-  ¿Se atreve usted?

BERNARDO.-  Sí, señor, a usted; ¿y por qué no? Y ahora mismo he de saber quién es usted, ahora, o va usted a contarlo donde...

CONDE.-   (Aparte.)  Buena la he hecho; ¡qué le haya yo apurado!

BERNARDO.-  ¿Se da usted priesa, o?...

CONDE.-  Señor, la verdad; hablemos claros, yo no soy Bernardo; pero hágase usted cargo de la razón, porque yo me inclino a creer que usted no es tampoco quien dice, y entonces...

BERNARDO.-  Eso no es del caso, y...

CONDE.-  Pero, la verdad...

BERNARDO.-  Dígame usted pronto quién es; yo soy el conde del Verde Saúco.

CONDE.-  Pues señor, entonces, si no me deja usted ser Bernardo, no soy nadie.

BERNARDO.-  ¿Cómo?

CONDE.-  Porque yo, es verdad que no soy Bernardo, pero he creído siempre ser el conde del Verde Saúco; dispénseme usted.

BERNARDO.-  ¿Quién, usted?

CONDE.-  Señor, si usted no quiere, pero aquí tengo papeles que...

BERNARDO.-  ¡Ah, ah, ah! Pues señor, es chistoso.

CONDE.-  Cierto, es preciso confesar que es un lance chistoso.

BERNARDO.-  Pero usted con el nombre de Bernardo, ¿qué objeto?... Yo necesito saberlo.

CONDE.-  ¡Ah, ah, ah! Aquí no hay más que franquearnos uno con otro; beberemos unas botellas.

BERNARDO.-  No pienso en eso, porque yo necesito ser conde todavía algún tiempo, a lo menos en esta casa, y yo a usted nunca le daré más satisfacción que ésta.

CONDE.-  ¡Qué disparate! Yo soy un amigo de usted.

BERNARDO.-  Pues yo no lo soy de usted, porque no hay motivo.

CONDE.-  Vaya, vaya, esto es mejor echarlo a broma, y confesemos...

BERNARDO.-  Señor mío, usted hará lo que yo quiera, pero gente viene; sálgase usted y chitón, y cuidado con venir aquí a hablar una palabra, y mucho menos a echarla de conde sino cuando yo lo mande.

CONDE.-  Pero señor, esto...

BERNARDO.-  Y mañana a las seis en punto en la Puerta del Sol; necesito saber de usted varias cosas, agur.

CONDE.-  ¡Y que me deje yo insultar! Estoy lucido.



Escena IV

 

Acaba de anochecer. BERNARDO, JULIA.

 

JULIA.-   (Con una palmatoria.)  ¡Ay! ¿Me he dejado aquí mi pañuelo y mis guantes? Sí, cierto, aquí están; ¿cómo los había de encontrar?, pero ¿quién está aquí?...

BERNARDO.-   (Aparte.)  Julia; ahora me preguntará, y yo me canso de fingir.

JULIA.-  ¡Ah! ¿Era usted señor conde? Dígame usted, ¿qué ha resultado? ¡Cómo me tiene usted!

BERNARDO.-   (Aparte.)  ¿Qué la he de decir? -Nada, amable Julia; lo que le dije a usted, se echaron suertes, tocó a mi contrario tirar primero; pero por fortuna no salió el tiro, y saltó la piedra; yo no quise tirar, y los padrinos se interpusieron.

JULIA.-  ¡Qué gozo! Y ha tenido usted valor de asustarme, y hacerme llorar; ¡ingrato!

BERNARDO.-  Julia, perdóneme usted si...

JULIA.-  Que le perdone... sí, sólo con dos condiciones, y le perdono a usted; pero jure usted cumplirlas.

BERNARDO.-  ¿Y duda usted?

JULIA.-  Júrelo usted.

BERNARDO.-  Sí, lo juro.

JULIA.-  Me ha de decir usted primero quién es el agresor; segundo, por qué.

BERNARDO.-  ¡Cielos!

JULIA.-  Ya lo entiendo; ¿no quiere usted decirlo?

BERNARDO.-  Bien quisiera, pero me es imposible.

JULIA.-  ¿Imposible?

BERNARDO.-  Los hombres de mi clase solemos tener a veces pendientes cinco o seis asuntos de esta especie, y no saber...

JULIA.-  ¿Cinco o seis? Señor conde, y en siendo su esposa de usted ¿hará usted lo mismo?

BERNARDO.-  Siempre seré el mismo, y no podré...

JULIA.-  ¿Y no puede usted dejar?..., o deje usted de ser conde, o no cuente usted más con mi amor.

BERNARDO.-   (Aparte.)  ¡Cielos! ¡Qué ocasión! -Julia, créame usted lo que voy a decirla, y perdóneme usted si la he ocultado hasta ahora...

JULIA.-  Ya, ya lo entiendo; no diga usted más; usted me ocultaba la causa de este lance; traidor, sin duda alguna otra pasión...

BERNARDO.-  Yo traidor, otra pasión...

JULIA.-  Pues, dígamelo usted.

BERNARDO.-  Julia, otra pasión; yo mismo quiero creer que es algún amante de usted ofendido; sí, no tiene duda.

JULIA.-  ¿Qué dice usted? ¿Qué señas tiene?

BERNARDO.-   (Aparte.)  ¡Hola! -De mi estatura, más alto, ojos negros, gran patilla...

JULIA.-  Un frac de color, algo usado, guantes verdes.

BERNARDO.-  Sí, el mismo; y espolines en las botas.

JULIA.-  Él es, él es.

BERNARDO.-  ¿Le conoce usted, Julia? ¿Quién es?

JULIA.-  No se ha de enfadar usted conmigo...

BERNARDO.-  Yo, Julia, con usted... cuente usted.

JULIA.-  Señor conde; ese era un joven con quien tenía papá tratada mi boda antes de conocer a usted; llegó usted, y todo se desvaneció. Él estaba fuera; ni aún le conocíamos; pero con la esperanza de mi mano llegó esta mañana; mamá, a quien se presentó, porque papá no le viera le echó con cajas destempladas, se quejó a mí, me cogió la mano, me habló...

BERNARDO.-  Concluya usted, ¿cómo se llama?

JULIA.-  Bernardo Pujavante.

BERNARDO.-  ¡Bernardo!  (Aparte.)  Ya lo entiendo ¡infame conde!

JULIA.-  ¿Qué, se inquieta usted? Me habló; pero, se lo juro a usted, le aborrezco; es grosero, ordinario... ¡qué diferencia de Bernardo a usted! En fin, si cien veces viniera Bernardo a pedirme, si papá se empeñara, si el mundo entero se pusiera de su parte, yo firme le negaría mi mano, perecería, sufriría mil muertes antes que faltar a la fe que debo al conde del Verde Saúco: ¿no me cree usted?

BERNARDO.-   (Aparte distraído.)  Él la quiere; ha tomado mi nombre, como yo el suyo; pero ¿cómo ha podido saber que yo?...

JULIA.-  Créame usted, sí; yo misma le desprecié, le dejé solo; y tal vez él ha averiguado después, le habrá visto a usted entrar y salir...

BERNARDO.-  Sí, sin duda; estoy loco, loco; Julia, voy a ver a don Deogracias: Julia, téngame usted lástima.

JULIA.-  Pero ¡qué! ¿Qué tiene usted? ¡Necia de mí! ¿Qué le he contado? ¿Será posible?

BERNARDO.-  Julia, adiós, volveré; pero créame usted; de otro modo.  (Vase.) 

JULIA.-  ¡De otro modo! ¡Dios mío! Señor conde, ¿qué es lo que me pasa?  (Se arroja encima del banco de césped, y tropieza con la cartera que el CONDE dejó.)  ¿Qué es esto? Una cartera, del conde, sí; pero mamá viene, es fuerza guardarla.



Escena V

 

DOÑA BIBIANA, JULIA.

 

DOÑA BIBIANA.-  Pero, hija mía, para buscar unos guantes tanto tiempo. ¡Válgame Dios!... ¿Qué tienes? ¿Lloras? ¿Qué te sucede?

JULIA.-  ¡Ah! Mamá, ¿no sabe usted?...

DOÑA BIBIANA.-  ¡Qué! ¿Has sabido algo del desafío? ¿Ha muerto? ¿Salió herido? ¡Ay Dios mío! ¡Qué desgracia! ¡Maldita elegancia! ¡Maldita moda! ¡Hija mía!

JULIA.-  Mamá, sosiéguese usted; no es eso, no; ha salido bien.

DOÑA BIBIANA.-  ¿Qué dices? Respiro; ni una gota de sangre me había quedado en todo el cuerpo; ya ves, una boda como ésta; casarte con el primer elegante de Madrid, si me debía asustar; pero di, ¿qué es ello? ¿Te quería engañar? ¿Era un bribón?

JULIA.-  Mamá...

DOÑA BIBIANA.-  ¿Trata de deshacer la boda? ¿No quiere casarse ya? ¡Ay Dios mío!

JULIA.-  Pero mamá, si...

DOÑA BIBIANA.-  ¡Haya picarón! Después de pedir tu mano volverse atrás; pero ¿por qué, por qué ha sido todo esto? Si eres un bruto; tú lo habrás echado a perder; ¿conque es decir que nos ha engañado?

JULIA.-  Pero mamá, ¡por Dios! Déjeme usted; si no es eso. ¡Qué engaño ni qué nada! Si no es eso.

DOÑA BIBIANA.-  Hija mía, ya ves tú lo que les pasa a otras; es preciso un ten con ten... vamos, y ¿qué fue?

JULIA.-  Mamá, Bernardo, Bernardo...

DOÑA BIBIANA.-  ¿Dónde está? ¿Qué ha hecho?

JULIA.-  Es él que ha desafiado...

DOÑA BIBIANA.-  Atrevido, al señor conde.

JULIA.-  Sí, señora, y yo he tenido la imprudencia de contarle al conde lo que había pasado, y ha creído sin duda que yo le he querido.

DOÑA BIBIANA.-  ¿Le has contado?...

JULIA.-  Fue inevitable; y si viera usted cómo se puso, loco, furioso; se fue diciendo que iba a hablar a papá...

DOÑA BIBIANA.-  ¿A tu padre? Y a la hora de ésta sabrá... Si le pudiera prevenir... Sí, yo le contaré lo que pasa; yo, yo misma desengañaré al conde; será un infierno la casa, sí señor, y mi marido lo sabrá ya, y nos lo estará callando; tal vez él mismo le protege; aquí viene: vete al almacén, déjame sola con él.



Escena VI

 

DON DEOGRACIAS, DOÑA BIBIANA.

 

DOÑA BIBIANA.-  Ven acá, ven acá; ¿qué es esto que pasa en casa? Tú piensas engañarme; pero, no lo lograrás; quítatelo de la cabeza, no se ha de hacer tu gusto; ¿callas? Ya te entiendo, responde.

DON DEOGRACIAS.-  En buena hora he venido; pero, mujer, ¿qué es ello? ¿Yo engañarte?

DOÑA BIBIANA.-  Sí, señor, tú: ¿conque está aquí Bernardo?

DON DEOGRACIAS.-   (Aparte.)  (¡Qué oigo! Sabe ya que es Bernardo). -Pero mujer, ¿cómo?  (Aparte.)  -¡Adiós plan!

DOÑA BIBIANA.-  Pues qué, ¿piensas que yo no sé nada? Y tú también lo sabías; di, di que no.

DON DEOGRACIAS.-   (Aparte.)  Este maldito se habrá descubierto, por fuerza. -Es verdad que lo sabía; pero...

DOÑA BIBIANA.-  ¿No digo yo? Pues mira, Deogracias, hablemos claros; precisamente como se porta tan bien, presentarse así... con ese descaro...

DON DEOGRACIAS.-   (Aparte.)  ¿No digo yo que se ha descubierto?

DOÑA BIBIANA.-  Insultando a todo el mundo; eso es burlarse.

DON DEOGRACIAS.-   (Aparte.)  No hay sino tener paciencia. -Pero, mujer, tanto delito es... si él no quisiera a la chica no hubiera procedido así... ¿no ves que el mismo amor le ha obligado a hacer todo eso?

DOÑA BIBIANA.-  Todavía le disculpas; ya está visto que nunca convendremos en este punto; y ¿a qué engañarme y hacerme creer?... Vaya, yo... en una palabra, toma tu determinación, o despide a Bernardo al momento, o ni cuentes con tu mujer, ni con tu hija: ella le aborrece ahora más que nunca: le ha despreciado a él mismo.

DON DEOGRACIAS.-  ¿A él mismo? ¡Pobre muchacho!

DOÑA BIBIANA.-  Sí, a él mismo, sí; conque haz lo que gustes; pero no lograrás nunca que tu hija se case con ese hombre, por más astucias y por más engaños que fragües...  (Vase.) 

DON DEOGRACIAS.-  ¡Bibiana! Esto no tiene remedio, se fue; si es una furia; y yo quisiera enfadarme, pero soy un pobre hombre.



Escena VII

 

DON DEOGRACIAS.

 

DON DEOGRACIAS.-  La hemos hecho buena; todo mi proyecto por tierra; y en el ínterin mi mujer gastando y triunfando. No, pues el resto de mi plan se ha de hacer; yo no quiero de la noche a la mañana encontrarme sin un cuarto, disipados mis caudales, no señor; yo guardaré mi oro, yo pondré orden en mi casa: ya que se frustró la boda con ese pobre muchacho, a lo menos no se perderá todo. Pero este imprudente ¿cómo lo habrá hecho? Y se lo dije yo... Mas él nada, empeñado en descubrirse; pero aquí viene mi hija; me irrito al verla; voy, voy a buscarle; él me dirá... o a lo menos le consolaré; ¡qué afligido debe estar!



Escena VIII

 

JULIA.

 

JULIA.-  Nadie hay aquí; en ese almacén maldito hay tanta gente... Y yo deseando ver mi cartera; del conde es... ¡Qué bonita! Veamos.  (Lee.)  «Cinco mil reales del tílburi, que no puedo pagar todavía». Otra deuda; y el tílburi le debe, ¡ah! Qué poco me gusta este carácter. Si me caso con él, yo le corregiré, sí. «Ocho mil reales a la fonda»: ¡más deudas! ¡Dios mío! Una carta... ¿Qué es esto? «Amada Josefina»: ¡cielos! Si me engañará, la fecha es de hoy: «Amada Josefina, disipa tus sospechas infundadas, es verdad que te he confesado mi plan de boda con la Julia, y que la he pedido; pero ni en esto hay amor, ni siquiera inclinación, sólo una razón de conveniencia; mis asuntos lo exigen, su dote es crecido; en fin, desengáñate, y vuélveme tu cariño; tú misma cuando me haya casado y me veas más constante contigo que nunca...». ¡Infame!  (Cae sobre el sillón.)