Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaActo V


Escena I

 

PASCASIO.

 

PASCASIO.-  ¡Qué embajada! Enviarme ahora el conde del Verde Saúco, mi antiguo amo, un recado para que busque una cartera... Sí, dice que por aquí... Pues no está, y que dé esta esquela a mi amo; y cuánta cosa me ha dicho, que ya no necesita casarse, que su tía acaba de expirar, que hereda qué sé yo cuánto, y luego que mi amo don Deogracias se ha arruinado esta noche jugando. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué de enredos y misterios, vaya! Y lo cierto es que van a dar las seis y mis señores todavía no han venido a recogerse, pues nunca les sucede; pero aquí están.



Escena II

 

DON DEOGRACIAS y después PASCASIO.

 

DON DEOGRACIAS.-  Vamos, que esta casa no parece sino una casa de orates: ¡qué desorden! Todo abierto, nadie recogido al amanecer todavía, ni aquí hay una alma. Señor, señor, si concluiremos de una vez; este Bernardo ¿dónde estará? Por más que le he enviado a buscar, no parece desde ayer tarde; ello es preciso que yo le instruya de todo; ¿qué quieres?

PASCASIO.-  Señor, acaban de darme esta carta para usted.

DON DEOGRACIAS.-  Bien, anda con Dios; abre y barre el almacén: temprano empieza hoy la correspondencia, a estas horas... «A don Deogracias, etc... el conde del Verde Saúco»: ¡otra! ¡Qué pesado es el tal señor! Si volverá a insistir, pues yo bien claro hablaba en la mía... ¡Eh! Luego la leeré, no estoy para perder tiempo. Francisco, Francisco.



Escena III

 

DON DEOGRACIAS, FRANCISCO.

 

FRANCISCO.-  Señor.

DON DEOGRACIAS.-  ¿Y mi mujer y mi hija han vuelto ya?

FRANCISCO.-  No señor. Quien ha estado hace un momento ha sido el señorito que almorzó aquí ayer... Tan elegante...

DON DEOGRACIAS.-  Sí, ¿y qué?

FRANCISCO.-  Mucho le incomodó no encontrarle a usted en casa; dice que ha corrido buscándole toda la noche, que ha oído decir qué sé yo qué cosas de ruina y pérdidas en el juego, y... venía asustado.

DON DEOGRACIAS.-  Calla,  (Aparte.)  ¿él también lo ha creído? -¿Y se fue?

FRANCISCO.-  Dijo que tenía una cita a las seis con un conde o marqués... O qué sé yo; pero que volvía al momento.

DON DEOGRACIAS.-  ¡Bueno! Pues ahora lo que corre más prisa es buscar a tus señoras; voy a ver si están todavía en casa del barón de la Palma, que parece que se las llevó para consolarlas. Veremos qué tripas les ha hecho la noticia de mi ruina; pero aquí vienen ya, vete; ¡buena mosca traen!



Escena IV

 

DON DEOGRACIAS, DOÑA BIBIANA, JULIA. Entran por el almacén, FRANCISCO abre.

 

DOÑA BIBIANA.-  ¡Jesús, Jesús qué noche! Parece que estaban conjuradas todas las sotas contra mi bolsillo. Pero es posible que tú también... Pues si veías que yo no tenía fortuna ¿por qué te fuiste a jugar?...

DON DEOGRACIAS.-  Esas reconvenciones son inoportunas, llegan muy tarde; tú misma sabes que nunca había cogido un naipe; tú con esa maldita manía me has llevado al precipicio, porque era el jugar de elegantes; tú me has arruinado de mil modos; los criados, las libreas, el coche para todas partes, los vestidos, los brillantes, las esquelas impresas, hasta para dar parte de si íbamos a paseo, los convites, los bailes, los ambigús, en que todo Madrid se ha reído de nosotros; en fin, cuanto ha podido atraernos, juntamente con nuestra ruina, el desprecio de nuestros iguales, la indignación de nuestros superiores, y la mofa y las hablillas del pueblo entero. Ya no tiene remedio, volveremos a empezar a los cincuenta años, si el ridículo que nos hemos echado encima no nos hace morir de vergüenza.

DOÑA BIBIANA.-  ¡Pero qué! ¿Estamos enteramente arruinados? No es posible.

DON DEOGRACIAS.-  Ya te lo he dicho, hasta el almacén; en fin, no nos queda más que nuestra vanidad.

JULIA.-  ¡Ah! Mamá, cuántas veces le decía yo a usted «no juegue usted».

DOÑA BIBIANA.-  Y qué, ¿querías que yo no jugara? ¿Qué importa? Tú nada habrás hecho, ni harás; yo me fui en este conflicto a casa del barón de la Palma; allí he escrito tres esquelas, contando nuestra situación a la marquesa del Clavel, al barón de Baraundi, y al duque del Término, y estoy segura de que nos adelantarán... Conozco demasiado su amistad, y si ayer perdimos, otro día ganaremos.

DON DEOGRACIAS.-  Así empiezan los caballeros de industria.

DOÑA BIBIANA.-  Vamos, vamos a ver si vuelve ese lacayo de la marquesa, que enviamos a las tres partes.



Escena V

 

DON DEOGRACIAS.

 

DON DEOGRACIAS.-  Tú verás la respuesta de esos marqueses; pero a propósito de personajes, ¿qué me querría el bueno del conde con esta nueva carta? Veamos.

«Señor don Deogracias, es preciso confesar que me he divertido con usted; ¿conque se ha creído que un hombre de mi clase se hubiese de humillar hasta enlazarse con uno de la suya? Han variado las circunstancias, y estoy mucho más en el caso de despreciar a usted que en el de solicitar su amistad. Cuide usted de sus fardos... &c., &c.»

¡Ah, ah, ah! Cierto que me importa mucho que el señor conde me desprecie; pero ahora que me acuerdo, ¡ah! Si no se hubiera descubierto este infeliz Bernardo, ¡qué ocasión! ¡Qué carta! Ésta se la achacaría yo a él, como escrita después de haber sabido nuestra ruina: ¡oh, cómo le maldeciría, y entonces qué ocasión de descubrirse! Pero aquí están.



Escena VI

 

DOÑA BIBIANA, DON DEOGRACIAS, JULIA.

 

DOÑA BIBIANA.-  ¿Quién lo había de pensar de tanta amistad?

DON DEOGRACIAS.-  ¡Qué! ¿Han venido las contestaciones de esos amigos tuyos?

DOÑA BIBIANA.-  ¡Oh! Si nunca les hubiera escrito; mira tú, llamándome la marquesa del Clavel «la señora comercianta», y el duque del Término «dígale usted a la tendera», y que lo sienten mucho; ni se han dignado contestar. ¡Dios mío! ¡Qué ignominia!

DON DEOGRACIAS.-  Ya me lo figuraba yo eso...  (Aparte.)  -Esto va a las mil maravillas.

DOÑA BIBIANA.-  ¡Infames!

JULIA.-  ¿Qué es esto que nos sucede?

DOÑA BIBIANA.-  Aún nos queda una esperanza.

DON DEOGRACIAS.-  ¿Cuál? Ya te entiendo, gracias a este escarmiento, ya pensarás con más juicio. Bernardo tal vez.

DOÑA BIBIANA.-  ¿Quién? ¿Bernardo? ¿Vuelves a tu porfía? No ha de ser, no señor. El conde del Verde Saúco; ése quiere de veras a mi hija, aunque te pese; ése nos sacará de este apuro.

DON DEOGRACIAS.-  ¿Quién? ¿El conde del Verde Saúco?

JULIA.-   (Aparte.)  ¡Dios mío! ¡En qué ocasión; yo le aborrezco.

DOÑA BIBIANA.-  Ése es el único...

DON DEOGRACIAS.-   (Aparte.)  ¿Qué es esto? ¿Si habrán visto al verdadero conde? Él la quería, es cierto; ayer noche no estuve con ellas, y como ya habían descubierto a Bernardo, le admitirían; él la obsequiaría; y esta última carta la escribiría después de saber mi ruina; de cualquier modo que sea, nada arriesgo en enseñarla.

DOÑA BIBIANA.-  ¿Qué piensas? ¿Qué dices?

DON DEOGRACIAS.-  Mujer, no quería hablarte de esto; pero, mira una carta que acabo de recibir del conde.  (Aparte.)  No hay remedio, le han conocido esta noche, no se habrá marchado; claro está que no, cuando me escribe.

JULIA.-  ¡Dios mío! ¡Añadir la infamia a la traición!

DOÑA BIBIANA.-  Ya no hay ninguna esperanza.

DON DEOGRACIAS.-   (Aparte.)  Me dan lástima; pero demos el último golpe. -En fin, me parece que ya no queda más recurso que Bernardo; él es generoso, está enamorado, en sabiendo nuestra situación...

JULIA.-  ¡Ah, papá, nunca, nunca! Después del desaire hecho a Bernardo por el conde, sería para mí un verdugo su generosidad: he sido engañada, lo confieso; pero esta situación en que nos vemos deja una herida demasiado profunda en mi corazón, y harto haré en poder olvidar un amor neciamente puesto en un hombre indigno de ser querido, ni de querer.

DON DEOGRACIAS.-  Hija mía, pero ese amor ¿cuándo se formalizó? ¿De cuánto tiempo? O yo estoy loco.

JULIA.-  Papá mío, pocas horas han bastado; pero no haga usted mi tormento mayor recordándome mi ligereza...

DON DEOGRACIAS.-  ¡Pobrecita!...  (Aparte.)  Mas Bernardo viene, ¡en qué ocasión tan mala!



Escena VII

 

DON DEOGRACIAS, DOÑA BIBIANA, JULIA, BERNARDO.

 

BERNARDO.-  Familia desgraciada, hermosa Julia.

JULIA.-  Aparte usted; aún tiene usted atrevimiento...

BERNARDO.-  Julia, qué mudanza...

JULIA.-  Tome usted, tome usted las pruebas de su cariño...  (Le da su carta y la cartera.) 

DON DEOGRACIAS.-  Está loca; ¡pobre muchacha! Le da a Bernardo la carta del conde.

BERNARDO.-  Julia, basta de ficción; esto no es mío.

JULIA.-  ¿No es de usted?

BERNARDO.-  Ni soy el conde del Verde Saúco, ni nunca lo he sido.

DOÑA BIBIANA.-  ¿Qué dice?

JULIA.-  ¿Usted no?

BERNARDO.-  Efectivamente, el conde verdadero del Verde Saúco es el dueño de esta cartera.

JULIA.-  ¿Quién?

BERNARDO.-  El que se ha presentado a ustedes diciéndose Bernardo.

JULIA.-  ¡Papá! -Y usted ¿quién?...

BERNARDO.-  Yo soy el único Bernardo...

JULIA.-  ¿Usted?

DOÑA BIBIANA.-  ¿Usted? -Hombre, ¿qué dices?

DON DEOGRACIAS.-  Sí, el señor; pero qué, ¿no lo sabías ya? ¿Pues no me dijiste, mujer, que sabías que Bernardo estaba aquí? Yo creí que habías descubierto que el señor era Bernardo, y no el conde, como suponíamos.

DOÑA BIBIANA.-  ¡Jesús, Jesús! Yo sueño.

BERNARDO.-  Señora, es cierto; y en pocas palabras le prometo aclarar el resto de duda que puede quedarle. Bástele ahora saber que soy Bernardo Pujavante. En este momento me he visto con el conde, a quien yo había citado esta mañana; nos hemos franqueado uno a otro, y todo está corriente. Sólo, pues, resta, Julia mía, que usted me perdone este ligero engaño.

JULIA.-  ¿Por qué le ha usado usted conmigo?

BERNARDO.-  Me equivoqué; ahora conozco que no merecía usted esta ficción; pero vengo a enmendar mi yerro, ofreciendo a usted con mi mano una remuneración en mis bienes del mal trato de la suerte.

DOÑA BIBIANA.-  ¡Qué nobleza! ¡Y qué vergüenza para mí!

BERNARDO.-  Sólo apetezco que su mamá de usted...

DOÑA BIBIANA.-  Venga usted a mis brazos, noble joven, aunque no soy digna de ellos; estoy corregida de mi manía.

JULIA.-  Conque ya no tendrá usted desafíos, ni trampas, ni...

BERNARDO.-  Jamás, Julia; el amor y la virtud en una honrada medianía nos harán felices, y el trabajo y la economía los indemnizará a ustedes...

DON DEOGRACIAS.-  No hay necesidad; ven a mis brazos, Bernardo, hijo mío; llegó el caso de descubrir el resto de mi plan; mi ruina es supuesta.

DOÑA BIBIANA.-  ¿Qué dices?

JULIA.-  ¡Papá!

BERNARDO.-  ¿Supuesta?...

DON DEOGRACIAS.-  Sí, hijos míos; quise aplicar este último correctivo a la locura de mi mujer, ha surtido efecto; y me doy por contento si conoce a lo que se expone el que trata de salirse de su esfera.

DOÑA BIBIANA.-  ¡Ah! Esposo mío; perdona...

DON DEOGRACIAS.-  Harto recompensado estoy si puedo cimentar mi futura felicidad en tu escarmiento; desde hoy te volverás a llamar Bibiana, y a pesar de la moda y del buen tono, mandaré yo en mi casa. Casaremos a nuestra hija, y nos honraremos con el trabajo; que si algo hay vergonzoso en la vida, no es el ganar de comer, siendo útil a la sociedad, sino el no hacer gala cada uno de su profesión, cuando es honrosa.