Escena II
|
|
DON DEOGRACIAS y después
PASCASIO.
|
DON DEOGRACIAS.-
Vamos, que esta casa no parece sino
una casa de orates: ¡qué desorden! Todo abierto, nadie recogido al
amanecer todavía, ni aquí hay una alma. Señor,
señor, si concluiremos de una vez; este Bernardo ¿dónde
estará? Por más que le he enviado a buscar, no parece desde ayer
tarde; ello es preciso que yo le instruya de todo; ¿qué
quieres?
|
PASCASIO.-
Señor, acaban de darme esta
carta para usted.
|
DON DEOGRACIAS.-
Bien, anda con Dios; abre y barre el
almacén: temprano empieza hoy la correspondencia, a estas horas...
«A don Deogracias, etc... el conde del Verde Saúco»:
¡otra! ¡Qué pesado es el tal señor! Si volverá
a insistir, pues yo bien claro hablaba en la mía... ¡Eh! Luego la
leeré, no estoy para perder tiempo. Francisco, Francisco.
|
Escena III
|
|
DON DEOGRACIAS,
FRANCISCO.
|
FRANCISCO.-
Señor.
|
DON DEOGRACIAS.-
¿Y mi mujer y mi hija han
vuelto ya?
|
FRANCISCO.-
No señor. Quien ha estado hace
un momento ha sido el señorito que almorzó aquí ayer...
Tan elegante...
|
DON DEOGRACIAS.-
Sí, ¿y qué?
|
FRANCISCO.-
Mucho le incomodó no
encontrarle a usted en casa; dice que ha corrido buscándole toda la
noche, que ha oído decir qué sé yo qué cosas de
ruina y pérdidas en el juego, y... venía asustado.
|
DON DEOGRACIAS.-
Calla,
(Aparte.) ¿él
también lo ha creído? -¿Y se fue?
|
FRANCISCO.-
Dijo que tenía una cita a las
seis con un conde o marqués... O qué sé yo; pero que
volvía al momento.
|
DON DEOGRACIAS.-
¡Bueno! Pues ahora lo que corre
más prisa es buscar a tus señoras; voy a ver si están
todavía en casa del barón de la Palma, que parece que se las
llevó para consolarlas. Veremos qué tripas les ha hecho la
noticia de mi ruina; pero aquí vienen ya, vete; ¡buena mosca
traen!
|
Escena IV
|
|
DON DEOGRACIAS,
DOÑA BIBIANA,
JULIA. Entran por el almacén,
FRANCISCO abre.
|
DOÑA BIBIANA.-
¡Jesús, Jesús
qué noche! Parece que estaban conjuradas todas las sotas contra mi
bolsillo. Pero es posible que tú también... Pues si veías
que yo no tenía fortuna ¿por qué te fuiste a jugar?...
|
DON DEOGRACIAS.-
Esas reconvenciones son inoportunas,
llegan muy tarde; tú misma sabes que nunca había cogido un naipe;
tú con esa maldita manía me has llevado al precipicio, porque era
el jugar de elegantes; tú me has arruinado de mil modos; los criados,
las libreas, el coche para todas partes, los vestidos, los brillantes, las
esquelas impresas, hasta para dar parte de si íbamos a paseo, los
convites, los bailes, los ambigús, en que todo Madrid se ha reído
de nosotros; en fin, cuanto ha podido atraernos, juntamente con nuestra ruina,
el desprecio de nuestros iguales, la indignación de nuestros superiores,
y la mofa y las hablillas del pueblo entero. Ya no tiene remedio, volveremos a
empezar a los cincuenta años, si el ridículo que nos hemos echado
encima no nos hace morir de vergüenza.
|
DOÑA BIBIANA.-
¡Pero qué!
¿Estamos enteramente arruinados? No es posible.
|
DON DEOGRACIAS.-
Ya te lo he dicho, hasta el
almacén; en fin, no nos queda más que nuestra vanidad.
|
JULIA.-
¡Ah! Mamá, cuántas
veces le decía yo a usted «no juegue usted».
|
DOÑA BIBIANA.-
Y qué, ¿querías
que yo no jugara? ¿Qué importa? Tú nada habrás
hecho, ni harás; yo me fui en este conflicto a casa del barón de
la Palma; allí he escrito tres esquelas, contando nuestra
situación a la marquesa del Clavel, al barón de Baraundi, y al
duque del Término, y estoy segura de que nos adelantarán...
Conozco demasiado su amistad, y si ayer perdimos, otro día
ganaremos.
|
DON DEOGRACIAS.-
Así empiezan los caballeros de
industria.
|
DOÑA BIBIANA.-
Vamos, vamos a ver si vuelve ese
lacayo de la marquesa, que enviamos a las tres partes.
|
Escena VI
|
|
DOÑA BIBIANA,
DON DEOGRACIAS,
JULIA.
|
DOÑA BIBIANA.-
¿Quién lo había
de pensar de tanta amistad?
|
DON DEOGRACIAS.-
¡Qué! ¿Han venido
las contestaciones de esos amigos tuyos?
|
DOÑA BIBIANA.-
¡Oh! Si nunca les hubiera
escrito; mira tú, llamándome la marquesa del Clavel «la
señora comercianta», y el duque del Término
«dígale usted a la tendera», y que lo sienten mucho; ni se
han dignado contestar. ¡Dios mío! ¡Qué ignominia!
|
DON DEOGRACIAS.-
Ya me lo figuraba yo eso...
(Aparte.) -Esto va a las mil
maravillas.
|
DOÑA BIBIANA.-
¡Infames!
|
JULIA.-
¿Qué es esto que nos
sucede?
|
DOÑA BIBIANA.-
Aún nos queda una
esperanza.
|
DON DEOGRACIAS.-
¿Cuál? Ya te entiendo,
gracias a este escarmiento, ya pensarás con más juicio. Bernardo
tal vez.
|
DOÑA BIBIANA.-
¿Quién?
¿Bernardo? ¿Vuelves a tu porfía? No ha de ser, no
señor. El conde del Verde Saúco; ése quiere de veras a mi
hija, aunque te pese; ése nos sacará de este apuro.
|
DON DEOGRACIAS.-
¿Quién? ¿El conde
del Verde Saúco?
|
JULIA.-
(Aparte.) ¡Dios mío!
¡En qué ocasión; yo le aborrezco.
|
DOÑA BIBIANA.-
Ése es el único...
|
DON DEOGRACIAS.-
(Aparte.) ¿Qué es
esto? ¿Si habrán visto al verdadero conde? Él la
quería, es cierto; ayer noche no estuve con ellas, y como ya
habían descubierto a Bernardo, le admitirían; él la
obsequiaría; y esta última carta la escribiría
después de saber mi ruina; de cualquier modo que sea, nada arriesgo en
enseñarla.
|
DOÑA BIBIANA.-
¿Qué piensas?
¿Qué dices?
|
DON DEOGRACIAS.-
Mujer, no quería hablarte de
esto; pero, mira una carta que acabo de recibir del conde.
(Aparte.) No hay remedio, le han
conocido esta noche, no se habrá marchado; claro está que no,
cuando me escribe.
|
JULIA.-
¡Dios mío!
¡Añadir la infamia a la traición!
|
DOÑA BIBIANA.-
Ya no hay ninguna esperanza.
|
DON DEOGRACIAS.-
(Aparte.) Me dan lástima;
pero demos el último golpe. -En fin, me parece que ya no queda
más recurso que Bernardo; él es generoso, está enamorado,
en sabiendo nuestra situación...
|
JULIA.-
¡Ah, papá, nunca, nunca!
Después del desaire hecho a Bernardo por el conde, sería para
mí un verdugo su generosidad: he sido engañada, lo confieso; pero
esta situación en que nos vemos deja una herida demasiado profunda en mi
corazón, y harto haré en poder olvidar un amor neciamente puesto
en un hombre indigno de ser querido, ni de querer.
|
DON DEOGRACIAS.-
Hija mía, pero ese amor
¿cuándo se formalizó? ¿De cuánto tiempo? O
yo estoy loco.
|
JULIA.-
Papá mío, pocas horas
han bastado; pero no haga usted mi tormento mayor recordándome mi
ligereza...
|
DON DEOGRACIAS.-
¡Pobrecita!...
(Aparte.) Mas Bernardo viene,
¡en qué ocasión tan mala!
|
Escena VII
|
|
DON DEOGRACIAS,
DOÑA BIBIANA,
JULIA,
BERNARDO.
|
BERNARDO.-
Familia desgraciada, hermosa
Julia.
|
JULIA.-
Aparte usted; aún tiene usted
atrevimiento...
|
BERNARDO.-
Julia, qué mudanza...
|
JULIA.-
Tome usted, tome usted las pruebas de
su cariño...
(Le da su carta y la
cartera.)
|
DON DEOGRACIAS.-
Está loca; ¡pobre
muchacha! Le da a Bernardo la carta del conde.
|
BERNARDO.-
Julia, basta de ficción; esto
no es mío.
|
JULIA.-
¿No es de usted?
|
BERNARDO.-
Ni soy el conde del Verde
Saúco, ni nunca lo he sido.
|
DOÑA BIBIANA.-
¿Qué dice?
|
JULIA.-
¿Usted no?
|
BERNARDO.-
Efectivamente, el conde verdadero del
Verde Saúco es el dueño de esta cartera.
|
JULIA.-
¿Quién?
|
BERNARDO.-
El que se ha presentado a ustedes
diciéndose Bernardo.
|
JULIA.-
¡Papá! -Y usted
¿quién?...
|
BERNARDO.-
Yo soy el único Bernardo...
|
JULIA.-
¿Usted?
|
DOÑA BIBIANA.-
¿Usted? -Hombre,
¿qué dices?
|
DON DEOGRACIAS.-
Sí, el señor; pero
qué, ¿no lo sabías ya? ¿Pues no me dijiste, mujer,
que sabías que Bernardo estaba aquí? Yo creí que
habías descubierto que el señor era Bernardo, y no el conde, como
suponíamos.
|
DOÑA BIBIANA.-
¡Jesús, Jesús! Yo
sueño.
|
BERNARDO.-
Señora, es cierto; y en pocas
palabras le prometo aclarar el resto de duda que puede quedarle. Bástele
ahora saber que soy Bernardo Pujavante. En este momento me he visto con el
conde, a quien yo había citado esta mañana; nos hemos franqueado
uno a otro, y todo está corriente. Sólo, pues, resta, Julia
mía, que usted me perdone este ligero engaño.
|
JULIA.-
¿Por qué le ha usado
usted conmigo?
|
BERNARDO.-
Me equivoqué; ahora conozco que
no merecía usted esta ficción; pero vengo a enmendar mi yerro,
ofreciendo a usted con mi mano una remuneración en mis bienes del mal
trato de la suerte.
|
DOÑA BIBIANA.-
¡Qué nobleza! ¡Y
qué vergüenza para mí!
|
BERNARDO.-
Sólo apetezco que su
mamá de usted...
|
DOÑA BIBIANA.-
Venga usted a mis brazos, noble joven,
aunque no soy digna de ellos; estoy corregida de mi manía.
|
JULIA.-
Conque ya no tendrá usted
desafíos, ni trampas, ni...
|
BERNARDO.-
Jamás, Julia; el amor y la
virtud en una honrada medianía nos harán felices, y el trabajo y
la economía los indemnizará a ustedes...
|
DON DEOGRACIAS.-
No hay necesidad; ven a mis brazos,
Bernardo, hijo mío; llegó el caso de descubrir el resto de mi
plan; mi ruina es supuesta.
|
DOÑA BIBIANA.-
¿Qué dices?
|
JULIA.-
¡Papá!
|
BERNARDO.-
¿Supuesta?...
|
DON DEOGRACIAS.-
Sí, hijos míos; quise
aplicar este último correctivo a la locura de mi mujer, ha surtido
efecto; y me doy por contento si conoce a lo que se expone el que trata de
salirse de su esfera.
|
DOÑA BIBIANA.-
¡Ah! Esposo mío;
perdona...
|
DON DEOGRACIAS.-
Harto recompensado estoy si puedo
cimentar mi futura felicidad en tu escarmiento; desde hoy te volverás a
llamar Bibiana, y a pesar de la moda y del buen tono, mandaré yo en mi
casa. Casaremos a nuestra hija, y nos honraremos con el trabajo; que si algo
hay vergonzoso en la vida, no es el ganar de comer, siendo útil a la
sociedad, sino el no hacer gala cada uno de su profesión, cuando es
honrosa.
|