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ArribaAbajoComo Lázaro se asentó con un fraile de la merced

y de lo que le acaeció con él


Hube de buscar el cuarto, y éste fue un fraile de la Merced, que las mugercillas que digo me encaminaron, al cual ellas le llamaban pariente: gran enemigo del coro y de comer en el convento: perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y visitas; tanto pienso que rompía él más zapatos que todo el convento. Éste me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida, mas no me duraron ocho días, ni yo pude con su trote durar más. Y por eso y otras cosillas que no digo, salí del.




ArribaAbajoComo Lázaro se asentó con un buldero

y de las cosas que con él pasó


44En el quinto que por mi ventura di, fue un buldero, el más desenvuelto y desvergonzado, y el mayor echador dellas que jamás yo vi, ni ver espero, ni pienso nadie vio; porque tenía y buscaba modos y maneras, y muy sotiles invenciones. Él entrando en los lugares do habían de presentar la bula, primero presentaba a los clérigos o curas algunas cosillas, no tampoco de mucho valor ni sustancia: una lechuga murciana, si era por el tiempo; un par de limas o naranjas, un melocotón, un par de duraznos, cada sendas peras verdiñales. Así procuraba tenerlos propicios, porque favoreciesen su negocio y llamasen sus feligreses a tomar la bula, ofreciéndosele a él las gracias. Informábase de la suficiencia dellos: si decían que entendían, no hablaba palabra en latín, por no dar tropezón: mas aprovechábase de un gentil y bien cortado romance y desenvoltísima lengua; y si sabían que los dichos clérigos eran de los reverendos, digo, que más con dineros que con letras y con reverandas se ordenan, hacíase entre ellos un santo Tomás, y hablaba dos horas en latín, a lo menos que lo parecía, aunque no lo era. Cuando por bien no le tomaban las bulas, buscaba como por mal se las tomasen, y para aquello hacía molestias al pueblo, y otras veces con mañosos artificios. Y porque todos los que le veía hacer, sería largo de contar, diré uno muy sotil y donoso, con el cual probaré bien su suficiencia. En un lugar de la Sagra de Toledo había predicado dos o tres días, haciendo sus acostumbras diligencias, y no le habían tomado bula, ni a mi ver tenían intención de se la tomar: estaba dado al diablo con aquello; y pensando qué hacer, se acordó de convidar al pueblo para otro día de mañana para despedir la bula. Y esa noche después de cenar pusiéronse a jugar la colación él y el alguacil, y sobre el juego vinieron a reñir y a haber malas palabras. El llamó al alguacil ladrón, y el otro a él falsario; sobre esto el señor Comisario, mi señor, tomó un lanzón que en el portal do jugaban estaba; el alguacil puso mano a su espada, que en la cinta tenía. Al ruido y voces que todos dimos, acuden los huéspedes y vecinos, y métense en medio; y ellos muy enojados, procurándose de desembarazar de los que en medio estaban, para se matar. Mas como la gente al gran ruido cárgase, y la casa estuviese llena della, viendo que no podían afrentarse con las armas, decíanse palabras injuriosas, entre las cuales el alguacil dijo a mi amo, que era falsario, y las bulas que predicaba eran falsas; finalmente los del pueblo viendo que no bastaban ponellos en paz, acordaron de llevar al alguacil de la posada a otra parte; y así quedó mi amo muy enojado. Y después que los huéspedes y vecinos le hubieron rogado que perdiese el enojo y se fuese a dormir, así nos echamos todos.

La mañana venida mi amo se fue a la Iglesia y mandó tañer a misa y al sermón para despedir la bula y el pueblo se juntó, el cual andaba murmurando de las bulas, diciendo como eran falsas, y que el mismo alguacil riñendo lo había descubierto: de manera que tras que tenían mala gana de tomalla, con aquello del todo la aborrecieron. El señor Comisario se subió al púlpito, y comienza su sermón, y a animar la gente, a que no quedasen sin tanto bien e indulgencia como la santa bula traía. Estando en lo mejor del sermón, entra por la puerta de la Iglesia el alguacil; y desque hizo oración, levantose, y con voz alta y pausada cuerdamente comenzó a decir:

Buenos hombres, oídme una palabra, que después oiréis a quien quisiereis. Yo vine aquí con este echacuervo que os predica, el cual me engañó y dijo que le favoreciese en este negocio, y que partiríamos la ganancia. Y agora visto el daño que haría a mi conciencia y a vuestras haciendas, arrepentido de lo hecho os declaro claramente que las bulas que predica son falsas, y que no le creáis ni las toméis, y yo directe ni indirecte no soy parte en ellas, y que desde agora dejo la vara y doy con ella en el suelo: y si en algún tiempo éste fuere castigado por la falsedad, que vosotros me seáis testigos como yo no soy con él, ni le doy a ello ayuda; antes os desengaño y declaro su maldad; y acabó su razonamiento.

Algunos hombres honrados que allí estaban, se quisieron levantar, y echar al alguacil fuera de la Iglesia por evitar escándalo, mas mi amo les fue a la mano, y mandó a todos que sopena de excomunión no le estorbasen, mas que le dejasen decir todo lo que quisiese; y así él también tuvo silencio, mientras el alguacil dijo, todo lo que he dicho.

Como calló, mi amo le preguntó si quería decir más, que lo dijese. El alguacil dijo: harto más hay que decir de vos y de vuestra falsedad, mas por agora basta. El señor Comisario se hincó de rodillas en el púlpito, y puestas las manos y mirando al cielo dijo así: Señor Dios, a quien ninguna cosa es escondida, antes todas manifiestas, y a quien nada es imposible, antes todo posible; tú sabes la verdad, y cuán injustamente yo soy afrentado. En lo que a mí toca, yo le perdono, por que tú, Señor, me perdones. No mires a aquél, que no sabe lo que hace ni dice: mas la injuria a ti hecha, te suplico y por justicia te pido, no disimules, porque alguno que está aquí que por ventura pensó tomar aquesta santa bula, dando crédito a las falsas palabras de aquel hombre, lo dejará de hacer; y pues es tanto perjuicio del prójimo, te suplico yo, Señor, no lo disimules, mas luego muestra aquí milagro, y sea de esta manera: que si es verdad lo que aquél dice y que yo traigo maldad y falsedad, este púlpito se hunda conmigo y meta siete estados debajo de tierra, do él y yo jamás parezcamos. Y si es verdad lo que yo digo, y a aquel persuadido del demonio (por quitar y privar a los que están presentes de tan gran bien) dice maldad, también sea castigado, y de todos conocida su malicia.

Apenas había acabado su oración el devoto señor mío, cuando el negro alguacil cae de su estado, y da tan gran golpe en el suelo que la Iglesia toda hizo resonar; y comenzó a bramar y echar espumajos por la boca y torcella, y hacer visajes con el gesto, dando de pie y de mano, revolviéndose por aquel suelo a una parte y a otra. El estruendo, y voces de la gente era tan grande, que no se oían unos a otros. Algunos estaban espantados y temerosos. Unos decían: el Señor le socorra y valga; otros: bien se lo emplea, pues levantaba tan falso testimonio.

Finalmente, algunos que allí estaban, y a mi parecer no sin harto temor, se llegaron y le trabaron de los brazos, con los cuales daba fuertes puñadas a los que cerca dél estaban. Otros le tiraban por las piernas, y tuvieron reciamente, porque no había mula falsa en el mundo que tan recias coces tirase: y así lo tuvieron un gran rato; porque más de quince hombres estaban sobre él, y a todos daba las manos, llenas, y si se descuidaban, en los hocicos.

A todo esto el señor mi amo estaba en el púlpito de rodillas, las manos y los ojos puestos en el cielo, trasportado en la divina esencia, que el planto y ruido y voces que en la Iglesia había, no eran parte para apartalle de su divina contemplación. Aquellos buenos hombres llegaron a él, y dando voces lo despertaron y le suplicaron quisiese socorrer a aquel pobre que estaba muriendo, y que no mirase a las cosas pasadas ni a sus dichos malos, pues ya dellos tenía el pago; mas si en algo podía aprovechar para librarle del peligro y pasión que padescía, por amor de Dios lo hiciese; pues ellos veían clara la culpa del culpado y la verdad y bondad suya, pues a su petición y venganza el Señor no alargó el castigo.

El señor Comisario, como quien despierta de un dulce sueño, los miró, y miró al delincuente y a todos los que alrededor estaban, y muy pausadamente les dijo: buenos hombres, vosotros nunca habíades de rogar por un hombre en quien Dios tan señaladamente se ha señalado, mas pues él nos manda, que no volvamos mal por mal y perdonemos las injurias, con confianza podremos suplicarle, que cumpla lo que nos manda, y su majestad perdone a éste que le ofendió, poniendo en su santa fe obstáculo. Vamos todos a suplicarle. Y así bajó del púlpito y encomendó aquí muy devotamente suplicasen a nuestro Señor tuviese por bien de perdonar a aquel pecador, y volverle en su salud y sano juicio, y lanzar dél el demonio, si su Majestad había permitido que por su gran pecado en él entrase. Todos se hincaron de rodillas, y delante del altar con los clérigos comenzaban a cantar con voz baja una letanía, y viniendo él con la cruz y agua bendita, después de haber sobre él cantado, el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos, que casi nada se le parecía sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la gente, como suelen hacer en los sermones de pasión de predicador y auditorio devoto; suplicando a nuestro Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento, que a aquél en caminado por el demonio y persuadido de la muerte y pecado, le quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se arrepintiese y confesase sus pecados. Y esto hecho, mandó traer la bula y púsosela en la cabeza, y luego el pecador del alguacil comenzó poco a poco a estar mejor y tornar en sí. Y desque fue bien vuelto en su acuerdo, echose a los pies del señor Comisario, y demandándole perdón, confesó haber dicho aquello por la boca y mandamiento del demonio, lo uno por hacer a él daño y vengarse del enojo, lo otro y más principal, porqué el demonio recibía mucha pena del bien que allí se hiciera en tomar la bula. El señor mi amo le perdonó, y fueron hechas las amistades entre ellos; y a tomar la bula hubo tanta priesa, que casi ánima viviente en el lugar no quedó sin ella; marido y muger, hijos e hijas, mozos y mozas.

Divulgose la nueva de lo acaecido por los lugares comarcanos: y citando a ellos llegábamos, no era menester sermón ni ir a la Iglesia; que a la posada la venían a tomar, como si fueran peras que se dieran de valde: de manera que en diez o doce lugares de aquellos alrededores donde fuimos, echó el señor mi amo otras tantas mil bulas sin predicar sermón. Cuando se hizo el ensayo, confieso mi pecado que también fui dello espantado, y creí que así era como otros muchos. Mas con ver después la risa y burla que mi amo y al alguacil llevaban y hacían del negocio, conocí como había sido industriado por el industrioso e inventivo de mi amo; y aunque mochacho, cayome mucho en gracia, y dije entre mí: cuántas destas deben de hacer estos burladores entre la inocente gente.

Finalmente estuve con este mi quinto amo cerca de cuatro meses, en los cuales pasé también hartas fatigas.




ArribaAbajoCómo Lázaro se asentó con un capellán

y lo que le acaeció con él


Después desto asenté con un maestro de pintar panderos para molelle los colores; y también sufrí mil males. Siendo ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un día en la Iglesia mayor, un capellán della me recibió por suyo, y pásoseme en poder un buen asno y cuatro cántaros y un azote, y comencé a echar agua por la ciudad.

Este fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida, porque mi boca era medida: daba cada día a mi amo treinta maravedís ganados, y los sábados ganaba para mí, y todos los demás entre semana de treinta maravedís. Fueme tan bien en el oficio, que al cabo de cuatro años que lo usé, con poner en la ganancia buen recaudo, ahorré para me vestir muy honradamente de la ropa vieja, de la cual compré un jubón de fustán viejo, y un sayo raído de manga tranzada y puerta; y una capa que había sido frisada, y una espada de las viejas primeras de Cuéllar. Desque me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo se tomase un asno, que no quería más seguir aquel oficio.




ArribaAbajoCómo Lázaro se asentó con un alguacil

y de lo que le acaeció con él


Despedido del capellán, asenté por hombre de justicia con un alguacil, mas muy poco viví con él por parecerme oficio peligroso, mayormente que una noche nos corrieron a mí y a mi amo a pedradas y a palos unos retraídos; y a mi amo que esperó, trataron mal, mas a mí no me alcanzaron.

Con esto renegué del trato; y pensando en qué modo de vivir haría mi asiento para tener descanso y ganar algo para la vejez, quiso Dios alumbrarme, y ponerme en camino y manera provechosa; y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fue un oficio Real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que le tienen: en el cual el día de hoy yo vivo y resido a servicio de Dios y de Vuestra merced. Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas; acompañar los que padecen persecuciones por justicia, y declarar a voces sus delitos: pregonero hablando en buen romance. Hame sucedido también, y yo le he usado tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi mano; tanto que en toda la ciudad el que ha de echar vino a vender o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hace cuenta de no sacar provecho.

En este tiempo viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor Arcipreste de S. Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya. Y visto por mí que de tal persona no podía venir sino bien y favor, acordé de lo hacer y así me casé con ella: y hasta agora no estoy arrepentido, porque allende de ser buena hija, y diligente servicial, tengo en mi señor Arcipreste todo favor y ayuda: y siempre en el año le da en veces al pie de una carga de trigo, por las Pascuas su carne, y cuando el par de los bodigos, las calzas viejas que deja, e hízonos alquilar una casilla par de la suya. Los domingos y fiestas casi todas las comíamos en su casa: mas malas lenguas, que nunca faltaron, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué: y si sé que ven a mi mujer irle a hacer la cama y guisarle de comer; y mejor les ayude Dios que ellos dicen la verdad, porque allende de no ser ella muger que se pague de estas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá, que él me habló un día muy largo delante della, y me dijo: Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrará: digo esto, porque no me maravillaría alguno murmurase viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo; por tanto no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo, a tu provecho. Señor, le dije, yo determiné arrimarme a los buenos: verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo deso, y aun por más de tres veces me han certificado, que antes que conmigo casase había parido tres veces, hablando con reverencia, de vuestra merced, porque esté ella delante. Entonces mi mujer echó juramento sobre sí, que yo pensé la casa se hundiera con nosotros, y después tomose a llorar y a echar mil maldiciones sobre quien conmigo la había casado: en tal manera, que quisiera ser muerto antes que se me hubiese soltado aquella palabra de la boca. Mas yo, de un cabo y mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos, que cesó su llanto, con juramento que le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba y había por bien de que ella entrase y saliese de noche y de día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todos tres bien conformes. Hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso, antes cuando alguno siento que quiere decir algo de ella, le atajo y le digo: mira, si sois mi amigo, no me digáis cosa que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar, mayormente si me quieren meter mal con mi muger, que es la cosa del mundo que yo más quiero, y la amo más que a mí, y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco: que yo juraré sobre la hostia consagrada, que es tan buena muger como vive dentro de las puertas de Toledo, y quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él. Desta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa.

Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos y fiestas, como vuestra merced habrá oído: pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna.

Fin de la primera parte.