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ArribaAbajoParte segunda

Anónima.


ArribaAbajoCapítulo primero

En que da cuenta Lázaro de la amistad que tuvo en Toledo con unos tudescos, y lo que con ellos pasaba


En este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna: y como yo siempre anduviese acompañado de una buena galleta, de unos buenos frutos que en esta tierra se crían para muestra de lo que pregonaba, cobré tantos amigos y señores, así naturales como estranjeros, que do quiera que llegaba, no había para mí puerta cerrada: y en tanta manera me vi favorecido, que me parece si entonces matara un hombre, o me acaeciera algún caso recio, hallara a todo el mundo de mi bando, y tuviera en aquellos mis señores todo favor y socorro. Mas yo nunca los dejaba boquisecos, queriéndolos llevar conmigo a lo mejor que yo había echado en la ciudad, a do hacíamos la buena y espléndida vida y jira. Allí nos aconteció muchas veces entrar en nuestros pies y salir en agenos: y lo mejor desto es que todo este tiempo maldita la blanca Lázaro de Tormes gastó ni se la consentían gastar. Antes si alguna vez yo de industria echaba mano a la bolsa fingiendo querello pagar, tomábanlo por afrenta, mirábanme con alguna ira, y decían: nite, nite, asticol, lanz; reprendiéndome diciendo: que do ellos estaban, nadie había de pagar blanca. Yo con aquello moríame de amores de tal gente, porque no solo esto, mas de perniles de tocino, pedazos de piernas de carnero cocidas en aquellos cordiales vinos, con mucha de la fina especia, y de sobras de cecinas y de pan me henchían la falda y los senos cada vez que nos juntábamos, que tenía en mi casa de comer yo y mi muger hasta hartar una semana entera. Acordábame en estas harturas de las mis hambres pasadas, y alababa al Señor y dábale gracias; que así andan las cosas, y tiempos. Mas, como dice el refrán: quien bien te hará, o se te irá, o se morirá; así me acaeció, que se mudó la gran Corte como hacer suele, y al partir fui muy requerido de aquellos mis grandes amigos me fuese con ellos, y que me harían y acontecerían. Mas acordándome del proverbio que dice: más vale el mal conocido que el bien por conocer, agradeciéndoles su buena voluntad, con muchos abrazos y tristeza me despedí de ellos. Y cierto, si casado no fuera, no dejara su compañía, por ser gente hecha muy a mi gusto y condición: y es vida graciosa la que viven, no fantásticos ni presuntuosos, sin escrúpulo ni asco de entrarse en cualquier bodegón, la gorra quitada, si el vino lo merece; gente llana y honrada, y tal y tan bien proveída, que no me la depare Dios peor, cuando buena sed tuviere. Mas el amor de la mujer y de la patria, que ya por mía tengo, pues como dicen: ¿de do eres, hombre? tiraron por mí. Y así me quedé en esta ciudad, aunque muy conocido de los moradores della, con mucha soledad de los amigos y vida cortesana.

Estuve muy a mi placer, con acrecentamiento de alegría y linage por el nacimiento de una muy hermosa niña, que en estos medios mi muger parió, que aunque yo tenía alguna sospecha, ella me juró que era mía: hasta que a la fortuna le pareció haberme mucho olvidado, y ser justo tornarme a mostrar su airado y severo gesto cruel, y aguarme estos pocos años de sabrosa y descansada vida con otros tantos de trabajos y amarga muerte. ¡Oh gran Dios! ¡y quien podrá escribir un infortunio tan desastrado, y acaecimiento tan sin dicha, que no deje holgar el tintero, poniendo la pluma a sus ojos!




ArribaAbajoCapítulo II

Cómo Lázaro por importunación de amigos se fue a embargar para 1a guerra de Arjel, y lo allá le acaeció


Sepa vuestra merced que estando el triste Lázaro de Tormes en esta gustosa vida, usando su oficio y ganando él muy bien de comer y de beber, porque Dios no crió tal oficio, y vale más para esto que la mejor Veinticuatría de Toledo, estando asimismo muy contento y pagado con mi mujer y alegre con la nueva hija, sobreponiendo cada día en mi casa alhaja, sobre alhaja mi persona, muy bien tratada, con dos pares de vestidos, unos para las fiestas y otros para de contino, y mi mujer lo misino, mis dos docenas de reales en el arca. Vino a esta ciudad, que venir no debiera, la nueva para mí y aun para otros muchos, de la ida de Argel; y comenzáronse de alterar unos, no sé cuántos vecinos míos, diciendo: vamos allá que de oro hemos de venir cargados. Y comenzáronme con esto a poner codicia, díjelo a mi mujer, y ella con gana de volverse con mi señor el Arcipreste, me dijo: haced lo que quisiéredes, mas si allá vais, y buena dicha tenéis, una esclava querría que me trujésedes que me sirviese, que estoy harta de servir toda mi vida. Y también para casar a esta niña, no serían malas aquellas Tripolinas y doblas Zahenas, de que tan proveídos dicen que están aquellos perros moros. Con esto y con la codicia que yo me tenía, determiné (que no debiera) ir a este viaje. Y bien me lo desviaba mi señor el Arcipreste, mas yo no lo quería creer, al fin habían de pasar por mí más fortunas las pasadas.

Y así con un caballero de aquí de la orden de S. Juan, con quien tenía conocimiento, me conserté de le acompañar y servir en esta jornada, y que él me hiciese la costa, con tal que lo que allí ganase fuese para mí. Y así fue que gané y fue para mí mucha malaventura, de la cual aunque se repartió por mucho, yo truje harta parte. Partimos desta ciudad aquel caballero y yo, y otros, y mucha gente muy alegres, y muy ufanos como a la ida todos van, y por evitar prolijidad de todo lo acaecido en este camino no haga relación por no hacer nada a mi propósito. Mas de que nos embarcamos en Cartagena, y entramos en una nao bien llena de gente, y vituallas, y dimos con nosotros donde los otros. Y levantose en el mar la cruel y porfiada fortuna que habrán contado a vuestra merced, la cual fue causa de tantas muertes y pérdida cual en el mar gran tiempo ha no se perdió, y no fue tanto el daño que la mar nos hizo como el que unos a otros nos hicimos; porque como fue de noche y aun de día el tiempo recio de las bravas ondas, y olas del tempestuoso mar tan furiosas, ningún saber había que lo remediase que las mismas naos se hacían pedazos unas con otras, y se anegaban con todos los que en ellas iban. Mas pues sé que de todo lo que en ella pasó y se vio, vuestra merced estará como he dicho, informado de muchos que lo vieron y pasaron, y quiso Dios que escaparon, y de otros a quien aquellos lo han contado: no me quiero detener en ello, sino dar cuenta de lo que nadie sino yo la puede dar, por ser yo solo el que lo vio, y el que de todos los otros juntos que allí estuvieron, ninguno mejor que yo lo vio. En lo cual me hizo Dios grandes mercedes, según vuestra merced oirá. De moro ni de mora no doy cuenta, porque encomiendo al diablo el que yo vi. Mas vi la nuestra nao hecha pedazos por muchas partes, vila a hacer por otras tantas, no viendo en ella mástil ni entena, todas las obras muertas derribadas, y el casco tan hecho cascos, y tal cual he dicho. Los capitanes y gente granada que en ella iban, saltaron en el barco y procuraron de se mejorar en otras naos, aunque en aquella sazón pocas habían que pudiesen dar favor. Quedamos los ruines en la ruin y triste nao, porque la justicia y cuaresma diz que es mas para estos que para otros. Encomendámonos a Dios, y comenzámosnos a confesar unos a otros, porque dos clérigos que en nuestra compañía iban, como se decían ser caballeros de Jesucristo, fuéronse en compañía de los otros y dejáronnos por ruines. Mas yo nunca vi ni oí tan admirable confesión; que confesarse un cuerpo antes que se muera acaecederá cosa es, mas aquella hora entre nosotros no hubo ninguno que no estuviese muerto; y muchos que cada ola que la brava mar en la mansa nao embestía, gustaban la muerte, por manera que pueden decir que estaban cien veces muertos, y así a la verdad las confesiones eran de cuerpos sin almas. A muchos dellos confesé, pero maldita la palabra me decían sino sospirar y dar tragos en seco, que es común a los turbados, y otro tanto hice yo a ellos; pues estándonos anegando en nuestra triste nao sin esperanza de ningún remedio que para evadir la muerte se nos mostrase después de llorada por mí mi muerte, y arrepentido de mis pecados y más de mi venida allí; después de haber rezado ciertas devotas oraciones que del ciego mi primero amo aprendí aprobadas para aquel menester, con el temor de la muerte vínome una mortal y grandísima sed, y considerando como se había de satisfacer con aquella salada mal sabrosa agua del mar, pareciome inhumanidad usar de poca caridad conmigo mismo, y determiné que en lo que la mala agua había de ocupar era bien engullirlo de vino excelentísimo que en la nao había, el cual en aquella hora estaba tan sin dueño como yo sin alma, y con mucha priesa comencé a beber. Y allende de la gran sed que él temor de la muerte, y la angustia della me puso, y también no ser yo de aquel oficio mal maestro, el desatino que yo tenía sin casi sabor lo que hacía, me ayudó de tal manera, que yo bebí tanto, y de tal suerte me atesté, descansando y tornando a beber, que sentí de la cabeza a los pies no quedar en mi triste cuerpo rincón ni cosa que de vino no quedase llena; y acabado de hacer esto, y la nao hecha pedazos y sumirse con todos nosotros, todo fue uno; y esto sería dos horas después de amanecido: quiso Dios que con el gran desatino que hube de me sentir del todo en el mar sin saber lo que hacía, eché mano a mi espada, que en la cinta tenía, y comencé a bajar por mi mar abajo. Aquella hora vi acudir allí gran número de pescados grandes y menores de diversas hechuras, los cuales ligeramente asiendo con sus dientes de aquellos mis compañeros despedazaban y los talaban. Lo cual viendo, temí que lo mismo harían a mí que a ellos si me detuviese con ellos en palabras, y con esto dejé el bracear que los que se anegan hacen, pensando con aquello escapar de la muerte, de más y allende que yo no sabía nadar, aunque nadé por el agua para abajo, y caminaba cuanto podía mi pesado cuerpo, y comenceme a apartar de aquella ruin conversación priesa y ruido, y muchedumbre de pescados que al traquido que la nao dio acudieron; pues yendo yo así bajando por aquel muy hondo piélago sentí, y vi venir tras mi grande furia de un crecido y grueso ejército de otros peces: y según yo pienso, venían ganosos de saber a que yo sabía; y con muy grandes silbos y estruendo se llegaron a quererme asir con sus dientes: yo que tan cercano a la muerte me vi, con la rabia de la muerte, sin saber lo que hacía, comienzo a esgrimir mi espada que en la diestra mano llevaba desnuda, que aún no la había desamparado; y quiso, Dios me sucediese de tal manera, que en un pequeño rato hice tal riza dellos dando a diestro y a siniestro, que tomaron por partido apartarse de mi algún tanto: y dándome lugar se comenzaron a ocupar en se cebar de aquéllos de su misma nación a quien yo defendiéndome había dado la muerte, lo cual yo sin mucha pena hacía, porque como estos animales tengan poca defensa, y sus cuberturas menos; en mi mano era matar cuantos quería, y a cabo de un gran rato que dellos me aparté, yéndome siempre bajando y tan derecho como si llevara mi cuerpo y pies fijados sobre alguna cosa, llegué a una gran roca que en medio del hondo mar estaba, y como me vi en ella de pies, holgueme algún tanto, y comencé a descansar del gran trabajo y fatiga pasada, la cual entonces sentí, que hasta allí con la alteración y temor de la muerte no había tenido lugar de sentir.

Y como sea común cosa a los afligidos y cansados respirar, estando sentado sobre la peña de un gran suspiro, y caro me costó porque me descuidé y abrí la boca que hasta entonces cerrada llevaba, y como había ya el vino hecho alguna evacuación, por haber más de tres horas que se había embasado, lo que del fallaba, tragué de aquella, salada y desaborida agua, la cual me dio infinita pena, rifando dentro de mí con su contrario. Entonces conocí como el vino me había conservado la vida, pues por estar lleno dél hasta la boca no tuvo, tiempo el agua de me ofender: entonces vi verdaderamente la filosofía que cerca desto había profetizado mi ciego, cuando en Escalona me dijo: que si a hombre el vino había de dar vida había de ser a mí. Entonces, tuve gran lástima de mis compañeros que en el mar perecieron, porque no me acompañaron en el beber, que si lo hicieran estuvieran allí conmigo, con los cuales yo recibiera alguna alegría. Entonces entre mí lloré todos cuantos en el mar se habían anegado, y tornaba a pensar que quizá aunque bebieran no tuvieran el tesón conveniente, porque no son todos Lázaro de Tormes, que deprendió el arte en aquella insigne escuela, y bodegones toledanos con aquellos señores de otra tierra. Pues estando así pasando por la memoria éstas y otras cosas, vi que venía do yo estaba un gran golpe de pescados, los unos que subían de lo bajo, y los otros que bajaban de lo alto, y todos se juntaron y me cercaron la peña, conocí que venían con mala intención, y con más temor que gana me levanté con mucha pena y me puse en pie para ponerme en defensa; mas en vano trabajaba, porque a esta sazón yo estaba perdido y encallado de aquella mala agua que en el cuerpo se me entró, estaba tan mareado que en mis pies no me podía tener ni alzar la espada para defenderme. Y como me vi tan cercano a la muerte, miré si vería algún remedio; pues buscallo en la defensa de mi espada no había lugar por lo que dicho tengo; y andando por la peña como pude, quiso Dios, hallé en ella una abertura pequeña y por ella me metí; y de que dentro me vi, vi que era una cueva: que en la mesma roca estaba, y aunque la entrada tenía angosta, dentro había harta anchura, y en ella no había otra puerta. Pareciome que el Señor me había traído allí para que cobrase alguna fuerza de la que en mí estaba perdida: y cobrando algún ánimo vuelvo el rostro a los enemigos, y puse a la entrada de la cueva la punta de mi espada; y asimismo comienzo con muy fieras estocadas a defender mi homenage. En este tiempo toda la muchedumbre de los pescados me cercaron, y daban muy grandes vueltas y arremetidas en el agua, y llegábanse junto a la boca de la cueva; mas, algunos que de más atrevidos presumían, procurando de me entrar, no les iba dello bien, y como yo tuviese puesta la espada lo más recio que podía con ambas manos a la puerta, se metían por ella y perdían las vidas: y otros que con furia llegaban heríanse malamente, mas no por esto levantaban el cerco. En esto sobrevino la noche y fue causa que el combate algo más se aflojó, aunque no dejaron de acometerme muchas veces por ver si me dormía, o si hallaban en mi flaqueza.

Pues estando el pobre Lázaro, en esta angustia, viéndose cercado de tantos males, en lugar tan estraño y sin remedio: considerando como mi buen conservador el vino poco a poco me iba faltando: por cuya falta la salada agua se atrevía y cada vez se iba conmigo desvergonzando, y que no era posible poderme sustentar siendo mi ser tan contrario de los que allí lo tienen, y que asimismo cada hora las fuerzas me iban más faltando, así por haber gran rato que a mi atribulado cuerpo no se había dado refección sino trabajo, como porque el agua digiere y gasta mucho. Ya no esperaba más de cuando el espada se me cayese de mis flacas y tremulentas manos, lo cual luego que mis contrarios viesen, ejecutarían en mi muy amargamente haciendo sus cuerpos sepultura; pues todas estas cosas considerando y ningún remedio habiendo, acudí a quien todo buen cristiano debe acudir, encomendándome al que da remedio a los que no le tienen, que es el misericordioso Dios nuestro Señor. Allí de nuevo comencé a gimir, y llorar mi pecados, y a pedir dellos perdón y encomendarme a él de todo mi corazón y voluntad, suplicándole me quisiese librar de aquella rabiosa muerte, prometiéndole grande enmienda en mi vivir si de dármela fuese servido. Después torné mi plegarias a la gloriosa santa María madre suya, y Señora nuestra, prometiéndole visitalla, en las sus casas de Monserrat y Guadalupe y la Peña, de Francia, después vuelvo mis ruegos a todos los santos y santas, especialmente a San Telmo y al señor San Amador que también pasó fortunas en la mar cuajada. Y hecho esto, no dejé oración de cuantas sabía que del ciego había deprendido, que no recé con mucha devoción, la del conde, la de la emparedada, la del justo juez, y otras muchas que tienen virtud contra los peligros del agua. Finalmente, el señor por virtud de su pasión, y por los ruegos de los dichos y por lo demás que ante mis ojos tenía, quiso obrar en mí un maravilloso milagro, aunque a su Poder pequeño, y fue: que estando yo así sin alma mareado y medio ahogado de mucha agua, que como he dicho me había entrado a mi pesar, y asimismo encallado y muerto de frío de la frialdad que mientras mi conservador en sus trece estuvo, nunca había sentido, trabajado y hecho pedazos mi triste cuerpo de la congoja y continua persecución, y desfallecido del no comer; a deshora sentí mudarse mi ser de hombre, quiera no me caté, cuando me vi hecho pez ni más ni menos, y de aquella propia hechura y forma que eran los que cercado me habían tenido y tenían, a los cuales, luego que en su figura fui tornado, conocí que eran atunes, entendí como entendían en buscar mi mente y decían: éste es el traidor de nuestras sabrosas y sagradas aguas enemigo: éste es nuestro adversario y de todas las naciones de pescados, que tan ejecutivamente se ha habido con nosotros desde ayer acá hiriendo y matando tantos de los nuestros, no es posible que de aquí vaya, mas venido el día tomaremos dél venganza. Así oía yo la sentencia que los señores estaban dando contra el que ya hecho atún como ellos estaba. Después que un poco estuve descansando y refrescando en el agua, tomando aliento y hallándome tan sin pena y pasión como cuando más sin ella estuve, lavando mi cuerpo de dentro y de fuera en aquella agua que al presente y donde en adelante muy dulce y sabrosa hallé, mirándome a una parte y a otra, por ver si vería en mí alguna cosa que no estuviese convertido en atún; estándome en la cueva muy a mi placer, pensé si sería bien estarme allí hasta que el día viniese, mas hube miedo me conociesen y les fuese manifiesta mi conversión; por otro cabo temía la salida por no tener confianza de mí si me entendería con ellos, y les sabría responder a lo que me interrogasen, y fuese esto causa de descubrirse mi secreto, que aunque los entendía y me veía de su hechura, tenía gran miedo de verme entre ellos. Finalmente, acordé que lo más seguro no era me hallasen allí, porque ya que me tuviesen por dellos, como no fuese hallado, Lázaro de Tormes, pensarían yo haber sido en salvalle y me pedirían cuenta dél: por lo cual me pareció que saliendo antes del día, y mezclándome con ellos, con ser tantos, por ventura no me echarían de ver, ni me hallarían estraño; y como lo pensé así lo puse por obra.




ArribaAbajoCapítulo III

Cómo Lázaro de Tormes hecho atún salió de la cueva, y cómo le tomaron las centinelas de los atunes y lo llevaron ante el general


En saliendo, señor, que salí de la roca quise luego probar la lengua, y comencé a grandes voces e decir muera, muera, aunque apenas había acabado estas palabras, cuando acudieron las centinelas que sobre el pecador de Lázaro estaban y llegados a mí me preguntan quien viva: señor, dije yo, viva el pece y los ilustrísimos atunes: ¿pues por que das voces, me dijeron, qué has visto o sentido en nuestro adversario que así nos alteras? ¿de qué capitanía eres? yo les dije, me pusiesen ante el señor de los Capitanes, y que allí sabrían lo que preguntaban. Luego el uno destos atunes mandó a diez dellos me llevasen, al general y él se quedó haciendo la guarda con más de diez mil atunes. Holgaba infinito de verme entender con ellos, y dije entre mí: el que me hizo esta gran merced ninguna hizo coja. Así caminamos y llegamos ya que amanecía al gran ejército, do había juntos tan gran número de atunes, que me pusieron espanto: como conocieron a los que me llevaban dejáronnos pasar, y llegados al aposento del general, uno de mis guías haciendo su acatamiento contó en que manera y en el lugar do me habían hallado, y que siéndome preguntado por su capitán Licio quién yo era, había respondido que me pusiesen ante el general, y por esta causa me traían ante su grandeza. El Capitán general era un atún aventajado de los otros en cuerpo y grandeza, el cual me preguntó quien era y cómo me llamaba, y en qué capitanía estaba, y qué era lo que pedía, pues pedí ser ante él traído. A esta sazón yo me hallé confuso, y ni sabía decir mi nombre, aunque había sido bien baptizado, escepto si dijera ser Lázaro de Tormes; pues decir de dónde ni de qué capitanía tampoco lo sabía por ser tan nuevamente trasformado, y no tener noticia de los mares, ni conocimiento de aquellas grandes compañías, tú de sus particulares nombres, por manera que disimulando algunas de las preguntas que el General me hizo, respondí yo y dije: señor, siendo tu grandeza tan valeroso como por todo el mar se sabe, gran poquedad me parece que un miserable hombre se defienda de tan gran valor y poderoso, ejército, y sería menoscabar mucho su estado, y el gran poder de todos los atunes; y digo, que yo soy tu súbdito y estoy a tu mando y de tu bandera, y ofrezco poner en tu poder sus armas y despojo, y si no lo hiciere que mandes hacer justicia cruel de mí; aunque por sí o por no, no me ofrecí a darle a Lázaro por no ser tomado en malatín; y este punto no fue de latín, sino de letrado mozo de ciego. Hubo desto el General placer por ofrecerme a lo que me ofrecí y no quiso saber de mí mas particularidades; mas luego respondió y dijo: verdad es que por escusar muertes de los míos está determinado tener cercado a aquel traidor y tomalle por hambre, mas si tú te atreves a entralle como dices, serte ha muy bien pagado, aunque me pesaría si por hacer tú por nuestro Señor el Rey y mí, tomases muerte en la entrada como otros han hecho, porque yo precio mucho a los mis esforzados atunes, y a los que con mayor ánimo veo, querría guardar más como buen capitán debe hacer. Señor, respondí yo, no tema su ilustrísima excelencia mi peligro que yo pienso lo efectuar sin perder gota de sangre. Pues si así es, el servicio es grande y te lo pienso bien gratificar, y pues el día se viene yo quiero ver como cumples lo que has prometido. Mandó luego o a los que tenían cargo que moviesen contra el lugar donde el enemigo estaba, y esto fue admirable cosa de ver mover un campo pujante y caudaloso, que cierto nadie lo viera a quien no pusiese espanto. El capitán me puso a su lado preguntándome la manera que pensaba tener para entralle, yo se la decía fingiendo grandes maneras y ardides, y hablando llegamos a las centinelas que algo cerca de la cueva o roca estaban. Y Alicio el capitán, el cual me había enviado al General, estaba con toda su compañía bien a punto, teniendo de todas partes cercada la cueva, más no por eso que ninguno se osase llegar a la boca della, porque el General lo había enviado a mandar por evitar el daño que Lázaro hacía, y porque al tiempo que yo fui convertido en atún quedose la espada puesta a la puerta de la cueva, de aquella manera que la tenía cuando era hombre, la cual los atunes veían temiendo que el revelado la tenia, y estaba tras la puerta. Y como llegamos, yo dije al General mandase retraer los que el sitio tenían, y que así él como todos se apartasen de la cueva: lo cual fue hecho luego. Y esto hice yo porque no viesen lo poco que había que hacer en la entrada; yo me fui solo y dando muy grandes y prestas vueltas en el agua, y lanzando por la boca grandes espadañadas della; en tanto que yo esto hacía andaba entre ellos de hocico en hocico la nueva cómo yo me había ofrecido de entrar al negocio, y oía decir él morirá como otros tan buenos y osados han hecho: dejadle que presto veremos su orgullo perdido: yo fingía que dentro había defensa, y me echaban estocadas como aquél que las había echado, y fuía el cuerpo a una y otra parte. Y como el ejército estaba desmayado no tenía lugar de ver que no había qué ver, tornaba otras veces a llegarme a la cueva, y acometella con gran ímpetu y a desviarme como antes. Y así anduve un rato fingiendo peleas sólo por encarecer la cura: después que esto hice algunas veces, algo desviado de la cueva, comienzo a dar grandes voces porque el General y ejército me oyesen, y a decir: ¿o mezquino hombre, piensas que te puedas defender del gran poder de nuestro gran Rey y Señor, y de su valeroso y gran Capitán, y de los de su pujante ejército? ¿Piensas pasar sin castigo de tu gran osadía, y de las muchas muertes que por tu causa se han hecho en nuestros amigos y deudos? Date, date a prisión al insigne y gram caudillo, por ventura habrá de ti merced. Rinde, rinde las armas que te han valido, sal del lugar fuerte do estás, que poco te ha de aprovechar, y métete en poder del que ningún poder en el gran mar lo iguala. Yo que estaba, como digo, dando estas voces todo para almohazar los oídos al mandón, como hacer se suele por ser cosa de que ellos toman gusto, llega a mí un atún, el cual me venía a llamar de parte del General, yo me vine para él, al cual y a todos los más del ejército hallé finados de risa. Y era tanto el estruendo y ronquidos que en el reír hacían, que no se oían unos a otros; como yo llegué espantado de tan gran novedad mandó el capitán General que todos callasen, y así hubo algún silencio, aunque a los más les tornaba a arrebentar la risa, y al fin con mucha pena oí al General que me dijo: compañero, si otra forma no tenéis en entrar la fuerza a nuestro enemigo que la de hasta aquí, ni tu cumplirás tu promesa, ni yo soy cuerdo en estarte esperando, y mas que solamente te he visto acometer la entrada y no has osado entrar, mas de verte poner con eficacia en persuadir a nuestro adversario lo que debe de hacer cualquiera. Y esto al parecer mío y de todos éstos, tenías bien escusado de hacer, y nos parece tiempo muy mal gastado, y palabras muy dichas a la llana, porque ni lo que pides, ni lo que has dicho en mil años lo podrás cumplir, y desto nos reímos, y es muy justa nuestra risa ver que parece que estás con él platicando como si fuese otro tú, y en esto tornaron a su gran reír. Y yo caí en mi gran necedad y dije entre mí: si Dios no me tuviese guardado para más, bien de ver es a estos necios lo poco y malo que yo sé usar de atún, y caerían en que si tengo el ser, no es natural. Con todo quise remediar mi yerro y dije: cuando hombre señor tiene gana de efectuar lo que piensa, acaécele lo que a mí. Alza el capitán y todos otra mayor risa, y díjome: luego hombres eres tú. Estuve por responder: tú dixisti. Y cabía bien, mas hube miedo que en lugar de rasgar su vestidura se rasgara mi cuerpo: y con esto me dejé las gracias para otro tiempo más conveniente. Yo viendo que a cada paso decía mi necedad, y pareciéndome que a pocos de aquellos jaques podría ser mate comenceme a reír con ellos, y sabe Dios que regañaba con muy fino miedo que aquella sazón tenía. Y díjele: gran Capitán, no es tan grande mi miedo como algunos lo hacen, que como yo tengo contienda con hombre, vase la lengua a lo que piensa el corazón, mas ya me parece que tardo en cumplir mi promesa, y en darte venganza de nuestro contrario; contando con tu licencia quiero volver a dar fin a mi hecho. Tú la tienes, me dijo. Y luego muy corrido y temeroso de tales acaecimientos me volví a la peña, pensando cómo me convenía estar más sobre el aviso en mis hablas, y llegando a la cueva, acaeciome un acaecimiento y tornándome a retraer muy de presto me junté del todo a la puerta, y tomé en la boca la que otras veces en la mano tomaba, y estuve pensando qué haría, si entraría en la cueva, o iría a dar las armas a quien las prometí. En fin pensé si entrara por ventura sería acusado de ladronicio, diciendo: habello yo comido, pues no había de ser hallado, el cual era caso feo y digno de castigo. En fin vuelvo al ejército, el cual ya movía en mi socorro, porque me había visto cobrar la espada, y aun por mostrar yo más ánimo cuando la cobré de sobre la pared que a la boca de la cueva estaba, esgremí torciendo el hocico, y a cada lado hice con ella casi como un revés. Llegando al General, humillando la cabeza ante él, teniendo como pude el espada por la empuñadura en mi boca dije: gran señor, veis aquí las armas de nuestro enemigo, que hoy no hay más que temer la entrada pues no tiene con qué defenderla. Vos lo habéis hecho como valiente atún, y seréis galardonado de tan gran servicio, y pues con tanto esfuerzo y osadía ganastes la espada y me parece os sabréis aprovechar della mejor que otro, tenedla hasta que tengamos en poder este malvado. Y luego llegaron infinitos atunes a la boca de la cueva, mas ninguno fue osado de entrar dentro porque temían no le quedase puñal, yo me prefería ser el primero de la escala, con tal que luego me siguiesen y diesen favor; y esto pedía porque, hubiese testigos de mi inocencia, mas tanto era el miedo que a Lázaro habían, que nadie quería seguirme, aunque el General prometía grandes dádivas al que conmigo se segundase. Pues estando así, díjome el gran Capitán qué me parecía que hiciese, pues ninguno me quería ser compañero en aquella peligrosa entrada. Y yo respondí: que por su servicio me atrevería a entrarla sólo si me asegurasen la puerta, que no temiesen de ser conmigo. Él dijo que así se haría, y que cuando los que allí estuviesen no osasen que él me prometía seguirme. Entonces llegó el capitán Licio, y dijo, que entraría tras mí; luego comienzo a esgremir mi espada a un cabo y a otro de la cueva, y a echar con ella muy fieras estocadas, y lánzome dentro diciendo a voces: victoria, victoria, viva el gran mar y los grandes moradores dél, y mueran los que habitan la tierra. Con estas voces, aunque mal formadas, el capitán Licio, que ya dije, me siguió y entró luego tras mí, el cual aquel día estrañamente se señaló y cobró conmigo mucho crédito en velle tan animoso y aventajado de los otros, y a mí pareciome que un testigo no suele dar fe, y no quitándome de la entrada comienzo a pedir socorro, mas por demás era mi llamar, que maldito el que se osaba aun a llegar. Y no es de tener a mucho porque en mi conciencia lo mismo hiciera yo, si pensara lo que ellos, para que es sino decir la verdad, mas entrábame como por mi casa sabiendo que un caracol dentro no estaba. Comencé a animallos diciéndoles: ¡oh poderosos, grandes atunes! ¿do está vuestro esfuerzo y osadía el día de hoy que cosas os ofrecerá en que ganéis tanta honra? vergüenza, vergüenza. Mirad que vuestros enemigos os ternán en poco siendo sabidores de vuestra poca osadía. Con éstas y otras cosas que les dije, aquel gran Capitán más con vergüenza que gana, bien espaciosa mente entró dando muy grandes voces. Paz, paz, en lo cual bien conocí que no las traía todas consigo, pues en tiempo de tanta guerra pregonaba paz; desque fue entrado mandó a los de fuera que entrasen, los cuales pienso yo que entraron con harto poco esfuerzo, mas como no vieron al pobre Lázaro, ni defensa alguna aunque hartos golpes de espada daba yo por aquellas peñas, quedaron confusos; y el General corrido de lo poco que, acorrió al socorro mío y de Licio.