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En tanto que las cosas de la Alpujarra pasaban como tenemos dicho, se juntaron hasta quinientos moros con dos capitanes, Giron de las Albuñuelas y Nacoz de Nigüeles, a tentar la guardia que el Marqués había dejado en la puente de Tablate; teniendo por cierto que si de allí la pudiesen apartar se quitaría el paso y el aparejo a las escoltas, y nuestro campo con falta de vituallas se desharía. Vinieron sobre la puente hallándola falta de gente, y la que había desapercebida acometieron con tanto denuedo, que la hicieron retirar; parte no paró hasta Granada; muchos dellos murieron sin pelear en el alcance; parte se encerraron en una iglesia, donde acabaron quemados; con que la puente quedó por los enemigos. Mas el conde de Tendilla, sabida la nueva, envió a llamar con diligencia a don Álvaro Manrique, capitán del marqués de Pliego, que con trescientos infantes y ochenta caballos de su cargo estaba alojado dos leguas de Granada. Llegó a la puente de Genil al amanecer, donde el Conde le esperaba con ochocientos infantes y ciento y veinte caballos: avisado del número de los enemigos, entregole la gente, y diole orden que peleando con ellos, desembarazado el paso, lo dejase guardado, y él con el resto della pasase a buscar al Marqués. Cumplió don Álvaro con su comisión, hallando la puente libre, y los moros idos.

En Jubiles llegó el capitán don Diego de Mendoza, enviado por el Rey la para que llevase relación de guerra, manera de cómo se gobernaba el Marqués, del estado en que las cosas se hallaban; porque los avisos eran tan diferentes, que causaban confusión en las provisiones, como no faltan personas que por pretensiones o por pasión o opinión o buen celo culpan o excusan las obras de los ministros. Partió el Marqués de Jubiles, vino a Cádiar, donde fue la muerte del capitán Herrera, de allí a Ujíjar: en el camino mandó combatir una cueva, en que se defendían encerrados cantidad de moros con sus mujeres y hijos, hasta que con fuego y humo fueron tomados. Estando en Ujíjar fue avisado que Aben Humeya, juntas todas sus fuerzas, le esperaba en el paso de Paterna, tres leguas de Ujíjar, y sin detenerse partió. Caminando le vinieron los moros de parte de Aben Humeya con nuevos partidos de paz, mas el Marqués sin respuesta los llevó consigo hasta dar con su vanguardia en la de los enemigos; y en una quebrada junto a Iñiza pelearon con harta pertinacia, por ser más de cinco mil hombres y mejor armados que en Jubiles; pero fueron rotos del todo, tomándoles el alto y acometiéndolos con la caballería don Alonso de Cárdenas, conde de la Puebla: no se siguió el alcance por ser noche. Envió el Marqués doscientos caballos, que les siguieron hasta la nieve y aspereza de la sierra, matando y captivando; y él a dos horas de noche paró en Iñiza; otro día vino a Paterna; diola a saco; no hallaron los soldados en ella menos riqueza que en Poqueira. El rencuentro de Paterna fue la postrera jornada en que Aben Humeya tuvo gente junta contra el Marqués, el cual partió sin detenerse para Andarax en seguimiento de las sobras de los enemigos, habiendo enviado delante infantería y caballería a buscallos en el llano y en la sierra que dicen el Cehel, cerca de la mar; montaña buena para ganados, caza y pesca, aunque en algunas partes falta de agua. Dicen los moros que fue patrimonio del conde Julián el traidor, y aún duran en ella y cerca memorias de su nombre: la torre, la rambla Juliana y Castil de Ferro. Llegado a Andarax, envió a su hijo don Francisco con cuatro compañías de infantería y cien caballos a Obánez, donde entendió que se recogían enemigos; mas por avisos ciertos del capitán de Adra supo que en él no había cuarenta personas, y por alguna falta de vituallas lo mandó tornar. Recogió y envió a Granada gran cantidad de captivos cristianos, a quien había dado libertad en todos los pueblos que ganó y se le rindieron: recibió los lugares que sin condición se le entregaron. Estaba Diego de la Gasca sospechoso en Adra que los vecinos de Turon, lugar de los rendidos en el Cehel, acogían moros enemigos, y queriendo él por sí saber la verdad para dar aviso al Marqués, fue con su gente; mas no hallando moros, entró de vuelta a buscar cierta casa, de donde salió uno dellos, que le dio cierta carta de aviso fingida, y al abrirla le metió un puñal por el vientre; hirió también dos soldados antes que lo matasen. Murió Gasca de las heridas, y mandó en su testamento que las ganancias que había hecho en la guerra se repartiesen entre soldados pobres, huérfanos, viudas, mujeres, hijas de soldados; era sobrino hijo de hermano de Gasca, obispo de Sigüenza, que venció en una batalla a los Pizarros y pacificó el reino del Perú.

En el mismo tiempo don Luis Fajardo, marqués de Vélez, gran señor en el reino de Murcia, solicitado, como dijimos, por cartas del presidente de Granada, había salido con sus amigos, deudos y allegados a entrar en el río de Almería: era la gente que llevaba número de dos mil infantes y trescientos caballos, la mayor parte escogidos. La primera jornada fue combatir una gruesa banda de moros que atravesaban desmandados en Illar; de allí fue sobre Filix; tomola y saqueola, enriqueciendo la gente; peleose con harto riesgo y porfía; murieron de los enemigos muchos, pero más mujeres que hombres, entre ellos su capitán, llamado Futei, natural del Cenete. Hecho esto, por falta de vituallas se recogió a los lugares del río de Almería, donde para mantener la gente y su persona vino a Cosar de Canjáyar, barranco de la Hambre lo llaman por otro nombre en su lengua, porque en él se recogieron los moros cuando el rey católico don Fernando hizo la empresa de Andarax en el primer levantamiento, donde pasaron tanta hambre, que cuasi todos murieron.

La toma de Poqueira, Jubiles y Paterna puso temor a los enemigos, porque tenían reputación de fuertes, y indignación por la pérdida que en ellos hicieron de todas sus fortunas: comenzaron a recogerse en lugares ásperos, ocupar las cumbres y riscos de las montañas, fortificando a su parecer lo que bastaba, pero no como gente plática; antes ponían todas sus esperanzas y seguridad en esparcirse, y dejando la frente al enemigo, pasar a las espaldas, más con apariencia de descabullirse que de acometer. Pareció al Marqués con estos sucesos quedar llana toda la Alpujarra; y dando la vuelta por Andarax y Cádiar, tornó a Órgiba, por estar más en comarca de la mar, río de Almería, Granada y la misma Alpujarra. Entre tanto, aunque la rebelión parecía estar en la Alpujarra en términos de sosegada, echó raíces por diversas partes: a la parte de poniente, por las Guájaras, tres lugares pequeños juntos que parten la tierra de Almuñécar de la de Val de Leclin, puestos en el valle que desciende al puerto de la Herradura, desdichado por la pérdida de veinte y tres galeras anegadas con su capitán general don Juan de Mendoza, hombre de no menos industria y ánimo que su padre don Bernardino y otros de sus pasados, que en diversos tiempos valieron en aquel ejercicio. El señor de uno de aquellos lugares, o con ánimo de tenellos pacíficos, o de roballos y captivar la gente, juntando consigo hasta doscientos soldados desmandados de la costa, forzó a los vecinos que le alojasen y contribuyesen extraordinariamente. Vista por ellos la violencia, dilatándolo hasta la noche, le acometieron de improviso, y necesitaron a retraerse en la iglesia, donde quemaron a él y a los que entraron en su compañía. No dio tiempo a los malhechores la presteza del caso para pensar en otro partido más llano que juntarse, llegando a sí, de la gente de los lugares vecinos, tres mil personas de todas edades, en que había mil y quinientos hombres23 de provecho, armados de arcabuces, ballestas, lanzas y gorguces, y parte hondas, como la ira y la posibilidad les daba; y sin tomar capitán, de común parecer ocuparon dos peñones, uno alto, de subida áspera y difícil, otro menor y más llano. Aquí pusieron su guardia y se repararon sin traveses, parte con piedra seca, parte con mantas y jalmas como rumbadas, a falta de rama y tierra. Estos dos sitios escogieron para su seguridad, juntando después consigo algunos salteadores, Giron, Marcos el Zamar, capitanes, y otros hombres a quien convidaba la fortaleza del sitio, el aparejo de la comarca y la ocasión de las presas. Fue el Marqués avisado, que andaba visitando algunos lugares de la tierra como seguro de tal novedad; y visto que el fuego se comenzaba por parte peligrosa de lugares importantes, guardados a la costa con poca gente, recelando que saltase a la sierra de Bentomiz o a la Hoya y Jarquía de Málaga, deliberó partir con cuasi dos mil infantes y doscientos caballos, avisando al Conde que de Granada le reforzase con más gente de pie y de caballo. Eran los más aventureros o concejiles: tomó el camino de las Guájaras, dejando a sus espaldas lugares como Obánez y Válor el alto, sospechosos y sobresaltados, aunque solos de gente, según los avisos. Algunos le juzgaban diciendo que pudiera enviar otra persona o a su hijo el Conde en su lugar; pero él escogió para sí la empresa con este peligro, o porque el Rey, vista la importancia del caso, no le proveyese de compañero, o por entretener la gente en la ganancia: tanto puede la ambición en los hombres, puesto que sea loable, que aun de los hijos se recatan. Sacar al Conde de Granada, que le aseguraba la ciudad a las espaldas y le proveía de gente y de vitualla, parecía consejo peligroso, y partir la empresa con otro, despojarse de las cabezas, que si muchas en número y calidad de personas, en experiencia eran pocas. Estas dudas saneó con la presteza, porque antes que los enemigos pensasen que partía, les puso las armas delante. Halláronse en toda la jornada muchas personas principales, así del reino de Granada como de la Andalucía, que en las ocasiones serán nombrados, Partió el Marqués de Andarax, y sin perder tiempo vino de Cádiar a Órgiba, y tomando vitualla a Vélez de Benabdalá, pasó el río de Motril, la infantería a las ancas de los caballos, y llegó a las Guájaras, que están en medio. Vino don Alonso Portocarrero con mil soldados, ya sano de sus heridas, y otras dos banderas de infantería, ciento y cincuenta caballos; gente hecha en Granada, que enviaba el conde de Tendilla; el conde de Santisteban con muchos deudos y amigos de su casa y vasallos suyos. Mas los enemigos, como de improviso descubrieron el campo, comenzaron a tomar el camino de los peñones, y víanse subir por la montaña con mujeres y hijos. Viendo el Marqués que se recogían a sus fuertes, envió una compañía de arcabuceros a reconocerlos y dañarlos si pudiesen; pero dende a poco le trajo un soldado mandado de capitán, que por ser los enemigos muchos y su gente poca, ni se atrevía a seguillos porque no le cargasen, ni a retirarse porque no le rompiesen: pedía para la uno y lo otro mil hombres. Enviole alguna arcabucería, y él con la gente que pudo llegar ordenada le siguió hasta las Guájaras altas por hacerle espaldas, donde alojó aquella noche con mal aparejo; pero los unos y los otros sin temor; los nuestros por la confianza de la victoria, los enemigos de la defensa.

Entre los que allí vinieron a servir fue uno don Juan de Villarroel, hijo de don García de Villarroel, adelantado que fue de Cazorla, y sobrino (según fama) de fray Francisco Jiménez, cardenal y arzobispo de Toledo, gobernador de España entre la muerte del rey católico don Fernando y el reinado del emperador don Carlos. Era a la sazón capitán de Almería y servía de comisario general en el campo; hombre de años, probado en empresas contra moros, pero de consejos sutiles y peligrosos, que había ganado gracia con hallar culpas en capitanes generales, siendo a veces escuchado, y al fin remunerado. Éste, por abrirse camino para algún nombre en aquella ocasión, gastó la noche sin sueño en persuadir al Marqués que le mandase con cincuenta soldados a reconocer el fuerte de los enemigos, diciendo que del alojamiento no se descubría el paso del peñón alto. Concurrió el Marqués, mostrando hacerlo más por permisión y licencia que mandamiento, pero amonestándole que no pasase del cerro pequeño, que estaba entre su alojamiento y la cuesta, y que no llevase consigo más de cincuenta arcabuceros; blandura que suele poner a veces a los que gobiernan en grandes y presentes peligros. Mas don Juan, pasando el cerro, comenzó a subir la cuesta sin parar, aunque fue llamado del Marqués, y a seguillo mucha gente principal y otros desmandados, o por acreditar sus personas o por codicia del robo. Pasaban ya los que subían de ochocientos, sin poderlo el Marqués estorbar; porque don Juan, viéndose acrecentado con número de gente, y concibiendo en sí mayores esperanzas, teniéndose por señor de la jornada, sin guardar la orden que se le dio ni la que se debe en hechos semejantes, desmandada la gente no con más concierto que el que daba su voluntad a cada uno, comenzó la subida con el ímpetu y priesa que suele quien va ignorante de lo que puede acontecer, más dende a poco con flojedad y cansancio. Vista por los enemigos la desorden, hicieron muestra de encubrirse con el peñón bajo, dando apariencia de escapar: pensaron los nuestros que huían, y apresuraron el paso; creció el cansancio, oíanse tiros perdidos de arcabucería, voces de hombres desordenados; víanse arremeter, parar, cruzar, mandar; movimientos según el aliento o apetito de cada uno en ochocientas personas mostrarse más capitanes que hombres, antes cada cual lo era de sí mismo; el hábito del capitán un capote, una montera, una caña en la mano. No se estaba a media cuesta cuando la gente comenzó a pedir munición de mano en mano: oyeron los enemigos la voz, peligrosa en semejantes ocasiones, y viendo la desorden, saltaron fuera con el Zamar hasta cuarenta hombres, ésos con pocas armas y menos muestra de acometer; pero convidados del aparejo, y ayudados de piedras que los del peñón echaban por la cuesta, y de alguna gente más, dieron a los nuestros una carga harto retenida, aunque bastante para que todos volviesen las espaldas con más priesa que habían subido, sin que hombre hiciese muestra de resistir ni la gente particular fuese parte para ello; antes los seguían mostrando querellos detener: fueron los moros creciendo, ejecutando y matando hasta cerca del arroyo. Murió don Juan de Villarroel desalentado, con la espada en la cinta, cuchilladas en la cabeza y las manos, según se reparaba; don Luis Ponce de León, nieto de don Luis Ponce, que herido de muerte y caído, le despeñó un su criado por salvalle, y Juan Ronquillo, veedor de las compañías de Granada, y un hijo solo del maestro de campo Hernando de Oruña, viéndole su padre y todos peleando. Fueron los muertos muchos más que los que los seguían, y algunos ahogados con el cansancio; los demás se salvaron, y entre ellos don Jerónimo de Padilla, hijo de Gutiérrez López de Padilla, que herido y peleando hasta que cayó, le sacó arrastrando por los pies un esclavo a quien él dio libertad. El Marqués, vista la desorden, y que los enemigos crecían y venían mejorados, y prolongándose por la loma de la montaña a tomarle las espaldas, encaminados a un cerro que los estaba encima, envió a don Alonso de Cárdenas con pocos arcabuceros que pudo recoger; hombres sueltos y de campo, el cual previno y aseguró el alto. Estaba el Marqués apeado con la caballería, las lanzas tendidas, guarnecido de alguna arcabucería, esperando los enemigos y recogiendo la gente que venía rota: pudo esta demostración y su autoridad refrenar la furia de los unos, detener y asegurar los otros, aunque con peligro y trabajo. Otro día al amanecer llegó la retaguardia: serían por todos cinco mil y quinientos infantes y cuatrocientos caballos; compañía bastante para mayor empresa, si se hubiera de tener cuenta con solo el número. Ordenó sólo un escuadrón, por el temor de la gente que el día de antes había recebido desgracia, guarnecido a los costados con mangas prolongadas de arcabucería. Era el peñón por dos partes sin camino, mas por la que se continuaba con la montaña había salida menos áspera: aquí mandó estar caballería y arcabucería apartada, pero cubierta, porque vistos no estorbasen la huida. Son los moros cuando se ven encerrados impetuosos y animosos para abrirse paso; mas abierto, procuran salvarse sin tomar el pecho al enemigo; y por esto, si a alguna nación se ha de abrir lugar por donde se vayan, es a ellos. Acometiolos con esta orden, y duró el combatir con pertinacia hasta la escuridad de la noche; los unos animados, los otros indignados del suceso pasado: mandó tocar a recoger, y alojó pegado con el fuerte, encomendando la guardia a los que llegaron holgados. Puso la noche a los enemigos delante de los ojos el peligro, el robo, la captividad, la muerte; trájoles el miedo confusión y discordia, como en ánimos apretados que tienen tiempo para discurrir: unos querían defenderse, otros rendirse, otros huir; al fin, salió la mayor parte de la gente forastera y monfíes con los capitanes Giron y el Zamar, sacando las mujeres y niños que pudieron, y quedó todavía número de gente de los naturales; y aunque flacamente reparada, si tuvieran esfuerzo y cabezas, con el favor de lo pasado y el aparejo del sitio, solas mujeres bastaban a defenderse. Hicieron al principio resistencia, o que el desdeño de verse desamparados o la ira los encendiese; pero apretados, enflaquecieron, y dando lugar, fueron entrados por fuerza; no se perdonó con orden del Marqués a persona ni a edad; el robo fue grande, y mayor la muerte, especialmente de mujeres: no faltó ambición que se ofreciese a solicitalla como cargo de mayor importancia. Escapó Giron; fue preso y herido de un arcabucero por el muslo el Zamar por salvar una hija suya doncella, que no podía con el trabajo del camino; y llevado a Granada, le mandó atenazar el conde de Tendilla, que hizo calificada la victoria.

Tomado el fuerte de las Guájaras, envió el Marqués el campo con el conde de Santisteban, que le esperase en Vélez de Benabdalá; y fue a visitar a Almuñécar, Salobreña, Motril, lugares a la marina; guardados contra los cosarios de Berbería, y quedó por entonces asegurada aquella tierra hasta Ronda. Puso en el oficio de don Juan de Villarroel a don Francisco de Mendoza, su hijo; nombró veedores y otros oficiales de hacienda, sin que el gobierno del campo no podía pasar. Pero no dejaron perder sus émulos aquella ocasión de calumniarle, diciendo ser él mismo quien proveía, libraba, pagaba, repartía las contribuciones, presas y depósitos, pues sus hijos y criados lo hacían; cosa que los capitanes generales suelen y deben huir. Pero la necesidad y la salida del negocio mostró haber sido más provechoso consejo para la hacienda del Rey, en lo poco que se gastó con mucha gente y en mucho tiempo. Llegado a Vélez, tornó a Órgiba; diose a recebir gente y pueblos que se venían a rendir; entregaban las armas los que habitaban por toda la Alpujarra y río de Almería, y los que en las montañas andaban alzados rendíanse a merced del Rey sin condición; traían mujeres, hijos y haciendas; comenzaban a poblar sus casas; ofrecíanse a ir con ellas a morar como y donde los enviasen; y si en la tierra los quisiesen dejar, mantener guardia para defensión y seguridad della, solamente que se les diesen las vidas y libertad; pero aun estas dos condiciones no les admitió. No por eso dejaban de venirse: dábales salvaguardia con que vivían pacíficos, aunque no del todo asegurados; y hallando el campo lleno de esclavos y cristianos que comían la vitualla, depositó quinientas moriscas en poder de sus padres, hermanos y maridos, y sobre sus palabras las recibieron en Ujíjar, y dende a poco envió con alguaciles por ellas para volvellas a sus dueños, que sin faltar persona las tornaron; cosa no vista en otro tiempo, o fuese el miedo y la obediencia, o fuese que restituían las mujeres de que hallan abundancia en toda parte, y por esto son estimadas como alhaja, y los hijos donde se los criasen, descargándose de bocas inútiles y embarazo cojijoso; y aquí hizo particulares justicias de muchos culpados.

Discurrían los soldados de veinte en veinte sin daño; dábanse a descubrir personas y ropa escondida por la montaña; combatían cuevas donde había moriscos alzados: todo era esclavos, despojos, riquezas. No eran por entonces tantas las desórdenes, que los moriscos no las pudiesen sufrir, ni tantos los autores, que no pudiesen ser castigados; pero fuéronse los unos con la ganancia, vinieron otros nuevos codiciosos que mudaban el estado de paz en desasosiego, y de obediencia en desconfianza. Viose un tiempo en el cual los enemigos (o estubiesen rendidos o sobresanados) pudieran con facilidad y poca costa ser oprimidos, y venirse al término que después se vino de castigo, de opresión o de destierro; o sacándolos a morar en Castilla, poblar la tierra de nuevos habitadores, sin pérdida de tanto tiempo, gente y dineros, sin hambre, sin enfermedad, sin violencia de vasallos. No son los hombres jueces de los pensamientos y motivos de los reyes; pero mucho puede en el ánimo de un príncipe ofendido por caso de rebelión, aunque interesada o apasionada, que le inclina a rigor y venganza; porque cualquier tiempo que se dilata, aunque sea por mayor oportunidad, le parece estorbo.

En esto la gente de Granada, libre del miedo y de la necesidad, tornó a la pasión acostumbrada: enviaban al Rey personas de su ayuntamiento; pedían nuevo general; nombraban al marqués de Vélez, engrandeciendo su valor, consejo, paciencia de trabajos, reputación: partes que, aunque concurriesen en él, la mudanza de voluntades y los mismos oficios hechos en su perjuicio dende a pocos días que entonces en su favor, mostraban no haberse movido los autores con fin de loallas porque fuesen tales. Calumniaban al de Mondéjar que permitía mucho a sus oficiales; que no se guardaban las vituallas; que los ganados, pudiendo seguir el campo, se llevaban a Granada; que no se ponía cobro en los quintos y hacienda del Rey; que teniendo presidente cabeza en los negocios de justicia, tantas personas graves y de consejo en la chancillería, un ayuntamiento de ciudad, un corregidor solícito, tantos hombres prudentes; no solamente no les comunicaba las ocasiones en general, pero de los sucesos no les daba parte por escrito ni de palabra; antes indignado por competencias de jurisdicciones, preeminencias de asientos o maneras de mandar, sabían de otros antes la causa porque se les mandaba, que recibiesen el mandamiento Loaban la diligencia del Presidente en descubrir los tratados, los consejos, los pensamientos de los enemigos; entretener la gente de la ciudad, exhortar a los señores del reino que tomasen las armas, en particular al marqués de Vélez, y otras demostraciones que, atribuidas al servicio del Rey, eran juzgadas por honestas, y a su particular por tolerables: empresas de reputación y autoridad, no desdeñando ni ofendiéndola; y que, en fin, como quiera, eran de suyo provechosas al beneficio público: que la guerra no estaba acabada, pues los enemigos aún quedaban en pie; que las armas entregadas eran inútiles y viejas; mostrábanse indignados y rebeldes, resolutos a no mandarse por el Marqués. Los alcaldes (oficio usado a seguir el rigor de la justicia, y aun el de la venganza, porque cualquiera dilación o estorbo tienen por desacato) culpaban la tibieza en el castigar, recebir a merced y amparar gente traidora a Dios y al Rey; las armas en mano de padre y hijo, oprimida la justicia y el gobierno, llena Granada de moros, mal defendida de cristianos, muchos soldados y pocos hombres, peligros de enemigos y defensores, deshaciendo por un cabo la guerra y criándola por otro. Por el contrario, los amigos y allegados del Marqués a su casa decían que la guerra era libre, y los oficiales y soldados concejiles, y esos sin sueldo, movidos de su casa por la ganancia; los ganados habidos de los enemigos, que por todos se hallaría que la carne y el trigo y cebada se aprovechaba de día en día; que mal se podían fundar presidios para guardia de vitualla con tan poca gente, ni asegurar las espaldas ,sino andando tan pegados con los enemigos, que les mostrasen cada hora las cuerdas de los arcabuces y los hierros de las picas; que los quintos tenían oficiales del Rey en quien se depositaban y pasaban por almonedas; que los oficios eran tan apartados, y los consejos de la guerra requerían tanto secreto, que fuera dellas, no se acostumbraba comunicarlos con personas de otra profesión, aunque más autoridad tuviesen; porque corno plática extraña de sus oficios, no sabían en qué lugar se debía poner el secreto; que tras el publicar venía el yerro, y tras el yerro el castigo; y que como el Presidente y oidores o alcaldes no le comunicaban los secretos de su acuerdo, así él no comunicaba con ellos los de la guerra, ni se vían, ni había causas porque hubiese esta desigualdad, o fuese autoridad o superioridad. De lo que tocaba al corregidor y la ciudad burlaban, como cosa de concejo y mezcla de hombres desigual. Que los que eran para entender la guerra, andaban en ella, y servían ellos o sus hijos al Rey y obedecían al Marqués, sin pasión24; que los cumplimientos eran parte de buena crianza, y cada uno, si quería ser malquisto, podía ser mal criado. Que trayendo tan a la continua la lanza en la mano, mal podía desembarazalla para la pluma. Que la guerra era acabada según las muestras, y el castigo se guardaría para la voluntad del Rey, y entonces ternían su lugar la mano y la indignación de las justicias; y si decían que sobresanada, porque estaban los enemigos en pie y armados, lo sobresanado o acabado, lo armado y desarmado es todo un, cuando los enemigos o se rinden o están de manera que pueden ser oprimidos sin resistencia, como lo estaban a la sazón los del reino y la ciudad de Granada. Que de aquello servía la gente en el Albaicín y la Vega, la cual, como entretenida con alojamientos y sin pagas, no podía sin dar pesadumbre y desordenarse; ni como poco plática, saber la guerra tan de molde que no se les pareciese que eran nuevos. Pero la carga de lo uno y de lo otro estaba sobre los enemigos, a quien ellos decían que se había de dar riguroso castigo, lo cual, aunque se difería, no se olvidaba; que espantallos sin tiempo era perder el fin y las comodidades que se podían sacar dellos; que las personas, cuando eran tales, siempre serían provechosas, especialmente las que sirviesen a su costa, como la del marqués de Vélez, probada para cualquier gran cargo que estuviese sin dueño.

Mas el Marqués, hombre de estrecha y rigurosa disciplina, criado al favor de su abuelo y padre en gran oficio, sin igual ni contradictor, impaciente de tomar compañía, comunicaba sus consejos consigo mismo, y algunos con las personas que tenía cabe sí, pláticas en la guerra; que eran pocas; de las apariencias, aunque eran comunes a todos, a ninguno daba parte; antes ocasión a algunos, especialmente a mozos y vanos, de mostrarse quejosos. Tomó la empresa sin dineros, sin munición, sin vitualla, con poca gente, y esa concejil, mal pagada, y por esto no bien disciplinada, mantenida del robo, y a trueco de alcanzar, o conservar éste, mucha libertad, poca vergüenza y menos honra; excepto los particulares que a su costa venían de toda España a servir al Rey, y eran los primeros a poner las manos en los enemigos. Tuvo siempre por principal fin pegarse con ellos; no dejar que se afirmasen en lugar ni juntasen cuerpo; acometellos, apretallos, seguillos; no dalles ocasión a que le siguiesen, ni mostrarles las espaldas aunque fuese para su provecho; recebir los que dellos viniesen a rendirse; disminuillos y desarmallos, y a la fin oprimillos; para que poniéndoles guarniciones con un pequeño ejército, pudiese el Rey castigar los culpados, desterrar los sospechosos, deshabitar el reino, si le pluguiese pasar los moradores a otra parte: todo con seguridad y sin costa, antes a la dellos mismos. Hizo muchas veces al Rey cierto del término en que las cosas se hallaban; y aunque guiando ejércitos no hubiese venido otras veces a las manos con los enemigos, todavía con la plática que tenía de la manera del guerrear destos, aprendida de padres y abuelos y otros de su linaje, que tuvieron continuas guerras con los moros, los trajo a tal estado y en tan breve tiempo como el de un mes; no embargante que muchas veces se le escribiese que procediese con ellos atentamente. Puesta la guerra en estos términos, túvola por acabada, facilitando lo que estaba por hacer; con que se hizo más odioso, pareciendo a hombres ausentes cuerdos y de experiencia, que había de retoñecer con mayor fuerza, como el tiempo diese lugar y las esperanzas de Berbería se calentasen, y los castigos y reformaciones comenzasen a ejecutarse; y tuvieron por largo el negocio, por ser de montaña, contra gente suelta y plática della, y otras causas que por nuestra parte se les habían de dar.

En este mismo tiempo comenzó a descubrirse la guerra en el río de Almería, con la ida del marqués de Mondéjar a las Guájaras y tierra de Almuñécar. Obánez es un lugar puesto entre dos ríos en los confines de la Alpujarra, marquesado de Cenete y tierra de Almería: aquí se recogieron moros que andaban huidos en la montaña (sobras de los rencuentros pasados), convidados de la fortaleza del sitio, y persuadidos por el Tahalí, a quien tomaron por capitán. Pusieron mil hombres a la guardia del lugar donde habían encerrado sus hijos, mujeres, y haciendas; sin otro mayor número que defendían la tierra, todos determinados a pelear.

Estaba el marqués de Vélez en el río de Almería entretenido con parte de la gente del reino de Murcia, y la demás era vuelta, como es costumbre, rica de la ganancia; esperaba orden del Rey si tornaría a la tierra de Cartagena, que confina con el reino de Granada por el río de Mojácar, que los antiguos llamaban Murgis; ampararía la tierra del Rey y la suya vecina a la mar; defendería que los moros del reino de Granada no pasasen por aquella parte a desasosegar los del reino de Valencia, recelado y cuasi cierto peligro en la primera ocasión de pérdida nuestra importante; y convenía (ocupado el marqués de Mondéjar en las Guájaras) atajar el fuego a las espaldas. No había en pie otras armas tan cerca como éstas, solicitadas por el presidente de Granada, mas después con aprobación del Rey.

Los que igualmente juzgaban lo bueno que lo malo, atribuían a pasión esta diligencia, por excluir o dar compañero al marqués de Mondéjar; pero las personas libres, a buena provisión y en conveniente coyuntura. Moviose el marqués de Vélez con tres mil infantes y trescientos caballos contra los enemigos, que le esperaban a la subida de la montaña en un paso áspero y dificultoso; combatiolos y rompiolos no sin dificultad; donde se mostró por su persona buen caballero. Mas los enemigos, recogiéndose a Obánez, estuvieron a la defensa. Acometiolos con pocas armas, y rompiolos segunda vez; murieron cuasi dos cientos hombres, con Tahalí, su capitán, y en la entrada muchas mujeres; de los nuestros algunos: salváronse de los moros, por las espaldas del lugar, la mayor parte que estaba a la defensa, sin ser seguidos; y pudieran, si algún capitán plático los gobernara, hacer daño a los nuestros, embebecidos y cargados con el saco. Fue grande la importancia del hecho por la ocasión. A las gradas de la iglesia halló el Marqués cortadas veinte cabezas de doncellas, los cabellos tendidos, puestas por orden, que los de aquella tierra, cuando el río de Almería se rebeló, en una junta que tuvieron en Güécija prometieron sacrificar juntamente con veinte sacerdotes adoradores de los ídolos (que tal nombre dan a las imágenes), porque Dios y su profeta los ayudase. Poco antes que el Marqués entrase habían degollado las doncellas; los sacerdotes hicieron mayor defensa; más con quemar veinte frailes abogados en aceite hirviendo pagaron el voto en la misma Güécija: cruel y abominable religión, aplacar a Dios con vida y sangre inocente; pero usada dende los tiempos antiguos en África, traída de Tiro, introducida en la ciudad de Cartago por Dido, su fundadora; tan guardada hasta nuestros tiempos entre los moradores de aquella región, que es fama que en la gran empresa que el emperador don Carlos, vencedor de muchas gentes, hizo contra Barbaroja, tirano de Túnez, sacrificaron los moros del cabo de Cartago cinco niños cristianos al tiempo que descubrieron nuestra armada, a reverencia de cinco lugares que tienen en el Alcorán, donde se inclinan porque Dios los ampare y defienda en los peligros. El Marqués, habido este suceso en su favor, se recogió con la gente que con él quiso quedar en Terque, lugar del río de Almería, corriendo por la tierra.

Las cosas de Granada estaban en el estado que tengo dicho. El Rey había enviado a don Antonio de Luna, hijo de don Álvaro de Luna, y a don Juan de Mendoza, hombres de gran linaje, pláticos en la guerra, que habían tenido cargos y dado buena cuenta dellos, para que asistiesen con el conde de Tendilla como consejeros, estando a la orden que él les diese en ausencia del Marqués su padre, avisando al Conde de la provisión con palabras blandas y comedidas, para que con ellos pudiese descargar parte del trabajo. Puso el Conde a don Juan dentro en la ciudad con la infantería, cuyas armas había profesado, y a don Antonio a la guarda de la Vega con doscientos caballos y parte también de la infantería.

Llegado el marqués de Mondéjar a Órgiba continuando su propósito, ocupose en recibir pueblos y gente, que sin condición venían a rendirse con las armas, y en perseguir las sobras del campo de Aben Humeya, su persona, parientes y allegados, que eran muchos, y con él andaban huidos, por las montañas. Estaba aún Válor el alto por rendirse, pero sosegado; adonde tuvo aviso que Aben Humeya se recogía con treinta hombres en las casas de su padre, y en Mecina su tío Aben Jahar envió dos compañías de infantería, que no los hallando, se tornaron con haber saqueado a Válor y Mecina; mas a los de Mecina, que estaban con salvaguardia, mandó volver la ropa y captivos dende a poco. Fue también avisado que en el mismo lugar se escondía Aben Humeya con ocho personas, y envió dos escuadras con sendos adalides pláticos de la tierra con orden que vivo o muerto le hubiesen a las manos. Llaman adalides en lengua castellana a las guías y cabezas de gente del campo, que entran a correr tierra de enemigos, y a la gente llamaban almogávares: antiguamente fue calificado el cargo de adalides; elegíanlos sus almogávares; saludábanlos por su nombre, levantándolos en alto de pies en un escudo; por el rastro conocen las pisadas de cualquiera fiera o persona, y con tanta presteza, que no se detienen a conjeturar, resolviendo por señales, a juicio de quien los mira livianas, mas al suyo tan ciertas, que cuando han encontrado con lo que buscan, parece maravilla o envahimiento. No hallaron en Válor el alto rastro de Aben Humeya, pero en el bajo oyeron chasquido de jugar a la ballesta, músicas, canto y regocijo de tanta gente, que no la osando acometer, se tornaron a dar aviso. Envió dos capitanes, Antonio de Ávila y Álvaro Flores, con trescientos arcabuceros escogidos entre la gente que a la sazón había quedado, que era poca, porque con la ganancia de los Guájaras, y con tener por acabada la guerra, se habían ido a sus casas; hombres levantados sin pagas, sin el son de la caja, concejiles que tienen el robo por sueldo, y la codicia por superior. Fueron con estos trescientos otros más de quinientos aventureros y mochileros a hurto, sin que guarda o diligencia pudiese estorballo. Llevaron los capitanes orden de palabra, que tomasen y atajasen los caminos, cercasen el lugar, y sin que la gente entrase dentro, llamasen los regidores y principales; requiriésenlos que entregasen a Aben Humeya, que se llamaba rey; y en caso que se excusasen, con personas deputadas por ellos mismos y por los capitanes lo buscasen por las casas, y no pareciendo, trajesen los regidores presos ante el Marqués, sin hacer otro daño en el lugar. Partieron con esta resolución, y antes que llegasen a Válor, donde se descubre la punta de Castil de Ferro los alcanzó Ampuero, capitán de campaña, y les dio la misma orden por escrito, añadiendo que si gente de salvaguardia o de Válor el alto la hallasen el bajo, la dejasen estar. Mas Antonio de Ávila, que ya traía consigo la mala fortuna, dicen que respondió «que si en algo se excediese de la orden, todo sería dar la culpa a los soldados». Llegando a Válor, tomaron los caminos, cercaron el lugar, salieron los principales a ofrecer favor, diligencia, vituallas; mas los que vinieron al cuartel de Antonio de Ávila fueron muertos sin ser oídos. Alterose el lugar, entraron los soldados matando y saqueando; juntáronseles los de Álvaro Flores, que para esto eran todos en uno; murieron algunos moriscos que no pudieron defenderse ni huir; fue robada la tierra, y los soldados recogieron el robo en la iglesia, diciendo los capitanes que su orden era llevar los moriscos presos, y no podían de otra manera cumplir con ella. Mas los moriscos, visto el daño, hicieron ahumadas a los suyos que andaban por la montaña y a los que cerca estaban escondidos; los nuestros al nacer del día, partiendo la presa, en que había ochocientos captivos y mucha ropa, las bestias y ellos cargados, tomaron el camino de Órgiba, los embarazos y presos en medio. Partida la vanguardia, mostrose a la retaguardia Abenzaba, capitán de Aben Humeya en aquel partido, con trescientos hombres como de paz; requeríalos con la salvaguardia, que dejando las personas captivas llevasen el resto, mas viendo cuán poco les aprovechaba, comenzaron a picallos y desordenallos, hasta que a la cubierta de un viso dieron en la emboscada de doscientos hombres, y volviéndose a las mujeres, les dijeron: «Damas, no vais con tan ruin gente.» Juntamente con estas palabras, el Partal, hombre cuerdo y valiente, uno de cinco hermanos, todos deste nombre, que vivían en Narila, acometió la retaguardia por el costado; mas los soldados por no desamparar la presa hicieron poca resistencia; la vanguardia caminaba cuando podía, sin hacer alto ni descargarse de la presa, y todos iban ya ahilados; los delanteros por llegar a Órgiba, los postreros por juntarse con los delanteros; en fin, del todo puestos en rota sin osar defenderse ni huir, muertos los capitanes y oficiales, rendidos los soldados y degollados, con la presa a cuestas o en los brazos: salváronse entre todos como cuarenta; los demás fueron muertos, sin recebir a prisión, ni perder, los enemigos hombre, de quinientos que se juntaron. Como sucedió e1 caso, enviaron a excusarse con el Marqués, cargando la culpa a los capitanes y ofreciendo estar a justicia. Mas él, entendida la desgracia, puso en Órgiba mayor guarda, repartió los cuarteles a la caballería, como quien esperaba los enemigos. Llegó el mismo día el aviso a Granada, y el conde de Tendilla despachó a don Antonio de Luna con mil infantes y cien caballos, y orden que llegado a Lanjarón, hasta donde era el peligro, dejando la gente en lugar seguro y el gobierno al sargento mayor, tornase a Granada. Llegaron a Órgiba dentro del tercero día que el caso aconteció; reforzó las guardias en el Alhambra, en la ciudad y la Vega, porque los moriscos, favorecidos con este suceso, no intentasen novedad.

Había escrito el Rey al Marqués que temporizase con los enemigos, no se poniendo en ocasión de peligro; temeroso de nuestra gente, por ser toda número25, excepto los particulares. Representábansele los inconvenientes que en una desgracia puede suceder; acabarse de levantar el reino, venir los de Berbería en ocasión que las armas del Gran Turco se comenzaban a mostrar en Levante; incierto donde pararía tan gran armada aunque se veía que amenazase a Cipro. Parecíanle las fuerzas del Marqués pocas para mantener lo de dentro y fuera de Granada; tenía lo pasado más por correrías, escaramuzas y progresos de gente desarmada que por guerra cumplida. El General calumniado en la ciudad que le tenía de hacer espaldas, de donde había de salir el nervio de la guerra; la voluntad de algunas ciudades y señores en Andalucía no muy conformes con la suya, los soldados descontentos, y no faltaban pretensiones de personas que andaban cerca de los príncipes, o a las orejas de quien anda cerca dellos. Pareció por entonces consejo de necesidad suspender las armas, y tanto más cuando llegó la nueva de la desgracia acontecida en Válor. Escribiose al Marqués resolutamente que no hiciese movimiento; y porque la autoridad que tenía en aquella tierra era grande, y la costumbre de mandar muy arraigada de padre y abuelo, y parecía que en reino extendido y tierra doblada no podía dar cobro a tantas partes como la experiencia lo mostraba, porque estando en Órgiba, se levantaron las Guájaras, y yendo a las Guájaras, Obánez acordó dividir la empresa, dando al marqués de Vélez cargo de los ríos de Almería y Almanzora, tierra de Baza y Guadix, y al de Mondéjar el resto del reino de Granada; enviar a ella por superior de todo a su hermano don Juan de Austria, por ventura resoluto a descomponer al uno y al otro, y cierto de que ninguno dellos se ternía por agraviado, pues con la autoridad y nombre de su hermano cesaban todos los oficios, los pueblos se mandarían con mayor facilidad, contribuirían todos más contentos, servirían más listos teniendo cerca del Rey a su hermano por testigo, los soldados un general que los gratificase y adelantase, la elección daría mayor sonido entre naciones apartadas, suspendería los ánimos de los bárbaros, quitaríales la avilanteza de armar, imposibilitaríalos de hacer el socorro formado como empresa difícil y sin efecto; ocuparía a don Juan en hechos de tierra, como lo estaba en los de mar; haríale plático en lo uno y en lo otro: mozo despierto, deseoso de emplear y acreditar su persona, a quien despertaba la gloria del padre y la virtud del hermano. Decíase también que en esta empresa el Rey deseaba ver el ánimo del marqués de Mondéjar, inclinado a mayores demostraciones de rigor, por la venganza del desacato divino y humano por la rebelión, por el ejemplo de otros pueblos. Encendían esta opinión relaciones y pareceres de personas que cualquiera cosa donde no ponen las manos les parece fácil, sin medir tiempo, ni posibilidad, presente o porvenir, y de otras apasionadas; no sin artificio y entendimiento de unas con otras. Mas los príncipes toman lo que les conviene de las relaciones, dejando la pasión para su dueño.

Estando las cosas en tales términos, con el suceso de Válor tomaron los enemigos ánimo para descubrirse, y Aben Humeya entró con mayor autoridad y diligencia en el gobierno, no como cabeza de pueblos rogados o gente esparcida sin orden, sino como rey y señor. Siguió nuestra orden de guerra, repartió la gente por escuadras, juntola en compañías, nombró capitanes, mandó que aquéllos y no otros arbolasen banderas, púsolos debajo de coroneles, y cada partido que estuviese al gobierno de uno que dicen alcaide (tahas llaman ellos a los partidos, de tahar, que en su lenguaje quiere decir sujetarse): este mandaba lo de la guerra, nombre entre ellos usado dende tiempos antiguos, y puesto por nosotros a los que tienen fortalezas en guarda. Para seguridad de su persona pagó arcabucería de guardia, que fue creciendo hasta cuatrocientos hombres; levantó un estandarte bermejo, que mostraba el lugar de la persona del Rey, a manera de guión.

Del principio desta ceremonia en los reyes de Granada, olvidada por haber pasado el reino a los de Castilla, diremos ahora. Muerto Abenhut, que tenía a Almería por cabeza del reino, tomaron (como dijimos).por rey en Granada a Mahamet Alhamar, que quiere decir el Bermejo. Cuando el santo rey don Fernando el Tercero vino sobre Sevilla, hallose con mucha caballería este Mahamet a servir en aquella empresa, por haberle ayudado el rey don Fernando a tomar el reino; pareciole autoridad el uso de guión, agradecimiento y honra poner en él la color y banda que traen los reyes de Castilla. Armole caballero el Rey el día que entró en Sevilla; diole el estandarte por armas para él y los que fuesen reyes en Granada; la banda de oro en campo rojo con dos cabezas de sierpes a los cabos, según la traen en su guión los reyes de Castilla; añadió él las letras azules que dicen. «No hay otro vencedor sino Dios;» por timbre tomó dos leones coronados que sobre las cabezas sostienen el escudo; traen el timbre debajo de las armas, como nosotros encima, porque así escriben y muestran los sitios, y cuentan las partes del cielo y la tierra, al contrario de nosotros. Mas las armas antiguas de los reyes de la Andalucía eran una llave azul en campo de plata, fundándose en ciertas palabras del Alcorán, y dando a entender que con la destreza y el hierro abrieron por Gibraltar la puerta a la conquista de poniente, y de allí llaman a Gibraltar por otro nombre el monte de la Llave. Hoy duran sobre la principal puerta de la Alhambra estas armas, con letras que declaran la causa y el autor del castillo. Hacía con los suyos Aben Humeya su residencia en los lugares de Válor y Poqueira y en los que están en lo áspero de la Alpujarra; comiendo la vitualla que tenían encerrada y la que hallaban sin dueño, con mayor abundancia y a más bajos precios que nosotros. Las rentas que para mantenimiento del reino le señalaron fueron el diezmo de los frutos y el quinto de las presas, y más lo que tiránicamente quitaba a sus súbditos. De esta manera se detuvieron, el marqués de Mondéjar rehaciéndose de gente en Órgiba, incierto en qué pararía la suspensión del Rey, y Aben Humeya gozando del tiempo, cobrando fuerzas, esperando el socorro de Berbería para mantener la guerra, o navíos en que pasarse y desamparar la tierra.

Estando los armas en este silencio, porque el bullicio no cesase en alguna parte, sucedió en Granada un caso, aunque liviano, que por ser en ocasión y no pensado escandalizó. Había en la cárcel de la chancillería hasta ciento y cincuenta moriscos, presos, parte por seguridad (que eran escandalosos.), parte por delitos o sospecha dellos; todos como los mas ricos y acreditados en la ciudad, así de los más inhábiles para las armas; gente dada a trato y regalo. Contra estos se levantó voz a media noche, estando los hombres en sosiego, que procuraban quebrantar las prisiones, matar las guardias, salir de las cárceles, y juntos con los moros de la Vega y Alpujarra, levantar el Albaicín, degollar los cristianos, escalar el Alhambra y apoderarse de Granada: empresa difícil para sueltos y muchos y experimentados, aunque con menos recatamiento se estuviera. Mas no dejó de tener este movimiento algunas causas; porque hubo información que lo trataban, y deposiciones de testigos, que en ánimos sospechosos lo imposible hacen parecer fácil. Acrecentaron la sospecha algunas escalas, aunque de esparto, anchas y fuertes, fabricadas para escalar muralla, que el Conde halló en cueva al cerro de Santa Elena; pertrecho que los moros guardaban para entrar en el Alhambra la noche que vinieron al Albaicín, como está dicho. Alborotado el pueblo, corrió a las cárceles con autoridad de justicia, acriminando los ministros el caso y acrecentando la indignación; mataron cuasi todos los moriscos presos, puesto que algunos hiciesen defensa con las armas que hallaban a mano, como piedras, vasos, madera, poniendo tiempo entre la ira del pueblo y su muerte. Había en ellos culpados en pláticas y demostraciones, y todos en deseo; gente flaca, liviana, inhábil para todo, sino para dar ocasión a su desventura.

No dejaban los moros en todo tiempo de procurar algún lugar de nombre en la costa para dar reputación a su empresa, y acoger armada de Berbería; pero su principal intento se encaminaba a tomar a Almería, ciudad asentada en sitio más a propósito que Málaga, y después della la más importante; habitada de moriscos y cristianos viejos, cerca de los puertos de cabo de Gata, y de abundancia de carne, pan, aceite, frutas; puesta a la entrada de muchos valles, que unos llevan a la parte del maestral a Granada, y otros a la del griego al río de Almanzora y tierra de Baza; al levante la de Cartagena, y al poniente Almuñécar y Vélez Málaga. En tiempo de romanos y godos fue, como ahora, cabeza de provincia llamada Virgi, y en el de los moros, de reino, después que fueron echados de Córdoba. Pobláronla los de Tiro que vinieron a Cádiz, poco apartada de la mar; los moros por la comodidad del agua, pasaron la población adonde ahora está. Destruyola el emperador de España don Alonso el Séptimo, trayendo a sueldo el conde de Barcelona con sesenta galeras y ciento y sesenta y tres26 navíos de, genoveses, con Balduino y Ansaldo de Oria, generales de la armada, a quien el Rey dio, por cuenta de sus sueldos, el vaso verde que hoy muestran en San Juan, y dicen ser esmeralda, y puédese creer sin maravilla, vista la grandeza de las que comienzan a venir del Nuevo Mundo y la que refieren algunos antigos escriptores. Esto tratan nuestras historias, aunque las de genoveses refieren haberle tomado en la conquista de Cesárea en Asia, siendo su capitán Guillelmo, que llamaban Cabeza de Martillo: quede la fe desto al arbitrio de los que leen. Tornó a restaurar la ciudad Abenhut. Cerca del nombre, aprendí de los moros naturales, que por la fábrica de espejos, de que había gran trato, la llamaron Almería, tierra de espejos quiere decir, porque al espejo llaman meri. Dicen los moros valencianos que por espejo del reino le pusieron este nombre. Las historias arábigas, que en gran parte son fabulosas, cuentan que en lo más alto había un espejo semejante al que se finge de la Coruña, en que se descubrían las armadas. La memoria de los antigos antes de los moros es que había atalaya, a que los latinos llamaban specula, como en la misma Coruña, para encaminar y mostrar los navíos que venían a la costa, y de allí le dieron el nombre. Pero el autor que yo sigo, y entre los arábigos tiene más crédito, dice que cuando, los moros, ganada España, se quisieron volver a sus casas, para detenellos les dieron a poblar a cada uno la tierra que más parecía a la suya; y a estas provincias llamaron Coras, que quiere decir tanto como la redondez de la tierra que descubre la vista: horizonte la podrían llamar los curiosos de vocablos. Los de Almería27, ciudad populosa en la provincia de Frigia, donde fue cabeza la gran Troya, escogieron a Virgi por habitación, porque les pareció semejante a su ciudad, y le dieron su nombre, como dijimos que los de Damasco dieron el suyo a Granada. Fue Almería la de Asia destruida por el emperador Constancio, en tiempo de Mauhía IV, sucesor de Mahoma. Pues viendo el Rey que los moros insistían tanto en la empresa de Almería, y si la ocupasen sería tener la puerta del reino y fundar a ella nombre y cabeza, según la tuvieron en otros tiempos, aunque por don García de Villarroel se guardase con bastante diligencia, quiso guardarla con más autoridad. Mandó que por entonces tuviese el cargo con mayor número de gente don Francisco de Córdoba, que vivía retirado en su casa; hombre plático en la guerra contra los moros, y que había seguido al Emperador en algunas; criado debajo del amaestramiento de dos grandes capitanes, uno don Martín de Córdoba, su padre, conde de Alcaudete; otro don Bernardino de Mendoza, su tío. Estando en Almería don Francisco, llegó Gil de Andrada con las galeras de su cargo y otras con que guardaba la costa, y teniendo ambos aviso que en la sierra de Gador se recogía gran número de moros con sus mujeres hijos (sobras de gente corrida28 por los marqueses de Mondéjar y Vélez), acompañados de treinta turcos, temiendo que juntos con otros le desasosegasen a Almería, juntó gente de la tierra de la guardia della, y de las galeras hasta setecientos arcabuceros y cuarenta caballos. Fue sobre ellos, que estaban fuertes, y a su pensar defendidos con algún reparo de manos y aspereza del lugar: a la tierra llaman Alcudia, y al pueblo Inox, pocas leguas de Almería. Estuvo detenido cuasi cuatro días (por ser malo el tiempo en fin de enero) al pie de la montaña y cuasi desconfiado de la empresa; resolviose a combatillos por dos partes, aunque era difícil la subida; hicieron la defensa que pudieron con piedras y gorgues, porque en tanto número como mil y quinientos hombres, había solos cuarenta arcabuceros y ballesteros: fueron rotos; murieron muchos y con más pertinacia que los de otras partes, porque hasta las mujeres meneaban las armas29; hubo captivos cuasi dos mil personas; salieronse los moros, y entre ellos el capitán llamado Corcuz de Dalias, para caer después en las manos de los nuestros cerca de Vera, y morir en Adra sacados los ojos, con un cencerro al cuello, entregado a los muchachos, por los daños que siendo cosario había hecho en aquella costa. Tornó don Francisco la gente a Almería rica y contenta; dividió la presa entre los soldados; proveyó de esclavos las galeras; mas dende a pocos días, entendiendo como el marqués de Vélez venía por general de toda aquella provincia, y pareciéndole que bastaba para la ciudad un solo defensor, pidió licencia, y habida del Rey, tornó a su casa.

Crecía la libertad por todo y la permisión de los ministros, unos mostrando contentarse, otros no castigando; hombres a quien las desórdenes de nuestros soldados parecían venganzas, otros a quien no pesaba que creciesen éstas y se diese ocasión a que el resto de los moriscos que estaba pacífico tomase las armas. Juntábanseles los ministros de justicia, pertinaces de su opinión, impacientes de esperar tiempo para el castigo, poco pláticos de temporizar hasta la ocasión; el interese de los que desean acrecentar los inconvenientes, la avaricia de los soldados, y por ventura la indignación del Príncipe, la voz del pueblo, y quién sabe si la de Dios, para que el castigo fuese general, como había sido la ofensa.

Estaba por revelar la vega de Granada, de donde y de la tierra a la redonda cada día se pasaba gente y lugares enteros a los enemigos, excusándose con que no podía sufrir los robos de personas y haciendas, las fuerzas de hijas y mujeres, los captiverios, las muertes. Estaba sosegada la serranía y el habaral de Ronda, la hoya y jarquía de Málaga, la sierra de Bentomiz, el río de Boloduí, la hoya y tierra de Baza, Güéscar, el río de Almanzora, la sierra de Filabres, el Albaicín y barrios de Granada poblados de moriscos. Había levantados algunos lugares en tierra de Almuñécar, el Val de Leclin, el Alpujarra, tierra de Guadix, marquesado de Cenete, río de Almería, que en esto se encierra todo el reino de Granada poblado de moriscos. Mas Aben Humeya no perdía ocasión de solicitallos por medio de personas que tenían entre ellos autoridad, o deudos de las mujeres con quien se había casado: usaba de blandura general; quería ser tenido por cabeza, y no por rey; la crueldad, la codicia cubierta engañó a muchos en los principios, pero no a su tío Aben Jauhar, que, dejando parte del dinero y riquezas en poder del sobrino, llevando lo mejor consigo, resoluto de huir a Berbería, mostró ir a solicitar el levantamiento de la sierra de Bentomiz: vino a Pórtugos, donde murió de dolor de la ijada, viejo, descontento y arrepentido. Mostró Aben Humeya descontentamiento, más por haberle la enfermedad quitado el cuchillo de las manos que por la falta del tío; tomole los dineros y hacienda con ocasión de entregarse de mucha que había entrado en su poder de diezmos y quintos. Tal fue la fin de don Fernando el Zaguer Aben Jauhar, cabeza del levantamiento en la Alpujarra, inventor del nombre de rey entre los moros de Granada, poderoso para hacer señor a quien le quitó la hacienda y fue causa de su muerte; tal el desagradecimiento de Aben Humeya contra su sangre, que le había dado señorío y título de rey, pudiéndolo tomar para sí. Mas así a los príncipes verdaderos como a los tiranos son agradables los servicios en cuanto parece que se pueden pagar; pero cuando pasan muy adelante, dase aborrecimiento en lugar de merced.

Acabó de resolverse el Rey en la venida de su hermano a Granada para emplealle en empresa que, puesto que de suyo fuese menuda, era de muchos cabos peligrosa, por la vecindad de Berbería, y queriéndose llevar por violencia, larga; por ser guerra de montaña, en ocasión que el rey de Argel estaba armado y la armada del Gran Turco junta contra venecianos. Hizo dos provisiones: una en don Luis de Requesenes que estaba por embajador en Roma, teniente de don Juan de Austria en la mar, para que con las galeras de su cargo que había en Italia, y trayendo las banderas del reino, de que don Pedro de Padilla era maestro de campo, viniese a hacer espaldas a la empresa, poniendo la gente en tierra donde a don Juan pareciese que podía aprovechar y juntando con sus galeras las de España, cuyo capitán era don Sancho de Leiva, hijo de Sancho Martínez de Leiva, estorbase el socorro que podía venir de Berbería a los enemigos, proveyese de vitualla y municiones las plazas del reino de Granada que están a la costa, y al ejercito cuando estuviese en parte a propósito. Otra provisión (resoluto de hacer la guerra con mayores fuerzas) fue mandar al marqués de Mondéjar, que estaba en Órgiba para salir en campo, que dejando en su lugar a don Antonio de Luna o a don Juan de Mendoza, cual dellos le pareciese, con expresa orden que no innovasen ni hiciesen la guerra, viniese a Granada para recebir a don Juan y asistir con él en consejo, juntamente con los que hiciesen de tratar los negocios de paz y guerra, no dejando el uso de su oficio, como capitán general de la gente ordinaria del reino de Granada; o si mejor le pareciese, quedase en Órgiba a hacer la guerra, guardando en todo la orden que don Juan de Austria, su hermano, le diese, a quien enviaba por cabeza y señor de la empresa. Pareció al Marqués escoger la asistencia en consejo, o porque con la plática de la guerra pasada, con el conocimiento de la tierra y gente y con el ejercicio de aquella manera de milicia en que se había criado (aunque en todo diferente de la ordinaria), esperaba que el crédito y el gobierno pararía en su parecer y la ejecución en su mano, o temiendo quedar debajo de mano ajena y ser mal proveído, mandado y a veces calumniado o reprendido como ausente: dejó a don Juan de Mendoza contento, regalado y honrado en Órgiva, por ser hombre plático, mas desocupado de su nombre, y con cuyos deudos tenía antigua amistad (aunque algunos creen que en ello no hizo su provecho), y vino a Granada. Salido de Órgiva, estuvo aquella frontera sosegada, sin hacer ni recebir daño de los enemigos, discurriendo ellos a una y otra parte con libertad.

Llegó don Juan de Austria, trayendo consigo a Luis Quijada (plático en gobernar infantería, cuyo cargo había tenido en tiempo del Emperador), hombre de gran autoridad, por voluntad del Rey, que le remitió la suma de todo lo que tocaba al gobierno de la persona y consejo del hermano, y por la crianza que había hecho en él por mandado del Emperador. Fue recebido don Juan con grandes demostraciones y confianza, sin dejar ninguna manera de ceremonia, excepto las ordinarias que se suelen hacer a los reyes; y aun la lisonja (que su verdad está en las palabras) se extendió a llamarle alteza, no embargante que hubiese orden expresa del Rey para que sus ministros y consejeros le llamasen excelencia, y él no se consintiese llamar de sus criados otro título. Posó en las casas de la audiencia, por estar en medio de la ciudad; casas de la mala ventura las llamaban en su tiempo los moros, y así dellas salió su perdición. Llegó dende a pocos días Gonzalo Hernández de Córdoba, duque de Sesa, nieto del Gran Capitán, que después de haber dejado el gobierno del estado de Milán, conformando más su voluntad con la de sus émulos que con la del Rey, vivía en su casa libre de negocios, aunque no de pretensiones: fue llamado para consejo y uno de los ministros desta empresa, como quien había dado buena cuenta de las que en Lombardía tuvo a su cargo. Lo primero que se trató fue procurar que se asegurase Granada contra el peligro de los enemigos declarados fuera y sospechosos dentro; visitar la gente que estaba alojada en el Albaicín y otras partes, por la ciudad y la Vega, y en frontera contra los enemigos; repartir y mudar las guardias, al parecer con más curiosidad que necesidad de los muros adentro; y aún quedó muchos meses de parte del realejo sin guardia, a discreción de pocos enemigos. En el campo andaban solas dos cuadrillas, ningunos atajadores por la tierra, que daba avilanteza a los Contrarios de inquietar la ciudad, y a nosotros causa de correr las calles a un cabo y a otro, y algunas veces salir desalumbrados, inciertos del camino que llevaban. Atajadores llaman entre gente del campo hombres de a pie y de a caballo, diputados a rodear la tierra, para ver si han entrado enemigos en ella o salido. Era excusable esta manera de defensa, por ser aventurera la gente, muchas banderas de poco número, mantenidas sin pagas, con solos alojamientos; la ciudad grande, continuada con la montaña; los pasos, como pocos y ciertos en tiempo de nieve, así muchos y inciertos estando desnevada la sierra; un ejército en Órgiba, que los moros habían de dejar a las espaldas viniendo a Granada, aunque lejos.

El propósito requiere tratar brevemente del asiento de Granada por clareza de lo que se escribe. Es puesta parte en monte y parte en llano; el llano se extiende por un cabo y otro de un pequeño río que llaman Darro, que la divide por medio; nace en la Sierra Nevada, poco lejos de las fuentes de Genil, pero no en lo nevado; de aire y agua tan saludable, que los enfermos salen a repararse, y los moros venían de Berbería a tomar salud en su ribera, donde se coge oro; y entre los viejos hay fama que el rey de España don Rodrigo tenía riquísimas minas de bajo de un cerro que dicen del Sol. Está lo áspero de la ciudad en cuatro montes: el Alhambra a levante, edificio de muchos reyes, con la casa real, y San Francisco, sepultura del marqués don Íñigo de Mendoza, primer alcaide y general, humilde edificio, mas nombrado por esta; fuerza hecha para sojuzgar la parte de la ciudad que no descubre la Alhambra, con el arrabal de la Churra y calle de los Gomeres, que todo se continúa con la sierra de Guéjar; el Antequeruela, y las torres bermejas, que llaman Mauror, a mediodía; el Albaicín, que mira al norte, con el Hajariz, y como vuelve por la calle de Elvira, la ladera que dicen Cenete por ser áspera; el Alcazaba cuasi fuera de la ciudad, a mano derecha de la puerta de Elvira, que mira al poniente. Con estos dos montes Albaicín y Alcazaba se continúa la sierra de Cogollos y la que decimos del Puntal. En torno destos montes y la falda dellos se extienden los edificios por lo llano hasta llegar al río Genil, que pasa por defuera. Al principio de la ciudad, la plaza Nueva sobre una puente; y cuasi al fin, la de Bibarrambla, grande, cuadrada, que toma nombre de la puerta; ambas plazas juntadas con la calle de Zacatin; antes la iglesia mayor, templo el más suntuoso después del Vaticano de San Pedro; la capilla, en que están enterrados los reyes don Fernando y doña Isabel, conquistadores de Granada, con sus hijos y yernos; el Alcaicería, que hasta ahora guarda el nombre romano de César (a quien los árabes en su lengua llaman Caizar), como casa de César. Dicen las historias arábigas y algunas griegas que por encerrarse y marcarse dentro la seda que se vende y compra en todo el reino la llaman desa manera, dende que el emperador Justino concedió por privilegio a los árabes semitas que solos pudiesen crialla y beneficialla; mas extendiendo debajo de Mahoma y sus sucesores su poder por el mundo, llevaron consigo el uso della, y pusieron aquel nombre a las casas donde se contrataba; en que después se recogieron otras muchas mercaderías, que pagaban derechos a los emperadores, y perdido el imperio a los reyes. Fuera de la ciudad el hospital Real, fabricado de los reyes don Fernando y doña Isabel, San Hierónimo, suntuoso sepulcro del gran capitán Gonzalo Hernández y memoria de sus victorias; el río Genil, que cuasi toca los edificios dichos de los antiguos Singilia, que nace en la Sierra Nevada, a quien llamaban Solaria y los moros Solaira, de dos lagunas que están en el monte cuasi más alto, de donde se descubre la mar, y algunos presumen ver de allí la tierra de Berbería. En ellas no se halla suelo ni otra salida sino la del río, cuyas fuentes tienen los moradores por religión, diciendo que horadan el monte, por milagro de un santo que está sepultado en otro monte contrario, dicho Sant Alcazaren. Va primero al norte, y pequeño; mas en poco camino, grande con las nieves cuando se deshacen y arroyos que se le juntan. A una y otra parte moraban pueblos, que agora aun el nombre dellos no queda: iliberitanos o liberinos en tiempo de los antiguos españoles, lo que decimos Elvira, en cuyo lugar entró Granada; ilurconeses, pequeños cortijos; la torrecilla y la torre de Roma, recreación de la Cava romana, hija del conde Julián el traidor: todo poblaciones de los soldados que acompañaron a Baco en la empresa de España, según muestran los nombres y muchos letreros y imágenes, en que se ven esculpidas procesiones y personajes que representan juegos y ceremonias del mismo Baco, a quien tuvieron por dios: todo esto en la Vega. Después Loja, Antequera, dicha Singilia, del nombre del mismo río; Écija, dicha Astigis: colonias de romanos antiguamente, hoy ciudades populosas en el Andalucía, por donde pasa, hasta que haciendo mayor a Guadalquivir, deja en él aguas y nombre.

Cesaron los oficios de guerra y gobierno, excepto de justicia, con la presencia de don Juan. Su comisión fue sin limitación ninguna; mas su libertad tan atada, que de cosa grande ni pequeña podía disponer sin comunicación y parecer de los consejeros y mandado del Rey, salvo deshacer o estorbar; que para esto la voluntad es comisión: mozo afable, modesto, amigo de complacer, atento a los oficios de guerra, animoso, deseoso de emplear su persona. Acrecentaba estas partes la gloria del padre, la grandeza del hermano, las victorias del uno y del otro, lo primero en que se ocupó fue en reformar los excesos de capitanes y soldados en alojamientos, contribuciones, aprovechamientos de pagas, estrechando la costa, aunque no atajando las causas de la desborden. En aquellos principios don Juan era poco ayudado de la experiencia, aunque mucho del ingenio y habilidad. Luis Quijada, áspero, riguroso, atado a la letra, que tuvo la primera orden de guerra en la postrera empresa del Emperador contra el rey Enrico II de Francia, siempre mandado. El y el duque de Sesa, acostumbrados a tratar gente plática, con menos licencia, mas proveída, mayores pagas y más ordinarios en Flandes, en Lombardía, lejos cada uno de su tierra; do convenía esperar pagas, contentarse con los alojamientos; antes que tornar a España, la mar en medio: todo aquí por el contrario. El marqués de Mondéjar, también capitán general antes que soldado, criado a las órdenes de su abuelo y padre, al poco sueldo, a las limitaciones de la milicia castellana, no guiar ejércitos, poca gente, menos ejercicio de guerra abierta. El Presidente sin plática de lo uno y de lo otro; la aspereza de unos, la blandura de otros, la limitación de todos, causaba irresolución de provisiones y otros inconvenientes. No faltaron algunos de la opinión del marqués de Mondéjar, que daban la guerra por acabada. Había pocos oficiales de pluma, perdían los soldados el respeto, hacíase costumbre del vicio, envilecíase el buen nombre y reputación de la milicia; apocose tanto la gente, que fue necesario tratar de nuevo con las ciudades no solo del Andalucía y Extremadura, más con las más apartadas de Castilla, que enviasen suplemento della; y vinieron las de más cerca, con que parecía remediarse la falta.

Regalaba y armaba Aben Humeya los que se iban a él: tornó a solicitar con personas ciertas los príncipes de Berbería, según parecía por las respuestas que fueron tomadas; envió dineros, ropa, captivos: acercose a nuestros presidios, especialmente a Órgiba, donde entendió que faltaba vitualla. Aunque don Juan de Mendoza mantenía la gente disciplinada, ocupada en fortificar el lugar, según la flaqueza dél, mandó don Juan que fuese del Padul proveído, y llevase la escolta a su cargo Juan de Chaves de Orellana, uno de los capitanes que trujeron la gente de Trujillo. Mas él, por estar enfermo, envió su alférez, llamado Moriz, con la compañía; hidalgo, pero poco próvido y muy libre: caminó con doscientos y cincuenta soldados, hombres si tuvieran cabeza. Entendieron los moros la salida de la escolta por sus atalayas; juntáronse trescientos arcabuceros y ballesteros, mandados por el Macox, hombre diestro y plático de la tierra, a quien después prendió don Fernando de Mendoza, cabeza de las enadrillas, y mandó justiciar el de Arcos en Granada. Emboscó parte en la cuesta de Talera y un arroyo que la divide del lugar, parte en las mismas casas; y dejándolos pasar la primera emboscada, acometió a un tiempo a los que iban en la rezaga, y los delanteros. Peleose en una y otra parte, pero fueron rotos los nuestros, y murieron todos; con ellos el alférez, por no reconocer, y aun dicen que borracho, más de confianza que de vino. Perdiéronse bagajes, bagajeros y la vitualla, sin escapar más de dos personas; hoy se ven blanquear los huesos no lejos del camino. Túvose deste caso tanto secreto, que primero se supo de los enemigos; más porque muchos moriscos de paz, especialmente de las Albuñuelas, se hallaron con el Macox, y porque los vecinos de aquel lugar acogían y daban vitualla a los moros, y con ellos tenían continua plática, pareció que debían ser castigados y el lugar destruido, así por ejemplo de otros, como por entretener con algún cebo justificado la gente que estaba ociosa y descontenta. Es las Albuñuelas lugar asentado en la falda de la montaña, a la entrada de Val de Lecrin, depósito de todos los frutos y riquezas del mismo Valle, cinco leguas de Granada, en tres barrios, uno apartado de otro; la gente más polida y ciudadana que los otros de la sierra; tenidos los hombres por valientes, y que pudieron resistir las armas del rey católico don Fernando hasta concertarse con ventaja. Mandose a don Antonio de Luna, capitán de la Vega, que con cinco banderas de infantería y doscientos caballos amaneciese sobre el lugar, degollase los hombres; hiciese captiva toda manera de persona, robase, quemase, asolase las casas. Mas don Antonio, hombre cuidadoso y diligente, o que no midiese el tiempo, o que la gente caminase con pereza llegó cuando los vecinos, parte eran huidos a la montaña, parte estaban prevenidos en defensa de las calles y casas, con un moro por capitán, llamado Lope. Anduvo la ejecución tan espaciosa, la gente tan tibia, que de los enemigos murieron pocos, y desos, los más viejos, perezosos y enfermos; y de los nuestros algunos: captiváronse niños y mujeres, los que no pudieron escapar a lo alto; fue saqueado el uno de los tres barrios; y el escarmiento de los enemigos tan liviano, que saliendo por una parte nuestra gente, entraba la suya por otra; habitaron las casas, segaron sus panes aquel año, y sembraron sin estorbo para el siguiente.

Estaban las cosas calladas y suspensas, sin el continuo desasosiego que daban los moros en la ciudad; gobernábalos en la parte que cae al valle y la Vega un capitán llamado Nacoz (que en su lengua quiere decir campana), mostrándose a todas horas y en todos lugares. Ya se habían encontrado él y don Antonio de Luna con número cuasi igual de gente de a pie, aunque con ventaja don Antonio, por la caballería que llevaba: se partieron con igualdad; cuasi sin poner manos a las armas, poniéndose el Nacoz en salvo, el barranco en medio de su gente y nuestra caballería. Dicen que de allí atravesó la sierra de la Almijara, y por Almuñécar, con su hacienda y familia pasó a Berbería.

Visto por don Juan que los enemigos crecían en número y experiencia; que eran avisados por los moriscos de Granada, ayudados con vitualla, reforzados con parte de la gente moza de la ciudad y la Vega; que no cesaban las pláticas y tratados, el concierto de poner en ejecución el primero aun estaba en pie; que tenían señalado el día y hora cierta para acometer la ciudad, número de gente determinado, capitanes nombrados; Giron, Nacoz, uno de los Partales, Farax, Chocon, Rendati, moriscos; Caracax y Hhosceni, turcos, y Dali, capitán general de todos, venido por mandado del rey de Argel; dio aviso de todo, encareciendo el peligro por parte de los enemigos si se juntaban con los de Granada y la Vega, y de los nuestros por la flaqueza que sentía en la gente común, por la corrupción de costumbre y orden de guerra.

Mandó el Rey que todos los moriscos habitantes en Granada saliesen a vivir repartidos por lugares de Castilla y el Andalucía, porque morando en la ciudad, no podían dejar de mantenerse vivas las pláticas y esperanzas dentro y fuera. Había entre los nuestros sospechas, desasosiego, poca seguridad; parecía a los que no tenían experiencia de mantener pueblos, oprimiendo o engañando a los enemigos de dentró y resistiendo a los de fuera, estar en manifiesto peligro. Con tal resolución, ordenó don Juan, a los 23 de junio, que encerrasen todos los moriscos en las iglesias de sus parroquias. Ya era llegada gente de las ciudades a sueldo del Rey, y se estaba con más seguridad. Puso la ciudad en arma, la caballería y la infantería repartida por sus cuarteles; ordenó al marqués de Mondéjar que subiendo al Albaicín, se mostrase a los moriscos, y con su autoridad los persuadiese a encerrarse llanamente. Recogidos que fueron desta manera, mandáronlos ir al hospital Real, fuera de Granada un tiro de arcabuz; anduvo don Juan por las calles con guardas de a caballo y guión; violos recoger inciertos de lo que había de ser dellos; mostraban una manera de obediencia forzada, los rostros en el suelo con mayor tristeza que arrepentimiento; ni desto dejaron de dar alguna señal, que uno dellos hirió al que halló cerca de sí, dícese que con acometimiento contra don Juan, pero lo cierto no se pudo averiguar, porque fue luego hecho pedazos; yo que me hallé presente, diría que fue movimiento de ira contra el soldado, y no resolución pensada. Quedaron las mujeres en sus casas algún día, para vender la ropa y buscar dineros con que seguir y mantener sus maridos. Salieron, atadas las manos, puestos en la cuerda, con guarda de infantería y caballería por una y otra parte, encomendados a personas que tuviesen cargo de irlos dejando en lugares ciertos de Andalucía, y guardallos, tanto porque no huyesen, como porque no recibiesen injuria. Quedaron pocos mercaderes y oficiales para el servicio y trato de la ciudad; algunos a contemplación y por interese de amigos. Muchos de los mancebos, que adivinaron la mala ventura, huyeron a la sierra, donde la hallaban mayor; los que salieron por todos tres mil y quinientos; el número de mujeres mucho mayor. Fue salida de harta compasión para quien los vio acomodados y regalados en sus casas; muchos murieron por los caminos, de trabajo, de cansancio, de pesar, de hambre, a hierro, por mano de los mismos que los habían de guardar, robados, vendidos por captivos.

Ya el Rey había enviado personas que tuviesen cuenta con su hacienda, porque antes no las había, como en negocio de que presto se vernía al fin; contador, pagador, veedor general y particulares; dentro en consejo al licenciado Muñatones, que había servido de alcalde de corte al Emperador en sus jornadas, y de su consejo; hombre hidalgo y limpio, y en diversos tiempos de próspera y contraria fortuna. Como los moriscos salieron de Granada, perdiose la comodidad de los soldados, cesaron los alojamientos, ramas, fuego, vasos: cosas que se dan en hospedaje, sin que la gente no puede vivir ni cómoda ni suficientemente. Aun para la ciudad y soldados no estaba hecha provisión de vitualla, pero entraron a mantener la gente con socorros, mudando término y propósito. Fue mayor el aprovechamiento de los capitanes y oficiales de guerra con los socorros y raciones, cuanto mas a menudo se tomaban las muestras; entraban a ellas, en lugar de soldados, vecinos del pueblo; sucedieron a cumplir la hacienda del Rey, en lugar de los moriscos, los bagajeros y vivanderos rescatados; por todo se robaba a amigos como a enemigos, a cristianos como a moros; padecían los soldados, adolecían, íbanse, crecieron las desórdenes, y compasiones por la Vega. Nació una opinión entre los ministros, la cual como provechosa donde el pueblo es enemigo y la gente poca, así errada donde no hay pueblo contrario; y fue que no se debían tomar muestras, porque los enemigos no entendiesen cuán pocos eran los soldados; y que se debía permitir la licencia y excesos, porque no se amotinasen ni huyesen. La gente de la ciudad era mucha, buena y armada; los moriscos fuera, los soldados no tan pocos, que no fuesen superiores, juntos con el pueblo, a los enemigos; guarda de a pie y de a caballo en la Vega, armado en Órgiba don Juan de Mendoza, ¿qué temor o recatamiento podía estorbar el remedio de inconvenientes que eran causa de poner en peligro la empresa, y de que los moros de la Vega, no pudiendo sufrir tanto maltratamiento, yéndose a la sierra acrecentasen el número de los enemigos? Duró tantos meses esta manera de gobierno, que dio causa a intenciones libres y sospechosas de pensar que no faltaban personas a quien contentase que, creciendo los inconvenientes, fuese mayor la necesidad.

Declaró el Rey, como estaba acordado, que el marqués de Vélez tuviese cargo de los partidos de Almería, Guadix, Baza, río de Almanzora, sierra de Filabres; y queriendo salir contra los enemigos, pareciole asegurar el puerto que dicen de la Ravaha, paso de la Alpujarra para tierra de Guadix y Granada; mandó que con cuatrocientos hombres enviados de Guadix, Gonzalo Fernández, capitán viejo, plático en las escaramuzas de Orán, tomase lo alto del puerto, y se hiciese fuerte hasta tener orden suya. Comenzó a subir la montaña sin reconocer; mas los moros, que estaban cubiertos en lo alto y en lo hondo del camino, dejando subir parte de la gente, echaron cuarenta arcabuceros que acometiesen la frente, y por el costado dieron cien hombres, hasta ponellos en desorden; y cargándolos en rota, murió la mayor parte huyendo; perdiéronse las armas, munición y vitualla que llevaban; poca gente tornó a Guadix con el capitán. Don Juan, temeroso que los enemigos cargasen a la parte de Guadix, proveyó para guardia della a Francisco de Molina, que sirvió de capitán al Emperador en la guerra de Alemania.

Con el suceso de la Ravaha se levantó la sierra de Bentomiz y tierra de Vélez Málaga; no hicieron los excesos que en el Alpujarra; antes contentándose con recoger la ropa a lugares fuertes sin hacer daños, echaron bando que ninguno matase o captivase cristiano, quemase iglesia, tomase bienes de cristianos o de moros que no se quisiesen recoger con ellos, fortificaron para refugio y seguridad de sus personas un monte llamado Frexiliana la vieja, a diferencia de la nueva cerca dél, deshabitado de muchos tiempos; los antigos españoles y romanos lo llamaron Sexifirmun. Estuvieron desta manera tanto más sospechosos a Vélez, cuando procedían más justificadamente, sin comunicación o comercio en el Alpujarra. Mas Arévalo de Suazo, corregidor de Málaga y Vélez, avisado primero por cartas de don Juan como los moriscos de aquella sierra estaban para levantarse y ocupar a Vélez, movido por la razón de que se podía continuar aquel levantamiento por la hoya y jarquía de Málaga, hasta tierra de Ronda, si con tiempo no se atajase, y con alguna esperanza de pacificar a los moros por vía de concierto, partió de Málaga con cuatrocientos infantes y cincuenta caballos, llegó a Vélez, y hizo salir del fuerte la gente del pueblo que había desamparado lo llano; puso el lugar en defensa, socorrió el castillo de Caniles, lugar del marqués de Comares, que estaba en aprieto, echando los moros de la tierra, los cuales y los de Sedella se fueron a juntar con los de toda la sierra y a un tiempo descubrieron el levantamiento que tengo dicho. Volvió a Vélez Suazo juntando mil y quinientos infantes con la caballería que se hallaba; y entendiendo que se recogían y fortificaban en la sierra, quiso ir a reconocellos y en ocasión combatillos. Hallolos en Frexiliana la vieja fortificados: el general dellos era Gomel, y tenía consigo otros capitanes; todos se mandaban por la autoridad de Benaguazil. Pero en la subida de la montaña, creyendo que bastaría mostrarles las armas, trabó la gente desmandada una escaramuza, y siguieron dos banderas de infantería sin orden, y sin podellos Arévalo de Suazo retirar, harto ocupado en estorbar que el resto no saliese tras ellos. Mas los moros, que habían hecho rostro a la escaramuza, viendo la gente que cargaba de nuevo, y conociendo la desorden, comenzáronse a retirar hasta sus reparos, y saltando fuera golpe de arcabuceros y ballesteros, apretaron nuestra gente cuasi puesta en rota, ejecutándola hasta lo llano. Arévalo de Suazo parte acometiendo, parte retirando y amparando la gente, volvió con ella, algunos muertos y pocos heridos, a Vélez donde estuvo a la guarda del lugar y la tierra; y los moros volvieron a continuar su fuerte. Don Juan, visto el caso, y pareciéndole dar dueño a la empresa que la hiciese a menos costa y con más autoridad, aunque en Arévalo de Suazo no hubiese, como no hubo, falta, ofreció por mandado del Rey a don Diego de Córdoba, marqués de Comares, gran señor en el Andalucía, y fuera della de mayores esperanzas, que tenía parte de su estado en aquella montaña pacífico y guardado; pero fue la oferta de manera, que justificadamente pudo excusarse.

En este tiempo se declararon los preparamientos del rey de Argel ser contra el de Túnez Muley Hamida; y el rey de Fez se quietó. Partió el de Argel con siete mil infantes turcos y andaluces y doce mil caballos, parte de su sueldo, y parte alárabes que labraban la tierra: juntáronse a una legua de Beja, ciudad grande, y veinte de Túnez; mas el rey de Túnez fue roto, salvose con doscientos caballos hacia la tierra que dicen de los Dátiles. Perdió a Beja y Túnez, que ahora está en poder de los turcos, y a Biserta, que comenzaron a fortificar; lugar de comarca provechoso para quien lo ocupare y pudiere mantener; Hippon Diarritos le llamaron los griegos, a diferencia de Bona; púsole el nombre de Agatocles, tirano de Sicilia, en la gran empresa que tuvo contra los cartagineses. Mas por quitar duda y oscuridad, diré lo que entiendo destos reinos. El de Fez fue reino de Sifax, que tuvo guerra con los romanos, de quien tanta memoria hacen sus historias. Después de varias mudanzas, edificó la ciudad Idriz, del linaje de Alí, que conquistó a Berbería, y en memoria tienen su alfanje colgado en el templo principal con gran veneración. Diole el nombre del río que pasa por medio, llamado entonces Fez. Juntó los edificios Jusef Miramarazohir Aben Jacob, del linaje de los de Benimerín, que fue vencido del rey don Alonso en la batalla de Tarifa; y por la comodidad de guerrear contra el rey de Tremecén, la hizo de nuevo cabeza del reino poseído al presente por los hijos de Jarife; hombre que, de predicador y tenido por santo y del linaje de Mahoma, vino, juntando las armas con la religión, al señorío de Marruecos y Fez, como lo han hecho muchos de su secta en África, comenzando de Mahoma hasta los almorávides, los almohades, los benimerines, los benioaticis, jarifes que hoy son; todos religiosos y armados, y que por este medio vinieron a la alteza del reino. El de Túnez tuvo mayor antigüedad, por fundarse en las sobras de la gran Cartago, destruida por Scipión Africano, y vuelta a restaurar, primero por los cónsules romanos y por Tiberio Graco, después mudado el sitio a lo llano por César Augusto, y habitada de romanos; poseída de los emperadores, ganada por los vándalos, y recuperada por Belisario, capitán del emperador Justiniano; siempre tenida por la tercia parte del imperio griego hasta el tiempo del los alárabes, que fue por Occuba Ben-Nafic, capitán de Mauhía, sojuzgada, venciendo y matando al conde Gregorio, lugarteniente del emperador Constantino, hijo de Constante, con setenta mil caballeros cristianos, en la gran batalla junto a África que los moros llaman Mehedia (del nombre de un su príncipe dicho Moahedin); y los romanos Adrumentum, agora lugar destruido por el ejército del emperador don Carlos. Las armas con que se halló el conde Gregorio, a quien los alárabes llaman Groguir, dicen que fueron muchas mujeres en torno bien aderezadas y hermosas; él en una litera de hombros, con piedras preciosas, cubierta de paño de oro, y dos mancebos que con mosqueadores de plumas de pavo le quitaban el polvo. Mauhía ocupó a Cartago por entrega de María, hija del conde Gregorio, con pacto que casase con ella; mas, descontento del casamiento, la dejó. Deshabitó a Cartago, pasó la población donde ahora es Túnez, que entonces era pequeño lugar y siempre del mismo nombre. Quedaron repartidos los romanos en doce aldeas, que hoy son de labradores moros en el cabo que llaman de Cartago, donde fue la ciudad competidora de Roma; el nombre della dura en un pequeño pueblo, y ése sin gente: tantas mudanzas hace el mundo, y tan poca seguridad hay en los estados. Gobernose Túnez en forma de república hasta los tiempos del miramamolín Jusef, que envió a Abdeluahhed, su capitán, natural de Sevilla, que los gobernó y sujetó con ocasión de defendellos contra los Alárabes; cuyo hijo quedó por señor y fue el primero rey de Túnez hasta Muztancoz, que ennobleció la ciudad, y dende él a Hamida, que hoy reina, sin perderse la sucesión, según la verdad de sus historias, cegando o matando los padres a los hijos, o los hijos a los padres, como hizo Hamida, que cegó a Muley Hacen, su padre, y le quitó el reino, en que el emperador don Carlos, vencedor de muchas gentes, le había restituido, echando a Barbaroja, tirano dél, puesto por mano del gran señor de los turcos.

Menores fueron los principios del señorío de Argel que hoy está en mayor grandeza: al lugar llaman los moros Algezair por una isla que tenía delante; nosotros le llamamos Argel; antiguamente se pobló de los moradores de Cesarea, que ahora se llama Xargel. Estuvo siempre en el señorío de los reyes godos de España hasta que vinieron los moros, y en tiempo dellos fue lugar de poco momento, regido por jeques; mas después el rey don Fernando el Católico hizo tributario al señor y edificó el Peñón. Muerto el Rey, el cardenal fray Francisco Jiménez, gobernador de España en los principios del reinado del emperador don Carlos, tomó a Bugía (casa real del rey Bocho de Mauritania, dicha por esto de su nombre, según los alárabes), y quiso crecer el tributo moviendo nuevo concierto con el Jeque: ofendidos los moros, reprendido y arrepentido el señor, se retiró. El Cardenal, hombre de su condición armígero y aun desasosegado, armó contra él, haciendo capitanes a Diego de Vera y Juan del Río: juntose esta armada a manera de arrendamiento; que todos los que tenían oficios menores, si los querían pasar en sus hijos por una vida, fuesen a servir, o llevasen o diesen en su lugar tantos hombres, según la importancia del oficio. Perdiose la armada por mal tiempo, confusión y poca plática de los que gobernaban, y esta fue la primera pérdida que se hizo sobre Argel. Mas el Jeque, temiendo que con mayores fuerzas se renovaría la guerra, trajo por huésped y soldado a Barbaroja, hermano del que fue tirano de Túnez, que entonces era su lugarteniente y secretario; venidos a la grandeza que tuvieron, de capitanes de un bergantín. Había tentado Barbaroja Hórux (que así se llamaba el mayor) la empresa de Bugía, perdido el tiempo, la gente, un brazo. y el armada; recogídose con cuarenta turcos a un pequeño castillo, de donde el Jeque otra vez le trajo al sueldo; mas él, juntándose con los principales mató al jeque, llamado Selin Etenri estando comiendo en un baño; hízose señor y llamose rey. Dende a poco salió para la empresa de Tremecén, y ocupado aquel reino, quedó por señor, y su hermano Harradín por gobernador en Argel; mas echado después de Tremecén por los capitanes del alcaide de los Donceles, abuelo de este marqués de Comares, que era entonces general de Orán, y muerto huyendo, quedó el reino de Argel en poder del hermano. Había don Hugo de Moncada hecho tributarios los Gelves después algunos años de la pérdida del conde Pedro Navarro y muerte de don García de Toledo, hijo del duque de Alba don Fadrique, padre del duque don Fernando, que hoy gobierna los estados de Flandes; y tornando con el armada por mandado del emperador sobre Argel, con intento de destruilla, y asegurar la marina de España, tentó desdichadamente la venganza de Diego de Vera y Juan del Río; porque con tormenta perdió mucha parte de la armada, y echando gente en la tierra para defender los que se iban a ella con miedo de la mar, perdió también lo uno y lo otro. Crecieron las fuerzas de Barbaroja; extendiose por la tierra adentro su poder; deshizo el Peñón, que era isla, continuola con la tierra firme, ocupó los lugares de la mar, Xargel, Guijan, Brisca y el reino de Túnez, aunque pequeño. Vino a noticia del señor de los turcos que pretendía por seguridad y paz de sus hijos ocupar a África y poner en Túnez a Bayaceto, que se mató a sí mismo: adelantó a Barbaroja en fuerzas y autoridad por conseguir este fin y poner al Emperador en estrecho y necesidad. Diole mayor armada con que ocupase y afirmase el reino de Túnez, de donde echado por el Emperador, pasó a Constantinopla; quedó general de la armada del Turco, y después favorecido y honrado hasta que murió, tenido en más por haberle vencido el Emperador; porque los vencedores honrados honran a los vencidos. Quedó el reino de Argel en poder de gobernadores enviados por el Turco; mas el Emperador, temiendo la poca seguridad que tenía en sus estados con la grandeza de los turcos en Argel, y hallándose en Alemania al tiempo que el Gran Turco venía sobre ella, mal proveído de dineros para resistille, no quiso obligarse a la empresa. Quedar sin salir a ella en Alemania era poca reputación: tomó por expediente la de Argel, donde fue roto de la tormenta; retirose por tierra a Bugía, perdiendo mucha parte de la armada, pero salvó el ejército y la reputación, con gloria de sufrido, de diestro y valeroso capitán. De allí crecieron sin resistencia las fuerzas de los señores de Argel; tomaron a Tremecén, a Bugía; y por su orden los cosarios a Jayona, de los moros, a Tripol, de la orden de san Juan; rompieron diversas armadas de galeras, sin otra adversidad mas que la pérdida que hicieron de su armada en la batalla que don Bernardino de Mendoza ganó a Alí Hamete y Cara Mami, sus capitanes, sobre la isla de Arbolan. Por este camino vino el reino de Argel a la grandeza que ahora tiene.