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ArribaAbajoLibro tercero

Entretenía el Gran Turco los moros del reino de Granada con esperanzas por medio del rey de Argel, para ocupar, como dijimos, las fuerzas del rey don Felipe en tanto que las suyas estaban puestas contra venecianos; como quien (dando a entender que las despreciaba) ninguna ocasión de su provecho, aunque pequeña, dejaba pasar. Entre tanto el comendador mayor don Luis de Requesenes sacó del reino y embarcó la infantería española en las galeras de Italia, dejando orden a don Álvaro de Bazán que con las catorce de Nápoles que eran a su cargo, y tres banderas de infantería española, corriese las islas y asegurase aquellos mares contra los cosarios turcos. Vino a Civitavieja; de allí a Puerto Santo Estéfano, donde juntando consigo nueve galeras y una galeota del duque de Florencia, estorbado de los tiempos, entró en Marsella. Dende a poca, pareciendo bonanza, continuó su viaje; mas entrando la noche, comenzó el narbonés a refrescar, viento que levanta grandes tormentas en aquel golfo y travesía para la costa de Berbería, aunque lejos: tres días corrió la armada tan deshecha fortuna, que se perdieron unas galeras de otras; rompieron remos, velas, árboles, timones; y en fin, la capitana sola pudo tomar a Menorca, y dende allí a Palamós, donde los turcos forzados, confiándose en la flaqueza de los nuestros por el no dormir y continuo trabajo, tentaron levantarse con la galera; pero sentidos, hizo el Comendador mayor justicia de treinta. Nueve galeras de las otras siguieron la derrota de la capitana; cuatro se perdieron con la gente y chusma; la una, que era de Estéfano de Mari, gentilhombre genovés, en presencia de todas, en el golfo embistió por el costado a otra, y fue la embestida salva, y a fondo la que embistió; acaecimiento visto pocas veces en la mar: las demás dieron al través en Córcega y Cerdeña, o aportaron en otras partes con pérdida de la ropa, vitualla, municiones y aparejos, aunque sin daño de la gente. Luego que pasó la tormenta, llegó don Álvaro de Bazán a Cerdeña con las galeras de Nápoles; puso en orden cinco de las que habían quedado para navegar; en ellas y en las suyas embarcó los soldados que pudo; llegó a Palamós, y juntándose con el Comendador mayor, navegaron la costa del reino de Granada a tiempo que poco había fuera el suceso de Bentomiz y otras ocasiones, más en favor de los moros que nuestro. Llevó consigo de Cartagena las galeras de España que traía don Sancho de Leiva; y tornando don Álvaro a guardar la costa de Italia, él partió con veinte y cinco galeras para Málaga; mas al pasar, avisado por Arévalo de Suazo de lo sucedido en Bentomiz, envió con don Miguel de Moncada a comunicar con don Juan su intento, y el peligro en que estaba toda aquella tierra si no se ponía remedio con brevedad, sin esperar consulta del Rey. Puso entro tanto sus galeras en orden; armó y rehizo la infantería, que serían en diez banderas mil soldados viejos y quinientos de galera, juntó y armó de Málaga, Vélez y Antequera, por medio de Arévalo de Suazo y Pedro Verdugo, tres mil infantes. Volvió don Miguel con la comisión de don Juan, y partió el Comendador mayor a combatir los enemigos. Llegado a Torrox, envió a don Martín de Padilla, hijo del adelantado de Castilla, con alguna infantería suelta para reconocer el fuerte de Frexiliana, y volvió trayendo consigo algún ganado. Púsose al pie de la montaña, y después de haber reconocido de más cerca, dio la frente a don Pedro de Padilla con parte de sus banderas y otras, hasta mil infantes, y mandóle subir derecho. A don Juan de Cárdenas30, hijo del conde de Miranda, mandó subir con cuatrocientos aventureros y otra gente plática de las banderas de Italia por la parte de la mar, y por la otra a don Martín de Padilla con trescientos soldados de galera y algunos de Málaga y Vélez; los demás, que acometiesen por las espaldas del fuerte, donde parece que la subida estaba mas áspera, y por esto menos, guardada, y éstos mandó que llevase Arévalo de Suazo con alguna caballería por guarda de la ladera y del agua. Mas don Pedro, de su niñez criado a las armas y modestia del Emperador, soldado suyo en las guerras de Flandes, despreciando con palabras la orden del Comendador mayor, la cual era que los unos esperasen a los otros hasta estar igualados (por que parte dellos iban por rodeos), y entonces arremetiesen a un tiempo, arremetió sin él y llegó primero por el camino derecho.

Los enemigos estuvieron a la defensa, como gente plática, y juntos resistieron con mas daño de los nuestros que suyo; pero al fin, dado lugar a que nuestros armados se pegasen con el fuerte, y comenzasen con las picas a desviarlos y a derribar las piedras dél, y los arcabuceros a quitar traveses, estuvieron firmes hasta que salió un turco de galera enviado por el Comendador mayor a reconocer dentro, con promesa de la libertad. Este dio aviso de la dificultad que había por la parte que eran acometidos, y cuánto mas fácil sería la entrada al lado y espaldas. Partió la gente, y combatiolos por donde el turco decía: lo mismo hicieron los enemigos para resistir, pero con mucho daño de los nuestros, que eran heridos y muertos de su arcabucería al prolongarse por el reparo. Todavía, partidas las fuerzas con esto, aflojaron los que estaban a la frente, y don Juan de Cárdenas tuvo tiempo de llegar; lo mismo la gente de Málaga y Vélez, que iba por las espaldas. Mas los moros, viéndose por una y otra parte apretados, salieron por la del maestral, que estaba mas áspera y desocupada, como dos mil personas, y entre ellos mil hombres los más sueltos y pláticos de la tierra: fue porfiado por ambas partes el combate hasta venir a las espadas, de que los moros se aprovechan menos que nosotros, por tener las suyas un filo y no herir ellos de punta. Con la salida destos y sus capitanes tuvieron los nuestros menos resistencia; entraron por fuerza por la parte mas difícil y no tan guardada que tocó a Arévalo de Suazo, donde él fue buen caballero y buena la gente de Málaga y Vélez; pero no entraron con tanta furia, que no diesen lugar a los que combatían de don Pedro de Padilla y a los demás para que también entrasen al mismo tiempo. Murieron de los enemigos dentro del fuerte quinientos hombres, la mayor parte viejos; mujeres y niños cuasi mil y trescientos con el ímpetu y enojo de la entrada y después de salidos en el alcance, y heridos otros cerca de quinientos. Captiváronse cuasi dos mil personas: los capitanes Garral y el Melilu, general de todos, con la gente que salió, vinieron destrozados a Válor, donde Aben Humeya los recogió, y mandó dende a pocos días tornar al mismo Frexiliana. Mas el Melilu, rico y de ánimo, hizo ahorcar a Chacón, que trataba con los cristianos, por una carta de su mujer que le hallaron, en que lo persuadía a dejar la guerra y concertarse. Dícese que en el fuerte los viejos de concierto se ofrecieron a la muerte por que los mozos se saliesen en el entre tanto; al revés de lo que suele acontecer y de la orden que guarda naturaleza, como quier que los mozos sean animosos para ejecutar y defender a los que mandan, y los viejos para mandar, y naturalmente más flacos de ánimo que cuando eran mozos. De los nuestros fueron heridos más de seiscientos, y entre ellos de saeta don Juan de Cárdenas, que fue aquel día buen caballero. Entre otros, murieron peleando don Pedro de Sandoval, sobrino del obispo de Osuna, y pasados de trescientos soldados, parte aquel día, y parte de heridas en Málaga, donde los mandó el Comendador mayor, y vender y repartir la presa entre todos, a cada uno según le tocaba, repartiéndoles también el quinto del Rey.

Es el vender las presas y dar las partes costumbre de España, y el quinto, derecho antigo de los reyes dende el primer rey don Pelayo, cuando eran pocas las facultades para su mantenimiento; agora, por que son grandes, llévanlo por reconocimiento y señorío; mas el hacer los reyes merced dél en común y por señal de premio a los que pelean, es causa de mayor ánimo; como, por el contrario, a cada uno lo que ganare, y a todos el quinto generalmente cuando vienen a la guerra, ocasión para que todos vengan a servir en las empresas con mayor voluntad. Pero ésta se trueca en codicia, y cada uno tiene por tan proprio lo que gana, que deja por guardallo el oficio de soldado, de que nacen grandes inconvenientes en ánimos bajos y poco pláticos; que unos huyen con la presa, otros se dejan matar sobre ella de los enemigos, impedidos y enflaquecidos; otros, desamparadas las banderas, vuelven a sus tierras con la ganancia. Viénense por este camino a deshacer los ejércitos hechos de gente natural, que campean dentro en casa: el ejemplo se ve en Italia entre los naturales, como se ha visto en esta guerra dentro en España.

El buen suceso de Frexiliana sosegó la tierra de Málaga y la de Ronda por entonces: el Comendador mayor se dio a guardar la costa, a proveer con las galeras los lugares de la marina; mas en tierra de Granada, el mal tratamiento que los soldados y vecinos hacían a los moriscos de la Vega, la carga de alojamientos, contribuciones y composiciones, la resolución que se tomó de destruir las Albuelas flacamente ejecutada, dio ocasión a que muchos pueblos, que estaban sobresanados, se declarasen y subiesen a la sierra con sus familias y ropa. Entre estos fue el río de Boloduí a la parte de Guadix, y a la de Granada Guéjar, que en su calidad no dio poco desasosiego. La gente della, recogiendo su ropa y dineros, llevando la vitualla, y dejando escondida la que no pudieron, con los que quisieron seguillos se alzaron en la montaña, cuasi sin habitación por la aspereza, nieve y frío. Quiso don Juan reconocer el sitio del lugar, llevando a Luis Quijada y al duque de Sesa: tratose si lo debía mantener o dejar; no pareció por entonces necesario para la seguridad de Granada mantenerle y fortificarle, como flaco y de poca importancia, pero la necesidad mostró lo contrario; y en fin, se dejó, o porque no bastase la gente que en la ciudad había de sueldo a asegurar a Granada todo a un tiempo y socorrer en una necesidad a Guéjar, como la razón lo requería; o que no cayesen en que los enemigos se atreverían a fundar guarnición en ella tan cerca de nosotros, o, como dice el pueblo (que escudriña las intenciones sin perdonar sospecha, con razón o sin ella), por criar la guerra entre las manos, celosos del favor en que estaba el marqués de Vélez, y hartos de la ociosidad propia y ambiciosos de ocuparse, aunque con gasto de gente y hacienda: decíase que fuera necesario sacar un presidio razonable a Guéjar, como después se hizo lejos de Granada para mantener los lugares de en medio: cada uno, sin examinar causa ni posibilidad, se hacía juez de sus superiores.

Mas el Rey, viendo que su hermano estaba ocupado en defender a Granada y su tierra, y que teniendo la masa de todo el gobierno, era necesario un capitán que fuese dueño de la ejecución, nombró por general de toda la empresa al marqués de Vélez, que entonces estaba en gran favor, por haber salido a servir a su costa. Sucediole dichosamente tener a su cargo ya la mitad del reino, calor de amigos y deudos; cosas que cuando caen sobre fundamento, inclinan mucho los reyes. A esto se juntó haberse ofrecido por sus cartas a echar a Aben Humeya el Tirano, que así se llamaba, y acabar la guerra del reino de Granada con cinco mil hombres y trescientos caballos pagados y mantenidos, que fue la causa más principal de encomendalle el negocio. A muchos cuerdos parece que ninguno debe de cargar sobre sí obligación determinada que el cumplilla o el estorbo della esté en mano de otro. Fue la elección del Marqués (a lo que el pueblo de Granada juzgaba y algunos colegían de las palabras y continente) harto contra voluntad de los que estaban cerca de don Juan, pareciéndoles que quitaba el Rey a cada uno de las manos la honra desta empresa.

Habían crecido las fuerzas de Aben Humeya y venídole número de turcos y capitanes pláticos, según su manera de guerra; moros berberíes, armas, parte traídas, parte tomadas a los nuestros, vituallas en abundancia, la gente más y más plática de la guerra. Estaba el Rey con cuidado de que la gente y las provisiones se hacían de espacio; y pareciéndole que llegarse él más el reino de Granada sería gran parte para que las ciudades y señores de España se moviesen con mayor calor y ayudasen con más genio y más presto, y que con el nombre y autoridad de su venida los príncipes de Berbería andarían retenidos en dar socorro, ciertos la guerra se había de tomar con mayores fuerzas, acabada, con todas ellas cargar sobre sus estados, mandó llamar cortes en Córdoba para día señalado, adonde se comenzaron a juntar procuradores de las ciudades y hacer los aposentos.

Salió el marqués de Vélez de Terque por estorbar el socorro que los moros de Berbería continuamente traían de gente, armas y vitualla, y los de la Alpujarra recebían por la parte de Almería. Vino a Berja (que antiguamente tenía el mismo nombre), donde quiso esperar la gente pagada y la que daban los lugares de la Andalucía. Mas Aben Humeya, entendiendo que estaba el Marqués, con poca gente y descuidado, resolvió combatille antes que juntase el campo. Dicen los moros haber tenido plática con algunos esclavos que escondiesen los frenos de los caballos, pero esto no se entendió entre nosotros, y porque los moros, como gente de pie y sin picas recelaban la caballería, quiso combatille dentro del lugar antes del día. Llamó la gente del río de Almería, la del Boloduí, la de la Alpujarra, los que quisieron venir del río de Almanzora, cuatrocientos turcos y berberíes eran por todos cuasi tres mil arcabuceros y ballesteros y dos mil con armas enhastadas. Echó delante un capitán, que le servía de secretario, llamado Mojajar, que con trescientos arcabuceros entrase derecho a las casas donde el Marqués posaba, diese en la centinela (lo que ahora llamamos centinela, amigos de vocablos extranjeros, llamaban nuestros españoles, en la noche escucha, en el día atalaya: nombres harto más proprios para su oficio), llegando con ella a un tiempo el arma y ellos en el cuerpo de guardia: siguióle otra gente, y él quedó en la retaguardia sobre un macho y vestido de grana. Mas el Marqués, que estaba avisado por una lengua que los nuestros lo trujeron, atravesó algunas calles que daban en la plaza, puso la arcabucería a las puertas y ventanas, tomó las salidas, dejando libres las entradas por donde entendió que los enemigos vendrían y mandó estar apercebida la caballería y con ella su hijo don Diego Fajardo; abrió camino para salir fuera, y con esta orden esperó a los enemigos. Entró Mojajar por la calle que va derecha a dar a la plaza, al principio con furia; después, espantado y recatado de hallar la villa sin guardia, olió humo de cuerdas, y antes que se recatase, sintió de una y otra parte jugar y hacerle daño la arcabuecría; mas queriendo resistir la gente con alguna otra que le había seguido, no pudo; saliose con pocos y desordenadamente al campo. El Marqués, con la caballería y alguna arcabucería a un tiempo saltó fuera con don Diego, su hijo, don Juan, su hermano, don Bernardino de Mendoza, hijo del conde de Coruña, don Diego de Leiva, hijo natural del señor Antonio de Leiva, y otros caballeros; dio en los que se retiraban y en la gente que estaba para hacelles espaldas: rompiolos otra vez; pero aunque la tierra fuese llana, impedida la caballería de las matas y de la arcabucería de los turcos y moros, que se retiraban con orden, no pudo acabar de deshacer los enemigos. Murieron dellos cuasi seiscientos hombres: Aben Humeya tornó la gente rota a la sierra, y el Marqués a Berja. El Rey dio noticia, pero a don Juan poca y tarde; hombre preciado de las manos mas que de la escritura, o que quería darlo a entender, siendo enseñado en letras y estudioso. Comenzó don Juan, con orden del Rey, a reforzar el campo del Marqués; antes formallo de nuevo: puso con dos mil hombres a don Rodrigo de Benavides en la guarda de Guadix; a Francisco de Molina envió con cinco banderas a la de Órgiba; mandó pasar a don Juan de Mendoza con cuasi cuatro mil infantes y ciento y cincuenta caballos adonde el Marqués estaba, y al Comendador mayor, que tomando las banderas de don Pedro de Padilla (rehechas ya del daño que recibieran en Frexiliana), las pusiese en Adra, donde el Marqués vino de Berja a hacer la masa. Llegó don Sancho de Leiva a un mismo tiempo, con mil y quinientos catalanes de los que llaman delados, que por las montañas andan huidos de las justicias, condenados y haciendo delitos, que por ser perdonados vinieron los más dellos a servir en esta guerra: era su cabeza Antic Sarriera, caballero catalán; las armas, sendos arcabuces largos y dos pistoletes, de que se saben aprovechar. Llegó Lorenzo Téllez de Silva, marqués de la Favara, caballero portugués, con setecientos soldados, la mayor parte hechos en Granada y a su costa; atravesó sin daño por el Alpujarra entre las fuerzas de los enemigos, y por tenerlos ocupados en el entretanto que se juntaba el ejército, y las guarniciones de Tablate, Dúrcal y el Padul seguras (a quien amenazaban los moros del valle y los que habían tornado a las Albuñuelas); por impedir asimismo que estos no se juntasen con los que estaban en la sierra de Guéjar y con otros de la Alpujarra; por estorbar también el desasosiego en que ponían a Granada con correrías de poca gente, y por quitalles la cogida de los panes del valle, mandó don Juan que don Antonio de Luna con mil infantes y doscientos caballos fuese a hacer este efecto, quemando y destruyendo a Restával, Pinillos, Melijix, Concha, y, como dije, el Valle hasta las Albuñuelas. Partió con la misma orden y a la misma hora que cuando fue a quemallas la vez pasada, pero con desigual fortuna; porque llegando tarde, halló los moros levantados por el campo y en sus labores con las armas en la mano: tuvieron tiempo para alzar sus mujeres, hijos y ganados, y ellos juntarse, llevando por capitanes a Rendati, hombre señalado, y a Lopo el de las Albuñuelas, ayudados con el sitio de la tierra barrancosa. Acometieron la gente de don Antonio, ocupada en quemar y robar, que pudo con dificultad, aunque con poca perdida, resistir, y recogerse, o siguiéndole y combatiéndole por el valle abajo, malo para la caballería. Mas don Antonio, ayudándole don García Manrique, hijo del marqués de Aguilar, y Lázaro de Heredia, capitán de infantería, haciendo a veces de la vanguardia retaguardia, a veces, por el contrario, tomando algunos pasos, con la arcabucería, se fue retirando hasta salir a lo raso, que los enemigos con temor de la caballería lo dejaron. Murió en esta refriega, apartado de don Antonio, el capitán Céspedes a manos de Rendati, con veinte soldados de su compañía, peleando, sesenta huyendo; los demás se salvaron a Tablate, donde estaba de guardia. No fue socorrido, por estar ocupada la infantería quemando y robando, sin podellos mandar don Antonio. Tampoco llegó don García (a quien envió con cuarenta caballos) por ser lejos y áspera la montaña, los enemigos muchos. Pero el vulgo ignorante, y mostrado a juzgar a tiento, no dejaba de culpar al uno y al otro; que, con mostrar don Antonio la caballería de lo alto en las eras del lugar, los enemigos fueran retenidos o se retiraran; que don García pudiera llegar mas a tiempo, y Céspedes recogerse a ciertos edificios viejos que tenía cerca; que don Antonio le tenía mala voluntad dende antes, y que entonces había salido sin orden suya de Tablate, habiéndole mandado que no saliese. A mí, que sé de la tierra, paréceme imposible ser socorrido con tiempo, aunque los soldados quisieran mandarse, ni hubiera enemigos en medio y a las espaldas. Tal fue la muerte de Céspedes, caballero natural de Ciudad Real, que había traído la gente a su costa cuyas fuerzas fueron excesivas y nombradas por toda España; acompañolas hasta la fin con ánimo, estatura, voz y armas descomunales. Volvió don Antonio con haber quemado alguna vitualla, trayendo presa de ganado a Granada, donde menudeaban rebaños; las cabezas de la milicia corrían a una y otra parte, más armados que ciertos donde hallar los enemigos; los cuales, dando armas por un cabo, llevaban de otro los ganados. Había don Juan ya proveído que don Luis de Córdoba, con doscientos caballos y alguna infantería recogiese a Granada y a la Vega los de la tierra; comisión de poco más fruto que de aprovechar a los que los hurtaron; porque no se pudiendo mantener, fue necesario volvellos a sus lugares faltos de la mitad, donde fueron comunes a nosotros y a los enemigos. Hallábase entre tanto el marqués de Vélez en Adra (lugar antiguamente edificado cerca de donde ahora es, que llamaban Abdera) con cuasi dos mil infantes y setecientos caballos: gente armada, plática, y que ninguna empresa rehusara por difícil; extendida su reputación por España con el suceso de Berja, su persona subida en mayor crédito. Venían muchos particulares a buscar la guerra, acrecentando el número y calidad del ejército; pero la esterilidad del año, la falta de dinero, la pobreza de los que en Málaga fabricaban bizcocho, y la poca gana de fabricarlo, por las continuas y escrupulosas reformaciones antes de la guerra; la falta de recuas por la carestía, la de vivanderos, que suelen entretener los ejércitos con refrescos, y con esto las resacas de la mar, que en Málaga estorban a veces el cargar, y las mesmas el descargar en Adra, fue causa que las galeras no proveyesen de tanto bastimento y tan a la continua. Era algunas veces mantenido el campo de solo pescado, que en aquella costa suele ser ordinario; cesaban las ganancias de los soldados con la ociosidad; faltaban las esperanzas a los que venían cebados dellas; deteníanse las pagas; comenzó la gente a descontentarse, a tomar libertad y hablar como suelen en sus cabezas. El General, hombre entrado en edad, y por esto mas en cólera, mostrado a ser respetado y aun temido, cualquiera cosa le ofendía: diose a olvidar a unos, tener poca cuenta con otros, tratar a otros con aspereza; oía palabras sin respeto, y oíanlas dél un campo grueso, armado, lleno de gente particular, que bastaba a la empresa de Berbería, comenzó a entorpecerse nadando y comiendo pescados frescos, no seguir los enemigos habiéndolos rompido, no conocer el favor de la victoria, dejarlos engrosar, afirmar, romper los pasos, armarse, proveerse, criar guerra en las puertas de España. Fue el Marqués juntamente avisado y requerido de personas que veían el daño y temían el inconveniente, que con la vitualla bastante para ocho días saliese en busca de Aben Humeya. Por estos términos comenzó a ser mal quisto del común, y de allí a pegarse la mala voluntad en los principales; aborrecerse él de todos y de todo, y todos dél.

Al contrario de lo que al marqués de Mondéjar aconteció, que de los principales vino a pegarse en el pueblo; pero con más paciencia y modestia suya, dicen que con igual arrogancia. Yo no vi el proceder del uno ni del otro; pero a mi opinión ambos fueron en culpados, sin haber hecho errores en su oficio y fuera dél, con poca causa, y esa común en algunos otros generales de mayores ejércitos. Y tornando a lo presente, nunca el marqués de Vélez se halló tan proveído de la vitualla, que le sobrase en el comer ordinario de cada día para llevar consigo cuantidad que pudiese gastar a la larga; pero vista la falta della, la poca seguridad que se tenía de la mar; pareciéndole que de Granada y el Andalucía, Guadix y marquesado de Cenete, y de allí por los puertos de la Ravaha y Loh, que atraviesan la sierra hasta la Alpujarra, podía ser proveído, escribió a don Juan (aunque lo solía hacer pocas veces) que le mandase tener hecha la provisión en la Calahorra, porque con ella y la que viniese por mar se pudiese mantener el ejército en la Alpujarra y echar della los enemigos.

El Comendador mayor, según el poco aparejo, ninguna diligencia posible dejaba de hacer, aunque fuese con peligro, hasta que tuvo en Adra puesta vitualla de respeto por tanto tiempo, que ayudado el Marqués con alguna de otra parte (aunque fuese habida de los enemigos), podía guerrear sin hambre y esperar la de Guadix; mas viendo que el Marqués, incierto de la provisión que hallaría en la Calahorra, se detenía, dábale priesa en público, y requeríale en consejo que saliese contra los enemigos. Mas dando el Marqués razones por donde no convenía salir tan presto, dicen que pasó tan adelante, que en presencia de personas graves y en un consejo le dijo que no lo haciendo, tomaría él la gente y saldría con ella en campo.

En Granada ninguna diligencia se hizo para proveer al Marqués porque pues no replicaba, tuvieron creído que no tenía necesidad, y que estaba proveído bastantemente en Adra, de donde era el camino más corto y seguro: tenían por dificultoso el de la Calahorra; los enemigos muchos, las recuas pocas, la tierra muy áspera, de la cual decían que el Marqués era poco plático. Mas el pueblo, acostumbrado ya a hacerse juez, culpábale del mal sufrido en palabras y obras igualmente con la gente particular y común; a sus oficiales a liberales en distribuir lo voluntario, y en lo necesario estrechos; detenerse en Adra buscando causas, para criar la guerra, tenido en otras cosas por diligente; escribíanse cartas, que no faltaba adonde cayesen a tiempo; disminuíase por horas la gracia de los sucesos pasados; decían que dello no pesaba a don Juan ni a los que le estaban cerca: era su parcial solo el Presidente, pero ése algunas veces, o no era llamado, o le excluían de los consejos a horas y lugares, aunque tenía plática de las cosas del reino y alteraciones pasadas. Pasó este apuntamiento31 hasta ser avisado el Consejo por cartas de personas y ministros importantes (según el pueblo decía), y aun reprendido que parecía desautoridad y poca confianza no llamar un hombre grave de experiencia y dignidad. Pero no era de maravillar que el vulgo hiciese semejantes juicios y pues por otra parte se atrevía a escudriñar lo intrínseco de las cosas, y examinar, las intenciones, del Consejo.

Decían que el duque de Sesa y el marqués de Vélez eran amigos, más por voluntad suya que del Duque, no embargante que fuesen tío y sobrino. El marqués de Mondéjar y el Duque, émulos de padres y abuelos sobre la vivienda de Granada, aunque en público profesasen amistad; antigua la enemistad entre los marqueses y sus padres, renovada por causas y preeminencias de cargos y jurisdicciones; lo mismo el de Mondéjar y el Presidente, hasta ser maldiciente en procesos el uno contra el otro. Luis, Quijada, envidioso del de Vélez, ofendido del de Mondéjar porque siendo conde de Tendilla no quiso consentir al Marqués su padre que le diese por mujer una hija que le pidió con instancia; amigo intrínseco de Eraso y de otros enemigos de la casa del Marqués. El duque de Feria, enemigo atrevido de lengua y por escrito del marqués de Mondéjar; ambos dende el tiempo de Bernardino de Mendoza, cuya autoridad después de muerto les ofendía. El duque de Sesa y Luis Quijada, a veces tan conformes cuanto bastaba para excluir los marqueses, y a veces sobresanados por la pretensión de las empresas, hablaban bien, pero huraños y recatados, y todos sospechosos a la rodonda. Entreteníase Muñatones, mostrado32 a sufrir y disimular, culpando las faltas de proveedores y aprovechamientos de capitanes, lo uno y lo otro sin remedio. Don Juan, como no era suyo, contentábale cualquiera sombra de libertad; atado a sus comisiones, sin nombramiento de oficiales, sin distribución de dinero, armas y municiones y vitualla, si las libranzas no venían pasadas de Luis Quijada; que en esto y en otras cosas no dejaba con algunas muestras de arrogancia de dar a entender lo que podía, aunque fuese con quiebra de la autoridad de don Juan, que entendía todos estos movimientos, pero sufríalos con más paciencia que disimulación: solamente le parecía desautoridad que el marqués de Mondéjar o el Conde, su hijo, usasen sus oficios, aunque no estaban excluídos ni suspendidos por el Rey. Tampoco dejaron de sonarse cosquillas de mozos y otros, que las acrecentaban entre el Conde y ellos: tal era la apariencia del Gobierno. Pero no por eso se dejaba de pensar y poner en ejecución lo que parecía mejor al beneficio público y servicio del Rey; porque los ministros y consejeros no entran con las enemistades y descontentamientos al lugar donde se juntan, y aunque tengan diferencia de pareceres, cada uno encamina el suyo a lo que conviene; pero los escriptores, como no deben aprobar semejantes juicios, tampoco los deben callar cuando escriben con fin de fundar en la historia ejemplos por donde los hombres huyan lo malo y sigan lo bueno.

Dende los 10 de junio a los 27 de julio (1.569) estuvo el marqués de Vélez en Adra sin hacer efeto; hasta que entendiendo que Aben Humeya se rehacía, partió con diez mil infantes y setecientos caballos, gente, como dijo, ejercitada y armada, pero ya descontenta: llevó vitualla para ocho días; el principio de su salida, fue con alguna desorden. Mandó repartir la vanguardia, retaguardia y batalla por tercios; que la vanguardia llevase el primer día don Juan de Mendoza, el segundo don Pedro de Padilla; y habiendo ordenado el número de bagajes que debía llevar cada tercio, fue informado que don Juan llevaba más número dellos; y puesto que fuesen de los soldados particulares, ganados y mantenidos para su comodidad, y aunque iban para no volver a Adra, mandó tornar don Juan al alojamiento con la vanguardia, pudiéndole enviar a contar los embarazos y reformarlos; cosa no acontecida en la guerra sin grande y peligrosa ocasión; con que dio a los enemigos ganado tiempo de dos días, y a nosotros perdido. Salió el día siguiente con haber hallado poco o ningún yerro que reformar; llevó la misma orden, añadiendo que la batalla fuese tan pegada con la vanguardia, y la retaguardia con la batalla, que donde la una levantase los pies, lo pusiese la otra, guardando el lugar a los impedimentos; la caballería a un lado y a otro; su persona en la batalla, porque los enemigos no tuviesen espacio de entrar. Vino a Berja, y de allí fue por el llano que dicen de Lucainena, donde al cabo dél vieron algunos con quien se escaramuzó sin daño de las partes, mostrando Aben Humeya su vanguardia, en que había tres mil arcabuceros, pocos ballesteros; pero encontinente subió a la Sierra: la nuestra alojó en el llano, y el Marqués en Ujíjar, donde se detuvo un día, y más el que caminó; dilación contra opinión de los pláticos, y que dio espacio a los enemigos de alzar sus mujeres, hijos y ropa, esconder y quemar la vitualla, todo a vista y media legua de nuestro campo. El día siguiente salió del alojamiento; los enemigos mostrándose en ala, como es su costumbre, y dando grita, acometieron a don Pedro de Padilla, a quien aquel día tocaba la vanguardia, con determinación, a lo que se veía, de dar batalla. Eran seis mil hombres entre arcabuceros y ballesteros, algunos con armas enhastadas; víase andar entre ellos cruzando Aben Humeya, bien conocido, vestido de colorado, con su estandarte delante; traía consigo los alcaides y capitanes moriscos y turcos que eran de nombre. Salió a ellos don Pedro con sus banderas y con los aventureros que llevaba el marqués de la Favara, y resistiendo su ímpetu, los hizo retirar cuasi todos; pero fueron poco seguidos, porque el marqués de Vélez pareció que bastaba resistillos, ganalle el alojamiento y espartillos. Retiráronse a lo áspero de la montaña con pérdida de solos quince hombres: fue aquel día buen caballero el marqués de la Favara, que apartado con algunos particulares que le siguieron, se adelantó, peleó y siguió los enemigos: lo mismo hizo don Diego Fajardo con otros. Aben Humeya, apretado, huyó con ocho caballos a la montaña, y dejarretándolos, se salvó a pie; el resto de su gente se repartió sin más pelear por toda ella: hombres de paso, resolutos a tentar y no hacer jornada, cebados con esperanzas de ser por horas socorridos o de gente para resistir, o de navíos para pasar en Berbería; y esta flaqueza los trujo a perdición. Contentose el Marqués con rompellos, ganalles el alojamiento y esparcillos, teniendo que bastaba, sin seguir el alcance; para sacallos de la Alpujarra, o que esperase mayor desorden, o que le pareciese que se aventuraba en dar la batalla el reino de Granada, y que para el nombre bastaba lo hecho: hallose tan cerca del camino, que con doscientos caballos acordó pasar aquella noche a reconocer la vitualla a la Calahorra, donde no hallando qué comer, volvió otro día al campo, que estaba alojado en Válor el alto y bajo. Detúvose en estos dos lugares diez días, comiendo la vitualla que trajo y alguna que se halló de los enemigos, sin hacer efecto, esperando la provisión que de Granada se había de enviar a la Calahorra, y teniendo por incierta y poca la de Adra; y aunque los ministros a quien tocaba afirmasen que las galeras habían traído en abundancia, resolvió mudarse a la Calahorra, fortaleza y casa de los marqueses de Cenete, patrimonio del conde Julián en tiempo de godos, que en el de moros tuvieron los Cenetes venidos de Berbería, una de las cinco generaciones descendientes de los alárabes que poblaron y conquistaron a África. Tuvo el Marqués por mejor consejo dejar a los enemigos la mar y la montaña, que seguillos por tierra áspera y sin vitualla, con gente cansada, descontenta y hambrienta, y asegurar tierra de Guadix, Baza, río de Almanzora, Filabres, que andaba por levantarse, y allanar el río de Boloduí, que ya estaba levantado, comer la vitualla de Guadix y el marquesado.

Mas la gente, con la ociosidad, hambre y descomodidad de aposentos, comenzó a adolecer y morir. Ningún animal hay más delicado que un campo junto, aunque cada hombre por sí sea recio y sufridor de trabajo; cualquier mudanza de aires, de aguas, de mantenimientos, de vinos; cualquier frío, lluvia, falta de limpieza, de sueño, de camas, le adolece y deshace; y al fin todas las enfermedades le son contagiosas. Andaban corrillos, quejas, libertad, derramamientos de soldados por unas y otras partes, que escogían por mejor venir en manos de los enemigos; íbanse cuasi por compañías, sin orden ni respeto de capitanes. Como el paradero destos descontentamientos o es amotinarse, o un desarrancarse33 pocos a pocos, vino a suceder así, hasta quedar las banderas sin hombres; y tan adelante pasó la desorden, que se juntaron cuatrocientos arcabuceros, y con las mechas en las serpentinas salieron a vista del campo: fue don Diego Fajardo, hijo del Marqués, por detenerlos, a quien dieron por respuesta un arcabuzazo en la mano y el costado, de que peligró y quedó manco. La mayor parte de la gente que el Marqués envió con él se juntó con ellos y fueron de compañía: tanto en tan breve tiempo había crecido el odio y desacato.

En fin, llegado y alojado en el lugar, temiendo de su persona, pasó a posar en la fortaleza; la gente se aposentó en el campo, comiendo a libra escasa de pan por soldado, sin otra vianda; pero dende a pocos días dos libras por día, y una de carne de cabra por semana; los días de pescada algún ajo y una cebolla por hombre, que esto tenían por abundancia: sufrieron mucho las banderas de Nápoles, con el nombre de soldados viejos y la gente particular; quedaron en pie cuasi solas estas compañías y doscientos caballos. Tal fue el suceso de aquella jornada, en que los enemigos vencidos quedaron con la mar y tierra, mayores fuerzas y reputación, y los vencedores sin ella, faltos de lo uno y de lo otro.

En el mismo tiempo los vecinos del Padul, a tres leguas de Granada, se quejaban que habían tenido y mantenido mucho tiempo gruesa guarnición, que no podían sufrir el trabajo ni mantener los hombres y caballos. Pidieron que o se mudase la guardia, o se disminuyese, o los llevasen a ellos a vivir en otro lugar. Vínose en esto, y salidas ellos, la siguiente noche, juntándose con los moros de la sierra, dieron en la guarnición, mataron treinta soldados y hirieron muchos acogiéndose a lo áspero; cuando el socorro de Granada llegó, halló hecho el daño y a ellos en salvo.

La desorden del campo del Marqués puso cuidado a don Juan de proveer en lo que tocaba a la tierra de Baza, porque la ciudad estaba sin más guardia que la de los vecinos. Envió a don Antonio de Luna con mil infantes y doscientos caballos, que estuvo dende medio agosto hasta medio noviembre sin acontecer novedad o cosa señalada, mas del aprovechamiento de los soldados, mostrados a hacer presas contra amigos y enemigos. Puso en su lugar a don García Manrique a la guardia de la Vega, sin nombre o título de oficio. Viose una vez con los enemigos matándoles alguna gente sin daño de la suya.

Entre tanto no cesaban las envidias y pláticas contra los marqueses, especialmente las antiguas contra el de Mondéjar; porque aunque sus compañeros en la suficiencia fuesen iguales, viose que en el conocimiento de la tierra y de la gente dónde y con quién había hecho la vida, y en las provisiones por el luengo uso de proveer armadas, era su parecer más aprobado que apacible; pero siempre seguido34, hasta que el marqués de Vélez subió en favor y vino a ser señor de las armas. Entonces dejaron al de Mondéjar, y tornaron a deshacer las cosas bien hechas del de Vélez. Mas cuando este comenzó a faltar de la gracia particular y general, tornaron sobre el de Mondéjar; y temiendo que las armas de que estaba despojado tornasen a sus manos, claramente le excluían de los consejos, calumniaban sus pareceres, publicaban por una parte las resoluciones, y por otra hacíanle autor del poco secreto ; parecíales que en algún tiempo había de seguirse su opinión cuanto al recebir los moriscos y después oprimillos; que cesarían las armas, y por esto la necesidad de las personas por quien eran tratadas.

Estaban nuestras compañías tan llenas de moros aljamiados, que donde quiera se mantenían espías: las mujeres, los niños esclavos, los mismos cristianos viejos daban avisos, vendían sus armas y munición, calzado, paño y vituallas a los moros. El Rey por una parte informado de la dificultad de la empresa, por otra dando crédito a los que la facilitaban, vistos los gastos que se hacían, y pareciéndole que el marqués de Mondéjar, émulo del de Vélez y de otros, aunque no daba ocasión a quejas, daba avilanteza a que se descargasen de culpas, diciendo que por tener él mano en los negocios eran ellos mal proveídos, y que la ciudad descontenta dél, y persuadida por el corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte, que era interesado, y del Presidente, que le hacía espaldas, de mejor gana contribuiría con dinero, gente y vitualla hallándose ausente que presente; que de ninguno podía informarse más clara y particularmente; enviole a mandar que con diligencia viniese a Madrid: algunos dicen que en conformidad de sus compañeros; el suceso mostró que la intención del Rey era apartalle de los negocios. Mas porque se vea como los príncipes, pudiendo resolutamente mandar, quieren justificar sus voluntades con alguna honesta razón, he puesto las palabras de la carta:

«Marqués de Mondéjar, primo, nuestro capitán general del reino de Granada: Porque queremos tener relación del estado en que, al presente están las cosas dese reino, y lo que converná proveer para el remedio dellas, os encargamos que en recibiendo esta os pongáis en camino, y vengáis luego a esta nuestra corte para informarnos de lo que está dicho, como persona que tiene tanta noticia dellas; que en ello, y en que lo hagáis con toda la brevedad, nos ternemos por muy servido. Dada en Madrid, a 3 de setiembre de 1.569.»

Llegó el Marqués y fue bien recibido del Rey, y algunas veces le informó a solas: de los ministros fue tratado con más demonstración de cortesía que de contentamiento; nunca fue llamado en consejo, mostrando estar informados a la larga por otra vía. Muñatones, plático, de semejantes llamamientos y falto de un ojo, dijo, como le mostraron la carta, «que le sacasen el otro si el Marqués tornaba de allá durante la guerra.» Anduvo muchos días como suspendido y agraviado, cierto que siempre había seguido la voluntad del Rey y de sólo ella hecho caudal. Mas entre los reyes y sus ministros, la parte de los reyes es la más flaca: no embargante la información que el Marqués dio, eran tantas y tan contrarias unas de otras las que se enviaban, que pareció juntar con ellas la de don Enrique Manrique, alcaide que fue del castillo de Milán, y habiéndolo él dejado, estaba descansando en su casa. Pasó por Grabada entendiendo lo de allí; vino a do el marqués de Vélez estaba, y partió sin otra cosa de nuevo más de errores en la guerra, cargos de unos ministros a otros, dados por vía de justificación, necesidad de cargar con mayores fuerzas, crecidas las de los enemigos con la diminución de las nuestras.

Pareció a los ministros la gente con que el Marqués había ofrecido echar a los enemigos de la tierra, poca, y la oferta menos pensada, pues con doblado número no se hizo mayor efeto, y no dejaron de deshacelle el buen suceso con decir que los moros muertos habían sido menos de lo que se escribió. Pero el Rey, tomando la parte del Marqués, respondió, «que había sido importante desbaratar y partir los enemigos, aunque no con tanto daño dellos como se dijo»; y esto más por reprimir alguna intención, que se descubría contra el Marqués, que por alaballe, como se vio dende a poco. Decía el Marqués que la falta de vitualla había sido causa de haberse deshecho su campo; cargaba a don Juan, al consejo de Granada: quedó la suma de todo su campo en poco mas de mil y quinientos infantes y doscientos caballos; en fin, fue necesitado a recogerse dentro en el lugar, atrincherase, y aun derribar casas, por parecerle el sitio grande. Mas dende a pocos días enviaron de Granada tanta provisión, que no habiendo a quien repartilla ni buena orden, valían cien libras de pan un real.

No estaba Granada por ello más proveída de vitualla, ni se hacían partidos della con mayor recatamiento, aunque el Presidente remediaba parte del daño con industria, ni en lo que tocaba a la gente y pagas se guardaban las órdenes de don Juan, a quien tampoco perdonaba el pueblo de Granada, libre y atrevido en el hablar, pero en presencia de los superiores siervo y apocado, movido a creer y afirmar fácilmente sin diferencia lo verdadero y lo falso; publicar nuevas o perjudiciales o favorables, seguillas con pertinacia; ciudad nueva, cuerpo compuesto de pobladores de diversas partes, que fueron pobres y desacomodados en sus tierras, o movidos a venir a ésta por la ganancia; sobras de los que no quisieron quedar en sus casas cuando los Reyes Católicos la mandaron poblar, como es en los lugares que se habitaban de nuevo. No se dice esto porque en Granada no haya también nobleza escogida por los mesmos reyes cuando la república se fundó, venida de personas excelentes en letras, a quien su profesión hizo ricos, y los descendientes de unos y otros nobles de linaje o de ánimo y virtud, como en esta guerra lo mostraron no solamente ellos, pero el común; mas porque tales son las ciudades nuevas, hasta que, envejeciéndose la virtud y riqueza, la nobleza se funda. Discurrían las intenciones libres por todos, sin perdonar a ninguno, y las lenguas por los que osaban, y no sin causa; porque en guerra de mucha gente, de largo tiempo, varia de sucesos, nunca faltan casos que loar o condenar. Las compañías de Granada eran tan faltas y mal disciplinadas, que ni con ellas se podía estar dentro ni salir fuera; pero la mayor desorden fue que, habiendo mandado el Rey castigar con rigor los soldados que se venían del marqués de Vélez, y procurando don Juan que se pusiese en ejecución, cansados los ministros de ejecutar, y don Juan de mandar, visto lo poco que aprovechaba, se tomó expediente de callar, y por no quedar del todo sin gente, consentir que las compañías se hinchiesen de la que desamparaba las banderas del Marqués, no sin alguna sombra de negligencia o voluntad; la cual fue causa de que viniese el campo a quedar deshecho, y los enemigos señores de mar y tierra, campeando Aben Humeya con siete mil hombres, quinientos turcos y berberíes sesenta caballos, más para autoridad que necesidad.

Ya Jérgal, en el río de Almería, lugar del conde de la Puebla, se había levantado a instancia de Portocarrero, mayordomo suyo: o por la habilidad o por el barato ocupó la fortaleza con poca artillería y armas, y echando della al Alcaide, puso gente dentro; mas él dende a poco dio en las manos del conde de Tendilla, y fue atenazado en Granada. Estaba también levantado el valle y río de Boloduí, paso entre tierra de Guadix, Baza y la mar confinante con el Alpujarra. El Marqués, por tener ocupada la gente, darle alguna ganancia, mantener la reputación de la guerra, determinó ir en persona sobre él, habiéndolo consultado con el Rey, que le remitió la ida o a allí, o a tierra de Baza en caso que la gente no fuese tan poca, que no llegase a número de los cinco mil hombres. Llevando pues a don Juan de Mendoza sin gente, con la de don Pedro de Padilla y parte de la que don Rodrigo de Benavides tenía en Guadix, alguna otra de amigos y allegados que seguían la guerra, doscientos y cincuenta caballos, partió a deshacer una masa de gente que entendió juntarse en Boloduí, temiendo que dañase tierra de Baza, y pusiesen a don Antonio de Luna en necesidad, y juntándose con ellos Aben Humeya, pasase el daño adelante. Partió de la Calahorra, vino a Fiñana, llevando la vanguardia don Pedro de Padilla con las banderas de Nápoles. Había nueve leguas de Fiñana al lugar donde los enemigos se recogían; mas no pudiendo caminar a pie los soldados tan gran trecho, fueron necesitados a quedar la noche cansados y mojados (porque el río se pasa muchas veces), a dos leguas de los enemigos; inconveniente que acontece a los que no miden el tiempo con la tierra, con la calidad y posibilidad de la gente. Los moros, apercebidos de la venida de los nuestros, dieron avisos con fuegos por toda la tierra, alzaron la ropa y personas que pudieron. Habíase adelantado con la caballería el Marqués, tomando consigo cuatrocientos arcabuceros a las ancas de los caballos y bagajes; mas cansados unos y otros, dejaron la mayor parte. Los enemigos, aguardando ora a un paso del río, ora a otro, según vían que nuestra caballería se movía, ora haciendo alguna resistencia, se acogieron a la sierra. Dejaban muchos bagajes, mujeres y niños, en que los soldados se ocupasen; y viendolos embarazados con el robo, sin espaldas de arcabucería, hicieron vuelta, cargando de manera que los nuestros fueron necesitados a retirarse con pérdida, no sin alguna desorden, aunque todavía con mucho de la presa. Parte de la caballería se acogió fuera de tiempo, disculpándose que no se les hubiese dado la orden ni esperado la arcabucería que dejaban atrás. Pero el Marqués, viendo que la retirada era por conservar el robo (causa que puede con la gente más que otra), envió persona con veinte caballos y algunos arcabuceros, que con autoridad de justicia quitase a la caballería la presa, para que después se repartiese igualmente, llamando a la parte los soldados de don Pedro de Padilla que quedaron atrás. El Comisario, hallando alguna contradicción, compró tres esclavas, una de las cuales se ofreció a descubrille gran cantidad de ropa y dineros; mas ella, viéndose en la parte que deseaba; hizo señas; a que se juntaron muchos moros; mataron algunos caballos y todos los arcabuceros; salvose el Comisario a la parte contraria del Marqués, corriendo hasta Almería, diez leguas de donde comenzó a salvarse, y todas por tierras de enemigos: quedaron los caballos con la presa, pero tan ocupados, que fueron de poco provecho, y el Marqués por esto tornó retirándose con orden (aunque cargándole los enemigos), hasta juntar consigo la gente de don Pedro. Dende allí vino a Fiñana con mucha parte de la cabalgada y con igual daño de muertos y heridos. Mas entendiendo que los moros de la sierra de Baza y río de Almanzor andaban en cuadrillas y desasosegaban la tierra, temiendo que llevasen tras sí los lugares de aquella provincia y Filabres, donde tenía su estado, gruesos y fuertes, y que las fuerzas de don Antonio de Luna no serían bastantes a resistillos, partió en principio de invierno, con mil infantes y doscientos y cincuenta caballos que tenía, para Baza. Pero don Antonio, hombre prevenido (dicen que con orden de don Juan), dejó la gente antes que llegase el Marqués, y volvió a servir su cargo en Granada, o por haber oído que no se entendía blandamente con las cabezas de la gente, o porque tuvo por más a propósito de su autoridad ser mandado de don Juan, que entonces gastaba su tiempo en mantener a Granada a manera de sitiado, contra las correrías de los enemigos, descontento y ocioso igualmente, mas deseando y procurando comisión del Rey para emplear su persona en cosa de mayor momento. Las cabezas de su gente con cualquier liviana ocasión no dejaban de mostrarse en todas partes de la ciudad, corriendo las calles armados (puesto que yacía de enemigos), inciertos a qué parte fuese el peligro, siguiendo esos pocos por las mismas pisadas que salían, sin haber atajado la tierra, hasta dejallos en salvo y recogidos a la montaña. Llaman atajar la tierra en lengua de hombres del campo, rodealla al anochecer y venir de día para ver por los rastros qué gente de enemigos y por qué parte ha entrado o salido. Está diligencia hacen todos los días personas ciertas de pie y de caballo, puestos en postas, que cercan a la redonda la comarca, y llámanlos atajadores; oficio de por sí y apartado del de los soldados. Por qué no se hacía esta diligencia en tierra escura y doblada, y en lugar que, aunque grande, no era el circuito extendido, y eran los pasos ciertos, no pude entender la causa.

Aben Humeya, viéndola libre del marqués de Vélez con los siete mil hombres que tenía se puso sobre Adra con ánimo de tomar el lugar, que pensaba estar desamparado; mas viendo que perdía el tiempo, pasó a Berja, y quísola batir con dos piezas; pero levantose de allí, corrió y estragó la tierra del marqués de Vélez, el lugar de las Cuevas, quemó los jardines, dañó los estanques, todo guardado con curiosidad de mucho tiempo para recreación; acometiendo llegar a los Vélez en sierra de Filabres, tornó a Andarax, donde, como asegurado de la fortuna, vivía ya con estado de rey, pero con arbitrio de tirano, señor de las haciendas y personas; tenido por manso, engañaba con palabras blandas, mas para quien recatadamente le miraba, oscuras y suspensas, de mayor autoridad que crédito; codicia en lo hondo del pecho, rigor nunca descubierto sino, cuando había ofendido, y entonces sosegado, como si hubiera hecho beneficio, quería gracias dello. Contaba el dinero y los días a quien más familiar trataba con él, y algunos destos, a que pensaba ofender, escogía por compañeros de sus consejos y conversación. Tal era Aben Humeya, y puesto que entre nosotros fuese tenido por inocente y llamado don Hernandillo de Válor, el oficio descubrió cual es el hombre. Con todo esto, duró algunos días que lo hacían entender que era bienquisto, y él lo creía, ignorante de su condición; hasta que el vulgo comenzó a tratar de su manera, de su vida, de su gobierno, todo con libertad y desprecio, como riguroso y tenido en poco. Apartáronse de su servicio descontentas algunas cabezas, que tomaron avilanteza; en tierra de Granada, el Nacoz; en la de Baza, Maleque; en la de Almuñécar, Giron; en la de Vélez, Garral; en el río de Almería, Mojájar; en el de Almanzora, Aben Mequenun, que decían Portocarrero, hijo del que levantó a Jérgal; y al fin Farax, uno de los principales que fueron en hacelle rey. Cargábanle culpas, escarnecíanle, burlaban de su condición sus mismos consejeros; señales que por la mayor parte preceden a la destruición del tirano. Quejábanse los turcos, entre otros muchos, que habiendo dejado su tierra por venir a serville, no los ocupaba donde ganasen; descontentos y entretenidos con sueldos ordinarios. Mas él, espacioso, irresoluto hasta su daño, tanto dilató la respuesta, que se enemistó con ellos, habiéndolos traído para su seguridad, y después proveyó fuera de tiempo. Traía en el ánimo quemar y destruir a Motril, lugar guardado con alguna ventaja de como solía; pero grande, abierto, llano y a la marina. Mas por descuidar los nuestros, acordó enviar fingidamente los turcos (para mandallos tornar) a las Albuñuelas, frontera de Granada, mostrando querer que fuesen regalados y mantenidos en el vicio y abundancia del Val de Lecrin, el uno de tres barrios fuertes, las espaldas, a la sierra. Entre los amigos de quien más fiaba, era uno Abdalá Abenabó, de Mecina de Bombaron, primo suyo, y también de la sangre de Aben Humeya, alcaide de los alcaides, tenido por cuerdo y animoso, de buena palabra, comúnmente respetado, usado al campo, y entretenido más en criar ganados que en el vicio del lugar. A éste mandó ir por comisario general para que los alojase y mandase, y los capitanes estuviesen a su obediencia; diole orden que donde le tomase otro mandado suyo, tornase con ellos y la más gente que pudiese juntar, trayendo vitualla para seis días; que él avisaría del lugar donde debía ir. Partieron seiscientos hombres, cuatrocientos turcos y doscientos berberíes, en el mismo hábito, todos arcabuceros; eran sus capitanes a la sazón Hhusceni y Caravaji. Apenas llegaron a Cádiar, cuando Aben Humeya despachó un correo dando gran priesa que volviesen aquella noche a Ferreira. De aquí se tramó su muerte. Trataré de más lejos la verdadera causa della, por haberse publicado diferentemente.

El principio fue, descontentamiento de los turcos, mostrados a mandar su rey, en Berbería; temor que del tenían sus amigos, poca seguridad de las personas y haciendas, sospechas que se entendía con nosotros. Y el tratado fue tal luego que le eligieron, que ninguno en su compañía tuviese morisca por amiga, sino por legítima mujer, y guardábase esto generalmente. Mas había entre las mujeres una viuda, mujer que fuera de Vicente de Rojas, pariente de Rojas, suegro de Aben Humeya, mujer igualmente hermosa, y de linaje, buena gracia, buena razón en cualquier propósito, ataviada con más elegancia que honestidad, diestra en tocar un laúd, cantar, bailar a su manera y a la nuestra; amiga de recoger voluntades y conservallas. A ésta se llegó un primo suyo, como es costumbre entre parientes, después de muerto el marido en la guerra, de quien Aben Humeya se fiaba, llamado Diego Alguacil; vivían juntos, comunicábanse más que familiarmente; trataba él con Aben Humeya loando sus buenas partes y conversación, tanto, que a desearla ver lo inclinó; y contento della, por no ofender al amigo, disimulábalo; ausentábale con comisiones; pudo en fin más el apetito que el respeto, y mandó al primo que, no embargante que fuese casado con otra, la tomase por mujer; rehusándolo, trújola el Rey como en depósito a su casa, y usó della por amiga. Avisó dello la viuda a su primo, mostrando descontentamiento, ofendida entre tantas mujeres de no ser tenida por una dellas, estar forzada; y holgar de verse fuera de sujeción, habiendo aparejo; que Aben Humeya, celoso dél y sospechoso de venganza, buscaba ocasión para matalle. Huyó Alguacil, y juntándose con una cuadrilla de mozos ofendidos por otras causas, andaba recatado sin entrar en Válor. Mas dende a pocos días supo de la misma como Aben Humeya enviaba los turcos a cierta empresa, yendo a juntarse con ellos por la ganancia; trújole a las manos el caso al mensajero, y sabiendo dél como iba a llamar los turcos, le mató; y tomándoles las cartas usó de semejante ardid que el conde Julián con los capitanes del rey don Rodrigo en Ceuta. No sabía escribir Aben Humeya, y firmar mal en arábigo; pero servíale de secretario y firmaba algunas veces por él un sobrino del Alguacil, que a la sazón se halló con su tío, él también agraviado. En lugar de la carta escribieron otra para Abenabó, en que le mandaba que tornando aquella noche con los turcos a Mecina, y juntándose con la gente de la tierra y cien hombres que llevaría consigo Diego Alguacil, los degollase con sus capitanes durmiendo y cansados; lo mismo hiciese de Alguacil, después de haberse valido dél. Envió con esta carta un hombre de confianza, midiendo el tiempo de manera que llegasen él y el mensajero a Cádiar cuasi a una misma hora. Dio el hombre la carta poco antes, y llegó Diego Alguacil, hallando confuso y maravillado a Abenabó: díjole como traía la gente consigo; mas que no pensaba hallarse en tal crueldad, por ser personas que habían venido a favorecer su casta fiados dél, y ellos puesto la vida por sus haciendas, por su libertad y por sus vidas; cansados ya de servir a un hombre, voluntario, ingrato, cruel, ¿qué podían esperar sino lo mismo? Bueno de palabras, mas de ánimo malo y perverso; que no había mujeres, no haciendas, no vidas con que hartar el apetito, la sed de dinero y sangre. Pasó Hhusceni, capitán de los turcos, (persona de crédito entro ellos, tenido por cuerdo, valiente y amigo del Rey), antes que Abenabó le respondiese; quísole hablar alterado; y Abenabó, o porque el otro no le previniese, o con temor que le matasen los turcos, o con ambición y cebo del reino, mostró la carta a Caravají y Hhusceni, en que hacía compañero suyo en la traición a Diego Alguacil y de los turcos en la muerte. Dicen que todo a un tiempo sacó el mesmo Alguacil una confición que suelen usar para salir de sí cuando han de pelear y a veces para emborracharse, hecha con apio y simiente de cáñamo, fuerte para dormir sueño pesado: ésta dijo que habían de dar a los capitanes y cabezas en la cena con el beber, sedientos y cansados del camino, a manera de la que llaman los alárabes alhaxix. Entendiendo el hecho, resolvieron entre sí de descomponer y matar a Aben Humeya, parte por asegurarse, parte por roballe, persuadiéndose que tenía gran tesoro, y hacer a Abenabó cabeza. Juntaron consigo la gente de Diego Alguacil, y con silencio caminaron hasta Andarax, donde Aben Humeya estaba: aseguraron la centinela, como personas conocidas y que se sabía habellos enviado a llamar. Pasaron el cuerpo de guardia, entraron en la casa, que era en el barrio llamado Laujar; quebraron las puertas del aposento: halláronle desnudo medio dormido, y vilmente entre el miedo y el suelo, y dos mujeres, embarazado dellas, especialmente de la viuda amiga de Diego Alguacil, que se abrazó con él; fue preso en presencia de los que él trataba familiarmente, hombres bajos (que a tales tenía mayor inclinación y daba crédito), criados suyos, el Mejuar, Barzana, Deliar, Juan Cortés de Pliego y su escribano, que era del Deire. Teniendo veinte y cuatro hombres dentro en casa, cuatrocientos de guardia, mil y seiscientos alojados en el lugar, no hizo resistencia; ninguno hubo que tomase las armas ni volviese de palabra por él. Mas como sólo el que es rey puede mostrar a ser rey un hombre, así sólo el que es hombre puede mostrar a ser hombre un rey. Faltó maestro a Aben Humeya para lo uno y lo otro; porque ni supo proveer y mandar como rey ni resistir como hombre. Atáronle las manos con un almaizar; juntáronse Abenabó, los capitanes y Diego Alguacil delante de la mujer, a tratar del delito y la pena en su presencia; leyéronle y mostráronle la carta, que él, como inocente y maravillado, negó: conoció la letra del pariente de Diego Alguacil; dijo que era su enemigo; que los turcos no tenían autoridad para juzgalle; protestoles de parte de Mahoma, del emperador de los turcos y del rey de Argel, que le tuviesen preso, dando noticia dello y admitiendo sus defensas. Mas la razón tuvo poca fuerza con hombres culpados y prendados en un mismo delito, y codiciosos de sus bienes: saqueáronle la casa, repartiéronse las mujeres, dineros, ropa; desarmaron y robaron la guardia, juntáronse con los capitanes y soldados, y otro día de mañana determinaron su muerte. Eligieron a Abenabó por cabeza en público, según lo habían acordado en secreto, aunque mostró sentimiento y rehusallo, todo en presencia de Aben Humeya, el cual dijo que nunca su intención había sido ser moro; mas que había aceptado el reino por vengarse de las injurias que a él y a su padre habían hecho los jueces del rey don Felipe, especialmente quitándole un puñal y tratándole como a un villano, siendo caballero de tan gran casta; pero que él estaba vengado y satisfecho, lo mismo de sus enemigos, de los amigos y parientes dellos, de los que le habían acusado y atestiguado contra él y su padre, ahorcándolos, cortándoles las cabezas, quitándoles las mujeres y haciendas; que pues había cumplido sin voluntad, cumpliesen ellos la suya. Cuanto a la elección de Abenabó, que iba contento, porque sabía que haría presto el mismo fin; que moría en la ley de los cristianos, en que había tenido intención de vivir si la muerte no le previniera. Ahogáronle dos hombres, uno tirándole de una parte y otro de otra de la cuerda que le cruzaron en la garganta; él mismo se dio la vuelta como le hiciesen menos mal, concertó la ropa, cubriose el rostro.

Tal fin hizo Aben Humeya, en quien después de tantos años revivió la memoria de aquel linaje, que fue uno de los en cuya mano estuvo la mayor parte de lo que entonces se sabía en el mundo. La ocasión convida a considerar que, como todo lo que en él vemos se mantenga por partes, que juntas lo dan el ser, y una dellas sea las cartas o linajes de los hombres, éstas como en unos tiempos parece estar acabadas hasta venir a pobres labradores, así en otros salen y sufren hasta venir a grandes reyes. Pero muchas veces el Hacedor de todo, no hallando sugeto aparejado, produce cosas diminuidas semejantes a las grandes, como fruto en tierra cansada o olvidada, o como queriendo hacer hombre, hace enano, por falta de sugeto, de tiempo, de lugar. No había en el pueblo de Granada moriscos, fuerzas, ocasión ni aparejo para crear y mantener rey: salió de un común consentimiento de muchas voluntades juntas (hombres que se tenían por agraviados y ofendidos hecho un tirano con sombra y nombre de rey, y este, descendiente de casta olvidada, mas que tanto tiempo había señoreado. Dicen que de una sola hija que tuvo Mahoma llamada Fátima, y de Hali Abenseib, vinieron dos linajes, uno de Aben Humeya35, otro de Abenhabet, cuya cabeza fue Abdalá Abenahabet Miramamolín, señor de España, que echó los berberíes del reino della, y el postrero Jusef Hali Atan, a quien echó del reino Abdurrabi Menhadali, cabeza del linaje de Aben Humeya, hasta el último Hiscen, que reinó en discordia; que habiéndole los de Córdoba echado del reino con ayuda de Habuz, rey de Granada, uno del mismo linaje escogió ser electo rey por un solo día, con condición que le matasen pasadas las veinte y cuatro horas; eligiéronle y matáronle, y acabaron juntos el linaje de Aben Humeya y el reino de Córdoba. Los que descendían deste rey, de un día vinieron a poblar las montañas de Granada, y los moros establecieron por ley que ninguno del linaje de Aben Humeya pudiese reinar en Córdoba. Porque si después reinaron en el Andalucía los almoravides y almohades y el linaje de Abenhut, ya no tuvieron a Córdoba por cabeza del reino, hasta que vino a poder del santo rey don Fernando el Tercero. Esto se ha dicho por muestra, y acordar que no hay reino perpetuo, pues vino a desvanecerse un reino tan poderoso como fue el de Córdoba.

Tornado por cabeza Abdalá Abenabó, dieronle mando sobre todo por tres meses, hasta que viniese confirmación del rey de Argel y título de rey: envió con Ben Daud, morisco tintorero en Granada, inventor y tramador del levantamiento, a dar nueva de su elección al rey de Argel; diole dineros y oro para presentar; diéronle los capitanes cada uno por su parte ayuda con que fuese, y quedó allá; y envió la aprobación mucho antes del tiempo. Hicieron con Abenabó la ceremonia, pusiéronle en la mano izquierda un estandarte y en la derecha una espada desnuda, vistiéronle de colorado, levantáronlo en alto y mostráronle al pueblo, diciendo: «Dios ensalce al rey de la Andalucía y Granada, Abdalá Abenabó.» Diéronle generalmente la obediencia los pueblos de moriscos que no la habían dado a Mahomet Aben Humeya, y los capitanes, excepto Aben Mequenun, que llamaban Portocarrero, hijo del que levantó a Jérgal con cuatrocientos hombres en el río de Almanzora, que también el duque de Arcos mandó justiciar en Granada; y en tierra de Almuñécar y Almijara, Giron el Archidoni, que murió reducido y perdonado en Jayena. Hizo repartimiento de las alcaidías y gobierno en hombres naturales de las mismas tahas; escogió para su consejo seis personas demás de los capitanes turcos Caracax y Don Dali, capitán; porque Caravaji, luego como se hizo la elección, partió a Berbería con ocasión de traer gente. Eligió por capitán general para los ríos de Almería, Boloduí y Almanzora, sierras de Baza y Filabres, tierra del marquesado de Cenete y Guadix al que llamaban el Habaquí36 por cuyo parecer se gobernaba en todo; otro de Sierra Nevada, tierra de Vélez, el valle, el Alpujarra y Granada, a quien decían Joaibi de Güéjar: a estos obedecían los otros capitanes de tahas; por alguacil, que después del Rey es el supremo magistrado, a su hermano Muhamet Abenabó. Envió a Hoscein con otro presente de captivos al rey de Argel, pidiéndole gente y armas; juntó un ejército ordinario de cuatro mil arcabuceros, que alejose la cuarta parte cerca de su persona, la guardia de doscientos arcabuceros; fuera del lugar las centinelas apartadas y perdidas, que ni se acogen al cuerpo de guardia, sino a lo alto o lejos, ni se les da otro nombre mas de un contraseño de los caminos, que es dejar pasar solamente al que viniere por parte señalada, y a los que vinieren por otra parte detenellos o dar arma; dende allí avisan por donde vienen los enemigos. Tienen siempre atalayas de noche y de día por las cumbres; llaman al sargento mayor alguacil de la guardia, que reparte y requiere las centinelas, ordena la gente, alójala, hace justicia en el cuerpo de guardia; dentro en la casa residen veinte arcabuceros, a que dicen porteros. Fue poco a poco comprando y proveyéndose de armas traídas de Berbería o habidas de las presas en gran cuantidad, que repartió a bajos precios entre la gente; llegó desta manera a tener ocho mil arcabuceros; el sueldo de los turcos eran ocho ducados al mes, el de los moriscos la comida. Con estos principios de gobierno, con la necesidad de cabeza, con la reputación de valiente y hombre del campo, con la afabilidad, gravedad, autoridad de la presencia, con haber padecido en la persona por tormentos siendo esclavo, fue bienquisto, respetado, obedecido, tenido como rey generalmente de todos.

Mandó en este tiempo don Juan que Pedro de Mendoza fuese a visitar el presidio de Órgiba, con orden que sirviese en lugar de Francisco de Molina, porque entendía estar indispuesto, sabiendo que Abenabó, nuevo rey, juntaba gente para venir sobre la plaza. Mas sucedió una novedad trasordinaria, siendo siete leguas de Granada, como las que suelen acontecer en las Indias, a tres mil de España; que de cinco banderas, sola una, con su capitán don García de Montalvo, quedó libre sin amotinarse, y acusando a Francisco de Molina a una voz de estar loco, pedían por cabeza a Pedro de Mendoza. Las señales que daban de su locura, que los apretaba con rigor a las guardias, que estando enfermos los requería, que no dormía de noche, hombre rico y recatado, que falto de gente particular, ayudaba con dineros a los que enviaba con licencia por cobrar crédito para que viniesen otros; repartía la vitualla por tasa, como quien sospechaba cerco. Pero visto que se encaminaba a motín, quiso prender los capitanes; y sosegándolos, procuró que Pedro de Mendoza saliese de Órgiba; más por satisfacer la gente que estaba ociosa y descontenta y proveerse de vitualla, envió la compañía de Antonio Moreno con su alférez Vilches a correr en el Cehel; que atajados por los moros en el barranco de Tarascón, fueron todos muertos, sin escapar más de tres soldados.

Abenabó con esta ocasión proveyó a Castil de Ferro de armas, artillería y vitualla; puso dentro cincuenta turcos con su capitán, llamado Leandro, para que pudiese recibir el socorro que traería Caravaji con el armada de Argel, y en persona vino sobre Órgiba, movido por quejas de los pueblos comarcanos y daños que continuamente recibían de la guarnición que en ella residía. Eran los capitanes moros Berbuz, Rendati, Macox; y turcos, Dali, capitán a quien dejó cabeza de la empresa y de la gente. Apretaron el lugar, mostraron quererle hambrear; fuéronse con trincheas llegando hasta las casas; vínoles gente, y entraron en ellas; señoreáronlas de manera, que descubrían la plaza, y los nuestros no atravesaban ni estaban a los reparos sin ser enclavados; tomaban por días el agua peleando; era la hambre y la sed mayor que el temor de los enemigos. Dio Francisco de Molina aviso, y pareció a don Juan que el duque de Sesa la socorriese, por la experiencia, por la gracia y autoridad con la gente, ser del consejo y el lugar suyo; detúvose algunos días esperando la vitualla con harta dilación; partió con seis mil infantes y trescientos caballos, más número de gente que de hombres, la mayor parte concejil; pero en Acequia le tomó la gota, enfermedad ordinaria suya, y tan recia, que le inhabilitaba la persona, aunque dejándole libre el entendimiento. Trató don Juan de enviar a Luis Quijada en su lugar, no sin ambición; pero el Duque mejoró, y en principio de noviembre envió dende Acequia a Vilches, que por otro nombre llamaban Pie de palo, buen hombre de campo, plático de la tierra, que con cuatro compañías de infantería, en que había ochocientos hombres, dejando a la mano derecha a Lanjarón, hiciese el camino por lo áspero de la montaña, desusado muchos años, pero posible para caballería; y que reconociendo el barranco que atraviesa el camino de Órgiba, tomase lo alto de la montaña y estuviese quedo adonde el camino de Lanjarón hace la vuelta cerca de Órgiba, de allí diese aviso a Francisco de Molina; y por asegurar a Vilches, envió a sus espaldas otros ochocientos hombres, siguiendo él por el resto de la gente y caballería, sospechoso que los unos y los otros habrían menester socorro.

Mas los moros, que tenían no solamente aviso de la salida de Acequia, pero atalayas por todo, que con señas contaban a los nuestros los pasos, dándolas de una en otra hasta Órgiba, hicieron de sí dos partes; una quedó sobre Órgiba, y otra de la demás gente salió con sus banderas a esperar al Duque. Éstos fueron Hhusceni y Dali, encubriéndose parte de la gente. Comenzó Dali, capitán, a mostrarse tarde y entretenerle escaramuzando. Entre tanto apartaron seiscientos hombres, cuatrocientos con Rendati, que se emboscó a las espaldas de Vilches, y Macox adelante al entrar de lo llano tomando el camino de Acequia de las Tres Peñas (llaman los moros a aquel lugar Calat el Hhajar en su lengua); cosa pocas veces vista y de hombres muy pláticos en la tierra, apartarse tanta gente escaramuzando, y emboscarse sin ser sentida ni de los que estaban en la frente ni de los que venían a las espaldas. Cayó la tarde, y cargó Dali, capitán, reforzando la escaramuza a la parte del barranco cerca de la agua; de manera que a los nuestros pareció retirarse adonde entendían que venía el Duque, pero con orden. Descubriose la primera emboscada, y fueron cargados tan recio, que hallándose lejos del socorro y que apuntaba la noche, cuasi rotos se recogieron a un alto cerca del barranco, con propósito de esperar, hechos fuertes, donde pudieran estar seguros aunque con algún daño, si el capitán Perea tuviera sufrimiento; pero viendo el socorro, echole por el barranco, y la gente tras él; donde seguido de los moros, fue muerto por el peleando con parte de los que iban con él, y pasando adelante, cargaron hasta llegar a dar en el Duque ya de noche, que los socorrió y retiró; pero dando en la segunda emboscada de Macox, apretado por una parte de los enemigos, y por otra incierto del camino y de la tierra con la escuridad, y confuso con el miedo que la gente llevaba, que le

iban faltando, fue necesitado a hacer frente a los enemigos por su persona; quedaron con él don Gabriel, su tío, don Luis de Córdoba, don Luis de Cardona, don Juan de Mendoza y otros caballeros y gente particular, muchos dellos apeados con la infantería, dando cargas y siendo seguidos hasta cerca del alojamiento: dicen que si los moros cargaran como al principio, estuviera en peligro la jornada. Pero el daño estuvo en que Pié de palo partiese a hora que el día no lo bastó al Duque para llegar a Órgiba con sol ni para socorrerle. Engaña el tiempo en el reino de Granada a muchos hombres que no le miden por la aspereza de la tierra, hondura de los barrancos y estrecheza de los caminos. Murieron de los nuestros cuatrocientos hombres, y perdieron muchas armas, según los moros, gente vana que acrecienta sus prosperidades; mas según nosotros (que en esta guerra nos mostremos a disimular y encubrir las pérdidas), solos sesenta; lo uno o lo otro con daño de los enemigos y reputación del Duque. De noche, sospechoso de la gente, apretado de los enemigos, impedido de la persona, tuvo libertad para poner en ejecución lo que se ofrecía proveer a toda parte, resolución para apartar los enemigos, y autoridad para detener los nuestros, que habían comenzado a huir, recogiéndose a Acequia cuasi a media noche: larga y trabajosa retirada de tres grandes leguas, dos siendo cargada su gente.

Y considerando yo las causas por qué nación tan animosa, tan aparejada a sufrir trabajos, tan puesta en el punto de lealtad, tan vana de sus honras (que no es en la guerra la parte de menos importancia), obrase en esta al contrario de su valentía y valor, truje a la memoria numerosos ejércitos disciplinados y reputados en que yo me hallé, guiados por el emperador don Carlos, uno de los mayores capitanes que hubo en muchos siglos; otros por el rey Francisco de Francia, su émulo, y hombre de no menos ánimo y experiencia. Ninguno más armado, más disciplinado, más cumplido en todas sus partes, más plático, abundado de dinero, de vituallas, de artillería, de munición, de soldados particulares, de gente aventurera de corte, de cabezas, capitanes y oficiales, me parece haber visto ni oído decir, que el ejército que don Felipe II, rey de España, su hijo, tuvo contra Enrique II de Francia, hijo de Francisco, sobre Durlan, en defensión de los estados de Flandes, cuando hizo la paz tan nombrada por el mundo, de que salió la restitución del duque Filiberto de Saboya; negocio tan desconfiado: como por el contrario, ninguno he visto hecho tan a remiendos, tan desordenado, tan cortamente proveído, y con tanto desperdiciamiento y pérdida de tiempo y dinero; los soldados iguales en miedo, en codicia, en poca perseverancia y ninguna disciplina. Las causas pienso haber sido comenzarse la guerra en tiempo del marqués de Mondéjar con gente concejil aventurera, a quien la codicia, el robo, la flaqueza y las pocas armas que se persuadieron de los enemigos al principio, convidó a salir de sus casas cuasi sin orden de cabezas o banderas: tenían sus lugares cerca; con cualquier presa tornaban a ellos; salían nuevos a la guerra, estaban nuevos, volvían nuevos. Mas el tiempo que el marqués de Mondéjar, hombre de ánimo y diligencia, que conocía las condiciones de los amigos y enemigos, anduvo pegado con ellos, a las manos, en toda hora, en todo lugar, por medio de los hombres particulares que le seguían, estuvieron estas faltas encubiertas. Pero después que los enemigos se repartieron, acontecieron desgracias por donde quedaron desarmados los nuestros y armados ellos; comunicábase el miedo de unos en otros; que como sea el vicio más perjudicial en la guerra, así el más contagioso: no se repartían las presas en común; era de cada uno lo que tomaba, como tal lo guardaba; huían con ello sin unión, sin respondencia; dejábanse matar abrazados o rasgados con el robo, y donde no le esperaban, o no salían, o en saliendo tornaban a casa; guerra de montaña poca provisión, menos aparejo para ella, dormir en tierra, no beber vino, las pagas en vitualla, tocar poco dinero o ninguno: cesando la codicia del interese, cesaba el sufrir trabajo; pobres, hambrientos, impacientes, adolecían, morían, huyéndose los mataban; cualquier partido destos escogían por más ventajoso que durar en la guerra cuando no traían la ganancia entre las manos. De los capitanes, algunos, cansados ya de mandar, reprender, castigar, sufrir sus soldados, se daban a las mismas costumbres de la gente, y tales eran los campos que della se juntaban. Pero también hubo algunos hombres entre los que vinieron enviados por las ciudades, a quien la vergüenza y la hidalguía era freno. También la gente enviada por los señores, escogida, igual, disciplinada, y la que particularmente venía a servir con sus manos, movidos por obligación de virtud y deseo de acreditar sus personas, animosa, obediente, presente a cualquiera peligro: tantos capitanes o soldados como personas; y en fin autores y ministros de la victoria. Los soldados y personas de Granada todos aprobaron para ser loados. No parecerá filosofía sin provecho para lo porvenir esta mi consideración verdadera, aunque experimentada con daño y costa nuestra.

Envió el Duque a dar noticia de lo que pasaba a Francisco de Molina, mandándole que en caso que no se pudiese detener, desamparase la plaza y se retirase por el camino de Motril; porque el de Lanjarón tenían ocupado los enemigos, y no le podía socorrer. Mas ellos no curaron de tornar sobre Órgiba, así porque en ella y en la refriega que tuvieron habían perdido gente y muchos heridos, como porque les pareció que bastaba tener a Francisco de Molina corto con poca gente, y ellos hacer rostro a la del Duque, estorbar el daño que podía hacer en los lugares del Valle, que tenían como proprios. Francisco de Molina, con la orden del Duque, conforme a la que él tenía de don Juan, teniendo por cierto que si volvieran sobre él, se perdería sin agua ni vitualla, enclavó y enterró algunas piezas que no pudo llevar, recogió los enfermos y embarazos en medio, tomó el camino de Motril, libre de los enemigos; donde llegó con toda la gente que salió, y con poca pérdida en el fuerte, dando harto contraria muestra del suceso en el cerco y retirada, de lo que la desvergüenza de los soldados había publicado; desamparose por ser corta la provisión de vituallas, lugar que había costado muchas, mucho tiempo, mucha gente y trabajo mantener y socorrer; fue el primero y solo que los enemigos tomaron por cerco: deshicieron las trincheas, quemaron y destruyeron la tierra, llevaron dos piezas, aunque enclavadas. Tomáronse dos moros con Cartas que los capitanes escribían a la gente de las Albuñuelas y el Valle y otras partes, certificándoles la venida del Duque a socorrer a Órgiba, y animándolos que siguiesen su retaguardia; porque ellos con la gente que tenían se les mostrarían a la frente, como le estorbasen el socorro o les combatiesen con ventaja. No estuvieron ociosos el tiempo que él se detuvo en Acequia; porque bajaron por Güéjar y el Puntal a la Vega, llevaron ganados, quemaron a Mairena hasta media legua de Granada, acogiéndose sin pérdida y con la presa, por divertir o porque la guerra pareciese con igualdad. Esperó en Acequia por entender el motivo de los enemigos y entretenellos que no diesen estorbo a la retirada de Francisco de Molina, y por su indisposición, con falta de vitualla y descontentamiento de la gente: por esto y la ociosidad, y por ser ya el mes de noviembre y la sementera en la mano, se comenzó a deshacer el campo. Mas llamado por don Juan, salió por las Albuñuelas con poca gente, y ésa temerosa por lo sucedido (trataban los turcos de ponerse de guarnición en aquel lugar) y caminando el día, los enemigos al costado, llegó temprano sin acercarse los unos a los otros, dando culpa a las guías: quemó el un barrio, y después de haber enviado a don Luis de Córdoba a quemar a Restával, Melejix, Concha, y otros lugares del Valle que don Antonio de Luna dejó enteros, y dejado a Pedro de Mendoza con seiscientos hombres alojado en el otro barrio, tornó a Granada, donde halló a don Juan ocupado en la reformación de la infantería, provisiones de vitualla y otras cosas, por medio y industria de Francisco Gutiérrez de Cuéllar, del Consejo, a quien el Rey envió particularmente a mirar por su hacienda; caballero prudente, plático en la administración della, bueno para todo.

Habían las desórdenes pasado tan adelante, que fue necesario para remediallas hacer demostración no vista ni leída en los tiempos pasados en la guerra; suspender treinta y dos capitanes de cuarenta y uno que había, con nombre de reformación; pero no se remedió por eso; que el gobierno de las compañías quedó a sus mismos alféreces, de quien suele salir el daño. Porque como se nombran capitanes sin crédito de gente o dineros, encomiendan sus banderas a los alféreces y oficiales que les ayudan a hacer las compañías, gastando dinero, con los soldados, de quien no pueden desquitarse tomándoselo de las pagas, porque se les desharían las compañías, y procuran hacello engañando en el número. Pero los capitanes y oficiales cuasi todos engañan en las pagas, aunque unos las ponen en calificar soldados y entretenellos con pagar ventajas o darles de comer, y estos son tolerables; otros son perniciosos y aun tenidos como traidores, porque engañan a su señor en cosa que le hacen perder la honra, el estado y la vida, fiándose dellos, y estos son los que para sí hacen ganancia con las compañías, teniendo menos gente, o robando los huéspedes, o componiéndolos: la misma reformación se hizo en los comisarios, partidos, y distribución de vituallas, armas y municiones.

En el tiempo que el duque de Sesa partió para el socorro de Órgiba, y don Juan entendía en reformar las desórdenes, se alzo Galera, una legua de Güéscar, en tierra de Baza; lugar fuerte para ofender y desasosegar la comarca, en el paso de Cartagena al reino de Granada, y no lejos del de Valencia. Mas los de Güéscar, entendiendo el levantamiento, fueron sobre el lugar con mil y doscientos hombres y alguna caballería; estuvieron hasta tercero día; y sin hacer más de salvar cuarenta cristianos viejos que estaban retirados en la iglesia, se tornaron. Habían entrado en Galera por mandado de Abenabó cien arcabuceros turcos y berberíes con el Maleh, alcaide del partido, y era capitán dellos Caravajal, turco que saltó fuera cargando en la retaguardia, y poniéndolos en desorden les quitó la presa de ganados y mató pocos hombres, de que los de Güéscar, indignados, mataron algunos moriscos por la ciudad y en la casa del Gobernador, donde se habían recogido, quemaron parte della, saquearon y quemaron otras en Güéscar, ciudad de los confines del reino de Murcia y Granada, patrimonio que fue del rey católico don Fernando, y dada en satisfacción de servicios al duque de Alba don Fadrique de Toledo; pueblo rico, gente áspera y a veces mal mandada, descontenta de ser sujeta a otro sino al Rey; y desasosegada con este estado que tiene, procura trocalle con otros, que a veces desasiosegan más.

Levantose de ahí a pocos días Orce, una legua de Galera, que los antiguos llamaron Urci; y estando los de Güéscar preparándose para ir a allanarla o destruirla, los vecinos cristianos nuevos que habían quedado, indignados, metieron de noche sin ser sentidos al Maleh con trescientos hombres en sus casas, que dejó emboscados en los lavaderos hasta dos mil, y en ellos trescientos turcos y berberíes, que se habían juntado para el efecto; mas los de la ciudad, que tuvieron noticia, vueltas contra ellos las armas, peleando los echaron fuera con daño y rotos, y dando con el mesmo ímpetu en la emboscada, la rompieron, matando seiscientos hombres. Fuera la victoria del todo si los turcos y berberíes no resistieran, reparando la gente y haciendo retirar parte della con alguna orden. Ya Abenabó había hecho declarar todo el río de Almanzora (que en arábigo quiere decir de la Victoria)con Purchena (en otro tiempo llamada de los antiguos Illipula grande, a diferencia de otra menor, ribera de Guadalquivir), la sierra de Filabres y los lugares de tierra de Baza. Quedaban Seron y Tíjola, del duque de Escalona; Tíjola inexpugnable, pero falta de agua. Envió sobre Seron, y saliéndose la guardia, prendió el Alcaide (algunos dicen que por voluntad), tomó armas, munición, vitualla, doce piezas de bronce. Tíjola siguió a Seron: de esta manera quedaron levantados todos los moriscos del reino, sino los de la hoya de Málaga y serranía de Ronda.

Estos motivos, y la priesa que el Rey daba a reforzar el campo del marqués de Vélez, que estaba en Baza, enviando caballeros principales de su casa por las ciudades a solicitar gente, que saliese antes que los enemigos tomasen fuerzas, apresuró al Marqués con la gente que trajo de la Peza y la que don Antonio de Luna dejó en Baza, y la que se juntó de Güéscar y otras partes, por todos cuatro mil infantes y tres cientos y cincuenta caballos, a ponerse sobre Galera: el Maleh y su hijo desampararon el lugar, desconfiados que se pudiese mantener. Caravajal, turco, dende a dos días que el Marqués llegó, juntó el pueblo; persuadiolos que salvasen la gente, la ropa y a sí mismos, pues tenían aparejo y la sierra cerca; y diciéndole que dentro en sus casas querían morir, les respondió que aún no era llegado el tiempo, ni era su oficio morir; que se salvasen y dejasen aquello para otros que vernían brevemente a morir por ellos. Mas visto que estaban pertinaces, con ciento y treinta turcos y berberíes, dando una arma de noche a los nuestros, se salió con su gente y dinero sin recebir daño; y vino por mandado de Abenabó a residir en Güéjar con los otros capitanes.

Habían los enemigos (como dijimos) entrado en ella, fundado frontera, atajado con una trinchea de piedra seca, de monte a monte, el trecho que llaman la Silla; manteníanse contra Granada, hacían presas, solicitando pueblos que se levantasen, recogiendo y regalando, los que se alzaban. A veces estaban en ella cuatro mil, a veces menos, y de ordinario seiscientos hombres, según las ocasiones: eran capitanes Joaibi, natural del lugar, por otro nombre llamado Pedro de Mendoza (que este apellido, tomaban muchos por la naturaleza que tenía en la tierra la casta del marqués don Íñigo López de Mendoza, primer capitán general), Hocein, Caravajal, turco, Chocon (que en su lengua quiere decir degollador), Macox, Mojájar y otros. Crecía el desasosiego de la ciudad y parecía estarse con menos seguridad, pero en nada se vía acrecentada la manera de la defensa, descubierta la parte de la ciudad que llaman Realejo, frontera a los enemigos, el barrio de Antequeruela no sin peligro muchos meses, muy a menudo los apercebimientos, que se hacían de persona en persona y con secreto, mostrando que los enemigos vernían cada noche a dar en la ciudad, las más veces por esta parte. Al fin se achicó la puerta que dicen de los Molinos y se puso una compañía de guardia en Antequeruela, pero no que se atajasen los caminos del Facar, Veas, el Puntal; maravillándose los que no tienen noticia de las causas o licencia de escudriñallas, cómo se encarecían tanto las fuerzas de los enemigos y el peligro, y se estaba con tan flaca guardia; en fin, se puso una concejil en la puerta de los Molinos, reforzose la de Antequeruela, púsose guardia en los Mártires y en Pinillos y Cenes (presidios todos contra Güéjar), y a don Jerónimo de Padilla mandaron estar en Santa Fe con una compañía de caballos para asegurar el llano de Loja, demás de la guardia de la Vega. Púsose caballería en Iznalloz; pero todo no estorbaba que hasta las puertas de Granada se hiciesen a la continua presas.

Estando en estos términos, comenzó el marqués de Vélez a batir a Galera con seis piezas de bronce y dos bombardas de hierro, de espacio y con poco fruto. Saltaban fuera los moros a menudo, haciendo daño sin recebillo.

Cargó don Juan la mano con el Rey, como agraviado que le hubiese mandado venir a Granada en tiempo que todos estaban ocupados, por tenello ocioso, siendo el que menos convenía holgar: mostrábale deseo de emplear su persona; hijo y hermano de tan grandes príncipes, en cuya casa habían entrado tantas victorias; mozo no conocido de la gente; el espacio con que se trataba la guerra en Almanzora, el atrevimiento de los enemigos, la Alpujarra sin guarniciones, la mar desproveída, los moros en Güéjar, lo que convenía tomar el negocio con mayores fuerzas y calor. Pareció al Rey apretar los enemigos, acometiéndolos a un tiempo con dos campos, uno por el río de Almanzora a cargo de don Juan, con quien asistiesen el marqués de Vélez, el comendador mayor de Castilla y Luis Quijada; otro por el Alpujarra con el duque de Sesa; y por no dejar embarazo tan importante como enemigos a las espaldas, mandó que antes de su partida viniese sobre Güéscar. El nombre de la salida fue (porque el de Vélez no se hubiese por ofendido) dar orden en lo que tocaba a Guadix y Baza, como había sido con el marqués de Mondéjar darla en lo de Granada. Estando Güéjar y Galera por los enemigos, cualquier otra empresa parecería difícil y el peligro cierto; en Güéjar, por dejarlos a las espaldas; en Galera, porque podía saltar la rebelión en el reino de Valencia, y con la tardanza conservarse los moros en sus plazas, Purchena, Seron, Tíjola, Jérgal, Cantoría, Castil del Ferro y otras. Partió el Comendador mayor de Cartajena, por orden de don Juan, con ocho piezas de campo, trescientos carros de vitualla, munición y armas. El Marqués aunque entendiendo la ida de don Juan mostraba algún sentimiento, no dejó de verse con el Comendador mayor, que proveyéndole de vitualla y munición, pasó a esperar a don Juan en Baza. Dicen, y confiésalo el Comendador mayor, qua escribió al Rey como el Marqués no le parecía a propósito para dar cobro a la empresa del reino de Granada, y que las cartas vinieron a las manos del Marqués primero que a las del Rey; mas leyolas y disimulolas, o fuese pensando que la necesidad había de traelle tiempo a las manos en que diese a conocer lo contrario, o cansado y ofendido, dando a entender que la peor parte sería de quien no le emplease. Eran, ya los 15 de diciembre (1.569 ), y no parecía señal ni esperanza de que se hiciese efecto contra Galera. Mas el Rey solicitaba con diligencia los señores de la Andalucía y las ciudades de España, pidiendo nueva gente para la empresa y salida de don Juan, y enviando personas calificadas de su casa a procurallo.

Llegó la orden para que don Juan hiciese la jornada de Güéjar primero que partiese para Guadix y Baza: habíase enviado muchas veces a reconocer el lugar con personas pláticas; lo que referían era que dentro estaban siete mil arcabuceros y ballesteros resolutos a venir una noche sobre Granada (número que si de mujeres y hombres ellos lo tuvieran, y no les faltaran cabezas y experiencia, era bastante para, forzar la ciudad); que estaban fortificados y empantanaban la Vega; que allanaban el camino que va por la sierra a la Alpujarra para recebir gente. Tanto más puede el recelo que la verdad, aunque cargue sobre personas sin sobresalto. Todavía no fueron creídos del todo los que daban el aviso; pero reforzáronse las guardias con más diligencia, y difiriose la ida de don Juan hasta que más gente de las ciudades y señores fuese llegada. Por hacer la jornada con más seguridad envió a don García Manrique y Tello de Aguilar que reconociesen el lugar de noche y la mañana hasta el día: lo que trujeron fue que dentro había más de cuatro mil infantes, no haber visto fuego a las trincheas ni en el cuerpo de guardia, no humo aun para encender las cuerdas, en el corazón del invierno, tierra frigidísima y a la falda de la nieve; no trocar las guardias, no cruzar a la mañana gente de las casas a la trinchea o de la trinchea a las casas; no acudir con el arma a la trinchea: atribuíase todo a señales de gran recatamiento; pero, a juicio de algunas personas pláticas, de lugar desamparado. Notaban que en tanto tiempo, tan cerca, lugar abierto y pequeño, se sospechase y no se supiese cierto el número de la gente, pudiéndose contar por cabezas o por la comida, y que todos afirmasen pasar de seis mil hombres, y los reconocedores, de cuatro mil, llegando tan cerca y trayendo señales de poca gente o ninguna. Pareció que sería conveniente servirse de los capitanes que habían sido suspendidos, porque la gente se gobernaría mejor por ellos, y los más eran personas de experiencia. Mandáronles tomar sus compañías, y todos lo quisieron hacer, pudiendo emplear sus personas, sin volver a los cargos de que una vez fueron echados.

Había costumbre en el Alhambra de salir los capitanes generales y alcaides cuando se ofrecía necesidad, dejando en la guardia della personas de su linaje y suficientes. Mostraba el conde de Tendilla títulos suyos, de su padre, abuelo y bisabuelo, de capitanes generales de la ciudad sin el cargo del reino, y pretendía salir con la gente della. Pero Juan Rodríguez de Villafuerte, que, entonces era tenido por enemigo suyo declarado, pretendía que como corregidor le tocase: traía ejemplo de Málaga, donde el Corregidor tenía cargo de la gente, no obstante que el Alcaide tuviese título de capitán de la ciudad; mas, o fuese mandamiento expreso o inclinación a otros, o desabrimiento particular con la casa o persona del Conde, no obstante las cédulas, y que la profesión de Juan Rodríguez fuese otra que armas, hizo don Juan una manera de pleito de la pretensión del Conde, y remitió el negocio al consejo del Rey, quitándole el uso de su oficio y dándole a Juan Rodríguez, que aquel día llevó cargo de la gente de la ciudad, y le tuvo otros muchos. Partió a los 23 de diciembre con nueve mil infantes, seiscientos caballos, ocho piezas de campo. Había dos caminos de Granada a Güéjar; uno por la mano izquierda y los altos, y éste llevó él con cinco mil infantes y cuatrocientos caballos: llevaba Luis Quijada la vanguardia con dos mil, donde iba su persona; a don García Manrique encomendó la caballería; y la retaguardia, con la artillería, munición y vitualla (donde iba su guión), al licenciado Pedro López de Mesa y a don Francisco de Solís, ambos caballeros cuerdos, pero sin ejercicio de guerra; lo cual dio ocasión a pensar que la empresa fuese fingida, y don Juan cierto que el lugar estaba desamparado, pues encomendaba a personas pacíficas lugar adonde podía haber peligro y era menester experiencia; dando al Duque el camino del río más breve con cuatro mil infantes y trescientos caballos, en que iba la gente de la ciudad. Aquella noche se aposentó en Veas, dos leguas de Granada y otras tantas de Guéjar, con orden que juntos, por diversas partes, llegasen a un tiempo y combatiesen los enemigos, para que los que del tino escapasen, diesen en el otro; pero quedoles abierto el camino de la sierra. Don Diego de Quesada, a quien tenía por plático de la tierra, iba por guía del campo de don Juan, aunque otros hubiese en la compañía tan soldados, criados en aquella tierra y mas pláticos en ella, según lo mostró el suceso. Estaban a la guardia del lugar ciento y veinte turcos y berberíes con Caravajal, que estuvo, en Galera, cuatrocientos y treinta de la tierra, todos arcabuceros, la cabeza era Joaibi; los capitanes Cholon, Macox y Rendati, y el Partal por sargento mayor, venidos, según se entendió, solo por la ganancia de las presas, con la seguridad de la montaña, y mudábanse por meses; muchas mujeres, muchachos y viejos de los lugares vecinos, que no querían apartarse de sus casas, proveídos de pan y carne en abundancia; y dicen ellos que nunca hubo más gente ordinaria. Entendieron días antes la ida de don Juan, y tuvieron tiempo de salvar lo mejor de su ropa, sus personas y ganados. El día antes, que don García y Tello de Aguilar fueron a reconocer avisando la gente, partieron los turcos a la Alpujarra; y de los moros, el día antes que don Juan llegase, salieron cuatrocientos hombres con Partal y el Macox y Rendati en ocasión de correr nuestras espaldas, y hicieron daño el mismo día que llegó don Juan: quedaron en Güéjar ochenta hombres con Joaibi para retirar el removiente de la gente inútil y ropa. Partieron a un tiempo de Granada el Duque y don Juan de Veas al amanecer. Hay pocos hombres del campo que sepan caminar bien de noche la tierra que han visto de día; esta era toda de un color igual, aunque doblada, que dio causa a la guía de engañarse cuasi en la salida del lugar, y a don Juan de gastar tiempo. Con todo se detuvo, esperando el día, incierto del camino que haría el Duque, y avisando las atalayas de los moros con fuegos a los suyos de lo que ambos hacían. Mas el Duque caminó por derecho; envió, delante a don Juan de Mendoza, que halló la trinchea desamparada sino de diez o doce viejos, que de pesados escogieron quedar a morir en ella; estos fueron acometidos y degollados. Entrado y saqueado el lugar por la gente que don Juan de Mendoza llevaba de vanguardia, vieron subir por la sierra mujeres y niños, bagajes cargados, con espaldas de sesenta arcabuceros y ballesteros, que haciendo vuelta sobre los nuestros en defensa de su ropa, se salvaron de espacio, aunque seguidos poco trecho y detenidamente; pero lo que se pudo y con mas daño nuestro que suyo: murieron, entre hombres y mujeres, sesenta personas, y fueron cautivas otras tantas; la demás gente por la sierra fueron a parar en Válor y Poqueira y otros lugares de la Alpujarra; húbose mucho trigo y ganado mayor: de nuestra gente murieron cuarenta soldados, porque los moros en lo áspero de la tierra y entre las matas, cubiertos con las tocas de las mujeres, esperaban a nuestros soldados, que pensando ser mujeres, llegasen a captivallas y los arcabuceasen. Entre ellos murió el capitán Quijada, siguiendo el alcance, desatinado de una pedrada que una mujer le dio en la cabeza. Don Juan, ora apartándose del lugar dos leguas, ora acercándose a menos de un cuarto por camino que todo se podía correr, se halló pasado mediodía sobre Güéjar, dentro de la trinchea de los enemigos, en el cerro que llaman la Silla: llevó la gente ordenada, y a los que nos hallamos en las empresas del Emperador parecía ver en el hijo una imagen del ánimo y provisión del padre, y un deseo de hallarse presente en todo, en especial con los enemigos. Descubrió de lo alto a la gente del Duque delante del lugar en escuadrón, y tan de improviso, que Luis Quijada envió con don Gómez de Guzmán de mano en mano a pedir artillería, pensando que fuesen enemigos, o dando a entender que lo pensaba. Esta voz se continuó con mucha priesa; y caminando con dos pezezuelas, llegó don Luis de Córdoba, de parte del Duque, con el aviso que los enemigos iban rotos y los nuestros estaban dentro en el lugar. Quedamos espantados cómo Luis Quijada no conoció nuestras banderas y orden de escuadrón dende tan cerca, hombre plático en la guerra y de buena vista, y cómo el Duque enviaba a decir que los enemigos iban rotos, no habiendo enemigos. Mostró don Juan contentamiento del buen suceso, y queja del agravio de que le hubiesen guiado por tanto rodeo, que no alcanzase a ver enemigos Pero don Diego de Quesada se excusaba con que en consejo se lo mandó que guiase por parte segura, y Luis Quijada le dijo que por donde no peligrase la persona de don Juan; porque él no sabía cómo cumplir su comisión más a la letra que guiando siempre cubierto y dos leguas de los enemigos. Tuvo la toma de Güéjar más nombre lejos que cerca, más congratulaciones que enemigos. Volvieron la misma noche a Granada don Juan y el duque de Sesa; mandó quedar a don Juan de Mendoza en Güéjar con gruesa guardia por algunos días, y después a don Juan de Alarcón con las banderas de su cargo; dende a pocos días a don Francisco de Mendoza, reparado y trincheado un fuerte, pero con poca gente. Decían que si cuando los moros desampararon el lugar y don Juan fue a reconocelle, se hubiera hecho el fuerte (que podía en una noche) y puesto en él una pequeña guardia, como se hizo en Tablate, se salvaran pasadas de tres mil personas, que murieron a manos de los enemigos, mucha pérdida de ganado, reputación y tiempo, el nombre de guerra, desasosiego de noche y día; todo hecho por mano de poca gente.

Dende este día parece que don Juan, alumbrado, comenzó a pensar en las gracias de victoria tan fácil, y buscadas las causas para conseguilla, hacer y proveer por su persona lo que se ofrecía con mayor beneficio y más breve despacho. Extendiose por España la fama de su ida sobre Galera, y moviose la nobleza della con tanto calor, que fue necesario dar el Rey a entender que no era con su voluntad ir caballeros sin licencia a servir en aquella empresa. Enviaron las ciudades nueva gente de a pie y de caballo; crecieron algunas que no tenían proprios los precios a las vituallas para gastos de la guerra; otras entre cinco vecinos mantenían un soldado. Entraron el tiempo que duró la masa pasadas de ciento y veinte banderas con capitanes naturales de sus pueblos, personas calificadas, sin la gente que vino al sueldo pagado por el Rey, que fue la tercia parte: tanta reputación pudo dar a los enemigos la voluntad de venganza. Mandó don Juan, que ya era señor de sí mismo y de todo, que una parte de la masa se hiciese en el mismo campo del marqués de Vélez, pasando la gente por Guadix; y otra pasando por Granada en las Albuñuelas, donde estuviese don Juan de Mendoza a recogella hacer provisión de vitualla. Ordenó que el duque de Sesa quedase su lugarteniente en Granada, pasase a posar en el mismo aposento que él tenía en la chancillería, y que formado su campo, partiese por Órgiba contra el Alpujarra, a un mismo tiempo que él para Galera, por divertir las fuerzas de los enemigos.

Mas Abdalá Abenabó, indignado del suceso de Güéjar, quiso recompensar la fortuna y la reputación, procurando ocupar algún lugar de nombre en la costa. Escogió tres mil hombres, y en un tiempo con escalas y como pudo acometieron de noche a Almuñécar, que los antiguos llamaban Manoba, y a Salobreña, que llamaban Selambina; pero el capitán de Almuñécar resistió retenidamente por ser de noche, y con algún daño de los enemigos, que dejando las escalas, se acogieron a la sierra, donde corrían de continuo la comarca: lo mismo hicieron los que iban a Salobreña, que, rebotados por don Diego Ramírez, alcaide della, con dificultad, por aguardarse con menos gente, se retiraron, juntándose con la compañía. Visto Abenabó que sus empresas le salían inciertas y que las fuerzas de España se juntaban contra él, envió de nuevo al alcaide Hoceni a Argel, solicitando gente para mantener, o navíos para desamparar la tierra y pasarse; y juntamente con él un moro suyo a Constantinopla. Dicen que llegados a Argel, hallaron orden del señor de los turcos para que fuese socorrido.

En el mismo tiempo batía el Marqués a Galera con poco efecto, defendíanse los vecinos, y reparaban el daño fácilmente; saltaban algunas veces fuera, y entre ellas, trabando una gruesa escaramuza, cargaron nuestra gente de manera, que matando al capitán León y veinte soldados, cuasi pusieron en rota el cuartel; pero retiráronse cargados sin daño; colgaron de la muralla la cabeza del capitán y otras, y el Marqués partió a Güéscar un día por rehacerse de gente; volviendo, trajo consigo pocos soldados. Mas don Juan partió de Granada con tres mil infantes y cuatrocientos caballos a juntarse con el Marqués; vino a Guadix, que los antiguos llamaban Acci, pueblo en España grande y cabeza de provincia, como agora lo es: adoraban los moradores al sol en forma de piedra redonda y negra; aun hoy en día se hallan por la tierra algunas dellas con rayos en torno. La nobleza y gente de la ciudad han mantenido el lugar, viéndose a menudo con los moros y partiéndose dellos con ventaja. De Guadix vino de espacio a Baza, que llamaban los antiguos, como los moros Basta, cabeza de una gran partida de la Andalucía, que del nombre de la ciudad decían Bastetania, en que había muchas provincias; y de allí a Güéscar, donde el Marqués estaba con su gente, la cual junta con la de la ciudad y tierra, hicieron gran recebimiento y salva, mostrando mucha alegría, con la venida de don Juan. Sólo el Marqués salió descontento a recebirle por ver que había de obedecer, siendo poco antes obedecido y temido. Mas don Juan le recebió con alegre y blando acogimiento, y aunque sintió su disgusto, le saludó y abrazó con mucha serenidad, diciéndole: «Marqués ilustre, vuestra fama con mucha razón os engrandece, y atribuyo a buena suerte haberse ofrecido ocasión de conoceros. Estad cierto que mi autoridad no acortará la vuestra, pues quiero que os entretengáis conmigo y que seáis obedecido de toda mi gente, haciéndolo yo asimismo como hijo vuestro, acatando vuestro valor y canas, y amparándome en todas ocasiones de vuestros consejos.» a estas ofertas respondió el Marqués por los términos extraños que siempre usó, aunque medido con su grandeza, diciendo: «Yo soy el que más ha deseado conocer de mi rey un tal hermano, y quien más ganará de ser soldado de tan alto príncipe, mas si respondo a lo que siempre profesé, irme quiero a mi casa, pues no conviene a mi edad anciana haber de ser cabo de escuadra». Fue la respuesta muy notada, así de sentenciosa y grave, cuanto aguda; y así, el Marqués fue breve en su jornada, porque tarde o nunca mudó de consejo. Entró don Juan en consejo sobre lo de Galera, y después de haberla reconocido, se determinó de ir sobre ella y ponerle cerco.