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A***



                           Tu beldad seductora me convida
con un mundo de dicha y de placer:
pero yo, en cambio, a tu serena vida
sólo puedo dolores ofrecer.
   ¡Ah! no juntes tu suerte con mi suerte, 5
ve que te diera mi destino horror:
mi amor, señora, es el dolor, la muerte;
huye por Dios de mi fatal amor.
   Digno no soy de tu beldad celeste,
no merezco tu puro corazón: 10
nunca, un suspiro este infeliz te cueste;
básteme tu amistosa compasión.
   Sólo te pido que en mi triste losa
esos ojos que afrentan al zafir
derramen una lágrima piadosa 15
«que haga mi helado polvo rebullir».


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A mi madre



                           ¡Cuánto ya del destino me quejaba!
Y ¡ay triste! no sabía
¡que su saña crüel me condenaba
a ser más desdichado todavía!
Entre males sin cuento 5
sólo un bien me restaba, una ventura:
isla risueña, solitario puerto
en el inmenso mar de mi amargura:
fresco oasis de flores y verdura
de mi vida en el árido desierto: 10
y eras tú, madre mía,
tú, mi amor, mi esperanza, mi alegría.
   ¿Quién les quitó a mis ojos el semblante
que su vista más bella siempre ha sido?
¿Quién me ha robado aquella voz amante 15
que era música eterna de mi oído?
¿Quién mi cuello privó del tierno brazo
que lo tenía dulcemente preso?
¿Quién le quitó a mi frente tu regazo?
¿Quién a mi labio le robó tu beso? 20
Gima el labio doliente,
dóblese al suelo la marchita frente;
sólo se abra el oído
para oír de mis labios el gemido,
y en tan fieros enojos, 25
sólo para llorar se abran los ojos.
   Aunque una larga eternidad viviera,
nunca el recuerdo en mí se borraría
de ese día fatal: rayó la aurora,
y murió la esperanza lisonjera 30
que engendró mejoría engañadora:
el que sueño tranquilo parecía
era el último ya: ¡cuán vanamente,
de rodillas en torno de tu lecho,
tus cuatro hijos, de dolor insanos, 35
con los nombres más dulces, a porfía,
te estuvimos llamando todo un día!
Tu cuerpo inmóvil, sin color tus labios,
sin luz tus ojos y tus manos yertas,
tan sólo en ti vivía 40
ese ronco estertor de tu agonía
que sonará en mi oído eternamente,
¡y que midió, como un reloj viviente,
las largas horas de ese eterno día!
   Vino la noche al fin y su reposo 45
interrumpió de la fatal campana
el doble doloroso
que el fin anuncia de una vida humana.
A tus dolientes hijos,
arrancados por fuerza de tu lado, 50
Ese toque les dijo
que estaba su infortunio consumado;
con cuyo son concierta
el lúgubre gemido
que dio, al cerrarse, la pesada puerta: 55
un agudo alarido
sonó, de cuatro pechos exhalado,
y ciñó cuatro cuellos un abrazo:
y así abrazados a tu estancia fuimos
y nos precipitamos a tu lecho, 60
y en el ardiente mar de nuestros ojos
inundamos tus pálidos despojos;
y besamos con labio reverente
el pecho que era nuestro santo escudo,
las inmóviles manos, los hermosos 65
ojos cerrados ¡ay! eternamente,
¡y el frío labio para siempre mudo!
   Y de nuevo arrancados a tu lecho,
en nuestra estancia solitaria, oscura,
pasar sentimos las eternas horas 70
midiendo nuestra eterna desventura:
y en la noche tercera,
sentimos ¡ay! que desfilando iba
delante a nuestra reja
la larga funeraria comitiva 75
que acompañaba tu ataúd al templo,
vibrando en nuestras almas desoladas
el compás de su marcha que se aleja
y el decreciente son de sus pisadas.
   Y de dolor y de infortunio ejemplo, 80
desde entonces vivimos, habitando
esta mansión en donde ya no moras,
cual tristes avecillas que han perdido
las maternales alas protectoras
lloran sin tregua en el desierto nido. 85
   ¡Y tú entonces faltaste a nuestro llanto
y a la materna muerte, tú que ausente
en las riberas de la antigua Europa,
apurarás en breve largamente
de la amargura la colmada copa! 90
¿Cuál será tu dolor, oh Grimanesa,
al escuchar la nueva
que ya sus alas el Vapor te lleva?
¡Cuando confirmen a ti, oído incierto
la desventura horrible, 95
que a tu cariño pareció imposible,
cuando te digan que tu madre ha muerto!
¡Que ha muerto ¡ay cielo! antes que tú volvieras
a las patrias riberas,
cuando ya estaba tan cercano el plazo 100
en que verla tu amor se prometía
y darle al fin el suspirado abrazo,
tras tantos años de una ausencia impía!
   ¡Ah! tu congoja por la nuestra mido:
morir querrás: a todo acento humano, 105
desesperada, negarás oído;
y consolarte intentarán en vano,
en círculo amoroso,
tus dulces hijos y tu tierno esposo.
   ¿Por qué, por qué con adivino pecho 110
no aceleraste tu veloz partida?
¡Ah! ¡si el peligro adivinado hubieras
que amenazaba tan preciosa vida,
hallara entonces tu impaciencia lento
el vuelo audaz del carro de los mares, 115
y ansiaras las ligeras
alas de tu amoroso pensamiento
para volar a los maternos lares!
   Y acaso el gozo de tornar a verte
a prolongar bastara la existencia 120
de aquella a quien tu ausencia
tal vez, tal vez aceleró la muerte:
pues, aunque a todos nos amaba tanto
la madre más amante que ha nacido,
tú fuiste el más querido 125
entre los frutos de su seno santo:
tú que fuiste para ella juntamente
hija, hermana y amiga y compañera,
de sus íntimas penas confidente.
   Mas, aunque ya no viva, ven siquiera 130
a ver, oh Grimanesa, los lugares
que la miraron por la vez postrera,
de su vida testigos familiares,
y que su sombra idolatrada habita;
ven, dulce hermana, a que lloremos juntos 135
nuestra común desgracia; en la luctuosa
solitaria mansión de los difuntos,
ven a orar con nosotros en la losa
que sus despojos adorados sella:
cual sólo alivio a tu dolor profundo, 140
ven a que hablemos sin descanso de ella
y a ocupar nuestra vida en la memoria
de la que fue en el mundo
nuestro amor, nuestro orgullo y nuestra gloria.

Mayo de 1870.               



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Dolor



                           Sólo la voz de mis gemidos suena
madre del corazón, en la morada
ayer no más de tu presencia llena,
y hoy sola y taciturna y enlutada.
   Ayer no más la henchía de contento 5
el son más regalado a nuestro oído
la música divina de tu acento
por cuatro corazones repetido.
   Ayer no más de tu ¡mansión doliente
las estancias desiertas y calladas 10
se animaban sonando alegremente
al rumor de tus ágiles pisadas.
   Ayer no más la mesa en que llorando
estas estrofas plañideras trazo
te vio en la tarda noche, a mí llegando, 15
ceñir mi cuello con amante lazo.
   Me recordabas cariñosa la hora,
y dabas, arrancando dulcemente
a mi mano la pluma veladora,
un fresco beso a mi abrasada frente; 20
   y me arrastraba tu amoroso empeño
al lecho, y en la orilla te sentabas,
y sólo en brazos de tranquilo sueño,
partiendo silenciosa, me dejabas.
   ¡No alcanzo ¡ay! cómo de dolor no muero, 25
muerta una madre tan amante y buena!
¡Fuerza es que abrigue un corazón de acero,
pues no me rompe el corazón la pena!
   De extraño mal que me consume lento
herido yo desde mi edad primera, 30
nunca mi amor se imaginó un momento
que tu muerte a mi muerte precediera.
   Esperaba por él interrumpida
esa ley natural, de rigor llena,
que el triste fin de quien le dio la vida 35
a un hijo amante a contemplar condena.
   Y la muerte espantosa no temía,
cuando a mi alma la interior mirada
representaba mi última agonía
por tu dulce figura coronada. 40
   ¡Y es posible, posible que el destino
de ti me despojara en un momento!
¡Y que no vuelva a hallarte en mi camino
ni a ver tu rostro ni escuchar tu acento!
   ¡Y es posible ¡ay dolor! que ya no pueda, 45
como cuando moraba en suelo extraño,
oír la voz de la esperanza leda
decirme: la verás dentro de un año!
   ¡Y que no pueda imaginarme un plazo
tras el cual, aunque largos años cuente, 50
espere darte el suspirado abrazo
y verte y escucharte finalmente!
   Un tiempo la esperanza lisonjera
en las playas de Europa me decía:
«hay una madre que con ansia espera 55
de tu regreso el venturoso día».
   «Cesen los ayes que sin fin exhalas:
¡el anhelado instante se aproxima
que del vapor las incansables alas
te llevarán a la remota Lima!» 60
   ¡Si estuvieras ausente, moradora
de Francia, a Grimanesa reunida,
y pudiese mi amor a cada hora
tu regreso esperar o mi partida!
   ¡Si a falta de tu voz, a tu hijo hablara 65
papel escrito por tu dulce mano,
y frecuente coloquio nos ligara,
vencedor del vastísimo océano!
   Pero en vez de ese viaje tan ansiado
y ya vecino a tu anhelar materno, 70
¡te preparaba la crueldad del hado
el postrer viaje y el adiós eterno!
   ¡Ah si posible el alma concibiera
ver, madre, alguna vez tu faz querida:
tarde, muy tarde, en mi vejez postrera, 75
en los últimos días de mi vida!
   Si me dijese la esperanza ahora:
«Resta un consuelo a tu dolor profundo;
»tu dulce madre idolatrada mora
»en los confines últimos del mundo: 80
   »crudo el viaje sera, de riesgos lleno,
»en montes, selvas y enemigos mares;
»mas llegarás a su adorado seno,
»después que largos lustros caminares»:
   ¡Ah! ¡cuán contento partiría entonces, 85
aunque gastara en viaje tan lejano
triples sandalias de macizo bronce
y al fin llegara moribundo anciano!
   Mas ahora ¡ay de mí! la vida entera
pasara vanamente en esperarte, 90
y en vano el universo recorriera,
¡pues ya no vives en ninguna parte!
   Ya no hay en el vastísimo universo
punto que habite mi amorosa mente,
¡y hoy sabe mi dolor cuánto es diverso, 95
llorarte muerta de llorarte ausente!
   Tal vez, mirando tu dolencia impía,
mil deseos formaba en mi locura,
y el patrio suelo abandonar quería
por no ver ni espantosa desventura; 100
   llevando antes, oh madre, de perderte
a otras playas mi planta fugitiva
donde incierto viviera de tu muerte,
y allí pudiera imaginarte viva.
   Y aun hoy, y aun hoy, aunque tu cuerpo he visto 105
inmóvil, frío y sin color y mudo,
a la verdad horrible me resisto,
y de tu muerte y mi desdicha dudo.
   ¡Ah! ¡cuántas veces en feliz olvido
pienso escuchar tu labio que me nombra, 110
o el usado rumor de tu vestido
que leve barre la mullida alfombra!
   Y si un instante dejo mis umbrales,
imagino al volver que tú me esperas,
y que a mi encuentro cariñosa sales 115
con semblante palabras placenteras.
   Mi pie las gradas del umbral traspasa
y con pisadas presurosas entro:
mas ¡ay! recorro la desierta casa,
y te llamo, y te busco, y no te encuentro 120
y cesa, entonces la ilusión dichosa,
y mi infortunio y mi tormento crece,
cuando de nuevo la verdad odiosa
a mi razón su desnudez ofrece.
   Y no alcanzo a entender de qué manera, 125
rota tan fuerte e íntima atadura,
¡huyó el cuerpo y la sombra persevera,
cesó tu vida y aún mi vida dura!
   La calma universal me maravilla,
y no comprendo en mi dolor profundo 130
¡cómo viven los otros, y el sol brilla,
y no fenece con mi madre el mundo!
   Y mudo, solitario y embebido,
días consumo en tu tenaz recuerdo,
y la extensión de mi infortunio mido, 135
y en el abismo del dolor me pierdo.
   Confusas sobre mí pasan auroras,
Días, tardes y noches que no cuento,
cual si cesase el vuelo de las horas
ante tan hondo y tan tenaz tormento. 140
   Para mí la existencia está cambiada:
en noche eterna se trocó mi día:
¡Ah! ya no espero ni ambiciono nada
de cuanto un tiempo ambicionar solía.
   ¿Qué me importan honores y grandezas 145
de los que tú no habrás de ser testigo?
¿Qué me importan el fausto y las riquezas
que ya no puedo dividir contigo?
   Si mi afán con tu amor no galardonas,
ya todo para mí lo desencantas: 150
que, si ansiaba poéticas coronas,
era para ponerlas a tus plantas.
   Ya no curo laureles inmortales
ni de la gloria el lisonjero aplauso,
si con él en los labios maternales 155
una sonrisa de placer no causo.
   La vida misma, ¿para qué la quiero,
si no la ha de encantar tu compañía,
y si tu eras el término postrero
y el solo fin de la existencia mía? 160
   ¡Ay! ¡qué va a ser de mí sin tu cuidado!
¡Qué porvenir tan enlutado el mío!
¡Sólo divisa el ánimo angustiado
llanto, tristeza, soledad, vacío!
   En nada, en nada encontraré consuelo: 165
eternamente viviré afligido:
a otros alivian en tan justo duelo
los afectos de padre y de marido.
   Mas yo ni en dulces hijos ni en hermosa
consorte amante mi consuelo fundo: 170
que tú eras ara mí madre esposa,
y tú eras todo para mí en el mundo.
   Mas ¿qué digo? del hijo abandonado
un consuelo le resta a la amargura:
uno sólo: seguirte, y a tu lado 175
dormir en la callada sepultura.

1870.               



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Recuerdo del día de la comunión



                           ¡Oh cuanto triste venturoso día,
que en mi memoria sin cesar contemplo,
cuando en tu estancia convertida en templo,
enfrente de tu lecho de agonía,
alzamos, madre, el ara 5
donde al eterno Padre el Sacerdote
la víctima inmortal sacrificara!
   Présaga, oh madre, de tu fin vecino,
y absuelta ya por la sagrada diestra
dispensadora del perdón divino, 10
¡cuánto imploraba tu impaciente anhelo
nutrir el alma con el pan del cielo!
¡Con la feliz confortadora vianda
que al humano viajero
un Dios piadoso desde el cielo manda 15
para que emprenda el viaje postrimero!
   Y de rodillas yo a tu cabecera,
las consagradas preces
quisiste que mi labio te leyera:
¡Dulce y triste deber! ¡ah! ¡cuántas veces 20
los sollozos y el llanto
la comenzada voz interrumpieron!
Mas, pensando en el santo
inefable deber que allí cumplía,
venciendo mi quebranto, 25
con labio balbuciente proseguía.
   Por fin llegó el momento
el ansiado momento venturoso
en que tu labio hambriento
gustara, oh madre, el inmortal sustento 30
que envidia al hombre el serafín glorioso.
   Celestial alegría
bañaba tu semblante,
y claro se veía
que hospedabas a Dios en ese instante: 35
brillaron tus miradas
                        cual por luz inmortal iluminadas,
cual si ya viesen la celeste aurora;
¡pareciome sentir súbitamente
derramarse fragancia embriagadora 40
y oír un son divino, como el canto
de un coro angelical allí presente!
   Callaba en tanto yo: tus labios píos
pidieron a los míos
nuevos acentos con que dar al cielo 45
por tan alta merced gracias ardientes,
¡y de tu alma las alas impacientes
te iban creciendo para el grande vuelo!
   ¡Ah! ¡por qué con tus hijos no partiste
a la mansión divina, 50
y solos, oh dichosa peregrina,
nos has dejado en este suelo triste!

Junio de 1870.               



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Único consuelo



                           Tan sólo encuentra mi dolor consuelo
en la voz que me dice: «No lo dudes,
»ya la madre que lloras, en el cielo
»recibe el galardón de sus virtudes».
   Es la voz de la amiga cariñosa 5
que conoció el tesoro de nobleza,
de bondad, de indulgencia generosa,
que en tu pecho encerró naturaleza.
   Es la voz de la huérfana inocente
que en tus hogares encontró un abrigo, 10
del anciano sin hijos e indigente,
de la mísera viuda, del mendigo:
   del mendigo infeliz que, siempre ufano,
al partir tus umbrales bendecía,
llevando dones de tu rica mano 15
y acentos dulces de tu boca pía.
   Es la voz de la enferma a cuyo labio
dio tu mano la médica bebida,
no reputando a tu nobleza agravio
ser sierva de la gente desvalida. 20
   Voz de otros tantos que humilló la suerte
y en secreto tus dones sustentaban,
dones que sólo descubrió tu muerte
y que tus propios hijos ignoraban.
   Todos, vertiendo lágrimas sin duelo 25
por su pía incansable bienhechora,
todos me dicen, señalando el cielo:
«Allá recibe el galardón ahora».
   ¡Ah! ¡yo maldigo esa fatal creencia
que al negro cetro de la muerte impía 30
sujeta el alma, y nuestra amarga ausencia
por una eternidad dilataría!
   Mas la promesa de esa fe celeste
que tú enseñaste a mi niñez bendigo,
¡pues me muestra otro mundo después de éste 35
donde por siempre me uniré contigo!
   Sí: ya te miro sobre regio estrado
ocupar el asiento luminoso
que ha tantos años a su noble lado
te guarda amante tu primer esposo. 40
   Y él al mirar por fin a su Manuela
que viene a hacerle eterna compañía,
de la ausencia tan largase consuela
que hasta en el cielo suspirar le hacía.
   Y por sus hijos, de ternura lleno, 45
pregunta a tu cariño largamente;
tú le respondes, en su noble seno
dulce inclinando la amorosa frente.
   Y a saludarte acudirán veloces
los que llorabas en la tierra triste; 50
allí a tu padre ves: allí conoces
a la madre que aquí no conociste.
   Y de placer y afecto te estremeces
al (56) abrazar a la adorada hermana
que hizo de madre las piadosas veces 55
al desamparo de tu edad temprana.
   Y a la hija, causa de tan largo lloro,
que halló la muerte al empezar la vida,
encontrarás entre el celeste coro
en serafín ardiente convertida. 60
   Mas tan dichosa unión, tan alta gloria
un sólo pensamiento no destierra,
y aún aviva en tu pecho la memoria
de los hijos que dejas en la tierra.
   Y a Dios piadoso, con materno ahínco, 65
compadeciendo nuestras ansias fieras,
rogarás por la dicha de los cinco
que allá en el cielo recobrar esperas.

Junio de 1870.               



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Recuerdo



                           ¡Cuantas veces, oh madre, fatigado
del largo afán que el pensamiento abruma,
dejaba al fin la dolorosa pluma
para buscar tu cariñoso lado!
   Y me acogías en tu seno amante, 5
y en tu sofá tendido, a mi mejilla
era blanda almohada tu rodilla,
como cuando era pequeñuelo infante.
   La luz bebía de tus ojos bellos,
y sentía tu mano dulcemente 10
acariciar mi enardecida frente
o amorosa jugar con mis cabellos.
   Y de su tacto al refrigerio blando
sentía mi cabeza serenarse,
y la fiebre poética templarse 15
que estaba mi cerebro devorando.
   Que no hay tierna caricia que no cuadre
entre el materno y el filial cariño,
y aun cubierto de canas, siempre es niño
un hombre en la presencia de su madre. 20
   ¡Ay! ya no tengo la amorosa falda
donde la frente reclinar ahora,
cuando la larga fiebre abrasadora
de la tenaz inspiración la escalda.
   No hay pies ansiosos que a mi encuentro lleguen 25
ni ojos amantes a mi vista ledos;
ni cariñosos nacarados dedos
que nunca ya con mis cabellos jueguen.
   Salid, cual amarguísimo océano,
lágrimas mías, de mi pecho lleno: 30
¡ya no caéis en el materno seno,
ya no os enjuga la materna mano!


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Soledad



                           ¡Cuán vasto, cuán callado, cuán desierto
hallan mis pasos el materno hogar!
Cada eco triste que al andar despierto
me parece, de pena sollozar!
   Ya tu acento mi oído no recrea, 5
oh madre, ni a escucharte volveré,
instando la doméstica tarea,
mover en torno el diligente pie.
   Cual antes, ese pie no ya impaciente,
vendrá a buscarme, ni a esa dulce voz 10
que llame cariñosa a tu Clemente
ya, como un día, acudiré veloz.
   Ya no podré, como antes, cada día
ir a darte el saludo matinal,
ni estampar en tu frente, madre mía, 15
el casto beso del amor filial.
   ¡Cuán tristes doblan las marchitas flores
su frente taciturna en tu jardín,
y apagando sus vívidos colores,
llorar parecen, como yo, tu fin! 20
   ¡Cuán tristes cantan en angosta reja
las aves cuya voz te deleitó!
lamento flébil su cantar semeja
con que te lloran, cual te lloro yo.
   ¡Con cuán fervientes preces las leales 25
siervas por tu alma suplicando están!
De tu cerrada estancia en los umbrales
¡Cuál gime y llama el solitario can!
   ¡Oh tú, de cuyo duelo soy testigo,
pobre animal, ven a mi lado, ven 30
como con dulce hermano o fiel amigo,
hoy contigo llorar quiero también.
   No pienses que soberbio te desdeño;
te ennoblece a mis ojos tu dolor:
sí, llora, llora por el noble dueño 35
que algo te dio de su precioso amor.
   Ya no, cual antes, con ladrido ufano
saldrás a recibirla en el dintel,
ni al tacto usado de su blanda mano
ledo y altivo erizarás la piel. 40
   ¡Ay! en vano la llama tu gemido
para yacer como antes a sus pies:
ya no tienes señora, y afligido
y sólo y triste, como yo, te ves.
   Que unas tu llanto a mi gemir consiento, 45
te doy parte en mi duelo y aflicción,
pues te basta el calor del sentimiento,
si te falta la luz de la razón.

1870.               



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Viajando por la costa



                           Áridos cerros que ni el musgo viste,
cumbres que parecéis a la mirada
altas olas de mar petrificada,
¡cuánto me halaga vuestro aspecto triste!
   ¡Cuánto descansa el ánimo angustiado 5
en contemplaros, al fulgor sombrío
de un cielo oscuro, nebuloso y frío,
conforme, cual vosotros, a mi estado!
   Que en el mar y en la tierra y en el cielo
a un afligido corazón le agrada 10
encontrar donde quiera retratada
la fiel imagen de su propio duelo.


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Consuelo



                           Enmudece, fatal Filosofía,
que osas demente proclamar que cesa
con el cuerpo en el seno de la huesa
la vida del que vida le infundía.
   Mas ven, y temple la congoja mía, 5
religión santa, tu feliz promesa
que, del sepulcro tras la noche espesa,
la luz nos muestra del eterno día.
   Ven a brindarme el único consuelo
que a mi presente desventura cuadre: 10
alza mi mente y mi esperanza al cielo:
y abriendo a un hijo la inmortal morada,
muéstrale en ella a su perdida madre
en un ángel de luz transfigurada.


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Al viernes 22 de abril de 1870



                           ¡Oh doloroso inolvidable día,
más negro que la noche más oscura!
Tú sellaste mi inmensa desventura,
en ti el sol, se eclipsó de mi alegría.
   Tus lentas horas, en cadena impía, 5
insensibles al ay de mi ternura,
¡midieron, como siglos de amargura,
de mi madre adorada la agonía!
   Sé pues maldito; y entre todos triste,
nunca del astro con la luz te dores 10
que ardiente velo a tus hermanos viste:
   ¡negras nubes y vientos bramadores
te acompañen por siempre, o tú que fuiste
el Viernes para mí de los dolores!


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Infinidad de la creación



                           Huelle la tierra la rastrera planta:
pero tú, generoso pensamiento,
tus alas rapidísimas levanta
a la vaga región del firmamento.
   En ese claro piélago anchuroso, 5
con cien islas le luz resplandeciente,
boga, boga sin tregua ni reposo,
con raudo vuelo, sin cesar creciente.
   Surcando con intrépida confianza
el azul elemento como propio, 10
pasa los astros últimos que alcanza
el ojo de cristal del telescopio.
   Ve millares de nuevos resplandores
poblar sin fin la inmensidad serena,
como del campo las espesas flores, 15
o del desierto a menuda arena.
   Mas ten un punto tu inflamado vuelo,
y derrama tus ojos anhelante:
mira detrás la inmensidad del cielo,
la inmensidad del cielo ve delante. 20
   Su fin aspiras a tocar en vano:
aunque siglos tu viaje prosiguieras,
nunca de aquel vastísimo océano
encontraras las últimas riberas.
   Vanas fueran tus alas inmortales; 25
y, sin cesar creciendo su grandeza,
no salieras jamás de los umbrales
de aquella inmensidad que siempre empieza.
   Nunca, nunca en tu vuelo sorprendieras
la eterna diestra de crear cansada; 30
ni llegaras jamás a las fronteras
del silencioso imperio de la Nada.


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A mi hermana Grimanesa

En la súbita muerte de su esposo



                        ¡Ah! nunca vienen las desdichas solas:
siempre la pena sucedió a la pena,
como del mar las incesantes olas,
cual los anillos de una gran cadena.
   Flecha tras flecha la Desgracia vibra, 5
lazo ninguno su furor respeta,
y en el sensible corazón no hay fibra
donde no clave su mortal saeta.
   Y si con pecho de sufrir rendido,
grita tal vez la víctima: ¿hasta cuándo? 10
cierra la cruda el contumaz oído,
sus golpes y su saña redoblando.
   Y ha dos años, dos años, Grimanesa,
que su implacable encarnizada diestra
en partes mil de traspasar no cesa 15
el corazón de la familia nuestra.
   Y en tanto tiempo la mudable luna
no acabó una vez sola su carrera,
sin que al doliente corazón alguna
nueva desdicha a lacerar viniera. 20
   Y vino la más fiera, y los despojos
guardó de nuestra madre el Camposanto,
y derramaron nuestros tristes ojos
su más amargo doloroso llanto.
   Y hoy es la nueva víctima tu esposo 25
que la Parca feroz escoger quiso:
sin anunciarte el golpe doloroso,
le dispara su flecha de improviso.
   Y cae el triste entre tus brazos yerto,
y en vano de su muerte tu amor duda: 30
¡Ah! tu infortunio, tu infortunio es cierto,
¡pobre hermana, ayer huérfana y hoy viuda!
   ¡Oh terrible dolor que todavía
hace más fiero la crueldad del hado,
con la vasta invencible lejanía 35
que nos separa de tu dulce lado!
   ¡Ah! ¡quién alas prestara al impaciente
insano ardor que nuestro pecho encierra,
para volar, más raudos que la mente,
a las lejanas playas de Inglaterra! 40
   ¡Quién pudiera volar a la potente
ciudad soberbia, de la mar señora,
que no contiene entre su inmensa gente
más triste desdichada moradora!
   Sí; no hay, hermana, entre los tres millones 45
que hinchen de Londres el gigante seno,
uno sólo, de tantos corazones,
hoy más que el tuyo de amargura lleno.
   ¡Ah! ¡si aliviar pudiéramos la pena,
que hace tu tierno corazón pedazos! 50
Si en torno de tu cuello tina cadena
de amor formaran nuestros fieles brazos!
   Si, ya que nada en este trance fuera
capaz de mitigar tu atroz quebranto,
¡el consuelo quedáranos siquiera 55
de mezclar con tu llanto nuestro llanto!
   Mas quiso el hado en su crudeza rara,
con ausencia del mal acrecedora,
que antes al nuestro tu dolor faltara
cual falta al tuyo nuestro llanto ahora. 60
   Deja, deja por fin la tierra extraña:
no más moremos tan lejanos puntos:
del hado temple nuestra unión la saña,
y las desgracias nos encuentren juntos.
   Hijos sin madre, esposa sin marido, 65
más y más nuestros lazos estrechemos,
y del fiero destino embravecido
los futuros asaltos esperemos:
   Hasta que, exhaustas del dolor las heces
y abandonando este mortal desierto, 70
al fin muramos los que tantas veces
en los seres queridos hemos muerto.


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A Juana Y***



                           Ya doce años trascurrieron,
oh Juana, desde aquel día
en que contempló la tarde
nuestra última despedida.
   Y desde entonces, morando 5
en tan apartados climas,
de ti no logro mi oído
la más remota noticia.
   En vano, en vano a tu patria
voló mi palabra escrita 10
que a tus bellísimas manos
sin duda no llegaría:
   que un corazón como el tuyo
nunca la amistad olvida,
ni vencen tiempo y distancia 15
el afecto que nos liga.
   Yo sin cesar te recuerdo,
y sin cesar imagina
mi amistad cual es la suerte
que te cabe, fausta o mísera. 20
   ¿Vives triste y solitaria
cual te dejó mi partida
y la muerte de tu madre
lloras, Juana, todavía?
   ¡Ah! ¡cuán comprendo ahora 25
tu congoja por la mía!
yo también perdí a mi madre:
llora ¡oh Juana! mi desdicha.
   Esa madre de quien tanto
te hablé siempre, cara amiga; 30
esa madre idolatrada,
mi consuelo y mi alegría,
   el modelo de las madres,
el respeto de la envidia,
ya es tan sólo ¡oh desventura! 35
un puñado de ceniza.
   Yo la vi rendirse al peso
de su dolencia prolija,
y mis ojos presenciaron
su lentísima agonía. 40
   Por la mano de la muerte
vi cerradas las pupilas,
astros de mi negro cielo,
soles de mi noche fría:
   yo vi mudo el dulce labio 45
cuya fúlgida sonrisa
era el iris que del alma
las tormentas despedía:
   ¡yo vi inmóviles los brazos
que mi cuello y sien ceñían 50
con dulcísimas cadenas
de abrazos y de caricias!
   ¡Ah! ¡jamás sospechar pude
que abriera tan honda herida
en humano débil pecho 55
del dolor la espada impía!
   ¡Ni siquiera cuando en Cádiz
yo te vi en la pena misma
a tu madre lamentando,
o modelo de las hijas! 60
   Cierto; al ver el largo llanto
que bañaba tu mejilla
y al oír los hondos ayes
que del alma te salían,
   hasta el alma me llegaban 65
tu dolor y tus fatigas,
y tremenda reputaba
cual ninguna tu desdicha.
   Pues bien, Juana, ni aún entonces,
más me condolías, 70
la mitad calcular pude
de esa congoja infinita:
   pasar es fuerza por ella
para poder concebirla:
es el duelo más tremendo 75
de los duelos de la vida.
   Aún hoy tú a tu madre lloras
que yo a mi madre querida
habré de llorarla siempre
cual la lloré el primer día: 80
   para dolor tan inmenso
vana es del tiempo la huida,
ni dan los años el bálsamo
que esa llaga cicatriza.
   Un solo consuelo cabe, 85
y es la promesa bendita
de la esperanza dichosa
que un nuevo mundo nos brinda:
   mundo que junte por siempre
cuanto la tierra partía, 90
donde halle el hijo a la madre
y halle el amigo a la amiga:
   jardín de flores eternas
y de rosas sin espinas,
sereno mar sin tormentas, 95
cielo sin nubes sombrías.
   Allí hallarás a tu madre,
allí encontraré a la mía,
de eterna beldad ornadas,
de luz perenne vestidas: 100
   y ellas en dulces coloquios
y en amante compañía,
cual los hijos en la tierra,
serán en el cielo amigas.
   Allí nos veremos, Juana, 105
tras ausencia tan prolija:
¿Qué importa que tantos mares
en el mundo nos dividan?
   ¡Ah! ¿Qué importa que nos prendan
a ti Cádiz, a mí Lima, 110
si una y otra finalmente
son moradas fugitivas,
y si a entrambos nos espera
la ciudad santa y divina,
eterna mansión que ignora 115
ausencias y despedidas?

1871.               



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A la familia de Noé



                           Padres segundos del linaje humano,
únicos libres del común pecado,
y de común castigo, cuando, airado,
cambió el Señor la tierra en océano:
   cuando ese mar inmenso tuvo orilla, 5
y dejasteis al fin el arca santa,
al estampar en tierra vuestra planta,
¿no regasteis en llanto la mejilla,
   al mirar que la tierra, ya segura,
que os acoja del naufragio ilesos, 10
blanqueaba toda con humanos huesos,
de los hombres inmensa sepultura?
   Preciso fue de las divinas manos
acatar el castigo, más en tanto
pudisteis lamentar con pío llanto 15
el fin de vuestros míseros hermanos.


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Al recogerme



                           En triste noche, como yo sombría,
vuelvo con lento paso a la morada
alegre ayer, hoy muda y desolada
desde que no la habitas, madre mía.
   ¡A nadie le parece ya tardía 5
mi vuelta, ni conoce mi pisada,
ni con amor sonríe a mi llegada,
ni me pregunta en qué pasé mi día!
   Entro: silencio donde quier profundo
hallo; voy a tu estancia, y tu desierto 10
callado lecho en lágrimas inundo:
   ¡ningún consuelo en mi dolor advierto,
y al sentirme tan sólo en este mundo,
quisiera, oh madre, como tú, haber muerto!




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Antioco

Drama en cinco actos

[Nota (57)]



A mi madre



PERSONAJES

                          SELEUCO, rey de Siria                          
ANTIOCO, su hijo
ERASISTRATO, médico
NICANOR
ESTRATONICE
OLIMPIA
Damas, guardias y acompañamiento

La escena pasa en Antioquía





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Acto Primero

La llegada



El teatro representa una gran sala del palacio de Seleuco

 

Escena I

 

SELEUCO y ERASISTRATO

 
ERASISTRATO    Se acerca la hora dichosa,
gran Señor, de conocer
a la celestial mujer
que escogisteis por esposa:
si con amor tan ardiente 5
la adoráis sólo por fama,
¿Cómo arderá vuestra llama,
cuando la tengáis presente,
y os miréis dueño y señor
de la beldad más divina 10
que os miréis, miento imagina
y que codicia el amor?
el retrato es celestial,
y a Venus envidia diera:
pues, si al retrato supera, 15
¿cuál será el original?
SELEUCO    ¡Quién como yo afortunado,
si, cual tu labio lo dice,
es más bella Estratonice
que tan divino traslado! 20
Aunque es tan bella esa cara
que más belleza no anhelo,
bastándome que el modelo
al retrato se igualara.
ERASISTRATO    Suele un pintor, al copiar 25
una bella criatura,
aumentarle la hermosura
y copiarla sin lunar.
Pero aquí vencido el arte
Dijo a la naturaleza: 30
«En tan perfecta belleza
es imposible igualarte.»
SELEUCO    Basta, amigo: no así añadas
más ardor a la impaciencia
con que anhelo la presencia 35
de sus gracias adoradas.
Digo en vano al corazón
que el momento está cercano
y a mi ciego anhelo insano
los instantes si los son. 40
de sus gracias adoradas.
Digo en vano al corazón
que el momento está cercano
y a mi ciego anhelo insano
los instantes siglos son. 45
De su vida perder creo
los segundos que la aguardo:
¡Quién pudiera al tiempo tardo
dar las alas del deseo!
Por qué, si afán tan prolijo 50
me cuesta esperarla aquí,
¡por qué yo mismo no fui,
en vez de mandar a mi hijo!
ERASISTRATO    Bien pronto aquí la veréis,
y su estupenda hermosura 55
os pagará con usura
cuantas ansias padecéis.
SELEUCO    Mas quizá te maravilla
que, ya cano mi cabello,
doble aún el regio cuello 60
al que cielo y tierra humilla,
después que tanto tributo
pagué de Amor a las aras,
y de tres esposas caras
vistió mi dolor el luto. 65
Pero el trono más altivo
donde Amor jamás se sienta
es una tumba opulenta
donde un rey se entierra vivo;
y del amor sin las flores, 70
la corona más luciente
despedaza nuestra frente,
cual abrojos punzadores.
Mas ¿qué digo? cosa es clara
que no juzgues insensato 75
el ardor, Erasistrato,
que mi labio te de lara:
Que, aunque, del sabio mayor
merecida fama goces,
por experiencia conoces 80
tú también lo que es amor;
y en su llama generosa
tan cumplidamente ardiste,
que a una ciudad preferiste
la posesión de tu esposa. 85
ERASISTRATO    Y de ello no me arrepiento,
que por tan cara beldad,
cual desdeñé una ciudad,
desdeñado hubiera ciento.
Con tan alta posesión 90
nada envidio ni ambiciono,
porque vale más que un trono
ese noble corazón;
y en su amor casto y profundo
donde soy rey absoluto, 95
hago cuenta que disfruto
todos los tronos del mundo.
Pero de pasos, Señor,
se siente un rumor vecino:
sin duda la reina vino: 100
alguien entra: es Nicanor.
 

Escena II

 

Dichos y NICANOR

 
SELEUCO    ¿Cómo así, Nicanor, solo
a nuestra presencia llegas?
¿Dónde al príncipe dejaste?
¿Dónde ha quedado la reina 105
NICANOR    Vuestra majestad, Señor,
le dé para hablar licencia
al que viene mensajero
de poco felices nuevas.
SELEUCO    Habla al punto, que no es más 110
lo que tú decirme puedas
que lo que es fuerza que el alma
con tan triste anuncio tema.
NICANOR    El príncipe vuestro hijo,
a cuyo celo y nobleza 115
confiasteis el alto cargo
de acompañar a la reina,
en la corte de Demetrio
dio tan señaladas muestras
de ser en todo, oh gran rey, 120
un trasunto y copia vuestra,
que, al punto prendados todos
de sus soberanas prendas,
hubo en hacerle agasajo
universal competencia. 125
Mas poco a poco se fue,
sin que la causa se sepa,
advirtiendo en su semblante
una profunda tristeza.
Y este misterioso mal 130
fue creciendo de manera,
que la tristeza del alma
fue ya del cuerpo dolencia.
Adoleció algunos días
sin que jamás consintiera 135
que de su estado mandaran
a vuestro oído las nuevas;
y atribuyéndolo todo
al dolor de vuestra ausencia,
aseguró que su alivio 140
volver a sus lares era.
Púsose en marcha por fin
acompañando a la reina:
y procurando vencerse
con heroica resistencia, 145
logró mostrar pocos días
más serenidad y fuerzas,
atento sólo al cuidado
de quien cual madre venera.
Mas en vez de ir en aumento 150
mejora tan halagüeña,
mientras nos íbamos viendo
de nuestra patria más cerca,
era mayor cada aurora
del príncipe la funesta 155
profunda melancolía,
y más mortales las señas.
Al fin cuando de Antioquía
tocamos casi las puertas,
le acometió el mal usado 160
con tan tirana violencia,
que, dudosos de su vida,
temimos que ni siquiera
lograra llegar a verse
en vuestra ansiada presencia. 165
Al fin recobró el sentido
y hasta aquí a venir se apresta
con la reina que en cuidarle
cual hijo vuestro se emplea.
Y yo, Señor, he venido, 170
pues dile los sepáis es fuerza,
a preparar vuestro pecho
a vista tan lastimera.
SELEUCO    ¡Ay! Erasistrato amigo,
¡Quién creyera, quién creyera 175
que a una tan viva alegría
iba a suceder tal pena!
¡Mi hijo a la muerte cercano
mi Antioco, mi bien! ¡oh fiera
desdicha! ¡oh dolor horrible 180
adonde ninguno llega!
Solo en ti, oh Erasistrato,
solo en ti mi amor espera:
salva a mi hijo, salva a Antioco,
pues alcanzas tanta ciencia. 185
ERASISTRATO    Tened fe que haré, Señor,
cuanta humana ciencia pueda,
que amo al príncipe vuestro hijo
como a un hijo amar pudiera.
SELEUCO    ¡Ah! Volemos a encontrarle, 190
ni un instante ya se pierda:
vamos pronto, Erasistrato.
¡Hijo mío!
ERASISTRATO                    Mas él llega.
 

Escena III

 

Dichos, ANTIOCO, ESTRATONICE, OLIMPIA y acompañamiento

 
SELEUCO   Ven a los brazos de tu padre amante,
hijo (Aparte ¿Quién hay que tal dolor resista? 195
a la muerte retrata su semblante)
(A ANTIOCO) ¿Cómo vienes?
ANTIOCO                                               Mejor: sólo tu vista
a volverme la vida era bastante.
SELEUCO    Y vos de Siria y de mi amor Señora,
(A ESTRATONICE)   Perdonad hoy a la desgracia mía, 200
si un pecho que os acata y os adora,
al ver vuestra beldad deslumbradora,
así mezcla el dolor con la alegría.
Sólo el pesar de ver en tal estado,
presa de un mal tan bárbaro y violento 205
a un hijo tan amante como amado,
pudiera haber en mí contrapesado
de vuestra vista el celestial contento.
¡Cuán dichoso seré, si juntamente
logra dos altos bienes mi deseo: 210
ver la salud de Antioco floreciente
y coronada mi pasión ardiente
con los lazos felices de himeneo!
ESTRATONICE    Yo también, gran Señor, con el contento
de ver al que ya es rey de mi albedrío 215
el más vivo dolor mezclado siento,
al ver la postración y abatimiento
de un hijo ya tan vuestro como mío.
¡Qué cuenta os doy de un hijo tan amado!
SELEUCO    ¡Ah! quién pudo temer que así volviera! 220
ESTRATONICE    El estar de vos lejos le ha enfermado,
y así espero, Señor, que a vuestro lado
volverá presto a la salud primera.
SELEUCO    Esa esperanza mi dolor mitiga:
pero es tiempo, querido hijo del alma, 225
que del penoso viaje la fatiga
alivie el sueño con su mano amiga:
ven a gozar su bienhechora calma.
ANTIOCO    No, mi padre y señor: ya ni un momento
he de quedarme aquí, y con el permiso 230
que me concedas, otra vez me ausento.
ESTRATONICE    (¡Oh cielos! ¿Cuál será su pensamiento?)
ANTIOCO    Al punto partir déjame: es preciso.
SELEUCO    ¡Oh dioses! ¡Qué escuché! Llegas apenas
y quieres separarte de mi lado: 235
¿No es la ausencia la causa de tus penas?
A una muerte segura te condenas
partiendo, hijo del alma, en tal estado.
ANTIOCO    Al contrario, Señor: mi fin es cierto,
si partir no me dejas brevemente; 240
sólo partiendo mi penar divierto:
si me amas, si no quieres verme muerto,
hoy mismo, hoy mismo mi partir consiente.
ESTRATONICE    (¡Qué mal mis ansias refrenar consigo!)
SELEUCO    Tú, cuya ciencia lo más hondo sabe, 245
(Ap. a ERASISTRATO) Dime ¿qué es esto Erasistrato, amigo?
ERASISTRATO    Si la verdad, oh gran Señor, os digo
(Ap. a SELEUCO) Es cuanto miro misterioso y grave.
SELEUCO    De tu mal el exceso riguroso
es quien causa ese ciego desvarío. 250
ERASISTRATO    Estáis necesitado de reposo.
SELEUCO    Obedece a tu padre cariñoso:
Ven a tu lecho, ven, pobre hijo mío.
ANTIOCO    ¡Ay padre! ¡Tú me matas! ¡Tú en mi daño
te conjuras, mis penas acreciendo! 255
ESTRATONICE    (Mi rostro en llanto, mal mi grado, baño.)
SELEUCO    ¡Quién comprende tormento tan extraño!
ESTRATONICE    (Yo solamente su dolor comprendo.)
 



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Acto Segundo



ANTIOCO

El teatro representa las habitaciones del príncipe : sobre una mesa habrá frascos y tazas con remedios

 

Escena I

 

ANTIOCO

 
ANTIOCO    Al ver tan mustia mi frente
y mi loco frenesí, 260
no comprenden ¡ay de mí!
que de amor estoy doliente;
y a mis ignorados males
cuya causa está en el alma,
quieren dar alivio y calma 265
con remedios materiales.
Mas remedios hoy tan vanos
a volverme la salud
sólo adquirieran virtud,
si me los dieran sus manos; 270
si a la taza que rebosa
con la médica bebida
ella aplicara dolida
sus puros labios de rosa.
Mas ¿qué profiero? ¿así trato 275
de sofocar mi pasión?
¡Oh cobarde corazón!
¡Hijo desleal e ingrato!
Pero, ¿no es fuerza que quiera
a quien mi madre ha de ser? 280
quererla en mí es un deber,
mas de distinta manera.
   Y su hijo me llama ¡oh nombre
en esos labios odioso!
¡Cuando a otro hombre llama esposo, 285
y es ¡ay! mi padre ese hombre!
Suele siempre aborrecer,
con alma esquiva y celosa,
de un padre a la nueva esposa
el hijo de otra mujer; 290
pero es tal la suerte mía,
que tan sólo a mí me arrastra
un amor a mi madrastra
peor que el odio todavía.
¡Oh destino! ¡oh dolor fiero 295
que a todo dolor supera!
¡Morir sin poder siquiera
decir el mal de que muero!
   Tal vez revelarle intento
que ella de mis males es 300
la causa, y morir después
que le diga mi tormento:
mas, al romper mi secreto,
mis labios audaces sella
la virtud y el honor de ella 305
y de mi padre el respeto.
¿Qué haré en tan crudo dolor?
¿Qué haré en trance tan fatal?
El callarme me está mal,
y el hablar me está peor. 310
Mas, si a un padre guardo fe
a quien amo y reverencio,
aunque me mate el silencio,
inocente moriré;
y pues fuerza es que me venza 315
de mi pasión el rigor,
máteme sólo el dolor,
no el dolor y la vergüenza.
 

Escena II

 

ANTIOCO y ERASISTRATO, con un libro en la mano

 

ANTIOCO se ha quedado abismado en su dolor: ERASISTRATO lo contempla un rato y dice:

 
ERASISTRATO    ¡Siempre apoyada en la palma
la meditabunda frente, 320
y absorto en un pensamiento
que sin cesar le posee!
Cada vez a mi sospecha
más las señales advierten 325
que es una pasión del alma
la que el príncipe padece:
pero si es pasión del alma
la que en tal punto le tiene,
¿Cuál puede ser sino amor? 330
Sin duda sus llamas siente.
Con el más prolijo examen
Sobre él mi cuidado vele,
sin que a la atención se escape
el más pequeño accidente. 335
Pueda, en alivio del príncipe,
en tal ocasión valerme
que no sólo por estudio,
sino por prueba igualmente,
conozco, Amor, tus efectos 340
tan violentos y crüeles!
(A ANTIOCO)   ¿Cómo, príncipe, os sentís?
ANTIOCO    Mi mal, amigo, decrece
por instantes
ERASISTRATO                      (Él me engaña,
que su semblante le vende, 345
y claro en su faz se mira
que ni el instante más breve
tendió sus alas el sueño
sobre sus ojos ardientes.)
¿Qué os duele?
ANTIOCO                           Nada (la vida, 350
el alma es la que me duele.)
ERASISTRATO    (Su voz, su ademán, su aspecto,
Todo, todo le desmiente:
Amor, amor es sin duda
El mal que descubrir teme, 355
y amor extraño, imposible,
y del que vergüenza tiene.)
(A ANTIOCO) Pues que siempre sólo estáis,
¿No queréis, príncipe, a veces
distraer con la lectura 360
vuestras tristezas crüeles,
ya que a tan noble ejercicio
fuisteis inclinado siempre?
ANTIOCO ¿Y de qué, oh Erasistrato,
trata el libro que me ofreces? 365
ERASISTRATO    De los extraños efectos
que el amor producir suele.
ANTIOCO ¡El amor!
ERASISTRATO                 (Se turba, tiembla;
no hay duda.)
ANTIOCO                       ¿Y decirme puedes
cuales son esos efectos? 370
ERASISTRATO    Muchos son y diferentes.
Mas, cuando un amor extraño
es el amor que nos vence,
son los efectos entonces
mas graves: una perenne 375
negra profunda tristeza,
a todo halago rebelde;
un obstinado silencio
que a ruego ninguno cede,
un continuo suspirar, 380
y un alternado y frecuente
palidecer de improviso
y en viva grana encenderse:
enferma el alma, es forzoso
que el cuerpo también enferme; 385
pierde su grana el semblante
y los miembros se enflaquecen;
huye el sueño que restaura,
los manjares se aborrecen
la vida cansa y hastía 390
y se desea la muerte.
ANTIOCO ¿Con qué esos son los efectos?
(¡Los mismos que en mí suceden!)
ERASISTRATO    Esos son; mas al miraros,
caro príncipe, parece, 395
por los efectos que explico,
que de amor adolecieseis.
ANTIOCO ¡Quién! ¡Yo! ¡Adolecer de amor!
¡Ah! Jamás, jamás lo pienses.
ERASISTRATO    Pues lo negáis, no lo creo. 400
(No hay verdad más evidente)
ANTIOCO ¿Y los remedios no indica
el sabio libro que lees?
ERASISTRATO    También los remedios trata.
ANTIOCO    ¿Y cuáles son?
ERASISTRATO                             Con valiente 405
labio decir la verdad,
o al dulce objeto que enciende
en nuestro pecho la llama,
o a quien decírselo puede;
procurando que su amor 410
nuestra pasión recompense,
porque amor se alivia y cura
con amor únicamente.
¿Queréis pues que os deje el libro?
ANTIOCO No quiero que me le dejes, 415
que de bien diversa causa
los males míos proceden.
ERASISTRATO    Príncipe, el rey vuestro padre
con la reina a veros viene.
ANTIOCO ¿La reina dijiste?
ERASISTRATO                               Sí: 420
la reina y el rey
ANTIOCO                            (¡Qué siente
el alma, al oír nombrarla!
Ya la oigo entrar: solamente
el sonido de sus ropas
todo, todo me estremece.) 425
 

Escena III

 

Dichos, SELEUCO y ESTRATONICE

 
SELEUCO ¡Hijo mío, hijo del alma!
¡Qué de cuidados me debes!
No habrá para mí sosiego
mientras así te contemple.
Solícita de tu estado, 430
la reina también a verte
viene conmigo, y saber
si tu mal mejora tiene.
ANTIOCO ¿Cómo estaré sino bien,
cuando ambos venís a verme? 435
ESTRATONICE    Ambos vivimos por vos
inquietos constantemente.
SELEUCO    Ni sólo a la reina aflige
el mal que te oprime y vence,
sino también a la corte 440
y al reino entero entristece:
tus amorosos vasallos
de tu dolencia adolecen,
todos están de las nuevas
de tu salud hoy pendientes; 445
todos elevan por ti
al cielo votos solemnes,
y por tu vida a los dioses
víctimas puras ofrecen.
Pero, ¿cuál, dime, hijo mío, 450
es de tus males la fuente?
¿Qué pena oculta te mata?
¿Qué ambicionas? ¿qué apeteces?
Si es tan anhelo, aunque grande,
que esté en mí satisfacerle, 455
sin disfraz dilo a tu padre
porque al punto le contente;
¿Es la mitad de mi reino
Lo que por ventura quieres?
Desde ahora todo es tuyo 460
cuanto serlo un día debe:
y no digo el áureo cetro
y corona reluciente,
por no vérte en tal estado,
aun la vida diera alegre. 465
ANTIOCO (¡Y a tal padre ofendo yo
con querer a la que quiere!
Mas, si no querer no puedo,
callar puedo, aunque me cueste
la vida) Padre, de modo 470
tus palabras me enternecen,
que razones busco en vano
a responder convenientes.
SELEUCO ¿Qué dices a mi cariño?
(A ERASISTRATO)¿Qué a mi esperanza prometes? 475
ERASISTRATO    Deciros, Señor, quería
lo que mi cuidado advierte.
SELEUCO Ven un instante conmigo
donde hablemos libremente.
 

Escena IV

 

ANTIOCO y ESTRATONICE

 
ESTRATONICE    (¡Cuánto es tirana mi estrella!) 480
ANTIOCO    (¡Cuánto es mi suerte crüel!)
ESTRATONICE    (¡Me dejan sola con él!)
ANTIOCO    (¡Sólo me dejan con ella!
¡Qué es lo que pasa por mí!)
ESTRATONICE    (Turbada estoy de manera, 485
que salir de aquí quisiera.)
ANTIOCO    (Huir quisiera de aquí.
¿Qué la diré, si aún no tengo
para mirarla osadía?)
ESTRATONICE    (Pues él calla todavía, 490
a hablar por fin me prevengo;
que tiempo es ya que concluya
este silencio imprudente
que expresa tal, claramente
mi turbación y la suya.) 495
Me es dulce, Señor, pensar
que con las auras natales
vuestros rigorosos males
se han comenzado a templar,
y que, presto al fin exento 500
de tan tirano martirio,
volveréis al pueblo sirio
la esperanza y el contento.
Mas, entre tanta alegría
que todo un pueblo reciba, 510
no habrá ninguna tan viva
cual la paterna y la mía.
Al cielo tan alto bien
pedimos siempre los dos.
ANTIOCO    ¡Y es verdad, Señora, y vos 515
por mí os desveláis también!
ESTRATONICE    Tal duda, Señor, no es justa:
tan mal, tan mal, me juzgáis?
¡Ya, príncipe, me miráis
como una madrasta injusta! 520
Si a las madrastras condena
la universal opinión
de que siempre hostiles son
al hijo de madre ajena,
probaros mi trato espera, 525
amandoos al par del rey,
que en mí tan odiosa ley
tuvo su excepción primera.
ANTIOCO    Bien se ve que en vos no más,
del corazón la nobleza 530
compite con la belleza
que nadie igualó jamás.
Si a otra que vos, oh princesa,
mi padre el rey se enlazara,
confieso que me pesara, 535
pero con vos no me pesa.
(¡Ay! que ordena mi tormento
y mi deber enemigo
que sea lo que le digo
al revés de lo que siento: 540
mas temo, si esta ocasión
se prolonga, que fielmente
al fin el labio le cuente
lo que siente el corazón.)
ESTRATONICE    ¿Y vos, no imitáis también 545
a vuestro padre?
ANTIOCO                            (¡Qué escucho!
¡Cielo santo! ¡ya esto es mucho!)
¡Yo casarme! ¡yo! ¿y con quién?
ESTRATONICE    Damas ostenta esta corte
tan nobles, príncipe, y bellas, 550
que bien pudierais entre ellas
elegir vuestra consorte;
y el himeneo templar
pronto quizá lograría
la negra melancolía 555
que os consume sin cesar.
ANTIOCO    Princesa, dijisteis bien:
el mal que es hoy mi verdugo
se templara, si a ese yugo
se doblegara mi sien. 560
Mas es de mi hado el rigor
tal, que la sola mujer
que mi amor pudo encender
está vedada a mi amor.
Nunca mis fieros enojos 565
la dije; y hasta hoy ignora
la llama devoradora
que en mí encendieron sus ojos.
Mas ¡ay! aunque la supiera,
sé que la sabría en vano, 570
que aliviar no está en su mano
lo que alivio alguno espera;
y aunque tal vez sin testigo
la veo, bien como ahora
os estoy viendo, Señora, 575
nunca mi pasión la digo.
¿Qué mal a mi mal alcanza?
Pues noche y día me empleo
en un estéril deseo
que no alienta la esperanza. 580
Y, víctima del deber,
yo muero, y muero callando,
y callo, Señora, cuando
es amor todo mi ser.
Así en tan crudo existir 585
que es sólo un continuo duelo,
no me queda más consuelo
que el consuelo de morir.
ESTRATONICE    (¿Quién escucharle podría
sin lamentar su quebranto, 590
sin derramar tierno llanto
por su desgracia y la mía?
Que su labio no contó,
las crudas penas que siente,
sin referir igualmente 595
las penas que siento yo.)
ANTIOCO    ¡Qué veo! ¡Gotas piadosas
nublan vuestros ojos claros!
¡Pudo mi dolor costaros
esas lágrimas hermosas! 600
ESTRATONICE    De piedad, príncipe, llena,
al oíros...
ANTIOCO                  ¡Cuánto, cuánto
ese compasivo llanto
os agradece mi pena!
ESTRATONICE    (Si más permanezco aquí, 605
en mi alma leer podrá.)
Príncipe, adiós.
ANTIOCO                           Cómo? ¡Ya
me dejáis, Señora, así!
Esperad sólo un momento.
¡Ay!
ESTRATONICE       (¡Qué voz tan angustiada!) 610
¿Qué tenéis, príncipe?
ANTIOCO                                      Nada
Pero sí: no sé qué siento:
Siento que crece mi mal;
mi pecho se despedaza.
ESTRATONICE    ¿Queréis que os lleve la taza 615
ANTIOCO del restaurador cordial?
   Sí, dádmela.
ESTRATONICE                          Veisla aquí:
gran sabio el licor compuso.
ANTIOCO    Estoy, princesa, confuso
de veros servirme así. 620
ESTRATONICE    Mal hacéis, si lo extrañáis:
quien hijo ya os considera
ser debe vuestra enfermera.
ANTIOCO    (¡Hijo me llama!)
ESTRATONICE                                 ¡Tembláis!
ANTIOCO    Tiemblo: el corazón me salta; 625
cubre mis ojos un velo,
a un tiempo me abraso y hielo,
y hasta el aliento me falta.
ESTRATONICE    Tomad, príncipe, y bebed.
ANTIOCO    (Oh blanca mano hechicera, 630
¡quién en ti apagar pudiera
del alma la ardiente sed!)
ESTRATONICE    ¿Qué decís? ¿Estáis peor?
¿A Erasistrato queréis?
Voy por él.
ANTIOCO                     No le llaméis. 635
No os vayáis: ya estoy mejor.
No os vayáis aún: mirad
que del infeliz Antioco
menguan los males un poco
con vuestra noble piedad. 640
ESTRATONICE    Mucho vuestro mal me apiada:
pero permitid que os diga,
como madre y como amiga,
por vuestro bien desvelada,
que no es bien que así os dejéis 645
de vuestra pasión rendir,
que sin cesar combatir
con firme pecho debéis;
pues, luchando noche y día
contra ese imposible amor, 650
saldréis al fin vencedor
en la tremenda porfía.
Ríndase, ya que su suerte
reduce al amor su vida,
la mujer, de amor herida 655
pero el hombre ha de ser fuerte.
Y más quien nació, cual vos,
Porque a tantos pueblos mande,
de un héroe y de un rey tan grande
que Asia venera cual dios. 660
Venced pues de amor los males,
y con digna heroicidad
de vuestro padre emulad
las hazañas inmortales.
(¿Qué más he podido hacer 665
por cumplir con mi decoro?
Huyamos donde mi lloro
pueda en libertad correr.)
 

Escena V

 

ANTIOCO

 
   Oid, Señora, aguardad:
¡se va, y muriendo me deja! 670
Y pareció que mi queja
merecía su piedad.
Mas ¿para qué volvería,
cuando, a callar obligado,
crece mi pena a su lado 675
y se dobla mi agonía?
Que, desdichado igualmente,
quiere mi fortuna ingrata
que la que ausente me mata
también me mata presente. 680
Dice que a mi mal prolijo
tan fácilmente no ceda
y que más valor hereda
de heroico monarca el hijo.
No sabe, no sabe cómo 685
eternamente combato
con este amor insensato
cuyas ansias nunca domo;
¡pues contra su asalto impío
del todo inútiles son 690
las luces de la razón,
las fuerzas del albedrío!
¿Qué fuerza humana luchó
contra las de Amor celestes?
Ante él son nada las huestes 700
que mi padre debeló.
¡Oh padre! ¡cuánto me cuestas!
Pues, atento a ti, respeto,
no quebrantan mi secreto
amarguras tan funestas. 705
Tú Antioco, víctima triste
de la pasión más aciaga,
hoy con usura te paga
la vida que tú le diste.
Ven pues, oh Muerte; tú sola, 710
de males en tanto asedio,
ser puedes puerto y remedio
de quien por otro se inmola.
Ven, de mi ruego vencida,
antes que mi propia espada, 715
de esperarte fatigada,
acelere tu venida.
 

Escena VI

 

ANTIOCO, SELEUCO y ERASISTRATO

 
SELEUCO    Hijo.
ERASISTRATO            Señor.
SELEUCO                         Qué es esto?
ANTIOCO    Morir a manos de las penas mías.
SELEUCO    ¡Morir tú! ¿pues mejor no te sentías? 620
ANTIOCO    Deja, oh padre, que acabe
una existencia tan doliente y grave,
una vida insufrible en tantos modos
a mí mismo y a todos.
Si algún amor te debo, yo te pido 625
que me dejes morir, y no acrecientes
con mi vida el suplicio desmedido
y las ansias furentes
del ser más desdichado que ha nacido.
SELEUCO    ¡Que te deje morir, cuando mi vida 630
está a la tuya unida,
y cuando lo imposible solamente
será lo que por ti mi amor no tiente!
El sabio Erasistrato a mi ternura
tu salud asegura. 635
ANTIOCO    Cuando mi vida a prolongar acierte
su ciencia y tu cuidado,
sabe, oh padre, que sólo habréis logrado
trocar mi vida en dilatada muerte.
 

Éntrase ANTIOCO y SELEUCO tras él

 

Escena VII

 

ERASISTRATO

 
   Cada vez a mi ciencia es más patente 640
que es amor lo que siente;
y aun a fijarse mi sospecha empieza
en la amada belleza.
¿No vi que se turbaba
cuando le dije que la reina entraba? 645
Y ahora, cuando sólo le ha dejado,
¿No hallo más grave y más mortal su estado?



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