Adiós, dulce amiga mía
Adiós, madre, adiós, esposa
¿A dónde partís tan lejos
¡Ah! nunca vienen las desdichas solas
Alaban del universo
Al Céfiro venciendo en ligereza
¡Al fin te miro, oh del divino Sancio
Alma que en cadenas graves
Alza el caudillo de Israel la mano
Apenas el billete
A que admires extático conmigo
¿A quién acudiré, cuando estoy triste
Ardiente Numen mío
Áridos cerros que ni el musgo viste
A ti mi canto ahora
Atrevimiento tan nuevo
Aun estoy en la aurora de mi día
Aún me parece que en el Cielo santo
Aunque de corte innúmera seguido
Aunque tanto Lucinda se arrebola
Aura de estas campiñas fresca y pura
¡Ay! que han llegado a tan horrible punto
¡Ay! que ya el alma conoce
Bajan sobre mis dolores
¡Bendita sea la feliz tibieza
Bien parece que, al crearte
Breve carta, oh bella infiel
Como, al rayar primaveral aurora
Como en la dura guerra
Como en la soledad de su conciencia
¡Cómo hasta el alma me llega
¡Con cuán fiel semejanza, dulce España
Con esa sombra que jamás evito
Con gemido tan doliente
«Con temeroso son la fiera trompa»
Contemplando callaba embelesado
Con tus insulsas y continuas quejas
Con voladora pluma que no cesa
Crezca sin tasa el doloroso llanto
Cual del náufrago el ánimo desmaya
Cual de su sombra con locura rara
Cual voluble mariposa
Cuando abrumado me siento
Cuando el sol, al ocaso ya vecino
Cuando empieza el mundo
Cuando en los días primeros
Cuando mundano anhelo
¡Cuán hondas melancólicas ideas
¡Cuánta envidia mereces
¡Cuántas cosas hay secretas
¡Cuantas veces, oh madre, fatigado
¡Cuánto de lo que fuiste eres diverso!
¡Cuánto tus días serenos
¡Cuánto ya del destino me quejaba!
¡Cuán vasto, cuán callado, cuán desierto
¡Cuán vivamente anhelo
¿Cundo será que los cielos
Da grima ver tanto europeo ingrato
De adverso signo mi existencia es hija
De Jesús en servicio, todo el día
Del encantado celestial palacio
De libertad al mundo eras maestra
De mi suerte las iras
¿De qué me sirve el fulgoroso manto
Descubra ufana la pomposa tierra
Descubridor de un mundo y adivino
Desde el día que vio la audacia ibera
Desde que el gran Rafael
Desgraciada Nación, tan sólo rea
Deslumbrando nuestra vista,
Despierta, y apercibe
De un dios el rigor tremendo
De un pintado picaflor
Dijo una verdad notoria
Dios con el hombre a quien ama
Don Crispín el rimador
¿Dónde, Elena, en qué parte
Duélese Pigmalión, la vista fija
Duerma ya el viento en el marino llano
Duerme el anchuroso suelo
Dulcísima virgen, eres
Durmiose; y al profundo abismo luego
El cano Invierno con rigor impera
El estrago asolador
El que perdidos para siempre gima
El que tiene envidia al bueno
¡En amor convirtieras el desvío
En el puro azul de cielo
En el rico vastísimo universo
En hondo sueño reposa
En muda calma la ciudad reposa
Enmudece, fatal Filosofía
En su gruta la fiera, y en su nido
En ti se exceden las divinas manos
Entre cien luces y ciento
Entre cuantas beldades, ora en prosa
Entre Rossini y Mozar
En triste noche, como yo sombría
En un tiempo envidié la suerte ajena
En vano, altiva Londres, a porfía
En vano a mis plantas veo
En vano, con palabras que desmiente
En vano esperas que la oscura nada
En vano, gran Martín, la Noche fría
Era la hora solemne del ocaso
Es dulce a quien habita tierra ajena
Es tal mi tristeza
Febrífuga corteza, de la humana
Flotante monte de macizo acero
Garzón de tan linda faz
Gloria suprema del linaje humano
Glorioso te proclaman las auroras
¡Grandeza de los hombres ilusoria!
Harto tiempo, bellísima ingrata
Hermosísima reina del sarao
Honra mis lares, cariñoso amigo
Hoy que santo deber de ti me aparta
Huelle la tierra la rastrera planta
Iba la más oscura taciturna
Infeliz enamorado
Junto a los ríos de Babel sentadas
Junto a tus ríos, Babilonia altiva
Juntó la Muerte ante su trono un día
Labios tienes cual púrpura rojos
La clara luna su fulgor dilata
La dulce final hora
La excelsa roca pisa
¿La misma ya no soy? Y porque ardiente
La nieve de nuestros montes
Llega, y con tono magistral y grave
Luce del alba el resplandor primero
Mar de libres, Pacífico océano
Me acuerdo siempre: era una tarde triste
Mirad, peruanos, vuestra hermosa tierra
Mi triste rostro riego
Mudanza tú no conoces
¡Mueres, excelso irradiador del día!
Nada presta tu ruido a mi contento
Ni a la Fortuna sus tesoros pido
No a tu soberbia y tu codicia sumas
No ausencia de entusiasta simpatía
Noble arte a quien la palma
No desesperada, llores
No de tu eterna soledad te espantes
No es justo que viva el alma
No expresa mi placer lenguaje humano:
No la profunda paz apetecida
No más me culpes de que en ocio inerte
No más respondas incierto
No más supliques, corazón, ni llores
No mayor dignidad le cabe al hombre
No os asombréis tanto, no
¿No oyes? la aguda cántiga temprana
No, porque la noche fría
No siempre triste al contemplarme y serio
Nos sentamos orillas de los ríos
No tanto el rico abono te insolente
No: traslado más igual
No ya, no ya, cual las aciagas veces
¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
¡Oh cuanto triste venturoso día
Oh de la triste humanidad verdugo
Oh del Señor inmaculada esposa
¡Oh de mi patria bicolor bandera
¡Oh de tanta maldad ejecutores!
¡Oh doloroso inolvidable día
¡Oh dulce y triste presente!
¡Oh entusiasmo sagrado!
¡Oh flor del trópico ardiente
¡Oh melancólica virgen!
¡Oh montes de Gelboe, nunca caiga
¡Oh tú que al ave celestial excedes
Padre segundo de mi madre y mío
Padres segundos del linaje humano
Para siempre, cual rápido sueño
Para tu belleza rara
Pláceme contemplar desde la playa
Poeta, Lelio, te estimas
¿Por qué, citando con voz mas dolorosa
¿Por qué do quiera sin cesar me veo
¿Por qué padeces tan enormes penas?
¿Por qué, por qué te conocí tan tarde?
Preguntarme te plugo, amiga mía
Pródiga con el león, Naturaleza
Pues no hay pariente ni amigo
¿Qué aguda inteligencia
¿Qué castaña madeja, negra, o de oro,
¿Qué digna lengua la alabanza entona
¡Qué dulces pasan los días
Que fiel logre mi verso retratarte
¿Qué has hecho, ingrata Flérida, que has hecho?
¿Qué loor hay que te cuadre
Razón, consuelo, has tenido
Reina en París unánime alegría
Reniego del largo estudio
Rosana, tierna hermosura
¡Salve, gran Lope, de la tierra espanto
¡Salve, oh La Rosa! ¡salve oh Taramona!
Salve sin fin, oh tú de los planetas
Sé entre todos los astros tú maldito
Si abarca fácil tu preclara mente
Si de cristal transparente
Si de Marcela y de su esposo Hernando
Siempre que miro, Clorinda
Sigue, sigue, atrevido navegante
Sigue un día a otro día
Si justo elogio sincero
Si pisoteada fue nuestra bandera
Sobre el vasto universo adormecido
Sólo la voz de mis gemidos suena
Solo me miro en la tierra
Sufre, oh vate, con pecho adamantino
Tal vez a celebrarte
Tal vez el cielo, que por noble patria
Tan sólo encuentra mi dolor consuelo
Te doy que sepas el hebreo idioma
«Temblor» sonó; con subterráneo ruido
Templa, Señor, tu rigorosa saña
Tendió lla noche su manto
Todo te cubre de la muerte el hielo
Tu beldad seductora me convida
Tú, cuyo pecho sin cesar se afana
Tu dulce voz, oh Justa, me convida
Tú el día más dichoso de los siete
Tu existir agitado y vagabundo
Tú que de océano y tierra
Tú que marcas con sangre tu camino
Tú que por mi amor trocaste
Tus hechizos, mujer, la eterna Suerte
Un árbol que vegetaba
Un día, España, en tu anchuroso imperio
Un hombre conozco yo
Un tiempo, allá en el suelo americano
Un tiempo, oh insigne espada
Ven conmigo a la playa tranquila
Ven: de la odiada realidad amarga
Virgen celeste, ¿cuándo
Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante
Víspera dulce del festivo día
¿Visteis, cuando el temblor con improvisa
¡Viviente enigma que, a ti mismo opuesto
Volar parece nuestro leve coche
Vuelto a sus playas vírgenes natales
Ya acaba el tercer año su carrera
Ya cerraste los ojos que fueron
Ya de suena de la santa Ave María
Ya doce años trascurrieron
Ya en el postrero universal jüicio
Ya la gloriosa cumbre del Tabor
Ya llegó la feliz hora
¿Y a los mismos que ayer de grave yugo
Ya se acerca el instante bienhadado
Y así con voz doliente
¿Y de la tumba en el sagrado seno
¿Y de padres y hermanos te alejas
¿Y es verdad? ¿Y es verdad? ¿No nos engaña
¡Yo te saludo, dulce encantadora
Yo vi que no eran tu mansión mis lares
Y ¡partes y me dejas, enemigo!
¿Y será acaso que la patria nuestra
¡Y será vana mi inmortal porfía!
¡Y te vas, hija del alma!
¡Y tu pureza sufres que corrompa