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Plática 17

En que se declara la regla 11: de la librea de Cristo


1. Puse en la plática pasada una como introducción para declaración de la regla 11, en la que está toda nuestra hacienda.- Dios es suma bondad, cuya propiedad es comunicarse y derramarse y hacer bien, y así está escrito de Él: Ego sto ad ostium et pulso. Él nos sale al camino, y se nos hace encontradizo y nos busca; es luz que alumbra a todos, si no es que nosotros le cerramos los ojos y las puertas y le damos, como dicen, con ellas en los ojos, corno hicieron aquellos de quien dice Isaías: Compresserunt oculos suos ne viderent lucem, et convertantur et sanem eos. Se han cegado por haber tapado los ojos, por no ver. Esta luz es fuego que abrasa los corazones; quiere que quitemos todos los impedimentos; el verdor de nuestras pasiones que impide no se emprenda este divino fuego en nuestras almas. Pues esta regla, destruye a cercén y arranca de raíz todo lo que estorba esta comunicación y trato con Dios Nuestro Señor.Y así, San Basilio, reg. 5 fusarum disp., pregunta: «¿Qué remedio para no tener pensamientos vanos?». Y respondiendo, pone como fundamento para toda perfección que esté el hombre desatado de todas las aficiones del mundo y muerto a él, como el Apóstol nos lo dice: Nuestra conversación está en los cielos. Lo mismo dice escribiendo a su hermano en armas, Gregorio Nacianceno, en la epístola 1: y ésta es la doctrina de nuestra regla, que verdaderamente destruye y quita a cercén el reino del amor propio.

2. Ahora descendamos en particular a declarar las palabras de nuestra regla, que todas ellas son admirables. Dice, pues, «omnino et non ex parte». No es difícil dejar el hombre alguna cosilla y vencer en algo su propia voluntad. Veréis a uno que se disciplina de buena gana, y se vence en esto o en lo otro, porque lo dejéis en lo demás. Es gran gitana nuestra voluntad; quiere partir y andar a medias, no darse del todo a Dios Nuestro Señor, el cual no quiere sino que todo el hombre se rinda y sujete. ¿Y qué más? Omnino, con perseverancia. Yo creo que hay tiempo en que todo se da el hombre a Dios Nuestro Señor. Al principio no reparábamos en niñerías; entonces había omnino en vos; cuando viene un buen día por vuestra casa entonces hay omnino; pero, luego, nos olvidamos, y le volvemos a hurtar lo que le habíamos dado, haciéndonos ladroncillos. Volvemos al regalillo que desechamos; volvemos a adorar a nuestros idolillos y diosecillos; volvemos la cabeza a Egipto, tierra de tinieblas, gente ciega, cegada con sus apetitos. Pues no ha de ser sino como dice la Sagrada Escritura: ex toto corde tuo, que le des todo tu corazón, toda tu voluntad: todo: no quiere Dios gente que anda a medias, gente coja: Qui non renuntiat omnibus quae possidet non potest meus esse discipulus. Todas las cosas pide Jesucristo que se renuncien. Éste es el vasallaje y la sujeción que nos pide, por el dominio que de nosotros tiene por habernos criado. Esto también nos pide nuestra regla diciendo que omnino, et non ex parte, aborrezcamos todo lo que el mundo ama y abraza.

3. Pero veamos quién es este mundo de quien nos manda nuestra regla aborrecer lo que él ama, y amar y abrazar lo que él aborrece. Es el que hace contrario bando y enseña contraria doctrina a la que Cristo Nuestro Señor enseñó. Luego contrarios son mundo y Dios. Si contrarios son, capitanes contrarios son, guerra sangrienta tienen y campos. Dos ciudades son contrarias: Babilonia y Jerusalén. Esto llama mundo: que la Sagrada Escritura, «mundo», «saeculum», «filii huius saeculi», siempre lo toma in malam partem. De éste dice Cristo: Non estis de hoc mundo; mundus me odio habuit, et vos persequetur: non pro mundo rogo; quem mundus non potest accipere. Éste es el que hace la guerra a los hijos de la luz y a Dios. Babilonia enseña doctrinas de vanidad y soberbia; la ciudad de Jerusalén, de humildad y menosprecio. Egipto adora lo que Israel sacrifica. Dijo Moisés a Faraón: ¿Cómo quieres que sacrifiquemos a nuestro Dios en Egipto, pues nosotros hemos de sacrificar lo que ellos adoran? Abominationes aegyptiorum immolabimus Domino. Y así los siervos de Dios tienen debajo de los pies lo que el mundo adora. De aquí viene que los siervos de Dios son perseguidos de los mundanos en señalándose por tales. De aquí dijo el pueblo de Dios a Moisés: Ex quo coepisti loqui ad Pharaonem, foetere fecisti odorem nostrum coram Pharaone. Antes que le hablases, pasábamos como podíamos; mas, después, nuestro olor has hecho abominable a Faraón. Así lo declaró San Pablo: Aliis odor vitae in vitam, aliis odor mortis in mortem. Los siervos de Dios a otros siervos de Dios son olor suavísimo; pero a los hijos de este siglo, intolerables abominaciones. Son dos cátedras: una del demonio y otra de Cristo. La del demonio enseña soberbia y altivez; la de Cristo, menosprecio y humildad. Y así, Santiago dice: La sabiduría del mundo: terrestris, animalis et diabolica. Terrestris, que enseña amor de cosas terrestres; animalis, carnal, sensual; diabolica, llena de mentiras, cuyo maestro es el demonio. Pero la del cielo es pudica, limpia, dada de Dios Nuestro Señor; tiene frutos admirables. Así Moisés, quejándose a Dios, le dice: Ex quo coepi loqui ad Pharaonem, affligit populum tuum. En entrando la doctrina de Cristo Nuestro Señor en el mundo, todo él se rebela contra ella.- ¿Qué más llamáis mundo? La regla lo dice: los mundanos. ¿Quiénes son esos mundanos? Los que siguen al mundo, y siguen la doctrina que en él se enseña, que es el deseo de honra y estimación de mucho nombre en la tierra. Y dijo San Juan: Concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum et superbia vitae: Regalo de carne y sensualidad, riquezas, soberbia de vida y ambición.

4.- Pero decidnos, Padre, que parece esta doctrina de nuestro Padre falta y manca, pues no pone más que soberbia de vida, pues honra y estimación y fama todo pertenece a soberbia de vida. Allá en el ejercicio de las banderas, a donde nuestro Padre le enseñaron la primera vez esta doctrina, pone demás de esto el apetito de riquezas, de donde nace la ambición; y, finalmente, de aquí, dice: in superbiae barathrum turbat; y no pone concupiscentia carnis, que puso San Juan.- A esto se responde que nuestro Padre hablaba con gente descarnada y desasida de todo lo demás, que sólo les queda hacer guerra a este enemigo de la honra y estima propia; del cual si dieren buena cuenta y fielmente peleasen contra él, lo demás está seguro. Si hay humildad, la castidad está segura; si ésta falta, permitirá Nuestro Señor caigáis en otros muchos pecados. Así lo dice el Proverbio: Qui se exaltat immundus erit; hombre de presunción que se levanta sobre sí, será lleno de muchas culpas en castigo de su altivez; que estos pecados carnales y feos son fruto de otros más ocultos, pero que mucho desagradan a Su Majestad. Así lo dijo nuestro Padre en el ejercicio de las banderas, que tras el apetito de soberbia y honra, in superbiae barathrum deturbat, ex quibus in alia vitiorum genera omnia praeceps fit decursus. Pero, vencido este enemigo, el Señor allana estas dificultades. Dícelo admirablemente nuestro Padre en el mismo ejercicio, donde después de haber puesto los otros tres grados que se oponen, como él dice, en diámetro, a los tres dichos, que son amor y afecto de pobreza, deseo de desprecios y oprobios, de donde nace la verdadera humildad, concluye: ac virtutes omnes statim introducunt.

5. Mundo es también el reino del amor propio que convida con el interés, gusto y propia voluntad, enemigo capital del amor de Dios, como dice San Juan: Qui diligit mundum non est charitas Dei in eo; porque este mundo trae a los hombres embaídos, embaucados, enhechizados, boquiabiertos con el interés y los demás bienes aparentes, soberbia y altivez, para cegarlos del todo. Éstos son los bebedizos con que los trae enhechizados. Por eso la religión es estado de perfección, porque corta de raíz, con los tres votos, estos impedimentos de la caridad. Con la castidad, los apetitos sensuales, concupiscentia carnis; con la pobreza, la concupiscentia oculorum de riquezas; con la obediencia, la soberbia y altivez de vida. El demonio llévanos atraillados con estos bienes, regalo, interés y, honra. Nadie obra mirando al mal, sino con apariencia de bien. Dice, pues, nuestro Padre: Quemadmodum mundani homines, qui mundum sequuntur, diligunt et quaerunt magna cun diligentia honores, famam, etc. Ésta es una comparación de que usó San Pablo: Humanum dico, etc: sicut exhibuistis membra vestra servire iniquitati, ad iniquitatem, ita et nunc exhibete menbra vestra servire jutitiae in santificationem. Una cosa os pido hacedera, pues más os pudiera pedir: que, como os empleasteis antes en el servicio del mundo y hicisteis vuestros miembros ministros de la inmundicia y pecado, así ahora os entreguéis del todo en el servicio de Nuestro Criador y Señor. Y Cristo Nuestro Señor se queja, que es grandísima confusión nuestra: filii huius saeculi prudentiores in generatione sua sunt: que los hijos de la luz son menos cuidadosos y diligentes en buscar los bienes eternos, que los hijos de este siglo en buscar intereses y ganancias, honras y vanidad. ¡Válgame Dios!, ¡qué pasa un pobre hombre codicioso de llegar hacienda! ¡qué el otro ambicioso en buscar honras, qué zozobras pasa, puestas todas sus mentes en aquello!, ¡qué el otro desventurado que pretende deleites y regalos, con qué amarguras alcanza un poquillo de aquello que desea! Y los bienes que da el mundo, ya que los dé, ¡qué menguados son!: la hacienda cuán sujeta a quiebras; la honra con tanta escasez y menguas aun en la misma honra; los regalos con cuántas amarguras mezclados. Pero Cristo Nuestro Señor, muy diferentemente; que con la misma deshonra, da honra; con la pobreza, riquezas, nihil habentes et omnia possidentes; en la cruz y trabajos, dulzura y suavidad aun en la misma carne, que muchas veces, de la redundancia, participa la carne sus ayudas de costa de tal manera, que olvidada de su propia naturaleza, se va tras el espíritu empalagado de la mucha suavidad. Non sunt viae meae sicut viae vestrae, dicit Dominus. El mundo no sabe dar honras si no son honras vanas; no contento, sin regalo; pero yo en el mismo trabajo doy descanso, y en el dolor consuelo, y en la cruz y ignominia, gloria y honra verdadera. Y con ser esto así, es grande confusión ver la tibieza con que se pretenden bienes tan altos y verdaderos.

6. Concluye nuestro Padre la contraposición diciendo: sic qui procedunt in spiritu, et serio Christum Dominum nostrum sequuntur amant et ardenter exoptant quae iis omnino contraria sunt. Todas estas palabras de nuestro Padre tienen propiedad, como de pecho lleno de espíritu de Dios y de oración; y tienen esta propiedad, que la 2.ª declara la 1.ª, y la 3.ª la 2.ª. Y así ¿quién son los qui procedunt in spiritu? Qui serio Dominum sequuntur, no con apariencias exteriores ni por cumplimiento sino de veras y de corazón: ésta es definición quidditativa. ¿Qué señas tiene ese qui serio Christum Dominum sequitur? ¿En qué le conocemos? En que ardenter exoptat quae iis omnino contraria sunt; e intensamente, dice el español: no deseos mortecinos que no llegan a este punto de seguir al Verbo Encarnado hasta la Cruz. Si quisiéredes saber qué habéis aprovechado en tantos años que habéis estado en religión, los pasos que habéis andado en este camino, el progreso y aumento, miradlo en la piedra de toque: mirad los deseos que tenéis de estas ignominias y afrentas y de abrazaros con la cruz de Cristo Nuestro Señor. Esto es Compañía de Jesús, una vivacidad de espíritu, fervor de caridad, con corazón rendido y sujeto a Dios Nuestro Señor, que no se contente con cuatro disciplinas, pareciéndole que con esto tiene ya rematadas cuentas con Dios. Espíritu de la Compañía es magnanimidad de espíritu, deseos internos y ardientes para mayor aprovechamiento y buscar la mayor gloria de Nuestro Señor, vestirse de la librea de su Señor.

7.- ¿Qué llamáis, Padre, librea de Cristo? ¿Es pobreza, hambre, desnudez? -Sí hermano, todo eso entra en la librea de Cristo, y para todo eso es menester que nos hagamos, que nos habemos de ver en muchas ocasiones en que será necesario estar hechos a esto; que no ha de ser todo Granada, Sevilla, Córdoba. Pero ésta es doctrina de menores; otra hay de mayores: doctrina más alta que es la humildad, el humiliavit semetipsum. Desear injurias, oprobios y afrentas; y así de los de dentro, como de los de fuera; de los de fuera de casa, como dice más abajo, aunque no lo sacaron en esta regla.

-Pero diréis: Padre, de los de fuera yo recibiré cualquiera afrenta, mas de los de casa, mas de los de la Compañía, recia cosa es. Véolo yo por mí que no puedo llevar a paciencia que mofen un poco de mi en la quiete, que me muestren un poco de ceño o melancolía.- Hermano, que sufráis al de fuera, pocas gracias, que eso honra es: os dan una bofetada, y volver el otro carrillo y echaros a sus pies, esa es grande honra vuestra. En lo que hay dificultad y lo que se os pide es que guardéis lo mismo con el de casa.

8. Dice más. Ser tenido y estimado por loco.- ¿Cómo a hombre estudiante dice su Reverencia esa palabra? Recia palabra es ésa. Hombre que anda todo el día en metafísicas, tratando si Dios puede esto o lo otro, procurando mostrar que sabe y pretendiendo vencer al hermano con quien argumenta y hacer ostentación, y para esto buscar el argumento prestado, si no lo tiene: ¿a éste pedís que desee ser tenido por loco? -Hermano, sí; sepan que ésta es la librea de Cristo. Por loco fue tenido; y así San Pablo: Praedicamus Christum crticifixum, gentibus stultitiam. Cuando los sabios de Atenas oían decir «crucificado», teníanlo por locura. Por este camino fueron también aquellos profetas y patriarcas que desde lejos miraron a este Señor, de quien dice San Pablo: egentes, angustiati, ludibria et verbera experti. Esto es antes de Cristo Nuestro Señor; pero después que vino y enseñó este camino en su persona, todos comenzaron a seguirle: y los apóstoles primeramente, que fueron los amados del esposo, mejorados en tercio y quinto, que llevaron las primicias del espíritu, padecieron lo que dice San Pablo: Nos stulti, infirmi et instabiles sumus, operamus manibus nostris, maledicimur et benedicimus, persecutionem patimur et sustinemus; tamquam purgamenta huius mundi facti sumus. Somos tenidos por locos y necios y gente vil y baja. Que no pudo decir más, como dice Crisóstomo: Por eso fueron tenidos por gente de ruin suerte y baja, porque no se vengaban: infirmi, porque gente que no se venga, en leyes de mundo llaman mujeriles; stulti, porque hombres que vuelven bien por mal, en esas leyes de duelos, locos y necios los llaman, como los mismos malos lo confiesan en el infierno: Nos insensati vitam illorum aestimabamus insaniam. Esto es, pues, la librea de Cristo que Él vistió a sus apóstoles. Y a nuestro Padre Ignacio, capitán y general de este escuadrón de refresco, le vistió de la misma librea desde el principio de su conversión, cuando le dio el ejercicio de las Banderas; y después, siendo General y Fundador de la Compañía, con la autoridad que en Roma tenía, decía que, si para edificación del pueblo conviniera, saliera por las plazas enmelado y emplumado y con una sarta de cuernos arrastrando, para que los muchachos hicieran burla de él. Y éstos eran sus deseos y el Padre Everardo, General nuestro pasado, en una plática, la 1.ª y postrera que le oí, dijo (como ya otra vez me acuerdo haber referido), que, en aquel ejercicio de las Banderas, le dieron a nuestro Padre la planta y ejército tan lucido que vemos tan aumentado y esparcido en la Iglesia; porque ahí se le representaron, dos capitanes: el demonio, en Babilonia, ciudad de confusión; y Cristo Nuestro Señor, en la ciudad santa de Jerusalén; el uno y el otro levantan estandarte y banderas, envían capitanes a hacer gente, tienen sus municiones, pertrechos y armas diferentes: las armas del demonio son, como dijimos, riquezas, ambición y soberbia; con éstas conquista el mundo; las de Cristo Nuestro Señor al contrario, en diámetro opuesto, como dice Nuestro Padre, amor de pobreza y deshonra y desprecio y, finalmente, espíritu de humildad y de cruz. Ésta es enseñanza nuestra; ésta, doctrina casera, que hemos de mirar nosotros, la cual dio Nuestro Señor a nuestro Padre para que por ella examinásemos las vocaciones, y viésemos si entramos por la puerta; y después, para refrescar el hombre su espíritu, y para que veamos las armas nuestras cuáles hayan de ser; porque así como nuestra bandera es cruz, así lo han de ser las armas. Así lo dice la Bula de la confirmación: Quicumque in Societate nostra, quam Jesu nomine insigniri cupimus, vult sub crucis vexillo Deo militare et soli Domino ac Romano Pontifici eius in terris vicario servire, etc. Todos militamos debajo de la Cruz y así nuestras armas han de ser cruz: humildad, paciencia, mansedumbre. Así lo dijo Cristo Nuestro Señor: Ecce ego mitto vos sicut agnos inter lupos. Paciencia y mansedumbre son las armas del verdadero operario. Y así, aquel gran capitán del Señor, capitán de la fama, San Pablo, el modo con que dice que venció fue en cárceles, azotes, siendo apedreado: y otro grande catálogo de trabajos, que no acabaríamos de contar. Y después (2 Cor., 6), armando al soldado cristiano, lo primero lo arma de paciencia. Éstas son, Padres y Hermanos, nuestras armas. Somos soldados de la Cruz; nuestras armas han de ser la Cruz.

9. Pero veamos ahora, los estudiantes en los colegios, ¿qué son? Son soldados noveles, que están ensayándose cómo han de menear la espada, armándose de armas para ir contra el enemigo.- Pero pregúntoos yo, hermano: ¿qué armas tenéis adquiridas en el colegio? -Padre, yo se lo diré a Vuestra Reverencia. Tengo buenos cartapacios, adquiridos con cambalaches que Vuestra Reverencia no sabe: Y aun me han costado parte de salud; tengo vocablos y adjetivos sacados del Boscanejo, a lo modernillo.- Yo os digo, mi hermano, que con esas armas vos hagáis poca hacienda. Lo primero esos adjetivos y vocablos yo os ruego que los dejéis para la octava rima; y de los cartapacios, no hagáis tanto caudal, porque ésas no son sino balas de papel; y mirad vos lo que hace una bala de papel, que eso haréis vos con ellos. ¿Qué hace una bala de papel? Hace gran ruido y con una cuera se podían defender de ella. Así vos haréis gran ruido y deleitaréis las orejas: «Muy bien lo ha hecho el Padre; grande elocuencia tiene; muy lindas comparaciones». Pero contra el peto acerado de prueba que el demonio tiene, no haréis nada. No es nuestra pelea contra carne y sangre sino contra el mismo demonio, contra el infierno todo, que tan ufano está con tantos vencidos y tantos como se le rinden. San Macario dice una doctrina admirable: Nihil est egentius quam de Deo sine Deo loqui, et de spiritu sine spiritu dicere. Y San Pablo, a su discípulo Timoteo: Attende quae dico: Mira que te quiero decir algo de provecho: laborantem oportet primo fructus percipere. El predicador primero ha de tener en sí lo que ha de enseñar a los otros. ¡Qué eficacia tienen las palabras cuando salen del corazón! ¡Qué fuerza tienen para hacer anatomía y división del espíritu y cuerpo, penetrando los corazones! Éstas son las saetas agudas del poderoso: sagittae potentis acutae in corda inimicorum regis. Hasta los corazones penetran. No se quedan en el aire, ni paran en sólo ruido, ni sólo es guerra de papel. De donde se ve cuán fuera de camino andáis, cuando toda vuestra solicitud ponéis en vuestros cartapacios, pareciéndoos que vais bien proveídos; y así, no se sacan de los colegios las armas y municiones que para tan grande empresa son necesarias; sino quebrado el pecho de escribir cartapacios y vocablillos y sin ningún caudal interior de humildad y de desprecio propio: ¿Qué cuenta daréis de vos cuando os saquen del colegio y os pongan en un puesto para que lo guardéis? ¿Cómo resistiréis al enemigo tan poderoso y le sacaréis la presa de las manos que tamquam leo rugiens circuit quaerens quem devoret?

Nuestras armas, pues, son cruz, menosprecio propio, humildad y deseos de oprobios y afrentas. No queremos aquí quitar los cartapacios, ni la sana y buena doctrina, que necesaria es; sino que no se vaya ahí todo el cuidado; que esto es de más importancia.

10. Pero, ¿saben que veo que se van criando en la Compañía letras honradas? Vámonos olvidando de la humildad; y así, se nos ha entrado la honra, por no sé qué prudencias: y es cierto cosa de gran dolor: y lo peor es que digo la verdad que claramente buscamos honra, honra, honra, no por rodeos; directe la hemos puesto en predicamento. Tenemos no sólo el afecto estragado, que eso no es gran maravilla, sino también el entendimiento oscurecido, el sentir depravado; que no vemos cuán mal nos está pretender honra, sino que ya os parece que así conviene, y que no se puede vivir de otra manera.- Antes, acuérdome yo que, aunque se entrase la honra y se pretendiese, que, al fin, somos hombres, pero era eso de per accidens, ad latus; entrábase de lado e indirectamente, no a la clara y al descubierto. Pero ya, claramente se pretenden las conclusiones y el puesto honrado; tiénese lástima del que está arrinconado y despreciado; tiénese por dichoso quien tuvo en el colegio quien hablase por él y le diese la mano para subir al puesto alto y alcanzar una cátedra; no podéis sufrir una palabra de desprecio; andáis ya con mil quejas. ¿Quejas habéis de tener por ser despreciado? ¿Correros tenéis por ser olvidado y arrinconado? ¿Buscar tenéis cómo seáis estimado y honrado? ¿Vos sois compañero de Jesús, vos sois soldado de la Cruz, vos sois discípulo de Cristo Nuestro Señor puesto en Cruz por vos, y os corréis de ser despreciado? Ése es espíritu de mundo, espíritu de siglo no de discípulo de Cristo; habéisle vuelto las espaldas; que a sus verdaderos discípulos, su honra, gloria y contento es su cruz y abatimiento. ¿No lo dijo San Pablo? Mihi autem absit gloriari nisi in cruce Domini nostri Jesuchristi. Ésta es la gloria del soldado de Cristo, vestirse de la librea de su Señor, armarse con sus armas.

11. Concluyamos con un dicho de San Francisco: que llegando con su compañero Fray León a la puerta de un monasterio de unos monjes donde pensaron ser honrados, siendo despreciados y afrentados dijo San Francisco: Scribe, frater Leo: hic est vera laetitia. Aquí está la verdadera alegría del religioso, bañarle en agua rosada, en el desprecio. Aquí habemos de poner nuestro consuelo y alegría; y pues estamos en este tiempo del Adviento, consideremos estas cosas que, verdaderamente, son el espíritu y vocación de la Compañía, y siempre vivamos conforme a él; y pues nuestro Capitán levanta bandera y estandarte, ahora en el pesebrito, de desprecio, pobreza y abatimiento, y después lo ha de levantar en lo alto de la cruz, donde sea de todos visto, pidámosle este espíritu principal, estos deseos ardientes e intensos, que dice nuestro Padre de la cruz, que es enseñanza suya que comienza a enseñar en el pesebre. Comencemos con esto a disponernos para la renovación de los votos; refresquemos estos deseos. Esto baste por ahora, porque en estas fiestas pienso ir tratando de la imitación de Cristo Nuestro Señor, pues es tan conforme a lo que en ellas se representa. Plega a Él de darnos este espíritu. Amén.




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Plática 18

Sobre la regla 11. Dice S. Stephani, tratando de la imitación de Cristo


1. La solemnidad de estas fiestas venerables a todo el mundo, y más a los que están en la casa de Dios, no permite hablar de otra cosa sino de los misterios. Razón es que esté en la lengua lo que está en el corazón; y concuerda bien con las palabras últimas de nuestra regia, en las cuales nos pone nuestro Padre el ejemplo de Cristo Nuestro Señor que con su vida nos enseña el verdadero camino de nuestra humillación y desprecio propio. No se puede hablar de Cristo Nuestro Señor entre gente que trata de perfección, sin tratar de la humildad y desprecio propio; ni este ejercicio, ni aun entenderse, sin Cristo Nuestro Señor; porque la humildad, apartada de Cristo, es desabrida, no es cosa hacedera, es camino dificultoso y áspero; pero junta con Cristo, es camino cierto, andadero, llano y fácil. Así lo dice San Juan: Erunt prava in directa et aspera in vias planas. Cuando viene un conquistador nuevo, abre caminos donde antes no los había: entre peñas y montes donde no se podía andar, hace que se pueda caminar. Así, viniendo este nuevo conquistador al mundo, hace andadero el camino que antes era áspero; hácelo llano, derecho, y que los ciegos y niños lo puedan andar como dijo Isaías: Haec erit vobis directa via, ita ut nec stulti errent per eam. Este camino de pobreza, desprecio propio y abatimiento era camino muy dificultoso, pero ya cada uno le anda con facilidad.

2. En la plática pasada dijimos que nuestro Padre, en el ejercicio de las banderas, pone junto con el desprecio propio y humildad la pobreza; aquí no la pone, porque había tratado de ella antes al principio del capítulo 4.º del Examen, de donde es sacada esta regla; y, después de habernos puesto otras razones, dice ahora, en el fin, que esto habernos de amar y desear a ejemplo de Cristo Nuestro Señor, el cual se vistió de esta librea para que nosotros le imitásemos. Y, ¿qué sacaremos de imitarle? Él lo dice: ad maiorem profectum nostrum: para alcanzar más gloria, más cielo, mayor aprovechamiento nuestro. De manera que no hay por qué excusarnos, pues aquí tenemos el ejemplo de Cristo y nuestro interés que es lo que suele mover a los hombres. Antes, la pobreza, era pobreza; el desprecio, desprecio; y la deshonra, deshonra; ya, la pobreza es riqueza, y la deshonra, honra; ya está esta librea santificada. La gente allegada al Rey, los que pretenden privar con él, los que llaman sus pajes procuran imitar a su rey en el vestido y en lo demás; sólo en usar el talle corto, queda honrado, y todos se precian de usarle; y así, después de haberse Cristo Nuestro Señor puesto en el pesebre, pobre; después de haberse vestido de esta librea del desprecio y humildad, todos nos habemos de preciar de imitarle. Y no solamente hay honra, sino provecho y gusto: más gloria, más cielo: torrente voluptatis tuae potabis eos: pondrásles un río de deleite en su boca que les rebose a los que siguieren.

Esta doctrina es tan alta y levantada, que otro que Dios no puede enseñarla; y así dice: Discite a me quia mitis sum et humilis corde. Humildad de corazón, verdadero deseo de desprecios y oprobios, no lo aprendáis de ángeles, no de hombres, no de libros: no bastan éstos; sólo Dios es el que puede mudar el corazón de los hijos de Adán, que andan desvalidos por honras, por deleites, hacerles amar el desprecio y la cruz. Él es el que obra en nosotros la humildad, obra suya es; y para ser maestro de humildad, tomó esta empresa de nacer pobre en pesebre. ¿Qué piensan que es Dios en un pesebre, sino enseñarnos esta doctrina sobre todo entendimiento? Nuestro Jesús es mediador entre Dios y los hombres: Mediator Dei et hominum Christus Jesus; y así tiene dos oficios: oficio con el Padre y oficio con nosotros; con el Padre, de suplicarle que no nos castigue conforme a nuestros pecados: con nosotros tiene oficio de hacer capitulaciones y asiento de buena, verdadera y duradera amistad, como quien hace amistades: con el injuriado, procura que perdone; con el injuriador que se allane, satisfaga y procure de ahí adelante no dar semejante ocasión. Y verdaderamente, Padres y Hermanos, es cosa de grande admiración que, para el oficio que hizo con su Padre de aplacarle y cancelar las escrituras de nuestras deudas bastaba una gota de sangre, y cualquiera de las obras que hizo, por ser obra de Dios; que esta persona que llora es Dios, y por eso de infinito valor. Y así, por rigor de justicia había satisfecho y podía pedir el perdón de nuestras deudas; pero para el segundo oficio, para hacer esta duradera amistad y verdadera, para sujetar y rendir nuestro corazón a Dios Nuestro Señor y para enseñarnos este camino de humildad y cruz, fue menester y convino hacer una tan copiosa redención y hacer un tal exceso, como dice el evangelista San Lucas que hablaba en la Transfiguración de excessu quem completurus erat in Ierusalem: comenzólo en el pesebre y habíase de cumplir en la Cruz; con esto hizo este camino, con esto pretendió rendir nuestro corazón, enterneceros, quitaros el espantajo; con esto hace que se coma el hombre las manos tras el padecer, y que la muerte, que es el mayor mal, según Aristóteles decía: omnium terribilium terribilissimum est mors, hoy ha habido tantos que la acometiesen y la deseasen: niños de siete a doce años y doncellas tiernas, se ofrecían al martirio con tanta alegría.

2. Esto es lo que el profeta Isaías en ese capítulo 11 entre otras cosas profetizó del tiempo de la gracia. Dice que, con la gracia del evangelio, el niño acabado de quitar de los pechos de su madre, meterá el dedo en el agujero del basilisco y le hará cocos y le echará de su cueva: vendrá a tener tan quitada la ponzoña el trabajo, el abatimiento y desprecio, que no habrá quien les tema, antes los deseamos; ésta es la verdad nuestra, ésta es la doctrina y enseñanza de Cristo Nuestro Señor; y los que quisieren imitarle, en esto lo han de procurar imitar, y en esto desea Él le imitemos como hizo aquél a quien Él hizo catedrático de prima: pro nobis passus est vobis relinquens exemplum ut sequamini vestigia eius: en qué?... qui cum malediceretur non maledicebat; cum pateretur non comminabatur; tradebat autem iudicanti se iniuste: en la mansedumbre, en el sufrir injuria, en la humildad suya quiere que le imitemos; en aquella mansedumbre tan grande que admiró al gentil ita ut miraretum praeses vehementer. Para esto dice S. Pablo que se mostró y descubrió la humanidad de Jesucristo Nuestro Señor, como lo refiere la Iglesia en la primera misa de esta fiesta, como fin de toda ella: Apparuit (dice a su discípulo Tito, capítulo II), benignitas et humanitas Salvatoris nostri Dei omnibus, hominibus, erudiens nos (qué palabra ésta para lo que vamos diciendo) ut abnegantes impietatem et saecularia desideria, para que no sólo huyamos de pecado, sino también desechemos todos los deseos de siglo: esto es nuestra regla, según lo declara abnegantes (id est exsecrantes) impietatem, y que aborrezcamos el pecado y deseos del mundo, para que la honra tengamos por abominación y la traigamos debajo los pies con todo lo demás; como gente que no es ya de este mundo, ni quiere nada de él; como gente que va de camino, que no se para en los regalos del mundo, sino toma lo necesario sólo para pasar adelante: expectantes beatam spem et adventum gloriae magni Dei (ad Titum c. 2); como gente que tiene puestos los ojos y mientes en otros soberanos bienes y en la eterna bienaventuranza que espera. ¡Qué poquito tomó Nuestro Señor de este mundo, y qué sin regalo; qué despreciado fue en él, escondido y abatido! Esto es lo que admiraba a los profetas cuando lo miraban desde lejos y los evangelistas que lo escribían. Isaías, en el capítulo 53, donde dice San Jerónimo, que más parece evangelista que profeta, dice: quasi abconditus vultus eius et despectus; unde nec reputavimus eum: et nos putavimus eum quasi leprosum et percussum a Deo et humiliatum: llámale despreciado y el más bajo y soez de los hombres, humillado y como desamparado y castigado de su Padre. Así lo dijo Él de sí, salmo 21: Ego autem sum vermis et non homo, opprobrium hominum et abiectio plebis: soy un gusanillo, estoy hecho una yunque donde han descargado todos los oprobios y pecados del mundo: Opprobria exprobrantium tibi ceciderunt super me: (salmo 68), soy finalmente la hez del pueblo. Y si lo queremos ver, ¿cómo fue su entrada en este mundo? En un pesebre nació, entre animales, en casa ajena por no hallar lugar en el mesón. ¿Cómo fue su salida? Entre dos ladrones, como el mayor de ellos. Y si quieren saber cuán dificultoso bocado fue éste, miren cómo Isaías en el Capítulo 53, lo puso por remate de todo; y Cristo Nuestro Señor, por San Lucas, lo cita como conclusión de todo lo que había referido a sus discípulos. No os escandalicéis, dice, que os certifico que ha de venir a ser cumplido lo que está escrito: et cum iniquis reputatus est.

3. Esto es, pues, lo que nos ha de hacer llevar la deshonra, sufrir el desprecio y desearlo, porque verdaderamente la suma de toda doctrina y vida de Cristo Nuestro Señor es ésta; y así, S. Pablo, todo lo que dice de Cristo Nuestro Señor lo cifra en una sola palabra ad Philippenses, c. 2: Semetipsum exinanivit; que no hay palabra cortés en nuestro español con que se pueda declarar la fuerza de esta palabra, sino es menester usar de circunloquios: exinanivit dice el sumo desprecio y abatimiento, que fue Dios nacer en un pesebre, en casa ajena; eso es exinanivit; antes pechero que nacido, circuncidado a los ocho días y huyendo a Egipto perseguido de los hombres; morar allá encubierto, sin ser reconocido: todo es exinanivit; toda la historia de doce a treinta años la concluyen los evangelistas con decir Et erat subditus illis. Pues, después, los tres años que anduvo por el mundo, ¡qué de oprobios! Y la muerte, ¡cuán afrentosa en medio de dos ladrones! Todo esto no es otra cosa sino exinanivit semetipsum; y tanto, que viene a decir Isaías: Vímosle y no le conocimos: unde nec reputavimus eum. De manera, RR. Padres y Hermanos, que si queremos imitar a Cristo, si queremos ser sus compañeros en las obras como lo somos en el nombre, en esto principalmente le habemos de imitar. ¿Qué pretendemos nosotros en esta vida, hermanos míos? ¿Cómo no andamos hechos unos gusanillos, pecho por tierra, deseando más y más oprobios y más y más desprecios, para más imitar a Cristo Nuestro Señor; y, en viendo la ocasión, abrazarla con todo corazón? Porque, mientras más hay de esto, más hay de imitación actual de Cristo Nuestro Señor y más perfección, y más le agradamos a Él, como gente vestida de su librea. Así lo enseñó nuestro Padre Ignacio en la segunda semana, en los tres grados de humildad, donde dice: Ad maiorem tamen imitationem Dei eligam potius cun eo paupere, spreto et illuso, pauperum contemptum et insipientis titulum quam opes, honores, sapientiam et aestimationem: Éste ha de ser nuestro deseo, querer más con Cristo pobre y despreciado, pobreza y desprecio y el título de insipiencia, ser tenidos por bobos que tan mal se suele llevar, que no levantar la cabeza sobre los otros, que nos llamen a boca llena sabios y nos señalen con el dedo; antes deseemos ser olvidados y que no se haga caso de nosotros. Y esto dice nuestro Padre en el ejercicio de las Banderas; con unas palabras que las iba a llamar vizcaínas, pero muy sustanciales y compendiosas. Después de haber tratado de la pobreza dice: deinde per abiectionem quoque seu ignominiam ut ipsum imiter vicinius: Cosa alta es la pobreza (como adelante lo diremos), pero otro grado hay muy más alto: et abiectione: seguir a Cristo por desprecio e ignominia, para imitarle más de cerca. Así que, con la humildad, nos llegamos más a Cristo Nuestro Señor; y así, más cerca a la perfección; porque, como nos lo enseña la teología y la fe, Cristo Nuestro Señor nos dio el Padre por perfectísimo dechado de toda perfección y de todo grado de virtudes; y aunque en Él hay muchas flores de virtudes y dechado de donde sacar labor para nuestra vida, pero particularmente se quiso hacer maestro y ejemplo de humildad; por lo cual quien en esto más le imita está más cerca de Él y más recibirá de Él; y por eso, más perfecto y consumado; pues, como decís allá en vuestras metafísicas, prinum in unoquoque genere est mensura aliorum. Este fin pretendió el Padre eterno cuando nos dio a su Hijo, para que de esta manera se reformasen los hombres, que estaban en unas costumbres tan corruptas; el entendimiento tan oscurecido, la voluntad y el afecto tan depravado, andando cada uno tras su antojo, como dijo Isaías: unusquisque in via sua declinavit. Pues, para reducimos a un camino, vino Cristo, el cual dice que est via, veritas et vita: camino, y no como quiera, sino camino verdadero, y camino que lleva a la vida. Quien más se procurare conformar con Él, será más santo, porque eso es conformidad con Cristo: santidad; y los que el Padre eterno predestinó para hacerles mercedes particulares en su Iglesia, quiso que fuesen conformes a su Hijo, cortados al talle de su Hijo; y así, mientras uno más pobre, más celador de la honra de su Padre, más despreciador del mundo, tanto es más perfecto. Y esto es lo que dice nuestro Padre, que este camino de la humildad es via quae ducit ad vitam. Y así, como cosa en que tanto nos va, habemos de correr por este camino -porque como dicen «el ruin es el postrero»-, siguiendo a Cristo Nuestro Señor que va delante, siguiendo tantos santos que por aquí han venido, siguiendo las huellas de nuestros Padres que le han andado.

4. Ahora veamos que nos diga nuestro Padre Ignacio qué medio tendremos para esta humildad y amor de las deshonras, y afrentas. Y en dos palabras responde et ipsius amore ac reverentia: el amor de Cristo Nuestro Señor y amor de veras, amor de obras, éste es el que hace al hombre correr por este camino, por agradar a Nuestro Señor Jesucristo, el cual me amó tanto y primero que no yo: quoniam ipse prior dilexit nos. Estando yo en su enemistad, Él me amó tanto, que se entregó a la muerte por mí: ¿cómo no le amaré yo?: Magnes, amoris amor, dijo el otro; un amor engendra a otro amor; y así el amor que Dios nos tuvo ha de hacer que nosotros le amemos a Él; con este amor se perfecciona nuestra voluntad, con las demás cosas se estraga; con el trato de Cristo se pega aquella suavidad de costumbres, pues como son aquéllos con quien tratamos, de esa manera somos, como decís allá «dime con quién paces, no con quién naces». Este amor causa la familiaridad con Dios que es traerle siempre en la memoria. Porque, como dice Aristóteles, el amor causa memoria de lo que se ama. Pero este amor ha de ser con reverencia, no amor descomedido. ¿Quién hace el amor con Cristo? La consideración de su bondad, de las misericordias que me ha hecho. ¿Quién las reverencia? El tenerme yo a raya en la consideración de mi vileza, no como los que en teniendo tantico de devoción, luego se desacatan y descomiden a Dios y le pierden la reverencia. ¡Dichosas las almas que se han topado con este amor y reverencia con el Verbo Encarnado! Hallado han un paraíso en la tierra y árbol de vida, no como el de Adán que era árbol de vida temporal, sino de vida eterna. Aquí tienen refugio y amparo en todas sus tribulaciones y tentaciones, y debajo de estas alas se esconden del milano que es el demonio. Esta familiaridad ha de procurar el que quiere ser compañero de Jesús: que le traiga siempre presente desde la mañana hasta la noche, deseando en todo servirle y agradarle, ofreciéndoselo todo; éste es el fin de la consideración de Cristo Nuestro Señor y a esto hemos de aspirar. Así dice nuestro Padre en la cuarta adición de la 2.ª semana: Simul atque excitor a somno, meditationem primum instantem, debeo menti objicere, ac desiderium provocare cognoscendi clarius incarnati aeterni Verbi, ut ipsi serviam et adhaerescam tanto propensius quanto incredibiliorem erga me eius bonitatem perspexero. No hay más que decir que esto para nosotros. En la meditación del Verbo Encarnado, este deseo habemos de tener siempre; que cuan grande fuere este deseo, tan grande será el conocimiento: no como en lo demás, que cuanto hay de conocimiento, tanto hay de amor. Habemos, pues, de desear un don de entendimiento para conocer muy claramente el Verbo Encarnado, para conocer las riquezas que hay en Él encerradas, sus tesoros y su real condición, aquella suavidad de condición. Éste ha de ser nuestro deseo, éste nuestro trato, que no tratemos siempre en hierro viejo, en escrúpulos y menudenuelas, como envueltos en unos pañales, ocupados en niñerías e impertinencias. No os han de acobardar vuestros pecados, no las tibiezas presentes; humildad quiere, verdad quiere; en lo demás, fiaros de él, porque Él es el primogénito del Padre; a darnos sus riquezas vino, para eso nace, por eso murió; andad a esta sombra; procurad siempre servirle y agradarle; haced su voluntad, seguir su doctrina, la doctrina de los Santos, la de la Compañía, que también es suya. Et ipsi adhaerescam, como dice nuestro Padre, que es palabra mayor; echaré todo el cuerpo para juntarme con él; andar me he asido de sus faldas como niño; con esta Compañía no temeré a nadie; Él me llevará en las palmas.

5. Aún parece que no ha bastado todo lo dicho, que nuestro Padre añade unas palabras de las cuales dije el año pasado que está junto con esta regla; aunque no se sacó aquí, porque sólo se tomó el párrafo 44 del capítulo 4.º del examen y esto otro está en el 45; donde, después de haber dicho que debemos estar apercibidos para ser despreciados e injuriados por cualquiera de dentro o de fuera de la Compañía, dice: in qua Societate obedire et humiliari et aeternam beatitudinem consequi exoptat. En esta palabra dije que consistía el espíritu de la Compañía y el ser de ella; ésta cría y conserva el espíritu de nuestra vocación; ésta hace fructuosa nuestra Compañía: este deseo de humildad y obediencia me trajo, éste me conserva. Y así pregúntoos yo si queréis ser de la Compañía. Pues esto es ser de la Compañía. ¿Queréis perseverar? Pues éste es el espíritu que os ha de conservar. Y si vos os sentís titubear en la vocación y os sentís con sequedad y no sentís los favores que Dios hace a los de este cuerpo, mirad si os apartáis de humillaros y obedecer. Si veis que el otro tropezó o faltó del todo, entended que por falta de esto fue; y si vos queréis tener cédula y salvoconducto de tener perseverancia, ejercitaos en esto. Si queréis ser estimados en ella (mundano lenguaje), éste es el camino: que la Compañía es religión de Dios, y así ha de honrar la virtud dondequiera que estuviere. Y si llevábades otro camino, errado íbades, hermano. Mas, si la Compañía queréis que sea fructuosa para vos, éste ha de ser vuestro deseo: obedire et humiliari; porque de esta manera se alcanza la bienaventuranza; éste es el fruto de la Compañía. Si queréis ser de provecho en esta religión que Dios ha llamado para tan grandes hazañas como por ella obra, si queréis ser instrumento idóneo de Dios Nuestro Señor, éste es el camino por donde lo habéis de alcanzar.




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Plática 19

De la humildad sobre la regla 11


2 de enero de 1587


1. La doctrina que habemos puesto en las pláticas pasadas sobre nuestra regla 11 se enseña en la escuela de la humildad y en ella se predica; por esto me ha parecido conveniente tratar en ésta, de la humildad, de la manera que solemos tratar las demás cosas. Diré primero en qué consiste esta humildad y cómo la abraza nuestro Instituto; lo segundo, la necesidad que de ella tenemos; lo tercero, qué apoyo y fundamento tenga; lo cuarto, qué medios nos proponen nuestras Constituciones para alcanzarla, que se pone en la regla 12 y 13; y finalmente, las señales con que conocemos si vamos aprovechados, en esta virtud y si andamos en su demanda. Y nadie se maraville que nos detengamos tanto en esto, porque quien desenvolviere nuestro Instituto y las cosas que abraza, verán, por mucho que se diga, no es demasiado.

2. Tratamos aquí de humildad que es virtud, no de otra que se suele llamar humildad, no siéndolo, como suele acontecer por haber grande equivocación en los hombres, llamando virtud al vicio contrario, que tiene sombra de ella. Llamáis liberal al pródigo; al hombre cetrino y triste llamáis severo; al encogido y de corazón bajo y apocado, llamáis humilde; y aunque en buen latín, humilis eso quiere decir, hombre bajo, de baja suerte, de pequeño corazón, pero no hablarnos aquí sino de humildad cristiana; que esotra es humildad causada algunas veces de pecados que hace al hombre, bajo y apocado, afeminado, mujeril; y así, la Escritura lo usa (como dice Basilio in ps. 33) diciendo que por el pecado se ha humillado el hombre. La humildad de que hablamos es hermana de la magnanimidad y fortaleza, y siempre anda acompañada de ellas; porque esta humildad causa en el ánimo un vigor y fortaleza muy grande, nacida de la consideración de la vida, refugio, favor y amparo que en nuestro Señor tiene, no de sus propias fuerzas, que en ésas antes conoce no poder nada. Y así, David llama a Dios refugio y amparo, torre fortaleza, protector; y no saben sus labios de qué usar para declarar este amparo que en Dios tiene: arx, refugium, turris fortitudinis. Ésta es una complicación maravillosa que junta dos cosas que parecen contrarias: ésta es la humildad que enseñamos: osadía, y no en nuestras fuerzas, sino en las de Dios Nuestro Señor.

Tampoco hablamos de la humildad exterior y aparente con que el hombre dice sus faltas y pecados, y esto por alcanzar honra y para que le tengan por humilde. Es extraña la sofistería del hombre, que sabe tomar por medio, para que otros le loen, decir sus faltas. ¿Habéis visto tal cosa? ¿Quién vido por camino tan contrario buscar honra? Est qui nequiter se humiliat, (Ecclesi. 19) por confesar sus pecados, por decir sus faltas. Anda el hombre diciendo: yo soy un pecador, yo hago estas y estas faltas; y todo es por ser loado y tenido por humilde. Así cuenta Casiano en la colación 18, capítulo undécimo, de un monje que fue al abad Serapión confesándose por gran pecador, indigno de alzar los ojos al cielo y de gozar del aire común, diciendo que era indigno de hacer oración con él, como lo solían hacer. Viendo esto el abad Serapión, parecióle mucha humildad ésta y aun demasiada; y para probarle, díjole: Hijo mío, a mí me parece que, siendo tan mozo, os estaría mejor estar recogido en vuestra celda et ut, secundum, regulam seniorum, suo potius opere quam aliena mallet munificientia sustentari; y que no anduviese vagabundo y ocioso, inquietando a los viejos. Oyendo esto, empezó a entristecerse, írsele y venírsele un color y otro, no pudiendo disimular la tristeza de su corazón. Visto esto, dijo el abad: Hasta aquí, hijo, te confesabas por tan pecador, que no te tenías por digno de alzar los ojos al cielo, ni gozar de este aire común a los animales, y no temías la desestimación que con eso pudiera tener de ti; y ahora... no tenéis ánimo para sufrir una admonición tan suave, y que no contiene palabra alguna afrentosa.

3. La verdadera humildad es de corazón; no consiste en decir mucho mal de sí, andar encorvado el cuerpo, cuellitorcido; porque nace del íntimo conocimiento de su bajeza; y así, no sólo no se agravia por las injurias que se le dicen, pero todo lo tiene en poco comparándolo con lo que, en la confesión interior del tribunal de su corazón, reconoce. Y así dice: Todo eso es nada para lo que yo merezco; y aunque le digan muchas faltas, dice: Mucho más me dijérades si supiérades lo que yo conozco de mí. Ésta es la humildad de corazón, de quien dijo Nuestro Señor: Discite a me quia mitis sum et humilis corde; y ésta es la que nos pide nuestra regla. Y así, nuestro Padre Ignacio nos encomienda mucho esta humildad, tanto que, sí revolvemos, bien nuestro Instituto, a ella la pone por fundamento de todo él. En las experiencias (que, si bien se entiende, allí puso nuestro Padre nuestro Instituto), dice hablando de la 2.ª probación, que, después de haber estado en la 1.ª tratando con Nuestro Señor en los ejercicios para desnudarse del hombre viejo y cobrar algún modo de tratar con Nuestro Señor, luego dice, la 1.ª experiencia sea de hospitales, ut magis se humiliet ac demittat. Éste es el fin de las experiencias, humillar el corazón, rendirlo y sujetarlo a Nuestro Señor; ésta es la práctica de la humildad, el poner manos en la obra. Y en la 1.ª parte, dando señales cómo se verá si el novicio aprovecha, dice que se verá si fuere aprovechando en esta virtud, Después, parte 3.ª, capítulo 2, § 27, dice que el fundamento de las letras ha de ser humildad; porque letras queremos, pero letras humildes. Sin este fundamento no pueden ser de provecho. Ha de comenzar el edificio, de este fundamento mirad cuál irá, pues comenzando a desdecir, todo el edificio se va cayendo; y así, ha de estar muy a plomo: las letras nuestras han de estribar en este fundamento, y no han de desdecir; todo el edificio anda costeando. Esta humildad, pues, es el fundamento de los estudios, y ella los ha de acompañar; que aunque estéis tratando de vuestras metafísicas, no os olvidéis de ella. Y Gregorio XIII, en esta nueva constitución, donde se declara nuestro Instituto admirablemente, más particularmente que en la Bula de Paulo III, tratando del tercer año de Probación, a razón de esto, por la humildad grande que requiere este nuestro Instituto para sus altos ministerios, la cual es menester que se renueve en este año; y después, tratando de los profesos, gente mayor y lo principal de la Compañía, dice que «sint omnino humiles» declarando lo que dice la fórmula del Instituto en la Bula de Julio III. Y no se puede decir más, que no tengan un repelo ni rastro de soberbia; gente verdaderamente humilde. Y nuestro Padre Ignacio ésta pone por fundamento de todo. Al Rector dice (4 c 11) que sit probatus in humilitate et obedientia. Tratando del General, p. 9, c 2., en el primer grado pone la caridad, porque claro está que es el fundamento principal; luego dice, que sit humilitate conspicuus: palabra mayor, una humildad que campee, humildad grande; y porque ha de ir subiendo la humildad como el cargo.

4. Para entender la necesidad que de esta humildad tenemos, no es menester decir más en esta parte que lo que me acuerdo haber dicho aquí en otras pláticas: que no se puede conservar la unión y paz con tanta diversidad de grados como en la Compañía hay, si no estamos fundados en la humildad. Ha dado Dios Nuestro Señor esta librea a la Compañía, a imitación del orden jerárquico de la Iglesia, con que se diferencia de las demás religiones, como dice GregorioXIII en la Extravagante. Por eso nuestro Padre siempre que trata de esta distinción de grados, la apoya en la humildad (c 1, Exam. n. 9): dice que los que sirven a Nuestro Señor con más caridad, aunque sea en cosas más humildes, ésos serán más agradables a S. D. Majestad; y que así deben estar contentos con su suerte, no haciendo caso de apariencias exteriores, ni de lo que nos hace grandes, lucir delante los hombres. Y al Padre Everardo oí yo decir: No es posible un alma vivir en paz en la Compañía, si no está fundada en humildad. Y así es, porque de falta de humildad nacen las quejas, el desasosiego y turbación en el alma; de aquí viene a ponerse a riesgo de faltar en la vocación; y si esto no, de andar vacilando en ella; y si no, a lo menos anda toda su vida inquieto y lleno de amargura. También tenemos gran necesidad de humildad por el trato que hay en la Compañía de oración; porque, como dice Doroteo, el, humilde ora porque reconoce sus faltas y flaquezas y la necesidad que tiene de Nuestro Señor Dios; y el Eclesiástico dice que los gigantes se perdieron porque no oraron, porque no reconocieron la necesidad que tenían de Dios. También ¿qué tratáis? -Padre, obediencia ciega.- Pues yo os digo que, si no tenéis humildad, que nunca la alcancéis. Obediencia exterior bien podrá ser y cuando mucho, de voluntad; pero de juicio, no hayáis vos miedo, porque la soberbia os criará una piedra en esa cabeza con que a nadie os rindáis. Pero la humildad hace al hombre sujeto a Dios Nuestro Señor y a los hombres. Así lo dice Casiano en la colación de discretione: que es señal de verdadera humildad el sujetarse a otro y dejarse gobernar y regir por juicio ajeno, no fiándose del propio. Y San Basilio dice que es propio del humilde sujetarse a todos y anteponerse a ninguno, y trae aquel lugar de San Pablo ad Philippenses: superiores invicem arbitrantes in humilitate.

También ¿qué tratáis? De castidad que imite la puridad angélica, que tal nos la propone para que aspiremos a ella. Pues, cierto es que sin humildad no se puede conservar. Y así, San Basilio en la regla 4, le pone nombre cuales los suele poner: retentrix virtutum la llama, es la que conserva las virtudes, es tesoro. Veréis una haza por mayo muy pareja: tan alta que da unas oleadas y otras; las espigas brotando, que da esperanza de henchir los graneros de trigo. Viene un agosto, un bochorno que todo lo marchita y abrasa. Así veréis un alma tan colmada de virtudes, que daba esperanza de grande fruto y de ser de grande provecho; entra un viento de soberbia que todo lo abrasa y lo hace de ningún provecho. San Juan Clímaco, en el grado de humildad, la llama vencedora de pasiones que es el nombre que ella merece. El humilde vence todas las pasiones: ninguna tentación le vence, en cualquier encuentro está firme, no se menea como la cañaheja a todos los vientos, como el soberbio; no se inquieta, ni desasosiega con los acaecimientos. ¿No lo dijo Cristo Nuestro Señor? Discite a me quia mitis sum et humilis corde, et invenietis requiem, etc. Todas las tribulaciones y tentaciones son balas que pasan por alto, no llegan a lo bajo del edificio que es la humildad. El humilde ha hallado en esta vida un paraíso terrenal. Es retentrix virtutum, como decimos.

5. Y tiene esa virtud una cosa particular entre las demás virtudes, como dijo aquel gran maestro y práctico de la humildad, el abad Juan: que en cualquier tiempo se puede ejercitar. No siempre puede el hombre ayunar, ni siempre puede orar, porque se cansa la cabeza; pero humillarse, en cualquier tiempo se puede hacer, pues aun de no poder ayunar ni tener fuerzas para ello se puede humillar, pues ésa es falta natural. Tras la humildad se sigue un enjambre de virtudes, porque ella es principio de todo bien en un alma. El humilde no pierde la paciencia, por mucho que le digan; es manso, no sabe enojarse ni notar. Y Doroteo dice: Omnia tela adversarii humilitate disrumpuntur; porque, como la soberbia se opone a Dios, y por eso es principio de todos los pecados; así, porque la humildad se rinde, es principio de todas las virtudes. Y no nos maravillemos de que Dios estime tanto esta virtud; porque, en realidad de verdad, siempre parece que la anda procurando en nosotros por mil vías y maneras. ¿De qué pensáis que sirve el venirnos trabajos, tentaciones y aflicciones? No miréis la piedra sino la mano de donde sale; no miréis al demonio que os trae la tentación, ni al otro que os dice la palabra; mirad a Dios, que es el que permite todo eso, porque conozcáis lo poco que de vos sois y lo que seríades si Él os dejase de su mano. ¿No lo dijo San Pablo? Fidelis Deus qui non patietur vos tentari supra id quod potestis, sed faciet etiam cum tentatione proventum?»; Y no sólo esto, pero caídas muy grandes, en hombres muy señalados, ha permitido, por tenerles humildes y fundados en su propio conocimiento, como lo dice Casiano en la colación del abad Isac. Y David: Bonum mihi quia humiliasti me ut discam justificationes tuas: Señor, caro me costó, yo os lo confieso, pero bonum mihi quia humiliasti me: bueno ha sido para mí el haberme humillado, porque mala bonis, bona; sicut bona malis, mala. Así lo suele Nuestro Señor hacer, dándonos a entender, aunque a mucha costa nuestra, lo poco que podemos. Y de San Pedro dice Basilio en la oración parenética, que, porque se desmandaba en ser atrevido y, habiéndole avisado muchas veces que se enmendase, no lo hacía, con aquel grave pecado lo curó Nuestro Señor. Y así dice San Basilio: Audacia Petrina negatione suppressa est. Éste es el trato de Dios con los hombres. ¿Cuántas veces os acaece a vos, un día de la Circuncisión o Navidad, que vais fiado y engreído prometiéndoos mucha devoción por haber preparado el ejercicio y haber hecho otras devocioncillas vuestras, que os parece que tenéis a Dios por el pie, y después os halláis más distraído e indevoto que otras veces? Quiere Nuestro Señor mostraros que es dádiva suya y que no la tenéis de vos; que no es juro de heredad que la habéis de tener cuando vos quisiéredes y como quisiéredes: y después, estando descuidado, como dice San Basilio (regula brevi), acaece venir una luz particular que es como un relámpago que pasa, con que se siente el hombre con una devoción particular. Todo esto es para que no dispongáis y echéis trazas como en cosa vuestra: Tal día tendré devoción, tal día no tanta; sino que, después de haber puesto vuestra diligencia, esperéis de la mano del Señor este don.

6. Solamente, decidnos ahora: por qué repite nuestro Padre tantas veces esta doctrina de la humildad: ¿no bastaría tratar una vez de ella, para que no fuera menester repetir? -Nuestro Padre, como siempre digo, tuvo señaladísima prudencia y discreción de espíritu, con la cual veía la necesidad grande que de esta doctrina teníamos, lo cual le hacía repetir tantas veces. Constan la Compañía de gente letrada, y las letras ya sabemos cuán ocasionadas son para criar soberbia; y nuestro Padre deseaba mucho que nuestras letras fuesen humildes, porque de otra manera bien veía él de cuán poco provecho fuesen. Dos maneras hay de soberbia, -como dice Doroteo: una llama él «seglar», cuando el hombre se envanece de linaje, de hacienda, de fuerzas y otras cosas de esta manera: ésta es soberbia villana, de gente de poco entendimiento; otra hay hidalga, profesa de cuatro votos (monástica la llama Doroteo), que nace de bienes de religión y de los dones que Dios ha puesto en nuestras almas, y de la ciencia, con las cuales se suele criar un engreimiento, o complacencia, con que el hombre se antepone a los demás y se aplace mucho de sí. La ciencia, claro está, pues lo dijo San Pablo y cada día lo vemos, scientia inflat hácele soberbio, presuntuoso y engreído: excede a los demás entendimientos de que el hombre tanto se precia; hácese caso de mí, óyese mi voto, creo que me siguen todos; todo esto cría grande engreimiento. ¿Pues la oración? Nuestro Padre lo dijo al P. Nadal, la segunda vez que fue de España: Siempre he temido que gente que trata de oración, sin fundamento de humildad, no dé en dureza de juicio; porque se ve el hombre con dones de Dios aventajado, parécele que los demás no llegan allí; de aquí nace una ufanía y contentamiento vano y desprecio de los demás, lo cual es grandísimo mal. Y por eso nuestro Padre repite tantas veces esto de humildad, porque sin ella todas las letras y todas las demás partes, por aventajadas que sean, de nada aprovechan. Porque, como dice San Basilio en aquella oración parenética: Superbus, quantum vis donis Dei conspicuus, semper est inutilis. Y más querría, dice San Basilio, un hombre humilde, aunque no tenga partes tan aventajadas, que hombre soberbio con ellas; porque al humilde Dios procura levantarlo y hacer lucir sus cosas y que sean fructuosos sus trabajos; porque, como resiste al soberbio, así al humilde da su gracia; pero al soberbio Dios procura humillar y que todo se le deshaga entre las manos y que con nada salga. Por esto nuestro Padre, deseando que nuestra doctrina sea de provecho, repite tantas veces esta doctrina.

Ahora veamos en qué apoya esta doctrina de la humildad. San Buenaventura, en este tratado tan provechoso de los procesos de los religiosos, dice que se funda y apoya en la verdad; y San Bernardo la define qua verissima sui cognitione sibi quisque vilescit. Fúndase en el verdadero entendimiento de nuestra flaqueza y pobreza y de las mercedes que de Dios recibimos, reconociéndolas por dones suyos. San Buenaventura dice que hay dos maneras de humildad: una de principiantes, y otra de varones ya perfectos (varones grandes dice él): la de principiantes es con que el hombre conoce sus faltas, lo que es y lo que no es; y ésta, aunque es buena, pero no merece el nombre de virtud de humildad, que eso sólo es no haber perdido del todo el juicio y ser necesario llevaros al hospital a curaros, y estar al zaguán de la virtud. Sois un respondón, no hacéis cosa que os mandan a derechas; que reconozcáis eso, llamadle buen seso y no tener perdido el juicio, no humildad. La virtud de la humildad verdadera es la que nace del conocimiento de las mismas virtudes y dones de Nuestro Señor: haec est humilitas perfectorum; que, conociendo virtudes, las refiere al autor de ellas, reconociéndolas por dones de Dios. Y así, San Basilio dice: que humildad es la que da a Dios lo que es suyo; y así el humilde, mientras más dones de Dios reconoce, más se humilla juzgándose por indigno de ellos por sus muchos pecados pasados y presentes; que, cualquiera que sea, tiene hartos que reconocer en sí, como quien tiene un corazón traidor y de carne en fin, en fin. Pues, viéndose con tantos dones como Dios ha derramado sobre él a mano rota, sin ver en sí merecimiento, con esto está más humilde y más agradecido.

7. De esa manera, Padre, si la humidad está en reconocer ser de Dios los bienes que tenemos, todos somos perfectos humildes; que, por la gracia de Dios, todos somos católicos; no hay aquí ningún Pelagio; todos conocemos que todo viene enderezado a nuestro último fin sobrenatural; es dádiva de la mano de Dios comunicada por los méritos de Jesucristo.- Hermano, ése es conocimiento especulativo; la práctica es de las cosas más dificultosas que hay en el camino de la virtud y en muchos años no se alcanza. ¿No os ha acaecido un rato que os sentís con una poca devoción? Acabáis de comulgar, sentistes una poca devoción, unas lagrimillas; salís muy ufano, muy engreído que no cabéis por la puerta, echando de ver si os miran a los ojos. Pues ahí veréis cuán diferente es el conocimiento especulativo del práctico con que el hombre íntimamente refiere a Dios lo bueno que en sí ve; sin ufanarse de ello. Si queréis ver cuán gran mal sea este engreimiento interior, doctrina es de todos los Padres maestros de la vida espiritual, que uno de los principales impedimentos por que Nuestro Señor no nos comunica de sus dones, sino nos trae con pobreza y sequedad, es porque no nos haga mal, no nos entre en mal provecho. Estáis entrañado en una soberbia y presunción: si Dios os comunicase muchos dones y mucha devoción ufanaríades con ellos y os haría muchísimo daño; y porque no quiere que os perdáis, y porque estima mucho sus dones porque sabe lo que vale su gracia y la devoción y los demás bienes, no quiere emplearlos en tan sucios vasos. Por lo cual, mientras el hombre no estuviere más fundado en este práctico conocimiento, despídase que su edificio crezca mucho. Así lo dice Casiano, aunque su doctrina es de la que se usaba entonces en Francia, como lo vemos en los libros de Fausto y Vicencio que son tenidos por libros apócrifos, porque son de la pega de Pelagio; que aunque no son pelagianos, pero llámanles reliquiae pelagianorum. Pues con todo eso, Casiano (colación 3 et 12 de castitate et 23), por primer fundamento de todo lo que trata de castidad pone que entienda el hombre que todo lo que él hiciere con sus fuerzas, toda su industria, es corta y no basta, si la gracia no le levanta; porque todo lo que se alcanza con nuestras fuerzas es como virtud arañada, caudal de gente menesterosa: el caudal de Nuestro Señor es rico, abundante; es ropa rica de paño fino. Así lo dice el Sabio: Et ut sccivi quia nemo potest esse continens nisi Deus dederit, et hoc ipsum cognoscere magna sapientia est. He caído prácticamente en esta cuenta después de larga experiencia: que ninguno puede guardar continencia si Tú, Señor, no la dieres; y conocer esto tengo por gran sabiduría. Sapientia la llama, porque, como dice San Bernardo, la humildad es claridad del entendimiento. Andaba a tientaparedes estribando en mis industrias, midiendo a palmos lo que puedo por mis fuerzas; ahora he caído en la cuenta que nada puedo, si Tú, Señor, no me ayudas. ¿No lo veis en el labrador? ¿Qué le aprovecharía andar, con las heladas de este tiempo, a arar la tierra y sembrar, si faltase la lluvia temprana y tardía? Necesario es sembrar; pero no basta, sin el rocío del cielo. Así acá: necesario es que nosotros hagamos algo, pero sin el favor de Dios nada aprovecha nuestra industria y diligencia. Ésta es la doctrina de los Santos Padres: que tengamos los bienes de Dios como depositarios, con temor de la cuenta que habemos de dar de ellos y que nos sean quitados por desagradecimiento a Nuestro Señor por ellos. El día que uno es soberbio es desagradecido, anda con mil quejuelas de las tentaciones que tiene, de las afliccioncillas que le vienen; anda quejoso de Dios; de Dios se queja: ¡Oh Padre, que tengo tanta sequedad! -Mirad, hermano, que os hace Dios más mercedes que merecéis; mirad quién vos érades, ahora cuatro años; en qué pecados estábades; con los mismos estuviérades ahora, si Dios no os tuviera con su gracia, que es grande merced suya no caer a cada paso según nuestra flaqueza; y así, soberbia es no conocer nuestra pobreza. Andad engrandeciendo la bondad de Nuestro Señor que os hace tantas mercedes, que aún están vuestras heridas verdes y corriendo sangre. De aquí es que mientras más crecen los dones de Dios, más ocasión hay de rendirse el hombre a Dios y mantenerse en la sujeción, porque crece la luz del alma y conoce ser todo lo bueno de la bondad del Señor. De aquí son aquellas confusiones de los santos: Tibi, Domine, justitia, nobis autem confusio; Qui gloriatur in Domino glorietur; Abundantius omnibus laboravi; non ego, sed gratia Dei mecum.




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Plática 20

De los grados de humildad y medios para alcanzarla


9 de enero de 1587


1. Concluiremos, con la gracia del Señor, esta noche, lo que en las pláticas pasadas habemos tratado de la virtud de la humildad.

Habiendo el hombre caído de la dignidad alta en que fue criado, dejóle Dios Nuestro Señor un camino para que se reparase y cobrase lo perdido, y este camino es la humildad; por lo cual merece muy bien el nombre que San Bernardo le pone: «reparadora, la llama, de la caridad y dignidad perdida». Y así vemos que nos dejó Dios tantas ocasiones que nos humillasen y para ejercicio y despertadores de nuestra vileza y bajeza, para que no llevemos adelante la herencia que nuestros padres nos dejaron a quienes fue dicho «Eritis sicut dii». Y así, es señal de que Dios quiere levantar un alma, el humillarla, el ofrecerle ocasiones interiores o exteriores, aflicciones y tentaciones y mil cosas que se levantan cada día de entre los pies, que ni sabéis por dónde ni por dónde no os vienen. Cuando Dios os trae en estos ejercicios de primera Semana, es muy buena señal que os quiere comunicar sus dones. Así dice Buenaventura: ¿qué es la causa que, siendo Dios tan rico en misericordias y habiéndonos dado de antemano a sí mismo, haya en nosotros tanta pobreza, tanta carestía, que parece, como dice David, que tiene escondidas sus misericordias en su ira e indignación que tiene con nuestros pecados? Y, como dice Isaías, podríamos decir que parece viscera sua continuerunt se. Siempre hay en nosotros gran impedimento de soberbia y, como dice San Buenaventura, ésta es en dos maneras; una de las cosas temporales, linaje, talentos naturales, etc.; y aunque ésta es villana y de bajos entendimientos, pero échase de ver fácilmente: es sonora. Pero la otra, que es de bienes de gracia, es más peligrosa, porque es más interior, y así es más mala de curar; no da muestras de sí; es como algunas enfermedades, que los médicos hallan buen temple al enfermo, buena orina y todo lo demás; y con todo eso, dicen, «muérese»; porque es enfermedad que se ha apoderado de lo interior.

2. Así es la soberbia de cosas espirituales, que el mismo que la tiene no la conoce, por andar pagado de sí. Por esto dice San Bernardo, sermón 84 in Canticum: «Profecto, quo quisque optimus est, eo pessimus est, si hoc ipsum quod optimus est sibi ipsi adscribit». Ésta es aquella verdad práctica en que decíamos se funda la humildad, en este reconocimiento a Dios Nuestro Señor, reconociéndole a Él por autor de todo, no atribuyéndose nada a sí de lo bueno que en sí halla; como decía San Pablo: «Gratia Dei sum id quod sum»; que, como dice Crisóst., es decir: lo que en mí hay que es algo, todo es de Dios; lo que no soy, eso es mío. Y cuando dijo que se había aventajado entre los demás Apóstoles: «plus omnibus laboravi», luego se corrige: «Non ego, sed gratia Dei mecum»: esta ventaja que hago a los demás, a la gracia de Dios se deben las gracias; el haber padecido tantos trabajos, el haber trabajado tanto con mis manos para mi sustento, el haber sido azotado y apedreado y el haber llevado el Evangelio desde Jerusalén hasta Eslavonia, todo eso a la gracia de Dios lo refiero, no a mí. Que el sarmiento esté verde, con hojas, lleve fruto, ¿a quién se debe? ¿Puede gloriarse el sarmiento? Gracias a la cepa de donde recibe el verdor, como dice Cristo Nuestro Señor: Si no, apartadlo de la cepa, y veremos cuál está y de qué sirve: «Arescet et colligent eum et in ignem mittent et ardet». Esto es lo que de sí tiene, sequedad y no ser bueno sino para el fuego. «Haec est sublimitas et magnificentia sanctorum, dice Basilio, gloriarse no en sí, sino en el Señor de la gloria; holgarse con que Él sea honrado, pues a Él es debida toda la honra y gloria y de Él conocen haber recibido todo lo que tienen. Esto dice el Señor por Jeremías: «Non glorietur sapiens in sapientia sua, et non glorietur fortis in fortitudine sua, et non glorietur dives in divitiis suis; sed in hoc glorietur qui gloriatur: scire et nosse me». El cual lugar interpreta San Pablo, 1 Corintios, 1, 31, a nuestro propósito, como notó San Basilio: Qui gloriatur in Domino glorietur: Quien tiene gracia, quien tiene humildad, quien tiene dones de Dios, reconozca la fuente que es Cristo, que de Él y en Él y por Él tenemos todo lo que tenemos: no mire el hombre su caudal que es bajeza. Éste es el consuelo de los Santos en esta vida y en la otra: vida de agradecimiento, vida de reconocimiento, vida sabrosísima, vida de gracia: que Dios me quiere bien. Esto es lo que dice San Juan, en el Apocalipsis, de aquellos viejos que echaban sus coronas al piel del Cordero, que no era otra cosa sino una confesión verdaderísima, nacida del conocimiento que está allí en su punto, de que todo su bien, el haberles sido perdonados sus pecados, el haber perseverado hasta el remate de su vida, todo había sido don de Nuestro Señor.

3. Esta virtud tiene sus grados, como las demás virtudes. Es como la luz del día que, a la mañana, no es tan grande; luego, sale el sol y va deshaciendo los nublados; y, al fin, a mediodía, está en su punto. Pero aun esta virtud tiene más estados y grados que las demás. San Benito pone doce grados, de los cuales trata San Bernardo, en un sermón; y Santo Tomás, 2, 2ae., hace un artículo en reverencia de ellos. Pero San Bernardo, Sermón 42 sup. Cant, pone dos: «altera humilitas est quam veritas efficit, altera quam charitas inflammat; altera ad intellectum, altera ad votuntatem spectat». La primera, dice él, es la que comúnmente alcanzan los que mucho se adelantan en nuestros tiempos; la segunda pocos la alcanzan. La primera nace del conocimiento verdadero y práctico -que decíamos en la plática pasada, con que el hombre -conoce lo que es y lo que no es, no conociendo más en sí de lo que tiene, y reconociendo ser de Dios lo que en sí ve; no se envanece ni se engríe; no se alza a mayores con hacienda ajena; no se hace ladrón de la honra que a Dios Nuestro Señor se debe.

La primera es ser conocido por tal cual es, ser despreciado y tenido en poco; la 2.ª, es de buenos entendimientos. ¿No saben esto? Pues sabed, hermanos, que es así. Ve el hombre tantas faltas (que nunca faltan a ninguno, por aventajado que sea, algún jarrete, algún sobrehueso que le humille; conoce lo que le falta; humíllase y reconócese delante de Nuestro Señor. Y entiendan, Padres y Hermanos, que esta humildad de entendimiento es de grande importancia; que hay hombres que no saben lo que tienen dentro de su casa; hombres someros y superficiales, que no echan de ver en sus faltas que las ve Pedro y Juan, y todos las ven, y vos no caéis en ellas; y es porque no entráis en todo el día en vuestra casa: curiosos por las casas de otros, y en la vuestra nunca entráis en lo íntimo del corazón, sino entendéis en no sé qué hojarascas, pagado de vos mismo. Y es cosa extraña cómo nos ciega el amor propio, para que no veamos nuestras miserias; y ya que las veamos, ¡cómo las excusamos! Eso es ser el hombre, hombre; así pasó Pedro, así pasó Juan; así es cosa de compasión que, mientras más faltas, menos humildad; mientras más carga, menos la sentimos; y cáusalo todo esta torre de viento que tenemos y una piedra con que nacimos en esta cabeza. Así, que es gran cosa conocerse el hombre, el acusarse y argüirse y sentarse en tribunal y tomarse confesión. ¿No lo dijo el otro, «Nosce te ipsum?» «Descendit de caelo». Es gran cosa saberse, argüirse, avergonzarse en el rostro. El santo conoce los pecados que ha hecho y los pecados de que Dios le libró. Ésta es la confesión que hallamos en los Santos, San Agustín. «Tibi Domine debeo quaecumque peccata non feci; abfuit tentator, et ut abesset tu fecisti: A Ti, Señor, debo todos los pecados que no he hecho, porque Tú, Señor, apartaste de mí las ocasiones de pecar. Y San Francisco, oyendo decir muchos males de un hombre, dijo: Todo eso fuera yo, si Dios no me hubiera apartado de las ocasiones y me hubiera ayudado con su especial gracia. Y no sólo se humilla el santo de conocer el mal, sino también, del bien que Nuestro Señor le ha hecho eso es causa de humillarse por indigno de ello y por de nuevo obligado a más servirle. Y así, mientras más hace en el servicio de Nuestro Señor, más se humilla, mirando lo que Dios ha hecho por él tan a costa suya, lo que le costaron los dones que en él ha puesto; cómo en todo pone su hierro, todo lo nota de su hierro, mezclando imperfecciones en los dones de Nuestro Señor; lo mal que corresponde a Nuestro Señor. Como decía San Francisco, que diciendo que era el más mal hombre que había en el mundo, daba la razón, diciendo: No hay asesino ni malo en Tiro y Sidón, que no se hubiera aprovechado más que yo, y hubiera sido más santo, si Dios le hubiera comunicado la luz que a mí. Miran también los Santos lo mucho que deben a Nuestro Señor; y así, por mucho que hagan, siempre dicen, como enseñó Cristo Nuestro Señor: «Servi inutiles sumus; quod debuimus facere fecimus. Miran lo mucho que deben, lo mucho que les queda por andar, como San Pablo; y así nada tienen por mucho, todo lo tienen en poco cuanto hacen; si algo bueno ven en sí, todo lo refieren a Dios: esa es o confesión de los Santos, dar a Dios lo que es suyo. Náceles también de aquí una grande admiración de la grande bondad de Nuestro Señor Dios, en querer comunicar sus dones al hombre, sabiendo quién es él y cuán altos sean sus dones de su gracia que nos alcanzó Jesucristo Nuestro Señor con su sangre y lágrimas, y que los mismos ángeles tienen particular gloria y consuelo en ver los dones que Dios ha comunicado al hombre: así explican algunos aquel lugar de San Pedro in quem desiderant angeli prospicere, leyendo in quem. Ésta es la maravilla de los Santos, cómo Dios haya puesto estos dones en vasos terrenos, vasos quebradizos, en un hombre que en un punto lo pierde todo. Y no sólo se maravillan los Santos de la bondad de Nuestro Señor, sino también de ver que una tierra, de quien se dijo: Maledicta terra in opere tuo, spinas et tribulos germinabit tibi, que lleve fruto de bendición y fruto con colmo; que haya escardado esta tierra tan maldita y llena de espinas, para que fructifique. Y así se lo oí decir al Padre Francisco muchas veces, que siempre que nos viésemos hacer algo bueno, nos habíamos de espantar y maravillar, de ver que de unos hombres tan miserables y de corazones tan sucios, saliese cosa buena. Scaturigo vitiorum, le llaman los Santos: es como un tizón que está siempre humeando, un manantial que está siempre a borbollones echando de sí corrupción de vicios.

4. De aquí nace un reconocimiento y amor a este Señor a quien se reconocen por tan deudores; de aquí nacen obras agradecidas con que desean servir al que tantas mercedes ha derramado sobre ellos. Este reconocimiento, ya pasa a la voluntad; y con razón, pues es conocimiento práctico; y de aquí se sigue luego el segundo grado de humildad que anda junto con la caridad, con que huye el hombre ser loado de los hombres; no cura del testimonio de ellos, sino del testimonio de su conciencia, que le dice que todo lo que tiene es de Dios; y así quiere que todos lo conozcan. Sobre estos humildes asienta bien la gracia y los dones de Dios Nuestro Señor.

De aquí nace también el holgar de ser avisado y corregido por sus faltas, como lo dijo aquel filósofo Plutarco. En ese librillo de oro de las señales de estar aprovechado en virtud, una dice que es amar la corrección; huirla, señal es de soberbia, porque no quiere el tal ser despreciado, sino ser honrado y tenido por bueno: al contrario dice el humilde «venga la corrección, que en mí hallará cama hecha; mucho más que eso conozco yo en mí». De aquí nace el paraíso que decíamos en la plática pasada, el corazón sosegado y quieto entre todos los encuentros, como un cielo sereno sin nublado. El corazón repartido y desasosegado, nace de falta de humildad: esos pensamientos vuestros: «qué será de mí, en qué puesto me pondrán»: todo eso es honra; si os tuviérades por despreciado, todo eso poco cuidado os diera; echad de vos esos pensamientos que os inquietan; haga Dios de vos lo que fuese servido, todo os viene ancho. Así dijo Macario admirablemente en una colación: No te tengas por religioso, mientras no vinieres a desear ser despreciado y abatido. Ésta es la verdadera regla. No hagáis cuenta de los años que habéis estado en religión, que ésa es cuenta errada, no vale nada. Miradlo por aquí: mirad si amáis las injurias, porque si no, no sois religioso; a la puerta estáis dando aldabadas, y plega a Dios no se os haya olvidado eso también; no habéis entrado de la zaguán adentro, a gozar de los regalos que Nuestro Señor hace a sus hijos; ni habéis entrado en el paraíso que poseen en vida los verdaderos humildes.

5.- Padre, si eso es así, fácil cosa es de ver las señales de la humildad.- La primera señal es tenerlos a todos por superiores, como dice San Basilio, sobre el Salmo 33 y en la interrogación 98, donde trae aquel lugar de San Pablo, Philipp. 2: Superiores invicem arbitrantes in humilitate. No sabe el humilde anteponerse a nadie, porque se tiene por inferior a todos; antes se tiene por un muladar, que eso quiere decir peripsema, que declara Crisóstomo sterquilirium: esto es ser pobres de espíritu; no se agravian ni tienen por injuriados, porque se tienen por una yunque donde han de descargar todos los oprobios y afrentas. De aquí nace el ceder a todos, dar lo mejor, como dice nuestra Regla que algún día toparemos, potiores partes, aliis deferendo. Así dice Casiano, collatio de superbia, que es señal de soberbia querer ser sacerdotes o querer mandar más: no ser vengativo, es señal de humildad: el humilde no sabe recibir agravio ni hacerlo, porque todo le parece que le es debido y que cualquier lugar le viene ancho.

La humildad, como dice Clímaco, es olvido de injurias; no se acuerda del agravio que se le hace, recibe de buena gana la reprensión y el capelo: más que esto merezco yo; si no por ésta, por otras lo tendré merecido; en casa llena, no caerá el golpe en vacío. El humilde es sujeto a Dios en todo y a los hombres por Dios; sabe sufrir sus malas villanías e ingratitudes, que es cosa que suele lastimar a los hombres de bien: «¿Que le haga bien, y no me lo agradece?» -Si yo lo hice por él (dice el humilde), bien merecido lo tengo; yo no lo hice por él, no quiero su agradecimiento.

Concluyamos con otra señal que pone San Gregorio, que es la que nuestro Padre Ignacio pone, que es buscar con tanto cuidado la deshonra y afrentas y oprobios como los del mundo buscan la honra y buen nombre.

6. Padre: si eso es humildad, aquí nos partimos de ella; aún plega a Dios, estando prevenido, lleve bien el afrenta, cuanto más buscarla. Porque yo le confieso la verdad a su Reverencia, que yo estoy muy pagado de mí; conozco mi buen ingenio, declaro muy bien lo que quiero, y no lo puedo yo negar eso; y, si digo algunas veces lo contrario, créame V. R. que no lo siento así, ni lo digo para que me lo crea, sino para que no me lo crea: antes ando buscando quien me alabe; y en habiendo tenido un acto público, alargo las orejas un palmo para oír si me alaban; y si no me alaban, siéntolo mucho, y un color se me va, y otro se me viene; y no hago sino meter coletas para sacar alguna palabra con que me alaben; ando adulando a los otros y diciéndole lo que no siento, por otra tal, porque ellos digan otro tanto de mí; y esto delante de su rostro; que detrás, todo lo contrario; soy temoso y vengativo, no me la hace nadie que me la vaya a pagar al purgatorio; en quiete, en diciéndome la palabra, luego, luego vuelvo otra peor; soy hombre que guarda el disgusto por muchos años; la palabra que me dijo el otro, el capelo y reprehensión del superior, allá lo guardo avinagrado en el corazón: esto es lo que pasa por mí.

-Pues es menester que no desmayemos: para eso son los caminos que nos enseñan nuestras reglas: antes nos debemos animar para ir desbastando esta soberbia tan grande que heredamos de nuestros padres; disminuir este mayorazgo, ya que no le podemos destruir del todo. Para esto hay muchas y muy buenas consideraciones. La primera, quién fui antes que Nuestro Señor me sacase del mundo, cuántos pecados hice, cuánto resistí al Espíritu Santo. Esta consideración ha de andar siempre delante de nuestros ojos, no olvidándonos de nuestra pobreza de donde fuimos sacados: como San Pablo, que se llama abortivo, (1 Corinth. 15) y minimus omnium apostolorum, et non sum dignus vocari apostolus quoniam persecutus sum ecclesiam Dei. Et 1 Tim. 1, hablando del alto oficio en que Dios le había puesto de predicador del Evangelio, y predicador fiel, no se olvida de su pobreza, antes dice, que habiendo sido blasfemo y contumelioso y perseguidor del nombre de Cristo, Dios le puso en tan alto ministerio para información de los que después de él habían de creer, para que viendo las grandes misericordias que Nuestro Señor Dios en él había derramado, sacándolo de la hez del mundo, no se espante nadie ni desconfíe, por grande pecador que sea: de un hombre como yo se ha fiado Dios para alentar a los pecadores, para que nadie desmaye. De manera que, para no engreírnos con los dones de Dios, habemos de parar mientes en lo que fuimos por el pecado y lo que por él merecimos.

7. Veamos ahora, Hermano, hablemos a la clara: ¿Habéis hecho algún pecado mortal? ¿No os parece que por él merecíades el infierno? Id, pues, a la casa que vos merecisteis y veréis si os viene ancho todo. Nadie os parecerá que os hace agravio; cualquier trabajo lo llevaréis con igualdad de ánimo. Y esta consideración no es ajena en nosotros, que yo conocí dos Padres de los más señalados de la Compañía, que bien los podemos nombrar, que siempre andaban en esta consideración; y fueron el P. Araoz y el P. Francisco. Al P. Araoz oí yo decir que había traído veinte años esta consideración; y así se llamaba el infernal; y bien sabemos que el P. Araoz fue de los recogidos de su tiempo, antes que entrase en la Compañía. Con esta consideración, dijo, he hallado paciencia y mansedumbre para sufrir a mis hermanos y las condiciones de los hombres. Y del P. Francisco sabemos que siempre, al principio de la oración, su composición de lugar era ponerse a los pies de Judas; y un Jueves Santo, estando en Valladolid, estando considerando a Cristo lavando los pies a Judas, pareciéndole que ya no tenía lugar en el mundo, fue tan grande el desmayo que le dio aun en el cuerpo, que fue menester consolarle. «¡Qué tenía yo aquel lugar para aplacar la Majestad de Dios, poniéndome en aquel lugar tan bajo, y ya Cristo Nuestro Señor me lo ha quitado!» Así que esta consideración es muy buena: considerar el hombre lo que merecía por un pecado mortal; y, si no lo tuvisteis, lo que podíades tener, si Dios no os guardara. Mirad también quién sois ahora: el descuido y tibieza con que servís a Nuestro Señor, la ingratitud a sus beneficios: habiendo de haber satisfecho por los pecados pasados, andáis añadiendo deudas a deudas, comido por servido. También es bueno compararnos con otros siervos de Dios, frailes o seglares, o de la Compañía: seglares, digo, que cierto hay hombres entre seglares que es cosa de espanto los dones de Dios que tienen. Y así, Nuestro Señor enviaba muchas veces a los Santos para humillarlos a algunos seglares, diciendo que le servían mejor que ellos, como a Macario envió a un conde, que era como un gobernador de una gran ciudad cargado de negocios, diciéndole que aquél tenía mejor oración y le agradaba más. Y el P. Araoz contaba (que yo no lo he leído, y así a él doy por autor) de un monje, que le pareció que amaba mucho a Nuestro Señor y le servía de todo corazón: a éste le dijo Dios Nuestro Señor que uno, como de los melcocheros, le agradaba más que él: y estando un día (como de éstos de aire y frío) en un campo, muy afligido, porque le llevaba el aire el hábito por acá y por allá, vio venir un melcochero con sus cascabeles, vendiendo melcochas, que venía muy consolado y riéndose, y díjole: ¿quién eres tú que tan contento vienes, con tanto aire y frío como hace? Respondióle él: nunca me ha pesado de cosa que Nuestro Señor hiciese. Entonces dijo el monje: verdaderamente tú eres el que Dios me dijo. Preguntóle cómo había llegado a aquel estado y diole cuenta el melcochero de su oración y vio cuánta razón había tenido Nuestro Señor en anteponerle a él.

Consideremos también las vidas de los Santos: leamos sus vidas, sus martirios, lo mucho que padecieron por amor de Dios y por llevar su honra adelante; y vos no podéis sufrir un tuerto del Superior, una palabrilla que os dijo el otro. ¿Habéis mirado vuestros hermanos de la Compañía lo que han padecido y padecen? ¿Qué hacéis vos en servicio de Nuestro Señor, qué hacéis en casa? A la mañana os halláis en buena cama, después oís misa, y luego estudiáis.- Esto habemos de considerar nosotros para humillarnos, teniendo siempre delante lo mucho que otros han hecho y lo poco que hacemos.

8. Vamos ahora a nuestro Padre, que todas éstas son consideraciones, pero nuestro Padre en las reglas 12 y 19 nos pone otros medios, que miran a la obra; y en el cap. 4 del Examen, § 28 están más declaradas, que aquí están abreviadas. Dice, pues, nuestro Padre: Descendiendo en particular, aprovechará mucho para la humildad ejercitarse en oficios despreciados y humildes, como son: barrer y servir en la cocina y otros oficios que el sentido aborrece.- Y en la regla 19 del Sumario: que nos ejercitemos en oficios donde se ejercita más la humildad y caridad. Ésta es la doctrina de nuestro Padre, es el verdadero camino, que las otras son buenas consideraciones; y aunque son de mucha importancia y enseñadas de los Santos, pero este medio que mira la obra, es muy más eficaz; porque, como dice San Bernardo: Sicut lectio ad scientiam, sic himiliatio est via ad humilitatem. Y San Basilio en dos lugares: el primero en la regla 299: Humilitatis exercitatio, in contemptibilibus exercitatio est; y en la regla 198, que en todo debemos andar con la humildad delante, en el corazón, palabras y obras. Con esto podrá ser, dice San Basilio, que alcancéis la humildad. ¿Qué decías, Basilio? -Que los pensamientos de grandeza y altivez los cortéis; no permitáis tales pensamientos en vos. Las palabras, «yo hice, yo tendré», las desterréis de vos; al que os loa no os alleguéis, sino al que os corrige, no hagáis cosa por ser estimado.- También con el vestido y conversación, dice nuestro Padre que se ha de ejercitar la humildad (6 p., cap, 2): no rozagante y todo nuevo, y el bonete flamante, la sotana y todo lo demás. Haya algo que sepa a religión y humildad; que yo os quiero decir una verdad: que tenemos tan poco seso, que un bonete nuevo basta para quitárnoslo todo.- Con estas obras, se va criando en nuestras almas la humildad; pues, como dijo Basilio: talibus enim studiis et exercitiis assimilatur anima; et qualia sunt, talis etiam formatur et eisdem configuratur. Y ésta es regla general para todas las obras de virtud: tal es el alma cuales son sus estudios y en lo que trata: es semejante a lo que hace. Si no sabéis humillaros, es porque no tratáis de humillaros.

Y así conocimos a todos aquellos Padres antiguos de la Compañía, con perpetuo voto de cocinero. Y así lo tuvo el P. Valderrábanoll y el P. Villanueva, fundador de este Colegio, el cual se ejercitó en esto, hasta que la obediencia le sacó de ello. Ahora, se nos van olvidando estos ejercicios a los más antiguos: digo otra vez que se nos van olvidando, que no mojamos las manos, ni ejercitamos esto que nuestros Padres ejercitaban y nuestra regla nos dice: ésta es práctica; esotro, especulación.

9. Concluyamos con lo que nuestro Padre dice en la regla 12, que fueron las postreras palabras con que murió, y entiendo que cuando él las puso, le pareció que en ellas le había Dios Nuestro Señor dado el remate de todo lo que se podía decir a uno de la Compañía.

Dice, pues, que para mejor venir a este tal grado de perfección y humildad, su mayor y más intenso oficio (oficio dice) ha de ser buscar nuestra continua abnegación y mortificación. Esto habemos de considerar a los pies de Cristo Nuestro Señor.- Veamos ahora, hermano, cuál es vuestro mayor oficio.- Diréisme: Padre, estudiar.- Bueno es eso, que gran parte de virtud es estudiar, y yo lo alabo; que hombre que azota corredores, yo os digo la verdad, nunca me pareció bien; pero eso es en cuanto estudiante; en cuanto religioso, os pregunto cuál es vuestro oficio.- Verdaderamente, Padre, no lo sé, porque cada día ando como veleta, hoy en este ejercicio, mañana en otro.- Pues, hermano mío, éste ha de ser vuestro mayor oficio, buscar vuestra abnegación, vuestra humillación y mortificación en todas cosas posibles: entiéndese en todo lo que no fuere fuera de orden y fuera de regla; y gustar que el superior os ayude en ello, que ya no se gusta sino de superior que os consuele.

Éste es el lenguaje de nuestro Padre; esto es lo que nosotros habemos de desear. Y porque es ya tarde, no diré más; sólo me contento con rogarles que lean a Casiano en el libro 12, cap. 32 y 33, donde verán toda esta doctrina de nuestro Padre.




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Plática 21

Sobre las reglas desde la 15 hasta la 23 trata de la oración según que comprende cualquier ejercicio espiritual


16 de enero de 1587


1. En todas estas Reglas, desde la 15 hasta la 23, trata nuestro Padre del caudal interior, oración con todo lo demás; y así, trataremos ahora de esto. Y en estas pláticas, tomándolo en común y en junto, no guardaré el orden de las Reglas, sino el orden de las cosas, porque éste es más a nuestro propósito. Y es de mucha importancia el tratar esto, porque siendo esto para cada día, pues éste es nuestro oficio y caudal y negociación, es menester saber cómo lo trataremos con fruto. Y trataremos primero de la oración como medio primero y utilísimo para todo. Y mi intención es, como ya saben que lo suelo hacer en las demás materias que aquí trato, tratar de ella según nuestro Instituto y como él la abraza.

San Dionisio (13 De divinis nominibus), dice que la oración ha de preceder a cualquiera negocio y acto, particularmente de Dios Nuestro Señor; omnem actum, dice, et praecipue Theologicum. Y así, para entender lo que se dijere de oración, tenemos necesidad de la misma oración, pidiéndoselo a Nuestro Señor. Para que sepamos el modo con que hallemos el fruto de él, diremos qué cosa sea oración, su importancia y finalidad, el uso útil de ella; cómo la ejercitaremos para sacar el provecho que se suele sacar.

Comencemos por aquí: Oración, según San Agustín, epístola 125 ad Probam., es petición a Dios, invocación del divino auxilio, hacer recurso a Él como a Señor que puede y quiere proveer nuestras necesidades. San Damasceno la llamó elevatio mentis in Deum: que cualquiera levantamiento de nuestra mente a Dios ésa es oración; y de él tomaron todos los demás esta definición. Nilo dijo: oración es un coloquio con Dios. San Dionisio: oración es acercarse y avecinarse el hombre con Dios y unirse a Él.

Y porque la oración pide, para hacerse como debe, muchas otras cosas, por eso todo lo que para ella se requiere se suele llamar oración. Y así lo dio a entender Santo Tomás, 1-2, 9, 83. Y así suele comprenderse debajo del nombre de oración, petición, meditación y cualquier trato con Dios Nuestro Señor.

2. Y en la Compañía, ¿qué llamáis oración? Cualquier trato con Dios Nuestro Señor: meditación y exámenes; cualquiera cosa espiritual. De lo cual dice nuestro Padre en la Regla 21 y en la décima parte, como se ve en la Regla 17, lo mismo que ejercicio espiritual: que todos den a las cosas espirituales tiempo y procuren devoción, cuanta la divina gracia les comunicare. Y en la primera anotación de las que se ponen al principio de los Ejercicios dice nuestro Padre, que por Ejercicios espirituales se entiende cualquiera obras espirituales que disponen al alma para quitar las aficiones mal ordenadas (¡y qué palabras dijo aquí nuestro Padre!), y después, hallar la voluntad de Dios acerca del estado de su vida y la salvación del alma.

Esto entendemos por Ejercicios: como ejercicio corporal, así acá cualquiera cosa que se endereza para ir quitando y cercenando pasiones, y quitadas éstas buscar luego la voluntad de Dios. Eso son Ejercicios espirituales; y así comprende exámenes y todo lo demás; esto, pues, entendemos por oración.

Pero esta oración es don de Nuestro Señor, es gracia suya; porque, como dice San Pablo, ad Corinthios: Un pensamiento bueno a boca llena, no tenemos de nuestra cosecha caudal ni fuerzas para poderlo tener sin su favor. De él nos viene el caudal rico y la abastanza: initium boni operis, bonus cogitatus: éste es de Dios, dice Agustino. Y ad Rom. 8: Quid oremus, sicut aportet, nescimus, sed ipse postulat, etc. No sabemos orar como conviene; y así el Espíritu Santo es el que nos enseña a pedir; el que nos hace dar gemidos que no se pueden declarar ni decir con palabras; Él es el que enseña a llamar a Dios Abba, Pater; Padre, Padre. De manera que éste es un gran don. Y por ser doctrina tan levantada, abre escuela de ella Cristo Nuestro Señor, enseñando a sus discípulos a orar a su Padre con la oración del Pater noster.

Este espíritu de oración, como cosa tan excelente, estaba profetizado para la ley de la gracia: que el Hijo de Dios, con sus llagas, había de llamar al Padre eterno, para que derramase su benignidad sobre los hombres. Y así dice por Zacarías, 12: In diebus illis effundam super domum Juda et super habitatores Hierusalem spiritum gratiae et precum: en la ley de la gracia, en aquellos días dorados, he de derramar sobre los que confesaren mi nombre y sobre los que moran en Jerusalén, que es ciudad de paz, espíritu de oración.

La oración presupone a la fe, como lo colige San Agustín, epístola 87, de aquel lugar de San Pablo: Quomodo invocabunt in quem non crediderunt. La oración pide a Nuestro Señor remedio de nuestras necesidades. Pues ¿cómo se puede hacer eso, sino confesándolo por gran señor, rico, poderoso, benigno y sabio y que tiene providencia de las cosas? Así que la oración se funda en esta confesión y reconocimiento.

Pero supuesta la fe, ella es fundamento de todo lo demás que ayuda a la justificación. Así lo define el Concilio Arausicano en el canon 3 y 6, tan célebres en esta materia: que después de la vocación, la oración con que se pide la gracia y socorro para nuestra justificación es don del Espíritu Santo.

3. Mas hemos de advertir que esos dones son en dos maneras: los unos son comunes a todos; los cuales pertenecen al gobierno ordinario con que Dios Nuestro Creador endereza a todos los hombres a Sí como a fin sobrenatural; y aquí entra la oración que se sigue después del primer llamamiento corno medio general y utilísimo para alcanzar todo lo demás, como dijimos de San Agustín.

Otra oración hay a la que pertenece el gobierno extraordinario. Tiene Nuestro Señor gente a quien da particulares privilegios, ventajas, que llamáis. Tenéis muchos criados; a todos dais comúnmente lo que han menester; pero tenéis uno particular a quien vos más queréis; daisle privilegios y ventajas entre los demás. Así, Nuestro Señor suele dar un don particularísimo de oración perfecta, una luz particular de sus cosas, un consuelo muy grande, que suele ser paga de las buenas obras y buenos servicios hechos, como lo dice por Isaías: Laetificabo eos in domo orationis meae, a aquéllos que son como el eunuco del Evangelio, que eso pone allí Isaías, a aquellos que se han reprimido y no se han dejado llevar de los deseos desordenados de su corazón, a esos tengo yo de regalar en la casa de mi oración; tengo de darles una prenda de lo mucho que acá les tengo de dar; un entretenimiento, una ayuda de costa: este don de oración pide un «sábado delicado» una paz de todas partes.

Hay grande diferencia de la una oración a la otra: la una se enseña y la otra no. La primera enseñó Cristo a sus Apóstoles cuando le dijeron: Domine, doce nos orare. La segunda no se enseña, porque ni aun se puede declarar con palabras, porque, como dijo San Juan: Nemo scit, nisi qui accipit. Él mismo no lo pudo declarar, porque es gusto del árbol de la vida, que Nuestro Señor, por su gracia, da a los que Él quiere, con que los restituye a más feliz estado, que antes del pecado tenía el hombre. Y así, como por mucho que digáis de la miel a quien no la ha gustado, no hace concepto de lo que ella es, porque todo es especulación; así, por mucho que digáis de este maná escondido, no declararéis del todo su suavidad.

¿Qué más? La una se busca con industria ayudada de Dios, la otra se halla hecha. Por la primera andáis vos mendigando y comiendo de esa mendiguez; en la segunda os ponen una mesa llena que Dios os la tiene preparada delante para hartar vuestra hambre, mesa rica y abundante. Unas veces saca el hortelano el agua a fuerza de brazos, de su pozo; otras estáse él mano sobre mano, viene la lluvia del cielo, una mollina que empapa la tierra, que no tiene que hacer el hortelano más que recibirla y enderezarla a los pies de los árboles para que fructifiquen. Esta diferencia conoció Casiano, 2 lib. de Institutione coenobiorum en la colación 9, del abad Isaac, que es la primera de oración en el cap. 2, 6 y 8, donde trae un dicho de San Antonio (cuya fiesta mañana celebramos), que solía decir: Non est perfecta oratio, in qua monachus se vel hoc ipsum quod orat, intellegit. Esotra, oración es; pero la perfecta oración no da lugar a que el que ora haga reflexión. ¿No acaece muchas veces que está un hombre muy atento, embebecido en un negocio, que no hace reflexión sobre lo que piensa? Pues así ha de ser la perfecta oración: que tira Dios al hombre para Sí y le tiene todo absorto en sí; no anda con trazas, ahora la oración preparatoria, ahora viene esto, ahora viene esotro: como le acontecía a San Antonio, que se ponía en oración por la tarde hasta que el sol le daba por la mañana en los ojos; y él se quejaba del sol, porque madrugaba tanto a quitarle la luz que Nuestro Señor interiormente le daba.

4. Estas dos maneras de oración las enseñó nuestro Padre en los Ejercicios; la primera, poniendo tantas preparaciones, tantos discursos, para buscar el hombre y mendrugar, como decíamos, y buscar a Nuestro Señor; la segunda, cuando dice, no una vez, sino muchas: En hallando lo que deseáis, no paséis adelante,, gozad de esa mesa que Dios os pone; hartad vuestra hambre: buscábades dolor de vuestros pecados; daos Nuestro Señor una luz y sentimiento de eso; no paséis adelante, sosegad ya. Pone San Juan Crisóstomo una comparación muy buena; dice: Como un corderillo, cuando veréis que va a buscar los pechos de su madre, y no hace sino dar una vuelta por aquí y por allí, ahora toma el ubre, luego lo deja; pero en comenzando a venir el golpe de leche, luego para, y se sosiega, así, pues, antes que venga aquel rocío del cielo, anda el hombre inquieto, que el discurso es movimiento, y todo movimiento tiene su parte de inquietud; pero, en poniendo Dios aquella mesa rica delante, se sosiega el alma; y goza de la suavidad de Dios Nuestro Señor.

5. Tenemos, pues, Padres y Hermanos, en la Sabiduría (Eclesiástico 36), un lugar admirable donde dice: El sabio (que interpreta la Iglesia el justo): Cor suum tradidit ad vigilandum diluculo, ad Dominum qui fecit illum, et in conspectu Altissimi deprecabitur: A la mañana, dice, que es tiempo acomodado para la oración y célebre en las Sagradas Escrituras; David: Mane, diluculo; mane stabo tibi; praevenerunt oculi mei ad te diluculo; praeveni in maturitate; ad te de luce vigilo. Dice ad vigilandum, va alerto; no durmiéndose; no como algunos que parece que cada cuarto se les va cayendo por su parte, que más parece que van a hacer almohadilla de la oración que otra cosa.

Cor suum tradidit, entrega su corazón a la oración; no está sólo con el cuerpo y las manos puestas, y el corazón en el argumento, y la respuesta de la carta, y en el otro negocio; lo que los santos llaman cordis somnolentia, que es un corazón desmazalado, dormilón, flojonazo; es grande impedimento para la oración; porque éste impide la reverencia que se debe para tratar con Dios.

Pero veamos quién hace esta reverencia en el justo; ad Dominum qui fecit illum, etc. Estoy hablando con mi Señor, que me crió, Señor de todas las cosas; estoy en presencia del gran Señor de los ejércitos; esto me hace estar con reverencia. Pero veamos qué oración hace: Aperiet os suum in oratione et pro delicitis suis deprecabitur: Abrirá su boca, pondrá lo que es de su parte, comenzará a mendrugar, como decíamos; pedirá perdón de sus pecados, como los siervos de Dios Nuestro Señor lo suelen hacer, examinando sus faltas y culpas para estar delante de su gran Señor con reverencia; que justus, in initio, accusator est sui. Y luego ¿qué dice?: Si enim Dominus magnus voluerit, spiritu intelligentiae replebit illum: si quiere, dice; no es juro de heredad, gracia es de cualquiera manera que la toméis; y estaréis en la oración y acaece venir una luz, un rayo, un relámpago, y cobráis estima y aprecio de lo que antes no entendíades: spiritum intelligentiae le llama, porque no parece sino aprehensión simple, según está el hombre quieto y sosegado con aquella luz: replebit, dice, que rebosa el hombre; no le cabe en el pellejo. Luego dice lo que de aquí se sigue: Et ipse tamquam imbres emittet eloquia sapientiae suae: de aquí vienen luego los coloquios; éste es propio tiempo para hablar con Nuestro Señor; cuando esta luz ha puesto en nosotros reverencia entonces vienen los coloquios bien; cuando el alma está enseñada con aquella sabiduría con que solamente se levanta a consideración de cosas altísimas. Y así, nuestro Padre Ignacio en este tiempo dice que se han de hacer los coloquios, que es la mejor parte de la oración. Y así dice en el tercer ejercicio de la primera semana que, después de habernos aprovechado del discurso de nuestras potencias, deinde, occurente nobis motu spirituali, ad colloquia veniant; cuando la meditación ha inflamado el corazón, según aquello, in meditatione mea exardescet ignis, entonces, dice, es tiempo para los coloquios, como dijimos; pues entonces que Dios me da deseo de pedirle, es señal que me quiere hacer merced; señal es que Dios me oye. Éstas son las maneras de oración.

6. Pero veamos ahora la Compañía ¿por dónde camina?, ¿abraza oración? -Sí, Hermano: luego que uno entra en ella, la primera probación es de oración, como nuestro Padre lo dice en el capítulo 4.

La primera experiencia sea hacer los ejercicios espirituales de la Compañía; pero es de advertir que no sólo es esto para rematar cuentas con Nuestro Señor, para comenzar purgándose el hombre de las aficiones desordenadas de la vida pasada, sino que es experiencia como la de los hospitales y peregrinación, para ver si sois para la Compañía. ¿Sois capaz de oración? -Pues para la Compañía sois.- ¿No sois capaz? Pues no sé qué os diga; miradlo vos. Experiencia es ésta, y no sólo para purgaros, sino para que entendáis que con ella habéis de acompañar todas las demás experiencias y probaciones; y por esto ésta es la primera. A los hospitales habéis de ir con oración; los oficios bajos los habéis de hacer con oración; la acción, acompañada de oración.

¿Qué más enseña la Compañía? Oración como medio para todo lo demás, porque sin ella todo es áspero, todo dificultoso, desabrido.

¿Queréislo ver? ¿Qué tratáis? ¿Qué nos dicen nuestras Constituciones? Todo es mortificación, desprecio propio y deshacerse el hombre a sí mismo. Pues sin oración, ¿cómo se puede hacer eso? Un hierro frío machacadlo cuanto vos quisiéredes. Cansaros heis y no le haréis nada. Es menester fuego para enternecerlo. También, sembrad en la tierra seca; no hayáis vos miedo que cojáis fruto. Así, pues, es la Compañía. Es vida purgativa, de mortificación y ejercicios, que de suyo son desabridos; júntalos con oración; con ella se hacen llevaderos, sabrosos y fáciles. Y no sólo para eso, sino para que todo cuanto hacéis os entre en provecho. El trato con los de fuera, el estudio y todo lo demás es menester que vaya acompañado con oración; cual ella fuere, será todo lo demás. Yo os digo la verdad: si la oración anda de capa caída -porque éste es nuestro caudal-, cual él anduviere, tal andará lo demás. La oración es el espíritu de todo, que da vida y vivifica todo lo demás. Allí se fragua y alimenta el espíritu de vida.

Pero, como digo, la Compañía enseña la oración casera, acomodada a la naturaleza del hombre; no allá otros alumbramientos y imaginaciones y silencios. ¿Qué pensáis que es el ejercicio de las tres potencias? Enseñaros el modo de orar verdadero y seguro, para que entendáis, que no quita el uso de nuestras potencias; no quita el buen uso de lo natural que en nosotros hay, antes enseña cómo con ello habemos de mendrugar, como decíamos; enséñanos a prepararnos, preparar el ejercicio, que no vais (a) venturas, a esperar la venida del Espíritu Santo, como antiguamente se dice de los Messalianos. Preparaos y no esperéis que allí os venga por alumbramientos.

7. Enseña también la Compañía, que no tengáis la oración por fin, sino por medio para hacer la voluntad de Dios; no paréis en esa dulzura que Dios os comunica; no penséis que ahí está todo el negocio. Y si alguno encontráis que ha hallado miel, avisalle no coma mucha de ella, que se empalagará y le hará daño, no se deje llevar de humo de pajas; no se gobierne por sentimientos; no confíe mucho en su juicio; no desprecie a los demás, que muchos se han perdido por ahí. Éste es el camino seguro, libre de ilusiones, esto es lo que se ha de enseñar; no otras anagogías, como son las que llamáis silencios y uniones; y si alguno halláredes que supiese algo de esto, enderezadle y guiadle, que aquél suele ser camino peligroso; que el demonio se suele transfigurar en ángel de luz y suele traer al hombre a grande perdición.

¿Sabéis qué tanto? Que hombres doctísimos y católicos, por haberse querido meter en poner en arte lo que era sobre toda arte enseñar lo que no se aprende, sino Dios lo da a quien Él quiere y sólo lo sabe el que lo tiene y no lo puede declarar, por querer ellos declararlo, han venido a hablar con tanta impropiedad en estas materias, que son tenidos por sospechosos, y muchos de sus libros han venido a ser vedados. Lo cual justamente reprende Gersón en el libro que hizo contra Rusbroquio. Quitaste la flor de su raíz; puesta en la mano marchítase y pierde su hermosura. Queréis declarar lo que no se puede declarar. Los que de esta manera escriben no los leáis, que no aprovechan de nada. Porque ¿qué aprovechan aquellas uniones de Taulero, que si él las entendió, yo no lo sé, ni sé qué quiso decir por aquel hondón y aquel anihilarse y unirse sin medios. Y así, los autores católicos los reprenden como Equio y Serpio. Y lo mismo digo de esotro «Via spiritus», que está vedado. Dice Gersón, que es de los que más asentadamente enseñan el camino del espíritu: No leáis esos libros; leed a Buenaventura, él enseñó estas cosas con grande moderación. ¿Qué dice Buenaventura? No pongáis vuestra (proa) en sentimientos, no en ilustraciones, arrobamientos, que eso es sujeto a mil engaños; tu proa has de poner en hacer la voluntad de Dios: ningún engaño hay en guardar la ley de Dios, ni en buscar la abnegación y humillación; y lo otro se ha de examinar por esto, y no esto por lo otro.

8.- ¿Qué hace la Compañía? -preguntará alguno-. ¿La Compañía usa de la oración vocal o sola mental? -Hermano mío, la Compañía abraza la una y la otra, mental o vocal; vocal sí, sí otra vez.

El espíritu de la Compañía es espíritu eclesiástico, y la Iglesia y los Santos están llenos de oraciones vocales. Salmo: «Voce mea ad Dominum vlamavi: Et tribulationem meam ante ipsum pronuntio, dijo. No lo pudo decir más claro. Otras veces dicen: Praeparationem cordis eorum audivit auris tua: donde habla de la mental también.

Ya sabemos la oración de la madre de Samuel y la de Moisés, cuando clamaba, y Dios le dijo: Quid clamas ad me?

Probemos esto. ¿No habéis parado mientes en el modo de dar cuenta? ¿No dice allí que digáis si usáis de oración mental o vocal, y de la cual sois más ayudado? En los Ejercicios, cada meditación se termina con Pater Noster y Ave Maria y Anima Christi que se la debieron de enseñar a nuestro Padre cuando chico. Más digo: al fin del libro de los Ejercicios, ¿no pone nuestro Padre dos modos de orar vocalmente, que quizá no lo habéis visto en toda vuestra vida? ¿No habéis notado el segundo modo, donde enseña nuestro Padre la oración vocal y mental juntamente, sobre cada palabra, como dice Paulo: orabo spiritu, orabo et mente? Que más valen cinco palabras de éstas, que muchas sin esta atención, pues como dice San Agustín (epístola 125): Oración sin atención no es oración. Y nuestro Padre dice en la cuarta parte, capítulo 4, § 3, que los Hermanos estudiantes recen el Oficio de Nuestro Señor; y los Hermanos Coadjutores y los que no supieren leer, el rosario o corona, aunque en la declaración B, dice que se puede conmutar a arbitrio del superior, como se ha conmutado en la hora de oración, vocal o mental, por el Decreto de la cuarta Congregación, como luego diré.

9.- Pues, Padre, de esa manera la Compañía abraza gente espiritual; y si esto es así, ¿cómo se contenta con tan poca oración, y ésta que puede ser vocal? -Padres y Hermanos, así es, que la Compañía quiere gente espiritual y gente de gran caudal; y así, no pone tasa y medida de oración. No dijo nuestro Padre: todos den una hora, sino todos den a las cosas espirituales tiempo, cuanto la divina gracia les comunicare. No os tasa el tiempo de oración. Y en la tercera parte, § 6, que es una de las más dificultosas, y es la Regla 17, dice que, en todas las cosas busquemos a Dios Nuestro Señor; que éste era el espíritu de nuestro Padre. Y al novicio, ya vimos cómo la primera experiencia pone de oración. Pues al estudiante, cuarta parte, capítulo 6, que todos sus estudios los acompañe con oración. Al Rector, 4 parte, capítulo 10, que con oración procure sustentar su Colegio. Al General que procure ser familiar a Dios Nuestro Señor, para que de Él reciba el favor para todo el gobierno de la Compañía (10.ª parte), capítulo 2 y 6. Al Coadjutor, capítulo 6 del Examen, que sea hombre devoto dado a cosas espirituales, para que no se queje Marta de no ser ayudada de su hermana. En la 6.ª parte, capítulo 3, dice que el obrero ha de hacer ferviente oración, llena de santos deseos, para que tenga eficacia su trato con los prójimos, para que pueda ayudar a la conversión de ellos; y de los incorporados a la Compañía dijo que habían de correr por la vía del espíritu: cuanto les sobrase de las ocupaciones de la caridad y obediencia, habían de emplear en esto, como gente habituada; que ellos son para sí la regla. Concluyamos con esto: Que el caudal de la Compañía es oración. En la 10.ª parte, tratando nuestro Padre de los medios que aprovecharán para conservarse la Compañía y del caudal de ella, después de la caridad: Et -dice-, familiaritas eum Deo, in spiritualibus devotionis exercitiis. Familiaritas, que es lo que más lo declara; y aunque más busquéis, no hallaréis otro término como el trato con Dios, trato familiar, continuo, sin puerta cerrada, a todo tiempo, en todas ocasiones, acompañando todas nuestras obras con oración.

10. Pues, Padre, tanto de acompañar nuestras obras el trato con Dios, ¿cómo hay tan poco tiempo de oración en la Compañía? Yo vi, en el año 1566 en Alcalá, una instrucción que nuestro Padre dio al Padre Fabro (aquel su hijo querido, regaladísimo, e hijo primogénito en el espíritu): la mitad de su letra y la otra dictada y donde decía así: (que cierto me holgué extrañamente topar con ella, para ver lo que nuestro Padre sintió de esta materia): «Preguntaros han, dice, algunos de los que nos quieren bien en España, cómo hay tan poca oración en la Compañía, siendo Religión que desea tener hombres espirituales.-Pues quiéroos decir lo que a mí me ha movido a ello y lo que siento en esta parte: Lo primero, que yo siempre he deseado que los de la Compañía se ocupen más en hacer que en pensar; y así veréis en nuestras Constituciones qué poco tratan de oración; más insisten en la mortificación, humillación, hospitales, peregrinaciones y obediencia, indiferencia y despego de todo; lo que dijo Cristo Nuestro Señor: Non omnis qui dicit, Domine, Domine, sed qui fecerit voluntatem Patris mei, intravit in regnum caelorum

Lo segundo, es una presunción jurídica que yo tengo: que los novicios han de salir del noviciado tan mortificados y deseosos de oración y trato con Nuestro Señor, que hubieren menester freno y no espuelas, como gente engolosinada con este trato; porque imposible es que gente mortificada no guste y no tenga hambre de Nuestro Señor.

Así se ve en la cuarta parte, capítulo 4, § 20, dice que se tenga en cuenta que los estudiantes no se den tanto a la oración y ejercicios de devoción, que dejen el estudio.

Y si ahora esta presunción no es verdadera in re; fuelo, en el sentir de nuestro Padre; porque tantos hospitales, tantas peregrinaciones y ejercicios de mortificación, entendía él que habían de obrar en nosotros este efecto.

Y sí, ahora, en lo ordinario, no vemos que los novicios salgan con esta hambre tan fervorosos y deseosos de oración, suya es la culpa, o de los superiores, o de unos y otros, que yo siempre suelo partir entre ellos. Y por esto la Compañía viendo esto, con poder de nuestro Padre, que él da en el lugar dicho, ha alargado el tiempo de oración, como se ordenó en la cuarta Congregación, en la cual se confirmó el decreto del Padre Francisco: que fuese una hora de oración, fuera de exámenes. Lo tercero, dice nuestro Padre: Yo pienso que gente mortificada en verdadera humildad, cual ha de ser la de la Compañía, más hará en un cuarto de hora que otro en mucho tiempo. La cuarta: mi intento es que el de la Compañía no piense que ha cumplido con una hora de oración; sino que en todo lugar y tiempo la tenga sin ser menester companilla que llame a la oración; y que haga de todo lugar celda de recogimiento para esto. La hambre que ha de tener de Nuestro Señor le haga darse a la oración en la barca y por el camino, y en el mesón y por la plaza; y como cuando uno es goloso, donde quiera que halla el bocadillo, le toma; así, en el general, en el trato con el de fuera y en todo, está en oración y no pierde de vista a Nuestro Criador.

Ésta fue la doctrina que siempre enseñó el Padre Fabro en estas provincias y el sentir que siempre tuvo nuestro Padre; y esto habemos de procurar nosotros, procurando este caudal tan rico que la oración suele acarrear; que, cierto, parece que se nos va perdiendo, y que se va tomando la hora de oración como un oficio que se ha de hacer. Hacémoslo como para echar aquella hora aparte, y así no hacemos sino entrar en oración; y el fruto no se ve; a lo menos no se ve en la abundancia en que la oración lo suele causar.




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Plática 22

De necessitate orationis


1. Hablamos en la plática pasada del ser y cualidades y preeminencias de la oración. Síguese que hablemos en ésta, de la necesidad que tenemos de esta virtud, que es obra de religión -donde Dios es conocido por Señor universal, donde el alma reconoce vasallaje a su Señor-, y de los provechos que de esta virtud se sacan para vencer las dificultades que se suelen ofrecer en el uso y fruto de tan provechoso ejercicio. Y para fundamento de lo que hemos de decir acerca de esto, es menester suponer una consideración que pone Santo Tomás en el libro contra Gentes, libro 3, que es, que todas las criaturas nacen con la vida que han de vivir y en que tienen su perfección, sustento y aumento; tienen también su fin determinado y los medios necesarios para alcanzarle; y que, usando de ellos, alcanzan su fin, y con eso reposan y tienen su gusto. Pero el hombre no es de esta manera, porque tiene capacidad para otra vida más alta que es la vida sobrenatural de la gloria y otro fin más levantado. Por lo cual, en la vida natural en que vive, tiene tantos duelos y miserias, que dijo allá el otro filósofo hablando en todo su seso: que la naturaleza era madrastra del hombre, según que tiene de miserias y tropiezos; que, como no está en las cosas de esta vida su última perfección, no halla en ellas el descanso y contento que los otros animales; y con esta esperanza de mejor vida, se recompensa lo que por otra parte le falta. Esta doctrina enseñó Cristo Nuestro Señor a Nicodemus, cuando le dijo: Oportet vos nasci denuo (y le pareció algarabía siendo sabio en Israel). Quod natum est ex carne caro est, et quod natum est ex spiritu spiritus est. Las cosas que nacen de carne, carne son y con tierra se sustentan; pero yo vengo ahora, dice Jesucristo, a enseñar otra vida nueva de espíritu, que tiene también su particular sustento y proporcionado, como la vida.

Y éste es espíritu, y dalo Él, y la oración lo acarrea; que, así como la naturaleza da sustento proporcionado para esta vida temporal y terrena y para alcanzarle da su movimiento; así también, en la vida espiritual, hay manjar proporcionado para el cual el movimiento que le trae es la oración, la cual nos acarrea el mantenimiento delicado del alma; porque las cosas mientras más delicadas son piden más delicado mantenimiento y para eso a los animales más perfectos, que piden manjar más digesto, les dio Dios un movimiento progresivo, con el cual pudiesen buscar el manjar bastante para su sustento. El movimiento que tiene el alma para alcanzar su perfección que es unirse con Dios y comunicarse finalmente con Él y adquirir los dones y gracias sobrenaturales, es la oración. Con ésta se alcanza la sabiduría, según lo dice Santiago: El que quiera alcanzar la sabiduría postulet a Deo. Ésa se le da por la oración, así como todo don perfecto que desciende del Padre de las lumbres. De allí nos viene la humildad; de allí, la obediencia perfecta. ¿Queréis, hermano mío, aficionaros a la cruz, al trabajo, a la mortificación? Pedídselo a Dios en la oración. Petite et accipietis, quaerite et invenietis, pulsate et aperietur vobis. El ser de Dios es sumamente comunicativo. Tiene deseo de dar y comunicar sus tesoros. ¿Sentís os falto de humildad, de afición a la cruz? Pedídselo a Dios. Petite et acipietis. Él os lo concederá, porque está deseoso de haceros bien. Tenemos dentro de nosotros un reino: regnum Dei intra vos est, que está a vuestro cargo el gobernarle. Y así como, cuando el rey está fuera de su reino, se le envían allá los despachos de las cosas necesarias al buen gobierno de su reino; así, nosotros que estamos menesterosos y necesitados de prudencia para sabernos gobernar, es menester que despachemos algún mensajero a Dios, que es la oración, en la cual pidamos remedio para nuestras necesidades y para sabernos gobernar. Tenemos enemigos que por todas partes nos cercan, que combaten nuestra alma, unas veces por aquí y otras por allí; que procuran rodear los torreones y fuerzas de nuestra alma, y arruinar y destruir el reino. Pues la oración es la que lleva y trae estos recados de Dios al alma, la que acarrea fuerzas para resistir a los enemigos; porque la oración del que se humilla alcanza de Dios y vuelve con buen despacho, como dice el Eclesiástico.

2. Ahora, pues, veamos cuáles son los efectos de la oración. San Dionisio Areopagita, que trató de esta materia divinamente como de las demás cosas, y que como discípulo del Apóstol San Pablo parece que mamó aquella divina teología, en el libro De divinis nominibus, en el capítulo 3.º, pone una palabra con que explicó todo lo que se puede decir en la oración; y es, que la oración tiene por efecto hacernos presentes a Dios. En esta sola palabra, que es presencia de Dios, está encerrado lo que es y pide la oración. Y así Basilio, siempre que trata de oración, acude luego a la presencia de Dios. Dios, como es inmenso, tiene todas las cosas presentes y está presente a todas ellas; mas no todos los hombres tienen presente a Dios, como lo dice San Pablo de algunos, qui sunt quasi sine Deo et alienati a vita Dei. Hay algunos hombres que viven tan apartados de Dios, que nunca le tienen presente ni se acuerdan de Él; viviendo tan olvidados, que no se acuerdan sino de las cosas terrenas: ésos son sus pensamientos y cuidados, y no tratan de otra cosa. Pero, mediante la oración, nos hacemos caseros a Dios, la cual nos hace presentes las cosas que en esta vida tenemos por fe y esperanza. En ella conocemos las cosas eternas, y ella hace que todo nuestro cuidado sea en Dios y, como dice la Iglesia, hace ut mente in caelestibus habitemus.

Otro efecto de la oración, que nace de éste, pone el mismo San Dionisio: que mediante la oración se acerca el alma a Dios y se une con Él. Acerca de lo cual dice San Buenaventura, que ninguno de los ejercicios de la vida religiosa, ni la lección de libros espirituales, ni la consideración, ni la mortificacón de las pasiones, ni la observancia de la disciplina regular tiene este efecto, que es unir el alma a Dios, como la oración y trato con Él; porque, mediante la oración, parece que traemos a Dios a nosotros para hacernos una cosa con Él. Esto declara San Dionisio con dos ejemplos. El uno es una cadena de fuego, con eslabones de luz, que sube desde la tierra al cielo; y mientras más va subiendo por ella el alma, se va ilustrando más y se va llenando de mayor luz y conocimiento de Dios. El otro es, que, así como un hombre que va por un río en una barca, asido de una maroma, parece que trae la ribera para sí; así el hombre en la oración parece que trae para sí a Dios, y que lo traemos dentro de nosotros mismos; y mientras más vecino está Dios mediante la oración, tiene más luz, más conocimiento de su bondad y beneficios y agradecimiento de ellos. Y como todo movimiento estriba en alguna cosa inmóvil, así el alma, en el movimiento espiritual que es la oración, estriba en Dios que es inmutable. Ella es la que hace fácil la guarda de la ley de Dios, la que hace suave lo penoso, allana las dificultades que se ofrecen en la guarda de ella. Por lo cual los santos antiguos usan de este argumento para convencer a los herejes, a quien se hace dificultosa la ley de Dios, y dicen: ¿Quién podrá tener con ella, que es ley muy dificultosa? Porque estriban en las cosas naturales y no miraban las fuerzas de la gracia; confiaban en sí y presumían vanamente en sus fuerzas, no mirando que es necesaria la oración para facilitar la ley de Dios. Y así decía San Agustín, que no había entendido este lenguaje de la castidad, hasta que entendió la fuerza de la gracia. La oración es la que hace fácil lo que parece imposible a las fuerzas humanas; con la oración se hace suave el yugo de la ley de Dios y la carga liviana: Jugum meum suave est et onus meum leve: et mandata eius gravia non sunt. ¿Queréis que se os haga fácil el yugo de la ley de Dios? Pedídselo a Dios en la oración, porque sin duda lo alcanzaréis. Dícelo Él por San Lucas (cap. 11): Daros ha, dice, vuestro Padre spiritum bonum petentibus se.

3. De aquí vemos que la mayor preeminencia que tiene la oración es, que mediante ella, se alcanza la gracia y el cumplimiento de la ley de Dios. Por lo cual San Agustín, en la carta que escribió a Inocencio y a otros Padres de los Concilios africanos, prueba que es necesaria la gracia, pues lo es la oración, pues mediante ella se alcanza la gracia. Este mismo sentir parece que tuvieron los Santos Pontífices, como Inocencio, Celestino y Zósimo; y lo vemos en la epístola 1.ª decretal de Celestino, c. 11: Gratia orandi est gratia credenti; y de lo que usa la Iglesia, orar y pedir a Dios, colige la necesidad de la gracia. Y así vemos, que, en tanto anda uno de capa caída y falto en el cumplimiento de la voluntad de Dios, en cuando anda más tibio en este ejercicio, el cual nos acarrea el caudal rico de los cielos y los tesoros ricos de Dios. Y todos los herejes que confiaron en sus fuerzas naturales, que fueron los Pelagianos, dieron en sus falsos errores, porque no hicieron caso de la oración; y de ahí les vino el quedarse faltos y pobres de la gracia, porque no se aprovecharon de este medio por donde se alcanza. De ahí les vino su daño y destrucción, como la de aquellos gigantes de quien dice el Eclesiástico que destructi sunt, confidentes virtuti suae, et non oraverunt pro delictis suis.

Y de aquí podemos sacar una grande loa del hombre, que tenga un fin tan levantado y medio para alcanzarle, que haya menester socorro de fuera, que le tiene por la oración.- ¿Tenéis, hermano, necesidad de humildad? -Petite: pedidla a Dios, que prometido tiene el dar lo que pidiéredes. ¿Qué quiso decir por tantos preámbulos sino eso? Claramente lo dice por San Lucas: Petite et accipietis: pedid a Dios que es vuestro Padre y que tiene las manos llenas y deseo de repartir con vos de sus tesoros. Tiene poder para daros lo que pidiereis; no como nosotros que somos gente apocada y mezquina. Y si siendo tales, no le da el padre al hijo, pidiéndole pan, una piedra; ni pidiéndole un pez, le da una serpiente: ¿cuánto más Dios que es Padre que tiernamente nos ama, dabit spiritum bonum petentibus? Daros ha con mano abierta lo que le pidieres; no escasamente ni con cortedad sino con grande largueza.

4. Pues veamos las necesidades que tenemos, y veremos el provecho que no sacarrea la oración. Tenemos de parte del entendimiento una vanidad, por desvanecimiento de cabeza, que verdaderamente somos locos de atar. Que si os parásedes a escribir en un libro vuestros pensamientos y las cosas que pasan por vos de la mañana a la noche, no habría libros de caballerías ni disparates de Juan de la Encina, que se le igualen. Una imaginativa cerril que siempre anda pensando en vanidades: Vanitas est onmis homo (Sapientia 1) a cogitationibus sine intellectu. ¿Qué quiere decir allí sine intellectu? Cosas fuera de razón. Pues, hermano mío, todo esto lo remedia la oración. Ella es la que pone peso a nuestros pensamientos, la que nos quita la vanidad. Lo mismo dice San Basilio en las Reglas (fusius disputatas, interrogatione prima): que por medio de la oración se quitan los pensamientos vanos; por medio de ella cobra firmeza el corazón, que es lo que dice San Pablo: Optimum est gratia stabilire cor.

El otro daño es ignorancia y ceguera. Ella es la que ilustra nuestro entendimiento, que está ciego con las tinieblas de la ignorancia: tenebris obscuratum cor. Como cuando un hombre está ciego que le parece que ve sombras. Ésta quita la oración, porque nos da luz, y la cual quita las tinieblas de la ignorancia, para discernir lo verdadero de lo aparente, y lo falso de lo verdadero, y nos da verdadera sabiduría como la pedía San Pablo, diciendo: Ruego a Dios, Padre de mi Señor Jesucristo, que os dé luz, spiritum sapientiae et revelationis: que tenéis los ojos vendados: oculos illuminatos cordis vestri, para que sepáis y conozcáis las riquezas de sus tesoros y la grandeza de los bienes que desea comunicaros. Esta luz pedía también el Profeta, cuando decía: Revela oculos meos: desvéndame los ojos, que los tengo vendados y ciegos con las aficiones de las cosas terrenas. Porque, verdaderamente, aunque es necesaria la predicación en la Iglesia y el magisterio y la lección; mas, si Dios no anda dentro de nosotros, todo es nada, porque mediante la oración nos abre Dios los ojos. Poco nos aprovecharía sin ella el sermón, el leer el libro espiritual, si Dios no nos diese verdadero conocimiento y aprecio de las cosas, el cual Dios en la oración nos da, comunicando su luz. Porque, neque qui plantat est aliquid neque qui rigat, sed qui incrementum dat Deus. Allá dice San Lucas: que creyeron mediante la predicación del Apóstol San Pablo aquellos a quienes Dios abrió los ojos.

Quedónos la voluntad flaca y cobarde para abrazar las cosas de la virtud que son dificultosas y desabridas; quedónos encarnizada, toda en cosas de tierra; «qui terrena sapiunt». ¿Pues quién da sabor a esa voluntad tan estragada? La oración lo da. Esto es lo que llama San Pablo «sapere». La oración nos da gusto y sabor. Gustate et videte, dijo allá el profeta: probad y gustad la suavidad de los deleites que Dios da en la oración, cuando pone el alma en la mesa y le hace un banquete. ¿De dónde nace, cuando uno entra en la oración, estar allí tibio y disgustado, sin sentir en sí la suavidad del espíritu de Nuestro Señor Dios? De que está el gusto dañado.

Que cuando así lo está, no le sabe cosa bien. Declara Basilio esto del gusto en las reglas breviosibus sobre aquello Psallite intelligenter: que, así como cuando uno está sano y tiene concertados los humores, todo le sabe bien cuando come; y al contrario, cuando está enfermo, nada le sabe bien; así también, cuando uno tiene las pasiones inmortificadas y se deja llevar de la parlería y anda cojo en la obediencia, murmurando del Superior y tiene rencorcillos y temillas con sus hermanos, no halla gusto en las cosas del espíritu; tiene el gusto estragado. Esto, pues, se sana con la oración, la cual purga los humores gruesos. Allí aprende uno a mortificarse y obedecer; por lo cual dice San Agustín en la homilía 4 de las que andan juntas con nombre suyo: Recte novit vivere qui. recte novit orare: que el que sabe bien orar, sabe bien vivir y cumple con las obligaciones; no porque con ella sola cumpla, sino porque ella es la que acarrea lo necesario para cumplir con ella. Y de ahí dijo Pablo: Quicumque invocaverit nomen Domini salvus erit. Pues, ¿basta invocar el nombre de Dios para salvarse?

4. Cierto es que no. Pero, porque invocándole y pidiéndole favor en la oración, él nos comunica fuerzas para hacer obras con las cuales nos salvamos, por eso dice que el que invocare el nombre del Señor será salvo. Y a este propósito dice San Buenaventura: No os espantéis, porque la oración es la que nos acarrea este caudal y lo conserva y perfecciona, y aparta y reprime todo lo contrario. Y de aquí se ve para el religioso cuán importante es la oración. Y así dice este Santo en el capítulo 9 de progresu religiosurum: Sin este estudio, conviene a saber de la oración, omnis religio est arida, imperfecta et ad ruinam promptior. En no habiendo oración, luego anda todo de capa caída; luego entra la tibieza y sequedad; luego anda de caída el estudio de la perfección; que, aunque haya religión en la apariencia, está tan llena de imperfecciones y faltas, que se echa bien de ver la necesidad de este estudio de la oración. Estamos llenos de pasiones vivas; que la honra tira por una parte de nosotros, de la otra el amor del regalo. Estamos llenos de aficiones de cosas de tierra, encarnizados y llenos de amor propio. San Francisco repitió esto mismo en el capítulo segundo de las Conformidades, donde dice que sin oración ninguno se puede adelantar en la perfección: Gratia orationis viro religioso maxime desideranda est: nullus enim profectus sine ea in Dei servitio fructus sperari potest. Y no es muy dificultoso de probar; porque la vida para serlo tiene necesidad de movimiento, y sin él no puede haber esta vida, pues muerto es lo que no se mueve. Así también, la vida espiritual ha menester para sustentarse su movimiento que es la oración. Y cuanto más tenéis de oración, tanto tenéis más de aprovechamiento espiritual. Si poco, poco. Si mucho, mucho; porque la oración y trato familiar con Dios nos descubre quién es Él y nos da verdadero conocimiento de sí. Acá, cuando tratáis con los hombres, a dos días les descubrís la hilaza y les conocéis la condición; que acá los hombres todos somos unos, como dijo el otro; a dos azadadas hallamos agua; luego se le descubre que tiene honra como vos y amor al regalo. Mas cuánto uno más tratare con Dios, que es bien infinito, tanto más le conoce. Allí descubre las riquezas de su bondad y misericordia. Mirabilis est facta scientia tua ex me: de lo que pasa en mí mismo vengo a conocer cuán grandes sean las misericordias y beneficios de Dios; el amor de Padre que me tiene; el deseo de hacerme bien y comunicarme de sus tesoros. Cuando vos, hombre, andáis interior y dentro de vos, allí conocéis vuestras faltas y las misericordias que Dios usa con vos. Trae San Buenaventura una comparación a este propósito muy buena. Entráis a vuestro aposento que está lleno de luz; y como venís de lo oscuro, al principio no veis nada, pero después veis unos bultos, y mientras más os detenéis, veis mejor lo que hay en el aposento, hasta saber qué hay en los rincones. Así pasa en la oración. Entráis en ella ciego de las tinieblas del mundo y con vuestras pasiones enteras. Al principio descubrís poca tierra, sentís una sequedad y tibieza, no se os descubre Dios tan a la clara: no salgáis luego del aposento, estaos quedo en la oración y no lo dejéis, que poco a poco se os irá Dios descubriendo e iréis echando de ver vuestras faltas y miserias. Que, como dice maravillosamente Nilo abad, discípulo de San Crisóstomo, la oración es espejo del religioso. ¿Habéis parlado, habéis dado lugar a algún pensamiento que os aparte de Dios? Pues yo os aseguro que vos lo halléis luego en la oración: allí se os mostrará Dios rostrituerto. Aun acá lo vemos que cuando el Superior antes nos mostraba buen rostro, si después nos le muestra áspero y no tan bueno como de antes, señal es que debe de saber alguna falta de nosotros. De la misma manera lo hace Dios en la oración, y cada día lo experimentamos.

5. Es grande argumento del provecho de la oración el odio que los demonios tienen con ella; porque los Santos llaman a la oración tormentum daemonum et fragellum daemonum; porque ya que no pueden del todo apartarnos de este ejercicio, procuran a lo menos de cargarnos de pereza, que muchas veces se nos hace de mal levantarnos a la oración. Y ya que nos ponemos en ella nos carga de sueño y nos hace estar en ella desmazalados y cabeceando, cada cuarto por su cabo; y si por esta vía no nos puede hacer daño, nos trae mil pensamientos en que nos divierta: allí se nos ofrece el argumento, allí el pensamiento de vanidad: de esto trata Nilo por dos o tres capítulos, donde dice que, si comenzamos a tratar negocio de oración, nos aparejemos que universum bellum daemon de sola oratione conflat y la razón es llana: porque en la oración le quitamos el oficio de loar a Dios que perdió él por su soberbia; y por eso, por todas vías procura apartarnos de este ejercicio, o a lo menos entibiarnos en él, para que, ya que lo hacemos, sea lleno de imperfecciones. Mas tenemos un consuelo: que, mientras oramos, están los ángeles presentes a nuestras oraciones, haciendo presencia a su Señor, presentándole nuestras peticiones, como lo dijo el Ángel a Tobías: Yo soy Rafael, que estoy en la presencia de Dios, y presenté tus oraciones ante su acatamiento. Éstos son los incensarios del Apocalipsis que están humeando delante de Dios orationes sanctorum. Ésta sube como incienso, como lo dice el Profeta: Dirigatur, Domine, oratio mea sicut incensum in conspectu tuo. Suba mi oración allá, Señor, como el humo del incienso; y es hermosa composición de lugar, considerar los ángeles presentes delante de la majestad de Dios que tenemos presente cuando estamos orando; y imaginamos rodeados de ellos, que están juntamente loando a su Señor con nosotros, supliendo nuestras faltas y menguas. Y una hora de oración bien tenida vale por premio de cuanto uno ha trabajado. Porque, ¿qué cosa más dulce que conversar a Dios como a Padre y tratar con Él nuestros negocios familiares y representarle nuestras necesidades? Éste es muy buen pago de la mortificación, de la observancia de las reglas, del quebrantamiento de nuestra voluntad y rendimiento de nuestras desordenadas aficiones. Y si en esta vida miserable, en un rato de oración se prueba tanto de esa dulzura de Dios, y nos hace banquete real de los manjares suaves de su dulzura, ¿qué será cuando se rompa este saco de la mortalidad? ¿Qué dará Dios allí a mesa puesta donde Él es el que ministra manjares de eterna suavidad? Esto nos debe animar a darnos a la oración, aunque no sea sino por nuestro propio interés.




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Plática 23

De la continuación y perseverancia en la oración


1. Si la oración es cosa tan excelente y la necesidad y importancia de ella tan grande como habemos probado, no será menester mucho para persuadirnos la perseverancia y continuación en la oración. Es la felicidad y bienaventuranza de esta vida: así lo dice Casiano en dos Colaciones que hace de esta materia, 9 y 10; donde, en el prólogo de la primera, comienza diciendo que su intento es de tratar de perpetua oratione atque incessabili jugitate, prometiéndonos en el 2.º libro de institutione coenobiorum, que había de tratar de la continuación y perseverancia que se debe tener en la oración, y así lo pienso hacer ahora. Y en el capítulo 2.º, comienza diciendo: Omnis monachi finis cordisque perfectio ad jugem et indisruptam orationis perseverantiam tendit, et, quantum humanae frágilitati conceditur, ad immobilem tranquillitatem mentis ac perfectam puritatem: Toda la felicidad del monje en esta vida, el fin y remate de todos sus trabajos, es alcanzar una oración perpetua, comunicar a Dios perpetuamente sin perder el hilo, cuanto en la vida se puede según nuestra fragilidad; por esto da el monje por bien empleado todo el trabajo de la mortificación de las pasiones, la fatigación del cuerpo, la purificación del alma de todo afecto desordenado que puede impedir este trato continuo con Dios Nuestro Señor. Y no se espante nadie de que llamemos a ésta «felicidad del religioso»; porque ¿qué es la bienaventuranza de los santos? Ver a Dios perpetuamente sin poderle perder jamás de vista; eso es bienaventuranza, como dice Casiano (c. 6 «collat., 10). Allí se cumple aquello, como dice San Pablo: Deus erit omnia in omnibus: todos se aman en Dios, y todo cuanto en ellos hay es Dios y por Dios. Pues ¿qué hace esta oración continuada en esta vida? Una imitación de esto según que lo sufre nuestra fragilidad: hace que siempre miremos y respectemos a Dios Nuestro Señor; que Él nos sea todo en todas las cosas: el comer, el dormir, el estudiar, el hablar todo en Él y por Él: todo es Dios; todo para honra y gloria suya, deseando en todo acatarle y reverenciarle, cumpliendo lo que dice San Pablo: Omnia in gloriam Dei facite. Ésta, pues, es la bienaventuranza de esta vida, éste es un retrato y ensayo de la del cielo: el alma que ha alcanzado esto es alma dichosa y bienaventurada. Por esto dice Casiano (c. último, coll. 10): «Perparum namque orat, quisquis illo tanto tempore, quo genua flectuntur orare consuevit. Numquam vero orat, quisquis etiam flexis genibus evagatione cordis qualicumque distrahitur» (M. L. 49,842-843): el que piensa que ha cumplido con un rato de oración que por la mañana tuvo de rodillas, ése un poco ora; oración tiene, pero es muy poca; pero el que en esa oración está distraído y con poca reverencia y respeto a Dios, Nuestro Señor, éste nunca tiene oración. Por eso, dice, es necesario que el que quisiere orar como conviene, procure de sacudirse de todo amor sensual et mentem ab omnibus inquinamentis carnis; echar de sí todas las aficiones, todo amor a cosas de tierra; limpiar su alma del moho que las pasiones suelen causar, que es un término que lo declara mucho.

2. Esto mismo que dice Casiano enseña nuestro Padre, regla 21, porque no pone límite ni tasa a la oración, sino dice que den todos a las cosas espirituales tiempo y procuren devoción cuanto la divina gracia les comunicare. «Devoción», dice; que es lo mismo que aquí decimos: que es, como dijo Santo Tomás, 2, 2, «prontitud para en todo buscar a Nuestro Señor con fineza y firmeza de intención»; que él mismo dijo que se causaba de la memoria de Dios. Más: tenemos la regla 17, que, aunque la leemos muchas veces, no sé si la entienden todos, donde dice nuestro Padre: «Todos se esfuercen (miren qué palabra ésta) a tener la intención recta no sólo acerca del estado de su vida», no sólo ser religioso para la gloria de Dios y por su amor, sino mantener también la intención recta en todas las cosas particulares; en el comer, en el vestir, en el estudiar y en el conversar y en todas las demás cosas, pretendiendo en ellas, «el servir y complacer a la divina Majestad por sí misma y por los beneficios tan singulares con que nos previno». Porque dice nuestro Padre que habemos de hacer esto por quien Él es solamente y por los beneficios que de su liberal mano habemos recibido: algunas veces os podréis aprovechar del temor del infierno; pero otro ha de ser lo ordinario, «desnudándose del amor de todas las criaturas por ponerle todo en el Criador de ellas»; no haya estorbo para amar y mirar y respectar a Dios. No quiero yo embobecerme en las criaturas de manera que me estorben esta continuada oración; antes «procurando amar a Dios en todas las cosas y a todas en Él conforme a su santísima voluntad». No hay más que decir. Esto es lo que dijo Casiano y San Pablo: ser Deus omnia in omnibus. De manera que podemos decir que el fin de todo cuanto hay en la Compañía se endereza a esta perpetua y continua oración: esto es amar a Dios con fineza, buscar a Dios Nuestro Señor en todas las cosas y su gloria, como dice San Pablo: Si coméis, si bebéis, cualquier cosa que hagáis, todo lo haced al servicio de Dios Nuestro Señor. Ésta es la oración real y verdadera, no ésa vuestra especulación, que es grande quebradero de cabeza: traer siempre a Cristo Nuestro Señor atado a la columna delante de los ojos, que eso no puede durar mucho; eso es para de cuando en cuando; no se puede continuar mucho, que más pertenece eso a la bienaventuranza del cielo. La oración real y presencia de Dios Nuestro Señor que nosotros habemos de buscar ha de ser todo lo que hiciéremos hacerlo por amor de Nuestro Señor, mirándole y respetándole a Él en todo.

3. Ahora veamos más despacio cómo se nos enseña esto en la Escritura Sagrada. Dos cosas se nos repiten a cada paso en la Escritura: memoria de Dios y andar delante de Dios y en presencia de Dios; y lo uno nace de lo otro. Es nos muy necesaria la memoria de Dios para recibir aliento, para llevar con buen ánimo los trabajos de esta peregrinación; y así dice David: Renuit consolari anima mea, memor fui Dei et delectatus sum. Estaba cercado de tribulaciones y aflicciones en este lugar de mi peregrinación; acordéme de Dios, y alegréme; acordéme de mi tierra y de mi patria, y con esto he cobrado brío y ánimo para pasar adelante. Está uno desterrado de sus tierras en las Indias, comiendo mal y durmiendo peor; el descanso que tiene es acordarse de España. Pues cuando llega a España, comienza a gozar de los aires de su tierra, que tienen no sé qué; ver la naturaleza; ¡qué alborozo que le da!, ¡qué alegría tan grande! Besa la tierra, no sabe qué hacer de contento. Así nosotros andamos peregrinando y desterrados en este peregrinaje de esta vida; cércannos tentaciones: acordémonos de aquella gloria, patria nuestra; con esto cobraremos aliento y ánimo para pasar adelante. En el Deut. cap. 6, encomendando mucho la memoria de la ley de Dios, se encomienda esto mucho. Pensarás, dice, en mis mandamientos y leyes que yo te he dado, día y noche; al fogar, tratarás de esto con tus hijos; traeráslo escrito en las manos, porque no se olvide. Y con razón se encarga todo esto, porque: Bienaventurado el que medita de día y de noche en la ley de Dios: sed in lege Domini voluntas eius et in lege eius meditabitur die ac nocte.

Pues la presencia de Dios, de todos aquellos santos patriarcas se dice por grande alabanza, y con razón, que anduvieron delante de Dios. Y San Pablo, en el catálogo de los santos, quien hace ad Hebraeos, 11; que la Sagrada Escritura dice, Henoch ambulavit coram Deo, dice él. Henoch placuit Deo, que Enoch agradó a Dios. El hombre que anda delante de Dios, ése le agrada. Elías dice: vivit Dominus in cuius conspectu sto. Jacob (Gen. 48), cuando tenía presentes aquellos sus hijos para echarles su bendición, la oración que hace a Dios es: Señor, delante de quien anduvieron mis padres: derrama tu bendición sobre estos niños para que sean benditos con la bendición que yo les echo aquí. Como si dijera: Señor, por los merecimientos de aquellos mis padres, que por haber andado delante de ti tanto te agradaron, te pido oigas mi oración. A Abrahán, la regla que Dios le dio para ser perfecto fue: Ambula coram me, et esto perfectus: ésta es la regla de la vida espiritual. Un hombre que anda delante de Dios no consiente en su corazón un pensamiento descortés: en acudiendo el pensamiento, luego le sacude de sí. Como el olvido de Dios es el primero de todos los pecados, porque el que está olvidado de Dios, fácilmente se descompasa y consiente en el pecado, como de aquel malo dice el profeta, que todos sus pecados le vinieron de haber dicho: Non videbit Dominus, de haberse puesto en tinieblas, pensando esconderse de Dios. Al contrario, el que anda delante de Dios, sabe que para Él la noche es día, que todo lo ve; y así dondequiera, está compuesto, reverenciándole, y respetándole en su corazón, y no admitiendo cosa que le pueda ofender. Por esto San Basilio, en las reglas breves 202, 203, 206, y en las largas, en muchas partes, el remedio que da para las tentaciones y para todos los males es la presencia de Dios. Y del Padre Fabro, primogénito de nuestro Padre, sabemos que día y noche no predicaba otra cosa sino presencia de Dios para remedio de cualquiera cosa.

4. De la continua oración tenemos un lugar en San Lucas, donde dice que Cristo Nuestro Señor se puso a enseñar a sus discípulos, y lo que les enseñó fue: Oportet semper orare et numquam deficere. Negocio es dificultoso; la continua y perseverante oración os encomiendo; pero no desmayéis, no desfallezcáis (esto quiere decir numquam deficere); orad perpetuamente y nunca desmayéis en el trabajo; que la fragilidad y carga de vuestro cuerpo os ha de dar guerra junto con la instabilidad grande del corazón; si faltáredes, volved a continuar. Y aunque San Agustín ad Probam, epístola 125, como lo refiere Santo Tomás, declara este lugar del afecto y deseo de la eternidad, que siempre está en nuestra ánima por la fe, esperanza y caridad; algunas veces, dice San Agustín, es menester avisarle con oraciones frecuentes, que quanto frequentior procedit affectus, tanto dignior sequitur fructus. De la misma manera declara el lugar San Pablo «sine intermisione orate». Y San Basilio. oratione in Julitam martyrem dice: Yo os quiero enseñar cómo oréis perfectamente; y pone la misma doctrina que nuestro Padre enseña: No quiero yo dice, el que estéis siempre orando con la boca, porque eso es imposible; comer tenéis, y dormir, y otros ejercicios como éstos; y Cristo Nuestro Señor dijo: Qui multum loquitur non exauditur. La oración que yo os pido es que toda vuestra vida sea tal, que toda ella se pueda llamar y sea una perpetua oración, enderezando todas vuestras obras a honra y gloria de Dios Nuestro Señor. Dícelo él por unas palabras admirables: Sane ad eum modum indivulse et continenter oraveris, non quidem si verbis modo orationem impleveris tuam; verius ubi omnis vitae tuae ratio atque institutum divinae te conformabit voluntati, sic ut vita ipsa dici et esse promereatur continens quaedam et indivulsa oratio.

5. ¿Púdose decir más?, ¿puédese hallar más clara confirmación de la doctrina de nuestro Padre? Esto es a la letra nuestra regla. Pero, aunque estos sentidos dan estos santos, pero no se puede negar, sino que, si miramos a lo que la parábola dice, se trata allí de la oración continua y frecuente; porque está luego el ejemplo de la viuda que importunaba a aquel juez por la mañana, al comer, a la noche, tantas veces que, aunque él no temía a Dios ni a Santa María, como decís, ni tenía vergüenza de los hombres, propter importunitatem eius vino a hacerle justicia. Esto que aquí llama importunitatem y lo que llamó, capítulo 10, improbitatem del uno que estuvo dando aldabadas a la puerta de su amigo hasta que le dio los panes; esto es lo que nos pide el lugar dicho «oportet semper orare»; que seamos siempre importunos, pedigüeños; siempre dando voces y clamores a Nuestro Señor, como lo dijo Isaías: Qui reminiscimini Dominum ne detis silentium ei. Miren lo que dijo aquí Isaías: no le dejéis descansar, no le dejéis reposar. Esto es «semper orare», como el que estudia mucho decimos, siempre estudia; el que ejercita el oficio de carpintero, siempre carpintea. Así lo dice Santo Tomás: ¿qué cosa es vida espiritual? Es que su trato ordinario y más frecuente es de cosas espirituales; corno vida de carpintero, porque de ordinario ejercita este oficio, y allí le hallaréis. Así lo dice nuestro Padre, 6 p., c. 3, hablando particularmente con los profesos y coadjutores: Entendemos que los han de ser hombres espirituales, y por eso nos persuadimos que, cuanto las ocupaciones de los prójimos les dieren lugar y el tiempo que de ahí les sobrare, todo lo emplearán en oración y trato con Nuestro Señor. Esto es también lo que dice el Eclesiástico: Non impediaris semper orare. De esto tenemos un lugar en una decretal de Celestino I, c. 9, donde dice, para enseñarnos la importancia de la oración: Yo no sé cosa mejor que deciros que lo que mi predecesor Zósimo dijo: Quod est tempus in quo eius auxilio non indigeamus? In omnibus igitur rebus, causis et cogitationibus exorandus est protector Deus. Mirad qué conclusión, (igitur) dice: de que no hay tiempo ninguno que no tengamos necesidad del socorro de Dios, infiere que en todas las cosas y negocios, en todo le pidamos: Superbum est enim ut humana natura aliquid de se praesumat: gran soberbia es que un hombre flaco y miserable presuma alcanzar cosas tan altas sin este auxilio, siendo tan pocas sus fuerzas que nada puede sin él que importe al fin a que vamos. Y San Gregorio Nacianceno en la 1.ª oración de Teología, dice que habemos de orar más veces que respirar. Miren qué dice este Santo: ¿paréceles encarecimiento? Pues así lo dice. Porque, así como tenemos necesidad de respirar para refrescar el corazón, así tenemos necesidad de orar para apagar este tizón de la concupiscencia que está siempre humeando, para que de repente no nos ahogue y nos dé mate ahogado. Y San Agustín, en un discurso muy largo que hace a Inocencio, para todo da la oración por cotidiano remedio. Y Paulo Orosio, que le envió (San Agustín) a San Jerónimo a Palestina, para que como a oráculo que entonces era del mundo le preguntase aquella duda que tenían los Obispos de acá occidentales, del origen del ánima, éste escribe de la libertad y libre albedrío y necesidad de la gracia contra los Pelagianos que halló en Oriente, y dice per singulas (stigmas) instantia (que eso quiere decir aquel vocablo en griego), tenemos necesidad de Dios. Si pudiésemos partir el tiempo todo en instantes, en todos ellos habríamos de hacer oración; porque es tan grande nuestra flaqueza que por momentos vamos desfalleciendo; y así, es menester ir dándonos sustento por momentos; como un enfermo que está ya al cabo, le van dando por horas el sustento necesario: ahora unas yemas de huevo, luego un pisto, después un poco de conserva. ¿Por qué hacéis esto? No puede recibir en junto todo el sustento necesario, por eso le vamos sustentando por horas, porque no se nos vaya entre manos. Por eso usan los santos de unas oraciones breves, frecuentes y crebérrimas: Casiano, libro 3.º de Institutione coenobiorum, capítulo 10: Utilius enim erit breves quidem sed creberrimas orationes fieri: illud quidem ut frequentius Dominum deprecantes iugiter eidem cohaerere possimus: haec vero ut insidiantis diaboli iacula succinta brevitate vitemus. De las cuales usaban aquellos santos antiguos fuera de las horas en que todos se juntaban a oración, para de aquella manera conservar el fervor que de la oración habían sacado, para que siempre ardiese el fuego en su corazón, en que se ofreciese sacrificio agradable a Nuestro Señor. Y San Agustín, ad Probam las llama raptim «iaculata». Y tienen una particularidad estas oraciones: que, como son breves, no cansan la cabeza. Más dice San Agustín: que habemos de usar de ellas ne illa vigilans et erecta intentio quae tam necesaria est oranti, per diutiores moras hebetetur. Son palabras muy dignas de considerar de todos los que tratan de oración. Porque aquella vigilante y viva atención, dice, que es necesaria para orar con la reverencia y respeto debido, suele con la larga continuación cansarse y aflojarse, lo cual es grandísimo mal; y esto se estorba con las oraciones breves que él llama iaculatas, acudiendo a Nuestro Señor en todas nuestras necesidades.

6. San Basilio, in oratione in Julitam martyrem que de todas las cosas tomemos ocasión para acordarnos de Dios: ¿Comes?, da gracias a Dios. ¿Vísteste? Da gracias. ¿Sales al campo? Bendice a Dios que lo crió. ¿Miras al cielo, miras al sol y todo lo demás? Alaba al Criador de todo. ¿Duermes, no siete horas de un golpe? Las veces que despertares, levanta el corazón a Dios. Casiano en el dicho cap. 10 (coll. 10) pone la práctica de esta oración continuada y menudeada en este versículo: Deus in adjutorium, que no sin causa la Iglesia lo repite al principio de cada hora. ¿Comienzas algún negocio en que hay peligro, y que no lo haya? Siempre habemos de pedir la ayuda de Nuestro Señor, porque ése es nuestro caudal.

Más: los santos antiguos inventaron a este mismo fin unas genuflexiones que tomaron de San Pablo: flecto genua mea ad Patrem Domini mei; y éste es un servicio muy antiguo que lo usaron muchos de los primeros cristianos, como refiere Tertuliano. Y de San Bartolomé sabemos que cien veces al día se hincaba de rodillas y adoraba a Nuestro Señor. Y Teodoreto, ese doctísimo griego, refiere de Simeón columnita, que llamaban siderites (y es menester que se entienda la autoridad que tiene esta historia, que algunos bachilleres, que así los quiero llamar, han puesto duda de su autoridad; y no tienen razón porque la refiere como testigo de vista Teodoreto, y se refiere en la 9.ª sínodo, donde se dice que sus retratos, aun estando vivo, se reverenciaban en Roma, como de un santo canonizado en vida); dice, pues, Teodoreto, que era hombre que se pasaba cuarenta días sin comer, que no se puede decir más para testimonio de su santidad; y que, siendo él muchacho, le llevó su ayo a que le viese, y que estaba sobre una columna donde tenía una viga donde se arrimaba algunas veces y que el criado contó entre día y noche mil veces en que se hincó de rodillas y que no acabó de contarlo, porque de cansado lo dejó. Éste es el infatigable ejercicio de oración no vencido, sino continuado; y si se interrumpiere, como necesariamente se ha de interrumpir, se vuelva a atar tan presto el hilo que se venga a hacer uno mismo. Ésta es la continuación de esta vida, que esotra es del cielo, que se mide por eternidad, como decís. Esta penitencia de genuflexiones era muy ordinaria antiguamente en castigo de los pecados y para preservación de ellos, y por antonomasia le llamaban metania, que quiere decir penitencia; y yo no lo entendía hasta que la hallé en Pedro Damiano, que dice que por aquel vocablo se entendía aquellas genuflexiones; porque sentían los santos que la mayor penitencia que se podía dar y más presentáneo remedio para la enmienda era éste. Para el mismo fin hallamos en los Santos despertadores de esto; los hay en algunas obritas de nuestro Padre Francisco de Borjas, las cuales hizo antes de entrar en la Compañía, las cuales son unas palabras que el hombre rumie y medite entre día, para conservar la memoria de Nuestro Señor, para que sirvan de cebo para conservar el fuego en el altar de nuestro corazón.

7. A este mismo fin puso nuestro Padre en los Ejercicios algunas palabras sacadas del Evangelio entre dos paréntesis, para que aquéllas le traigan al hombre a la memoria entre día los sentimientos que tuvo en la oración, como para que se cumpla lo de David: reliquiae cogitationum diem festum agent tibi, Señor, mi oración os ha de confesar cumplidamente, por las migas que quedan en la oración que son los santos pensamientos, ésos os han de hacer fiesta todo el día: fuego vino en mi corazón en la oración y todo el día se va ofreciendo sacrificios con estos pensamientos y haciendo una perpetua fiesta. Y a San Basilio no le parece esto imposible en la regla 201 breviorum, donde trae aquel lugar del salmo: Oculi mei semper ad Dominum, providebam Dominum in conspectu meo semper, quoniam a dextris est mihi ne commovear. Los que tratan de este ejercicio, dice él, alcanzan hábito de andar siempre en la presencia de Dios, sin perderlo de vista. Para esto conviene mucho comenzar poco a poco; no tomarle a bulto, que de esa manera se hace muy dificultoso. La regla que daba y guardaba nuestro Padre era tomar un dispertador a trechos, como cuando sonaba la hora,entrar dentro de sí, dar una ojeada por su corazón, alabar a Dios Nuestro Señor. Y más lo que dice la regla 18, que, aunque aquello parece que se entiende de las pláticas y ejercitaciones nuestras en los tonos y lo demás que sea de cosas de Dios, exhortándose a las virtudes y lo demás; pero, con todo, se puede entender del hablar con Dios y de cosas espirituales unos con otros, como se colige de la 3.ª parte en el principio, donde dice que traten con solas aquellas personas y de cosas que ayuden para caminar en el servicio de Dios Nuestro Señor al fin que vinieron a buscar en la religión. Y es, cierto, esto de grandísimo provecho, como por el contrario, como dice San Pablo, destruyen las buenas costumbres las malas pláticas. Estábades como un inocentico, con grande estima de vuestro Superior, que os parecía todo venido del cielo; díjoos el otro una palabra, con que sin sentir comenzáis a perder la estima que antes teníades y juzgar del todo al revés. Por esto nos conviene mucho huir estas pláticas. Demás de esto habemos de hablar con los de fuera pláticas santas, como Nuestro Padre dice aun a los coadjutores, cuánto más a los que por razón de su oficio les pertenece ese oficio. Pues si nosotros no tratamos de esto, ¿cómo lo podemos pegar a ellos, ni cómo podemos tratar con ellos? Dijo Platón una cosa en que más dijo que supo, que así como la piedra imán tiene esta virtud atractiva que tocando al hierro le imprime esa misma calidad, así los hombres tocados de Dios tienen virtud de atraer a otros. Pues, si nuestras palabras no son como de hombres tocados de Dios, ¿qué impresión han de traer a otros? Pero bonus homo de bono thesauro cordis sui profert quae bona sunt: lo que el hombre gusta, de eso habla. Mucho nos importa, Padres y Hermanos, la buena plática. Vamos al campo, hablemos un poco de Dios, de cosas espirituales, del bien que tenemos en la religión; que, cierto, es lástima que por la boca nos vaciamos, y por allí se sale todo el espíritu que habíades cobrado.

Mas hay que decir un poco y acabaremos de declarar la regla 17; y es que acompañemos las obras con oración y consideración. Decía nuestro Padre que el que no hace sus obras con consideración, que merecía que le quitasen la facultad de considerar y lo hiciesen bestia, pues no obra como hombre sino como bestia. Porque ¿en qué os diferenciáis sino en obrar con razón y consideración, no acaso ni con cumplimiento, sino como religioso, por amor de Dios, con movimiento de vida espiritual, como dice San Pablo: si spiritu vivimus, spiritu et ambulemus? Si nos preciamos de ser hombres espirituales, obremos con espíritu, no por gustillos, no por fines bajos y rateros y de tierra; subámoslos de punto. Unumquodque secundum quod est operatur. Cada uno, decís allá, obra según qué es; porque en eso se conoce la vida, que vive del movimiento. Pues si somos religiosos y hombres espirituales, habemos de obrar con espíritu y con oración: plantada la oración en las obras. De otra manera, todo cuanto edifico a la mañana deshago todo el día, y no es otra cosa sino como coger agua en una vasija rota.

Pues mirad ahora, si en una hora edificáis y en once destruís, cómo crecerá vuestro edificio. Si cuanta devoción alcanzáis en la oración la derramáis en todo el día, nunca crecerá vuestra devoción. Allí sois furioso, allí soberbuelo.

9. Concluyamos con una cosa de grande importancia, que es menester que todos entendamos: que si Dios no hiere nuestro corazón con el deseo de la eternidad, como dice San Agustín, de sí, todo es trabajar y afanar y con muy poco fruto, y se nos hará muy dificultoso y todo lo que de esta manera se alcanza es virtud arañada, todo es mendruguillos; pero cuando un corazón está herido desta manera, no piensa día y noche en otra cosa. Es menester que con oración tratemos el negocio de oración, pidiendo a Nuestro Señor nos dé don de oración, que, verdaderamente, quien lo ha alcanzado tiene felicidad y bienaventuranza en esta vida. Esto debemos pedir y importunar a Nuestro Señor: que nos haga esta merced de herirnos el corazón con su amor, que él nos despertará la memoria, para que siempre se acuerde de él, porque ubi est thesaurus tuus ibi est et cor tuum: si la gloria es mi tesoro, si de ella tengo estima, no se me apartará de mi memoria; Quomodo dilexi legem tuam, Domine; tota die meditatio mea est: Cómo amé yo, Señor, vuestra ley, acordándome de ella de día y de noche. Éste es el verdadero amor y real; éste es de el alma que tiene quitado el moho de las pasiones, que no tiene pihuelas que le estorben para que no suba al amor de Nuestro Señor Dios.




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Plática 24

De las diferentes maneras de orar y preparación para la oración


1. Lo último que tratamos fue de la perseverancia y continuación que debemos tener en el ejercicio de la oración, como remedio único que tenemos para todas nuestras necesidades. El pobre no tiene otro remedio sino pedir, arrimarse a los buenos para ser amparado y socorrido. Esto, pues, hacemos en la oración:, arrimarnos a Nuestro Señor, manifestándole nuestra pobreza y ponerle nuestras necesidades para que las remedie. Santo Tomás, sobre aquel lugar de San Pablo 1 ad Timotheum: Obsecro, igitur, primum onmium fieri obsecrationes, dice: Inter omnia ad christianam vitam necessaria praecipua est oratio, quae valet contra pericula tentationum et ad perficiendum bonum. Consta de dos partes la vida cristiana: hacer bien y ser libres de todo mal; tentaciones, pecados y todo lo demás. Pues, para todo esto, dice Santo Tomás vale la oración; y así ella es de las cosas más necesarias que hay en la vida cristiana. Y por ser esta oración tan necesaria, proveyó la divina Providencia de infinitas maneras de oración, para que nuestros gustos, tan estragados, no se empalagasen con una sola manera de oración, y no digan como el otro pueblo a quien Dios dio el maná: Nauseat anima mea super cibo isto levissimo. Buen manjar es el maná, pero, ¡ay!, maná ayer, maná hoy, cada día maná, no lo podemos llevar. Por eso, pues, la misericordia de Nuestro Señor Dios proveyó de muchas maneras de oración, para quitar este hastío; para que con esta variedad y novedad haya en nosotros gusto nuevo.

2.- Pues veamos, Padre, cuántas maneras son éstas de oración.- Hermano mío, no tienen cuenta, son infinitas; son tantas cuantos los afectos y temples que tienen las almas, cuantas son las cualidades y estados diferentes de los justos, cuantos son los diferentes movimientos y afectos que Nuestro Señor despierta en nuestras ánimas; y cuántos sean éstos, sólo Él lo conoce que los hace. De una manera ora el que está triste, de otra el que está alegre, quien ama, quien espera, quien se duele, quien está atribulado. De todos estos afectos se compone la oración. Trata de esto Casiano en la 9.ª colación, que es la 1.ª de las dos que hace de oración c. 7. La oración es como un campo lleno de flores diferentes entre sí, pero todas muy olorosas, que causan suavísimo olor: Ecce odor filii mei sicut odor agri pleni cui benedixit Dominus. Éste es el corazón del justo, un jardín lleno de diferentes olores, de diferentes afectos y gobiernos con que Dios gobierna el alma; que, aunque entre sí son diferentes, pero todos hacen un suavísimo olor. Dice Nilo que la oración es, como una poma de diferentes especias aromáticas cuyo olor sube al acatammienton de Dios, como dijo David: Dirigatur oratio mea sicut incensum in conspectu tuo. Esto está claro. La oración es derramar nuestro corazón y nuestros buenos deseos delante de Nuestro Señor: effundo in conspectu eius orationem meam et tribulationem meam ante ipsum pronuntio. Ésta es la oración que Dios oye: desiderium pauperum exaudivit Dominus; praeparationem cordis eorum audivit auris tua: el deseo del pobre, que ése es el que ora, oye Dios, y la preparación de su corazón, que es aquella sazón y temple que decíamos. Corazones sazonados y dispuestos con este temple son los que Dios oye. Así vemos nosotros que el maestro de oración que Dios Nuestro Señor ha dado a la Iglesia es David, cuyo corazón fue cortado a la traza de Dios y gobernado por él; y así hallamos en el salterio, como nota San Atanasio en un tratadillo que hizo de esto los más ricos campos que en toda la Sagrada Escritura hay. ¡Qué de diferencias de flores, qué de temples se hallan! Aquí se enseña a orar al atribulado, al consolado, al temeroso, al que suspira, al osado; todos finalmente hallarán aquí su manera de orar. Por eso la Iglesia nos ha dado a los sacerdotes el salterio por manual de oración de quien aprender a orar, de aquel que Dios enseñó y hizo a la traza de su corazón. San Atanasio hace aquel tratadillo de los diversos afectos que se hallan en David en su divino salterio.

3. Aunque las maneras de orar sean tantas, San Pablo las reduce a cuatro (1.ª, ad Thimot., 2.º): Obsecro primum omnium fieri obsecrationes, orationes, postulationes, gratiarum actiones. Casiano en la 9.ª colación, en el capítulo 9.º y los siguientes, declara estas cuatro maneras de oración según la fuerza de los vocablos griegos de que usó San Pablo: Obsecración dice, es pedir seamos libres de los males, de los pecados, tentaciones y todo lo demás. Oración en griego es lo que en latín llamamos votum, que son los deseos, según aquello: Vota mea Domino reddam: «propone el hombre a Dios sus deseos, pídele virtudes. Postulationes, scilicet interpelaciones, son lo que el hombre pasa adelante: pareciéndole que ya tiene más cabida con Dios, se atreve a pedir para otros. Gratiarum actiones, hacimiento de gracias por los bienes recibidos; cuando es agradecida el alma a Dios N. Señor, se dispone para recibir mayores bienes y mercedes. El orden de estas maneras de orar es que la primera es de principiantes que andan temerosos de los pecados hechos y de los resabios que todavía quedan de la vida pasada, y con la memoria de los pecados andan siempre llorando delante de Nuestro Señor, pidiéndole ser libres de los males. La segunda manera de orar es ya de gente que va aprovechando y así pide virtudes y dones de Nuestro Señor con que adornarse. La tercera es de gente ya fiada de Nuestro Señor y que se atreve a pedir para otros; ya ruega por la Compañía, ya por otras necesidades. La cuarta, de almas que han experimentado la bondad y misericordia de Nuestro Señor; han alcanzado lo que pedían con sus oraciones y danle gracias por ello. Santo Tomás, siguiendo la explicación de otros Santos, las explica de otra manera en la 2-2, q. 82, art. último. Y así dice él: lo primero que se requiere para orar es que el que ora se llegue a Dios; porque la oración es ascensus intellectus in Deum; esto es oración. Lo segundo, ha de pedir algo, y esto es postulación. Y esto lo ha de pedir por algún título; esto hacemos con la obsecración, con la cual representamos a Dios, porque tenemos por qué ser oídos; aquel per Jesum Christum, Dominum nostrum; per nativitatem tuam..., que dice la Iglesia; y Daniel: propter temetipsum inclina, Deus meus, aurem tuam; non in justificationibus nostris prosternimur ante faciem tuam, sed in miserationibus tuis multis obsecratione moveris; fac propter nomen tuum. Lo último es hacer gracias a Nuestro Señor por los beneficios recibidos; porque de esta manera merecemos recibir otros mayores. Otros refieren esto a la Misa, como Crisóstomo y Teodoreto. San Basilio, en la primera constitución monástica, dice que debemos usar de diferentes maneras de orar: no seas siempre pedigüeño; da gracias, ruega, ofrece, alaba, duélete; finalmente, usa de diversos ejercicios; que sea tu alma como un jardín que brota aquí una flor y acullá otra, tomando ocasión de todas las cosas para orar.

4. Colegimos de aquí una cosa, Padres y Hermanos, de grande importancia: que todo lo que se puede decir de oración se puede decir en una palabra; oración pide vida de oración. Como anda el corazón gobernado, de esa manera es la oración; cuando no hay afectos desordenados y el alma está limpia del desorden de las pasiones, no anda buscando sus gustillos y deportes en las cosas de esta vida; cuando anda el corazón disciplinado con madureza de costumbres, quitada la ligereza y liviandad del corazón, entonces ello se ora: no tiene dificultad la oración; que esto todos lo sabemos, que la conversación con Dios no tiene amargura, es de grandísima suavidad. Pero ¿qué es la causa que se nos hace dificultosa la oración y no gustamos de tratar con Dios Nuestro Señor, siendo la oración trato nuestro y tan provechoso y gustoso?, ¿qué es la causa que huimos de ella y tan pocos salen con ella? No por no gustar de Dios, sino por no concertar nuestro corazón. Hermano mío, la oración no es muy dificultosa, pero eslo la vida que ella pide, y por esto huimos de ella. Así lo vemos en lo natural: la dificultad no está en introducirse la forma, sino en el disponer el sujeto para ella. Poned un leño verde al fuego: mirad la obra que mete para quitarle aquel verdor; qué de humo, qué de tiempo es menester hasta disponerle. Pero, dispuesto, en un instante se introduce la forma como en su casa, sin ninguna dificultad. Así es acá: hasta quitar el verdor de nuestras pasiones y poner peso a este corazón y quitarle la liviandad, hasta ahí es la dificultad; que, esto hecho, la oración ella se hace. La oración pide levantar el corazón a Dios, pues «corpus quod corrumpitur aggravat animam». Este corpachón que traemos a cuestas apesga nuestra ánima, para que no lo pueda hacer. Y así dijo Cristo Nuestro Señor por San Lucas: «Videte ne graventur corda vestra in crapula et ebrietate et curis saeculi»: Mirad no se apesguen vuestros corazones con la embriaguez no sólo del vino, sino también con los cuidados impertinentes de este siglo. ¿Qué más? La oración pide atención a Dios. Pues, ¿qué cosa hay más dificultosa que sosegar esta imaginación, qué loco hay más dificultoso de atar que ella? Pues aquí está la dificultad, en hallar esta sazón de nuestro corazón, esta madurez de costumbres; finalmente, vida de oración; y esto es de grandísima importancia.

Ésta es la doctrina que nuestro Padre Ignacio nos enseña, como decíamos el otro día. Estando mortificadas las pasiones, luego se hace la oración; que, por eso, en la Sagrada Escritura el gusto precede al ver: «gustate et videte; gustavit et vidit». Y como lo enseña también la Filosofía, que, en las cosas prácticas, el afecto precede al conocimiento de la verdad; porque, si el gusto no está dispuesto y sazonado, no puede el entendimiento juzgar de las cosas cuales ellas son.

5. Dionisio, «De divinis nominibus», llama a la oración «castísima», y a los que oran «castíssimas»; «expurgatíssimas»; «defecatíssimas mentes». No pudo hallar vocablo que más lo significase, almas limpias y puras de todos los afectos desordenados de las pasiones que son como unas heces que inficionan nuestra alma: son el moho que decíamos en la plática pasada. Pues ánimas que son de esta manera, éstas son las que suben por aquella maroma hasta llegar a Dios; no tienen quien les impida la subida. Pero el ánima desordenada, la que está llena de estas heces de los apetitos de acá, está apesgada, que no puede dar un paso. Así dice el Ecclesiast. 3, 5: «Qui custodit legem multiplicat orationem». Buena vida, buena oración. ¿Quién es el que ora? El que guarda la ley de Dios, el que en todo procura hacer su voluntad, el que desbasta su corazón. Por eso dijo el abad Isaac, colación 9: No hay oración sin virtud. Trae a este propósito San Gregorio (18, Morales), aquello de Hieremías: «Levantad vuestro corazón con las manos». ¿Qué quiere decir (dice él) «levantad el corazón con las manos»? Levantad el corazón con las obras. Andáis todo el día buscando vuestra honrilla, vuestro deporte y consuelo en las cosas de esta vida ¿y queréis tener buena oración? ¿Qué se os ha de ofrecer allí sino lo que todo el día tratáis? San Pablo también dice: Levantes puras manus sine ira et disceptatione: sin ira y sin porfía, pasiones de gente honrada: hablo, no con gente de en medio de esa plaza, hablo con gente espiritual, que trata de oración. Pues a éstos es menester avisarles que se guarden de iras, enojuelos y disensiones que suelen hacer mucho daño y turbar mucho la paz del corazón, necesaria para la oración.

Todo ejercicio virtuoso da peso al corazón y asiento, y lo dispone para subir al Señor y unirse con Él. Ésta es la oración verdadera, la que va acompañada con las demás virtudes: con la fe, la esperanza, la caridad y toda otra virtud. Así lo dice Judit: Mansuetorum et humilium semper tibi placuit deprecatio: la oración del humilde es la que sube al cielo. Y la razón está en la mano, porque la oración es conversación con Dios y cada uno gusta de conversar con su semejante. Pues como el virtuoso sea semejante a Dios, Dios tiene conversación con él, y ésta es tanta verdad, que vuestro Aristóteles lo dijo, que, asentado que hay Dios, ha de conversar con Él alguien: y no (con) otro, sino con quien se le asemeja, cuáles son los buenos y sabios. Así lo dice Dios por Isaías, cap. 56 y 58, que su trato y conversación ha de ser con los castos, con aquellos eunucos que tuvimos hoy en el evangelio: aquéllos que se privan de los regalos y deleites de esta vida: a estos tengo de consolar yo en la casa de mi oración. Y adelante, en el capítulo, dice: Si guardares mi ley y vivieres como debes «complebo splendoribus orationem tuam». ¡Qué palabra ésta! Dice de resplandores, de conocimiento de cosas espirituales. Quitará las tinieblas de la ignorancia de tu corazón. «Eris quasi hortus irriguus, cuius, non deficient aquae». Serás como un huerto, que ahora llueva, ahora no, nunca le falta el riego, porque tiene el agua dentro de sí. No como los otros de quien dice Jerem., c. 17, que moran en los salitrales y sequedades «et non videbit cum venerit bonum».

6. Ésta es, pues, la verdad que tenemos en la Sagrada Escritura: que lo que hace la verdadera oración es la vida conforme a Dios, con intención recta en todas las cosas; buscando como decíamos los días pasados, a Dios Nuestro Señor en todas las cosas, trayendo siempre nuestro corazón disciplinado y gobernado con virtudes. De aquí vemos que los Padres antiguos que hablaron de oración no escribieron de ella como escriben ahora estos de nuestros tiempos. San Crisóst. hizo dos libros pequeños de oración. San Basilio a cada paso trata de ella. Casiano, en estas dos colaciones elocuentísimas de oración, nunca nos da otra regla de orar sino de vivir bien. Ésta es su doctrina: vive bien, guarda tus sentidos, anda con recogimiento, huye la vagueación, guarda la lengua, que por ahí se sale todo. Si quieres tener oración, hermano, sé obediente y tendrás oración. Casiano en la colación 9, c. 3, dice unas palabras que son una suma de todo cuanto se puede decir de la oración: «Quales orantes volumus inveniri, tales nos ante orationis tempus parare debemus; ex praecedente nostro statu mens atque animus in supplicatione formatur». No se puede decir más, ni hay doctrina que se le iguale en esta materia; y con esto sólo que dijera nos bastara. ¿Queréis, hermano, tener buena oración? Pues tal será cual fuere vuestra vida entre día, porque de la estada y temple que vuestro corazón tiene fuera de la oración se forma ella. Y para esto no habemos menester más de la continua experiencia: todos lo echamos de ver, que si vos habéis andado todo el día parlero, murmurador, excusándoos y porfiando, así estaréis en la oración. Si tenéis vuestro corazón como puerta de mesón abierta para todos cuantos quieren entrar:-Entrad, que para todos hay posada -que así están algunos religiosos que están en la casa de Dios-, ¿de qué os quejáis si no os consuela Dios, que andáis en sequedad y carestía de espíritu? Si andáis con guarda de vuestro corazón, con cuidado de traerlo recogido, guardando vuestros sentidos de mirar allá y acullá, y principalmente de la lengua por donde todo se derrama, en la oración se verá. No hay regla otra sino ésta, no hay que decir más; y así dice Clímaco que la oración es disposición para la oración. Quiso decir que la disposición para la oración es andar todo el día recogido guardando el temple y gobierno con que Dios Nuestro Señor gobierna nuestro corazón; quitando idolillos y aficiones desordenadas que nos llevan tras sí; mortificando nuestras propias pasiones y huyendo de otros desaguaderos y derramaderos de espíritu. Hacedlo vos de esta manera, que yo os doy mi palabra que no sea menester composición de lugar ni otras oraciones preparatorias. Pero si vos vais a la oración como un leño verde, con el verdor de vuestras pasiones, ¿qué habéis de hacer allá sino estar echando humo a narices y saliendo de la oración como os entrasteis? Y plegue a Dios no salgáis peor, saliendo con pecados nuevos del lugar do fuisteis a remediar los pasados, por la irreverencia y descortesía con que estáis de cara a Nuestro Señor, comprendiéndoos aquella maldición: «Oratio eius fiat in peccatum». Nilo pone tres capítulos entre estos breves que hace de oración muy a propósito; porque, verdaderamente él enseña la oración de la Compañía. En uno dice: «¿Vis pure orare? Abnega temetipsum».- Si, quieres tener oración pura, mortificaos, negad vuestras propias voluntades, meted en pretina vuestro corazón, traedle disciplinado y rendido a Nuestro Señor. Si os dijeren alguna palabra áspera, tragadla y digeridla; pues, como dice él mismo en otro capítulo: «Quidquid patienter tuleris, fructum in oratione percipies». Está Dios mirando cómo recibís esta palabra; si salís con victoria como valeroso, que no os dejáis vencer, o como pusilánime. Yo os digo una verdad que no me la podréis negar: que cuando de esta manera habéis sufrido algo, por Dios, cuando vais a la oración, luego halláis a Dios a la puerta. Hacedlo vos de esta manera y si no lo experimentáredes así, que no valga nada cuanto he dicho; que al punto que decís «quiero recogerme, quiero desechar vertederos de tiempo, quiero andar con más cuidado que hasta aquí, al mismo punto comenzaréis a sentir el favor de Nuestro Señor, y una puerta muy grande que os abrirá en la oración.

7. El otro capítulo de San Nilo es: «Si vis studiosus orationis esse, ne facias ea quae sunt orationi contraria». ¿Quieres te dar al ejercicio de la oración? Pues avísote, hermano, que fuera de ella no hagas cosa que contradiga a la misma oración. No vayas al contento de tu paladar siguiendo tus apetitos, buscando tus comodidades, no queriendo padecer ninguna falta: no andéis con temillas. Finalmente, la vida sea vida de oración. San Agustín en aquella epístola ad Probam, «de orando Deum» pone una consideración digna de su ingenio: que, aunque la oración pertenece a todo estado de personas, pero particularmente siempre que se trata de oración, se acomoda a las viudas; y la razón es porque, como dice San Pablo, 1.1 ad Timotheum, «vidua quae vere vidua est et desolata sperabit in Domino et persistet in orationibus nocte ac die». Y Cristo Nuestro Señor, cuando trata de oración, trae ejemplo de viudas, como por San Lucas trae la parábola de aquella viuda que importunaba al juez la vengase de su enemigo. La razón de esto es, porque para la perfecta oración es menester que las ánimas sean viudas sin maridillos, que así llamo yo a los consuelos y entretenimientos que nos buscamos en esta vida. No tiene la viuda quien la consuele, está sola, desamparada, no tiene arrimos ni apoyos; y así está apta para darse a oración, para poner toda su esperanza en Dios y holgar de Él. Pero la casada tiene su consuelo acá, tiene su arrimo y apoyo, no está para darse a oración, para poner toda su esperanza en Dios. Así, pues, vos, hermano, si acá tenéis vuestros gustillos y deportes, no es para vos la oración. Ánima que no tiene idolillos, ésa ora; namquae vere vidua est sperabit in Deo et in oratione persistet. Pone toda su esperanza en Dios, desasida de todas las cosas. Sus mientes todas tiene puestas en Dios, y así Él la consuela y ampara. Renuit consolari anima mea, memor fui Dei et delectatus sum. El ánima que huye todos los consuelos de la tierra, que procura mortificarse y huye de todos los consuelos de la tierra, ésta es la que experimenta todas las consolaciones del cielo, la que Nuestro Señor regala y enriquece y lleno de consuelo.

8. Vamos a nuestro Padre Ignacio, que tras él andamos. Dícenos todo esto en la regla 19, y con esto quedará explicada. «Cuanto más uno se ligare con Su Majestad, tanto lo experimentará más liberal consigo, y él será más dispuesto para recibir cada día nuevos dones y gracias espirituales». Iba hablando nuestro Padre con los que, antes de dos años, se dedican a Dios Nuestro Señor con los votos, y así dice: Cuanto más se ligare con Dios Nuestro Señor, y más liberal fuere con su Divina Majestad, tanto le hallará más liberal para consigo. Dad y daros han. ¿No decís allá «donde las dan las toman»? Pues así es; que, si vos del todo os entregáis a Dios, si no reserváis nada, antes liberalmente rendís vuestro corazón a Dios, Dios se mostrará con vos liberalísimo, os hará misericordias a manoabierta. «Aperis Tu manum tuam et imples omne animal benedictione»: llenaros ha de bendición y abundancia, daros ha aquel don singularísimo de la oración de que decíamos en la plática pasada. Pero, si os mostráis mezquino, dejaros ha con los socorros ordinarios.

Platón dice: Una santa, admirabilísima santidad es dar a Dios y recibir de Dios. Esto dijo Platón, sí. Y dijo más que supo. Santidad verdadera es ofrecerse en sacrificio a Dios Nuestro Señor y recibir de Él gracias y dones espirituales; pide un corazón rendido y sujeto del todo y deseoso de agradarle. Este corazón pide Dios para comunicarse en la oración, como lo dice nuestro Padre en las anotaciones de los Ejercicios de los primeros días: Adviértase que ayuda en grande manera para alcanzarse el fruto de los Ejercicios, si el que los recibe es liberal con Dios Nuestro Señor, ofreciendo todo su deseo liberalmente para que disponga de él y de todas sus cosas según lo que fuere mayor honra y gloria suya. El que trata de oración, no ande menudeando con Dios Nuestro Señor, sino ponerse delante de para que haga lo que quisiere: «Ecce adsum». Éste hallará a Dios, llamarle ha y responderle: «Veisme aquí para apoyo y amparo. Esto hace con las ánimas liberales; y falta nuestra es el no experimentarlo. Por ponernos en niñerías y no rendirnos a Nuestro Señor ocupándonos en cuidadillos; no queremos soltar lo que tenemos entre las manos por nuestra mezquindad; no hay este corazón rendido en nosotros, y ésta es la causa de la falta de nuestra oración. Así lo dice nuestro Padre en la anotación 16 de las dichas: que, si el que recibe los Ejercicios, acaeciese que se siente a alguna cosa mal inclinado no tan buena, con todas las fuerzas se ha de procurar, antes que se pase adelante y entre en oración, que se ponga en indiferencia y deseche de sí aquella pasión; porque entonces no está como para oración. Así lo dijo Nuestro Señor: Si, yendo a ofrecer sacrificio, te acordares que tienes algún disgusto o enojuelo con tu hermano, compón tu corazón con él, y después volverás a ofrecer tu sacrificio. ¿Tienes tema con el hermano? Antes que ofrezcas sacrificio, antes que te pongas en oración, templa tu corazón, que es como una vihuela, que, si no está templada, sonará mal; ponedla en acuerdo. Hombres que están de esta manera tentados, no les aconsejaría yo que entrasen en meditación, porque no les servirá sino de aumentarles la tentación. Oración, sí. Dad voces a Dios, haced alguna penitencia hasta que Nuestro Señor sosiegue esa pasión y pidáis con corazón acordado. Entonces verás lo que antes no veías. Estabas con una mota en los ojos y con cualquiera cosa que tengas en ellos no podrás ver, hasta que los tengas limpios. Y plega a Dios, algunas veces no sea viga, que tenéis atravesada sin echarla de ver. Limpiad, pues, los ojos de estas motas y raspillas, porque de otra manera, no podréis ver a Dios. Beati mundo corde quoniam ipsi Deum videbunt. Los limpios y puros son los que ven a Dios; cuando hay aquellas turbaciones, está nuestro entendimiento lleno de tinieblas; no se oye otra cosa sino aquella confusión de voces de aquel mal lenguaje de Babilonia.

9. Ésta es, pues, nuestra doctrina; esto lo que enseña nuestro Padre; ésta es verdadera disposición para la oración: vida obediente, vida rendida y sujeta a Dios; hacer todas las cosas con recta intención buscando en todas las cosas a Dios, como decíamos. Buscar nuestra abnegación y mortificación; a esto se sigue la verdadera oración y el consuelo y la abundancia de espíritu: mensuram bonam et confertam et coagitatam. Abre Dios su mano, y derrama su abundancia de dones y gracias. Plégale a Nuestro Señor.




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Plática 25

De la preparación para la oración


Anni 1587. Februarii


1. La resolución de la plática pasada fue aquella sentencia de Casiano, primera y última en él: que tal será nuestra oración cual fuere nuestra vida fuera de ella. Tal será la oración cual fuere la disposición y aparejo que la precede. Y la más principal disposición es una vida concertada y disciplinada. Si fuisteis guardián de vuestra alma, si andáis recogido y con cuidado, gozaréis de este paraíso. Si sois inobediente a la voluntad de Dios y condescendéis con vuestro apetito desordenado, seréis desterrado de él y andaréis metido en cárceles y cultivando tierra maldita que, en lugar de buen fruto, lleva espinas y abrojos.

-Pero dirá (luego) alguno: luego dejemos la oración hasta tener esa virtud y esa vida tan concertada; y así, nos podemos, mientras, despedir de ese ejercicio.- No, hermano, no es buena conclusión ésa. Aquí se os pone delante el fin donde habéis de caminar. Lejos es, daos priesa. No os paréis ni os entorpezcáis. El camino es orar y obrar bien; pensar bien y hacer bien juntando lo uno con lo otro, que, cuando menos penséis, os hallaréis muy adelante. Juntándose una piedra con otra vienen a fraguar entre sí y hacer edificio muy alto y suntuoso: daos priesa a edificar con ejercicio de virtudes y trato interior, juntando lo uno con lo otro, la oración con las obras, plantando la oración en todo cuanto hiciéremos, procurando que nuestras obras salgan de oración y siempre se acompañen de ella, como decíamos sobre la regla 17, y (yo) os aseguro que vos os encontraréis con este paraíso de la oración. La negligencia nuestra en la oración, nuestro entorpecimiento en el obrar: vida lerda, vida holgazana, mano sobre mano, sin hacer hacienda; al fin, vida de amor propio, de regalo y condescensión con nuestro apetito, destierra la oración y son enemigos mortales de ella y tienen pregonada guerra a fuego y sangre contra ella, sin admitir treguas.

2. Ahora será bueno declarar lo que nuestro Padre Ignacio dice en la anotación 20 de los Ejercicios, en la cual da tres razones del fruto que se saca de los Ejercicios; porque lo mismo que es causa del fruto que se saca de ellos, eso mismo será de este fruto que comúnmente se saca de la oración. Las dos de estas razones son las que hacen a nuestro propósito. Es, pues, la primera apartar de sí el que entra en Ejercicios todo aquello que le puede ser impedimento, porque (no) busque con todo corazón a Dios Nuestro Señor, como Él quiere ser buscado: «Convertimini ad me in toto corde vestro». Porque Él sale muchas veces al camino a buscarnos y es hallado de los que no le buscan; pero quien de todo su corazón le buscare, sin duda le hallará.

La segunda causa del fruto de los Ejercicios es la soledad que en ellos hay. Pide Dios las almas solas; quiérelo haber a solas con sus criaturas, porque cuanto se halla el alma más apartada de todas las cosas y más solitaria, tanto se hace más apta «ad quaerendum et attingendum Creatorem». Dice nuestro Padre buscar y encontrarse con Dios Nuestro Señor; porque cuando uno busca una cosa y la halla, la toca; por eso dice nuestro Padre «ad attingendum». Pues, dispuesta el alma de esta manera, no es menester más para que se nos comunique, porque la bondad del Señor es más comunicativa de suyo, más inclinada a hacernos bien, que el sol a dar luz; y así, no es menester más para que se nos comunique de que nosotros quitemos los impedimentos y nos dispongamos para ello.

Veamos, pues, ahora la primera disposición de éstas que debemos tener para que nuestra oración sea con fruto, que es buscar a Dios con todo nuestro corazón, no dividido, ni repartido; porque, si alguna cosa, fuera de Dios, ocupa parte de nuestro corazón, ésa nos estorbará todo el fruto de ella; y así, cuando vais a ella, es menester echar de ver si tenéis vuestro corazón pegado a cosas de la tierra. Mirad si hay alguna pasión que ocupe parte de vuestro corazón, o del todo os le aparte de Dios: una sola cuerda destemplada hace la música desabrida. Apretad primero la clavija; entrad en cuenta con vos, sosegad vuestro corazón, porque pueda atender al trato con Nuestro Señor. Por esto los Santos aconsejan el examen de antes de la oración, no sólo porque el conocimiento de las faltas y de la propia vileza y bajeza os haga acudir a la oración con reverencia a la Majestad de Dios, sino también por echar de ver si lleváis algunas aficiones desordenadas y desconcertadas; porque éstas os harán que no busquéis de todo vuestro corazón a Dios Nuestro Señor. Así lo dice San Gregorio en el 18 libro Moralium, c. 1, explicando a este propósito aquel lugar de Jeremías: Scrutemur vias nostras et revertamur ad Dominum. Scrutari, dice San Gregorio, es cogitatione interna discutere, levare corda cum manibus.

Y San Juan, 1.ª can., c. 3, dice: Si cor nostrum non reprehenderit nos, fiduciam habemus ad Deum, et quidquid petierimus accipiemus ab eo».

3. La otra disposición para la oración es la soledad, porque es muy propio de Nuestro Señor Dios, a los que quiere hacer bien hablarles a solas, como lo dice el profeta Oseas, c. 2: «Ducam eam ad solitudinem et ibi loquar ad cor». A solas nos quiere Dios. A San Juan para revelarle aquellos misterios tan altos del Apocalipsis, le aparta a la isla de Patmos. A Moisés le llevó a lo más alto del monte, apartado de la demás gente, para darle la ley. A Elías, para hablar con Él, le hizo ir camino de cuarenta días al monte de Horeb. Nuestro Señor Jesucristo, para descubrir a los Apóstoles el misterio de su Pasión, los apartó de los demás discípulos. De manera que Nuestro Señor Jesucristo es amigo de la soledad: no haya en vuestro corazón cosa ninguna que impida la quietud y silencio interior; para lo cual es muy necesario quitar la afición de todas las criaturas por ponerla en el Criador de todas ellas, como lo dice nuestra regla; éste es el que está con verdadera soledad, aunque esté en medio de los hombres. Acá lo echamos de ver; tenéis a un hombre afición, es vuestro camarada; aunque estéis cercado de todos los demás hombres os halláis solo: ¿Qué es la causa de esto? Que tenéis vuestra amistad puesta allí. Pues así, el que ama sólo a Dios y a todas las cosas en Él, aunque muy acompañado, está solo, porque en todo no mira más que a Dios. Ésta es la soledad necesaria para la oración que nosotros habemos de desear y procurar en medio de la plaza, como lo dice San Gregorio Nacianceno en la oración fúnebre «De laudibus Athanasii», donde le alaba, por haber, enseñado la soledad en medio de la ciudad y en medio del cuidado que trae el gobierno de sus ovejas. Dice, pues: Haec enim duo (hoc est) actionem tranquillam et actuosam tranquillitatem consociavit atque conjunxit, ut persuasum omnibus redderet monasticae vitae professionem potius gravitate et constantia quam corporis recessione notari atque exprimi. De manera que, para esta soledad, no es necesario hacerse uno ermitaño y huir de la conversación de los hombres con secesso corporal; sino, con mortificación grande de la afición de todas las cosas, granjear esta soledad interior. Ésta pide Nuestro Señor: «Cuando hubieres de orar, entra en tu retrete, cierra la puerta y ora en lo escondido, porque tu padre que está en lo escondido te oiga». Hablaba con los fariseos, gente soberbia, hipócrita, que en las plazas se ponían en oración, para que los tuviesen por santos y así dice: Cuando tú orares, no seas como éstos: entra en el retrete de tu corazón; desecha el ruido de todas las demás cosas, ora en escondido; cerrad tras vos la puerta y dejad buen portero porque no entre quien te impida la oración. Allí está Dios para oírte y recibir tus oraciones.

4.- Pero, Padre: ¡un milagro! ¿Qué será? Cuando tengo cerrados los ojos veo más. Porque, cuando los tengo abiertos, veo las cosas que tengo delante; pero, éntrome en mi aposento, cierro puerta y ventana, cierro mis ojos para estar más atento, y allí se me representa, no sólo lo que está presente, sino lo que fue y será, y lo que pudo ser que sea, y lo que nunca será ni es posible que sea, y cosas que en toda mi vida pensé ni me pasaron por la imaginación.

-Hermano mío, queja es ésa común; mía, y aun de los santos. Todos se quejan de la flaqueza del hombre y de la ligereza, y instabilidad de nuestro corazón. Cipriano se queja de sí, que se ponía de rodillas en la oración y allí el demonio le representaba mil cosas: por una parte le representaba la envidia; por otra, otros pensamientos de otros vicios. Y así nos pasa a nosotros; allí se nos ofrece la solución del argumento, allí, la palabrilla, que nos dijeron; allí mil representaciones bajas, y plega a Dios que no pase adelante. San Gregorio, 6.º Mor., c. 6, dice esto muy bien: «Cum introrsus ad semetipsos redeunt, etiam umbras rerum temporalium ad se trahunt, et sic tractas manu districte abigunt».

Esta guerra de pensamientos viene algunas veces en castigo del descuido que tenemos en guardar la atención a Dios Nuestro Señor en la oración; otras veces también acaece esto a algunos sin culpa suya y para su ejercicio. Dícelo San Gregorio, lib. 18, Moral., c. 19, et in psalmos poenit. psalin. 2.º: Saepe namque sanctorum virorum mentes cogitationes illicite polluunt, et eas iam ad summa tendentes terrenarum rerum delectationibus tangunt; saepe, in ipso orationis tempore importune se illis ingerunt, ut hoc ipsum sacrificium aliquo modo conmaculare valeant, quod in odorem suavitatis Deo acceptum contrito corde et contribulato spiritu mactatur. Esto dice, se representa en aquel sacrificio de Abrahán (Génesis 15), donde venían importunas aves, para arrebatarle el sacrificio; pero él, insistentes aves propulit, quas ne oblatum raperent sacrificium, sollicite abigere curavit. Éste ha de ser nuestro cuidado, cuando en la oración se nos ofrecen estos importunos pensamientos, para manchar nuestro sacrificio, sufrirlos con paciencia y procurar de ojear de nosotros estas imaginaciones.

5. Pero aquí es de advertir, que estas imaginaciones y guerra de pensamientos, causada de la memoria de las cosas que están a nuestro cargo, muchas veces nace de no hacerlas como Dios quiere; y así, no tenéis razón de echar la culpa a las ocupaciones en que la obediencia o la caridad os pone. Si vos no buscásedes más de la gloria y honra de Dios en todo y guardásedes lo que dijimos en la regla 17, de buscar a Dios Nuestro Señor en todas las cosas, no os serían impedimento esas ocupaciones para la oración. Porque Dios no es contrario a sí: non est Deus dissenssionis: esto dice San Pablo, 1.ª Corinthios, c. 14. Enseño en todas las iglesias que Dios no es contrario, no es Dios de disensión, no es Dios el que estorba vuestra oración. Ese «yo» que busco en todas mis obras embarrándolas e inficionándolas con el deseo de mi honra y de agradar a los hombres, y que me tengan por el hombre que doy buena cuenta de lo que me encargan, ése es el que me impide, ése es el que me hace la guerra; el buscar yo la honra en el argumento, correrme de que no supe responder, esto me hace en la oración buscar la solución de aquella dificultad.

Dice San Gregorio, Moralium c. 18, que la causa de estos pensamientos, muchas veces es el descuido que tenéis de guardar vuestra alma y de poner buen portero a vuestro corazón. Esto es lo que hace que entren vuestros enemigos y os den sacomano. Trae para esto aquella historia de Isboseth, el cual por echarse a dormir, dejando por portera a una mujer que también se durmió, entraron sus enemigos y le mataron. El estar vos flojo y descuidado y tener vuestro corazón flojo y dormilón y con poco cuidado de conservar la atención y reverencia, de ahí venís a dar lugar a estos pensamientos, tomando el demonio atrevimiento, para molestaros con ellos, por veros a vos descortés y descuidado en la oración. Por esto dice San Gregorio: Fortis virilisque sensus praeponi cordis foribus debet, quem neque negligentis somnus opprimat neque ignorantis error fallat. Virilis, dice: no mujer, no atención flaca y descuidada, sino varonil y fuerte; porque por haber puesto Isboseth por portero a una mujer flaca y descuidada, vino a ser muerto en manos de sus enemigos. Tota, itaque, virtute dice el mismo, muniendus est aditus mentis, ne quando eam insidiantes hostes penetrent foramine neglectae cogitationis. De manera que debemos estar con grandísima vigilancia y atención, para que por ninguna parte se nos entren pensamientos que nos estorben la quietud y sosiego de la oración.

6. La preparación que hasta aquí habemos dicho, es preparación remota. Otra hay más cercana, de la cual diremos ahora lo que nuestro Padre nos enseña en los Ejercicios, donde nos enseña a prepararnos antes de la oración, según aquello del Eclesiástico, c. 18: Ante orationem praepara animam tuam et noli esse quasi homo tentans Deum. No lo puede decir más claro; díjolo en romance: No te vayas a la oración a tus aventuras; acá me vengo, salga lo que saliere; pensaré allí lo que se me ofreciere. Si hubieras de hablar con un rey, hombrecillo como tú, primero te prepararas, y miraras lo que le habías de decir, la reverencia que le habías de hacer, el comedimiento con que habías de hablar. Pues, ¿cuánta mayor razón es que se haga esto para haber de hablar con Nuestro Padre Dios? Pues para esto sirven tres adiciones. Es la primera prevenir, de parte de noche, lo que habemos de meditar en la oración. Y esto no diga nadie, que es cosa de novicios, que el misma Padre lo hacía ya siendo viejo; y no solamente preparaba el ejercicio, sino también la Misa que había de decir. Tomaba el misal, antes de dormir y registraba; miraba lo que había de decir, leía su ejercicio, para que de esta manera, con aquel cuidado, se durmiese y fuese el sueño de lo mismo.

La segunda adición es, en levantándose, acordarse lo primero del ejercicio y prepararse para la oración con una consideración acomodada a la materia de que ha de ser la oración; como lo vemos en la segunda adición de la primera semana, donde para el que trata el ejercicio de los pecados, dice que me considere yo, como un reo que le han de llevar delante de un rey; en la segunda semana, que ponga delante los ojos a Cristo Nuestro Señor; y así en todas las demás semanas, va poniendo consideraciones acomodada a la materia de ellas. Este aviso lo tienen por de grande importancia Casiano y San Buenaventura, y dicen que grande parte del concierto del día, depende de darse este buen principio, ofreciendo a Dios Nuestro Señor las primicias del día, y que meta el primer pie en nuestra alma; y si entramos con pie izquierdo, todo el día andaremos desconcertados. Aprovecha también mucho para entrar en calor y despertar del todo, hablar con Dios Nuestro Señor algunas palabras y usar de algunas oraciones en este tiempo.

La tercera adición, es la presencia de Dios; el ponerme delante de Él en las oraciones, es el efecto más principal en la oración, como decíamos los días pasados; y ayuda mucho, para estar con reverencia y humildad y para desechar pensamientos inútiles; como dice San Basilio: Loquar ad Dominum meum, quamvis sim pulvis et cinis: hablaré yo a mi Señor, aunque sea polvo y ceniza. Esto es lo que hace estar al hombre con reverencia y atención y no descomedirse, cuando considera que está delante de tan alta Majestad. Poneos, pues, delante de Nuestro Señor conociendo vuestra pobreza y bajeza, representándole vuestras llagas. Mirad cómo está un pobre en esa calle: descubre sus llagas, muestra sus andrajos; algunos no hablan palabra, sino sólo con poner su miseria, mueven a compasión a los que pasan; y muchas veces, se pasan muchos sin darles cosa ninguna, y de cuando en cuando les dan una blanquilla. Eso es orar, poner a Nuestro Señor delante nuestras llagas que aún están corriendo sangre; otras están afistoladas; mostradle vuestra pobreza y vuestros andrajos; tener paciencia y esperar su misericordia; recibir con grande agradecimiento cualquiera cosa que Él nos diere, por pequeña que nos parezca; ésta es muy buena composición de lugar. Otra es la de la Cananea, de los perrillos, con la cual concluyó a Cristo Nuestro Señor: Llamáisme, Señor, de perra, pues no me lleváis por ahí; que los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Con esto vino a decir: Verdaderamente, mujer, grande es tu fe; hágase lo que pides.- Como está un perrillo junto a la mesa de su amo, mirando al rostro, puestas las manos, sin pestañear; de cuando en cuando le echan un gosezuelo y apártase a un rincón; cómelo y vuelve por otros; así lo habíamos de hacer nosotros, habíamos de andar colgados de Nuestro Señor, esperando las migajuelas, proponiendo cada uno su necesidad y flaqueza; la necesidad hace orar, como dice el proverbio: ¿Quieres saber orar? Éntrate en la mar. Porque son tantas las necesidades que allí hay y los peligros tan ordinarios, que hacen al hombre acudir a Dios. Andamos siempre en los cuernos del toro, cercados de mil peligros; demos voces a Dios como pordioseros, como la Cananea, hasta que nuestras oraciones sean despachadas.

7.- Bueno va todo eso. Pero, ¿qué haré, Padre? Porque me acontece ponerme en la oración de rodillas; llamo y no me abren; doy voces y no me responden; el cielo se ha hecho acerado para mí; no hay un rocío siquiera para mí de devoción; ha mandado Dios a las nubes del cielo que no que lluevan sobre mí.- Yo os confieso la verdad: «que eso es muy dificultoso, estar esperando aquellas largas de Dios; porque el hombre, luego querría ser oído y despachado de presto. Lo cual faltando, vienen aquellos tedios del alma: dormitavit anima mea prae taedio; «luego comienza a dormitar, y poco a poco viene a quedarse dormida. Como aquellas vírgenes locas, que, moran faciente sponso, dormitaverunt et dormierunt: «tardando el esposo, luego comenzáis a dormir y concetear; luego andáis mudando rodillas como batanes, lo cual es señal que vuestro corazón no está preso en la oración. Hermano mío, ésa es prueba de Nuestro Señor Dios, con que prueba a sus siervos. Es condición de Dios, llevar con desigualdad a los hombres, como dice San Crisóstomo, homilía de San José y de las que canta la Iglesia; unas veces los lleva por consuelo, otras por tribulaciones; ya con carencia de espíritu, ya con prosperidad, ya con adversidad. No ha de haber siempre consuelo, ni siempre tribulación. Si siempre tiene un árbol el agua al pie, no da buen fruto, no le hace provecho, antes se vendrá a secar; también no le irá bien, si siempre le faltare el agua. Es menester haya de uno y otro; así a las almas no les conviene siempre tener consuelo, ni siempre tribulación, sino de uno y de otro en diversos tiempos, y de todo se aprovecha el siervo de Dios. Quiere Dios que nos fiemos de Él; no hay acá mayor lisonja para un hombre que decirle que os fiáis de él, ni cosa con que más le afrentéis, que no fiaros de él. Pues, para enseñarnos esta confianza, nos da Dios larga en sus promesas; quiere que nos parezcamos a Él; que, como Él es longánime y sufre tanto, espera le suframos nosotros y le esperemos, aunque sea por largo tiempo. Acerca de esto hace un discurso San Basilio, 1.ª Constitución monástica, y Macario, de lo que hizo Dios Nuestro Señor esperar a Abrahán para cumplirle aquella promesa de darle generación con su hijo Isaac. Sácale de su tierra, y no le cumplía la promesa; tanto que Abrahán decía a Dios: Señor, fundemos el mayorazgo en Ismael, y basta ya lo que he esperado. Después de haberle dado el hijo, mandáselo sacrificar. También Macario trae lo de José; antes que cumpliese la promesa que le habla hecho entre sueños, de que le habían de levantar sobre todos sus hermanos, fue vendido, llevado a Egipto, preso en la cárcel, para, después de esto, levantarle a ser segunda persona de Egipto. De esta manera, pues, trata Dios a los justos: dales largas y háceles esperar. No debéis, pues, desmayar; tened paciencia y perseverad en la oración, porque os da la vida ser ejercitado de Nuestro Señor con estas pruebas; con esto os hace andar con cuidado en su servicio. Al contrario, hombre no acosado, de ordinario es flojo y tibio. Más: si no sois probado y ejercitado, no sabemos si vuestra virtud lo es verdaderamente o si es buena condición natural, o condición mezclada con virtud.

8. Hace mucho al caso ser un hombre acosado con un peligro y otro peligro; vela un hombre sobre su vida; está pendiente de Nuestro Señor. Con esto os mantiene Dios en humildad, conserva en vos el deseo de oración y hace que acudáis a Él con todas vuestras necesidades. También acaece muchas veces que Dios os da deseo de alguna cosa y os dilata el dárosla hasta que conozcáis que es don de Dios y conozcáis vuestras flaquezas y lo poco que podéis; y así caigáis de vuestra borrica, como dicen. Más: no os conviene tener siempre consuelo, no siempre habéis de comer de este manjar, porque no os entre en mal provecho, como dice Dios: Comió mucho mi pueblo y engordó y comenzó a echar coces; vino a grande prosperidad, no tenía enemigos que le molestasen; ¿qué se siguió de ahí, sino que me dejase y no se acordase de mí? Esto es, pues, lo que Dios pretende en dar estas largas: no quiere que nos olvidemos de Él por el amor que nos tiene. Así dice el Sabio, así envía: ¿Llegas a servir Dios? Sustine sustentationes Dei. Ecclesi.: las largas de Dios. Confía en Él y persevera en tu corazón, porque ninguno esperó en Él, que fue confundido, guardó su ley y fue menospreciado. Para esto es la fortaleza y constancia que affluente consolatione, como dice nuestro Padre Ignacio, anotación 14, fácil es tener una hora de oración sin pestañear; pero, cuando hay desolación y sequedad, es menester tener fuerte. Aquí has de estar a herre: más trabajo fuera estar en purgatorio. Más te vale este conocimiento de tu pobreza que de aquí sacas, que si hubieras estado con mucho consuelo; mayor fruto es haber quebrado el ojo al demonio que te quería sacar de la oración, que haber llorado muchas lágrimas.

Conviene que, aunque Dios no nos abra luego en llamando, estemos dando aldabadas; éstas son probaciones de Dios para probar si somos fieles siervos; no por eso habemos de dejar la oración. No todo lo que el hombre come ha de ser por gana o gusto que de ello tenga, y muchas cosas se comen por necesidad, como un enfermo toma una purga, no por el gusto que en ella halla, que por eso antes tomara un jarro de agua fresca, sino la voluntad racional la abraza por la necesidad que de ella tiene para la salud. Así nosotros no habemos de ir por el gusto a la oración, sino la voluntad racional, convencida por el entendimiento de la necesidad que tiene de oración, se ha de esforzar a perseverar en ella, aunque sea sin gusto.

Una persona seglar y de muchas partes en el mundo y delante de Dios me dijo: «Cuarenta años ha que sirvo a Nuestro Señor y trato de oración, y no he tenido en todos ellos día de consuelo; mas es verdad, que, el día que hago esto, siento en mí un conforte y un aliento para todos los ejercicios de virtud; y, en faltando esto, no se me levantan las manos a hacer cosa buena». Desabrido es el pan al enfermo, mas, al fin, conforta; así la oración, aunque no os dé gusto, aprovecha y da fuerza y aliento. Por esto dice el Profeta: Exspecta Dominum; viriliter age et conforletur cor tuum, et sustine Dominum: no desmayéis, esperad en Él. Aquí has de estar amarrado, ahí hallarás tu reposo; que Él acudirá. Si te pareciere que está enojado, no desconfíes; que sus enojos ¿en qué paran sino en misericordia? Cum iratus fueris, misericordiae recordaberis. Cuando estabas lejos de Él, Él se acordó de ti; y te bendijo con bendiciones de dulzura; ahora que te tiene cerca de sí y le llamas, confía en Él que te oirá.

Concluyamos que lo que hace al caso para perseverar en la oración, es gana de oración. Ésta habemos de procurar, despertando en nosotros el fervor con lección buena; con pláticas santas, como decíamos; no dejándonos llevar del gusto, sino abrazando con la voluntad racional una cosa que tanto nos importa.


 
 
LAUS DEO
 
 



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Plática 26

De las visitas espirituales: sobre la Regla 22


1. Tratamos hasta ahora del modo que habemos de tener en la oración y la disposición necesaria para ella. La reverencia, esperanza y perseverancia que en ella habemos de tener: reverencia, porque estamos delante de Dios; esperanza, porque pido a mi Padre y a tan buen Padre; ya que tanto me ama, razón tengo de esperar cualquiera cosa: Si vos, cum sitis mali, nostis bona data dare filiis vestris; cuanto magis pater vester, qui in caelis est, dabit bona petentibus se?: Si vosotros, siendo de baja suerte, dais a vuestros hijos buenas dádivas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos? Pues de buena mano, buen dado. ¿Qué hijo pidió a su padre un huevo, que le diese un escorpión?, ¿o un pez, que le diese serpiente?, ¿o pan, que le diese piedra? Porque, dice San Agustín ad Probam, por el pez se entiende la fe; por huevo, esperanza; por el pan, la caridad; las cuales virtudes, como necesarias, pues con ellas se honra y reverencia Dios, a nadie las niega. Dijimos con perseverancia, porque quien busca halla. Attenuati sunt oculi mei, dijo Ezequías, suspicientes in excelsum. No pudo decir más. Sicut pullus hirundinis clamabo; meditabor ut columba. ¡Qué buena composición para la oración!

¿No habéis visto una golondrinica sin alas para poder volar? ¡Qué triste, qué desamparada! No tiene de dónde le venga su sustento. Pues de esta manera está una alma cuando está desconsolada y con aquella carestía de espíritu que decíamos. Y así, entonces el oficio nuestro ha de ser perseverar en la oración y dar voces a Dios. Pero si este tiempo dura (dice nuestro Padre en la adición 10), que debemos añadir algunas penitencias y ayunos, porque con estos sacrificios se aplaca Nuestro Señor y se ayuda la oración, como lo vemos en Dan. c. 5: Ex quo posuisti in corde tuo ut affligeres te, orationes tuae ascenderunt. Y San Agustín ad Probam: In ieiuniis et vigiliis et in castigationibus corporis, quam plurimum adiuvatur oratio. Pues de esta manera habemos de ayudarnos de todos los medios, como cosa de tanta importancia, y dar voces a Dios hasta que seamos oídos.

2. Pero una cosa habemos de advertir en este tiempo de sequedad: que no nos vamos de conceptos, que es negocio muy peligroso en gente de entendimiento y que trata letras; no se nos vaya toda la hora en sutilezas y conceptos; porque la verdad es objeto del entendimiento y así gusta, de él como todas las demás potencias, quedándose ayuna la voluntad, que es gran impedimento sin duda para la devoción. Y así dice Santo Tomás 2, 2, quaest. 82, art. 3 que las sutilezas no son para la devoción. Las sutilezas delicadas y largos discursos aprovechan para otras cosas: para enseñar y predicar al pueblo en servicio de la Iglesia; pero para la devoción, lo que importa es mirar las cosas de Dios Nuestro Señor con simplicidad; lo cual ayuda más al afecto de la voluntad, y gusto y sentimiento de las verdades, que es lo que aquí se pretende. Y como de cosa de tanta importancia nos lo advirtió nuestro Padre luego, en la 2.ª anotación de los Ejercicios, donde dice que el que da los Ejercicios, que no use de largos discursos, ni le diga muchos conceptos y consideraciones, sino que simple y llanamente le cuente la historia por sus puntos, con una breve declaración; por que él después reciba mayor fruto con lo que él hallare; Nec enim abundantia scientiae, sed sensus et gustus rerum interior, desiderium animae explere solet: No es hartura del alma el gusto que se recibe con sólo el conocimiento de las cosas, sino aquel sabor y gusto de las cosas de Dios. Esto mismo repite muchas veces, como en el ejercicio de las 3 potencias, donde, después de haber dicho cómo se ha de discurrir con el entendimiento, añade: nec non concitandis simul totis affectionibus acrius insistedum. Advertid, no os lleve todo el entendimiento, mucho más habéis de insistir en mover la voluntad y inflamar el afecto, que éste es el fin de la meditación y discurso: In meditatione mea exardecet ignis; Rumiad esto poco a poco; que, si tenéis paciencia, presto hallaréis una voluntad inflamada. No habéis de negociar luego: es meditación, que va poco a poco. Y así se va deslizando aquella verdad a la voluntad. En esto, pues, dice nuestro Padre: acrius insistendum est; en aqueste gusto sabor y sentimiento de la verdad. Y esta manera de hablar de sentir y gusto, no es nueva, como a algunos bachilleres les ha parecido: es frasis de la Escritura en muchísimas partes: Hoc enim sentite in vobis, quae sursum sunt sapite; gustaverunt et illuminati sunt. Todo esto es de San Pablo. Y aunque es verdad que el mismo vocablo es sentir y sapere en el original, pero la Iglesia usa de esta manera de hablar, y así lo ha explicado, y esto nos basta. Es diferente cosa scientia o sapientia. Scientia es el conocimiento especulativo de las cosas de Dios; sapientia es conocimiento con gusto, conocimiento sabroso, conocimiento que sabe a Dios y gusta de Dios. El espíritu de Dios es suave y bueno; no tiene amargura su conversación; y así no puede dejar de dar alegría y sabor a los suyos. Y así como es propio del demonio traer tristeza y melancolía y disgusto y turbación, así es propio de Dios Nuestro Señor traer suavidad y dulzura más que panal de miel, porque es inmensa bondad y suavidad; y así no puede dejar de acarrearla a quien se allega a Él. Lo cual hace de dos maneras, como después diremos y dice Nuestro Padre Ignacio: unas veces, sin preceder causa de nuestra parte, sino inmediatamente nuestro Padre en nosotros pone este gusto y suavidad; otras veces, mediante la meditación y discurso: desmenuzando y rumiando, como animal mundo, lo que se medita, viene a transformarse la voluntad en aquello, hallando en sí correspondencia con lo que el entendimiento le propone: vistiéndose de aquella humildad, de aquella paciencia: y éste es el gusto y sabor de la voluntad que decimos. Porque, como allá os enseña la filosofía, que todas las potencias descansan en sus objetos y gustan cuando se encuentra cada una con el suyo; pero la voluntad, como apetito universal del hombre y que mueve todas las demás potencias a obrar, de ella propiamente es el gustar. Y como este gusto interior esté sano y sazonado para elevarse al bien y gustar de él, éste sanará todo lo demás, y cabrá parte de este gusto a las demás potencias. Sanabit omnem lenguorem tuum.

El efecto de la oración es la unión con Dios. Esto se hace mediante la voluntad, según aquello: «Qui adhaeret Deos unus spiritus fit cum eo»: el que se llega a Dios, mediante la voluntad, se hace un mismo espíritu con Él, transformándose en él, uniéndose en lo que Dios quiere, y recibiendo de Dios: como dice Dionisio de su maestro Hieroteo, non solum divina sciens, sed et patiens divina. Este ilustrísimo varón y maestro mío, no solamente entendía y penetraba grandes secretos de las cosas del cielo con grande conocimiento, más aún, padecía estas mismas cosas, transformándole Nuestro Señor la voluntad en ellas, lo cual es propio de la voluntad. Ésta es perfecta manera de oración en que las cosas de Dios que el entendimiento propone trasforman la voluntad en sí; y esto es lo que aquí llamamos gusto y sentimiento.

3. De esta manera, poco a poco, nos habemos entrado en la Regla 22, en que dice nuestro Padre que nos guardemos de las ilusiones del demonio en nuestros ejercicios espirituales y se defiendan de las tentaciones del demonio y sepan razones para vencerlas e insistan en las verdaderas virtudes y sólidas, ahora haya muchas visitaciones espirituales, ahora menos, procurando siempre aprovechar en la vía del divino servicio. Es menester que sean enseñados del modo en que se han de aprovechar de estas virtudes y se defiendan de las ilusiones del demonio; para lo cual nos aprovecharemos de la doctrina de nuestro Padre, que en los Ejercicios tenemos mucha y muy buena en esta materia.- Pues, Padre, ¿qué llamáis visitas de Dios? Dícelo nuestro Padre en la 3.ª Regla ad motus animae cognoscendos, y de las primeras espirituales: Propria consolatio tunc esse dignoscitur quando per internam quamdam motionem exardescit animus in amorem Creatoris sui, nec iam creaturam ullam, nisi propter Deum, potest diligere: es una consolación muy grande que la voluntad recibe de verse inflamada en la oración en el amor de su Criador, de tal manera, que ya nada ama, ni aun puede amar, sino a su Criador. Lo cual algunos han querido calumniar, y no tienen q razón; porque Nuestro Padre no habló con esas metafísicas sino, como dice San Juan 3: Omnis qui natus est ex Deo, peccatum non facit, nec potest peccare, quia ex Deo natus est. Y aunque esto no lo tomó nuestro Padre de San Buenaventura (porque cuando él lo escribió aún no sabía latín), pero pone este santo la misma doctrina en el 7.º processu religiosorum; y quieren decir, que un alma, mediante esta inflamación, no puede dejar de amar a Dios, (ni) ponerse criatura entremedias que le quite este amor, in sensu composito, que decís allá. Cuando sin saber de donde le vino, no sabe amar otra cosa, sino a Dios: siente en sí una agilidad para caminar en el servicio suyo; una facilidad para romper con todas las dificultades; no siente el peso que traemos a cuestas de este cuerpo; no le impide para emprender obras arduas.

Esta consolación no es hábito ni cosa permanente, mas es un relámpago que va de paso; un don con cuya posesión se halla alentado y despierto para todo lo bueno y con gran gusto y sabor de toda obra de virtud, por difícil que sea; y un aborrecimiento y asco de todo lo malo de tal manera, que se halla con aversión al mal al cual antes tenía inclinación; lo cual es efecto de la sabiduría de Dios como lo dijo Santiago: Primum quidem pudica est: este sabor castifica al alma, pónele asco de todo lo demás, saca al hombre de sus casillas; porque, como decís, gustato spiritu, desipit omnis caro. Ésta es una manera de visitación de Dios.

4. Otra es, dice Nuestro Padre, cuando se derraman lágrimas, ahora por el dolor de los pecados, ahora por la meditación de la Pasión de Cristo o por otra causa, ad Dei cultum et honorem recte ordinatam.- Aquí es de advertir que no se entiende esto de las lágrimas estrujadas, sacadas a fuerza de fuerza, a las cuales les pone Casiano (col. 9), 3 nombres: infructuosas, estériles y coactivas: infructuosas, dice, porque de ellas no se saca otro provecho que sacar quebrada la cabeza; coacticias que es sacadas a fuerza de brazos, que es estrujando las sienes. Pues no decimos de éstas, sino de aquéllas que destila la devoción con suavidad y el amor de Nuestro Señor Dios y la consideración de sus cosas; las cuales se caen sin procurarlas, como destiladas por alquitara, que es una comparación que lo declara mucho. Porque, así como aquel vapor se va levantando de aquellas hierbas mediante el calor del fuego, y luego se destila sin rumor ninguno, así esta visita de Dios levanta esas lágrimas de la grosura de la devoción y del sentimiento de las cosas de Dios. Y así, hermano, no penséis que habéis hecho gran hacienda, cuando os habéis quebrado las sienes por sacar cuatro lagrimillas estrujadas.

La otra manera de visita de Dios, dice nuestro Padre, es cualquier aumento de la tres virtudes: fe, esperanza y caridad; una ilustración de la fe, una luz grande, un penetrar las cosas de Dios de manera que le parece, que hasta allí no había caído en la cuenta; una esperanza muy grande que concibe de su salvación; un parecerle que tiene grande cabida con Dios Nuestro Señor, y que va su negocio bien: todo esto es buen trato y consolación de Dios. También, una inflamación y fervor de la caridad; un rendimiento del alma a Dios Nuestro Señor, una adoración de la criatura reconociéndole vasallaje y sujeción a su Señor. ¿Qué más? Dice nuestro Padre, que visita de Dios es laetitia omnis, quae animam ad caelestium rerum meditationes, ad studium salutis, ad quietem et pacem, cum Domino habendam solet incitare. Dijo alegría; pero, ¿qué alegría? ¡Cómo lo apoyó luego!, la que lleva al hombre a tener más cuenta con Dios; a tratar con más diligencia el negocio de su salvación, al conocimiento y meditación de las cosas del cielo, y a tener paz y quietud en su alma con el Señor: gaudium et pax in Spiritu Sancto. ¿Cómo juntó el gozo con la paz? Porque el gozo que es espiritual y que es visita de Dios, siempre anda junto con ella. Y no hablarnos aquí del gozo nacido de la buena conciencia, que es común a todos los justos y es un alivio que tienen los que están en gracia de Dios en esta vida: tengo hecha mediana satisfacción por mis pecados, tengo rematadas cuentas con Dios de los pecados; de los que cada día hago, procuro satisfacer; doy cuenta con pago. No hablamos aquí de este gozo, sino del otro singular que suelen llamar júbilo: Iubilitate Deo. Y ¿sabéis por qué lo apoyó tanto? Porque hay alegría que parece espiritual al principio, y en fin viene a parar en vanidad, risadas y disolución y ligereza y liviandad. De ordinario no es buen gozo éste; y, si lo queréis ver, mirad al fin. No os incita a mirar con más cuidado por la salud de vuestra alma; no os hace más dispuestos para Dios; y así esta alegría no es espiritual aunque a vos os parecía tal al principio. Eso que veis mezclado de espíritu propio de la ligereza y disolución de vuestro corazón, eso os trae ese remordimiento y turbación porque, en fin, de esa alegría se entiende extrema gaudii luctus occupat.

De esta alegría buena, viene lo que llaman los santos liquefactio, que es una blandura de corazón, con que se sujeta y rinde la voluntad a la de Dios, derritiéndose y ablandándose aquella dureza que tenemos los hombres, que nos hace tan difíciles para ablandar nuestra voluntad al tiempo de la sequedad. Y aquí verán a la letra cumplido lo que dijo Nuestro Señor: «Nisi efficiamini sicut parvuli», etc. Porque esta alegría nos hace estar delante de Dios fáciles y flexibles para todo lo bueno.

5. Desconsuelo y desamparo de Dios, dice nuestro Padre, es todo lo contrario: volvedlo todo al revés: ceguera en las cosas de la fe, que parece que no creéis en Dios ni en Santa María. Como el otro Padre que conocí yo, que ya está gozando de Dios, que se salió por los campos, y estaba con tantas tinieblas y confusión en su entendimiento, que daba voces: ¿Dónde os habéis ido, Criador mío? No puedo negar que hay Criador; pues, ¿dónde os habéis ido?, ¿dónde estáis que no os acordáis de mí?

También cualquiera tribulación, inquietud, agitación de diversos espíritus que nos traen en desconfianza de nuestra salvación, nos quitan la esperanza y caridad, de lo cual el ánima se siente entristecer para todo lo bueno. ¡Un torpor y entorpecimiento en el servicio de Dios! Todo esto es desolación; un espíritu turbado, que anda por acá y acullá; una pesadumbre y desabrimiento, que el hombre no se puede sufrir a sí mismo. «Factus sum mihimetipsi gravis»: a mí mismo no me puedo sufrir: siento mis enemigos vivos, y tan vivos como cuando estaba en el siglo; y aún muchas veces más.

6. Estas visitas hace Dios en dos maneras, como dice nuestro Padre aquí y Casiano, colación 4, c. 2. Unas veces las hace Nuestro Señor inmediatamente, sin haber precedido cosa de parte nuestra, porque sólo Dios puede consolar el alma de esta manera, pues Él solo puede entrar en la misma sustancia de su criatura, que es una frasis muy buena de nuestro Padre, y convertirla toda en su amor. Y en esta manera de moción de Dios dice que va seguro, y no tiene que temer, pues todo es de Dios, según dice San Agustín: «¡Quam multa operatur Deus in nobis, sine nobis!» Y son palabras del Concilio Arausicano. Y aun Aristóteles dijo en estos libros de los Morales ad Nicomachum, que Dios obra como causa natural obras naturales en nuestra alma, sin disposición de nuestra parte, el cual dicho alega Santo Tomás en la 1-2, 98, a. 1. Y de esta manera visita Dios al alma cuando súbitamente, como dice Casiano, y a deshora, siente el hombre un consuelo grande, un relámpago que va de paso, que causa grande consuelo en el alma. Otras veces, meditando, viene Dios y levanta aquella meditación, y mediante ella inflama nuestra voluntad. Pero entonces es menester examinar estos sentimientos, porque aquí puede haber mezcla de otro espíritu, como dice nuestro Padre, y no tiene tanta seguridad, como los primeros, porque pueden ser de mal espíritu. Estos sentimientos los suele dar Dios a gente nueva; dales este cebo para que se olviden de los deleites y gustos que tenían en el siglo; engáñalos con un engaño santo. También a gente aventajada, como lo dice Santo Tomás, 2-2, q. 82, a. 2, que es efecto de la devoción, y así lo siente gente cuidadosa y diligente en el divino servicio, a los cuales da tan grande consuelo, que aun a la carne le cabe parte. Este cuerpo pesado aun siente la ligereza y brío y aliento que le da el consuelo interior; y con razón, pues como le cabe parte de los trabajos del alma -ayuna, recibe el golpe de la disciplina-, también es justo que sea compañero de la consolación interior, la cual, como aquel ungüento «descendit in oram vestimenti: cor meum et caro mea», dice David, «exsultaverunt in Deum vivum». Cuando el alma anda cuidadosa y diligente en el servicio de Dios, privándose de los deleites y entretenimientos de esta vida, suele Nuestro Señor dar tanto al alma, que la misma carne no puede sufrir la abundancia de suavidad que redunda de ella, como decía el P. Xavier: «Basta, Señor, basta; llevadme, Señor, o dejadme que no puedo sufrir tantas consolaciones, que me debilitan». Otra persona de la Compañía conocí yo que daba voces diciendo: «Fuge, dilecte mi». De esta manera trata Dios a sus fieles siervos. Al paso que se mortifican, Dios les consuela. Y si vos, mi Hermano, no sentís esto, mirad cuál sea la causa; que Dios nunca deja de comunicar estos regalos a los cuidadosos y diligentes. Esto es lo ordinario, aunque algunas veces tenga excepción, que Dios da la paga de lo que se trabaja, y paga colmada, ración al cuerpo y ración al alma, para que tenga prendas.

7. Ahora veamos qué habemos de hacer con ellas. Lo primero, mi hermano, no las busquéis. Voy a la oración: a quien dan no escoge. No voy a la oración, porque me den consuelo; voy a buscar la voluntad de Dios. Demás de esto, cuando las hallares, ten moderación, no te dejes llevar mucho: «Mel invenisti; comede quod satis est»: no te hartes, que te empalagará, y la mucha miel suele hacer daño, como dijo el otro: «Mel quoque si nimium est». Y el primer daño que suele hacer es que, si te dejas llevar de estos consuelos, se suele recrecer mucho daño al cuerpo. Lo segundo, suele el alma olvidar a Dios y hacer del medio fin; porque, como estos gustos sean tan grandes, y gustos y deleites puros y limpios, sin mezcla de amargura, es fácil engolosinarse el alma tanto, que por ellos solos haga todas sus cosas. Vase de rondón, come a grandes bocados. Pues refrénate, «comede quod satis est». Lo otro también, no pienses, mi hermano, que tienes grande cosa en esto; porque puede ser que Dios te los dé por tu flaqueza y por animarte sin merecerlo; o, como dice San Buenaventura, puede ser que sea, «visión fantástica». Y así, no pienses que ésa es santidad; que también puede ser que sea mezcla de demonio.

También hay aquí un aviso de grande importancia, y es que muchas de estas consolaciones las envía Dios para prevenirnos para algún trabajo; y así es menester estar en vela y entender que Dios está haciendo la almohadilla, para que siente la cruz sobre ella, porque no se nos haga tan pesada. Y ¿qué hacemos nosotros? Tomamos el consuelo, y la cruz para otro; acaeciéndonos como a quien le diesen unas píldoras, envueltas en miel para que las pueda tragar, y se comiese la miel y dejase las píldoras. Pues no, hermano, no os da Dios el consuelo para que paréis ahí, sino para que os aparejéis para la cruz, para la tentación y trabajos que os quiere enviar.

-Veamos, Padre, por qué faltan estas visitas de Dios, y qué haremos cuando nos faltan.- Tres causas da nuestro Padre: cuatro da Casiano en la colación 4, y otros dan diez; pero todas se reducen a éstas. Faltan, pues, lo primero y más común, en castigo de nuestra acedia y entorpecimiento y tibieza en los ejercicios espirituales, por estar asidos de otras aficiones; porque justa cosa es que quien se da a las consolaciones terrenas pierda las celestiales. Es muy delicado este negocio, y Dios muy celoso de sus dones. Dalos prestados a los que comienzan; a gente negligente y descuidada quita la ración. De Santa Clara de Monte Falcón leía yo esta noche, que la quitó Dios por quince años la consolación, por una poca de complacencia, que, cuando mucho, sería venial.

La segunda causa es para nuestra probación, para ver cómo nos habemos en el servicio de Dios, quitándonos el gusto de la consolación, para que nos enseñemos a servir sin interés, por su bondad sola, a secas y sin gusto.

La tercera razón que da nuestro Padre y otros muchos, y el primer original en quien yo lo hallo es en San Basilio, y es porque entendáis que este don es merced suya y que la da cuando quiere y la quita cuando quiere, para que de esta manera entendamos que no es cosa de nuestra cosecha, y así no me engría; y si siempre tuviera esta consolación, estuviera a mucho peligro de enloquecerme y atribuirme a mí, como ladrón, la honra que a solo Dios se debe. También, para que con esto ande diligente y temeroso de perder cosa de tanto consuelo y que tan fácil es de perderse; porque, como dice Casiano, «Negligenter custoditur quod facile reperiri potest»; porque la guardéis y no os derraméis; porque andéis con cuidado, como quien trae este don en vasos quebradizos, y para que, engolosinado del gusto que antes recibistes, os deis priesa a quitar los impedimentos y huyáis de las faltas por donde perdisteis el consuelo; y para que lo busquéis con todo cuidado y solicitud, teniendo en poco la mortificación y cualquiera cosa que se ponga de por medio; como la Esposa, que dejó su cama, anduvo callejeando, preguntando a las guardas, hasta que halló a su señor y esposo: «Inveni eum quem diligit anima mea». Esta golosina hace al hombre paladear la mortificación y recibir de buena gana todo lo que se ofrece, a trueque de alcanzar el bien que perdió.

Lo último viene esta carestía de espíritu, para que nos enseñemos a caminar en el servicio de Dios en uno y otro tiempo; para que en tiempo de la consolación, cuando están las pasiones quietas y no hay quien nos impida, alcancemos caudal para el tiempo de la tribulación; porque estas nuestras pasiones son como los perrillos, las cuales al tiempo de la consolación tienen tapadas las bocas; échales Dios a cada uno su pedazo de pan, con que están contentas y no piden nada; quitado éste, ladra la una y la otra. Está también el hombre, cuando está sin esta consolación como un hombre muerto, que todos sus miembros están sin fuerza y movimiento, desatados, y que cada uno se cae por su parte, porque le faltala vida que unía y vivificaba, daba vida y movimiento y consistencia a todos los miembros. Pues, lo que es el alma en el cuerpo, eso es la gracia de la devoción en el ánima; y así entonces cae el hombre en la cuenta de lo que tiene de sí y de lo que tiene de Dios, y cuál sea el corazón de él. Ahora es tiempo de examinarse y conocer lo que en sí tiene, lo cual es al hombre muy necesario.

A este propósito trae Casiano en la colación 4, c. 6, aquello de David: «Non me derelinquas usquequaque», declara el «usquequaque», ad nimietatem.- No os pido, Señor, que no me desampares, que bien veo esto serme necesario, porque «bonum mihi quia humiliasti me»; pero pídoos, Señor, que no me desamparéis de modo que caiga de vuestra gracia, como cuando dije «in abundantia mea: Non movebor in aeternum. Avertisti a me manum tuam et factus sum conturbatus».

9. Acabemos: ¿qué hemos de hacer al tiempo de este desamparo? Lo que dice nuestro Padre en esta regla 22; insistir en las verdaderas y sólidas virtudes, ahora sea con muchas visitaciones espirituales, ahora con menos, procurando ir siempre adelante; como se dice Ecclesiastici, 2: «Ne festines in tempore obductionis» cuando el cielo se cubriere de nubes, que aquello es propiamente «obducere», no te des priesa, no hagas mudanza, no te acores; estáte quedo en lo que antes estabas; persevera en los mismos ejercicios que antes, como dice nuestro Padre en la regla de discreción de espíritus de las primeras, que en el tiempo de la desolación no ha de mudar el hombre sus propósitos, antes aumentar los ejercicios: tener más oración, examinarse más y tomar alguna extraordinaria penitencia, como dijo David: «Factus sum sicut uter in pruina; justificationes tuas non sum oblitus»: No he dejado mis ordinarios ejercicios; no he faltado en mi tarea, antes la doblaba para quitar las culpas con que he merecido este vuestro castigo.




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Plática 27

De las ilusiones y engaños que suelen acontecer a los que oran. Sobre la regla 22


1. Tratamos en la plática pasada de los diversos estados de las almas, y del modo cómo nos habemos de haber en ellos. Unas veces está el alma alegre con la presencia de Dios; otras veces triste. Unas veces está en paz: los enemigos de casa están callando; los de fuera ladran de lejos: no tiene quien le haga guerra; todo es consuelo, todo es esperanza; no ladran las pasiones; tienen las bocas tapadas. Cuando le falta la presencia de Dios, es tiempo de adversidad. En el tiempo de la prosperidad debemos prepararnos para el tiempo de la tribulación y tentación. Cuando se levantan los enemigos y nos dan guerra; atrévense nos como a gente de capa caída, gente pobre y desamparada; este tiempo es provechoso, aunque muy amargo y dificultoso. Descúbrese en él quién sois vos; lo que tenéis en vuestro corazón; lo que tenéis de vos y lo que tenéis de Dios. «Qui non est tentatus quid scit?»; Entonces echáis de ver si sois fiel a Dios, si le servís de todo corazón, sin interese y sólo por su amor. En la tribulación hace Nuestro Señor que el hombre no se descuide, que ande siempre la barba sobre el hombro, viéndose cercado de enemigos; no se meta falsa seguridad, como suele acontecer en el tiempo de la prosperidad, lo cual es muy peligroso; porque, como dice Casiano en la colación 4 en el c. 6, muchos que no cayeron en el tiempo de la tribulación y tentación cayeron en la paz. Es también este tiempo, de probación: «Probavit eos et invenit eos dignos se»: Probólos el Señor y hallólos fieles; gente que le servía de todo corazón; gente digna de su servicio.

Aquellos enemigos Amorreos y Jebuseos dejólos Dios a su pueblo, y da la razón, Jud. 3 «ut erudiret in eis Israelem; ut... haberent consuetudinem pugnandi... et experiretur utrum servarent praecepta quae mandavit illis Moyses». Por tres cosas no quiso dejarlos sin enemigos: para enseñarles mediante ellos, porque la letra con sangre entra. Lo otro, por que no se hiciesen descuidados, no perdiesen el uso de las armas y se estuviesen cada uno debajo de su higuera con falsa seguridad, lo cual en ninguna manera convenía, sino que estuviesen siempre alerta; está el enemigo a las puertas; no conviene descuidarnos. Lo tercero, para ver si guardaban la ley de Dios, sin que por ningún trabajo la quebrantasen.

2. Está el hombre entre el cielo y infierno, entre ángeles y demonios, y el hombre es despojo de los unos y de los otros. Cada uno procura atraerlo a sí y hacerlo de su bando. Los ángeles para llevarlo al ciclo, donde ellos están gozando de Nuestro Señor. Los demonios para llevarlos al infierno, a arder en aquel fuego, donde ellos arden «qui praeparatus est diabolo et angelis eius». Los ángeles tienen cuidado de nosotros: «Omnes sunt administratorii spiritus propter eos qui haereditatem capiunt salutis», como dice San Pablo. Todos van ayudando a los escogidos, para llevarlos a gozar de aquella su herencia que ellos gozan. «Angelis suis mandavit de te ut custodiant te in omnibus viis tuis». El demonio, con la envidia que tiene del hombre y odio contra Dios, quiere vengarse, haciendo a los hombres caer. Y yo tengo para mí que muchos enormes pecados que han hecho los hombres son invención del demonio por hacer burla de la naturaleza humana, y así vengarse de Dios en ellos. «Superbia eorum qui te oderunt ascendit semper». Ps. 74. Los ángeles traen paz y quietud de conciencia, gozo y alegría. El demonio, perturbación, amargura y melancolía: finalmente, como él es.

Hermes, hermano del Papa Pío I, en un libro suyo que antiguamente fue de mucha autoridad que se llamaba «Visio pastoris», que dice San Jerónimo que le leían antiguamente en las iglesias y en el Concilio Niceno, se hace mención de él, aunque ahora ya está reprobado, porque los herejes lo han adulterado -decía, como refiere Casiano en el cap. 13 de la colación 8, que, así como Dios dio un ángel a cada uno en naciendo, para que le sea ayuda para el bien, así Lucifer señala un demonio para que le tiente. De aquí viene que, aunque hay tentaciones que nacen de nuestro propio espíritu y de nuestra carne y concupiscencia, como dice Santiago: «Unusquisque tentatur a concupiscentia sua»; pero, con todo eso, por antonomasia se llama el demonio tentador: «Acceedens tentator dixit ei». «Venit tentator». Este enemigo se ayuda de nuestros enemigos interiores. Con ellos se arma para hacernos la guerra. Dél dijo San Pablo: «Non est nobis colluctatio adversus carnem et sanguinem, sed adversus principes et potestates tenebrarum harum; adversus mundi rectores»: No es nuestra batalla, con la carne y sangre, aunque esos son enemigos enojosos por estar dentro de casa. Contra otros más poderosos, «adversus principes»: príncipes los llama, porque son de aquellos que cayeron del cielo, aunque ya son príncipes de las tinieblas: «rectores de este mundo», porque éste es su reino. Pues contra este tan poderoso rey es nuestra pelea. Estad firmes, como dice San Pedro. Resistidle; no os dejéis vencer; vivid con cuidado; mirad que anda de una parte a otra como letón rabioso, por ver si halla a quien tragar; por ver si puede apartaros del servicio de Dios y haceros de su bando. Así lo dijo Cristo Nuestro Señor, que aquella semilla que cayó en el camino estaba descubierta y vinieron las aves y se la comieron: «Venit diabolus et tollit verbum de cordibus eorum». Si no vivís con cuidado vendrá este tentador, este enemigo jurado del linaje humano, y os quitará el propósito vuestro y vuestro buen deseo de servir a Nuestro Señor. Tiene este enemigo sus ejércitos repartidos; sus coronelías y tercios; unos para que tienten de envidia; otros, de soberbia; otros, de gula; y así otros. Y San Martín se quejaba que un género de demonios le daba mucha guerra: Cristo Nuestro Señor le dijo: «Hoc genus daemoniorum in nullo alio expelli potest, nisi in oratione et ieiunio»: Este género, dice, suponiendo que hay linajes y otras cuadrillas de ellos. De dos maneras nos hace guerra este enemigo; de dos maneras nos tienta. Unas veces al descubierto, y a la clara; otras disimuladamente y al encubierto. De la primera manera tienta lo más ordinario a gente imperfecta, gente grosera. A ésta claramente le persuade el mal, como dice nuestro Padre en la (primera anotación y) en la primera regla de discreción de espíritus de las primeras; aunque también suele tentar de esta manera a gente aventajada que está muy adelante, como lo veremos mañana; que al mismo Santo de los Santos se atreve a tentar, ¡y qué tentación!, sino de blasfemia, que es la postrera de todas. Sobre lo cual dice un Santo que no se debe nadie afrentar ni airarse porque le vengan semejantes tentaciones. ¿De qué se espanta un hombre nacido en pecado, y quizá criado en pecado de que le vengan estas tentaciones, pues al mismo Santo de los santos le vinieron?

3. El remedio contra estas tentaciones, dice nuestro Padre, es mostrarle rostro al enemigo; no mostrarse cobarde, porque no hay cosa con que él más se embravezca y cobre brío contra nosotros, como con esto. Así dice Efrén, grande amigo de San Basilio, elocuentísimo varón, que aunque escribió poco, pero en eso se echa de ver la elocuencia que Dios le dio. Dice, pues: «Noli assuesscere inferior esse in bello», que quien a sus enemigos popa, a sus manos muere. Persevera a los principios. Nuestro Padre, regla 12 de las primeras, pone una comparación muy buena. Dice que es el demonio como una mujer en la flaqueza. Así como ésta, si tiene un marido de buena condición demasiadamente, y muy paciente y manso, ella suele cobrar (tanto) brío hasta venir a echarle de casa; pero si le muestra rostro y no le deja salir con la suya, no se atreve a hablar palabra; «itidem, dice nuestro Padre, consuescit daemon animo et robore plane destitui quoties spiritualem athletam corde imperterrito ac fronte ardua tentationibus videt reluctare; si autem trepidet ad primos impetus sustinendos et quasi animum despondeat, nulla est bestia super terram inimico illo tunc effertior, acrior et pertinacior in hominem». ¡Qué tres nombres le puso! No pudo decir más con que declarar la rabia y pertinaia con que, sin cansarse, hace la guerra al que no le hace resistencia. Sois cobarde; maniataisos; daisle entrada; él os perseguirá.

San Esmaragdo, abad, (Gemma animae), cuenta una visión, que es bien que la sepamos: que un día vio un religioso dos demonios que estaban en el convento hablando, y preguntó el uno al otro qué hacía allí. Respondió: Hanme encargado tentar a un monje. Pues a mí dijo, me han encargado otro. Preguntó el uno: pues ¿cómo os va a vos con ese vuestro monje? Muy mal, dijo el otro, que no me deja hacer hacienda; en ofreciéndole el pensamiento, luego se pone de rodillas, hace oración, vase al Sacramento, descúbrese a su confesor; con esto no hay remedio de hacerlo caer. Dijo el otro: Pues a mí me han encargado otro muy de propósito, flojito, flojito: ofreciéndole el pensamiento, estáse quedo, sentado muy de propósito; vale entrando poco a poco, y, cuando acuerda, ya le tengo maniatado, y bebida la ponzoña; no se me puede escabullir. De manera que el remedio es, luego, al principio: resistir, quebrarle la cabeza al demonio como dice Casiano, libro VI, trayendo aquello: Ipsa conteret caput tuum: la cabeza es el principio de la tentación; ésta habemos de procurar quebrar, deshacerla; luego se dará por vencido y no quedará rastro de la tentación. Esto nos dice nuestro Padre en la regla 22: que sepamos los medios para vencer al enemigo; y aunque él no lo dio allí, diolo en el lugar dicho que es el que aquí habemos puesto.

4. Otras tentaciones hay no tan claras: con engaños, contraminas y encubiertas que el demonio nos hace: son propiamente ilusiones, burla que hace el demonio de nosotros. ¿Qué es engaño? ¿Tomáis, una cosa por otra? Eso es engaño. Isaac, entendiendo que bendecía a Esaú, bendijo a Jacob; fue engañado tornando a el uno por el otro. Pues así: engaño es cuando pensáis que es puro espíritu y es un pedazo de carne que la podéis cortar con un cuchillo; pensáis que es espíritu de Dios y es espíritu propio. Por esto dice San Pablo ad Ephesios (capítulo 6.º), que nos armemos adversus insidias diaboli, etc., contra spiritualia nequitiae; porque, aunque la carne y el espíritu propio nos suelen engañar muchas veces; pero, lo más ordinario, estos engaños vienen por parte del demonio y así dice spiritualia nequitiae, que es una maldad con astucia Y una astucia maliciosa, como lo dijo en otra parte: Transfigúrase Satanás en ángel de luz. Piensa el hombre que es luz lo que es tinieblas; y ésta es la más peligrosa tentación, porque es enfermedad no conocida y, por tanto, difícil de curar. Que un hombre de bien que tiene sangre en el ojo, que no hará un pecado venial a sabiendas por cuanto hay en el mundo, cuánto más un pecado mortal, claro está que no se dejará vencer de una tentación que viene a la clara. Pero de estotra manera, a cada paso los hallamos engañados y enlazados por mucho tiempo; y lo que peor es que, cuando vienen a caer en la cuenta, están tan aferrados y metidos en la tentación y tienen ya tantas prendas en aquella cosa de que han sido engañados y tan aficionada la voluntad a ello, que no hay volver atrás; porque la vergüenza y el amor que a aquello tienen, les es grande impedimento. Por esto es menester, al principio, escudriñar y examinar los espíritus: si es espíritu de Dios o es espíritu propio. Es grande la sutileza del demonio; condesciende al principio con vos; entra con la vuestra y sale con la suya; entra como beato fingiendo santidad; si os ve inclinado a penitencia, déjaos hacerla e incítaos a más para engañaros, o espantaros o traeros en altivez; si os ve devoto, procura engañaros con devociones indiscretas; esto cada día lo vemos: gente que ha salido de la Compañía y han dado otras caídas, por devociones indiscretas; otros se han hecho inútiles; porque, a mucha prisa, mucho vagar, suelo yo decir; y es una gran verdad, no dudes de ello; podrías, hermano mío, servir a Dios muchos días y con estas tus indiscreciones, no estáis para otra cosa sino para dar en qué entender en casa y ser cargoso. Suele también, ya que no puede engañaros por otra vía, poner dificultades con que apartaros del bien que solíamos hacer, espantándonos de esta manera. Así que su fin es siempre mal; siempre mira al mal; porque pretende hacernos caer del todo: que no hagamos tanto bien como pudiéramos, y eso ya veis que tiene razón de mal, o estorbarnos que no hagamos el bien que pudiéramos hacer.

5. Las maneras con que el demonio engaña son infinitas. Allá dice la Filosofía que acertar el medio, de una manera se hace; pero apartarse de él, no tiene cuenta con cuántos medios se puede hacer, son infinitos. Pues así, las maneras con que el demonio nos aparta del bien son sin cuento; usa de mil engaños y astucias; pero, con todo eso, el más principal de todos es un engreimiento y presunción interior, como lo dice Casiano, libro 9 de institutis coenobiorum; no hay engaño donde no hay presunción y dureza de juicio. Nuestro Padre Ignacio temía grandemente este engreimiento y ufanía en gente espiritual: hombres con raptos, dados a devociones y trato espiritual, que suele parecérseles que no hay quien entienda de aquello, sino ellos; el Padre Fulano no se le entiende de esto. Y de esta manera, debajo de capa de Dios, están llenos de espíritu propio y de mil engaños del demonio, gobernándose por sus sentimientos y juicio propio. Por esto nuestro Padre Ignacio, en la primera parte, capítulo 3.º, pone por impedimento para ser de la Compañía primeramente indiscretas devociones que suelen ser causa ut aliquis in illusiones, et non exigui momenti errores incidat; luego, pónese por otro impedimento: notabilis in propio sensu obduratio quae omnibus congregationibus multum solet facessere negotii; gente pegada a su parecer y de duro juicio, enseñados a gobernarse por su propio sentir, siempre dan en qué entender a las Congregaciones.

Desde el principio de la Iglesia, desde que Cristo Nuestro Señor la fundó y los Apóstoles predicaron la fe, siempre la ha hecho guerra gente amiga de su propio parecer; que aquellos nósticos, contra quien escribió San Pablo, de esta gente era; gente alumbrada que comenzaban por bien, por principio de mortificación y penitencia y acababan en carne. Luego se siguieron los montanistas, gente ilusa; luego, Eustacio, que al principio fue hombre de bien, y San Basilio dice de él muchas cosas, y después vino a ser engañado, cuyos discípulos dieron en aquellos yerros que vimos condenados del Concilio gangrense: andaban quitando las mujeres de sus maridos y andaba la cosa tan revuelta, que fue menester juntarse para su remedio el dicho Concilio que está ahí en la distinción 32. Luego vinieron Masilianos, una gente que entendía que todos sus sentimientos eran de Dios, como los alumbrados de nuestros tiempos. De esta manera hace guerra encubierta el demonio a la Iglesia con gente amiga de su juicio. De esta manera ha venido a derrocar gente de muchos años en el servicio de Dios Nuestro Señor. Casiano cuenta de uno que, al cabo de cincuenta años, vino a desesperar. De otro dice que se vino a hacer judío, engañado de su presunción, pareciéndole que todos sus sentimientos eran de Dios. Y ese Sávonarola, que, aunque algunos pongan en duda su negocio, pero más cierto es lo que juzgó el Papa de él; y así, del fin podemos entender que no eran sentimientos de Dios los que él predicaba por tales, diciendo a voces en el púlpito: Domine, si ego erro, tu me facis errare; porque le parecía a él que aquella fuerza que sentía interiormente era espíritu de Dios, siendo pertinacia en su propio parecer. También lo vemos en estos herejes Aanabatistas, que los veréis morir cada día, sacándoles el corazón por las espaldas y la lengua por el colodrillo, perseguidos de todos, y mueren riéndose; y la razón es, porque es gente elevada, gente embobecida, gente que afirma en su propio juicio; y así, so capa de virtud, los tiene el demonio poseídos como a siervos, haciendo con ellos guerra sangrienta a la Iglesia de Dios.

6. Por esto, pues, nadie fíe de su propio sentir: Nolite omni spiritui credere. San Juan en su primera canónica, capítulo 34: probate spiritus; examinemos nuestros sentimientos; probémoslos; veamos si son de Dios. San Pablo ad Thesalonicenses, hablando de algunos que tenían espíritu de profecía y revelaciones dice: Omnia probate; quod bonum est tenete; examinadlo todo, no condenéis o reprobéis a carga cerrada: quod bonum est tenete. Y de Cristo Nuestro Señor tenemos un lugar que refiere Casiano, que, aunque no se halla en el Evangelio, tiénese por tradición como lo de San Pablo, Beatitis est dare quam accipere. Dice, pues: estote probabiles nummularii, trapecitae: sed como aquellos que están puestos en las plazas para examinar la moneda; mirad si es buen metal, si es adulterino; mirad el peso, si le falta algo. Así el hombre espiritual ha de examinar su espíritu si es verdadero; y lo prueba si es luz o es claridad, querer el hombre que se manifiesten sus cosas. San Pablo ad Ephesios: Omne quod manifestatur lumen est, quae non manifestantur, a lumine arguuntur; señal cierta es que vuestro espíritu es de Dios querer ser examinado y descubierto vuestro corazón; y al contrario ¿huís de manifestaros?, ¿andaisos escondiendo? No es espíritu bueno. Casiano, libro 4.º, capítulo 9.º: Generale namque (dice) et evidens indicium diabolicae cogitationis pronuntiant si cum seniori confundamur aperire: regla general que no tiene excepción, evidente indicio de ser espíritu malo y ilusión del demonio, cuando lo anda guardando y no la quiere manifestar; y en la 2.ª colación, de discretione, prosigue lo mismo a la larga. Y nuestro Padre Ignacio, regla 13 de las primeras, dice que el demonio en ninguna manera querría que sus engaños fuesen manifestados al Maestro espiritual, porque qui male agit odit lucem, ut non arguantur opera eius: es costumbre suya quererlo haber a solas, y siendo manifestado, luego pierde el brío y se da por vencido. Casiano refiere en la 2.ª colación, en el capítulo 11, del abad Serapión, donde él cuenta de sí mismo que siendo muchacho estando debajo de la disciplina del abad Teonas era acosado de una tentación de gula; y así, después de haber comido allá a la tarde aquellos dos paximacios que eran doce onzas de pan con algunas hierbas y, si alcanzaban, algún poquillo de aceite, escondía yo en el seno otro panecillo de aquellos para comérmelo después a mis solas; y aunque me daba más pena el remordimiento de la conciencia después de haberlo comido que gusto cuando lo comía, pero con todo eso, otro día hacía otro tanto, no pudiéndome librar de aquel enemigo que estaba tan apoderado de mí. Acaeció un día que, viniendo muchos monjes, el abad Teonas por su edificación, tratando después de mesa del vicio de la gula, y cómo esta tentación se vencía manifestándola, entendí yo que lo decía por mí y comencé a llorar y suspirar; hinquéme de rodillas, saqué el pan del seno delante de todos, confesé mi pecado pidiendo penitencia. Entonces me dijo el santo viejo: Confide, puer: absolvit te a caplivitate, etiam me tacente confessio tua, victorem namque adversarium tuum hodie triunphasti, validius eum tua confessione elidens, quam ipse fueras ab eo tua taciturnitate deiectus. No había acabado de decir esto, cuando de mi seno salió una grande llamarada que llenó toda la celda de pestilencial hedor. Entonces dijo el abad Teonas: Ves aquí, hijo, en señal que aquesa tentación se ha vencido con tu confesión, el demonio que te tenía asido ya te deja libre.- De manera que éste es el remedio para vencer estas tentaciones: esta luz, este examen, conformando nuestro sentir al público magisterio de la Iglesia que Dios nos ha dado. Esta luz es Dios, y la razón humana es luz y la Sagrada Escritura es luz, que no se contradicen entre sí; bien puede ser que la fe sobrepuje a la razón, pero no contradice. San Buenaventura, en el séptimo proceso, avisa que, si tuvieres alguna ilustración particular, no la encubras al magisterio que Dios tiene en la Iglesia; no te contentes que no contradiga a la Sagrada Escritura, sino también que sea conforme al juicio de tus Superiores, a quien Dios te ha dado para que te enderecen y a quien quiere que acudas. A Samuel no habló Dios, como dice Casiano, colación 2.ª de discret., capítulo 14, hasta que recurrió al sacerdote Helí, aunque era sacerdote ya reprobado porque era regalón con sus hijos. A San Pablo, dice él mismo, capítulo 15, le envió a Ananías; y, después fue a conferir con los Apóstoles, con aquellas columnas de la Iglesia, el evangelio que predicaba: ne forte in vanum currerem aut cucurrissem. Con este orden mantiene Dios a su Iglesia; gobernando a los hombres por hombres; y ésta es la jerarquía eclesiástica, ésta es la enseñanza y público magisterio.

7. Nuestro Padre nos da otro remedio para descubrir estos engaños y encubiertas del demonio. ¿Queréis saber si ese vuestro sentimiento es de Dios o del demonio? Miradle al fin, miradle en lo que va a parar; miradle la cola, que, no sin misterio, cuando pintan al demonio, aunque le pongan hábito de monje; pero miradle a la cola, miradle a los pies, que, como se dice en el Concilio Niceno, las imágenes son libros para los que las ven. Pues esto nos quiere enseñar: que no miremos los principios que os engañaréis: miradle la cola serpentina, como dice nuestro Padre, porque también sabe él persuadirnos obras que parecen caridad y penitencia: veréis cómo va a parar a amor propio y a amargura y remordimiento de conciencia; y si vos no os queréis cegar, no nos dejó Dios sin testimonio interior de nuestra conciencia si la queremos oír; mas vamos embebecidos tras nuestro parecer sin mirar al fin que va a parar todo, sin mirar al dejo de aquella bebida, sino contentándonos con la apariencia que el vaso tiene de fuera; y así nosotros mismos queremos ser engañados.

Otro remedio tenemos de nuestro Padre, aunque él no lo escribió, pero escribiólo el que dos años antes de su muerte escribió sus cosas; y es, que no midamos el aprovechamiento y el fruto de la oración por cosas exteriores, sentimientos y raptos. Hablándole a nuestro Padre un religioso de cierta persona que en aquel tiempo era señalada en Italia en estos raptos, le dijo: Padre mío: por estas cosas no se mide bien la santidad, que en esto exterior tiene el demonio mucho poder y nos puede engañar fácilmente. Pues ¿cuál ha de ser la señal del aprovechamiento verdadero? Lo que nuestro Padre dice en la regla 15 y 16; mirad si de la oración sacáis el vencimiento de vuestras pasiones y ánimo para ejercitaros en los medios con que ellas se vencen; para ejercitaros en la verdadera humildad; mirad si os hace más diligentes para buscar la perfección en la guarda perfecta de nuestras Reglas; mirad si os ejercitáis en las verdaderas y sólidas virtudes, por las cuales entendió nuestro Padre virtudes ganadas con perfecta mortificación y vencimiento de los contrarios: perfecta humildad, paciencia, desprecio del mundo, deseo de la Cruz de Cristo; éstas llamó él virtudes macizas: si a eso os lleva la oración, bueno vais; pero si solamente os lleva a un embobecimiento (que así lo quiero llamar) y aun suspensión, no hacéis nada; aunque andéis colgado de los hilos del sol, ningún fruto sacáis de la oración; ni esto es de Dios, sino melancolía vuestra y poco entendimiento vuestro, que esa suspensión suele acaecer por falta de él. Y también puede ser cosa natural, que Plotino tuvo raptos y Arquímedes; y también los tenía una mora de Valencia en pensar en Mahoma; y después de bautizada (que ha poco), no tuvo más raptos: y esto me contó el P. Jerónimo Doménech. Así que, cuando no hacéis hacienda con esa vuestra oración; cuando os andáis mano sobre mano, no es espíritu de Dios. Ése es espíritu de Dios, es espíritu real; hacer y obrar como decimos. Espíritu encubierto, espíritu que os desune de vuestro Superior, espíritu que os lleva a quebrantar las Reglas, no es buen espíritu; virtudes no amoldadas a vuestro Instituto, no son para vos; virtudes quiere Dios en nosotros, pero ¿cuáles? Ut nihil perfectionis quod divina gratia consequi possimus, in absoluta omnium Constitutionum observatione, nostrique Instituti peculiari ratione adimplenda, praetermittamus. Obediencia, como la enseña la Compañía; humildad, como la quiere la Compañía; pobreza, como la llama la Compañía; modo religioso de la Compañía, pide virtudes amoldadas al instituto de la Compañía. Cuando de la oración sacáis este fruto, buen espíritu es, aunque andéis a secas; mas cuando es una devocioncica sensible, poco fruto es ése, es fruto de sartén; no pasa adelante; acábase a la prueba; es la guarda de vuestras reglas, la recta intención. Ésta es la devoción de que habla esta nuestra regla 22, que es prontitud de ánimo para buscar mi perfección, la que Dios me ha puesto en las manos en esta Religión donde me ha llamado; esta (es) doctrina verdadera y real; doctrina de nuestro Padre Ignacio; con ella habemos de calificar nuestro Padre Ignacio; con ella habremos de calificar nuestro aprovechamiento, no por otras reglas falsas y sujetas a engaño. Plega a Nuestro Señor de darnos este espíritu y que nos sepamos aprovechar de este medio tan fértil que Dios nos ha dado en la Compañía.



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