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Plática 28

Del examen general


17 febrero


1. Habemos ido hablando hasta aquí del trato espiritual y caudal de la Compañía; de la abnegación y mortificación propia y de la oración. Réstanos ahora hablar del examen, que es otro medio que tenemos de la purificación del alma y aprovechamiento nuestro.

El año pasado dije muchas cosas del examen, tratando de él en orden a la confesión; ahora habemos de tratar de él como medio para la oración. Dije que, no sólo los santos y maestros espirituales tienen en mucho este remedio para la perfección, pero también los filósofos gentiles por las virtudes que ellos buscaban; así se pone entre las condiciones del hombre bueno y sabio, que se examina tres veces antes de irse a acostar en los versos de Filolao pitagórico: quo praetergressus, quid feci, quidve utile omisi; alegrándose de lo bueno y pesándole de lo malo; que, si dijera pedir perdón a Dios, no le faltara nada para hablar como cristiano. Y nuestro Padre Ignacio hizo casi más caso del examen que de la oración; y así sabemos que a sus compañeros los entretuvo mucho con los exámenes y frecuencia de sacramentos; y en las Reglas primeras que vinieron por acá, no hacían mención de otro medio que el del examen general en los Ejercicios, y confesiones y comuniones, pareciéndole que, si esto se hacía bien, bastaba para ejercicios de perfección.

El título que tiene de examen en los Ejercicios es Examen general ad purgationem animae et ad peccatorum confessionem utilissimum. El primer fin a que se endereza es a la purificación del alma, aunque también ayuda para la confesión. Es el hombre de la Compañía cirujano que anda siempre con medicinas en la mano, curando llagas; ha menester tener tienta para conocer dónde está la llaga y hasta dónde llega, y esto es el examen.

2. No es dificultoso, ver la importancia del examen; porque examinar sus obras es propio del hombre que usa de razón y tiene dominio de sus obras por la libertad, y así tiene tribunal y mero y mixto imperio; es juez de sus obras, y no puede dar sentencia sin conocer la causa. Pues, para conocerla es menester examinar su corazón, ser guardián de su alma, ser casero y saber lo que pasa dentro de sí. Por esto la Escritura nos encarga tanto la guarda del corazón y el atender a nosotros mismos, como lo dice, Deuteronomio 15 y Proverbios c. 4: Omni custodia serva cor tuum quoniam ex ipso vita procedit: Guarda la metáfora de la vida corporal, la cual procede del corazón, de donde salen los espíritus vitales y se comunican por las arterias y pulsos; por lo cual por ellos se conoce su disposición del hombre; y por conservar cosa de tanta importancia, allí se pone todo el cuidado, si se teme que la enfermedad es ponzoñosa, por que no llegue la ponzoña al corazón; allí son las pítimas y preservativos. De la misma manera, dice el Espíritu Santo: Vela sobre tu corazón con todo cuidado y diligencia, porque de ahí depende la vida, de ahí depende el concierto de todo lo demás. Cuando el corazón está bien concertado y bien gobernado, de ahí sale la vida bien concertada y bien gobernada. Del corazón salen los espíritus vitales que dan vida y espíritu a nuestras obras. Y al contrario, del corazón mal gobernado y desconcertado salen todos los pecados. Si no, preguntadlo a Nuestro Señor: Ex corde exeunt cogitationes pravae, homicidia, adulteria, fornicationes, blasphemiae. Por esto, pues, es de grandísima importancia el entrar dentro de sí y ver lo que pasa por su corazón, como se hace por el examen. Tenemos para esto un lugar admirable de la 1.ª Epístola de San Clemente, tan célebre en toda la antigüedad. Refiriendo, pues, este Santo la doctrina que San Pedro dio a los fieles ya cuando iba a la pasión suya, dice así: «Instruebat actus suae vitae omni hora custodire et in omni loco Deum respicere firmiter, scire cogitaciones malas cordi suo advenientes, mox ad Christum allidere et sacerdotibus Dei manifestare». De andar dentro de sí examinando sus obras, nace el mirar a Dios en todo lugar y tiempo, y de aquí el saber el pensamiento que pasa por su alma, y en las dudas que se ofrecen o en lo malo que se hace, saber acudir al sacerdote de Dios por remedio. Esta doctrina dio el Apóstol va cercano a su pasión, para que mejor fuese recibida. Ésta también hemos de enseñar nosotros y aprovecharnos de ella. San Basilio en la homilía de institutione monachi, dice: Para guarda de lo que tengo dicho y remate de todo: «Completo iam die, omni opere, cum corporis tum spiritus etiam absoluto, praeclare fiat, si diligenter unusquisque antea quam cubitum eat, cum animo suo conscientiam suam exquirat; ac quid quis vel cogitaverit vel locutus fuerit corum quae non decet; vel inter orandum minus attentus, aut si in psalmorum decantatione taedio anxius fuerit, aut communis vitae desiderio senserit titillatum; admissum a te delictum nullo modo occultum teneto, sed in medio audientibus cunctis enuntiato, ut per communem orationem sanctorum, morbus illius qui in huiusmodi malum inciderit sanetur». No se criaban en aquel tiempo tan honradicos como ahora, que así lo quiero decir; que no sé qué asombros o espantos os tenéis de decir lo que pasa en vuestro corazón. Aquí dice San Basilio que públicamente confiesen sus culpas; como también los que salían fuera daban cuenta de todos los pensamientos que habían tenido y de las palabras que habían hablado: qué habían visto, y de todo lo demás, bueno y malo. Y de aquí creo yo que se tomaron las proclamaciones que se hacen en los capítulos de culpas en las Religiones, donde unos dicen las faltas de los otros y cada uno dice las suyas. Y aunque esto ya es gran parte de ceremonia, pero, en fin, el espíritu y vida de esto de allí se tomó, como todas las demás cosas se tomaron de San Basilio, que fue el primero que puso en orden y regla la vida religiosa. San Agustín dice: No hay mejor cosa que pensar en sí mismo «se ipsum discernere, se ipsum discutere, se ipsum discere, se ipsum quaerere, se ipsunt invenire»: Y ¿puede haber más «se ipsum»? Esto, pues, es examinarse el hombre, ver lo que hay en su corazón, sacarlo a la luz, examinando a Jerusalén con candelas, no a oscuras, no en tinieblas: no encubrirlas, sino sacarlas a plaza para que sean remediadas.

3. Pero sólo San Bernardo nos basta, el cual dice al fin de ese tratado: De interiore domo:«Disce tibi praeesse; vitam tuam ordinare; mores tuos exponere, temetipsum accusare, nunquam excusare, saepe condemnare, nunquam impunitum dimittere». Ponte delante de ti mismo, aprende a mandar, pues Dios te dio poder sobre ti mismo; y en haciéndola, pagar la cuenta con pago. Dice «saepe condemnare», porque no siempre ha hecho el hombre mal. Y aconseja San Bernardo, para hacer bien el examen, que tengas tus obras concertadas, distribuida tu vida: «tal cosa a tal hora y tal a tal», con aquesto toparás fácilmente con las faltas tuyas cuando te vas a examinar. Esta doctrina nos ha enseñado como cosa de grandísima importancia para conservar el buen orden y concierto de nuestro corazón, que es muy fácil de desconcertarse. Es como un relojito de ruedas pequeñitas, que tiene tantos argadijos, que fácilmente se desconciertan; y así es menester andar cada momento concertándole. Así, el concierto de nuestro corazón depende de tantas cosas, que, a vuelta de cabeza, se pierde todo el calor que habéis cobrado en la oración; por lo cual es menester andar caseros, vivir con nosotros, para conservarlo con calor y devoción. No hay casa pajiza que tantas goteras tenga, ni casa de suelo terrizo en que tanta basura se haga, como en nuestro corazón. Vemos una casa terriza, sin que nadie entre en ella de solamente la tierra que se levanta del suelo, aunque la barráis mañana y tarde, sacaréis mucha basura. Así, siendo nuestro corazón terrizo, tenemos necesidad de barrerlo y limpiarlo muchas veces. Así lo decía David: «Meditabar in nocte cum corde meo et exercitabar et scopebam spiritum meum». Entraba en lo profundo de mi corazón, allí en lo hondo; que así se ha de hacer; escudriñaba y limpiaba mi corazón. Y realmente, Padres y Hermanos, gran parte es de la filosofía cristiana el saber examinarse. Mucho sabe quien se sabe conocer; y esta ciencia ¿por dónde se saca, sino por los exámenes? Allá decís, y decís una gran verdad, que el conocimiento de la sustancia de la cosa se alcanza por sus obras. Por ellas conocéis las facultades y potencias que en ella hay, y así venís a rastrear la naturaleza y sustancia que no podéis ver; por lo cual quien conoce estos efectos y facultades decís que tiene ciencia de aquella cosa. Así vos: examinad y conoced vuestras obras interiores, y de esa manera conoceréis lo que sois, y tendréis ciencia de vos, que de otra manera no la podréis tener.

4. ¿Qué más? Por aquí se alcanza el conocimiento de Dios Nuestro Señor, como dice Hugo, 1.3, c. 6. De anima. No es idóneo para conocer a Dios el que a sí mismo no se conoce. En nosotros, habemos de conocer a Él y a sus atributos: su bondad y su misericordia y justicia. Éste es el libro mejor que podemos tener para alcanzar esta ciencia. Pero no sólo esto; a los otros hemos de conocer por lo que en nosotros vemos, como dice San Benito; y así, quien se sabe curar a sí, sabe curar de la misma manera a los demás, porque todos tenemos las mismas inclinaciones, cuál más, cuál menos, que todos sabemos a la pega: lo que me aprovecha a mí esto aprovechará al otro: es la maestría en gobernar las almas que a nosotros nos es tan necesaria. Habemos siempre de andar con la trementina, medicinas y tienta en las manos para curar a los otros; y así, es muy necesaria esta ciencia experimental que por este medio se alcanza. Hay algunos médicos que con sólo tomar el pulso, o mirar el rostro, o de otro cualquier accidente, dicen luego: Esta enfermedad tiene. Son buenos médicos y prácticos. Así, el hombre espiritual, hombre interior, de sólo ver (el) mirar con los ojos, de oír el hablar, le penetra su corazón e inclinaciones y hace anatomía de todo. Pues esta dignísima ciencia se alcanza por el examen; dignísima por el sujeto y dignísima por sus efectos. Aquí se alcanza la ciencia particular, no ciencia universal; que ésa es de poco provecho en esta materia.

Demás de esto, hay algunas medicinas que los médicos llaman locales; y para que hagan provecho, se han de aplicar en tal parte y no en otra. Y saber discernir estos lugares es parte muy principal del arte. Pues así, hay medicinas espirituales que se han de aplicar en tal parte, donde está la llaga, y no en otra; y el acertar esto es acertar la cura. Pues esta ciencia viene a alcanzar el hombre por el ejercicio de examinarse y conocerse.

5. ¿Qué otra cosa se saca del examen? Nuestro Padre decía una confesión suya humilde: que errando acertaba. Yo me holgaría, decía, de acertar una cosa después de haberla errado tres veces. Confusión nuestra, que sin tener experiencia de nada, luego damos nuestra alcaldada en cualquier negocio.

Pues ¿queréis saber cómo acertaréis? Hicisteis una cosa; no os salió bien: en el examen lo echaréis de ver para enmendarlo otra vez. En tal parte, comencé a errar; en tal consercación, falté en esto; y así escarmentáis, en cabeza propia. Y así, nuestro Padre, no sólo para el trato interior nos encarga mucho el examen, sino también para todos los ministerios de la Compañía. Así dice, 4.ª parte, capítulo 8: ¿Sois confesor? Mirad vuestros yerros: si fuisteis demasiado curiosos; si preguntasteis demasiado, si no desenvolvisteis bien la conciencia del penitente. Particularmente encarga esto a los principios, para que, si comenzasteis errando, no prosigáis así toda la vida; antes errando acertéis, procurando enmendar lo que halláis haber faltado. Al predicador dice lo mismo. Al Prepósito, al Rector, al Provincial, al estudiante y a todos los demás en sus oficios y ministerios, para que nuestras faltas no sean, como suelen ser, ad perpetuam rei memoriam. Con faltas comencé, con faltas tengo de acabar.- De hombres es errar y de hombres enmendar el yerro. Nosotros tenemos lo primero, no lo segundo, que es sacar acierto del yerro. ¿Qué piensan que quiso nuestro Padre en decirnos que examinásemos la oración después de ella? No fue sólo para que sacásemos el fruto de la oración, aunque esto es bueno, sino para que vea las faltas que en ella he tenido: por qué en ella he estado distraído, qué fue causa de esto: y no pasar adelante hasta averiguarlo: porque de ahí, si sois hombre de sangre en el ojo, procuréis quitar aquella causa.

6. Veamos ahora cómo nos ayuda el examen para la oración: ¿Quién pone gana de orar? El examen: la necesidad nos hace orar, y ésta se conoce en el examen; luego bien decimos que el examen hace la gana de orar, Oráis sin conocer vuestras necesidades y de ahí viene el haberos en la oración con flojedad y tibieza. Vais a ella por costumbre. Allá voy, no hago mengua, estoy contento de mí mismo; han hecho callo mis faltas, y así ya me hallo bien con ellas; estoy contento con mis duelos y miserias; y así pedimos de tal modo como para que nada nos den. Esto, pues, nace de no conocer nuestras necesidades; que el necesitado que ve sus necesidades ése llama y da voces. Así dice Doroteo: el humilde ora, la humildad hace llamar, porque el humilde conoce su necesidad, y así pide remedio para ella. Si vos entrásedes la mano en el pecho y la sacásedes llena de lepra y tocásedes vuestras llagas afistoladas y corriendo sangre, de otra manera oraríades. Ha puesto Dios Nuestro Señor grande trabazón entre estos tres medios: que la oración da fuerza a la mortificación y la hace suave, y el examen pone delante a la mortificación su objeto, descubriéndole las necesidades y enfermedades y en particular al médico para que las cure; porque sin saberse la enfermedad no puede curarse, como dice Cipriano: «Quod ignorat medicina non sanat». Hace el examen que no andéis por universalidades; descúbreos nuevas conquistas, nuevas tierras y peleas, nuevos modos con que mortificaros y servir a Nuestro Señor. Enséñanos también el modo con que debemos mortificarnos. Si tornase un cantero una piedra que quiere labrar, para hacer un sillar que parezca bien en un edificio, y quisiese labrarla dando recios golpes con el almádena, quebraríala y no sería de provecho. Diríaisle: tomad un pico e id poco a poco quitándole la fealdad, y de esta manera alcanzaréis lo que pretendéis. Pues así digo yo: Tenéis una pasión de demasiada vergüenza y empacho: no deis con el almádena, que la destruiréis del todo y perderéis una joya muy importante para vuestro estado; mortificarla poco a poco, quitando la demasía, -«Soy demasiado curioso»; quitad poco a poco la demasía y dejad la curiosidad, que es buena para quien trata letras; que sin ella no se hace nada. De esta manera, mediante el examen se alcanza la discreción de espíritus que los santos dicen, con que el hombre ve lo que es bueno, lo que es malo, lo que es falta, lo que es sobra; y así hace aquella anatomía que dice San Pablo, que allega hasta hacer división entre la carne y el espíritu, y se entra en los entresijos, venas y arterias, y distingue los más mínimos pensamientos y intenciones del corazón. Esto es ser hombre racional, que examina sus obras; esto es ser hombre interior y espiritual, ser casero de sí mismo. De esta manera va caminando adelante; cada día va descubriendo Y más tierra, y con la novedad cobra bríos y alientos para conquistar las nuevas tierras o empresas que Dios le va poniendo delante. Creedme, que el estaros vos mano sobre mano, sin saber en qué ocuparos ni en qué os habéis de mortificar, hecho un hombre estantío que lo mismo de antaño eso tiene hogaño, que eso nace de no conoceros y examinaros. ¿No habéis visto a un hombre que nunca ha salido de Córdoba, no ha visto otras tierras, enseñado a ver siempre este sitio, unos mismos hombres, unas mismas calles? Así somos nosotros: ya tenemos nuestros lugares comunes, nunca salimos de ellos; no habemos visto otras faltas que hay en nosotros, allá en lo hondo del corazón, las cuales nos alentarían a trabajar y despertarían de nuestra tibieza. De aquí vemos aquella humildad de los Santos que cada día decían: «Hoy comienzo»; porque cada día les iba Dios descubriendo nueva tierra: Heme encontrado un escondrijo, un bolsillo que no había visto.- ¿Ahí estábades vos? -Esto me pone un gran coraje para comenzar de nuevo.

7. El año pasado dije, y ahora lo vuelvo a decir, que, para hacer bien el examen, no hay mejor disposición que el examen, como para la oración dijimos que no había mejor preparación que la oración. Si no halláis faltas cuando os vais a examinar, sino de esas cosas comunes y muy gruesas que andan arrastrando por casa, la causa es porque entre día no os examináis ni dais siquiera una ojeada a vuestro corazón. San Buenaventura siete veces decía que se había de examinar el siervo de Dios. Nuestro Padre lo hacía cada hora que da el reloj. Demás de esto, yo os quiero dar un buen consejo, que, si vos no os conocéis, acudáis a vuestro superior o confesor, que os diganlo que saben de vos: o (a) otro hermano igual, que os lo diga amigablemente. Que no sois como la lamia que dicen que ve mucho fuera de casa y, en entrando en ella, no ve nada. Vos, fuera de vos veis mucho, y a vos todos os conocen. Sólo vos no os conocéis, ni hacéis otra cosa que excusaros.- Pregunto, Padre: «¿Habemos de gastar todo aquel cuarto en buscar las faltas?» -Yo os diré mi parecer. No querría que fuésedes en el examen tan metafísico como en los estudios, que levantáis las cosas a una abstracción que se os van de vista, y cuando pensáis que tenéis algo, no tenéis nada. El hombre no está obligado sino a lo que siente en el corazón que es falta, tenerla por tal y manifestarla. No es menester gastar mucho tiempo: «si pensé, no pensé; si consentí, no consentí»; que eso más destruye la devoción que la pone. Concluid con eso presto; porque el rato del examen, si se hace bien, es el mejor bocado y más casero modo de oración que tenemos: en él hay hacimiento de gracias, y no sólo de los antiguos y comunes beneficios, sino de los de hoy que el hombre guarda dentro de sí, experimenta el consuelo que Dios me dio; la sofrenada que me dio como a un caballo que se va a precipitar: cuando me castiga y reprende mis faltas; cuando me previno para que no cayese, con todas las demás mociones, inspiraciones interiores. Aquí pide perdón de sus faltas, confúndese y avergüénzase. El religioso pone delante su obligación. He prometido cuatrocientas veces de enmendarme de esta falta y otras tantas he caído. Aquí propongo y allí falto; aquí digo y allí desdigo: después de haber confesado tantas veces esta culpa, no me enmiendo. Y así sale el hombre con humillación y confusión, que es un grandísimo fruto. No sólo conocéis en el examen quién sois, sino también quién fuérades, si Dios no os hubiera librado. Cuando echáis de ver la guerra que os hacen estos mosquitos, y os acordáis de los gigantazos de quien Dios os libró, y que volviérades otra vez a caer en sus manos si Dios no os tuviera de la suya, y que viniérades a ser un desuellacaras. Y así está el hombre con grandísima humildad, pendiente de Él como de un hilito, y temblando de enojarle, por que no lo suelte. Ahí también echáis de ver la repugnancia que tuvisteis a la dificultad que se os ofreció, como bestia lerda y espantadiza; juráisosla: ¿Eres lerdo?, pues yo te apretaré la espuela y te la hincaré un jeme, hasta que te haga saltar el barranco. Una cosita de deshonra, no le hice rostro; pues no ha de ser así, yo os haré vencer esta dificultad. ¿Qué más? Veo una falta más frecuente en mí: busco la causa para remediarla; ahí aplico la oración, examen y mortificación. Pero advertid una cosa: que no haréis nada, si no quitáis la ocasión. Si yo veo que de hablar contal y tal persona se sigue disminución de espíritu; si por acordarme de mi tierra, siento flaqueza en mi vocación; si yo veo que por dejarme llevar de pensamientos ociosos, me vienen deshonestos... Quitad la ocasión; porque si ésta no quitáis, nunca os veréis libre de esa falta. Pero si vos no miráis el origen, si andáis a ciegas examinándoos sobre peine: «Ya tengo cuatro cositas que confesar, bástame eso...» Bueno es coger en el examen las faltas que se han de poner a los pies de Cristo Nuestro Señor en la confesión, como dijimos el año pasado, trayendo lo de San Buenaventura; pero no basta eso, más adelante habéis de pasar para la purificación del alma y para la verdadera enmienda.

8. Así, pues, se ha de hacer el examen: en todo esto se ha de gastar aquel tiempo; que el trato puro de las faltas antes impide y seca la devoción, y la tristeza que de él se saca no es espíritu de Dios, sino espíritu propio y melancolía y presunción vuestra.

Entendíades que érades un santificetur, y que no érades vos hombre que habíades de caer en cosa semejante; y de ahí os viene la tristeza, que es tristeza del siglo. La que es tristeza según Dios, como dice San Pablo, da coraje contra sí; pone al hombre deseo de satisfacer; pide perdón a Dios con humildad y propone la enmienda; da las gracias porque no cae en cosas mayores. Sacamos, pues, que el examen a secas es de poco fruto sin la oración, pero junto con ella es muy precioso y de grandísima importancia.




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Plática 29

Del examen particular


1. Heme holgado que se haya ofrecido ocasión de hablar del examen particular en esta última plática, porque para la despedida se suelen dejar las cosas que más estimamos, y más deseamos queden impresas en los corazones, cual siempre ha sido para mí ésta de que habemos de tratar ahora.

Ha sido dado a la Compañía por singular merced de Nuestro Señor el examen particular, para pureza de sus hijos y para criar operarios inconfundibles y sin reprehensión y tacha, como dice San Pablo; libres, no solamente de las manchas de los pecados que del mundo trajimos, sino también de nuestras condiciones particulares y naturales. Si echamos de ver, todos los demás medios que usa la Compañía, son comunes a otras religiones y escuelas de virtud que hay en la Iglesia. Oración, muchas religiones hay que tratan de ella. Examen general, también. Pero examen particular no le hallamos, como aquí se trata, en ninguna otra, ni aun en los libros. Rastro, sí, y fundamento de examen particular; pero la puntualidad con que la Compañía lo enseña, en ninguna manera. Ésta es propia enseñanza de la Compañía, y así debemos de abrazarla más; y declararemos la regla 14 que tenemos en nuestro Sumario.

2. Digamos, pues, ahora qué es este examen particular. Luego diremos su necesidad y uso. ¿No han advertido cómo nuestro Padre, luego después de haber puesto el Fundamento de los Ejercicios, pone el examen particular, luego? Es como quien dice: para alcanzar este fin y alcanzar lo que conviene al hombre y apartar de sí todos los estorbos e impedimentos, no hay medio más a propósito que el examen particular. Pues veamos ahora qué es examen particular: -Cuenta y cuidado que el hombre toma contra algún vicio que en él es más principal, para vencerlo. El general es para todas faltas y para todos los vicios; todo lo abarca. El particular no; no abarca tanto; es sólo contra un particular vicio. El particular tiene tres tiempos. Luego en despertando, proponer la enmienda de aquella falta particular; a mediodía, tomarse cuenta de las veces que ha sido vencido; y a la noche, otra vez. El general no tiene eso. El examen particular tiene otras reglas para hacerse bien; tiene sus líneas donde se apunten las faltas; pide que se compare medio día con medio día, día con día, semana con semana. ¿Qué es todo eso? Mostramos el cuidado y atención que el examen particular pide para hacerse bien hecho; y de aquí es la dificultad grande de este negocio, y una falta que tenemos ordinariamente; que de 30 que hagan examen particular los 29 no lo hacen con la exacción y puntualidad con que nuestro Padre nos lo enseña. Muchos hay que hacen bien y con fruto el examen general, pero el examen particular, muy poquitos; y muchos lo dejan del todo.

3. Pues si tanta es la dificultad, veamos la necesidad que tenemos de él, que ella nos haga procurarlo hacer con toda diligencia.

El examen particular es para todos cuantos hay en el mundo. Todos tenemos necesidad de él; ninguno se excusa; porque cada uno tiene su desaguadero; a todos cupo la ponzoña de la serpiente y de la levadura de Adán: Iugum grave super filios Adam, a die exitus de ventre matris eorum. (Ecclesiástico, 40.) No hay condición, por muy buena que sea, que no tenga su sobrehueso y algún vicio particular que le haga guerra.- Padre: yo tengo una buena condición, fácil para cualquiera cosa: sortitus sum animam bonam: no siento aquella guerra de pasiones que otros.- Pues, hermano, esa ánima será aparejada para tibieza y flojedad; fácil para lo bueno y fácil para lo malo, que los que son como vos a nadie saben contradecir; y así, habéis menester velar contra esos vicios.- Padre: yo tengo rectitud y constancia; no me dejo llevar a todos vientos.- Pues guardaos del juicio propio y dureza de cabeza, que suele encubrirse so capa de rectitud.- El otro dice: Padre, yo, soy alegre.- Pues guardaos de la disolución, que suele haber en los tales.- Padre yo soy recogido.- Pues guardaos de la melancolía y tristeza que suele recrecer de ahí.- Otro: Yo soy colérico, hombre de grande ánimo para emprender grandes cosas.- Pues guardaos de la ambición que suelen tener los tales, procurando grandezas y cosas altas.- Otro dice: Yo soy encogido.- Pues guardaos de la pusilanimidad.- No hay para qué ir más adelante, que no hallaréis condición que no tenga algún sobrehueso, algún más o menos exceso o falta. No hay quien no tenga necesidad de ponerse en el medio y templar las medicinas que son muy fuertes. Veis, pues, aquí la necesidad del examen particular. Nuestro Padre en la regla 14 de discreción de espíritus, en las primeras, dice que el demonio se ha como un capitán que quiere conquistar una ciudad, el cual con toda diligencia procura reconocer la parte del muro más flaca, y allí asienta toda la artillería, allí emplea todos sus soldados, aunque sea con peligro de la vida de muchos; porque, derrocada aquella parte del muro, entrará y vencerá a sus enemigos. Así, el demonio procura reconocer la parte más flaca que hay en nosotros, el vicio que más reina; el cual vencido, todos los demás quedan por tierra. Y por experiencia lo vemos, que siempre en los hombres hay un vicio rey que se lleva tras sí a todos los demás. Vémoslo en un jugador que, luego, forzosamente jura, y hurta, y tiene otros muchos vicios; que si le quitáis el juego, luego cesan. Y acá lo vemos que, siendo uno parlero, ¡qué de vicios se siguen de ahí! ¿Sois ambicioso? De ahí se sigue el procurar adular a el que puede con el Padre Superior, el que él quiera mucho, para que él os dé la mano; de aquí es el esconder vuestras faltas, el procurar el lugar de honra. Desjarretad ese vicio, que todos los demás luego caerán; cortad la cabeza a Goliat, el fortísimo de los filisteos, que luego toda la gente menuda huirá, porque en él tiene su confianza y él les hacía espaldas. Cortad la cabeza a ese vicio rey, que luego todos los demás quedarán desjarretados.

Así los Santos se aventajaba cada uno en una particular virtud contraria a algún vicio, contra quien tomaban especial pelea. Por lo cual verán cómo la Iglesia, de todos los confesores dice, y con verdad, que non est inventus similis illi qui conservaret legem Excelsi. ¿Por qué? Porque cada uno se señaló y esmeró en una virtud, como dijo San Pablo: Differt stella a stella in claritate, ita in resurrectione mortuorum. Todas ellas tienen luz y claridad participada del sol, pero una de una manera y otra de otra; así los Santos tienen luz de Dios Nuestro Señor de donde todos participan, pero de diferente manera la participan; porque, aunque la gracia de Dios en sí es una misma, pero en sus Santos est multiplex et multiformis. Ésta, pues, es la doctrina de nuestro Padre: que tome cada uno empresa de hacer guerra más particular al vicio que en él es más poderoso.

3. La misma doctrina pone Casiano, coll. 5, c. 14 (que es maravilloso todo él y digno que todos lo veamos), hablando de los 8 vicios principales (que tantos contaban los griegos, aunque los latinos de tiempos antiguos cuentan solamente 7). Dice, pues, que, para salir con victoria de estos vicios, no debes pelear contra todos juntos; «sed unusquisque adversus vitium quo magis infestatur, accipiat principale certamen, omnem curam adversus illius impugnationes et observationes defigens; adversus illud quotidiana ieiuniorum dirigens spicula; contra illud cunctis momentis cordis suspiria crebraque gemituum tela contorquens; adversus illud vigiliarum labores ac meditationes sui cordis impendens; indesinentes quoque orationum ad Deum fletus fundens; ideo impugnationis suac extinctionem ab illo specialiter ac iugiter postulans». Trae Casiano en este capítulo una comparación de aquellos juegos que se hacían en Roma delante del Emperador, donde sacaban muchas fieras para que cazadores peleasen con ellas; y los que de ellos más se querían aventajar y dar contento al Emperador, daban a aquélla que veían ser más feroz y fuerte y que capitaneaba a las demás; la cual vencida, todas las demás se vencían y desjarrataban con facilidad. «Ita, et vitiis robustioribus semper superatis, atque infirmioribus succedentibus, parabitur nobis perfecta victoria». Con la gracia de Dios (como dice él luego), junta con nuestra industria, cuidado y diligencia, no hay que temer dice, el que ocupándose contra un vicio y poniendo allí todo su cuidado, los demás le hagan grande daño; porque este solo cuidado que contra este vicio tiene, causará un horror muy grande de todo pecado; grande cuidado en huirlos todos por la trabazón que tienen entre sí todos los vicios.

Y no solamente es tan eficaz este modo de pelear contra un vicio solo, porque, vencido el más principal, todos los demás desfallecen, sino también porque la razón misma enseña que más fácilmente se alcanza victoria peleando contra los enemigos uno a uno que Contra todos juntos. Y la experiencia también nos lo enseña; porque, como dice el refrán, «Ni Hércules contra dos».

Trae a este propósito Casiano un lugar admirablemente, como todos los demás, donde hablando Dios de aquellas siete gentes que Dios dejó a su pueblo para que las venciese (que son como los siete pecados mortales), dice: «Non timebis cos, quia Dominus Deus tuus in medio tui est; ipse consumet nationes has in conspectu tuo paulatim, atque per partes: non poteris delere eas pariter, ne forte multiplicentur contra te bestiae terrae». No podrás vencer estas naciones peleando juntamente contra todas, sino hoy contra una, mañana contra otra; una vez contra el Jebuseo, otra contra el Amorreo, otra contra el Geteo; y así las vendrás a vencer a todas. Pues esta necesidad nos ha puesto en obligación de hacer con cuidado el examen particular; porque no quiere Nuestro Señor Dios darnos la victoria de nuestros enemigos juntamente, sino de uno a uno.

4. Mas no solamente el examen particular es para tener particular cuidado contra un vicio, pero también nos enseña nuestro Padre modo y traza con que la pelea se nos haga más fácil, tomando un mismo vicio en veces. Soy colérico: ¿cómo podré estar yo un año sin enojarme, que solamente en pensarlo me canso? Pues para esto nos enseña tomar esta pelea a trechos, como un enfermo que quiere tomar una purga, y va poco a poco tragando, y así viene a tomarla toda. De la misma manera proponéis no enojaros, no por toda la vida; sino, por la mañana, cuando os levantáis, proponéis hasta mediodía: desde las cinco hasta las once son seis horas; pues en seis horas ¿no podré yo reprimirme? Luego, al tiempo del examen, propongo hasta la noche: ocho horas. Quien se ha reprimido seis horas, ¿no podrá ocho? De esta manera se va el hombre engañando su imaginativa, no tomándolo en junto, sino por trechos; y de esta manera se confunde más y avergüenza más de las faltas que hace, pues en tan poco trecho no pudo cumplir su propósito. Efrén trae un ejemplo. Uno que tiene de hacer un grande camino, como los que habéis de ir agora a Transilvania: no tomáis todo el camino en junto, imaginando que tenéis de andar setecientas leguas; antes decís: «De aquí iré a Cádiz; allí me embarcaré y iré hasta Génova. Allí tengo un Colegio de la Compañía; luego, de allí iré a Milán, donde tengo otro; de allí a, Al...», y de esta manera se va el hombre engañando a sí mismo. De esta manera, dice Efrén, los buenos religiosos van proponiendo de poco en poco, para que de esta manera no se les haga tan dificultoso. Y no me he espantado de hallar esta doctrina en Efrén, pero heme maravillado de hallarla en Plutarco, diálogo 9, De continenda iracundia, donde está el examen particular al pie de la letra, como lo pudiera poner un cristiano. Y yo tengo para mí, y muchos autores lo dicen, que Epitecto, Séneca y Plutarco, que escribieron después de la venida de Cristo que, sin duda, ellos tomaron alguna luz del Evangelio que ya andaba por el mundo, y la pusieron en sus libros; y vemos lo que vamos leyendo en ellos, y encontramos con cosas que parecen que son cristianas. Dice, pues, Sila, que es uno de los personajes que introduce en aquel diálogo, el cual fue aquel perpetuo dictador de Roma, cruelísimo hombre y muy colérico, que mandó matar tanta nobleza romana: pregúntale, pues, el otro: -¿Cómo te has hecho tan manso y suave de condición? Y responde Sila: -Yo te hago saber que no lo causa la vejez, porque ésa antes hace a los hombres mal acondicionados; lo que me ha acarreado esta placibilitas morum, que él llama, esta suavidad de costumbres y mansedumbre, es la violencia y fuerza que he hecho a mi naturaleza, Deo adiuvante; que, si dijera con la gracia de Cristo, no le faltara nada para cristiano. La manera, dice, que he tenido en hacerme fuerza, no ha sido resolviéndome de que en toda la vida no me había de enojar, sino proponiendo de no enojarme un día. Venía el criado, dábame un disgusto; callaba y tragaba. Pues por un día ¿no lo llevarás? -Otra vez proponía por dos días; otra vez por un mes; otra por un año; y así he venido a alcanzar perfecta victoria.- Esto vino a alcanzar la filosofía natural, y esto es una grande verdad, Padres y Hermanos carísimos; que si, como dice ese librito de oro «De imitatione Christi», cada año arrancásemos un vicio perfectamente, presto seríamos perfectos, y otro pelo tendríamos.- Yo me veo que, el año pasado, andaba de cámara en cámara perdiendo tiempo; ya con la gracia de Dios he caído en la cuenta; heme hecho amigo de mis libros y de mi aposento; y así me he dejado de aquel perdedero de tiempo.- Antes, no me la hacía nadie que no me la pagase: vengábame; si me decían una, respondía otra. Ya no es de esa manera, heme enseñado a callar y a tragar y no vengarme.- Esto es, pues, lo que nosotros debemos hacer. Éste ha de ser nuestro cuidado y diligencia: ir siempre destruyendo en nosotros estas malas inclinaciones. Sois jardinero de vuestra alma; quitad esa maleza, esas malas hierbas, esas espinas y abrojos, para que se puedan plantar las verdaderas virtudes y dones de Nuestro Señor.

5. Así, nuestro Padre amaba y encargaba tanto este examen, que a todo género de personas quería que se enseñase, como lo vemos (7.ª parte, cap. 4 letra F); y en los Ejercicios, en la 18 anotación, dice que se enseñe el examen de la conciencia entre una de las cosas que se han de enseñar al que hace Ejercicios, para el buen gobierno de su vida. Y el mismo Padre, ya viejo y con ser tan santo, como todos sabemos y declaran sus obras y lo que de él se nos dice en su Vida, y esta obra particular de la Compañía para cuya fundación Dios le tomó por instrumento; pues él, con todo esto, traía colgada de la cinta una correhüela donde hacía un nudo cada vez que faltaba; y con este cuidado murió, como lo dijo el P. Villanueva, hijo legítimo suyo que acá nos trajo su doctrina. De donde se ve cuán engañados andan algunos espirituales, que iba a decir que revientan de espirituales, que les parece que el examen particular es de novicios.- Que, Padre, no tratamos ya de faltas, que ése es trato de poco provecho: amor, amor, eso es lo que importa.- Padre mío, que no sois tan espiritual como eso; yo os digo la verdad, que no os conocéis, y de ahí venís a no hallar falta en vos; y así, aunque os tengo por religioso concertado, pero crecedme que os estáis tan entero en vuestra condición e inclinaciones naturales, como ahora cuatro años que ha que os conozco y no hacéis sino decir «amor, amor» y no hacéis nada. Hermano mío; obras, obras, obras, que son amor, amor, amor. Quitad los impedimentos del amor. Trabajad en eso, que eso es amor; que obras son amores y eso nos enseña la experiencia; que la causa de estamos el año 87 como el de 85, es por no hacer bien el examen particular. Hácense nuestras faltas inmortales; las que sacamos del noviciado ésas nos acompañan toda la vida, y vienen ya a llamarse condiciones naturales.- Padre: el Hermano es muy buena cosa, algunas veces murmura es un poco respondón, pero eso es condición suya natural.- La causa, pues, de esto es no hacerse bien el examen particular. No sé en qué nos entendemos. Andamos en universalidades. Enmendarme he. Ya quiero ser bueno.- Hermano mío, ¿no sois lógico?, ¿no sabéis que el universal está en el entendimiento, no está en las cosas? El ser bueno, no ha de estar así en universal, que eso es cosa fácil, desear ser bueno así. ¿En qué queréis ser bueno? Descended a algo particular: «Hic et nunc»; que eso dice la Filosofía moral; porque sermones universaliores en esta materia minus utiles sunt; y tan universales pueden ser, que nada valgan. Y nuestro Filósofo lo dijo en la Metafísica, que el médico no cura al hombre, sino a Calias o Sócrates. Y este descender en particular se hace por el examen particular; por lo cual, el no sanar de nuestras llagas sino estarnos toda la vida con las mismas, no es culpa de la medicina, sino de la poca aplicación y uso de ella. Super contritione filiae populi mei contritus sum et contristatus; stupor obtinuit me (dice Jeremías, cap. 8): ¿numquid non est resina in Galaad? ant medicus non est ibi? Quare igitur non est obducta cicatrix filiae populi mei? No hay falta de resina, sino falta de aplicación; y ésta es la causa de estarse el hombre lleno de sus faltas, tan soberbio hoy como el primer día, tan respondón, tan colérico; que, si de esta medicina nos aprovechásemos, sin duda se vería grandísima enmienda. Y así, para mí no hay mayor argumento de la importancia del examen particular, que la guerra que el demonio le hace, los impedimentos que pone; como quien tiene entendido lo mucho que en ello nos va. Y así, no veo cosa tan contrastada y echada por tierra en la Compañía como el examen particular: oración, aunque la veo andar decaída, pero, al fin, todos la tienen; pero examen particular pocos lo hacen como deben. Pues, para ver cómo nos podemos aprovechar de él, es menester saber estos impedimentos.

6. Y primeramente no hablamos aquí con los que no lo hacen, que ésos no hay que hablar con ellos, sino con los que tienen algún cuidado de hacerlo, para enseñarles el buen uso de él. Hay algunos, que si los preguntáis: de qué hacéis examen, dirán: Padre, yo de la presencia de Dios, de la humildad, etc...- Hermano mío, no os subáis tanto; mirad los vicios que hay en vos, que ésa es buena materia de examen.- Diréisme: Padre, lo mismo se es hacer examen de la humildad, o de la soberbia; que quien hace actos de una virtud, juntamente hace guerra al vicio contrario.- Hermano, ¿no sabéis filosofía?, ¿no sabéis que para introducir la forma, han de preceder las disposiciones y habéis de echar fuera la forma contraria? Echad mano de la envidia, de la soberbia.

2.º abuso: de otros que andan en unas metafísicas y levantan las cosas a unas abstracciones, unas cosas allá interiores y espirituales, que para sólo advertirlas es menester mucho. A éstos digo yo: Hermano mío, no caminéis tanto; cinco leguas más acá, más cerca está la posada. Sois un parlero, un goloso, que no veis cosa en mal recaudo que no alcéis; y os subís a cosas tan altas y a unas anagogías que no las entenderán; que verdaderamente traer examen de eso es soberbia; porque de eso pudiera traer examen San Francisco. Los que comienzan, primero han de dar tras los vicios corporales que llaman los santos, que son los que más se echan de ver y son más fáciles de vencer -esa tristeza, esa enviduela, esa gula. Estos vicios son buena materia para vuestro examen; luego subiréis a otras cosas. Ayer salisteis del mundo; estaisos todavía ciego; no podéis ver cosas tan altas e interiores. Otro, bien pudiera traer examen de eso, pero no vos, que aún no es tiempo.

3.er- abuso.- ¿De qué traéis examen? -Padre: Yo de la soberbia. Bien está; pero ¿de qué manera? ¿Cómo hacéis hacienda? Que si lo tomáis así en conjunto, la soberbia es una cosa muy basta. No podréis desbastarla así en junto. ¿No habéis oído lo que decía el otro, que la cola del caballo toda junta no se podía arrancar, sino cerda a cerda, sí, y fácilmente. También el hacecillo de varas, si queréis quebrarlo o doblegarlo todo junto, no podéis; pero tomad las varas una a una, y haréis lo que quisiéredes de ellas. Así, pues, digo: la soberbia puede ser en pensamientos, palabras y obras. Pues ese examen de soberbia traedlo más ceñido. Poned examen primero de no decir palabras de soberbia, no alabaros, etc.; y así, poco a poco, hoy una vara, mañana otra, las quebraréis todas. Solve fasciculos deprimentes. Desatad esos hacecillos; cortando un esparto y otro, vendréis a quebrar toda la soga del pecado, que así se llama: funes peccatorum.

4.º abuso. Hay algunos que traen examen de vicios, y en particular, y con cuidado; pero ¿de qué? De lo que menos hace al caso: no hay llegar a cosa que duela, ni cosa de momento. En llegando allí: «Tate, Padre, que duele». Éstos son como Saúl que, en aquella tierra de Amalec donde Dios le había enviado, pasó a cuchillo todo lo menudo; pero al Rey y al ganado grueso, eso no. Así éstos: al vicio rey, ése no hay tocarle; andan en brujerías; toman lo de menos momento.

5.º abuso. Andar mudando hitos: hoy de no hablar, mañana de la gula, el otro de la soberbia; y así andáis variando, tejiendo y destejiendo; y así no hacéis nada: es menester perseverancia en una misma cosa, hasta salir con ella. Persequar inimicos meos et non convertar donec deficiant. Ésta es una de las cosas más principales y más dignas de advertirse para sacar fruto del examen particular: No me cansaré ni volveré las espaldas, hasta que haya alcanzado perfecta victoria: tomo coraje contra este enemigo. Allí aplico la penitencia; allí las confesiones y comuniones; allí la oración y todo lo demás. Y así, con esto se cumple la Regla 14, donde dice nuestro Padre que venzamos las tentaciones con sus contrarios. Pero hay algunos hombres encogidos, flojos, que no sé cómo los llamaremos, que dicen: Padre, yo no tengo tentaciones, no siento esos contrarios.- Mirad no sea la causa vuestra tibieza y flojedad; que, como vos no hacéis guerra al demonio, tampoco él os la hace a vos; no os pica; déjaos por flojo. Y éstas son como unas enfermedades lentas que llaman los médicos disposiciones neutras, que no se pueden curar; y así, acompañan al hombre hasta la sepultura; y suelen decir: Hagámosle caer en una enfermedad recia, que, curado de aquélla, sanará de todas.

7. Ahora es de ver cómo se ha de hacer fructuosamente el examen particular. Entrad dentro de vos; poneos delante Nuestro Señor; mirad todas vuestras faltas; escoged la que os parece más principal para de ella traer examen. Mirad vuestro desaguadero, que sin duda lo tenéis; mirad qué es lo que más os aparta de Nuestro Señor y os impide vuestro aprovechamiento. Mirad eso que tenéis allá reservado; y, si no os conocéis, acudid a quien os conozca, que no faltará quien os conozca interior y exteriormente, y os diga vuestras faltas sin que se lo paguéis. Acudid a vuestro Superior o al confesor, para que en esto os den luz. Guardad las reglas del examen: luego, en despertando, proponed la enmienda, así lo dice nuestro Padre, aunque quizá es bueno dejarlo para cuando estéis a los pies de Cristo; cuando en la oración tratáis del concierto del día, pedidle gracia para enmendaros de aquella falta. A mediodía y a la noche, examinaos; daos buena penitencia por las faltas, que el loco por la pena es cuerdo; y, cuando el hombre se acuerda que le costó caro y le escoció la palabra que habló, no se atreve otra vez a hablar. Debéis también juntar con los exámenes la oración. Allí me confundo, con la humildad de Cristo de mi soberbia, etc. También es muy bueno confesar las faltas que se hacen, aunque no sean tan grandes, para avergonzaros y para que, con la gracia de este sacramento, se remedien: Padre, trayendo examen particular de esto, he faltado tantas veces. Haced conferencia medio día con medio día, semana con semana, mes con mes. Mirad si mejoráis, que entonces se advierten mejor las faltas que cuando se hacen. Míranse con otros ojos cuando está la sangre fría; que antes, con la ceguera que causa la pasión o tentación, no se echan de ver tan bien, como decíamos el año pasado tratando de las confesiones. Así lo aconseja San Basilio, serm. de abdicatione rerum, al fin: quae singulis diebus opera feceris, ea tecum commemora, ac cum his quac feceris pridie, conferto: studiose operam dato ut melior in dies exsistas. Hecho todo esto, si vencieres, da gracias a Dios, que suyo es el caudal, aunque la industria sea tuya, como dijimos arriba. «Dabit eos Dominus in conspectu tuo, et interficiet illos, donec penitus deleantur. A Él se atribuye la victoria. A Él se han de dar las gracias. Si todavía estás en pelea, esfuérzate; y hágote saber que la tierra que tu pie hollare, la poseerás, cuando con actos contrarios te hubieres hecho guerra y vencido tus enemigos. No desmayes y ten perseverancia, y aunque recibas alguna herida, no te espantes, que fruta es ésa de la guerra. El buen soldado no desmaya por la bala que le alcanzó, sino, a trueque de salir con victoria, todo lo da por bien empleado. No seamos de aquéllos que desmayan y echan la soga tras el caldero, dejando del todo el examen y la pelea. No hay peor cosa en la guerra que acobardarse y volver las espaldas; y, si os parece que Nuestro Señor se tarda en daros la victoria, no perdáis luego la paciencia, que Él os la dará; y si no, os dará otros dones de que tenéis más necesidad, aunque vos no lo entendáis; que con dejaros ser acosado de los enemigos os tiene humilde y os hace que andéis colgado de Él como de un hilito, y que no os oséis desmandar, y que tengáis recurso a Él como vuestro Padre, haciéndoos constante en la oración, que es mayor bien que vos podéis pensar; propter quod (dice San Pablo, 2 Cor., 9) non deficimus. Y, finalmente, los azotes de padre señal son de amor; y si le guardáis lealtad y peleáis con fortaleza las batallas del Señor, os dará sueldo particular. Él os dará gajes, como los capitanes lo suelen hacer con los soldados más esforzados. Llenaros ha de sus dones. Daros ha ricos despojos con que viviréis con contento, y tal, que nadie os lo puede quitar; que aunque el hombre haga faltas, y eso cause tristeza, en fin el sábado deja rematadas cuentas; cuenta con pago; y con esto no deja de andar consolado y animado en el servicio de Nuestro Señor.

8. Por remate de esta plática y de todo lo que he dicho este año, digo una sola cosa y es de grande importancia: que ande siempre el hombre atareado con Nuestro Señor; que no ande ninguno ocioso; que si os preguntaren «en qué entendéis», podáis decir en vencerme a mí mismo. ¿En qué? En tal y tal cosa; no como el pan de balde, no ando baldío; que andemos con grandísimo cuidado de nosotros y de la guarda de nuestro corazón; siempre esté viva en nosotros la gana de ir adelante.- Y juntamente los querría ver a todos vivos en sus ministerios: el sacerdote en ayudar a sus prójimos; el estudiante, en estudiar; que, cierto, me da pena de ver andar algunos de capa caída en esto. Los Hermanos, también en sus oficios, con toda diligencia; que, andando por una parte con este cuidado que Dios Nuestro Señor nos ha encargado, y por otra aprovechándonos de estos medios que la Compañía nos pone delante, sin duda ellos nos llevarán a grande perfección, sin tanto trabajo impertinente como algunos toman con poco fruto, por darse a otros ejercicios más dañosos al cuerpo y menos provechosos al espíritu. Yo me daría por contento, que de todas las pláticas que he hecho hogaño (en que he tratado de los medios más principales nuestros, como es la abnegación propia, especialmente de la honra, y trato interior de exámenes y oración) se sacase este fruto: que se viese en todos nueva gana y deseo de ejercitar y usar estos medios; que de esta manera se criarán operarios inconfusibles, para que, después, cuando la obediencia les ponga en ayudar a sus prójimos, lo puedan hacer con mucho fruto y gloria y honra de Nuestro Señor.

Desde la plática 16 hasta aquí son las que se hicieron el año 87.




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Plática 30

De la pobreza sobre la regla 23 hasta la 27


1. Las fiestas de estos días no nos han dado lugar para hacer lo que suelo, en el continuar de las pláticas. Mas, pues ya hemos dado fin a las fiestas, será justo les demos principio, y continuemos lo que el año pasado dejamos comenzado, de la declaración de nuestras reglas, en que nuestro Padre pretende hacer un verdadero religioso de la Compañía.

Habíamos llegado a la 23, y desde la 24 hasta la 40 trata de los votos.

Quedósenos entre renglones aquella regla que trata del no pretender mudar regla ni estado ni grados en la Compañía, que es la 21, pero no faltará lugar donde entre. Y por haberse tratado aquí, los días pasados, de propósito lo que toca al voto de la pobreza, trataré de ella en esta plática tres cosas: la primera, qué cosa es ser pobre; la segunda, la estima que de ella hace la Compañía y el amor con que la abraza y el aprecio que tiene de la pobreza; lo tercero, qué camino nos ha enseñado el Padre Ignacio para conseguir la perfección de esta virtud.

2. Pobre, dice él, que es «el que no tiene el uso de cosa propia»: «qui nulla re utitur tamquam propria»; que no tiene potestad para tomar, ni dar, ni disponer. Y es de advertir, aunque parezca curiosidad, que en español en la 3.ª parte, párrafo (5 ó) 7, dice «ninguno tenga el uso de cosa propia como propia». Y aunque parezca que nuestro Padre habla vizcaínamente, pero en ello dice una gran verdad; porque los escolares y los que no han hecho votos de coadjutores formados pueden retener el 8 dominio de sus bienes y la propiedad de ellos; y así dice, que estos tales no usen de cosa propia como propia y de aquí se saca un buen argumento; pues que, si el que es señor de su hacienda no puede disponer de ella ni tener el uso de ella como propia, ¿cuánto más el que no tiene ya el dominio ni propiedad de ella, ni puede dar la acción y derecho a ninguna casa o colegio?

Esta definición conviene a todos los de la Compañía, que, aunque diferente la pobreza del profeso y del coadjutor formado y el escolar, pero en esto de no tener el uso de la cosa propia, es lo mismo en todos.

La pobreza de los profesos es como la de San Francisco, que ni tienen propiedad de sus bienes, ni dominio de ellos, ni ninguna casa o colegio puede suceder en ellos; que es como los que mueren «ab intestato», porque él no puede disponer de ellos. Y aunque hubo constitución en que se decía que el que había de hacer profesión podía sacar bula para dar el derecho de sus haciendas a alguna casa o colegio, pero la 1.ª Congregación general, título 2.º, decreto 38, lo quitó. Lo mismo es del coadjutor formado; si no que hay alguna diferencia, que al profeso le es inseparable, pero el coadjutor formado, cuando por gravísimas causas convenga echarlo de la Compañía, puede volver a tener el uso de sus bienes, y queda libre.

También quiso nuestro Padre como se ve en el Examen, cap. 4, que el novicio tuviese esta manera de pobreza que hemos dicho; y así dice, que no tenga en su poder bienes ni dineros ni otra cosa. Eso, pues, llamamos pobre religioso, que no tiene uso de cosa propia: todo es común cuanto al uso, y usurpar lo común y hacerlo particular es hurto, como dice Basilio, constitutione monástica: «furtum est privata possessio; est rei cuiuscumque et undecumque subreptio in privatum usum revocatio: rei cuiuscumque, dice, porque el religioso que va aspirando a la perfección no mira si la cosa es pequeña, que ninguna hay que lo sea para el que tiene deseo de alcanzar la perfección. Todo es dado a Cristo Nuestro Señor, y, como dice Casiano, libro 4.º, cap. 2.º, todo se tiene por sacrosanto: «Non solum enim ipsos non esse suos, sed etiam omnia quac sua sunt credunt Domino consecrata; propter quod si quid fuerit ad monasterium semel illatum, ut sacrosanctum cum omni reverentia decernunt debere tractari. Esto dijo Casiano hablando de aquel semanero que se le cayeron tres granos de lentejas con la priesa; que hizo por ello pública penitencia y satisfacción, a juicio del Superior. Y en el capítulo 13 dice: «Nulli cistellum, nulli peculiarem partem iam liceat possidere nec tale aliquid veluti proprium retinens, suo debeat communiri signaculo». Y en el capítulo 15: que no había arca cerrada ni cajonzuelo, por quitar toda apariencia de propiedad.

Los religiosos propietarios son como Judas; que, así como Judas comenzó hurtando y acabó apostatando, y tenía falsopetes y bolsillos, así los religiosos propietarios. Y no sólo los que tienen las cosas de casa usurpadas sin licencia, pero aun también los que las tienen guardadas y las andan encubriendo del Superior. También los juristas, que hablan más seglarmente, concuerdan en esto y tienen por propiedad no sólo aquello de que el religioso usa como cosa propia, sino cualquiera cosa tenida a escondidas. Así, que esto es ser pobre, no tener propiedad ninguna; y esto, no por fuerza y a más no poder, sino pobre voluntario, pobre evangélico, pobre religioso, pobre de corazón, pobre de espíritu, pobre de gana, que se precia de ser pobre: «Ecce nos reliquimus omnia et secuti sumus te»; que pueden decir con los Apóstoles: No dejamos nuestras cosas forzados; y no solamente las que teníamos, sino las que podíamos tener, dejamos por nuestra voluntad.

3. El pobre que es pobre de esta manera conténtase con lo que le dan, no pide gollerías, no escoge, sino como a hombre que es discípulo de Cristo, como a hombre desavencindado del mundo, de quien se puede decir con verdad «non est de hoc mundo», cualquiera cosa le basta; no como a hombre de tierra y anidado en ella.

El pobre verdadero no come el pan de balde, no es zángano; que zánganos llama Basilio a los que no trabajan en la religión; procura con su trabajo merecer la comida, porque «dignus est operarius mercede sua»; «qui non laborat non manducet».

El pobre verdadero no se queja, que el quejarse nace del amor propio y de parecerle a un hombre que merece ser estimado y que le regalen; anda buscando sus comodidades; luego hay quejas y achaques y jaquecas, todo lo cual nace de tibieza; porque la tibieza causa flaqueza corporal, que, como anda flaco el espíritu, cada pie le pesa un quintal, y cada cuarto se le cae por su cabo. El quejarse nace de no conocerse.

Más: el verdadero pobre hase de tener por indigno del bien que se le hace, pobre que viva como peregrino sobre la tierra, que está siempre «expectando beatam spem»; et «untuntur hoc mundo tamquam non utantur»; pobre que dice, mi tesoro y riqueza es el cielo y por todas las cosas de esta vida va de paso; que dicen «habentes quibus, tegamur et operiamur his contenti sumus; portio mea Dominus». De las cosas de esta vida todo les viene ancho. No quiero en esta vida casa, que mi heredad es Dios.

El pobre verdadero tiene gran confianza en Dios, que le proveerá; no se ahoga cuando le falta algo, porque tiene verdadera confianza en Dios que, cumpliendo su voluntad, no le faltará lo necesario para la vida: un día y vito, como dice Basilio: el cual, preguntando qué hará el religioso para no ahogarse, responde: «vehemens in mandatis Dei studium et inexplebilis eorum cupiditas»; procurando con gran ahínco, más mortificación, más cruz, más abnegación de su voluntad, más trabajar, procurando más ocasiones para más seguirle y agradarle y más ocupaciones en su servicio; que aún no tenga tiempo ni lugar para decirle al otro hermano «Andad con Dios»; que, andando él así, no le faltará lo necesario, pues no les falta a las hormigas ni a los pajarillos «qui asse veneunt»: cuanto menos al que anda siempre buscando en qué agradar a Dios; como andaba San Pablo, cargado de cadenas por Cristo, por llevar su ley y nombre a diversas partes del mundo; que en aquel naufragio, no le faltó una tabla en que salvarse y apartarse a la isla de Malta; que aunque Nuestro Señor Dios permite que los que le sirven padezcan trabajos y se hallen a veces necesitados aun de lo necesario, pero no los desampara del todo: «Deus qui pascis me a iuventute mea», decía Jacob: nunca me faltaste, siempre me sustentaste desde mi niñez.

4. La 2.ª cosa: es por cierto de ver lo que nuestro Padre Ignacio dice de la pobreza. Ya la llama madre, ya muro, ya defensa y baluarte que tiene y guarda el espíritu; que ésta deshace las minas y contraminas del demonio que quiere dar sacomano al espíritu; que la amemos como a madre y por esto quiso, que además del voto de pobreza que hacen los de la Compañía, hiciesen los profesos un voto particular de no ensanchar ni extender la materia de este voto, por ser cosa que tanto importa, tener siempre cerrado este portillo; y en el Examen, capítulo 4.º, cuando uno entra en la Compañía, manda que se le pregunte «si omnino decrevit saeculum relinquere»; si, hallando cerrada la puerta para entrar en la Compañía, tiene determinado de entrar en otra Religión, por venir deshecho del mundo y con determinación de dejar cuanto en él podía tener y no volver la cabeza atrás a las cosas que había dejado, como gente echada a nado. Por eso la promesa que hace el novicio de, acabado un año, disponer de sus bienes, si el Prepósito General se lo mandare.

También quiso nuestro Padre (Regla 27) que esta pobreza se mostrase en no percibir estipendio por nuestros ministerios; no solamente por confesar y predicar, pero ni por leer lecciones de teología, ni casos de conciencia; lo cual entiendo yo que es interpretación de materia de este voto; porque, comenzando nuestro Padre la materia de este voto, dice «Paupertatem sic accipiendo», que no puede tomar por misas, ni por ministerio espiritual cosa alguna que sea recompensa. Y la razón que para ello da es, para que puramente, con celo de la salvación de las almas y honra de Dios, se traten estos ministerios de la Compañía y con más edificación de la gente de fuera, que, viendo nuestro celo y cuán desinteresadamente procedemos en nuestros ministerios, se edifiquen. Y en este particular sabernos el celo de nuestro Padre, pues en las cosas que él iba escribiendo en borradores, que yo he visto escrito de su letra -que aun no los pudo acabar todos, que la muerte le cortó los pasos-, dice que cualquier usurpación, «in re minima, si repetatur», es caso reservado. Pero cómo esto se haya de entender, no se trata aquí.

Mas es de considerar la ponderación que nuestro Padre tenía de lo que importa la guarda de la pobreza; pues habiendo procedido en otras cosas con más anchura, en esto quiso proceder con tanto rigor, pues aun en el pelo de la ropa no quiso que se le tocase a la pobreza, madre de la Religión; porque mientras uno la guardare con mayor pureza, irá más adelante en el camino de la perfección.

No tenemos de mirar nosotros si la materia es mucha o poca, o cuándo obliga a pecado grande o no -aunque esto es bien saberlo, para que sepa uno en lo que tropieza cuando cae alguna vez-; sino, en lugar del temor, ha de suceder el amor de Dios y deseo de la perfección, como dice nuestro Padre: «loco timoris paenae succedet amor Dei».

5. Esta doctrina enseñaron todos los Padres de Religiones. Sanctus Benedictus, cap. 33 de sus Reglas, dice: «Ne quis praesumat aliquid dare, vel accipere nisi iussione abbatis, nec aliquid habere proprium nullam omnino rem, neque codicem neque tabulas: nihil omnino: quin immo et corpora sua et voluntates suas non liceat habere in propria potestate». Y en otra parte: «Qui admonitus non se emendaverit, correctioni subiaceat». En el cap. 55: «Lecta frequenter ab abbate scrutanda sunt (si algo hay entre los colchones), opus peculiare ne inveniatur; aut, si inveniatur quod ab abbate non acceperit gravissime disciplinae suiaceat». ¿Pensáis que, porque lo escondéis adonde está libre de que el Rector o Provincial o el Ministro lo halle, que Dios lo deja de ver? Cosa notable es, por cierto, lo que cuenta Jerónimo ad Eustochium, «de custodia virginitatis», de aquel monje que, estrechándose y quitando de su comida ordinaria y reglándose, vino a granjear cien sueldos; y hallándoselos los monjes, por consejo de aquellos padres Pambo y Macario, tan grandes santos, que dicen de ellos que tenían «charismata divina», dones de Dios muy particulares, después de muerto mandaron que se enterrase en un muladar; y el responso que le iban cantando era: «Pecunia tua tecum sit in perditionem». Lo mismo hizo San Gregorio (lib. 4.º; dialog, cap. 55) con Justo, su boticario, que en un botecillo le hallaron tres sueldos tratándole como a descomulgado y apóstata de voluntad. A este propósito hace lo de la descretal, c. «Cum ad monasterium, de statu monachorum.

Casiano, lib. 7, dice que la propiedad es como la lepra, o como una centella, que viene a poco a levantar un gran fuego, en la cual se ceba el amor propio y viene a hacer instable la vocación.

A este propósito hace Basilio en la última constitución monástica un discurso de grados en cosas en que viene a dar un religioso por descuidarse y tener aficionado su corazón a algunas cosas de propiedad; y dél lo toma Casiano, que le tiene tomados a ojos vistas muchas cosas. Es una gran verdad lo que dice, en que yo pudierar testificar, como persona por cuyas manos han pasado muchas cosas, aun de personas graves que han salido de la Compañía. Viniendo a examinar de qué pie cojeaban y por dónde habían venido a aquel punto, hallé que fue por descuido en la pobreza; y, por dejar aficionar su corazón a una niñería, vienen a volver las espaldas a Dios, siéndole traidores y apóstatas, ya que no con el cuerpo pero con el corazón, dejándolo prender de las cosas a que habían vuelto las espaldas, faltando a la vocación. Y estos tales que vuelven los ojos a las cosas del mundo son los que, habiendo echado la mano al arado de la perfección, vuelven atrás. ¿Sabéis por qué es gran cosa y de gran importancia el quitar un hombre la afición y propiedad de las cosas? Porque quita el cebo del amor propio que es el fausto y regalo, como dice Santo Tomás, 2-2; y así no cebando esta brasa con la codicia de las cosas, ella misma se cae y se apaga. Por eso dijo Cristo que las riquezas son cosa peligrosa, porque son como centellas, que, en comenzándose a pegar, va abrasando cuanto topa. Por el contrario, la pobreza guarda la edificación; sustenta el alegría; con ella no hay desigualdad, ni hay en la Religión «alius esurit, alius autem ebrius est». Es un retrato del paraíso; consérvase la Religión con ella: porque la razón está en la mano -porque donde hay propiedad no hay comunidad-, que estas dos no se compadecen; no habiendo Comunidad no hay Religión. Con ella, hay caridad y amor que es todo el bien de ellas; no es claustral, que claustro es propiedad. Por esto se ha venido a perder y desportillar el estado de algunas Religiones, por tener cada uno propiedad. Con ésta entró la honra y el fausto y la afición a las cosas del siglo, que vienen a dar sacomano a la Religión.

6. El remedio, pues, para alcanzarla es el que pone nuestro Padre, que es sentir a sus tiempos efectos de la pobreza. Porque, como dice Basilio, «si quieres alcanzar la humildad, humíllate; no te vayas por otros senderos y caminos altos; ten pensamientos humildes, vestidos humildes, palabras humildes». Así, el que quiere alcanzar la pobreza la ha de ejercitar en la comida y en el vestido, etc.; que hay algunos que piensan que la autoridad se ha de alcanzar con hopalandas. El Concilio Cartaginense mandó que los Obispos no buscasen su autoridad con fausto y acompañamiento, sino con las costumbres y doctrina y ejemplo de su vida.

Ayuda mucho también la meditación de la pobreza de Cristo Nuestro Señor, que dice que es más pobre que las raposas, que ellas tienen cuevas donde acogerse, y Él no tiene donde reclinar la cabeza. Miradlo por dónde comienza, por la pobreza del pesebre; mirad el discurso de su vida llena de pobreza; y de aquí viene a parar después en la Cruz.

Esta doctrina enseñó el Padre Ignacio, cuando aquí nos dice en nuestras Reglas que el comer, vestir y dormir sea como cosa propia de pobres, y que lo más vil de la casa sea para nosotros, y siempre nos acordemos en nuestro traje y trato de la humildad y bajeza y de la edificación de los otros; que siempre conviene huir la superfluidad y demasía. Que el Padre Maestro Gaspar, por quien Dios hizo tantas maravillas en las Indias, estando con la enfermedad de que murió, dándole huevos con azúcar, le pareció demasiado.

Es menester que nos vamos curtiendo, para en lo que nos habemos de ver después, andando de unas partes a otras, para que no nos hagamos delicados y cargosos y quejicosos; como algunos que en la Religión buscan más regalo que en su casa y más acomodarse. Tengámonos por discípulos de Cristo, pues ésta es nuestra profesión. Mas porque el amor propio echa mano de lo que ha dejado, fácilmente, y se engarrafa de cualquier cosa que topa para sustentarse, acordémonos de lo que dice Casiano en la Coll. 24: «Parum est renuntiasse monachum in primordio conversionis, contempsisse saecularia, nisi etiam quotidie renuntiare perstiterit»: que es ejercicio de mucha importancia y nos desapegamos de las cosas para que nos conservemos con la desnudez del corazón, que es la que los santos dicen ser el fundamento y perfección de la vida espiritual.




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Plática 31

De la castidad, sobre las Reglas 28, 29, 30


1. Tratamos en la plática pasada de la pobreza; qué cosa es ser pobre y dar de mano al regalo y fausto del mundo; qué cosa sea pobreza y lo mucho que nuestro Padre Ignacio nos la ha encomendado, y el caso que la Compañía hace de ella, y cómo la abraza y estima, siguiendo a Nuestro Señor Jesucristo como verdadero maestro nuestro en el desprecio de toda honra y regalo. Síguese que tratemos de la castidad y guarda de los sentidos, que es joya y prenda de la inmortalidad del alma, y honra y arreo de todas las virtudes, y librea de que se visten todos los que acompañan al Cordero doquiera que vaya.

Esta materia trata nuestro Padre Ignacio en tres reglas del Sumario de las Constituciones, que son las 28 29, 30.

En la primera trata de la castidad, diciendo cuán perfectamente deba guardarse.

En la segunda trata del cuidado y guarda de los sentidos; y en la 3.ª, del modo que se ha de tener en la refección corporal; que toda esta doctrina comprende la castidad y guarda de sentidos, como dice San Pablo ad Timotheum, 2: in omni castitate. Todo lo abraza: no solamente lo que entendemos por este nombre de castidad, mas todo lo que dice composición y gravedad de costumbres y disciplina religiosa, de la cual se trata en las Reglas 29 y 30.

2. Dice, pues, nuestro Padre en la Regla 28: «Lo que toca al voto de la castidad no pide interpretación, constando cuán perfectamente deba guardarse, procurando imitar la puridad angélica con la limpieza de cuerpo y mente».

Por cierto, es de considerar con cuánta brevedad y cuán de paso trató nuestro Padre del voto de la castidad, que parece que lo dijo como por paréntesis.

Y tratando tan por extenso del voto de pobreza en muchas partes de las Constituciones, y de laobediencia ni más ni menos, trata de esta virtud de la castidad como al desgaire, como se ve. Habiendo propuesto al principio de la 6.ª Parte de tratar de las cosas en que se ha de emplear el de la Compañía para conservarse con más provecho suyo y ajeno, dice: «Y porque lo que toca a la castidad», etc.; pasemos a la santa obediencia». Y en esta misma parte 6.ª, cap. 3.º, hablando de los ejercicios de la penitencia y cosas semejantes en que deben ocuparse los de la Compañía, puso otra palabra, que es aquélla: que ni tanto carguen de esto, que den con todo en el suelo, ni tampoco se olviden de manera que «humani et inferiores affectus incalescant»; que es lo que dijo San Francisco a los suyos: «Refrigescente spiritu, caro et sanguis quae sua sunt sequuntur».

En todas las cosas fue nuestro Padre maravilloso, mas en ser maestro de costumbres con discreción y prudencia espiritual, hace ventaja a sí mismo. Bien vio nuestro Padre la dificultad que había en el tratar en particular de esta virtud, por el peligro que hay de que, descendiendo en particular a las inmediatas, nos vamos cebando y gustando de manera que nos hallemos atascados escarbando en ella. Por eso no quiso nuestro Padre descender en particular a tratar de esta virtud; porque, aunque todas las virtudes andan en compañía y hermandad, y del menoscabo de la una reciben las otras menoscabo, y de la ganancia de la una cabe parte a las demás; con todo eso, todas tienen sus propios fundamentos y sustento y apoyo donde se crían y perfeccionan; pero la castidad tiene su arrimo y apoyo en todas las demás virtudes, a quien todas sirven como a reina que está en medio de ellas, como torre de homenaje. Ellas son porteras de este castillo; y así dice San Diadoco que todas las virtudes son «ianitrices illius» y San Bernardo dice «sunt fulcra castitatis»; que son arrimo, apoyo y sustentáculo de la castidad. Porque una cosa, mientras más delicada es, tanto más pide para su sustento y con menos descuido corre riesgo: lo basto más sufre y menos pide.

3. Esta virtud es cosa tan preciosa que pide muchas cosas para su perfección y, con menos descuido, se pone a aventura; y así nuestro Padre, tratando de las demás virtudes tan o largamente, no fue necesario tratar más a la larga de esta virtud, porque toda la doctrina que había dado, es doctrina de esta virtud.

No es otra cosa, hermano mío, encomendar tanto el uso de los sacramentos, mortificación, exámenes, sino encomendarnos la castidad. Que cuando andáis en esto con fervor y tenéis cuidado con vuestra oración y recogimiento, entonces esta virtud está en sus anchuras; y entonces no hay enemigo que haga guerra. Pero si vos andáis con tibieza y flojedad en la oración, y con relajación y falta de mortificación, y no os aprovecháis de la pureza que está en los Sacramentos y andáis con falsopetes y bolsicos con vuestros Superiores, con poca claridad, no es maravilla que andéis afligido y tentado, y que el demonio os dé un traspié y dé sacomano a vuestro corazón. Quitadas las columnas, el edificio luego se cae de su peso: no preguntéis la causa por que se cayó. «Corpus quod corrumpitur aggravat animam».

Los médicos modernos, ahora, miran las raíces y principios de la enfermedad y aplican los remedios, necesarios, dejando los barbarismos antiguos que solamente curaban por defuera, con emplastos y sin tener el cuidado principal de lo de dentro. Así vos, hermano, mirad la raíz de donde os nace esto; tomad esa agua de atrás; mirad cómo andáis en la obediencia; cómo en la mortificación y en el uso de los sacramentos; mirad si andáis cerrado con vuestro Superior; que de ahí os nace; ésta es la raíz. Creedrne que el espíritu con la oración se sustenta; ésta le da fuerza y vigor; poned el cuidado en remediar esto; que, si en esto andáis remiso, vos propio os dais la ocasión, como dice San Atanasio. Tu das stimulum carni tuae; nolite conqueri de infirmitate carnis vestrae, nolite dicere; volumus, sed non possumus: vos os dais la ocasión y dais estímulo a vuestra carne, y con ese regalo y flojedad y vagueación de ánimo que tenéis dais poder a vuestro enemigo. No digáis que no podéis, que bien podéis, si ponéis el remedio en el cuidado de la oración y de las demás virtudes con que la castidad se apoya y sustenta.

4. Dice, pues, nuestro Padre: «Quae ad votum castitatis pertinent interpretatione non indigent»: No necesita de interpretación. Hay una razón, y es, que las demás cosas son de suyo indiferentes y no determinadamente buenas o malas; y así, el voto de la pobreza pide interpretación, porque no obliga más de lo que cada Religión quiere que obligue. Y así, en la Religión de San Francisco obliga a pecado el tomar dineros en las manos; y así tienen otras interpretaciones de este voto, que quebrantadas obligan a pecado.

Lo mismo también de la obediencia, que cada una Religión tiene ya señalados sus términos, con los cuales quiere obligar a pecado; como en Santo Domingo, en el verbo «praecipimus» pretende obligar; y nosotros «in nomine Jesu Christi». Pero en lo que toca a la castidad no pide interpretación, que en ella todo es malo; cualquiera falta es de suyo mala; todo es precepto, salvo el inhabilitar al matrimonio, que eso es consejo; por eso es pecado cualquiera falta, porque de suyo es el vicio contrario malo: en las demás, ideo est malum quia prohibitum

Otra razón hay por que nuestro Padre no hizo declaración en lo que toca al voto de castidad. Porque cada uno tiene dentro de sí el testimonio de su conciencia que le avisa lo que es malo, como dice San Pablo, Rom. c. 2: «huiusmodi legem non habentes ipsi sibi sunt lex, qui ostendunt opus legis scriptum in cordibus suis, testimonium reddente illis conscientia ipsorum et contra se invicem cogitationum accusantium». Allá dentro tenéis la lumbre de la razón que os ha guiado y enseñado de lo que os habéis de apartar. Allá tenéis un ladrador perpetuo, que os está ladrando, y estímulo, de vuestra conciencia que os acusa. Escuchad a este ladrador; no le cerréis los oídos, que él os dirá de lo que os habéis de guardar. Él os acusa y os da amargura cuando tenéis guardado allá entre los cartapacios el (boscancillo) o cuando tenéis conversación demasiada, de que sentís un no sé qué. Él os reprende el dar soltura a vuestros ojos. Es esta virtud muy delicada; y por esto, Nuestro Señor dio a los mancebos empacho y vergüenza, que los teólogos y filósofos llaman pudor, para guarda de esta virtud, como a gente más necesitada; que niños y viejos no tienen este empacho, ni tienen, como dicen, vergüenza, como gente más segura y libre de este peligro, como lo dice allá Aristóteles.

5. También no pide interpretación esta virtud, porque no sufre disputas, como otras donde no hay tanto peligro de deslizar; cuando podáis decir, hasta aquí es lícito, y si pasáis adelante un poquito, es ilícito. No permite la delicadeza de esta virtud que os acerquéis tanto al daño: hasta aquí no me quemaré, si un tantico voy más adelante, sí. ¿Qué sabéis vos si estando descuidado, a deshora saldrá una llamarada de este fuego que os halléis chamuscado? Y por esto dice nuestro Padre que «non indiget interpretatione»; porque pensaréis parar en alguna parte de ese resbaladero, y pasaréis adelante hasta que os despeñéis; porque el aire y vuelo que habéis tomado es peso de vuestro cuerpo y os hace andar más que de paso adonde no pensábades. San Efrán, tratando de esto, dice: «¿Quieres ser guardador de la pureza? Sé severo; no popes a tu contrario; no le hagas cocos; porque cierto es que quien a su enemigo popa, a sus manos muere. Guárdate de lejos, que imposible es, dice, que hombre metido en peligros deje de caer. Y si dijere que no cae, miente: no sabe lo que se dice; no se conoce ni sabe en lo que está; conocerse ha cuando esté ya descalabrado y atascado hasta los ojos. No calentéis la pelota; no andéis a las bonitas con esta tentación; mirad que son saetas de fuego que, si tantico las detenéis, hacen daño. Por esto, sed severo a los principios; quiébrale la cabeza en asomando el pensamiento, resistid al principio». Génesis II, dijo Dios a la serpiente: «Ipsa conteret caput tuum», vel ipsum conteret, scilicet semen benedictum Christi Domini. Acerca de lo cual dice Casiano, lib. 6.º: «Et secundum Dei particulare mandatum, sollicite serpentis observare noxium caput, sililicet cogitationum malarum principia quibus serpere in animam nostram diabolus tentat, neque sinamus per negligentiam penetrare in cor nostrum, reliquum eius corpus, id est oblectationis assensum. Qui procul dubio si fuerit intromissus, morsu virulento mentem interimit captivatam. Emergentes etiam peccatores terrae nostrae, sicilicet sensus carnales, in matutinis sui ortus oportet extinguere». Quiebra la cabeza en asomando, no fomentando la pasión; luego, al principio; no se os entre del todo y dé sacomano a vuestro corazón; no os contentéis con una floja resistencia, ni vais fomentando vuestra pasión en el regalo de la carne, que es el cebo con que se sustenta la sensualidad: «contere» dice no quede en qué estribar; quiébrale las fuerzas, destrózale; mirad si esa ocasión, si esa ociosidad, dan sustento a esa tentación.

6. Dice nuestro Padre «cum constet quam sit perfecte observanda». No son menester en esto muchas razones; porque éste es primer principio de todos los Padres antiguos, que trataron de la perfección de la vida espiritual; que es necesario para ella una grandísima solicitud y vigilancia acerca de esta virtud. Y tengo para mí una gran verdad; y es que el pensar nosotros que, por la bondad de Dios no consentimos; y andar fiados en esto y contentamos con decir «no consiento, es me involuntario», nos hace andar flojos y tibios en la vigilancia de esta virtud, y en esto nos vamos descuidando, pareciéndonos que no hay peligro y damos licencia a nuestro corazón y a nuestra imaginación para andar cerrera por estos baldíos: por esto que no es pecado, y es cosa llana; que los que mucho andan por los baldíos vendrán a entrarse por los vedados. Y es cosa maravillosa ver el cuidado y recato que los Santos tuvieron en no dar lugar a pensamiento ninguno; y por todas vías atajar los pasos a todo movimiento desordenado por donde esta pasión podría venir a señorearse de nuestro corazón. Y vemos lo que el abad Germano pregunta en la colación 12, c. 9, al abad Queremón: si es posible vivir en esta vida sin movimiento desordenado en esto, aun sin aquellos que parece son naturales. De ahí vino aquella austeridad y rigor tan grande en el trato de su carne; el acostarse en unas esterillas; el no acostarse después de haberse levantado a maitines, por parecerles que el sueño de la mañana es muy ocasionante para la sensualidad; y de la moderación de la bebida, no de vino, que no se bebía en aquel tiempo, sino de agua, por ser causa de relajación. Del amor de esta virtud vino también aquel grande cuidado de no tener rato ninguno ocioso, sino tener el tiempo ocupado, como dijo el ángel a Antonio: Haz cestillos a ratos, y acude luego a la oración; y de esta manera has de instruir a los monjes. Y así lo hacía, que tejía un rato, y luego se hincaba de rodillas y se ponía a hacer oración y volvía luego a trabajar; de manera que no tenía rato ocioso. De aquí vino también la severidad que duró en la Iglesia muchos años, en castigar los delitos que se cometían contra esta virtud, que castigaban un adulterio con 23 años, y una fornicación de un sacerdote con 10 años; pecados más graves, con penitencias hasta la muerte, y con ser tratados como energúmenos, como se ve en Dionisio y en el Concilio Ancirano, que se curaban con oración y humildad y servían de barrer en las iglesias. Y al religioso que había dado algún lugar, o se había detenido en algún pensamiento deshonesto, no le daban penitencia como ahora 5 Salves, sino que rezase cien salmos de rodillas. Con toda esta severidad se castigaban estas cosas en aquel tiempo, y este celo se tenía entonces de esta virtud. Este celo tuvo siempre nuestro Padre de que todos los de la Compañía tuviesen siempre pureza de ángeles; y pureza en el cuerpo y mente. Yo alcancé a ver un libro que, entre las cosas que estaban allí de nuestro Padre Ignacio, se decía: que en Roma estaba un hombre antiguo, de mucha virtud y que daba grande edificación en casa, y siendo hospedero vino un hermano mozo huésped y levantándole los pies el hermano, entre las corvas le hizo cosquillas. Acaeció que lo vino a saber nuestro Padre, porque todo lo que se hacía en casa, por menudo que fuese, lo quería saber; y luego mandó despedir al Hermano; pero viniendo a interceder por él todos los de casa, poniéndole delante la edificación que hasta allí había dado y lo que había trabajado aquel verano en curar los enfermos; condescendió nuestro Padre que quedase en la Compañía, con condición que fuese en peregrinación a pie hasta Santiago, que son de ida y vuelta 800 leguas; todo este castigo dio nuestro Padre por tan leve culpa; y con tanta severidad castigaba estas cosas.

7. Dice la regla, «enitendo», que es propiamente lo que decimos forcejar. Y así dice que habemos de procurar esta virtud, y forcejar por alcanzarla. Como un hombre cuando lleva una piedra por un monte arriba, va forcejeando con gran fuerza y maña por subirla; así dice nuestro Padre que habemos de hacer por esta virtud. Y así no es ella para gente regalona y delicada gente de «nolite me tangere»; quiere esta virtud hombres fuertes, quiere fuerza y quiere ser procurada intensamente, con todas las fuerzas, con gran veracidad, no lerda y flojamente. Pide nuestro Padre puridad angélica a los de la Compañía, y por eso dice «enitendo», que es propio del religioso, que no le obligan a tener la perfección sino a procurarla. ¿Cómo es posible en hombres de carne y hueso hallar puridad angélica? Cosa es difícil de alcanzar y que ha de costar trabajo; pero esto es lo que nos pone delante por blanco, adonde hemos de tirar; de esta manera está la castidad en su punto, está en su plenitud, que es el nombre que más propiamente se puede decir, como dice San Pablo: in plenitudine fidei, en su entereza y plenitud. Hasta alcanzar esta virtud de esta manera, los enemigos están en pie; tiene el hombre con quien pelear y quien le hace guerra; pero, cuando el hombre está poderoso con la plenitud de esta virtud, entonces tiene ya los enemigos rendidos. Conviene, pues, que estéis siempre velando y que no os descuidéis; porque, como dice Casiano (libro 6, c. 4), necesse est unumquemque in colluctatione positum quamvis frequenter adversarium vincat ac superet, ipsum aliquando turbart. Por eso conviene «in affectum integritatis et incorruptionis transire»: traer el corazón sazonado, que el olor aún no pueda sufrir; como un estómago muy delicado, que aun de muy lejos no huele el hombre cosa dañosa, que no le revuelva el estómago. Conviene, pues, que este corazón de carne se mude in affectum integritatis, que esté castificado; que no huela a cosa fea de mil leguas; de esta manera está el hombre en paz con sus enemigos, con la gracia del Señor, que el fuego de la carne apaga con el rocío de su gracia; como aquellos niños de Babilonia que, estando en el fuego, ni ellos ni sus vestiduras no se quemaron; así lo suele hacer Dios, que ni aun el olor de fuego se halla en ellos, como dice Isaías: Odor ignis non erit in te. La razón propia porque nuestro Padre pide pureza de ángeles en nosotros y el corazón tan castificado es, porque nosotros tenemos de ser cirujanos y curar llagas tan afistoladas como vemos que hay hoy en el mundo; y si el médico no trae preservativos en tiempo que cura apestados, pegársele ha la peste, y el cáncer y las demás enfermedades. Así, es menester que, pues os criáis para médico, vais muy mortificado y llevéis corazón muy castificado; porque si no, pegárseos ha la enfermedad. Criámonos para andar entre gentes y hacer guerra al demonio; y así, para cada uno hay 10 demonios que le hacen guerra, como ellos se la hacen a él. Estamos, como dice San Pablo, in medio nationis pravae et perversae; no sois gente retirada, estáis en mitad del mundo, entre vuestros enemigos et lucetis sicut luminaria in mundo verbum vitae continentes; y por esto nos pide nuestro Padre que forcejemos por alcanzar esta pureza de ángeles.

Casiano, colación 12, c. 7, pone 7 grados de castidad. El 1.º, que, estando el hombre velando no se deje llevar de ningún pensamiento ni movimiento feo o sensual. El 2.º pasa adelante: que no se detenga el hombre en semejantes pensamientos. El 3.º, que, con la vista de alguna mujer, no tenga algún movimiento de concupiscencia por liviano que sea. El 4.º, que no consienta, en ninguna manera, que el demonio se le venga a sus barbas estando despierto, y que, velando, no permita en sí ni a un simple movimiento de carne. El 5.º, que, cuando un religioso tuviere necesidad de tratar de estas cosas, o estudiarlas y leerlas, pase por ellas como por otra cualquiera cosa que trate, necesaria para la vida humana, con un ánimo sosegado y puro, y no tenga más movimientos con la memoria de aquestas cosas, que si se tratase de ladrillos. Este grado tuvo nuestro Padre Ignacio perfectísimamente, desde su vocación en Manresa; que, aunque nuestro Padre fue hombre muy cortesano en el mundo, pero alcanzóle parte de la vida soldadesca, no pícara sino muy honradamente. El 6.º grado es que, aun durmiendo, no le traiga el demonio ilusiones y pensamientos feos y representaciones de mujeres; porque, aunque esto no sea siempre pecado, pero es grande indicio de que entre día anda el hombre con semejantes pensamientos y movimientos de concupiscencia. El 7.º es rarísimo, que, aun durmiendo, no tenga semejantes movimientos, que con causas naturales suelen acontecer. Y esta castidad, en estos grados, aunque es muy dificultosa, pero dice Basilio (regla 309): No desmaye nadie, que a muchos hombres y mujeres conozco yo que poseen esta virtud con toda esta perfección, con la gracia de Nuestro Señor que es superior a toda naturaleza y a toda costumbre. Y trae a este sentido aquello ad Romanos, 6: ut destruatur corpus peccati; que se le quita al pecado la fuerza suya y el reino que él tenía sobre nosotros. Así se entiende también aquello ad Colossenses, 3: fornicationem, immunditiam libidinem, concupiscentiam malam: los afectos que traéis arrastrados sobre la tierra; no uno solo, mas todos hasta llegar a quitar concupiscentiam malam, que ni obras ni deseos queden en vos. Esto mismo nos dice Nuestro Señor: Sunt eunchi qui ab hominibus facti sunt, et sunt eunuchi qui ita nati sunt, et sunt eunuchi qui se castraverunt propter regnum caelorum: que llamó Tertuliano voluntarios spadones: aquel que «se castraverit» negando su inclinación; que parece decir, quitarse el poder para hacer este pecado. Esta limpieza es significada por la limpieza de Naamán Siro, a quien dijo el profeta Eliseo: Vade et lavare septies in Jordane. Lavóse, et resuscitata est caro eius, sicut caro pueri. Declaró esto Guerrico, abad Iniacense, en el sermón de la Purificación, de la pureza que consiguen los siervos de Dios, aun en el mismo cuerpo suyo. Mas notad lo que dice: Lavare septies, que es menester una y muchas veces como batanar nuestras vestiduras en la sangre del Cordero. Siete es número perfecto; dice perseverancia universal, como la que tuvo Santo Tomás y otros Santos, aun en el estado seglar y casados. Habéis de tener perseverancia en la oración y ejercicio de las demás virtudes, y en la abnegación de vos mismo y de vuestros apetitos, y en descubrir vuestra conciencia al Superior.

8. A esto nos debe animar, la corona que Dios tiene prometida a quien alcance esta joya. San Pablo dice: Omnis autem qui in agone contendit ab omnibus se abstinet; et illi quidem ut corruptibilem coronam accipiant, nos autem incorruptam. Dice, pues, Casiano (libro sexto): Si aquellos que juegan los juegos olímpicos se abstenían de todas las cosas que dañaban a aquellos juegos y les disminuían las fuerzas, y por estar más ligeros, fuertes y sueltos, se ponían en los riñones planchas de plomo, por que de noche no tuviesen movimiento ni ilusión, por lo cual perdiesen o disminuyesen su virtud y fuerza; y todo esto, sólo por una corona corruptible y perecedera, ¿cuánto más cuidado debemos tener nosotros de la mortificación y guarda de nuestros sentidos, que esperamos una corona incorruptible, que jamás se ha de marchitar, para que se cumpla lo que está dicho por Oseas, c. 2: Et arcum et gladium et bellum conteram de terra et dormire vos faciam fiducialiter: Dormiréis, y no habrá quien os despierte.




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Plática 32

Sobre la regla 28, 29 y 30. De la castidad


1. Declaramos en la plática pasada la doctrina de nuestro Padre acerca de la castidad; la grande perfección de esta virtud y cuán bien empleado es el trabajo que se pone en a alcanzarla y el premio que Dios da a los que trabajan por esta joya y andan en esta jornada, estimando la grandeza de una virtud tan señalada, y aficionados a su hermosura. De esto proseguiremos y trataremos algunos medios.

No hay para qué tratar de la excelencia de esta joya; basta con ver cómo los hombres se maravillan de virtud tan excelente, de virtud tan rara, oro de tantos quilates. Sólo dirá aquel lugar de San Pablo, 1.ª Thesalonicenses: «Haec est voluntas Dei sanctificatio vestra: ut abstineatis vos a fornicatione, ut sciat unusquisque vestrum vas suum possidere in sanctificatione et honore, non in passione desiderii sicut et gentes quae ignorant Deum». Ya sabéis, hermanos, la voluntad de Dios, y para lo que os ha llamado, que es para que seáis justos, et unusquisque vas suum possideat in sanctificatione. No nos llamó a la inmundicia, a la deshonestidad; no para darnos a los deleites de la carne; llamónos para que le sirvamos en pureza y entereza. Llama allí el Apóstol a la castidad, santidad; y llámala también honra del la naturaleza humana. Estos dos epítetos le da.

2. Santo Tomás 2-2, 9-81, a 8, dice que santidad «importat munditiam»; como lo dice Dionisio, c. 12 «De divinis nominibus»: cosa que no tiene mezcla de tierra ni de afectos terrenos que abaten al hombre a estas cosas bajas. Yo soy santo (dice Dios); los que me siguen quiero también que sean santos. Santidad también es firmeza y estabilidad; los latinos llaman santidad de «sancire»; cosa ya estable, cosa inviolable que no osáis tocar a ella. Tales son las cosas de que Dios se quiere servir; de éstas se paga; de éstas se agrada, todo puro, todo limpio, no quiere que sus cosas se profanen; no se lleven a los usos comunes, porque de esa manera se pierde la limpieza y se ensucian, y así, lo que dice Cristo (Marcos, 7), «communicare», hacerse común. Eso mismo dice Mateo «coinquinare», tratando del mismo propósito: hacer el hombre el corazón común, derramándolo a cosas de tierra, es ensuciarlo. No quiere, pues, eso Dios, según dice Santo Tomás, sino cosa limpia, cosa apartada. Esto (pues) hace la castidad, que es santidad por excelencia, santificación. Pues ¿qué es cosa limpia? Santo Tomás dice que es cosa que no se mezcla con cosas inferiores; y así, si el alma se mezcla con cosas de tierra más bajas que ella, ensúciase, deslústrase y pierde su ser. Pues la castidad es la que aparta al hombre de las cosas de esta vida, de cosas sensuales y terrenas; y Dios, como es puro, quiere la castidad para su morada, y que todos aquellos en quien Él ha de morar sean castos y limpios. Y aunque todas las virtudes quieren en sí estabilidad y firmeza de propósito, pero la castidad, para ser virtud especial, pide especial firmeza, por ser cosa tan dificultosa el guardarla; y una parte de la castidad, que es virginidad, para ser virtud, pide voto, como lo dice Santo Tomás.

3. Es honra de la naturaleza humana porque, como dice Crisóstomo, Ambrosio y otros: «Castitas est res super naturam»; y Ambrosio dice: Caelum est patria, hic advena et incola est». No se halla por las plazas; su morada es allá en el cielo. Acá está como peregrina; acá está como de prestado. Mirad lo que dice Cristo: «Neque nubent, neque nubentur»: allá en la bienaventuranza no se trata lenguaje de carne. Y así San Basilio y San Bernardo, dicen que esta virtud hace que los hombres imiten a los cortesanos del cielo. Mirad lo que dice Ambrosio, que la castidad es prenda de hombres resucitados, prenda de inmortalidad, librea de gente resucitada, de gente que vive vida nueva. Eso es lo que dice el Apóstol: «ut in novitate vitae ambulemus». ¿Qué llama San Pablo al vicio contrario a esta celestial virtud? Contumelia, afrenta e ignominia; cosa que envilece al hombre y cosa que le apoca; y esto no sólo porque le quita la gracia, sino también porque le enflaquece y lo debilita y le abate a cosas rateras y le hace soez. No os maravilléis que llamemos ángeles a los castos, como los llama la Sabiduría de Dios, y como dice Basilio, libro De virginitate: Virginitas incorruptibilis: Magnum enim quiddam est re vera, virginitas, incorruptibili Deo, ut in summa dicam similem efficiens hominem. Deo hominem quam simillimunt facit. Sap. 6: «Incorruptio lacit proximum Deo». Así que, Padres y Hermanos, esta virtud, en el grado en que la enseña nuestro Padre Ignacio, es don que da Dios a sus siervos; gente que trata de seguirle de veras, gente mortificada, gente que se ha empleado en su servicio, que es prenda de la inmortabilidad y honra de la humana naturaleza; así como el vicio contrario es propio de gente dormilona, gente floja, gente que llama San Pablo por afrenta, gentes que «ignorant Deum», que viven dejándose llevar «in passione desiderii».Y aunque es verdad que esta virtud fue poco conocida de los filósofos antiguos, porque ni la conocieron, ni la alcanzaron en la perfección que ha de estar, como lo dice Casiano collatione, 13, c. 5; pero con todo eso, como dice Ambrosio, la honraron y estimaron en mucho; que eso tiene esta virtud, que aun sus mismos enemigos la estiman. De aquí nacían aquellas grandes honras que daban a las vírgenes vestales; porque el demonio, como ladrón de la honra de Dios, viendo la honra que a Dios se le seguía de que hubiese almas que conservasen su limpieza virginal y guardasen sus cuerpos para morada del mismo Dios, quiso él también tener vírgenes falsas. No sé si habéis notado una cosa particular que leemos en esas cartas del Perú, que es muy para notar: que todos los más sacrificios que en aquellas Indias y gentilidad se hacen al demonio, son de doncellas o muchachos: gente pura y limpia. Y todo esto nace de la gran envidia que el demonio tiene a Dios por la honra que se le sigue de esta virtud.

4. Veamos, pues, la necesidad que tenemos de esta pureza y virtud. Primeramente es necesaria para la oración, trato y comunicación con Dios; porque, como dice Dionisio en el cap. 4 «De divinis nominibus», pide Dios para su trato almas purísimas, purgatísimas y castísimas, y los Apóstoles San Pedro y San Pablo aconsejaban a los casados apartarse del trato común, por tener más disposición para la oración; 1 Cor. 7: «ut vacetis orationi»; 1 Petri, 3: «ut non impediantur orationes vestrae». Ésta es la razón, a priori, que daban los santos Pontífices Inocencio y Siricio primeros, para que los sacerdotes tuviesen voto de continencia; para poder tratar más libremente con Dios, el cual pide pureza de cuerpo y de ánima. Y es verdad muy cierta, dice Santiago, c. 3, que la sabiduría de Dios, «primum pudica est» y asimismo, todos los demás dones que Dios da castifican las almas, y ésta sabiduría soberana, las purifica, y aviva el espíritu, y mortifica la carne, y aparta del gusto de lo de acá y lleva al gusto del cielo; Y mortifica el brío sensual, alienta y da fuerza al espíritu. La figura de Jacob lo dice claro: que, en habiendo visto a Dios cuando estuvo peleando con él aquella noche, le tocó Dios en el muslo y luego lo marchitó. Todo el trato de Dios tiene esto, si es verdadero: fortifica al hombre; hace marchitar el afecto a las cosas de la tierra y da al hombre gusto de Dios. Hemos siempre de andar delante de Dios y en su presencia, y ésta es la librea de los de la casa de Dios; y todo trato con Él se ha de fundar en esta pureza. Y ésta es la causa por que el demonio hace tanta guerra a esta virtud y a los que se precian de ella; por la envidia que les tiene, porque goza el hombre una virtud propia del cielo, siendo casto. Y así, es cosa de ver la guerra que hace a una persona que anda cuidadosa velando sobre la guarda de esta virtud. A todos tiempos le persigue; en la oración y fuera de ella, de día y de noche; y en viéndose con algún despojo o con cualquiera cosa que alcanza de ella, es cosa de ver dice San Gregorio en los Diálogos, las fiestas que hace. Espíritu sucio, como lo llama Cristo en el Evangelio, el cual estaba antes en el paraíso levantado y encumbrado, pero ahora todo su trato es en estiércol, en suciedad y en inmundicia. No hay ilusión del demonio que no venga a parar en este vicio; aunque entra muchas veces humilde y encogido viene después a parar en deshonestidad. Y como dice Jerónimo ad Ctesiphontem todas las herejías que ha habido en la Iglesia de Dios nacieron de la deshonestidad o acabaron en ella. San Pablo ad Galatas, (5) cuenta la herejía entre las obras de la carne: «Manifesta sunt autem opera carnis quae sunt immunditia; fornicatio, luxuria, quod est idolorum servitus», etc.; que, aunque el demonio entra por pocas cosas, poco a poco va ganando tierra. Miradlo bien y examinad si es error del demonio e ilusión, que todo va a parar aquí y a meternos en esta enfermedad. Aquí van a parar todos los alumbramientos, desde los gnósticos hasta nuestros tiempos, con que el demonio ha querido infamar la virtud en la Iglesia de Dios. Va metiendo prendas poco a poco, y lo que antes parecía virtud, viene a parecer deshonestidad; y viene a descubrir que lo que antes era engaño, ya es malicia; que la sabiduría del demonio, dice Santiago, capítulo «terrena est, animalis, diabolica». Y es muy fuerte ardid éste del demonio; porque la tentación descubierta es fácil de vencer y por eso ándala solapando. Entra una amistad que parece virtuosa, y es amor carnal, que lo podéis cortar con un cuchillo; entra con devoción, y es deleite sensual y carne podrida. Y va poco a poco el demonio asiendo el corazón; y cuando se descubre el demonio, y va descubriendo la cola el que antes venía en hábito de ermitaño, no hay fuerza para resistirle. Bebisteis poco a poco la ponzoña y ha os quitado ya el santo coraje y vigor de ir adelante en la virtud con que resistíades a las tentaciones. Por lo cual, no hay cosa ninguna que así haya de mirar el siervo de Dios, que los solapamientos del demonio. Y los hombres poco experimentados, que piensan que ya están medio cuerpo en el cielo, se dejan más fácilmente engañar; y tengo para mí por cosa muy cierta que se procura vengar de Dios en la naturaleza humana, ya que en Él mismo no puede vengarse: como lo suelen hacer los bandoleros: cuando no se pueden vengar de quien los ha agraviado, hacen presa en lo primero que hallan más a mano que toca a su enemigo. Y más especialmente después que tomó Dios la naturaleza humana, ya que no puede vengarse en su propia persona, hácelo en sus semejantes; y por esto este león rabioso anda echando mil cercos, buscando a quien tragarse; y de ahí vienen las invenciones que ha hallado el demonio para hacer befa y escarnio de la naturaleza humana. Pero misericordioso es Dios «fidelis Deus qui fecit cum tentatione proventum», que con el provecho y humildad se recompensa el peligro de la dificultad y trabajo de la batalla. Por eso ha permitido Dios esta tentación (que Dios a nadie tienta, como dice Santiago), para que tengamos ocasión de humillarnos; por que cuando el hombre se mira y halla que es hombre hidalgo, que todos los espirituales son hidalgos de cuatro costados, y que ha estado en la Religión muchos años sirviendo a Dios muy de veras, ganando grandes victorias de sus enemigos, no se desvanezca viéndose cargado de dones.

5. Ésa es la razón que da San Pablo: «Ne magnitudo revelationum extollat me; datus est mihi stimulus carnis meae, angelus Sathanae qui me colafizet»; que este pienso yo que es el sentido literal de este lugar; me encarnece, hace burla de mí y me da de pescozones. Mirad, hermanos, qué sale de vuestro corazón, qué es el sentimiento que tenéis de vos, que cuando ve el demonio levantarse en vuestra ánima pensamiento de altivez y soberbia a todas horas y a todos tiempos, se atraviesa de por medio, y permite Dios que se levanten en vuestra alma tentaciones, porque os habéis desvanecido, y para que, mirándoos a los pies, deshagáis la rueda de vuestra vanidad.

6. Lo segundo para ejercicio nuestro de virtud; porque la falsa seguridad y abundancia de paz nos hace descuidados; y así, Cristo permite que nuestros enemigos nos hagan guerra. Por esta razón (Iudicum 3.º) dice: «Dominus dereliquit gentes ut erudiret in eis Israelem. et haberent consuetudinem praeliandi»: no para que estas gentes reinasen sobre ellos, como antes reinaban, sino para que los ejercitasen en las armas. De la misma manera quita la fuerza del pecado que mandaba en nuestro corazón y deja enemigos que hagan cocos para engañarnos: -«qui non est tentatus quid scit?»; (Ecclesiástico 34, 6, para que tengan las armas en la mano siempre que toquen a rebato, porque están los enemigos a los ojos, y para ver lo que tiene en ellos, que es lo que dice abajo: «ut experiretur Israelem utrum audirent mandata Domini». Y en estos contrastes es donde se ve quién es el fiel siervo de Dios, que es lo que dice la Sagrada Escritura: «Probavit eos et invenit eos dignos se». En este fuego de las tentaciones se ven los quilates del oro, ahí se ve la fidelidad del siervo de Dios que no se suelta de su mano, antes la necesidad le hace cuidadoso, y vence cualquiera dificultad por su amor. Casiano, colación 6, capítulo 18, dice, que los que no tienen ocasiones de estas tentaciones, como no ven enemigo al ojo, se descuidan de los medios que los demás suelen poner; pero los que las tienen y saben rendirlas y vencerlas, es gente que tiene sangre en el ojo, que saben tener contrastes con sus enemigos y vencerlos, no gente que, por cobardes, vuelven las espaldas al enemigo; a los cuales acontece lo que a aquel monje, el cual enviándolo Dios a la ciudad a predicar, respondió: Señor, en manera ninguna tengo de ir, si no me quitáis esta tentación de sensualidad; y fuele enviado un ángel que le dijo: Hate quitado Dios la tentación; pero tú te has quitado a ti una gran corona; que, al fin, como a hombre medroso y espantadizo y sin valor para pelear, te ha quitado Dios esa tentación por tu importunidad. Otra visión como ésta se cuenta en el Prado espiritual de otro religioso, que catequizaba en una ermita de San Juan Bautista, al cual le fue dicho, habiendo importunado él a Dios que le quitase una tentación de sensualidad: «Ya se te ha quitado este ejercicio, pero tú te has quitado una gran corona que con él pudieras alcanzar».

7. Ésta es la tercera causa: porque la tentación sirve de acíbar a los siervos de Dios, porque no gocen de las cosas entreveradas que son aquellos baldíos que dijimos el otro día. Quítales Dios las ocasiones y háceles que anden con recato, pasando por muchas cosas que les podían apartar de Dios, y no se osan detener en las cosas que se ofrecen, por el miedo que tienen; porque andan como aquellos perros que dice Plinio, que beben en el Nilo muy deprisa porque no salgan los cocodrilos y los maten.

La cuarta razón es, que la necesidad hace al hombre orar; que por eso se dijo: Si quieres saber orar, entra en la mar. Vese el hombre como el polluelo, que, viendo el milano, se va luego a su madre; así, las almas justas, vense en el cuerno del toro; andan delante de Dios, acuden siempre a Él, que si los deja de su mano, caerán; ven a otros caídos y dicen ellos de sí: Soy flaco como cualquiera, si Dios me deja. Esto hace andar a el justo con este santo temor.

8. Ahora veamos el remedio de eso. Más son por nosotros, que contra nosotros. «Fidelis Deus, dice San Pablo, qui non patietur vos tentari supra id quod potestis, sed faciet etiam cum tentatione proventum». Dios ha dado suficiente remedio y medicina en su Iglesia; que, como dice San Agustín, antes de su conversión le parecía que no podría salir con la virtud de la castidad; porque los seglares locos piensan que los religiosos no podrían vivir sin las cosas de la carne en que ellos viven, como lo dice un Concilio Turonense trayendo aquello de Séneca «los locos todos piensan que son como ellos». Cuando entré en la Iglesia, dice San Agustín, y vi la abundancia de gracia y dulzura que da Dios a las almas puras, vi que es mayor el consuelo que ellas reciben que todo cuanto el mundo les podría dar: «Mirabilia opera tua, et anima mea cognoscet nimis». Toma Dios entre manos un corazón carnal, purifícale con su gracia, y hácele que aborrezca lo que antes amaba y que tenga por estiércol y hediondez todo lo que antes amaba; porque, aunque es verdad que todos los hábitos dan gusto para obrar, pero esto tiene el de la castidad que da un hidalgado, noble y no soez, ni bajo; quita todo lo que puede dar amargura y punzar el corazón; es consuelo sin mezcla.

9. Veamos la doctrina para los remedios de esto y veremos la medicina que Cristo usó con aquel endemoniado que no pudieron curar los Apóstoles, como cuenta San Marcos. Dice que trujeron los discípulos un hombre endemoniado; preguntáronle qué fuese la causa por qué ellos no lo habían podido echar aquel demonio. Responde Cristo: «Hoc genus in nullo potest exire nisi in oratione et jejurio»; y habla del espíritu inmundo, como dice San Lucas, capítulo 9. Dice «género», porque los demonios están divididos en cuadrillas y escuadras, y éste era espíritu sucio, de deshonestidad: sucio y apocado. Dice Atanasio, de Santo Antonio, que vido al príncipe de la deshonestidad con figura de un negrillo feo y que comenzó a reírse y a decir al demonuelo: ¿Tú eres una cosa tan vil y tan desmedrada, y haces tanta guerra a todo el mundo? Y Severo Sulpicio dice de San Martín, que le iba mal con cierto género de demonios para desecharlos. Pero hay un género de demonios que no los pueden echar del alma sin ayuno y oración. Hay en nosotros partes afectas que son el cuerpo y el alma, y aunque son los remedios remedios por entrambos, pero más necesarios son los remedios espirituales que curan la raíz que son los afectos de nuestro corazón, que no los corporales; que, como dice Cristo: «Pon remedio en el corazón, que ahí se fraguan todos los malos pensamientos»: Ex corde exeunt cogitationes pravae, fornicationes, adulteria. Estos remedios se deben aplicar a la parte más afecta: por eso dice Casiano, c. 1, libro 6: «Nec enim sufficit corporale jejunium ad conquirendam et possidendam perfectae castimoniae puritatem, nisi praecesserit contritio spiritus et oratio contra hunc immundissimum spiritum perseverans»: No bastan ayunos, ni cilicios, ni otras penitencias corporales; acudid a poner remedio a la fuente; humildad verdadera y oración perseverante; que yo he visto y experimentado, como he andado por tantas partes, persona de penitencia corporal de las grandes que he visto en los santos antiguos, vestido de una vestidura pobre, descalzo y descubierta la cabeza, y comiendo hierbas, sujeto a gravísimos pecados, porque no se aprovechaba de remedios espirituales; no sabía tratar con Dios: «Omni custodia serva cor tuum» dice la Sagrada Escritura, guarda tu corazón y guardarás los ojos, las orejas, la lengua; que esto es lo que hace al caso; y es aforismo de maestros de vida espiritual, que pensamientos buenos sustentan esta virtud. David dice: «In corde meo abscondi eloquia tua ut non peccem tibi». Y San Gregorio dice: «Ama lectionem Scripturarum, et carnis vitia non amabis»: que cría buena sangre. Y no solamente os habéis de guardar de pensamientos malos, sino también de vanos; que el pensamiento vano acarrea el pensamiento malo, y del corazón cerril, que anda vagueando por unas partes y otras, se dice (Sap.): «Spiritus Sanctus abstrahit se a cogitationibus quae sunt sine intellectu»; y que «corripietur a superveniente iniquitate». Ésta es la doctrina que tenemos de Nuestro Señor en esta parte.

Dice «in jejunio» Santo Tomás, 2-2, q. 132 dice: Castidad «dicitur a castigatione» porque «vitia incontinentis castigatione corrigenda sunt»; y es de San August. 3.º, et Hieronymus; y en declarar este lugar gasta todo aquel artículo. Son los vicios deshonestos como los muchachos; han menester azote, porque les falta la razón. Si los dejáis desmandarse, echarse han a perder; si dais mano a la sensualidad, va tomando bríos; daisle pie y tómase la mano; entráis por poco y salís por mucho. Pues por eso es menester, poner la carne en pretina, afligirla con la mortificación, ponerla en estrechura, atemorizarla, mostrándonos en esto siervos de Dios esforzados, como dice San Pablo, 2 Corintios 6: Exhibeamus nos sicut Dei ministros in multa patienta, in vigiliis, in jejuniis multis, in castitate».

10.- Ahora, Padre, ¿habemos de andar siempre con el látigo en la mano? -Quiero decirles una comparación que yo suelo traer a este propósito. ¿Habéis visto a un hombre achaquiento, que nunca sabe andar sin achaques, que nunca usa de remedio fuerte? Anda con tiento en el comer y en el beber, guardándose del sereno, tomando, de cuando en cuando, unas pildorillas de sen por purgar, y con esto pasa su trabajo y vive como puede; mas cuando aprieta la enfermedad, entonces aplica remedios fuertes. Andamos achaquientos, tienen nuestros achaques crecientes y menguantes. ¿Pues qué hacéis?, ¿qué remedios ponéis en ello? -Padre, ando con cuidado y regimiento en la comida, que fácilmente cualquier exceso me hace daño; tomo una penitencia ordinaria; pero cuando aprieta más la tentación aprieto más en lo de la penitencia.- Esto es lo que dice nuestro Padre, 6 p., c. 3, que no tomemos penitencias de manera que quiten las fuerzas corporales, mas se tomen de manera que las pasiones no tomen bríos; y así mirad el trato que os hacéis y de ahí veréis si os va bien o mal en él. San Basilio, reg. fus. reg. 17 y 18, no llamó solamente continencia a las penitencias corporales y aspereza de la carne, sino la que se hace «tollendae contumaciae corporis causa»: no solamente lo que es quitar de la comida, sino las cosas que enternecen el corazón, y apartarse de ellas; y esto «pietatis causa», por quitarle la contumacia a la carne, que es mala bestia. Este cuerpo es un aldeanazo; y por esto, dice Basilio, andamos con rienda en el hablar, en el comer y vestir; y esto, ¿por qué? «Pietatis causa», porque «pietas ad omnia valet». Y esta piedad se declara con que anda el hombre con el castigo en la mano, maltratando su carne. Es menester andar con ella como con un muchacho; darle del pan y del palo; y aunque le habéis de tratar con amor de caridad, pero de manera que no tome brío, sino como cabalgadura espantadiza; y, por tanto, como hombre, escarmentado del daño que hace el amor propio, no le deja andar a qué quieres boca; y así lo hace el verdadero religioso que ha dado con el camino de la mortificación. ¿Qué dice San Pablo? «Castigo corpus meum et in servitutem redigo», sujetando la carne que se abalanza, a sabandijas, dándole sofrenadas. Ésta es la continencia que debemos tener, y ésta es regla general: que es menester que andéis con el palo de la mortificación en la mano no dando soltura a vuestra carne, porque no entréis por poco y salgáis con mucho. Por ser ya tarde, quedarse ha lo de la oración para otro día, donde lo trataremos más de propósito por ser cosa que tanto nos es encomendada.

11. Sólo concluyo con decir que las tentaciones, que de ordinario nos combaten, son tesoro rico de donde podemos sacar mucho provecho para nuestras almas; y que no tiene el hombre de qué quejarse, ni qué espantarse de sí, cuando se viere molestado de estas tentaciones; que al fin es hijo de Adán, nacido en pecado, criado y sustentado en pecado; sino andar siempre con cuidado; al revés del demonio, que pretende hacernos caer. Pero es otra cosa muy diferente mortificación, y maltratamiento propio, y el hacer aspavientos, pareciéndoos que anda Dios lejos de vos. ¿De qué os maravilláis? -Que poniendo este cuidado en el ejercicio de las virtudes, las tentaciones son tesoro rico de donde se puede sacar el oro de las virtudes; y Dios que es padre de misericordia faciet cum tentatione protetitum.




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Plática 33

De la oración medio para la castidad


1. Al fin de la plática pasada propuse dos medios que Cristo Nuestro Señor nos da en el Evangelio para alcanzar la virtud de la castidad, conviene a saber: oración y ayuno; y cómo el demonio, que es espíritu inmundo, anda perpetuamente haciendo guerra a esta virtud; y cuán necesario es andar siempre, con las armas en la mano, quitando siempre toda demasía; porque el ayuno es continencia y quita lo que es «pabulum voluptatis», que es todo regalo y fundamento del deleite. Esto dijimos que hacía el ayuno. Porque es gran verdad, que cualquier desorden que haya en esta parte, deja al hombre relajado para recibir en este cielo limpísimo peregrinas e impresiones. De este remedio usaba el Profeta: Operui in ieiunio animam meam: advertí que había enemigos, busqué armas con que defenderme de ellos porque no me hiciesen heridas penetrantes. Y S. Ambrosio, epístola ad Siricium Papam en el Concilio Tesalonicense: Qui nudus est patet vulneri. Cuando el demonio ve que uno anda desapercibido de estas armas, anda echando cercos por todas partes por desarmaros: un día os quita un poco la oración; otro día, el examen particular; pero cuando os ve armado con estas armas del ayuno, que no sólo ha de ser corporal, sino también mortificación de todos los afectos y desórdenes del alma, parece que os tiene miedo y anda huyendo de vos.

2. Vengamos, pues, a la oración, porque verdaderamente la oración es necesaria para la virtud de la castidad; veamos por qué. La castidad es don de Dios, y la oración es medio muy necesario para alcanzar la gracia y los demás dones espirituales.- Pero decidnos, Padre, ¿qué llamáis oración? -Oración llamamos, pedir a Dios lo que hemos menester. Es la castidad don de Dios, como dice el Apóstol, 1 Corintios; 8 «Volo autem omnes vos esse sicut me ipsum; sed unusquisque proprium donum habet ex Deo». Y escribiendo a los Gálatas, contando los dones del Espíritu Santo, pone entre ellos la castidad, llamándola también con nombre de continencia. Y así está escrito: «¿Quis gloriabitur castum habere cor?»: ¿de qué tiene castos pensamientos ensalzarse y engreirse? ¿quién lo puede hacer siendo como es hijo de Adán? ¿quién lo podrá atribuir a sus fuerzas e industria? «Si enim accepisti, quid gloriaris quasi non acceperis». Porque nadie se gloría sino de lo que alcanza por sus propias fuerzas. Quis potest facere mundum de immundo conceptum semine», ¿qué hijo de Adán puede gloriarse de que tiene esta virtud? Así lo dijo Cristo, enseñador de la ley de la gracia, hablando del divorcio: «Non omnes capiunt verbum istud sed quibus datum est». Es don de lo alto, don de Dios que se concede ¿a quien? Dice San Jerónimo al que se dispone como debe con cuidado, con solicitud y diligencia; que esta es gracia particular, es don muy importante. Enséñalo el Espíritu Santo: «Et ut scivi quia non possem esse continens nisi Deus det, et hoc ipsum erat sapientia, scire cuius est hoc donum; adii Dominum et deprecatus sum illum»: Cuando caí en la cuenta que no podía ser casto, si no me viniese de lo alto este soberano don, fuime a la oración «deprecatus sum». Abrióme Dios los ojos para ver las fuerzas mías y ver cuán poco puedo dejado a ellas; cuán fácilmente caigo, si Dios no me da la mano: «hoc scire sapientia est»; el conocer el hombre esto es verdaderamente don de Dios y gracia suya.

3.- Pero decirme heis: ¿que mucho es que diga aquí el Sabio que esta es verdadera sabiduría? Porque claro está que no hay católico cristiano que no tenga sabiduría para entender que esto es don de Dios, y que es necesaria la oración para vencer las tentaciones.- Pues no es tan fácil conocerlo prácticamente, como dice Casiano, coll, 12, c. 6: Quae fides licet facilis ac plana omnibus videatur, tam difficile ab incipientibus quam ipsius castitatis perfectio possidtur; porque como gente imprudente, no advirtiendo que esta es gracia y merced que Dios da, toma un vano contentamiento si se ve con alguna victoria contra esta tentación. Porque ¿de dónde perder el ánimo y acordarse sino de pensar que es negocio que se ha de hacer a fuerza de brazos, y de no conocer lo que sois vos y lo que tenéis en Dios? ¿Pensáis que, por mucho apretar las sienes y forcejear mucho con vuestras inclinaciones, habéis de ganar esta virtud? Don de Dios es y la da a quien con humildad la pide. Por lo cual dice Casiano, libro 6, c. 5, coll. 12, c. 4.º, que el hombre cae en la cuenta que todo es corto el remedio del ayuno y que no llega (dice una palabra mayor): Tamdiu hoc vitio animan necesse est impugnari, donec se bellum gerere supra vires suas agnoscat, neque labore aut studio proprio victoriam obtinere se posse, nisi Domini fuerit auxiliis ac protectione suffulta. Por demás es que un hombre salga con victoria, hasta que conozca lo que tiene de su parte y entienda que no han de bastar sus fuerzas. Si Dios no guarda la casa, toda industria humana es de muy poco efecto. Y es definición muy verdadera de todos los santos padres y maestros de la vida espiritual, que, si no hay humildad, no puede haber castidad, como dice Casiano, libro 6, c. 8: quod sicut sine humilitate castitas obtineri non potest, ita sine castitate scientia»; porque si éste es don de Dios y merced y gracia suya, es menester que conozcáis vuestra pobreza; que entonces acudiréis a Dios con cuidado.»

Ha de salir esta oración de un ánimo inflamado del amor de esta virtud. Y de la misma manera que un hombre, con deseo de alcanzar una poca hacienda anda bebiendo los vientos y pasa tantos trabajos de ir a Indias y volver de Indias, porque «amanti nihil est difficile», y muchas veces por cosas que, cuando llegan a la barra de San Lúcar, se anegan; así es menester, hermano mío, que os inflaméis de el amor de esta virtud, y que no os parezca dificultoso ningún trabajo por alcanzarla. Eso os hará no perder el tiempo, ni dejar de poner medio ninguno, y que conozcáis vuestras fuerzas; porque, cuando os traiga al retortero una tentación, entendáis que la castidad es cosa sobre vuestras fuerzas y don de Dios, y que es necesario para la alcanzar, que os dé Dios alas, porque es vuestro cuerpo muy pesado; y que el alivio que antes sentíades era gracia de Dios. Porque cuando uno ha probado sus fuerzas y ve que un mosquito le trae al retortero, eso le hace que se humille. Es menester que conozcáis las entrañas misericordiosas de Dios, «Ipse novit figmentuin nostrum». Él sabe nuestra flaqueza y para cuán poco somos. Acude luego a Él, no tengas miedo. Es una gran verdad, que verse un hombre alcanzado de fuerzas en el resistir de las tentaciones le hace hacer la oración de veras oración eficaz, ayudada de la práctica del ejercicio las virtudes. Acudimos, con estas veras al Santo de los santos, que es el autor de la pureza, y a los ángeles que son tutores, curadores y guardianes de ella; y como dice San Ambrosio, ámanla mucho, y se huelgan mucho cuando la topan, porque tiene parentesco con ellos; es cosa celestial, de allá, de su patria, no cosa de la tierra, sino de los cortesanos del cielo.

Mas, principalmente, a la Virgen Santísima, Madre de la castidad, que así la llama la Iglesia; a quien da San Ambrosio por nombre «Speculum castitatis», forma de castidad y magisterio de ella; la cual es guía de aquel ejército del cielo que vio San Juan en el Apocalipsis, que van siguiendo al Cordero dondequiera que vaya; a quien la Iglesia le aplica aquel verso del salmo 44: «Adducentur regi virgines post eam». Vos, Señora, capitaneáis este ejército lucido de la Iglesia. Vos, que sois Madre de la pureza y espejo de toda castidad, habéis de ser nuestra valedora. Y es así, que mucha gente habemos topado, que han gastado mucho tiempo en médicos y medicinas, y han usado muchos medios por esta enfermedad y estaban ya desahuciados, que, en llegando a esta botica, han hallado remedio. San Ambrosio dice unas palabras de gran ponderación (De inst. virg. c. 7.º): «Tanta fuit gratia Mariae, ut non solum in se virginitatis gratiam reservaret, sed etiam his quos inviserit integritatis gratiam conferret. Visitavit Ioamnem Baptistam, et in utero matris antequam nasceretur exultat; ad vocem Mariae exultat infantulus; obsecutus antequam genitus; nec immerito evasit integer corpore quem tribus mensibus oleo quodam suao praesentiae et integritatis unguento domini mater exercuit». Palabras son éstas que verdaderamente las habíamos de saber de memoria y tenerlas en el corazón, como cosa que nos convida a este recurso, el cual tanto nos puede ayudar para alcanzar este don. Vedlo por S. J. Bautista. ¿De dónde le vino tanta pureza? «Oleo praesentiae suae». Toma metáfora de la lucha, porque el aceite con que se solían untar los luchadores causaba libertad y soltura en sus miembros. Y así, es ungüento maravilloso la devoción de la Virgen, que da fortaleza y bríos a los que visita, no digo yo corporalmente, sino a los que espiritualmente y verdaderamente se encomiendan a Ella en semejantes encuentros. De manera que hemos de hacer recurso a esta Señora como hijos de Eva, desterrados en este valle de lágrimas, a nuestra Madre. Madre es, y Madre de misericordia. Madre es, y Madre de pobres menesterosos, por cuyas manos se reparten los tesoros del cielo. Y así lo habemos de hacer los que andamos en estas necesidades, hechos pordioseros, pidiéndole a Dios, poniendo por intercesores a los ángeles, acudiendo a la Señora, Madre suya, poniendo todos los medios, como lo suele hacer el que tiene algún negocio, para salir con él.

Oración, como dijimos el año pasado y lo dice San Dionisio c. 4: «De divinis nominibus», es la que causa en nosotros la presencia de Dios. Pues, Padres y Hermanos, éste es el remedio único para la castidad: la presencia de Dios con reverencia. Ésta no permite cosa desconcertada en nosotros, exterior ni interiormente, en ningún lugar ni tiempo, teniendo siempre a Dios delante de los ojos: siempre: ¿Por qué San Pablo (Cor.) amonesta que las mujeres tengan la cabeza cubierta en las iglesias? Por el respeto que se debe tener a los ángeles; que es verdad, dice Crisóstomo, que allí están haciendo reverencia a Dios. Y esta misma es doctrina de San Doroteo: «Venerare angelum tuum in omnibus actibus tuis». Pues los ángeles piden cortesía, y es razón que se les haga, cuánto más es razón que estemos con respeto y reverencia, acordándonos que Dios nos mira, y no sólo lo exterior, sino también lo interior; no sólo en lo público, sino también en lo secreto, que para Dios no hay noche ni día; siempre le tenemos presente. Y concluye Casiano, (libro 6, c. 21) cuando ha hablado de la castidad en aquel grado tan subido que dijimos, dice: Quem statum ita tenere perpetuo poterimus si Deum non solum secretorum actuum nostrorum verum etiam cogitationum internarum diurnum pariter et nocturnum perspectorem et conscium cogitemus, ac pro omnibus quae in corde nostro versantur sicut pro factis et operibus nostris rationem ei reddituros esse credamus». Y teniéndole así delante de sus ojos vendrá a alcanzar el alma este grado de castidad, que no hará descortesía, no tendrá pensamiento deshonesto, ni movimiento desconcertado en su corazón, antes dirá: Ésta es la casa de Dios; mi cuerpo y mi ánima es templo suyo; sus ojos están contentos mirando mi corazón. Y esto me ha de hacer andar con cuidado de que viene el mal pensamiento: «Ésta es morada de Dios, no tengo de manchar su casa». Y así es verdad que con ninguna cosa se movían más los Santos antiguos a buscar la pureza, que con la frecuencia del Santísimo Sacramento; que este Soberano Señor pega a vuestro cuerpo santidad, y queda hecho un relicario, morada y casa del mismo Dios; y así le habéis de rogar que le pegue santidad y que no permita que se ensucie y manche el templo y morada suya, como se lo pedían en el libro de los Macabeos, cuando le dedicaron aquel templo. Esta presencia de Dios, dice Casiano que causa en el ánima una composición y un concierto tan grande, que está un hombre en la cama como está en la oración: «ut talis, dice, inveniatur in nocte qualis in die, talis in lecto qualis in oratione, talis solus qualis turbis hominum circumseptus, postremo ut numquam se talem secretus aspiciat qualis videri ab hominibus erubesceret, nec in eo tale aliquid inevitabilis ille oculus deprehendat quod ab humanis aspectibus velit esse celatum». Este remedio hace a todos ventaja; hace poner al alma cortesía y respeto. Esto encarece mucho San Bernardo hablando con sus monjes: y el abad Isaac en la 4.ª oración: Entonces se cumple aquello: «providebam Deum in conspectu meo semper, quoniam a dextris est mihi, ne conmovear»: Tengo a Dios a mi mano derecha, no me moverá ninguna tentación. Dios es mi amparo, él me hace espaldas y, por tanto, «laetatum est cor meum, insuper el caro mea requiescet in spe»: no me asusto, no me turbo, no titubearé, quoniam a dextris est mihi: esto me da ánimo para salir con la victoria.

Esta doctrina enseña la Sagrada Escritura, cuando dice que andemos en luz y claridad, como hijos de luz y de día: ad Romanos, 6: sicut in die honeste ambulemus, non in cubilibus et impudicitiis: abiiciamus opera tenebrarum. La noche es capa de pecadores: qui dormiunt, nocte dormiunt; el qui ebrii sunt nocte ebrii sunt (1.ª Thessalonicenses; último); nos qui diei sumus sobrii simus, Las obras malas son escondrijos y oscuridad; temen de salir a plaza. Las buenas vienen a la luz, «quoniam in Deo sunt facta»: Dios es luz, y así, las obras que salen de él vienen a la luz. El demonio es tinieblas, las obras en que él se entremete temen la luz, «ut non arguantur opera eius».

Vamos adelante: Decid, hermano mío, ¿tenéis oración? -Sí, Padre.- ¿Tenéis recato? -No, Padre. Que no basta oración.- Oh, Padre, mal me tiene conocido su Reverencia: soy un inocente; heme siempre criado con virtud; siempre me ha traído Dios en las palmas con fuerza de sacramentos, confesando a menudo.- ¿No tenéis recato? Pues vos caeréis vanamente. «Habemus thesaurum istum in vasis fictilibus». ¿Hay presunción en vos, hay arrogante confianza? Pues mirad que quien ama el peligro caerá en él; que porque me meto en la ocasión y no miro lo que tengo de mi cosecha, salgo con las manos en la cabeza. ¿Yo a mi enemigo dar armas? ¿Pelear contra dos, que es, contra mi inclinación y contra la ocasión, que no puedo vencer siquiera el uno? ¿Entrarme he a bobas en el peligro? Hermano, mirad lo que hacéis; no os fiéis en las prendas que tenéis de las victorias pasadas; no en la virtud antigua; que lo vendréis a pagar con las setenas. Cedros del Líbano dice Augustino vi arrollados, de quien no temía más la caída, que de Jerónimo y Ambrosio. Ejemplo tenemos en Jecobo ermitaño y en otros muchos que hemos visto caídos en los abismos por meterse en el peligro. Doctrina es de Santos, y de ella hay muchos decretos que nos avisan de esto. Quitad las visitas por el peligro; quitad los donecillos; quitad las amistades peligrosas de rincones. Y desde el concilio Niceno, siempre nos ha ido avisando la Iglesia en esto: No os descuidéis de tener compañías peligrosas, que traéis el precioso tesoro en vasos de barro.- Pues, Padre, ¿queréis que andemos esquivos y retirados, que no tratemos con nadie? -No digo eso, antes el miedo es fomento de tentaciones, porque los filósofos lo enseñan y la experiencia nos lo muestra: que el miedo despierta la imaginación. No habéis de andar atemorizados: «Guarda el coco»; es amor propio y es echar aceite en el fuego. Recatado, sí; medroso, no. Quitad ocasiones voluntarias, demasiadas visitas no necesarias, guardaos de la singularidad, quitad la amistadilla. El recato, bueno es; el miedo, malo. El miedo es de ordinario de gente que hace de una hormiga un elefante, para que andéis como hombre asombrado. El miedo os hace inútil; quitad el miedo demasiado: libertad de espíritu, dice San Pablo; no relajación, no superfluidad que debilita el corazón: «libertatem spiritus ne in occasionem carnis», etc.; que en una ocasión forzosa, por cosa tomada por obediencia, Dios os sacará el pie del lodo.

Esto que llamamos recato, declara nuestro Padre en la regla 29, en la cual enseña nuestro Padre una doctrina de la disciplina que ha de haber en la casa de Dios, y pártela en tres partes: en la primera trata del recogimiento y composición de los sentidos; en la segunda, de la guarda del corazón; en la tercera, del trato religioso que ha de haber en la casa de Dios entre unos y otros: no trato aniñado ni relajado. Esta regla siempre la he estimado yo en mucho; y no sólo por contener en sí la doctrina tan importante para la guarda de la castidad, sino porque enseña la gravedad de costumbres religiosas, que así la llama el Apóstol «gravitas morum» una cosa que hace al hombre ser reverenciado; un ser y gravedad en las costumbres que convida a que estimen los hombres al que la tiene. Ésta es enseñanza de la casa de Dios, no aquella gravedad que es fingida y propia de hipócritas que se cae mañana. Es concierto de costumbres, de movimientos de cuerpo y alma, que no desdiga de lo que conviene a un religioso, nacida de la mortificación del corazón: es la cortesía que se usa en la casa de Dios. Llámala San Pablo, ad Ephesios, «disciplina»,» porque entra escociendo y reformando el corazón. Tiene el hombre un corazón que anda perpetuamente rebosando verdura y demasías; arroja de sí malas hierbas. Ésta es, pues, la que ahoga los movimientos vanos de nuestro corazón, quita la vanidad y presunción: somos cañahejas, ya tristes, ya alegres; movémonos a todos vientos; somos como arundo vento agitata» y menéanos el viento como a la veleta. Esta disciplina es la que da peso al corazón, quita la verdura de nuestros afectos. ¿Queréislo ver? Manda Dios que le sirvamos con alegría por vernos en su casa; y el corazón del hombre, que tiene inclinación a la demasía, da luego en disolución y en risadas: esta disciplina quita la demasía: quiere Dios que le sirvamos con alegría, mas no con risadas: Pide Dios que le sirvamos con cuidado, y andemos en su servicio con solicitud y viveza, y con ella disputemos y tratemos las cosas de los estudios; y muestra el hombre esta viveza en la vocinglería, en el atravesar palabras que piquen. Quiere Dios que tengáis un rato de recreación y vos os distraéis en ella y dais lugar a la disolución y a los juegos poco religiosos. Pues esta santa gravedad es la que corrige todo eso; y así la llama la regla nuestra común, cuando prohíbe tocar unos a otros. Allá en el tiempo de verano, cuando la soledad y el tiempo convida a descomponerse y no estar con tanta decencia. La disciplina corrige, diciendo que está Dios en todas partes. Mirad, hermano, que estáis en la casa de Dios; que profesáis perfección y vais camino de ella; es menester que os moderéis en vuestras acciones y que entre de por medio esta disciplina, la cual, como dice Hugo, es no solamente ser un hombre bueno, sino hacer obras de tal, porque la virtud da muestras de sí. ¿Por qué hizo Ignacio reglas de modestia? Por enseñar a vivir en la casa de Dios. Con esto quiso nuestro Padre que se supliese el rigor y aspereza que se tiene en otras religiones, que es con la gravedad y peso de las costumbres. Estáis en casa de Dios: tened cuenta con esta cortesía, con esta buena crianza, que enseña a vivir compuestamente. Componed el corazón; que el corazón mortificado causa también mortificación en lo exterior. Este encogimiento de hombros, ese andar colgado de los hilos del sol, no lo enseña esta casa. Nihil fucatum placet, dice San Ambrosio: todo lo que se hace con ficción y arte, todo lo que es contrahecho (dice el libro 1.º offic.) hablando del andar, da fastidio a los mismos hombres; la humildad interior causa en lo exterior una modestia que se cae de su peso; que, como la otra humildad, era postiza, luego, a cualquier palabra respinga. La modestia y composición interior no ha menester testigos cuando nace de un corazón que dice: a Dios le tengo presente, Él me está siempre mirando; ese corazón que tiene siempre paciencia, humildad y mansedumbre hace que las manos y los ojos vayan con peso. Allá donde no alcanzan los hombres, es razón que tengamos a Dios presente, que eso es lo que a él le agrada.

Esto enseña Ignacio. Y es cosa maravillosa cuánto caso hicieron de esto todos los autores de Religión; y, si los leyésemos, veríamos que no llega esto a lo que ellos dijeron. Si viéramos lo que dice un Pacomio, un Benito y otros de aquellos Padres antiguos, maravillaríamonos del cuidado que tenían de que no haya en el religioso cosa descompuesta, diciendo que esta gravedad de costumbres es baluarte y defensa contra el demonio que nos hace guerra, el cual, hallando una casa desportillada, fácilmente le da asalto. Así es en la virtud que ahora tratamos, que, cuando anda defendida, no hay miedo del enemigo; pero cuando el muro está arruinado, entra haciendo riza en las almas.

Y concluyamos con esta palabra del Apóstol (ad Philip. 4): De cetero fratres, quaecumque sunt vera, quaecumque pudica, quaecumque iusta, quaecumque amabilia, quaecumque bonae famae, si qua virtus, si qua laus disciplinae, haec cogitate: Hermanos míos, estimaos como gente de la casa de Dios; parézcaseos el pan que habéis comido en ella; no os contentéis con hipocresía y exterioridad, sino mirad siempre «quaecumque sunt vera»; daos a las virtudes sólidas: a la paciencia no aparente; a la castidad no fingida, teniendo siempre cuidado de lo sólido, que eso es lo que mira Dios y aun los mismos hombres, que, a pocas tretas, descubren la hilaza: seguid la verdad. «Quaecumque pudica», todo lo que es grave; «quaecumque sancta», porque «domum Dei decet sanctitudo»; porque Dios concertado, eso quiere, que los suyos sean concertados en sus acciones: «quaecumque sancta» quiere decir casta: santa pureza en todas vuestras obras; que no deis ocasión que haya opinión sospechosa de que no hay en vosotros tanta puridad: quaecumque bonae famae; que tengáis cuidado de lo que toca a la edificación; si qua laus disciplinae; que la disciplina de las costumbres hace loa; esto es lo que estiman los hombres: el mirar concertado, el hablar palabras que sepan a la pureza interior; que todas las obras exteriores concertadas son señal del ánima concertada. Y esto es lo que hace fuerza a los hombres, lo que los gana para Dios. Plegue a su divina voluntad darnos gracia para que vivamos como gente de su casa, gente que comemos su pan.




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Plática 34

De la madureza de costumbres, medio para la castidad


1. Andamos en busca de los apoyos y defensas de la castidad, que, siendo como es tan necesaria, teniendo tantos contrastes y enemigos, corre riesgo; y, como dice Bernardo, sin el apoyo de todas las demás virtudes «facile labitur»: es cosa delicada y, si no tiene quien le haga amparo y la defienda, fácilmente es destruida. Dijimos del recato, cuán necesario sea para la guarda de ella; y cómo, si éste falta, corre mucho peligro. Dícelo así el Concilio Turonense 10, can 3, hablando de no tener compañía sospechosa en sus casas; que muchas veces, por falta de este recato, el demonio triunfa de los siervos de Dios. Déjanos meter prendas en cosas que parece que va poco, y de paso en paso nos pone en términos que ya no podemos volver atrás. Y, por tanto, el Papa Lucio 1.º, hablando del quitar visitas y compañías, dice: Non ignoro malitiam Sathanae, el cual sabe dar tregua y aseguraros, y salir después triunfando de vos.

2. Comenzamos a tratar de la cortesía religiosa, modestia y composición de costumbres; y así, en esta plática proseguiremos esta materia. Los maestros de la vida espiritual dicen que la disciplina regular, tan necesaria a todos los religiosos, es esta gravedad y madureza de costumbres, que es propiamente honestidad, a la cual Bernardo la llama gravedad «verecunda»; no entonamiento ni altivez. Y por tanto, dice: Omnibus nobis in initio conversionis positis, nulla virtus magis necessaria est quam simplicitas religiosa et gravitas verecunda. A todos los que comienzan a seguir la vida espiritual, y aun los que van adelante prosiguiendo la vida religiosa, es muy necesario el peso y gravedad. Y así vemos que en el libro de ordine vitae dice: Tres enim virtutes sunt quae pueris et adolescentibus magis congruunt; verecundia, taciturnitas et obedientia. Tres cosas aconseja: la primera gravitas verecunda, esta gravedad y peso de que vamos hablando; la segunda, el silencio; la tercera, la obediencia sencilla, sin la cual, si comenzáredes a edificar, caérseos ha el edificio.

3. Esta gravedad es el baluarte que dijimos el otro día que ampara la castidad; que es cosa maravillosa y digna de ponderar, que el glorioso Bernardo el último sermón que hizo antes de pasar de esta vida, que es el 86 super Cantica, todo fue de esta gravedad y sus alabanzas. Es, dice, muy necesaria a mozos y viejos, y a gente de todas edades: hanc libet manibus sumere et quasi quemdam florem decerpere nostrisque apponere adolescentibus, non qui non sit etiam in provectiori aetate omni studio retinenda, quae est omnium ornatus statuum, sed quod tenerae gratia verecundiae, in teneriori aetate amplius pulchriusque eniteat. Quid amabilius verecundo adolescente? ¡quam pulchra haec et quam splendida gemma morum in vita et vultu adolescentis! quam vera et minus dubia bonae nuntia spei, bonae indolis index, soror continentiae, ita expultrix malorum et propugnatrix puritatis innatae... Es defensivo. es baluarte de la pureza natural, que desecha todos los males espirituales: gloria conscientiae est, famae custos, vitae decus, virtutis sedes, virtutum primitivae naturae laus et insigne totius honesti. Quita dichuelos y palabrillas indecentes; es piedra preciosa: splendida gemma morum. Porque mirad: es como una luz que tiene el alma; que, cuando ésta vive en el hombre, no hace cosa que no deba, porque las cosas indecentes huyen la luz, andan por rincones, andan por escondrijos; todo movimiento desordenado y desconcertado huye de ella: quia omnis qui male agit lucem odit. Tenemos los hombres, dice Bernardo, sermone 62 super Cantica amor a lo honesto: genuinum animae verecundia est. Somos del cielo, tenemos parentesco con los cortesanos de allá; traemos de allá nuestro origen y descendencia; tenemos naturalmente un amor a esta virtud. Cuando hay en nuestro corazón este fueguezuelo que los filósofos llaman igniculum la virtud, va en pujanza; y ésta es doctrina de Bernardo.

4. Vengamos al maestro de las costumbres, Ambrosio, de quien dice Agustín en el libro de moribus Ecclesiae que tenía dos seminarios de clérigos; y para enseñarlos e instruirlos, como ministros y operarios que habían de ser de la Iglesia, escribió aquellos libros de officiis: gran parte de aquella doctrina trasladó Bernardo. Dice, pues, que verecundia est pudicitiae comes: que es compañera de la castidad; cuius societate castitas ipsa tutior; bonus enim regendae castitatis pudor est comes; que así le llama Bernardo: qui si prima pericula repellat, pudicitiam temeran non sinat. Mirad, dice Ambrosio, que os enseño que seáis donceles en la casa de Dios, para servicio de su altar: una regla os doy, que la compañera de la castidad es la vergüenza, la cual, si la tenéis en su entereza, de manera que aparte de sí las primeras batallas, no corre riesgo; que nunca los hombres que tienen temor de Dios padecen peligro, si tienen cuidado de guardar este baluarte. Esta doctrina que os doy es de Dios (Éxodo, 28): Et facies illi braccas lineas ut tegatur turpitudo pudoris: a lumbis usque ad femora erunt; et habebit eas Aaron, et filii eius cum intrabunt in tabernaculum testamenti et cum accedent sacrificare ad aram Sancti; et non inducent super se peccatum, ne moriantur. Mandóle Dios a Aarón que hiciese para sí y para los Sacerdotes unos zaragüelles de lienzo; y al que se descuidase en descubrir alguna cosa que ofenda, matarle he yo, dice Dios: iniquitatis rei moriantur. Y en el capítulo 30 mandaba que no se subiese al altar por gradas, porque no se descubriese alguna cosa que no debiese. Y es cosa maravillosa el cuidado que Dios tiene de esta decencia, pues que se paró a avisar una cosa tan menuda, que no se puede decir aquí en romance. Habebis locum extra castra, ad quem egredieris ad requisita naturae, ferens paxillum in balteo; cumque sederis, fodies per circuitum, et egesta humo operies quo relevatus est. Y la razón que para esto da es: Dominus enim tuus ambulat in medio castrorum ut eruat te et tradat tibi inimicos tuos; et sint castra tua sancta, et nihil in eis appareat foeditatis, ne derelinquat te.» Mira que no ha de haber cosa fea en la casa de Dios, porque así te dará virtud y fortaleza contra tus enemigos; de otra manera, si eres descuidado, si no tienes, cuenta con la decencia, repellet te, echarte ha de sí y alejarte ha.

5. S. Th. 2, 2, y. 145, pregunta por qué se da el nombre de hermosura a la honestidad, y dice que, porque la consonancia de unos miembros con otros cuando hay resplandor y claridad llamamos hermosura; y lo que la hermosura hace en el cuerpo hace la virtud en el ánima; pone orden y concierto en todas las obras, ordena en el hombre lo exterior e interior, dale hermosura, dale luz; no es virtud a oscuras, sino virtud que tiene gran nobleza y lustre en la casa de Dios. Añade Ambrosio, libro 20: «Habet, sane, suos scopulos verecundia non quos ipsa invehit, sed quos saepe incurrit: Mira que caminas por un mar peligroso, que tiene muchos bajíos: «si intemperantium incurrimus consortia qui sub specie jucunditatis venenum infundunt bonis»: guárdate de gente desenvuelta y desahogada: ludo et ioco enervant gravitatem illam virilem: guárdate de juegos y burlas pesadas; sunt scopuli, son bajíos en que esta nave, que va prósperamente navegando, puede peligrar. Pues por eso vemos el cuidado de los maestros de la vida espiritual, los cuales castigan toda indecencia severamente y toda cosa que supiese a liviandad y verdura: amaban toda honestidad, y en aquella aspereza corporal tenían gran hermosura. Esto dice Pacomio en la Regla que trasladó en latín San Jerónimo. Esto hallamos en Basilio. Benito, Isaías monje, San Doroteo; y lo tomó de allí todo. Y San Bernardo, libro de formula honestae vitae habla letra por letra de lo que pasa entre nosotros. ¿Puede ser más que enseñar un hombre tan grave cómo un religioso ha de dormir, cómo ha de poner las rodillas? Y de él lo tomó Buenaventura regula novitiorum, c. 7. No juzgaron por cosa menuda lo que toca a la guarda de esta virtud, por ser cosa encaminada a la decencia de la casa de Dios. Y todos estos Santos están llenos de esta instrucción. Y encarece mucho Doroteo, en la doctrina 24, que esté siempre el hombre compuesto en lo exterior e interior, sin descubrir cosa del cuerpo que no sea necesaria: Etsi aestues aut caleas, ne denudaveris aliquid membrorum tuorum praesente aliquo; y añade, aunque sea en mitad de caniculares, solo o acompañado, de día o de noche, siempre ha de haber vergüenza en medio. Numquam denudaberis: nunca ha de ser nadie, dice San Buenaventura, tan amigo tuyo, que no esté la vergüenza en medio. Y así vemos que San Benito reprende mucho los baños en mozos, y dice que no se concedan si no fuere en caso de gran necesidad. Y San Isidoro, hombre tan señalado en letras en su tiempo, que no dejo cosa que no leyese y hizo reglas a los monjes de Occidente, allí les avisa que no usen baños, porque no imiten la ley y desnudez de Adán; y sólo se concedan propter languorem: nunca usó Santo ninguno de estas cosas. Tanto es esto, que para cuando uno viene de camino, sólo permitían que le lavasen los pies, como lo dice el abad Isaías. ungi tantum pedes permittit, ita ut detegi verearis; y San Pacomio: Nemo lavare alterum poterit, nisi ei fuerit inperatum.

6. Y aunque pudiera traer mucho a propósito de esto, sólo diré un ejemplo de San Epifanio. En la nave donde iba navegando para su Iglesia murió; y puesto su cuerpo en la cámara de popa, un marinero quiso con curiosidad descubrirle. Había oído decir que el santo era circuncidado, porque era judío antes que se convirtiese; y comenzando a descubrirle, diole el cuerpo del Santo un puntapié que le apartó lejos de sí medio muerto. ¿Quién jamás vido cuerpo muerto dar puntillazo? Quiere Nuestro Señor con este milagro certificar cuánto le agrada la honestidad de los siervos suyos, pues no permitió que el cuerpo de su siervo difunto fuese tratado indecentemente.

Pues, ¿qué diremos de lo que cuenta Severo Sulpicio en la historia de San Martín? Vivía este Santo en una misma casa con sus monjes, aunque apartado como un tiro de arcabuz de la habitación de ellos, para mayor quietud. Acaeció que un mancebode los que le servían, estando solo en un aposento de la habitación de los monjes, puso los pies desparramados sobre un brasero que tenía con modo y postura algo indecente; y estando de esta manera, por una ventana oyó la voz de San Martín, con estar tan lejos como hemos dicho, que dijo: Bricio, que así se llamaba el mozo, ¿de esa manera estáis, y en mi casa?...

Aquel abad que al pasar el río quiso desnudarse, y hizo volver la cabeza a su compañero; y comenzando a tener vergüenza de sí mismo, no pasó adelante en despojarse; y hallóse de la otra parte del río, porque un ángel le pasó por mandato de Nuestro Señor. Y por estos ejemplos nos quiere declarar lo que le agrada esta honestidad y decencia y recato.

7. Vamos adelante en la regla de nuestro Padre. Todos tengan, dice, especial cuidado de guardar con mucha diligencia las puertas de sus sentidos -porque por ellas entra la muerte-, especialmente los ojos, oídos y lengua, que, como dice Bernardo, libr. de ordine vitae: Praecipua tuitio castitatis est custodia oculorum. Una vista descuidada, mira lo que le costó a un siervo de Dios como fue David, que vino después a decir y con tan justa razón como a quien tan caro le había costado: Averte oculos meos ne videant vanitatem. Clara cosa es ésta; y por eso dijo Job: Pepigi foedus cum oculis meis ut ne cogitarem quidem de virgine; porque no se diga de mí lo que dijo Jeremías en los Trenos: Oculus meus depraedatus est animam meam.

Mirad lo que se cuenta de San Sabbas, abad tan célebre en Oriente (tomo 5 de Lipomano); el cual, yendo de camino con un religioso mozo que había estado poco tiempo en la religión, encontrando con mucha gente y pasando un poco adelante, dijo al Santo: Lástima me da aquella pobre señora que lleva menos un ojo. Respondió el monje: No lleva por cierto uno, ambos los lleva muy lindos y muy resplandecientes que yo la vi muy bien. Díjole entonces el Santo: Así que ¿vos sois mozo curioso? No sois para mi compañía; y así, luego lo despidió.

Digamos sólo una palabra de Ambrosio in officiis, c. 3: Intelligere quoque quod turpe est, maximi pudoris materia est; spectare vero si quid fortuito tale accidat, quanti horroris est. Quod in aliis displicet ¿nunquid potest in se ipso placere? Esto trasladó San Bernardo, libro de ordine vitae: ponerse a pensar estas cosas sin necesidad, es vergüenza; pero mirarlas, cuando encontráis con ellas, da horror. «Si quid fortuito accidat»; si acaso y sin advertir aconteció una vista de ésas yendo por el camino. «Si quid fortuito», dice, que no ha de ser de propósito; y si mirar esto en los otros os da horror, ¿cómo en vos mismo os puede agradar? No haya cosa ni se imprima especie en nosotros; que por ahí entra lo que derriba el corazón. Desechar luego de sí tal cosa; no darle lugar ni permitir que pase el primer zaguán. Pues, en el hablar, palabra tenemos de San Pablo: fornicatio et inmunditia nec nominentur in vobis, sicut decet sanctos». Trataos como gente santa, gente dedicada para Dios. Y dice Ambrosio ubi supra: Cuando se ofreciere hablar alguna cosa, llamadla con nombres honestos; no como los cínicos, que por esto se llamaron así, porque era una gente descortés que llamaba a todas las cosas con sus propios nombres, aunque fuesen indecentes. Tened gran cuenta con vuestras palabras, que «corrumpunt bonos mores colloquia prava»; y cuando vais a la oración, veis que el contezuelo os hace guerra; el descuido en la hablilla, que con ella bebisteis la ponzoña; la palabra algo verde, la palabra liviana, que es como ponzoña que, aunque se bebe fácilmente y sin advertir, va derecha al corazón y daña sin sentirlo, debilita y hace impresión. Y como dice Casiano, coll. 20, c. 9, tomando la doctrina de San Basilio: Dum recolis ea quae per principem saeculi huius commisisti, ut concedam tibi quod in hac cogitatione posito oblectatio nulla subrepat, certe antiquae putredinis sola cogitatio est ut retro mente foetore corrumpat spiritualium virtutum fragantiam, suavitatem boni odoris excludat. No hay cosa más importante que tener olvido de cosas semejantes: ni aun para arrepentiros acordaos de ellas en particular, sino en general, sepultándolas; que con la profanidad en el librillo y el chiste, con contar el contezuelo, esto va poco a poco estragando el corazón; y si guardáis esta memoria fresca, veréis el daño que os va haciendo sin sentir; y, por tanto, la pureza cristiana y religiosa nos obliga a tener olvido de esas cosas.

8. Tenemos una doctrina maravillosa de Platón en los diálogos «De legibus», que me corro de pensar en ella y me confundo de ver la estima y aprecio que este filósofo gentil, con sola lumbre natural, tuvo de esta virtud, y cuán altamente habló de ella, enseñando solamente la doctrina que tenemos de nosotros, la cual tenemos naturalmente impresa en nuestros corazones; y dice: En mi República no haya cosa fea pintada por las paredes. Si algo hubiere de haber, sea de las virtudes, para que, mirando los hombres su hermosura, se aficionen a ellas. Más: no quiero que haya cantarcitos de muchachos, si no fueren muy honestos (como éstos que hay ahora en la República cristiana); y no quiero que haya comedia que no pase por el juicio de los regidores y gobernadores de la República; y si hay cosa fea, que la quiten. Quiero que los cantares que las amas dijeren a los niños arrullándoles en la cuna, sean tales, que aprendan los niños a tener horror al pecado, por los grandes castigos que después de muertos están guardados para los malos en la otra vida. Mas porque es necesario que en Repúblicas grandes haya juntas y congregaciones de mozos y viejos, hombres y mujeres, quiero que haya diputados ancianos y ancianas a quien se den salarios públicos, que tengan cuidado de que en semejantes espectáculos y juntas los ancianos estén con los mozos y las matronas ancianas con las doncellas, para que se quiten los daños que suelen acontecer en semejantes lugares, con este defensivo.

Pues si este filósofo gentil, con esta lumbre natural, puso este recato en la vista, en las pláticas y conversaciones, etc., ¿qué es razón que nosotros, enseñados de Nuestro Señor, nos guardemos de toda cosa que pueda dañar y empecer, y quitar la hermosura de esta virtud?

9. Dice nuestro Padre que el trato sea como de religiosos, considerando en cada uno de los otros la imagen de Dios. Púsose esta regla con el título que tiene, por la grande importancia que hay en mirarnos con estos ojos para conservar esta gravedad y ser religioso; para tratar a los otros como gente santa, como lo dijo San Pablo: «Nolite contristare Spiritum Sanctum qui habitat in vobis.»; Donde saca Basilio la reverencia que nos debemos tener unos a otros. Esta doctrina daba Efrén, aun al enfermero; que sea su trato de manera que: «ne oculi vel manus limites modestiae excedaut». Y que cuando membris alterius manum adhibes, in timore Dei facias, non aliter ac res sanctas attingas: ¿An nescitis quia templum Dei estis? Que de esta manera tratando con mis hermanos como con gente de Dios y templos suyos, los tratéis con reverencia y con amor de caridad; que, mirando y amando a vuestros hermanos con amor espiritual, no sensual, miréis y améis a Dios en cada uno de ellos; porque, dice Buenaventura, es cosa muy fácil el amor espiritual convertirse en sensual; y por eso es menester gran discreción para conocer si se va poco a poco trabando en vuestro corazón amor de sensualidad, que pensáis muchas veces que es amor de caridad y es amor de sensualidad. Paréceos que es celo cuando vais a sindicar y muchas veces es impertinencia; y es envidia y no lo conocéis qué es aquello. Hay grande equivocación entre vicios y virtudes; y, como decíamos el otro día, hay muchos vicios que se parecen a las virtudes.

10. Esta gravedad religiosa junta con afabilidad han guardado los santos.¿Para qué es la regla de no tocar, sino para que no vengamos a burlas? Porque acaece muchas veces que miraba a Dios en mi hermano y en él tenía rastros de Dios; pero la amistadilla me ha hecho apartar la vista de Dios; ella hace atreverme a perder el respeto, como el sacristán que, por el mucho trato con las imágenes, les pierde el miedo y reverencia.

Ésta es regla de Pacomio, reg. 35, que no toque uno a la mano del otro: manum alterius nemo teneat; y de Casiano, libr. 9, cap. 16. Doroteo, doctrina 24: Ne appropinques corpori alterius absque manifesta et aperta causa, nec permittas alium tibi appropinquari. El abad Isaías, oratione 3: Si junior es, ne adhibeas manum corpori alterius. Pacomio, en la regla 33, manda que, cuando hablase un religioso con otro, estuviese un codo apartado de él. Espántame, verdaderamente, San Pacomio: Sive ambulaverit, dice, sive steterit, uno cubito stet ab altero. Pues diréis: ¿en qué tiempos tenían estos santos estos recatos? En tiempo que no comían, ni cenaban, ni dormían en cama sino en el suelo desnudo; ni bebían vino. Pues, ¿en qué lugar vivían? Dice San Jerónimo que era para espantar. Basilio, en la primera homilía de abdicatione rerum, el mismo recato pone. Por eso avisaba tanto San Pacomio a los monjes que no habían de tomar nada de nadie, no hablar con otro a oscuras, ni entrar con él en cámara ajena. Éste es el cuidado que los Santos tenían, porque no se desportillase ni menoscabase el recato que se debe guardar en la guarda de esta virtud.

Si quieres ver el recato que se guardaba en el dormir, ve la regla de San Benito, c. 22: y en el Concilio Turonense 2 can. 5. Para esto diré dos historias. La primera del Padre Fabro, de santa memoria, uno de los compañeros de nuestro Padre Ignacio, a los cuales hizo Nuestro Señor particular gracia de que guardasen este don de la castidad, y muchos de ellos de la virginidad: uno de los cuales fue el Padre Fabro, que, siendo de diez años, guardando ovejas, hizo voto de ella; y como se cuenta en un libro que anda de su vida, que se lee por los refectorios de otras provincias, siendo ya de edad y cercano a la muerte, le dio devoción muy grande de Nuestra Señora y propuso de no tocar a niño en cabeza ni manos, que aunque es cosa lícita y se puede hacer a la buena, con todo eso, quiso este siervo de Dios quizá quitarse este regalillo y privarse de una cosa que, alias, es lícita.

El otro es de San Niqueto, Obispo de León de Francia, tío de San Gregorio Turonense; del cual dice él mismo que, siendo de ocho años, yendo a la escuela a aprender a leer en el salterio en que los niños comenzaban a aprender a leer, que aquél era el arte de Antonio en que en aquel tiempo aprendían la gramática, estando a la sazón en la cama el santo Obispo, queriendo dar la bendición al muchacho, habiéndolo de subir a la cama que estaba alta, cubrió la mano con el roquete que tenía puesto; y así, dice Gregorio, me subió en ella. Y dice San Gregorio Turonense: Este ejemplo de castidad y recato maravilloso siempre le he estimado. Pues, válame Dios, a un muchacho, sobrino suyo, hijo de su hermano, habiendo de darle la bendición lo hizo con tanta decencia. «Con este ejemplo, dice Gregorio, daba en cara a losclérigos mozos de mi tiempo, viendo la desenvoltura que tenían en esta parte». Y no es maravilla que hagan esto los Santos, porque han puesto los ojos en la hermosura de esta virtud. Y no permitían que en ello hubiese cualquier fealdad, por pequeña que fuese, y reparaban en cualquier picadura de mosca. Porque así como en una imagen muy perfecta y acabada se advierte una picadura de un mosquito, así también cualquier falta desflora la hermosura de esta virtud; y por estimarla en tanto, no sufrían cosa que la deslustrase, y le andaban, quitando cualquier pequeño polvito.

De aquí vemos las Reglas de Basilio de quitar amistades particulares; porque la caridad es común, extiéndese a todos. Pero si en dos hay amistad, hay particularidad y siempre es notada en la comunidad, y es muy dañosa en la Religión.

11. Acabemos esto con la regla de Pacomio, la cual trasladó San Isidoro: Si deprehensus fuerit aliquis de fratribus libenter cum pueris ridere ac ludere et habere seu sectari amicitias aetatis infirmae, ter commonebitur ut recedat ab illa necessitudine et memor sit honestatis et timoris Domini; si non cessaverit, corripietur et dignus est correctione severissima. Ésta es la cuenta que se hacía y la que debemos nosotros tener, porque crezcamos de virtud en virtud, y nos vamos cada día mejorando en la perfección que buscamos; y que procuremos la pureza purísima y perfectísima, tratándonos como templos de Dios, porque, cuando venga a mirarnos con candelas, no halle cosa alguna descompuesta, sino antes sean morada muy gustosa para Dios; porque, como Él dice, mi gusto es estar con los hijos de los hombres.




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Plática 35

Sobre la regla 29: de la guarda de los sentidos y ejercicio de virtudes, medio para la castidad


1. Todo cuanto hemos tratado hasta ahora de la honestidad y gravedad de costumbres, es doctrina de los Santos, dados por Dios por maestros de la vida espiritual; la cual, aunque conviene a toda suerte de gentes, pero más particularmente a todos los religiosos, por una razón que da San Juan Clímaco; y es, que el demonio, como tiene a los seglares, que viven viciosamente, atraillados y muy a su voluntad, captivos y sujetos, «qui captivi tenentur ad suam ipsius voluntatem» (Tim. 2.ª), no les tienta tan feamente como a los religiosos; a los cuales, como tratan más de servir a Dios y andar a su voluntad, tiéntalos más gravemente y con invenciones extraordinarias.

La razón de esto es, parte por envidia que les tiene, viendo que van ganando las sillas que él perdió, tratando un negocio tan alto como es su perfección; parte también, para afrentarlos y avergonzarlos, haciéndolos andar acosados con semejantes ocasiones. Así, dice Clímaco, derribó a aquel mozo que llegó a tan perfecto grado de santidad que traía a las fieras domesticadas, dejada su fiereza; de quien dijo Antonio en aquella colación: «Hoy ha caído una solumna muy grande». Por esto es menester tapar portillos, quitar inconvenientes y ocasiones y andar con recato, porque no nos sucedan semejantes caídas.

Vengamos a nuestra regla. Da nuestro Padre en ella algunos avisos muy necesarios para la guarda de esta virtud: que nos conservemos en la paz y humildad de nuestra alma; y ésta se ha de mostrar en el silencio cuando conviene guardarlo, trayendo siempre los sentidos gobernados por la razón; y que, cuando habláremos, tengamos circunspección en nuestras palabras; que en nuestro semblante y en nuestro andar no se descubra ningún movimiento de impaciencia o soberbia, sujetándonos a todos. Estos documentos sirven a dos fines: el primero, para la guarda de esta virtud de la castidad que vamos tratando; el segundo, para la policía y decoro y trato de unos con otros.

Acerca de lo primero diremos dos cosas: la primera será probar y enseñar cómo todo vicio y desorden va a parar a la falta de castidad, y el haber falta en las demás virtudes es parte porque las haya en la castidad; la segunda, la hermandad que todas las virtudes hacen a la castidad y cómo la amparan y defienden.

2. Cuando a lo primero, cierto es que toda cosa que tiene desconcertado el gobierno de nuestro corazón, y todas las pasiones no mortificadas, debilitan la virtud de la castidad y le quitan parte de su firmeza y estabilidad. Así lo dice Casiano: Non enim aestus corporis declinabit, nisi qui animi motus ante compresserit. (Coll. 12, c. 6). Quien no fuere dueño de su corazón fácilmente se rendirá a los combates de su enemigo; y esto es claro por las razones que diremos. Lo primero, porque si el corazón está tierno para golpes tan pequeños y deja fácilmente vencerse de una niñería, ¿qué será cuando el demonio os dé un golpazo con una almádena y dé en vos, a dos manos, un golpe que basta a quebrantar piedra marroqueña? Y si un vientecico delicado de vanidad os trae al retortero, ¿qué será cuando levante, como dice Job, ventus vehemens a regione deserti? Cierto es que las virtudes están entre sí hermanadas, pero los vicios no; mas todos ellos vienen a parar a la deshonestidad, como las raposas de Sansón, que todas ellas tenían rostros diferentes y miraban a diferentes partes, pero las colas estaban juntas. Todos los vicios son diferentes; la soberbia tira por una parte, estimándose a sí y despreciando a los otros; la gula tira por el regalo y por el comer y beber; pero todas vienen a parar en deshonestidad; éste es el pilamón en que caen todos, éste es el tropezón; el soberbio aquí cae, el goloso. Y la razón es porque todo vicio destraba de Dios e impide el influjo de su gracia, y aparta nuestro corazón de Él y del rocío del cielo, que mitiga las llamas del horno de Babilonia. Pero esto especialmente se halla en la deshonestidad. Vemos esto en una comparación del cuerpo que dan comúnmente los médicos. Dicen ellos -y así se ve por experiencia- que en el cuerpo humano, si hay algún achaque viejo o alguna parte flaca o debilitada, cuando hay abundancia de humores allí los echa la naturaleza y allí hace ella sentimiento; y si tenéis mal de hígado y flaqueza de la cabeza, o otro achaque semejante luego se resiente cualquiera daño en ella. Esto se ve y prueba cada día. Así es acá.

Y es cosa maravillosa lo que nos enseña la Filosofía: que una conmoción demasiada, extraordinaria, del cuerpo, una alegría vana, una dilatación del corazón demasiada, le hace daño: es virtud tan delicada que quiere paz, quiere concierto y madureza de costumbres. En faltando esto, en habiendo en nosotros cualquiera demasía, le hace notable detrimento.

3. Vengamos ahora a lo particular: cómo cualquier vicio hace daño a esta virtud. No quiero tratar ahora de la gula, que de ella trataremos luego en la regla siguiente; de la acidia, que es un tedio para las cosas de Dios y un caimiento para las cosas de devoción. Hablemos de la avaricia, de la soberbia, de la tristeza, que parecen de otro género diferente, por ser más espirituales que corporales, y aun en algo muestran contrariedad con el espíritu inmundo. Comencemos por la soberbia.

Si bien lo queremos considerar, veremos que cualquiera desconcierto en nuestra ánima tiene principio y origen de la soberbia. Dice el Espíritu Santo: Superbia initium omnis peccati. El efecto particular de todos los vicios es apartar a los hombres de Dios y apostatar; y, si lo es de todos, también lo será de éste, que es tan ordinario en los hombres, por el cual tantos se apartan de Dios. Pero hay otra razón particular en este vicio, y es que, como Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes, en teniendo un hombre altivez y soberbia, en alzándose con los bienes de Dios, dejando al mismo Dios, déjalo el mismo Dios; dejado a sí el soberbio vase donde lo lleva el peso de su cuerpo. ¿Y dónde queréis que caiga, sino en el suelo, ese cuerpo de muerte, costal de tierra? ¿Dónde ha de ir? Al suelo. Así lo vemos que acontecía a aquellos filósofos antiguos gentiles, de quien se dice (Rom. 1.º) evanuerunt in cogitationibus suis; que, apostatando de Dios y volviéndole las espaldas, no le reconocieron. Por eso dice tradidit illos Deus in desideria cordis eorum in immunditiam. Fueron sabios, pero desvaneciéronse en sus pensamientos; no conocieron a Dios por autor de los bienes que tenían; dejólos Dios por su soberbia. Insipiens factum est cor eorum.»; Ciega la soberbia, porque este vicio es de gente ciega, gente sin luz; ciégalos el deleite, vanse tras lo presente, no considerando lo futuro; ni tienen ojos para las cosas eternas. Y así, por este pecado se dijo de Salomón: Infatualum est cor eius. Quitóles Dios la luz; y quitada, ¿dónde se fueron? A los deseos de su corazón e inmundicias, a cumplir a sus apetitos, y como dice Dios (Oseas): «No os castigaré yo, cuando vuestras hijas pecaren; dejaros he dormir a sueño suelto. No os tiraré de las orejas para que despertéis. Dice sueño; estánse rellenados en sus pecados, cumpliendo sus desordenadas apetitos y dejándose llevar a rienda suelta tras sus malas inclinaciones. De esta manera se entiende que un pecado es castigo de otro pecado, como dice Santo Tomás, 2-2. Casiano dice una muy buena doctrina (lib. 12, c. 22): Manifeste probatur omnem animam, quae superbiae fuerit tumore, possessa, intellectualibus Syris, id, est, nequitiis spiritualibus tradi, eamque passionibus carnis involvi. Que es necesario muchas veces dejar a los soberbios en manos de los demonios, los cuales son espíritus de maldad; y, como son espíritus, tienen espiritual nequicia (llaman así a los demonios que tienen nequicia, que quiere decir malicia con astucia, de malévolas y dañadas entrañas nacida): ut vitiis saltem humiliata terrenis immundam se, carnaliterque pollutam agnoscat. Y más abajo dice: dejándolos, pues, en sus manos, porque los maltraten, quo vel sic humiliatus quis a pristino torpore discedat et ignominia carnalium passionum deiectus ac confusus ad spiritualem fervorem deinceps semetipsum ardentius conferre festinet: porque, viéndose revueltos en culpas afrentosas, reconozcan lo que tienen de su parte y reconozcan juntamente a Dios, el cual abomina y no puede ver a los soberbios. En el cap. 20 de este libro, cuenta Casiano de un religioso que fue entregado a un espíritu inmundísimo y abominable por el pecado de soberbia.- Está escrito (Prov. 11.º): Omnis arrogans odibilis est; que vuelven los 70: Omnis arrogans immundus est. Pareceros han honestos y castos y gente honrada en el mundo, y por su honra se abstienen de hacer pecados públicos y que otros los puedan saber; pero delante de los ojos de Dios es gente sucia. Cualquiera que tuviere levantado y altivo su corazón, por más honrado que sea en los ojos del mundo, pero Dios lo desestima y conoce lo que es. Y esto nos lo enseña la experiencia, que, por un descomedimiento que tengáis con Dios en la oración por un engreimiento, permitirá Dios que os dé el demonio una vuelta de cabellos que os haga volver sobre vos. Y estos tales, habiendo sido tratados de esta manera, miran de ahí adelante más por sí y andan con más cuidado en el servicio de Dios; andan humildes en su presencia: y aprovecha mucho esto a el alma experimentada a su costa.

4. Vamos a la ira e impaciencia. Escrito está (Prov. 3, según los 70): Vir iracundus inhonestus est: no sólo porque la ira quita la gravedad, y madureza de costumbres, como declara Casiano (lib. 9, c. 1.º): porque veréis un hombre airado cómo menea los ojos a unas partes y a otras, el color encendido, el habla apriesa y turbada; sino también, como dice Casiano (lib. 6, cap. último): Ubi furoris insidet virus, libidinis quoque incendium necesse est penetrasse: corazón airado tiene gran disposición para la deshonestidad, que es otro fuego. Esto está bien probado en la Santa Escritura, y lleva camino y está muy puesto en razón.

5. Pero ¿qué tiene que ver la avaricia con la deshonestidad? Porque el avariento, a trueco de atesorar y guardar su dinero, se pasa sin comer; ¡cuánto y más darse a deleites y regalos! No es así. Porque primeramente San Pablo dice: Radix omnium malorum cupiditas, que en griego se llama philargia; y de ésta trata Santo Tomás, 2.-2, de causis peccati; que eso quiere decir cupiditas, y así entiende este lugar de esta avaricia. La razón yo os la diré: porque el amor del dinero fomenta los vicios; es como la raíz del árbol de que se sustentan (y deducen) las hojas y ramas. Y he yo notado esto en San Pablo, que jamás habla de este espíritu inmundo que no ponga luego la avaricia; y así lo hace escribiendo a los romanos contando las miserias en que vinieron a caer los que no reconocieron los bienes de Dios, sino se los atribuyeron a sí: repletos omni iniquitate, malitia, fornicatione, avaritia, nequitia; y escribiendo a los gálatas, dice (cap. 1.º): fornicatio, immunditia, luxuria, idolorum servitus, que es lo mismo que avaricia; y a los colosenses, dice: Mortificate membra vestra, quae sunt super terram: fornicationem, immunditiam, avaritiam quae est idolorum servitus. Llámala así «simulacrorum servitus», porque, así como los idólatras adoraban a los ídolos como a Dios, así éstos el dinero. Ad Ephess. 4, dice hablando de aquella gente desahuciada, de quien no se esperaba remedio: qui desperantes semetipsos tradiderunt impudicitiae in operationem immunditiae omnis in avaritiam. Pues ¿cómo concertáis uno con otro? Hanse entregado a toda deshonestidad, tienen por ídolo a su carne; y así, viene muy bien juntar la deshonestidad con la avaricia; y es una razón que, como la llama idolorum servitus, justa cosa es que ese hombre que es idólatra del dinero, no de Júpiter ni de Marte ni de los otros dioses, le deje Dios de su mano; y así como permite que el otro caiga en pecados afrentosos, así éste viene a caer do le lleva el peso de su cuerpo: et mercedem quam oportuit erroris habeant; y porque es pecado que envilece el corazón y le apoca, por eso dice el Eclesiástico: Nihil est iniquius quam amare pecuniam. Envilece el corazón, hácelo afeminado, dispuesto para cualquier mal; y así, el avariento tiene perdido el vigor natural, está sujeto a cualquier golpe del demonio y a caer en flaquezas de deshonestidad, para las cuales está muy dispuesto su corazón por estar muy afeminado y envilecido y debilitado con la flaqueza de la avaricia.

6. Ahora veamos cómo la tristeza inclina a deshonestidad. Los antiguos distinguen a la acidia y caimiento espiritual, de la tristeza; porque el oficio propio de la tristeza es derribar y entristecer el corazón; y, estando desta manera, anda buscando consuelos, acudiendo de una parte a otra. Y entonces acude el demonio con las tentaciones como a hombre de capa caída; y como le halla flaco, da con él en el suelo; que, como dice el Eclesiástico, c. 29, Sicut tinea vestimento et vermis ligno, ita tristitia viri nocet cordi. Madero carcomido no vale nada. ¿A qué cargáis peso sobre él? Luego se hace pedazos. Así el hombre lleno de murria y melancolía, triste y desgraciado, no está para nada: spiritus tristis exsiccat ossa; Y así dice Basilio: tristilia est auctor peccati, qua moerore mentem submergit et consilii inopia vertiginem affert. Anda variando cada día, no sabe estar constante, tiene mil mudanzas, no sabe qué hacerse. Y no hablamos aquí de la tristeza que es según Dios, que, como dice San Pablo, 2, Cor.: Tristitia quae secundum Deum est stabilem operatur poenitentiam in salutem. Esa tristeza es mansa, tratable; véngase en sí misma, ocúpase en bien obrar, busca ocasiones para más servir a Dios, es madre de la alegría y de la verdadera esperanza. La otra que el Apóstol dice saeculi tristitia quae mortem operatur hace al hombre intratable, decaído: que se le caen las alas del corazón, que es el principio de la desesperación: ocúpase en carcomerse, en deshacerse interiormente; éste es el principio de culpas y de pecados. Y la razón natural es llana. Un corazón de hombre afligido busca consuelos rateros, no tiene consuelos del cielo, todo le da pena: la oración, la confesión, etc.; no puede vivir sin entretenimiento; faltándole los del cielo, abátese a los de la tierra; no tiene firmeza, ni vigor para hacer resistencia. La tristeza, dice el otro muy bien, es pocilga de demonios; no sirve sino de estaros deshaciendo; quítaos el vigor para que caigáis fácilmente; no hace al hombre recatado; y dando en vuestro corazón lugar a la tristeza, vos mismo os hacéis guerra.

Si queréis esto tratado más a la larga, véase Casiano, 1.5, c. 10.

Habemos acabado con la primera parte.

7. Vengamos a lo segundo; cómo la paz, la humildad, mansedumbre hace buena hermandad a la castidad.

La primera virtud que hace hermandad es la mansedumbre. Al hombre manso llamaron los griegos cordero, que quiere decir castidad y mansedumbre; «agnus», que quiere decir casto. En el himno que canta la Iglesia, de Nuestra Señora, vernos juntas estas dos virtudes: «Virgo singularis-inter omnes mitis; mites fac et castos». Clímaco dice que vacuitas irae hace al hombre casto. Y Casiano: Una regla, dice, os doy que «quantum quis in lenitudine et patientia cordis, tantum in corporis puritate proficiet; quanto quis longius iracundiae propulerit passionem, tanto castitatem tenacius obtinebit»: y cuanto más tuviere un hombre de esta virtud, tanto más estará en él segura la castidad. Hombres mansos, en la frente traen escrita la pureza de sus almas. Así Cristo, según declararon muchos doctores, cuando dijo: «Beati mites quoniam ipsi, etc.; no sólo dice que los mansos poseerán la tierra de la bienaventuranza, tierra de vivos, «terra viventium», sino también que se enseñorearán de la tierra de muerte que traernos a cuestas, los cuales son dueños de su corazón. De estos tales dice David: «Mansueti haereditabunt terram et laetabuntur in multitudine pacis.»; Viven contentos y gozan de una paz grande; están muy lejos de las rebeliones del cuerpo; todo les obedece como ellos obedecen a Dios. Y al contrario, habiendo cuidados y sobresaltos no puede haber paz.

8. Tras esto viene la humildad. Sólo diré de ella una cosa que es definición de los Santos, y la tengo yo por regla muy cierta; que, si el hombre en sus trabajos va a Dios con humildad, reconociendo su bajeza y cuán poco vale de parte suya, a pedirle su gracia y dones y socorro, agradeciendo que aquello no pasó adelante, y lo que pudiera ser consentimiento no pasase de sentimiento, y eso mezclado con pena, que es señal de no ser voluntario; sin falta ninguna hallaría mejor despacho del que suele hallar; porque éste es el medio harto más eficaz, que quebrar las sienes y querer vencer la tentación a fuerza de brazos. Cuando el hombre va con desconfianza de sí y acude a las entrañas de Dios como hombre acosado, halla remedio eficacísimo, sin forcejar ni sudar sin provecho; mas porque va a veces envuelto en soberbia, no sucede como conviene. Por esto dice Buenaventura que la confesión humilde es remedio eficaz para vencer las tentaciones; decir las cosas como son a su confesor o superior, no envueltas en generalidades; sin buscar en ellas vuestra honra y estima propia; que la confesión humilde sana los vicios, cura al hombre de sus enfermedades; y si no, hallaros heis en pecado. Regla es ésta de San Isidoro de las que dijimos en la plática pasada: Si quis libidinis tentamento aestuet, confiteri non erubescat, quia vitium detectum cito curatur, latens vero quanto amplius occultum fuerit, tanto profundius serpit, quia revelat eum qui publicare negligit curari minime cupere.

Tened cuenta con esto; acudid al Padre Espiritual para que os remedie, porque si no, viénese a hacer una enfermedad incurable. De aquí se sigue una doctrina muy necesaria, y es que conviene tener compasión a gente fatigada; no hay para qué ser melindrosos y asquerosos; que hay algunos que, en oyendo tentaciones semejantes, hacen ascos y melindres; revuélveseles el estómago; y esto bastará para que Dios os castigue y vengáis a caer en el mal del otro.

Tres géneros de gente hallo yo que cada uno de ellos tiene particulares causas de tentaciones. Porque hay gente principiante: en éstos la causa de su tentación es el regalo. Hay otros medianos; y éstos ¿sabéis quién los derrueca? elatio animi, la soberbia. El tercer género de gente es de perfectos, los cuales son tentados por desdeñar a los otros, como el fariseo que desdeñaba al publicano. Esto nace de soberbia, y permite Dios que éstos vengan a caer en tentaciones en que conozcan lo que son. Bien prueba esto aquel ejemplo de Casiano (coll. 2, c. 5; 1. 13). Cuenta allí de un mancebo que era molestado grandemente de tentaciones de deshonestidad, el cual se fue a un viejo, pareciéndole que, por aquella vía y por medio de sus oraciones, alcanzaría remedio para su necesidad. Parecióle al viejo que tenía a Dios por el pie: No eres digno del hábito que traes; no son esas tentaciones de monje; reprehendióle ásperamente. El pobre mozo, casi desesperado, determinó de colgar los hábitos y volverse al mundo a casarse. Encuéntrase con el abad Apolo y, en viéndolo, conoció que llevaba algún trabajo; preguntóle la causa y, sabida, con palabras blandas le consoló, diciéndole: Espera siquiera un día, que yo, sesenta años ha que estoy sirviendo a Dios en religión con la esperanza que tú sabes, y en todos ellos no se me ha quitado semejante tentación. Hincóse de rodillas y pidióle a Dios con lágrimas que le diese al viejo la misma tentación de que era combatido el religioso mozo; y luego vio un negro que le tiraba saetazos; salió luego el viejo de la celda como un loco, como fuera de sí. Díjole el abad Apolo: «Muy bien mereces ese castigo, pues no supiste compadecerte de este pobre mozo».

Así que el que recibe dones de Dios es el hombre humilde, hombre que reconoce la gracia de Dios. Dice Gregorio. la caridad non habet indignationem; no es despreciador de otros, que eso nace de soberbia.

Otra virtud es la obediencia, de las que hacen amparo a la castidad; y como dice San Pedro, ep. 2.º, la obediencia castifica las almas. Casiano, lib. 9, c. 8 (que aquellos libros son definiciones antiguas y axiomas de aquellos antiguos Padres), dice: «Monachum et maxime juniorem ne voluntatem quidem concupiscentiae suae refrenare posse, nisi prius per obedientiam mortificare suas didicerit voluntates».

Es razón perentoria que, cuando anda sujetando un hombre el alma a Dios por la mortificación, Él le da la gracia para vencer tentaciones y triunfar de sus enemigos; que como se dice, Proverbios 27, Vir obediens loquetur victorias. Que como anda con cuidado deshaciéndose de sí, hallará a Dios misericordioso con él; darle ha sosiego, sujetará la rebelión de sus apetitos: eso enseñaba nuestro Padre Ignacio, y es doctrina de San Gregorio. Y cierto es que, como el hombre anduviere con Dios y con su Superior, así andará su cuerpo con él.

9. Acabemos con esto: que es menester traer siempre el corazón atareado, porque la ociosidad es principio de muchos males: «Multa mala docuit otiositas» Regla de los Padres: que los monjes tuviesen siempre en qué trabajar. Y así, unos escribían libros, otros hacían cestillos. No te halle el demonio ocioso, dice Jerónimo; que aquel espíritu inmundo se dice en el Evangelio que halló su casa scopis emundatam et vacantem. Vedlo en David: no fue aquel año a la guerra; cometió el trabajo a Joab. Levántase después de haber dormido, a mediodía: no tenía qué hacer; paseóse por un corredor muy de vagar y miró a Betsabé. Y mirad en qué paró. Y así dice el Sabio en los Proverbios, c. 9: «Vidi juvenem vecordem:»; descorazonado, un hombre sin ocupación, mano sobre mano, boquiabierto, aparejado para la tentación. Que este tal fácilmente será vencido; y para no serlo, es menester estar siempre ocupado, actuado. El ocio, si no es santo, hace al corazón flojo. Por esto dijeron los filósofos: «Quitad el ocio al hombre y quitaréisle el pecado». Y en los Proverbios: «Qui securus est et sine labore in egestate erit». (Prov. 14.) Hombre, de a «qué quieres boca», que no tiene cuidado ni cosa que le dé congoja, ni anda atareado, in egestate erit. Quien no tiene cuidado de labrar su tierra, vivirá en pobreza. (Prov. 28.) «Qui operatur terram suam saturabitur panibus, qui autem sectatur otium replebitur egestate.»; Ésta es la pobreza espiritual que tiene la gente vagabunda, que no hace nada, gente ociosa en la plaza; aun más, en la casa de Dios y en su vida, con el azada en la mano sin trabajar: gente que come pan de pobres, ésta es la que Dios desecha de sí; anda mendrugando, comiendo mendruguillos de pan. Y así éste es remedio especialmente para gente nueva, que ande ocupada; la ocupación cierra las puertas al demonio; y, como ya está tomada la casa, viene tarde: dárnosle con la puerta en los ojos.




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Plática 36

De la templanza. Sobre la regla 30


Síguese la regla 30, no menos importante que las pasadas, en que se trata de la templanza y modestia que debemos tener en la refección corporal. Llámase refectorio y refección, porque es para reparar las fuerzas corporales, que eso es reficere. Dice, pues, nuestro Padre que en el comer y beber ha de haber templanza, para moderar y poner en razón el apetito, en que no ha de haber demasía. Y dice que habéis de tener en esto decencia exterior e interior, de manera que se os parezca que estáis en a la casa de Dios.

San Buenaventura dice que esta refección se ha de hacer curialiter, cortésmente: no como si nos hubiésemos criado en un cortijo, sino como gente política y de buena crianza; de tal manera que preceda la bendición, la cual es costumbre de gente cristiana, tomada de Cristo Nuestro Señor y aprendida en su escuela, de quien se dice (Joan. 6), que, cuando hizo aquel convite, levantó los ojos y manos al cielo a hacer oración. Ya no hay, dice San Pablo (1.ª ad, Timoth. 4), diferencia de animales mundos e inmundos; ya se pasó ese tiempo; ya no vivimos en aquella secta que al principio del Evangelio se levantó, de los nazarenos: Omnia munda mundis. Ya es lícito comer de todos los manjares, «quia omnis creatura Dei bona est, et nihil reiciendum, quod cum gratiarum actione percipitur; sanctificatur enim per verbum Dei et orationem. Que ya el comer de todas las cosas criadas es lícito; y si ahora se deja de hacer y hay excepción en los manjares, esto es por la mortificación y traer el cuerpo sujeto; que no lo que entra por la boca hace daño al alma, dice Nuestro Señor en el Evangelio. Y así, indiferentemente usa el pueblo cristiano de todas las comidas; y, como dice Tertuliano en el Apologético, nosotros usamos mantenimientos simples, los cuales se distribuyen con mucha caridad: y después hay hacimiento de gracias, que es lo que se dice en la Escritura, himno dicto. Y así entra la comida en provecho. Y a este propósito cuenta San Gregorio una historia del tiempo de San Benito, de una monja, que, comiendo una lechuga, se le entró tras ella el demonio en el cuerpo; y, preguntada la causa de haber entrado, dijo que aquella monja había tomado aquella lechuga a hurtadillas y que, antes de comerla, no había echado la bendición. Es ésta verdad recibida de los Santos, que ha de preceder oración antes de la comida y seguirse después de ella hacimiento de gracias.

Añádese en la regla que ha de haber lección espiritual, la cual se lea mientras se come, para que todo el hombre reciba refección: parte coma la carne, y parte también el espíritu. Y como dice San Bernado, uterque sit propria refectione contentus; y tenga el hombre interior y exterior su pasto y mantenimiento; que la refección del alma es la verdad.

Esta doctrina es común de los maestros de la Iglesia de Dios. Así leemos en Basilio, 1.ª epístola ad Gregorium: «Inter epulandum hoc haberi convenit, ne belluarum speciem praebeamus, et in percipiendis voluptatibus acquabilem continentiam servamus, nec tunc quidem ita feriata anima esse convenit ut a consideratione rerum divinarum vacemus»: para que no nos lleve tras sí el gusto, y mientras está dándose refección al cuerpo, no esté el ánima ociosa. Lo mismo es de San Benito, c. 38 y 39, que manda en su regla que haya lección espiritual a la mesa: «Una cosa, dice, os doy por consejo que mucho os importa: que seáis siempre moderados en la comida; no ha de tener indigestión el religioso; ne graventur corda vestra in crapula et ebrietate; porque de ahí se sigue inhabilidad para las cosas de Dios.

Por esto enseña San Bernardo: «ut esuriat mens verbum Dei»: no comas con todos los cinco sentidos; solae fauces comedant; procura que el alma esté ocupada en rumiar la palabra de Dios. Y que hagamos gracias después de haber comido, no sólo por los que nos dan limosna como a pobres, sino también por las faltas que ahí hacemos. Porque pocas veces comemos sin hacer faltas de que nos podamos acusar.

Por esto dice San Isidoro, en la regla que escribió a los monjes, que, mientras se comiere, haya lección: esto attentissime. Y han de notar que en la primera edición de estas reglas, dice que se haga hacimiento de gracias «con toda devoción posible»; y en las que ahora tenemos, se moderó esto, porque no pareciese demasía, diciendo que esto se haga «qua par est devotione ac reverentia»; en lo cual nos quiso advertir nuestro Padre, que ya que el hombre ha de comer, por fuerza, para mantener este cuerpo, que tenemos obligación a darle sustento -y porque no lo hiciésemos con tanta molestia y pesadumbre nos puso en ello gusto la naturaleza-; que en estas ocasiones en que puede haber distracciones, esté el hombre siempre, atento de Dios, teniéndole siempre en su memoria presente, considerando que come, siendo siervo inútil en la casa de Dios.

De esta materia hay tratados infinitos de muchos Santos que fueron liberalísimos en tratar de esto. San Atanasio, San Basilio y Ambrosio, el cual dice que la primera caída del hombre fue por gula. Ésta es la primera pelea, ésta es la primera probación del soldado de Dios. Con ésta probó Dios a su pueblo, cuando hacía guerra contra los madianitas. Y así dice: la gula te venció; no eres soldado para mí; vete a tu casa; que soldado a quien vence la gula no es para las batallas de Dios. Ésta es la primera pelea y en ésta ha de ser el soldado probado para que Dios le ponga allá en la vanguardia, o en algún otro puesto honroso.

Ambrosio (libro de ieiunio, c. 4), dice que el primer mandamiento de Adán, que le puso Dios en el paraíso, fue de la templanza. La primera tentación fue de la gula. Díjole Dios: No comas de este árbol. Díjole el diablo: Come. Quebranta el mandamiento, déjase vencer, y échale Dios del paraíso. Y como le fue tan bien al demonio en esta jornada, con esta gula ha hecho gran destrozo en la posteridad de Adán. (Basilio, homilía 1.ª de abdicatione rerum.). Es menester apoyar mucho esto, porque es ésta pelea ordinaria.

Está claro cuánto aprovecha esto para la guarda de la castidad por la vecindad que hay entre uno y otro vicio. Por esto dijo el otro: «Ventri imperato, et his quae sub ventre sunt imperabis». Y Contemptus mundi también dice: «Vence la gula, vencerás la carne». Lo mismo dice Casiano: «Numquam poterit ardentes stimulos concupiscentiae cohibere quisquis desideria gulae refrenare nequiverit». Vence la gula, porque si no, andarás siempre de capa caída en el servicio de Dios. ¿Cuál fue el pecado de Sodoma, sino el que dice Ezequiel, cap. 16, otium et saturitas panis? Con esto se vence la rebelión de la carne, que esto es aquella palabra del principio del Génesis: que nuestros primeros padres comieron y halláronse luego desnudos; que el hallarse desnudos es que luego sintieron la rebelión del apetito. Esta templanza es fundamento necesario para la pureza.

Una regla da Basilio en el tratado de «abdicatione rerum temporalium», y es que, si el demonio a un religioso le ase en la gula, no le deja hasta llevarle poco a poco a su perdición y traerle a muchas miserias. «Si te enseñorea, dice, la gula, llevarte ha tres sí; porque el que en lo pequeño es infiel, ¿cómo podrá ser fiel en cosas mayores? Es la gula guerra cotidiana, y es muy fácil ser un hombre vencido en ella, porque hay un paralogismo muy fácil para pasar de necesidad a deleite; porque piensa uno que la gana que tiene de comer es necesaria, y viene a ser gula. Por esto vemos que Bernardo y Augustino cada día hacían examen después de haber comido. Y dice Bernardo -con ser hombre tan abstinente y tan abstraído de estas cosas de acá y levantado a las celestiales, y que comía muchas veces unas cosas por otras- que siempre hallaba qué examinar. ¡Qué diferente lenguaje de lo que ahora se usa! Que muchos no reparan en este vicio de la gula; y la necesidad corporal la vienen a convertir en deleite y se dejan llevar a rienda suelta de este vicio, que, sin advertir, les va haciendo tan grande daño, pareciéndoles que no hay en qué reparar. ¡Qué falsedad tan grande!, ¡cuán apartados andan éstos del espíritu! Dice Basilio «De abdicatione rerum», una palabra que ha poco que la leí y, aunque la he leído otras muchas veces, siempre que la leo me causa novedad. «Puédesme creer: yo he sido filósofo y religioso y ahora soy Obispo, y he visto muchos hombres que han sanado de muchos vicios; pero nunca vi hombre qui convaluerit, que haya sanado y convalecido de esta enfermedad de la gula.»

-Ahora, pues, Padre, decidnos: ¿qué llamáis gula? Yo os lo diré. En dos maneras, dice Basilio, es la gula: una por comer a hurtadillas, y, como decís, a la rebatiña; otra, por darse hartazgos. No he visto, dice, hombre que medre en la Religión qui in occulto libaret cibos. A ninguno he visto que medre en la Religión de los que comen a hurtadillas: éstos siempre son quejumbrosos, murmuradores, nunca se contentan con lo que les dan, siempre andan rostrituertos y póneles un nombre muy propio que es tenebriones, hombres que andan siempre a oscuras, andan con la conciencia a escondidas, de noche, sin verdad, enemigos de toda honestidad. Esta doctrina pone Basilio, luz de la Iglesia, maestro de la religión, por la primera: muéstranos a ser dueños del campo de nuestro corazón y andar siempre la rienda tirada en lo que toca la gula y al mantenimiento de nuestro cuerpo. Y San Antonio cuenta una historia, hablando a este propósito, de los Santos que había habido en su religión, diciendo que, aunque hubo muchos de éstos, pero hubo también otros que tuvieron algunas faltas, y fue hecha una revelación de que éstos estaban en purgatorio: unos por demasiado trato entre parientes; otros por tener libros curiosos; otros, porque bebían vino más puro de lo que era menester con achaque del estómago; otros, por algunas comidas de regalillos fingiendo necesidad, con achaque de tener mal estómago, no guardando aquel consejo del Apóstol: Utere modico vino propter stomachum. Es muy necesaria esta virtud, y esto es puramente lo que dice San Pablo: Castigo corpus meum: lo cual se entiende por la penitencia, mas lo que añade: et in servitutem redigo, se entiende propiamente del refrenarle por lar abstinencia del ayuno. Yo soy Pablo, dice; dones tengo de Dios; privanza tengo con Él; mas, con todo eso, no me descuido, hago que mi cuerpo sirva; que no me pida gollerías; que no me tire coces, sino que ande siempre enfrenado, ande con disciplina.- Y hágoos saber, dice Casiano: «el que no ha vencido este vicio no puede ser soldado de Dios, ni saldrá con victoria, ni será de su mano coronado»: «Nullus, carne propia non devicta, legitime poterit certare». Por esto importa que el hombre tenga en esto la cuenta que debe; porque, dice Basilio: «Si continueris in officio, paradisum habitabis; sin minus, hoctibi suade, pabulum mortis (te) futurum. Este vicio es el que da fomento y leña a la ira, hace al hombre salir de sí, hácele soñoliento para las cosas de Dios, que es menester levantarle con palancas; no es posible hombre que anda con estos gustillos, que trae cargado el ánimo con el apetito de la comida y pone en ello su gusto ande de veras con Dios. La gula hace al hombre enfermo (Eccles. 38), Qui abstinens est adjiciet vitam, multi per crapulam perierunt. No hay mejor medicina que la sobriedad; no es menester con ella jarabes de botica. Ésta es la mejor regla; si no, preguntáselo a Hipócrates y Galeno, que toda su medicina va enderezada a desecar malos humores, los cuales no se engendran con la abstinencia. Por esto vivían tanto los hombres antiguos en otros tiempos, y ahora los de Oriente que viven por peñas. No hay mejor medicina que ésta; por eso dice el Eccles. (31): «Vigilia, cholera et tortura viro infrunito: que el hombre harto no acierta a dormir; el sueño del templado es salud para el alma. Dice Basilio: Mira que usas sin razón del apetito que Dios te da, tú que haces que el cuerpo enferme con lo que había de sanar.

Ahora veamos qué es templanza. Podémosla tratar en tres maneras. La una, en no comer antes de tiempo o sin licencia: Cave ne clandestine edacitatis peccatum incurras: Basilio 1.ª Regl. Casiano, lib. 5: Ante legitinam stationem neque potus quidquam nec esus extra mensam accipere prorsus tibi indulgeas: No comas cosa ninguna antes de tiempo, antes de la hora señalada; porque eso otro es cosa de muchachos y de gente afeminada, que nunca saldrán con victoria de este vicio. Y así San Buenaventura in speculo disciplinae, viendo la demasía que comenzaba ya a haber en su religión, decía dos cosas: la primera, comer más de dos veces puerorum est immo pecudum, nisí neccessitate consentiente, si no hay trabajo muy grande. ¿No sabéis lo del ángel que, viendo a un hombre muy grande que almorzaba, dijo a un monje: éste es un asno? Cosa, por cierto, de gran consideración: que todos cuantos libros he leído, insisten en esto mucho. Y dicen los santos que no es de hombre político, de la casa de Dios, comer antes de tiempo.

Lo segundo, satietas aut aviditas: no comer un hombre hasta hartarse. No es posible dar a todos una misma medida ni señalar tasa de lo que cada uno haya de comer; porque está escrito que el que no come no menosprecie al que come, ni haga burla de él. Y en los Actos de los Apóstoles se dice que se daba de comer a cada uno, en la primitiva Iglesia, conforme a su necesidad, todo lo que era menester. De esto tenemos palabra de Ignacio en la Compañía, Parte 1.ª, c. 20, que, en cuanto a la comida, no se ha de estar al antojo, sino que el médico juzgue lo que conviene y que los Superiores tengan cuidado de que no falte lo necesario a todos; y vos que sois súbdito, no andéis con quejuelas ni vais a murmurar a la quiete, si os dieron poco o mucho, y al otro más que a vos. No podemos sentar en esto medida a todos: uno trabaja mucho, otro no tanto; uno es grande, otro pequeño; uno sano, otro enfermo, etc. La regla que en esto ha de haber es la que propone Casiano (1. 5, c. 5). Unica est mensura continentiae, neque quis ultra mensuram capacitatis suae satietatis onere gravetur: que no salgáis cargado, antes siempre con hambre; que la necesidad os lleve a la comida, no el gusto, como dice el Apóstol: Carnis curam non feceritis in desideriis. Tened cuidado de la carne, pero no le deis gullerías ni contemporicéis con sus apetitos. Y dice Casiano: Voluptuosam ademit diligentiam carnis; gubernationis curam necesariam non exclusit. Pero esto no ha de ser in desideriis. Y dice Bernardo: Pascenda caro sed extirpanda vitia; que ha de ser no de manera que fomentéis los vicios, porque de los que así lo hacen se dijo: quorum Deus venter est; gente que tiene pensamientos rateros. No ha de ser así en los que viven en la casa de Dios, cuyo sustento es Dios. Hombres llamados para una empresa tan alta como es conquistar el mundo, no andan tras el bocadillo ni tras la golosina. Quita también la codicia, que esto es aviditas: comer, no engullir como perros y lobos; comer con moderación, comer para Dios, que así declara Basilio (Regl. 12 y 29 fusius disput.) aquel lugar de San Pablo: Qui manducat, Domino manducet. Come con templanza donde está el otro engullendo; si acaso fueres convidado, con tal moderación y modestia, que se edifique más el otro con verte comer que si le hicieses una plática de abstinencia. No se diga de ti: Vae qui saturati estis: ¡Ay de los que os hartáis! Guardad vuestra hambre para el cielo: Qui manducat, Domino manducet: mirad no os lleve tras sí el apetito, no relamiéndoos los dedos, ni saboreándoos en el manjar; ni se os vayan los ojos tras de la comida; que la comida es tributo y ha de ir a ella el hombre de mala gana.

Lo tercero, es también gula comer manjares exquisitos y singulares. No es esto de discípulos pobres de Cristo; que la salsas y sainetes nos hacen pasar del término de la moderación. Esta es doctrina cierta. Para ello trae Basilio en la regla 117, del convite del Señor. ¿Con qué, dice, hizo Cristo nuestro Señor convite? ¿con qué convidó sino con pan, y con pan de cebada y con peces? Es necesario dar sustento al calor natural, que es regla de médicos, que en ocho días nos consumiera si no le diéramos algún nutrimento. Es necesario darle alguna cosa para entretenerle, pero eso no ha de ser manjares exquisitos. Con lo que come el pueblo y quita toda nota de curiosidad. Siempre he oído una cosa que yo la supe en Roma, que nuestro Padre Ignacio` nunca había permitido que se diesen aves en su mesa; y soy testigo aún, porque comí muchas veces con el General pasado, que nunca vi cuatro veces aves en su mesa. Sois pobre; no hay para qué estas viandas regaladas. Regla fue ésta de Ignacio: que os enseñéis a mantenimientos vulgares y, si alguna vez os llevasen a algún convite, tened cuenta con la regla, y moderación; y de los manjares parce utendum, que esto es lo que edifica a la gente, reconociendo siempre el religioso que no merece el pan que le dan.

Y así dice San Buenaventura: Communibus semper assuesce. Y dicen Bernardo y Basilio que no seas melindroso, sino que enseñes el estómago a todo. Y a este propósito dice Casiano (c. 23 lib. 9), una cosa que no la había reparado hasta ahora, aunque la había muchas veces leído: Todo hombre que busca singularidad en la comida, quidquid extra consuetudinem usumque sumitur, ad ostentationem spectat, ut docet antiqua traditio Patrum.- Oh Padre, he menester que me den alguna cosa particular, que soy Padre reverendísimo; he trabajado mucho-. Éste tal no lo hace tanto por necesidad que tenga, cuanto por presunción y soberbia, y de éstos dice Casiano: Nunca hemos visto hombre señalado. No lo hacían así aquellos Padres antiguos, que no comían otra cosa sino lo que ponían en su refectorio: si pan, pan; si garbanzos, garbanzos; querer el hombre singularidad y que se haga más caso de él que de los otros, es soberbia. Debemos, pues, tener moderación y modestia como nos lo enseñó el Espíritu Santo (Eccles. 31): No metas primero la mano en el plato; no mires lo que ponen a los otros. Y es regla de Pacomio que sus monjes pusiesen las cogullas delante de los ojos, para que no viesen los unos lo que ponían a los otros a la mesa.

El silencio también, a la comida, es doctrina apostólica: Panem suum cum silentio manducent. Atiende siempre a lo que se lee; pide con señas lo que falta, no con palabras, que inquietes y des que mirar a los otros. Acuérdome que había censor de las mesas en la Compañía, que tenía cuidado de mirar cómo se guardaba la modestia en la mesa; si el otro se enjuagaba los dientes y se recostaba sobre la mesa; si se sonaba o escupía, etc.: es poca crianza, es menester que se le advierta; mirad cómo coméis, mirad cómo traéis la servilleta; no hagáis cosa con que provoquéis a asco a los demás.

Digamos ahora una palabra de nuestro Padre Ignacio, al fin de los ejercicios de la tercera semana. Decirla he yo sumariamente, empero pido a todos los que tienen Ejercicios, que las lean ellos. Lo primero, dice, que ha de haber menos cuidado de la abstinencia en el pan que en los otros mantenimientos, por haber menos peligro de golosina. Lo segundo, que en cuanto a la bebida, es necesario se tenga más cuidado de la abstinencia; que, como dice San Bernardo, sermone 66 in Cantica: Ne distentio ventris pertingat usque ad incitationem libidinis. Debemos beber con templanza, porque el hartazgo puede hacer daño y la hinchazón del estómago hace daño a la castidad, aunque la bebida sea sola agua.- Lo tercero, dice, usad de manjares comunes, o de cosas de guisados delicados parce. Lo otro os aviso, que tengáis cuenta que no haya exceso, sino que tengáis siempre la rienda corta; atad corto; porque os hago saber que, cuando el alma anda con este ejercicio, sentiet interdum quosdam cognitionis radios et consolationis motus sibi caelitus immissos; alcanza unos rayos celestiales que da Dios al soldado que se va probando para las guerras suyas. Y es doctrina de San Jerónimo: que no vale nada ayunar toda la semana y tener grandes abstinencias, si después se da un hombre una hartazga, que lo echa todo a perder. Tened cuenta con la comida; tened medida común y continuada-. Lo otro, que, cuando coméis, tengáis alguna meditación buena, para que no estéis sobre la comida, ne animus quodammodo totus effundatur, porque no te derrames demasiadamente. Ve siempre deteniéndote, para que el alma esté libre, no impedida, ni el corazón y estómago repletos. Y concluyo con una regla maravillosa, que, cuando habéis de ir a comer, hagáis cuenta con vos de la medida tasada que habéis de guardar en la comida, de manera que no comáis un bocado más, ni una sola migajita más de la tasa; y esto será de grandísimo provecho para alcanzar esta virtud.

Concluyamos con esta doctrina común: que, antes de comer, se examine el religioso si merece la comida, si ha trabajado de manera que no se puede decir de él que come el pan de balde en la casa de Dios, y se contente con vianda común. Y si os diesen alguna vez la comida no tan bien guisada, no os quejéis, dice Bernardo; tómalo de buena gana, que eres discípulo de Cristo: no ir a quiete a tratar de esas bajezas; no murmurar del ministro y del procurador y del cocinero; no comer con hartura, no con ansia, que esto es ne carnis curam faciamus in desideriis. Esto cumplirlo hemos cuando el alma anda tras las cosas del cielo, que entonces va a la comida como a la cruz y al tormento, no con contento y gusto. Mas cuando el alma anda olvidada de Dios, empléase en cosas rateras: sino acordarnos siempre de la mesa que Dios nos tiene preparada; que, llevando mortificadas nuestras pasiones y nuestra carne domada, nos recibirá Dios a aquel convite lleno, que dice que nos tiene preparado. Ésta es la regla que tenemos y de más importancia de lo que parece; y cualquier yerro y falta que en esto se hace nos causa grave daño, por ser esta regla como primer principio de las de la perfección. Casiano dice esto lib. 5, c. 14.




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Plática 37

La primera de la obediencia: Sobre la regla 31 a la 39


Daremos principio en esta plática, con el favor del Señor, al tratado de la Obediencia, declarando las reglas de nuestro Padre, desde la 31 hasta la 39, donde trata de ella. Y sería provechoso tratar de esta materia declarando palabra por palabra, ponderando cada una de ellas; mas esto podrá hacerlo cada uno en su aposento. Por ser esta virtud tan excelente y tan encarecida de nuestro Padre, será justo tratar de ella como lo solemos hacer de las demás; y tendría yo por ganancia que sacásemos fruto de ellas, estimando en lo que es razón una virtud tan señalada que él nos dejó por herencia y quiso que fuese nuestra divisa, a los que somos y profesamos ser de la Compañía. Y debe ser esta plática de mucho gusto a gente religiosa, como es a cada uno el oír tratar de su oficio. Tomad el marinero: ése no sabe hablar de otra cosa sino de tempestades; el labrador de los bueyes y el arado; y el letrado de los libros: y más especialmente si han dejado todas las cosas por ese oficio. Y no solamente esto debía de sernos gustoso; mas, como hombres que ha días que tratamos de esto, debíamos hablar con propiedad y ser en ello elocuentes.

Si preguntáis cuál es el oficio del religioso en cuanto a tal, responderos he que el obedecer: forma de la Religión es la obediencia. Porque pregunto yo, ¿a qué vinisteis a la Religión? ¿A estudiar? No. ¿A predicar? No; porque el día que vuestro gobierno, el día que vuestro estudio, el día que vuestros sermones no van por obediencia no son religiosos; éste es el término de religioso, obedecer. ¿Leéis? No, obedezco. ¿Predicáis? No, obedezco. Porque la obediencia es la que da el ser a las virtudes del religioso; y por eso dice Santo Tomás 2-2., y en la parte 1.ª q. 196: la castidad sin obediencia no es religión; la pobreza sin obediencia no es religión. Pues ¿quién da profesión de religioso a las virtudes? La obediencia. Ella es la que da a la pobreza ser de religión. Porque la mortificación, la pobreza, obras de virtud son sin obediencia, pero virtudes de religión, no. De manera que, como San Pablo dijo de la caridad, que es plenitudo legis y el que ama legem inplevit, así también podemos decir: plenitudo religiosae vitae est obedientia. Si hay oficio de hombre religioso, con esto se hinche, con esta virtud tiene su colmo y su perfección. Porque, así como la voluntad aplica las potencias a obrar, -ella manda a el ojo que vea, a los pies que anden etc.-; así la obediencia aplica a las demás virtudes a obrar religiosamente: ella es la que da la vida a las obras religiosas, ella las pone en ser; ese como la capitana de este ejército lucido de religión; es como un maestro de capilla que gobierna un coro y mueve diferencia de voces: ella gobierna todos los religiosos ejercicios; y por esta razón nos está muy bien tratar de ella. Tengo para mí por muy cierto haber recibido un beneficio singular de las manos de Dios, aquél a quien ha abierto los ojos para conocer la excelencia de esta virtud y lo ha descubierto este tesoro y minero de la obediencia en este campo de la Religión. Porque esta es una verdad muy llana: que el gusto que tienen los hombres en sus obras y ejercicios, éste es el que los rige y entretiene en ellos. El otro, porque gusta de la caza, le parece que no hay tal entretenimiento en el mundo; y en esto pone su felicidad, gastando sus dineros en perros y aves y otras cosas de la caza: no saben tratar otro lenguaje. Así también, muchas veces los religiosos, que miran las cosas de la obediencia conforme al gusto que tienen de ellas. Unos hay que no saben, hacer sino su voluntad de la mañana a la noche. Estos tales hanse quedado en el zaguán de la Religión; no han hecho concepto de la obediencia ni vida religiosa. Y de éstos no hablo yo. Otros religiosos son tibios: y ¿sabéis qué hace en ellos la tibieza? Hace que juzguen las cosas con el afecto que ellos tienen: andan desmenuzando las cosas de obediencia; y su vida irreligiosa les ha cerrado la puerta, para que no conozcan la perfección de esta virtud. Hay otros muy contentos con su modo de vida: una gente que, si le preguntáis en qué se ocupa, os dirá que en oración; que tiene cuidado de hacer disciplinas y otras penitencias. Y si le preguntáis: ¿tratáis de obediencia? deciros han que no. ¿Tratáis de cumplir la voluntad de Dios y de sujetaros a la voluntad ajena? No, Padre, sino tengo mi sábado delicado; tengo acá mis consuelos y ratos de recogimiento. ¿Tratáis de doblegar la propia voluntad? No, Padre. ¿Tratáis de refrenar vuestros apetitos? No trato de eso-. Esta dolencia la heredamos de nuestro padre Adán: el ser voluntariosos, amigos de hacer lo que queremos: Eritis sicut dii. Somos amigos de andar cerriles y de quitar de nuestras cuestas el yugo de la sujeción, como dice el profeta: A saeculo fregisti jugum, rupisti vincula et dixisti: Non serviam. Somos enemigos de sujetarnos; y como dice Basilio la obediencia es una violencia que se hace el hombre, y universal, donde se cumple el abneget semetipsum de nuestro Señor.

Dicen los filósofos que la voluntad es apetito universal de todo el hombre. Cada potencia tiene su apetito particular: los ojos desean ver, los oídos, oír; el cuerpo tiene apetito al regalo; mas la voluntad es apetito universal y como la raíz de todos los demás. En ella está el amor propio, el cual desjarreta la obediencia. Somos los hombres amigos de libertad. Si una vez forzáis a la voluntad a que obedezca, cien veces se arrepiente. Es el hombre naturalmente voluntarioso; tomará hacer penitencias, traerá cilicio, pero dale tantica de entrada al amor propio en eso: el cilicio le es gustoso, las penitencias le son sabrosas, metiendo él su cucharada. Mas mandadle que obedezca y por eso las haga, y veréis cómo se le hace mal. Es cosa dificultosa la obediencia, y pocas veces la venimos a alcanzar perfectamente; que, cuando Dios nos hace merced, tenemos una obediencia política, una obediencia aparente y no de voluntad. Es rara la virtud de la obediencia, es raro el uso de ella. Por eso los padres antiguos hicieron tanto caso del ejercicio de esta virtud. Por eso Basilio (Constituciones 23) toma este negocio a destajo, probándolo tan de propósito con lugares de Escritura, poniendo tantas objeciones y respuestas. Había entonces lo que hay el día de hoy: gente que trata las cosas por su parecer, y, parecióle importante tomar tan a destajo esta virtud, que es de tanta importancia. Así la tratan San Francisco, San Benito y San Bernardo, de los cuales traeremos, después, algunas cosas, para que veamos cómo confirman la doctrina de nuestras reglas.

Veamos, pues, cómo practicaban esta virtud algunos padres antiguos. El primer año de noviciado, como dice Casiano en el libro tercero, de institutione renuntiantium, los novicios no trataban con los demás, servían en un hospital; que de estas antiguallas tomó la Compañía sus probaciones. Encargábanle a un viejo que les quebrase su voluntad; mientras más regañado, mejor. No como hoy, que han de ser hechos a nuestra voluntad los superiores: hombres suaves de condición, que no deshagan nuestras trazas. No hacían ellos esto: buscaban aposta hombres rencillosos, para que el novicio no se criase delicado. Plantó esta doctrina nuestro Padre Ignacio en Roma: que dio a cada uno un Padre por superior que fuese como ayo, el cual tenía cuidado de mortificar por semana.

Pasado el noviciado, a cada diez le daban uno de los que llamaban decanos. Hace de esto mención San Agustín, libro de moribus Eclesiae, y San Benito y Basilio y Casiano. Y esto, para que los atareasen y tuviesen ocupados en ejercicios de obediencia. No como ahora, que, si preguntáis a uno en qué se ocupa, dirá: Acudo a mi estudio; ando haciendo para no tener que dar ni tomar con el ministro; en todo el año veo al superior. No lo hacían así aquellos padres, sino que andaban procurando que la obediencia no fuese virtud ociosa; siempre estuviesen atareados, siempre tuviesen freno. No así en nosotros que todo nuestro cuidado es hurtar el cuerpo a la obediencia. Ningún encarecimiento he leído como el que cuenta Casiano de San Juan que tenía por nombre el Chiquito, varón señalado en obediencia. El cual dijo de sí que había probado muy bien la vida de la religión y soledad; de quien se dice que pasaba todo un día sin comer; y al principio de la semana, ponía siete panes; y después, al cabo de ella, iba a mirar si le había sobrado algo de los siete, por haberse olvidado algún día de comer. Y dice de sí, que, con tener una vida de tanta abstinencia y una tan alta contemplación, me pareció, dice, que me faltaba una tan gran virtud como la obediencia, en la cual un hombre se hace imitador de Cristo Nuestro Señor, factus obediens; y por esto dejé las contemplaciones y elevaciones tan altas por venir al monasterio a quebrar mi voluntad.

Veamos, pues, qué nos ha dicho nuestro Padre de la obediencia: no hay cosa de que más nos haya dejado escrito. De ella trató en el capítulo 4 del Examen, tratando de aquella regla de cuando uno entra a hacer la cocina; también en la tercera parte, y en la 4.ª tratando de la obediencia del Rector; y en la 8 y 10. También en esta carta que tenemos suya de la obediencia, que mandó escribir al Padre Polanco, dictándole él las razones que en ella había de poner, para los padres de Portugal, donde estaba entonces la flor de la Compañía. Y queriéndose morir tenemos de él este ejemplo maravilloso, donde encarece la estima que tenía de la obediencia: Escribid, dice, que quiero dejar por herencia mía, por juro de heredad, por mi testamento y última voluntad a los de la Compañía la virtud de la obediencia. Siempre los animó a ella, no siendo tan amigo de retraimiento cuanto de la obediencia prontísima. Castigaba gravísimamente las faltas que en ella se hacían; y muchas veces mandaba tres cosas repugnantes, para ejercitar en la obediencia. Vino el Padre Laínez del Concilio Tridentino; un hombre tan eminente, teólogo del Papa, que tenía en el Concilio el primer sufragio de los teólogos; hombre tan insigne. Y en llegando, dale por ayo a Antonio Rión, borgoñón, hombre groserísimo en el rostro y en todo lo demás, que era lavandero; y dáselo por superior para que le enseñase los tonos. Y tenía ejercicio de esto media hora cada día; y cuando erraba le daba con un garrotillo. Este ejercicio de obediencia usaba nuestro Padre. Y si le preguntamos la causa, dánosla él en la carta de la obediencia, diciendo que, porque esta virtud ingiere en el alma las demás virtudes y las conserva. Y aunque esta razón de San Gregorio la trae Santo Tomás de la obediencia en común, y la explica a su modo, la que hace al caso para nuestro propósito es la de San Diadoco, en el capítulo 49: Obedientiam esse omnium virtutum introductricem ac pricipem, exploratum est; depellit enim arrogantiam et parit humilitatem, unde ianua atque aditus caritatis in Deum efficitur his qui libenter eam complectuntur. Primum, igitur, curam huius virtutis habere oportet eos qui studium certandi cum diaboli superbia suscipiunt; haec enim deinceps progressa, omnes vias virtutum nobis sine ullo errore monstrabit. Introduce las virtudes, porque quita la soberbia: arrogantiam depellit, humilitatem parit: Aconsejo, dice a todos los que entran en religión echen mano de ella, porque esta virtud tan grande enseña el camino carril, camino seguro, camino real para las demás virtudes. Y está clara la razón: obediencia es hambre de cumplir la voluntad de Dios, a despego de todo lo demás; supone aborrecimiento de sí mismo, como dice Santa Catalina de Sena. Su ama es la humildad, su madre la caridad, su compañera el menosprecio propio. Cumple muy bien aquella palabra de Cristo: Qui vult post me venire abneget semetipsum. Y concluye Santo Tomás que idem velle et idem nolle perfecta amicitia est, como decían aquellos filósofos antiguos. Quiebra su voluntad, rompe con sus quereres; la voluntad de Dios tiene por suya, tiene amistad perfecta con Dios, devoción verdadera, prontitud para cumplir lo que Dios quiere, no teniendo en su corazón ídolos de propia voluntad.

Más: decís allá en filosofía, que cada cosa es lo perfectísimo de ella: del hombre lo perfectísimo es el entendimiento; eso le da el ser de hombre. Y cuanto más tiene de entendimiento, más decimos que tiene de hombre. Así la obediencia es perfectísima en razón de religión; y así, mientras uno es más perfecto obediente, es más perfecto religioso; y mientras menos obediente, menos religioso; y si no es obediente, no es religioso: mirad el caso que habemos de hacer de ello. El estudio principal del religioso es la obediencia. Y así dice en la primera regla que de esto trata: Expedit imprimis et valde necessarium est. ¿Por qué? Veamos. Porque, dice Santo Tomás, que es camino y ejercicio para la perfección; y, como es camino, pide guía, y sin ella fácilmente os perderéis. El fin del religioso es fin sobrenatural; para acertar con él tiene necesidad de guía; ésta es el superior, el cual es una ayuda muy grande que ha puesto Dios de su mano, para que nos vaya encaminando a nuestra perfección. Pongo yo una comparación, que es a propósito de esto, de un hortelano, el cual tiene cuidado de cultivar las plantas y estercolarlas y darles riego a sus tiempos. Si no hubiera hortelano, diera la planta un fruto silvestre y mal sazonado; tiene cuidado de cultivarla y viene a dar un fruto suave y dulce. Así el superior con el súbdito. Es escuela, dice Santo Tomás; pide enseñanza y maestro. A Iglesia visible pertenece enseñanza visible y maestro visible, aunque hay algunos hombres enseñados de Dios, como dice San Agustín, caelo deductos; pero no es esto lo ordinario, sino Dios envía a los hombres a ser enseñados de los hombres. Por eso envió Dios a Samuel al viejo Elí, y a San Pablo a Ananía y al Centurión a San Pedro; porque tiene Dios costumbre de ayudarse de causas segundas. Por eso dice en la bula: que abrazamos la obediencia del Romano Pontífice, para tener dirección del Espíritu Santo en nuestras misiones, y no errar en ellas.

Ésta es doctrina de San Basilio, tratando de la obediencia; el cual también dice que por otra razón, es necesaria; y es porque el hombre se conoce muy mal y se enmienda peor: estamos llenos de amor propio todos abarrisco, sin exceptuar ninguno; es menester un ayo que te desengañe. No hay verdad ni quien la diga. Quien más mal siente de ti, te loa más, y te dice al revés de lo que pasa. No miento, dice, mas no digo la verdad; engáñante en la mitad con decir: «No quiero ponerme mal con nadie». No te dicen lo que te está bien, y dicen después la verdad a la espalda.- Eso que dicen de mí detrás, querría saber.- Escoged, pues, para eso superior que os diga vuestras faltas; ésas que arrastran por casa. Porque, como dice Basilio, que es un dicho verdaderamente divino, es necesario, porque el hombre se conoce muy mal, quien le ayude a conocerse; mas, que os ayude también a curaros. Queréis os mucho: por no apretar la herida, se viene a cancerar; porque tanto impedimento hay del amor propio en esto, como en todo lo demás. ¿Habéis ido alguna vez al Superior a que os diga vuestras faltas? ¿Tratáis de que os ayude? No: de licencias para eso otro y para esto otro, y de pedir privilegios y quejaros: eso sí. Pues no es para eso el Superior, sino para ayudaros en el camino de la perfección (ésta es la necesidad de la obediencia, para ayudar a salvaros por medio del Superior; para alcanzar perfección).- ¿Qué llamáis perfección?- Dice Santo Tomás, que es ejercicio de quitar faltas para alcanzar la caridad; quítanse con el castigo; es ayuda para eso el Superior. Más: es cosa dificultosa tomar el hombre el medio siempre: faltamos por más o por menos. Es beneficio de Dios tener quien nos señale lo que nos conviene; para eso no ha de haber negociación, ni contratación, ni andar por aquí o por allí, echando cercos, para que el Superior me conceda lo que quiero. Ésa, negociación es; no me disfaméis la obediencia, la cual es perfecta, donde no tengo nada de mi voluntad. Y dice Casiano, y San Bernardo ad Fratres de monte Dei, una doctrina de los padres muy verdadera; y es, que con la obediencia se alcanza la discreción, sujetándose un hombre, descubriendo su corazón al Superior; que el que estriba en su prudencia hace mil necedades. Ne innitamur prudentiae nostrae, dice el Apóstol; que el hombre que se precia de cuerdo, si da en una, hará cien necedades. Cúmplese lo del Deuteronomio, 17: Si vieres que se te ofrece alguna cosa dudosa, si dudares si es lepra o no es lepra, y si vieres que el parecer de los jueces que están dentro de tus puertas varían entre sí y no están uniformes, acude a quien Dios ha puesto en su lugar. Las prudencias de los hombres son cortas y, como dice la Sabiduría, cogitationes hominum pavidae, incertae prudentiae nostrae. Da quietud la obediencia. ¿Hay pareceres diferentes? Hay peso para pesar las verdades y entender lo que es mejor: acudo a mi Superior. Y así dijo Doroteo, de quien se dice en su vida que siempre andaba tratando de esto, una doctrina que dice que se la dijo Juan, el discípulo de Pafnucio: Necesse est evenire ut paccatissimi et quietissimi sint quicunque se in patrum obedientiam dederint. Es cosa necesaria que todos los que se han dado a la obediencia vivan quietísimos: paccatissimi, iucundissimi: tiene grandísima alegría el alma colgada de Dios; que si mucha fiducia ponéis en los hombres, daros han el pago como quien ellos son: es gente apocada. Pues mi mantenimiento es hacer la voluntad de Dios, sea cosa grande, sea cosa liviana, sea fácil o dificultosa; viniendo de la mano de Dios todo lo recibiré de buena gana: Él es mi Padre, no estoy sujeto a casos que van y vienen: que la amargura y aflicción del hombre nacen de propia voluntad. Tenéis pegado el corazón a esta casa, a este maestro, a este curso; háceseos de mal dejarla. Mihi adhaerere Deo bonum est. Si Dios me lo da, lo quiero; y si no, no.- Quitáronmelo; yo solamente lo amaba por amor de Dios; ya, faltándome la razón principal de amarlo, no me doy nada que me lo hayan quitado: esto es religioso verdadero.

Acabemos con esto. Gran cosa es la obediencia: ella quita el amor propio; como dice San Bernardo, la propia voluntad es infierno. A un árbol grande, si le andáis cortando ramas, nunca lo acabaréis de cortar; echad la segur a la raíz; cortad el amor propio, que es raíz de todos los vicios; enséñaos a doblegar vuestra voluntad, obedeciendo al Superior, al igual, y al mayor; y creedme que, si lo hacéis así, tendréis ejercicio de vuestro aprovechamiento; daros ha paz; que el hombre obediente goza de ella y vive alegre en la casa de Dios.




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Plática 38

Y segunda de la obediencia


Siendo la obediencia tan necesaria, como habemos dicho, y virtud que lleva al hombre tan aventajadamente a la perfección, como dice Santo Tomás en la 22, q. 186. a. 5 ad 2: Obediendo, illi qui non sunt perfectionem adepti, ad perfectionem perveniunt; veamos, pues, cual sea el edificio que hemos de levantar y de dónde le vienen estas excelencias tan grandes que de la obediencia se predican. Las cuales son tan grandes, que los negligentes y tibios dudamos si es así lo que de ella se dice: aquella paz que ayer dijimos en la plática pasada, aquel consuelo, etc. Y no es maravilla que, si se mira no con ojos espirituales e interiores del alma, ni cómo ella mira a Dios y tiene principio de Dios, sino por otros efectos y razones inferiores, nos parezca su excelencia muy nueva y dudemos si es así. Siempre tuvo esta virtud contrarios; y no como quiera, sino gente letrada, soberbia: inflati sapientia carnis suae, gente hinchada y altiva. Y vémoslo, que, cuando comenzaron aquellos religiosos tan obedientes de las órdenes mendicantes, tan sujetos a la voluntad ajena; aquellos letrados de París se reían y hacían burla de la obediencia y mofaban de ella; y esto vemos en la respuesta que dieron Santo Tomás y San Buenaventura: Esta gente soberbia no ha merecido ver su hermosura y excelencia, porque, como dice Cristo: Abscondisti haec a sapientibus et revelasti ea parvulis: estas excelencias tiénelas escondidas para los ojos de los curiosos y sabios del mundo; y a la gente sencilla, que siente y habla bajamente de sí, a ésa las ha revelado.

Veamos, pues, cuál es el fundamento y estribo de esta virtud. Cierto es que estriba en Dios, pues consiste en reconocer y reverenciar a Dios en el Superior, que, con su autoridad, manda y ordena. Esto se declara en la Bula y también en nuestra regla, donde se dice que no se han de contentar con hacer lo que les mandaren, como quien obedece a hombres, sino que Christum agnoscant in superioribus; que tengan siempre la mira en Cristo: veluti praesentem agnoscant et quantum decet venerentur, por quien les obedecen; que éste es el camino para obedecer con alegría y prontitud, reconociendo y reverenciando a Dios en el Superior quantum decet et debent. La obediencia es parte de religión; y no cualquiera, sino nobilísimo acto de ella, que es devoción que, como dice Santo Tomás, es prontitud para cumplir la voluntad de Dios. Y vese mucho la excelencia de esta virtud en lo que pide, que es una fe avivada y una ferviente caridad; que en estas dos virtudes, que ambas miran a Dios, fe y caridad, tiene su apoyo. De las cuales la caridad mira la voluntad de Dios, como de amigo; porque como dice Cristo: Quien me ama guarda mi palabra. Mas la obediencia la mira como de Superior; ésta hace que obedezcamos en todo y estemos prontísimos a hacer su voluntad. Y esto, por muchos títulos que conoce la fe: por ser nuestro Criador, nuestro gobernador, redentor, y todo nuestro bien. De ahí nace reconocerle vasallaje y tener agradecimiento y reconocimiento del bien que nos hace. De ahí nace que andemos cuidadosos, mirando qué es lo que quiere de mí; en qué le podré yo agradar, sea fácil o dificultoso, sea repugnante a la carne y sangre o conforme a ella. Porque quien mira a la obediencia como quien en ella respecta a Dios, ésta es la obediencia religiosa que hemos menester y que buscamos y la que tiene las excelencias que se dicen de ella. Mas si la miramos con ojos de carne, obedeciendo al Superior porque es bien acondicionado, porque es hombre cortés y prudente, dícemelo con suavidad y, como decís allá, tiene amigos en la corte, hacerme ha alguna honra; o también si le obedecéis por miedo de la pena; obediencia política tenéis, no religiosa. Quitad de la obediencia a Dios; no es religiosa; mas será obediencia cual la ha menester una república por bárbara que sea; y aun en una galera hay esta obediencia. Mirad la que tienen los soldados a su capitán en guardar el puesto que les ha dado, aunque sea con mucho peligro suyo. pero esa es obediencia política, no religiosa, como lo ha de ser la nuestra.

Para entender este principio, es menester desenvolverlo; que, como allá decís, el que sabe en las ciencias los primeros principios tiene toda la ciencia de las conclusiones, que virtualmente se contienen en ellos.

La religión es un contrato que el hombre hace con Dios, y Dios también con el hombre. Sacámoslo de Inocencio primero en una carta que escribió de votos, donde hace mención de simples y solemnes, donde da a entender que es contrato. Hay condiciones de parte de entrambas partes. Este contrato hallamos en el cap. 26 del Deuteronomio: Dominum elegisti hodie ut sit tibi Deus et ambules in viis eius, et custodias ceremonias illius et mandata atque iudicia et obedias eius imperio. Has tomado hoy a Dios por amo, para tenerlo de aquí adelante por señor. Et Dominus elegit te hodie ut sis ei populus peculiaris, ut custodias omnia praecepta illius, ut faciat te excelsiorem cunctis gentibus quas creavit in laudem et nomen et gloriam suam, ut sis populus sanctus Domini Dei tui. Y este mismo Señor te ha tomado debajo de su protección, hate escogido por pueblo particular suyo; y ése es el contrato que hay por parte de Dios, que le tendrás siempre muy a la mano y con su favor rendirás tus enemigos. Él te llevará a la tierra que corre leche y miel; Él hará que crezca tu labranza y dé colmado fruto. Ése es el contrato que nosotros hacemos con Dios: que el religioso toma a Dios por amo: dale su corazón; promete de no inclinar sus rodillas a otros ídolos, como lo hizo el otro pueblo. No quiere honras ni riquezas que son ídolos del mundo, a sólo su Señor y Dios quiere reconocer por amo; no ha de admitir cosa contraria a la caridad, que es el pecado que lo echa del alma, sino quitar todas las cosas que la puedan impedir, que ésta es la nueva obligación que hace; que, como dice Santo Tomás, religión es el ejercicio de quitar de sí todas las cosas que son contra la caridad e impiden su fineza. A esta obligación corresponde otra obligación de parte de Dios: que tendrá sobre el religioso protección particular; que, con su ayuda, vencerás tus enemigos. Prométenos tierra de promisión, donde nuestro trabajo será centuplicado: que todas nuestras obras serán fruto no mezquino, sino muy copioso; y hace que los cielos destilen rocío de gracia sobre las almas: un consuelo y otro consuelo, una luz y otra luz, como dice Isaías: Et replebit splendoribus animan tuam. Hace Dios este negocio, concierto y contrato como un gran príncipe, el cual envía su mayordomo con su propia autoridad; esto hace Dios por medio de los Superiores; que, como dice Basilio, Const. 125, quia sequester est inter Deum et hominem qui sustinet personam Christi, que está en nombre de Cristo, que eso es sustinere personam alicuius: éste es con quien contratas, y Dios por él contigo; el cual es como instrumento procuratorio: él acepta tu promesa en nombre de Dios. Y de ahí vemos, que no puede haber religión sino con autoridad apostólica; porque es necesario que en esta procuración haya quien dé y quien acepte. Ésa la da el Procurador General, que es el Pontífice, mayordomo mayor de la hacienda de Dios: él sustituye a éste y al otro. Et sequuester est inter Deum et hominem. De manera que el religioso sirve a Dios; y de reconocer esto, vendrá a no cansarse, por ver que no sirve a hombres: a Dios sirve, de él espera el galardón. Él le ha de pagar como quien es. Y así dice Clímaco (cap. 4 de obedientia), de aquel santo cocinero con quien él se encontró que servía a doscientos y tantos monjes con tanta alegría y paciencia, que le preguntó la razón de su grande sufrimiento y en tan continuo trabajo con tanta humildad y paciencia, que le. respondió: Nunquam arbitratus sum hominibus servire sed Deo. Nunca puse los ojos en los hombres a quien servía, sino en Dios por quien lo hago. Esto me hace nunca cansarme. Viene el otro rostrituerto, el otro con sus importunaciones, el otro que no me deja; con todo, le sufro; que por Dios es bien empleada la paciencia; y ésta es la causa por que estoy contento: tengo a Dios ante los ojos. Esta doctrina tenemos en la fórmula de los votos de los coadjutores formados y profesos, como cuando dicen: Y a vos, Padre, que tenéis lugar de Dios, locum Dei tenenti, no porque sois Claudio, o Francisco de Borja, que vos, como tal, podéis merecer la entrega de mi hacienda, mas no merecéis la entrega de mi voluntad; que sólo Dios del cielo la merece. A él le hago sacrificio de mi hacienda, que toda cuanto tengo y puedo tener la pongo en sus manos, y a Él hago sacrificio de ella: y no es mucho; que la hacienda cosa limitada es, y el cuerpo precio limitado vale; que si ponéis un esclavo en almoneda, os darán por él cien ducados. Pero daros mi voluntad, eso no lo hago por vos, sino porque tenéis el lugar de Dios. Un amo sólo tenemos entrambos, a él servimos; y mientras el Superior no me mandare cosa que no sea conforme a la voluntad de Dios, que es mi amo, siempre le obedeceré; él es ángel de Dios, que así le llamó el Profeta Isaías, porque interpreta la voluntad de Dios y por medio de éste promete ejecutar conmigo su providencia paternal.

Esta doctrina sacan los santos del Evangelio: Qui vos audit me audit, qui vos spernit me spernit, dice Cristo a sus discípulos: en lugar mío os tengo puestos; que en este sentido declara este lugar Clemente ad Jacobum fratrem Domini 3.ª, que no dijo Cristo esto solamente por los apóstoles, sino también por los demás prelados. También este lugar declara Basidio «de obedientia, constitutione 22», donde tan de propósito toma, y tan a porfía, tratar de la obediencia: Quod apostolis dixit, intelligendum est in communem legen sanxisse et posteros qui aliorum futuri erant moderatores; quae sententia ex multis hisque rectissimis testimoniis litterarum divinarum probari potest; donde dice que Cristo no dijo solamente a los discípulos, sino que dio en ello ley común. Y San Benito en el capítulo de la obediencia, cuya doctrina es muy estimada con justa razón en la Iglesia de Dios, tratando de la obediencia dice: «Hago os saber que os importa esta doctrina porque la obediencia que dais al Superior la dais a Dios»; y San Bernardo (lib. 3, de dispensatione) que profesó su mismo instituto, trae esta misma autoridad de San Benito «Qui obedientiam exhibet maioribus, Deo exhibet; ipse enim dixil: Qui vos audit me audit, quidquid vice Dei proecipit homo quod non sit certum displicere Deo laudabiliter accipiendum est quam si proecepisset Deus. Quid enim interest utrum per se aut per suos ministros, sive homines sive angelos, hominibus innotescat suum beneplacitum? Porque ellos están vice Dei, en nombre de Dios; y su voz habéisla de tomar como voz de Dios; y lo que manda, como si Dios lo mandase; que, cuando Dios manda por un ángel o por sí mismo, el mismo mandamiento es, como quiera que el Superior declare lo que es voluntad de Dios.

Otro lugar hay de San Bernardo que trae nuestro Padre en la «Carta de la obediencia» donde dice: «Sive Deus, sive vicarius Dei homo, mandatum quodcumque tradiderit, pari profecto prosequendum est cura, pari reverentia deferendum; ubi tamen Deo contraria non praecipiat homo». Sea Dios, sea hombre el que manda, con igual prontitud se ha de obedecer. De aquí veremos la doctrina de Casiano, lib. 9, c. 10, tratando de la doctrina de los Tabensiotas: «Universa complere quaecumque fuerint ab eo praecepta, tamquam si a Deo sint caelitus edita sine ulla discussione festinet, ut nonnumquam etiam impossibilia sibimet imperata, ea fide ac devotione suscipiant, ut ista virtute ac sine ulla cordis haesitatione perficere ea aut consummare nitantur»: que tomaban los mandamientos de los Superiores como venidos del cielo: sine ulla discussione festinent, sin curiosidad y examen. Lo mismo dice San Benito en el cap. 5 «Mox ut aliquid a maioribus, ac si divinitus imperatum fuerit, moram pati nesciunt in obediendo»: que los que aman mucho a Cristo, cualquiera cosa que manda el Superior la reciben ac si divinitus esset imperatum. Y aun los mismos filósofos también quisieron autorizar sus leyes dándoles alguna deidad: como lo hizo Platón, 4 de legibus y lo refiere Eusebio «de praeparatione evangelica»; que mandaba que no pusiesen las leyes en disputa, diciéndoles que son hechas con autoridad de Dios, para que así fuesen respetadas: cuánto más debemos los religiosos tomar las cosas que se nos mandan como si fuesen mandadas de Dios, en cuyo lugar tenemos al Superior, pues debemos tener siempre puesta la mira en él.

Veamos, pues, la doctrina de Ignacio, cómo conviene con esto; que no hallarán cosa en las Constituciones que no sea tomada de los Santos y Padres antiguos. En el cap. 4 del Examen, 29, diciendo de la obediencia que se debe al cocinero, dice que quien al cocinero no obedece, no obedecerá al General. Pues ¿qué argumento es ése, padre Ignacio? ¿De dónde vale esa consecuencia?

-Sí, vale, dirá él, y muy bien; porque quien no obedece al cocinero, señal que no mira en él a Cristo; y, faltando esa razón formal de obedecer, tampoco obedecerá al General, pues a entrambos tiene en lugar de Dios; porque «vera obedientia non considerat personam»: mira a aquél por quien se obedece, y no a la persona que lo manda. Et si propter solum creatorem et dominum nostrum fiant, eidem domino omnium obeditur». Palabra mayor: que sólo Dios es mi amo y mi padre; sólo, dice; que es palabra exclusiva: no porque es prudente, o porque es sabio, o bien acondicionado, que todas esas son razones inferiores: ¿qué tiene eso que ver con autoridad de Dios? Considerandum est, es cosa de mucha consideración mirar quién es, is qui jubet, que es Dios el que lo manda; porque de otra manera, «neque illis neque propter illos»; no obedezco a ellos por ser ellos, ni por ser sabios, sino por tener las veces de Dios: éste es el fundamento de todo lo que dijo nuestro Padre en las Constituciones. Y por eso manda que el cocinero no ruegue, sino mande: esto mismo dijo en la 3 p. c. 1 § 24: «Que obedezcan a los subordinados oficiales, porque se enseñen a mirar por quién y a quién en todos obedecen, que es Cristo Nuestro Señor»; que los ojos exteriores miran al General como a hombre y muchas veces la obediencia es a él por sus partes, y por no hallar ésas en el cocinero, no obedecen. El otro dice: ¿Por qué tengo yo de obedecer al Ministro que era Rector yo, cuando él nació? Ese tal no mira la razón formal por que obedece, que es Cristo, sino al hombre que le manda. Pero el verdadero obediente, solamente mira que le manda en nombre de Cristo; y esto es lo que importa: en esto se funda toda la doctrina de Ignacio, que tengamos al que nos preside en lugar de Cristo. Por esto mismo, en la 6 p., c. 110, nos manda que tengamos ante los ojos a Cristo. Y no nos maravillemos que Ignacio use tanto de la palabra, pues es de San Pablo (ad Colos. 3, et Eph.), el cual dice: «Los que sois esclavos, debéis obediencia a vuestros amos»; mas quiéroos levantar a otro grado de obediencia más alta: que es que les obedezcáis como a Cristo, cum bona voluntate; y en ambos lugares pone el Apóstol esta palabra, non hominibus, sed Deo; que, aunque sea amo temporal, le debéis obedecer, in timore et tremore, cuando no os mandare cosa contraria a la voluntad de Dios. Quiere Dios que haya orden, y el orden de la gracia no quita el natural; ni el del Evangelio el de la naturaleza; sino solamente manda que, en esta obediencia exterior, haya respetos internos: que, si servís a los hombres por Dios, a cuenta de Dios ponéis ese servicio, de Él esperáis el galardón en el cielo. Y todos los santos nos enseñan esta doctrina.

Oigamos, pues, ahora a Ignacio la promesa de Dios. En la 7 p. c. 2, en la declaración primera, dice que los Superiores son intérpretes de la divina voluntad: si quieres saber qué es lo que quiere Dios de ti, acude al superior, que él te lo declarará. Otro lugar hay en la 6 p., c. 1, donde dice que Dios ejecuta su providencia paternal por medio de ellos; y en esta regla dice que habemos de tener en lugar de Cristo al Superior, quicumque ille sit, interna reverentia et amore eum prosequentes: a cualquiera dijo; y interna reverentia; porque la exterior ha de ser la que de ordinario se usa en la Compañía.

Pero decirme heis que está esto muy bien, obedecer al Superior en lugar de Cristo; pero aquella palabra es trabajosa, quicumque sit.- Pues ¿cómo, Padre, queréis que obedezca a un hombre impertinente? Yo, Padre, por la gracia de Dios, tengo buen entendimiento, y la prudencia que me basta, no sólo para gobernarme a mí, sino también a otros.- Ahora, hermano, lo primero os digo, como dice Bernardo, que no le tengáis por tal. Lo otro, no fiéis de vuestra prudencia, ni entendáis que la del Superior es solamente humana, sino mirad la de Dios, que mientras el instrumento es más flaco, más muestra Dios su virtud en hacer por instrumentos flacos grandes maravillas-. Está eso bien; pero, Padre, si se me mandan cosas contrarias, ¿tengo yo de obedecer? En este colegio me mandan una cosa, y yendo a otro, me mandan la contraria; y este Superior tiene un parecer, y el que viene, otro.- Oíd, Padre mío, lo que dijo el Maestro Ávila, varón que con justo título lo podemos traer a este lugar, a uno que le hizo esta pregunta, diciendo quien se lo preguntaba: ¿No ha visto, Padre, a una bestia de un arriero, que le dan un palo por un lado y otro por otro, ya en los ijares, ya en la cabeza, y no sabe qué hacerse? Respondió el Padre Ávila: Padre, andad al paso que quisieren. Si quieren que vais a este lado, id; si no quieren, no vais; si quieren que vais atrás, volved; y si adelante, pasad. De la misma manera ha de andar el súbdito al son que le hiciere el Superior: si le mandare parar, parar; si le mandare andar, pasar adelante: No manden ellos cosas contrarias a la voluntad de Dios, que bien sabe Dios, por medios contrarios hacer que se consiga el mismo fin.- Estoy bien con todo eso; mas Padre, ¿y si tiene tema conmigo? -No lo tenéis vos que juzgar en eso al Superior. Mas sea tema o no, encomendadlo a Dios. Et tolle quod tuum est: mira lo que te manda y hazlo; que si él vive al revés de lo que te manda, mira lo que te dice Cristo. En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas, etc.; haz lo que te manda, y no según sus obras; no vivas como ellos. Ésta es la doctrina de S. Francisco que escribió S. Buenaventura en el cap. 6 de su vida, tratando su grande obediencia, que dijo a un compañero suyo con quien él muy en particular trataba, con quien comunicaba sus secretos: Inter alia quae dignanter pietas divina mihi concessit, hanc gratiam contulit: quod ita diligenter novitio unius horae obedirem, si mihi guardianus daret, sicut antiquisimo et discretissimo fratri: subditus inquit paratus sum; non hominem considerare debeo, sed illum pro cuius amore subjectus. Hame hecho, dice, Dios una señalada merced, que tan de buena gana obedeceré a un novicio de dos días entrado, dándomelo por Superior, como al mismo General: no mirando al hombre que me manda, sino a Cristo con cuya autoridad me manda y por cuyo amor me sujeto a este hombre. De manera que el ser mal acondicionado, ser temoso, ser inconsiderado, son razones que caen fuera del objeto de la obediencia: Dice que es menester fe, porque quien no echa de ver que le manda Dios en su Superior, y no tiene en Él puestos sus ojos, fidei debilitate laborat, como dice Basilio, Regula 48 fusius disput.: el hombre arrogante que no mira a Dios en el Superior ni le obedece por estar en su lugar, no obedecerá a derechas; no tiene la fe despierta, antes flaqueza en ella; y de ahí viene echar aparte lo que le manda el Superior. Esto dice Casiano (lib. 4, cap. 10): Ea fide ac devotione, etc.; y en el 20, de la obediencia de Juan. Conociendo la providencia de Dios paternal para conmigo, he de regirme por medio del Superior. Y Clímaco, en el cuarto grado: fides in pastorem, ¿habla del Superior como hombre? -Tiéneme Dios dada la palabra de tener sobre mí particular protección; Él me la cumplirá. Y si hacéis cuenta de la palabra de cualquier hombre, aunque sea un ruin, y estáis fiado de que os la cumplirá, ¡cuánto más la debéis tener de que cumplirá Dios su palabra! Yo me he entregado en las manos de Dios, nada he reservado para mí; Dios se obliga de tener cuidado de mí, Él cumplirá su promesa. Y no hay cosa con que Vos tanto podáis obligar, como fiándoos más de Él: iacta cogitatum tuum in Domino, et ipse te enutriet, dice el Profeta. Pon en sus manos todos tus cuidados y a ti todo; que ipse te enutriet: él te regalará, nunca tendrás zozobra, siempre vivirás en paz y con consuelo. Y de aquí viene una gran verdad: que, si no hay trato interior, no hay obediencia (para la obediencia se requiere trato interior). ¿No sois hombre de oración? Pues no habrá en vos obediencia verdadera; que los hombres de oración tienen luz, como dice San Pablo, para ver lo interior. ¿Qué es la causa por que no obedecéis a derechas? ¿De dónde nacen las imperfecciones de obediencia, sino porque no miráis al hombre en lugar de Dios? Doctrina es de Basilio, in regul. brevioribus, que no hay camino para tener oración continuada, como ejercitar aquello del salmo: Sicut oculi ancillae in manibus dominae suae: que esto es puramente la práctica y ejercicio que se ve en la obediencia, cuando un hombre tiene los ojos puestos en Dios. ¿Quieres andar en oración continuada, fácil, casera, familiar? Ten presencia de Dios mirándole siempre en los Superiores y en la voluntad suya; y buscándole en ellos. Esta manera de orar no quiebra las cabezas ni las sienes, como suele hacer cuando trae amarrado el pensamiento a una cosa ordinaria; mas con la variedad misma de las cosas, se entretiene más el ánimo y ellas le despiertan a tener esta memoria de Nuestro Señor y presencia suya.




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Plática 39

Tercera de la obediencia


1. Tratamos en la plática pasada, de la obediencia, de sus excelencias y propiedades: dijimos que concurren en ella respeto actual de Dios Nuestro Señor, y tenerle siempre en nuestra presencia y trato muy familiar con Él, de manera que fe y caridad ponen en su firmeza esta virtud, y reverencia interior y amor; colegimos de aquí, que, sin oración no hay obediencia verdadera, y que si no tenéis ojos escombrados, como dice San Pablo, para mirar en el Superior a Dios, no tomaréis las cosas de obediencia con gusto.

2. Hablaremos ahora de la reverencia que se debe al Superior: tratando de la cual, dice nuestro Padre, en la 6 p., c. 11, § 2: «Omnibus maxime commendatum sit, ut multum reverentiae (praecipue in interiori homine) suis superioribus exhibeant, Jesum Christum in eis considerent ac revereantur, eosdem ut patres in codem diligant, ac sic in spiritu caritatis in omnibus procedant»: que todos han de tener por muy encomendado los que viven en la Compañía y profesan este Instituto, que se ejerciten en la reverencia interior, amando a los Superiores como a padres, no con espíritu servil, cumpliendo, lo que les mandan con gozo espiritual, que hace al hombre dispuesto a obedecer en todas las cosas donde conoce voluntad de Dios. Esta reverencia nace del respeto a Dios Nuestro Señor, mirándole como hijos a padre; que, cuando obedecéis al Superior teniendo ante los ojos a Cristo, que en él os manda, reverenciándole en él y obedeciéndole con toda prontitud, mostráis que tenéis espíritu de hijo suyo; que esta reverencia anda acompañada con un temor filial, como dice Santo Tomás 2-2, quaestione 22, según aquello de San Pablo a los Efesios, 6: obedeciéndoles cum timore et tremore; y a los Colosenses: Servi, obedite dominis carnalibus..., timentes Deum; quaecumque facitis ex animo operamini; sicut Domino et non hominibus, Christo servite: respetándole quasi praecellenti, como dice San Pedro.

3. ¿Qué honra, Padre, tengo de dar al Superior? ¿Téngosela de dar porque es letrado, porque es prudente, por más antiguo? -No, hermano mío, sed quasi praecellenti: por tener el lugar de Cristo; por esa excelencia se le da la obediencia, que si no, hombre es como yo, quia personam habet Christi, como dice Basilio. Y Casiano, hablando de la reverencia que se tenía a aquellos padres antiguos, dice (lb. 4 cap. 10): «Nec impossibilitatem praecepti senioris sui metiantur, por ser prelado suyo dado por Dios, lugarteniente suyo, para que nos enderece y encamine y declare su voluntad:, de ahí ha de nacer el no manosear y desmenuzar la obediencia; que una cosa que reverenciáis no la manoseáis; sino, viendo lo que os manda y diciendo «aquí está Dios, mandamiento suyo es esto, esta obediencia me viene de su mano, toda me la trago, no le anda dando vueltas; que esta reverencia me hace mirar a Cristo en el Superior y meter la obediencia en mi corazón». De ahí nace también no dar escándalo ni pesadumbre al Superior, a los cuales dice S. Bernardo (De praecepto et dispensat.) que, si el escándalo de los chicos se ha de evitar, cuánto más el de los Superiores, quos sibi Deus visus est quodammodo coaequare sibimet reputans illorum aut contemptum, aut reverentiam; que toma Dios a cargo el desacato del Superior. «Oye, dice, lo que está escrito; qui vos audit me audit: el que obedece a vosotros me obedece a mí; y mirad lo que añade luego: et qui vos spernit, me spernit; et qui vos tangit, tangit pupillam oculi mei: tócame en la niña de los ojos el que escandaliza al Superior. Y aquel lugar del primero de los Reyes de Samuel a Saúl, lo declara así San Gregorio, diciendo: «Hágote saber que es la desobediencia: quasi peccatum ariolandi est repugnare, et quasi scelus idololatriae nolle acquiescere. Unde demostratur, dice Gregorio, quanta sit virtus obedientiae por el gran mal que es su contrario, que quasi peccatum ariolandi est repugnare: sola obedientia est quae fidei meritum possidet, sine qua quisque infidelis convincitur, etsi fidelis esse videatur. Como el pecado de la idolatría y agorería; porque, así como ésta quita el culto y reverencia que se debe a Dios, así la desobediencia se la quita al Superior que en lugar de Dios nos manda; y sola la obediencia merece el nombre de fe; que el desobediente es como infiel, pues su pecado se compara con el de la infidelidad. Nota, dice Bernardo, (De praecepto et dispersatione), que no dice, non repugnare o non acquiescere sino nolle acquiescere; no querer obedecer es pecado grave, es desprecio formal de la obediencia; es una blasfemia, dice, que, si dura hasta la muerte, no se perdona en este siglo ni en el otro; es como pecado contra el Espíritu Santo, porque es luchar contra Dios; y así la castiga él como merece: Non obedire, culpabilem: nolle acquiescere criminalem facit inobedientiam: in alia neglectus, in altera contemptus est. De donde la Compañía tiene por caso reservado el no querer obedecer, que llamamos inobediencia formal. Ved lo que dice Deuteronomio 17, tratando de cómo habían de acudir a los sacerdotes y a los jueces a consultarlos y saber de ellos lo que debían hacer. Manda que cualquier cosa que les dijeren los que tienen lugar de Dios y son intérpretes de su voluntad, lo cumplan y ejecuten, sin faltar ni exceder un punto: Qui autem superbierit, dice, nolens obedire sacerdotis imperio qui eo tempore ministrat Domino Deo tuo, decreto judicis morietur homo illle, et auferes malum de Israel: mátenle a vista de todo el pueblo, quitad de delante a una pestilencia como ésa. Cunctus populus audiens timebit, ut nullus deinceps intumescat superbia: Si despreciare con desdén y soberbia lo que le mandaren, matadle; para que, viéndolo, el pueblo no se atreva a ser soberbio. Y aunque en la ley de gracia no hay muerte corporal para contra los rebeldes y desobedientes, hay excomunión contra los contumaces, sacada de aquel lugar del evangelio: Si Ecclesiam non audierit, sit tibi sicut ethnicus et publicanus; échale fuera del trato de los cristianos.

4. Y de esto hay una decretal c. Corripiantur 24; que cuando hay excomunión, hay contumacia y rebelión. Y San Basilio y San Benito usaban de otras maneras de excomunión contra los tales, que no los admitían a la mesa: a otros les privaban del trato con los demás, echándoles a la hospedería; a otros les quitaban la oración de comunidad, y esto por culpas de desobediencia; para con ese castigo incitarles a que anduviesen con cuidado en el servicio de Dios. Y oíd una palabra que me parece a mí que declara lo que es la reverencia en lo que tratamos. Reverencia me parece a mí que quiere decir, que tengan ganado crédito en nuestros corazones los mandamientos de nuestros Superiores. Cosa extraña es que todo lo que hago por mi voluntad -sea santa y buena la cosa-, se me hace muy fácil; pero esa misma, por el mismo caso que me la mandan, se me hace dificultosa. Por mi voluntad gustosa, por la obediencia desabrida. Luego, nunca falta un achaque; luego, se ofrece la dificultad; y esto nace por la soberbia, éste es el yugo de los hijos de Adán. Para no venir a esto, es menester humildad, entendiendo que todo lo que se nos manda por obediencia es mandamiento y voluntad de Dios, teniendo en él siempre puestos los ojos; que, como dice Jerónimo: Neque de maiorum sententia iudices; tuum est iussa implere: audi Israel et fac. No juzgues, hermano mío, que tuyo no es sino obedecer: Audi, Israel, et fac: hacer y callar y no juzgar las vidas ajenas, y más de los Superiores; que, aunque esto en todos es falta, pero con los Superiores tiene una calidad que agrava.- A mi juez, ¿a mi Superior tengo de juzgar? -¿Quién eres tú que juzgas, dice Pablo, a tu consiervo? Este tribunal es de Dios; Él dará a cada uno su merecido. Y si con el igual e inferior es cosa grave el juzgar, ¡cuánto más con el Superior!

5. Sobre lo cual hay un lugar de San Gregorio Papa, escribiendo a los de Milán, que mirasen qué Obispo elegían: semel enim judicari praelatus ultra non debet, sed pastori tota vos mente committite, atque in illo omnipotenti Domino, qui vobis illum praetulit deservite. No debemos, pues, ser curiosos en examinar faltas de nuestro Superior. Ved lo que dice Gregorio en el libro 3.º del Pastoral, c. 5: Han de tener gran cuenta los súbditos de no examinar las faltas de los Superiores; y cuando en esto se toma el súbdito licencia y viene a ensoberbecerse, y presume de tomar jurisdicción ajena si quid fortasse agere reprehensibiliter viderent, ne unde recte mala redarguunt mente, per elevationis impulsum in praesumptionem vergant, admonendi sunt; ne dum culpas praepositorum considerant audaciores fiant; sed si quae prava sunt eorum, apud semetipsos dijudicent, ut tamen divino timore constricti ferre sub eis jugum reverentiae non recusent.- ¿Por qué decís Santo, audaciores fiunt? La razón está en la mano; que, si henchís la cabeza de faltas del Superior, tomáis ocasión ahí de murmurar y burlaros de vuestro Padre; y dice el Espíritu Santo: Oculus qui subsannat patrem, effodient eum corvi de torrentibus et comedent eum filii aquilae: que los que desprecian al padre, aguiluchos y cuervos les comerán los ojos; que ésa es la pena que merecen los desvergonzados y atrevidos a examinar la vida del Superior; son malditos como Cam, por descubrir las faltas de su padre. De estos tales dice Gregorio, que nunca vienen a levantar cabeza en la Religión; no les cae rocío del cielo, andan como esclavos. Mas aquéllos que de tal manera les descontentan los vicios del Superior que los quieren encubrir, éstos, dice Gregorio, libro 25, Moralium c. 22, bonis subditis sic suorum praepositorum mala displicent, ut tamen haec ab illis occultent; opperimentum aversi deferunt; quia judicantes facta et venerantes magisterium nolunt videre quod tegunt. Reverencian el magisterio de Dios y el que tiene el lugar suyo: opperimentaum deferunt: tráenlas siempre cubiertas para no echarlas en público. Y hay un lugar maravilloso para este propósito de Nicolás primero, escribiendo al Emperador Michael, hablándole como a descomedido, que había puesto lengua en los prelados.

6. Trae aquella historia de David, que, andándole persiguiendo Saúl y trayéndole muy acosado; hallándole un día, no quiso tocar a él ni matarle, pareciéndole que era grande crimen poner manos en su señor y en el ungido de Dios, aunque era por otra parte malo. Pero atrevióse a cortarle un poquito la vestidura, y después se compungió y le pesó de ello. ¿Quién es Saúl sino el mal Superior, que sus faltas salen fuera y comienzan a oler mal? ¿Quién Dacid, sino el buen súbdito, que conoce en el Superior el magisterio de Dios? No se atreve a desenvainar el filo de su lengua: quia piae subditorum mentes ab omni se peste obstrectationis abstinentes, praepositorum vitam nullo liguae gladio percutiunt, que así llamó a la murmuración -no descubriendo sus faltas: quod si pro infirmitate sese abstinere vix possunt ut extrema quaerant atque exteriora mala praepositorum, sed tunc humiliter loquantur, quasi oram chlamydis, quasi silenter inciderent: cuando por flaqueza, o por estar ya lleno viene (ya) a rebosar y descubre algunas faltillas, hácelo esto silenter, sin hacer ruido, como lo hizo David: ad se tamen reversi paenitentiam agunt; luego se compungen, como gente en quien está viva la fe, acordándose que han tocado, aun en sola la ropa del Superior: seque vehementissime vel de tenuissima verbi laceratione reprehendunt. Añade aquel dicho común de los pontífices: Facta superiorum oris gladio ferienda non sunt etiam cum recte reprehendenda videantur; no habéis de meter el cuchillo de la lengua en sus faltas. Oíd una doctrina de Basilio en la Regla 47 de las fusius disputadas, pregunta 47; el cual tiene unos vocablos caseros: Cuando hubiere, dice algunos quejumbrosos en los rincones, que eso quiere decir clam queruli, ésos, dice Basilio, cuando una vez amonestados no se enmendaren, echadlos de casa, despedidlos de vuestra compañía. Si vero aliqui perseveraverint, dice, in inobedientia, occulte quidem reprehendentes, moerorem vero non publicantes, veluti disceptationis in fraternitate auctores et certitudinem mandatorum concutientes et inobedientiae ac rebellandi magistri, e fraternitate eiiciantur. Ése que anda murmurando a los rincones, que quita a otros la simplicidad, anda con quejuelas, sembrando rencillas, sembrando escándalo, pegando de unos en otros la murmuración y sus malas mañas, que se pegan como tabardillo, despedidle; que escrito está: Ejice pestem de concilio et exibit cum eo ipsa contentio. Ésa es la doctrina de nuestro Padre Ignacio; a ésos que meten cismas y divisiones, echadles fuera como gente contagiosa; y si fueren hombres de autoridad y de importancia y de quien hay esperanza de enmienda, enviadlos a otra provincia. Esta misma doctrina es de San Benito, Regla 39. Tratando de lo que nos pasa a nosotros ahora, dice que el Superior dé a cada uno lo que ha menester y le provea bastantemente, de manera que no se dé ocasión de murmuración; y si hubiere alguna, castíguela gravemente.

7. Vamos adelante. Obedezcamos, dice nuestro Padre Ignacio, con alegría, que en eso se muestra la fortaleza.- Pero hay una dificultad, Padre, que nos declaréis: ¿No tiene faltas también el Superior? ¿No es hombre como yo? Pues ¿no ha de haber quien se las diga? -Sí, hermano, tenéis razón, que hombre es y faltas tiene como los demás, y por ventura más que vos; que, como dice San Pablo, omnis pontifex ex hominibus assumptus: los Superiores, hombres son como nosotros. Quiero decirles una historia que se me acuerda ahora; creo que era de Santa Gertrudis. Esta santa tenía una abadesa perfectísima, de mucha santidad; pero era mal acondicionada; daba respuestas desabridas. La santa rogaba a Dios que le quitase a la abadesa aquella mala condición, y respondióle Nuestro Señor: ¿Para qué quieres que se la quite, pues con esto tiene ocasión de mantenerse en humildad; que, viendo que ha caído en algunas impaciencias, se humilla? Y también ¿qué mereciérades vosotras en obedecer, si ella fuese bien acondicionada? Yo le dejo esa falta para ejercicio vuestro.- Haec est gratia. Ésta es la gracia de la obediencia, para que sepáis aprender a obedecer a Padre que parece que es apasionado, desabrido; obedeced, hermano, que ésa es verdadera obediencia.- Pues, ¿qué remedio? Basilio lo dice, Regla 27 de las largas: Amonestarle, que os obliga a ello la caridad, que al fin es vuestro prójimo. Oblígaos también por ser regla vuestra y por vuestro bien. Ya sabéis lo que está escrito, que Dios da malos Superiores por ser malos los súbditos. También os obliga, si hay escándalo en casa: Verum tamen ne fiat aliqua injuria constanti ordini disciplinae, huiusmodi admonitio ad eos est deleganda qui aetate el prudentia aliis praestent. Pero esta admonición no la ha de hacer el mozo, que no le está bien, sino los padres antiguos, que tienen, como dicen, voto en cabildo. Para eso es el consultor y admonitor; y no ha de ser adulterador de la verdad, que para eso está ahí su confesor y admonitor: ad eos deleganda est qui aetate et prudencia praestant, dice Basilio. Nosotros tenemos costumbre de esto, tomada de la novena parte; que cuando hubiere alguna falta en el Superior, máxime si son faltas que suenan mal, que muchas veces ellos no las advierten por andar ocupados, se dé aviso a los que pueden poner remedio en ellas. Ésta es aquella ley de los Lacedemonios, que decíamos los días pasados de Platón, que la refiere Eusebio Cesariense: que no se dispute de las leyes y que si acaso hubiere alguna ley torcida y no tan justa, que alguno de los ancianos la trate, nemine juvenum audiente, coram principibus el aequalibus, para que, así, no se trate por antojo. Y en el 2.º de las Políticas dice Aristóteles: Muchas veces es cosa más importante que se sufra un error de una ley, que no que se dé lugar a alteración y mudanza cada día, porque no se pierda el respeto y reverencia a las leyes. De ahí viene lo que dice nuestra Regla, que debemos tener reverencia y respeto a las cosas de la obediencia. De ahí también sacamos lo que dice Benito, c. 68 de su Regla: Replica con humildad al Superior, non superbiendo, non contradicendo; porque, como dice San Buenaventura (parte 1.ª Speculi, c. 6), exsecranda irreverentiae turpitudo et nefas est contendere cum praelato; andar con orgullo contradiciendo al Superior exsecranda est irreverentiae turpitudo. Esto es lo que toca a la Regla.

8. Digamos ahora una palabra de la caridad. Dice nuestra Regla que le amemos como a Padre. Esto mismo dice Jerónimo en la epístola que escribió a Rustico monje, aconsejándole que obedezca al prepósito o prelado de la casa. Praepositum monasterii diligas ut parentem; porque la caridad me hace que lo tenga como a Padre y que mire sus cosas como de tal.- Diréis: Padre, ámole porque es bueno, porque es mi amigo; háceme mucha caridad, háceme espaldas.- Fiaos mucho de eso, que a vos os verá vuestro San Martín.- Ámole porque es bien acondicionado. Todos esos amores, hermano, son bajos.- Pues ¿cómo le amaré? -ut paretem in Christo.- Oh, Padre, que no me ha hecho bien ninguno; tiene tema conmigo.- Pues mira, hermano mío, que es tu regla y tu maestro: a los enemigos manda Cristo amar. Esto es ser cristiano y ser religioso; aunque sea ruin, al fin es criatura de Dios e imagen suya; a tu Superior ámale por lo que tiene de Dios, que es hermano. Y no sólo por esto, sino porque te da Dios en él a Cristo visible; y, como dice Cristo, no mires las condiciones de por defuera, que el gentil ama al amigo, mas el cristiano que tiene espíritu de Dios, debe amar a Cristo en el Superior, aunque sea mal acondicionado; porque le obedece en lugar de Cristo y de ahí nace el obedecerle con alegría.- Oh Padre, que me manda a regañadientes -¿No es eso que te manda voluntad de Dios? Pues obedécele. Ésta es doctrina de nuestro Padre Ignacio y de los Santos. Que es voluntad de Dios, eso me ha de hacer que obedezca con alegría, la cual nace de verse el religioso empleado en cumplir la voluntad de Dios; que el alma que goza de este mantenimiento y tiene a Dios puesto por razón formal de su obediencia y tiene al Superior en vez y lugar de Cristo, obedécele con alegría. Y dice San Gregorio, Santo Tomás y San Bernardo; que las obediencias que el hombre tiene cuadraditas a su entendimiento, obediencias azucaradas, ésas son sospechosas; que los tales no son verdaderamente obedientes, porque no hacen lo que les mandan, nisi quia volunt; porque les mandan cosas que ellos se querían; que el oro que lleva te hace tragar la píldora; mas en las cosas ásperas se prueba que es por autoridad del precipiente, que es por la razón formal de que lo manda Dios. De aquí vemos que los padres antiguos, mientras los Superiores eran más difíciles y desabridos, eran más obedientes; que los bien acondicionados hacen la obediencia regalona y delicada. Por lo cual decía San Bernardo y San Francisco que no encontraban hombre obediente; y el día de hoy andamos buscando cómo mandarles de manera como no les amargue la obediencia. Escríbese en la Vida de San Antonio que escribe Atanasio, de aquéllos que se dedicaban al servicio de Dios, que buscaban gente dificultosa y desabrida, que no les agradeciesen lo que por ellos hacían, sino que les reprehendiesen, como lo hacía Pacomio a Theodosio su discípulo, para purificarle si había polvo de vanagloria. Haced eso ahora, llegad a reprehenderle; alegaros ha textos de Santo Tomás. Tratamos ya a la gruesa como gente sensual que se gobierna por sentidos, que buscamos cosa cuadrada a nuestra voluntad. Pues no ha de ser así, sino mirar siempre en los Superiores a Cristo; obedecerles por ser lugartenientes suyos que nos notifican su voluntad; quitando los ojos de motivos humanos, ponerlos en los divinos, tomando sus mandamientos como voluntad de Dios, que nos hará obedecerles con alegría; que ésa es la obediencia que nos ha enseñado nuestro Padre.



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