Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —[318]→     —319→  

ArribaAbajoMiguel de Estete

Introducción y Notas de Carlos Manuel Larrea


  —[320]→     —321→  

ArribaAbajoEl descubrimiento y la conquista del Perú39

Con justa razón escribía en 1552, el cronista don Franco López de Gómara, que «La mayor cosa, después de la creación del mundo (sacando la encarnación y muerte del que lo crió) es el descubrimiento de las Indias». Y el conocido recopilador de los Historiadores Primitivos de Indias, don Enrique de Vedia, añadía en su prólogo: «En efecto, difícil, cuando no imposible, es hallar en la historia de la especie humana un acontecimiento comparable al descubrimiento del Nuevo Mundo, ya en su importancia intrínseca, ya en su influencia sobre las generaciones contemporáneas, ya en la magnitud de los resultados que ofrecía a la   —322→   posteridad, y que contemplamos ahora con sorpresa y admiración».

Pero si el descubrimiento de un Nuevo Mundo influyó de modo tan poderoso en el desarrollo de las naciones europeas, en la marcha de su política, en la orientación de todas las ciencias, para las que se abrieron vastísimos horizontes; si aquel acontecimiento contribuyó de manera muy grande, para que se desenvolvieran y ensancharan el comercio y las industrias en el Antiguo Continente, mucho mayores fueron los efectos que en el Nuevo Mundo produjo la llegada de los europeos. Aquellos intrépidos aventureros que llegaron a sus playas después de atravesar mares desconocidos, a los que, con sin igual arrojo habíanse lanzado en busca del camino más corto a la misteriosa Cipango, a las fantásticas regiones de Ofir, produjeron en el Nuevo Mundo una mágica transformación que introdujo súbitamente creencias y ritos, instituciones y leyes, ciencias y artes, usos y costumbres antes del todo desconocidos.

Y el espectáculo de aquella transformación, aquel despertar de la América como de un larguísimo letargo al choque con la civilización hispánica, se ofrece a nuestros ojos revestido de una grandiosidad y heroísmo casi inverosímiles.

Vemos derrumbarse con estrépito viejos imperios, hundirse en el abismo seculares instituciones, desaparecen pueblos poderosos y ricos, todo al golpe de la espada de un puñado de hombres, cuyas figuras se nos presentan agigantadas.

Cortés, Balboa, los Pizarro, Alvarado, Benalcázar, Valdivia y cien otros, semejan héroes legendarios que forjara una fantasía ardiente; y las conquistas de México y del Perú, de la Florida y de Chile, son otras tantas epopeyas de sublime grandeza.

Cierto que esos cuadros se hallan enrojecidos con mucha sangre inocente derramada por el hierro del   —323→   conquistador, y que fulgores de incendio iluminan el grandioso escenario en que actúan esos héroes. Cierto que muchos de ellos, sin fortuna y sin familia, hasta sin nombre ni patria, jugándose la vida a cada instante, soportando penalidades sin cuento, corrían sólo en pos de un puñado de oro y lo arrancaban, despiadados, de manos de los indios; pero cierto también, que muchos de esos bravos a quienes no acobardó ni el hambre ni el frío; ni la soledad de los páramos, ni el ardor de los valles mortíferos; ni las pestilencias y plagas, ni las flechas envenenadas de los indios, corrían en pos de un girón de gloria, del miraje atrayente de lo desconocido, de la ilusión del descubrimiento y la conversión de los pueblos indígenas.

Y esos héroes, esos aventureros, esos soldados de alma templada como acero, pasmados ante el espectáculo de la naturaleza americana, heridos por la novedad de aquellas gentes y de sus costumbres, tomaban también en sus manos la pluma, para dejar a la posteridad el relato de sus propias hazañas y las de sus compañeros de armas, y mil preciosas noticias recogidas en sus viajes y peregrinaciones por la tierra americana.

Naturalmente, no todas las relaciones y crónicas del descubrimiento y la conquista tienen igual valor, ni el historiador puede servirse de aquellos documentos sin someterlos a una severa crítica. Preciso es comparar con cuidado los relatos de unos autores y de otros; aislar de ellos, discretamente, cuanto sea dictado por la pasión, el deseo de justificar su conducta, de excusar sus yerros o los errores o los crímenes de sus compatriotas. Importa no perder de vista que muchas noticias llegaban a los primeros conquistadores por medio de intérpretes poco versados en la lengua española; hay que tener en cuenta la manera de vida, la poca preparación, a veces la ignorancia misma de aquellos cronistas y soldados a un tiempo; y todo esto explicará las contradicciones y oscuridades que se hallan en sus escritos y servirá para que pueda el   —324→   historiador apreciar en su valor justo aquellos testimonios.

Durante la conquista y en los primeros años de la dominación española en América, se destruyeron muchos monumentos, e infinidad de objetos preciosos, relacionados con el culto y las creencias religiosas de los indios, fueron fundidos; así se perdieron para siempre elementos de inestimable valor en las investigaciones de los oscuros tiempos de la prehistoria americana40.

Muchos de los documentos, relaciones y cartas que podían esclarecer puntos dudosos de la historia del Descubrimiento y la Conquista del Nuevo Mundo, se han perdido también. Así, en vano hemos buscado, entre otros, las cartas de Benalcázar, en las que daba cuenta al Emperador de la conquista del Reino de Quito, y el itinerario de los viajes de Almagro, que se sabe escribió Cristóbal de Molina. Otras relaciones, a pesar de la diligencia con que los investigadores de los archivos han dado a conocer los documentos relativos a América y de las múltiples colecciones que de ellos existen, han quedado inéditas o han sido publicadas sólo parcialmente.

Tal ha sucedido con la importantísima Relación que hoy publicamos, seguros de prestar un señalado servicio a los que de cosas de América se ocupan.

Tenida como anónima, ha sido, hasta que el sabio americanista don Marcos Jiménez de la Espada, en 1879, al reseñar los trabajos históricos, las descripciones y memorias escritas desde los primeros años   —325→   de la conquista, en la Carta al excelentísimo señor don Francisco de Borja, Queipo del Llano, reveló el nombre de su autor: «Merecen citarse, -dice- con gran encomio las dos Relaciones de Miguel Estete, natural de Santo Domingo de la Calzada, una impresa con el libro de Xerez, la otra inédita y citada como anónima por Prescott en su conquista del Perú»41.

El que Prescott haya creído anónima esta relación se explica fácilmente. El ilustre hisoriador americano dispuso sólo de copias de los más importantes documentos, de que se sirvió para su obra. Así pudo consultar los papeles del infatigable coleccionador de materiales para la Historia de América, don Juan Bautista Muñoz; en copias también utilizó buena parte de los tesoros documentales del erudito cuanto generoso don Martín Fernández de Navarrete; y así mismo en copias, sacadas por otro eminente americanista, lord Kingsborough, pudo examinar los manuscritos del Escorial. Añádase a esto que Prescott escribió su magnífico libro por medio de secretarios, pues hallábase casi ciego cuando se consagró a esta labor, y se comprenderá por qué la Relación que hoy publicamos, a pesar de que en el primer renglón lleva el nombre del autor, «de miguel destete», haya sido considerada como anónima. Sin duda alguna, en las copias no figuraba ese primer renglón, o el secretario que, según cuenta el mismo Prescott, le «leía los diferentes documentos», omitió la lectura de esta primera línea. El hecho es que Prescott fue el primero que sepamos, citó esta relación y reprodujo algunos trozos de ella, en las notas con que ilustra su texto.

Que Prescott no sospechó siquiera que fuera Estete el autor de la Relación del primer descubrimiento lo prueba, bien a las claras, la siguiente nota, en la cual, refiriéndose al manuscrito dice: «Tanto el autor últimamente citado como Estete, veedor o inspector   —326→   real, acompañaron a Hernando Pizarro en esta expedición (a Pachacámac) y fueron por consiguiente testigos oculares de lo que refieren. El secretario Xerez reunió la narración de Estete a la suya»42.

A pesar de los elogios que de este documento hace el ilustre Prescott, quien aprovechó mucho de él para componer su animado relato, pocos autores han conocido esta Relación y la han citado.

Quintana, en sus Vidas de Españoles Célebres, al enumerar en una nota los autores consultados para la Biografía de Francisco Pizarro, cita entre los documentos inéditos, «Las relaciones de Miguel de Estete, del padre fray Pedro Ruiz Naharro, mercedario, y otra anónima del tiempo de la conquista»43. Mas, por el texto de la obra, no puede deducirse cuál sea esta última relación anónima; y sólo parece seguro que Quintana conoció la de Estete, que por primera vez publicamos ahora íntegramente, como se conserva en el Archivo de Indias; puesto que la califica de inédita, y es bien sabido que el otro escrito de Estete, la relación del viaje de Hernando Pizarro a Pachacámac, la incluyó Jerez en su obra, cuya primera edición se hizo en Sevilla en 153444.

  —327→  

El erudito Mendiburu, que cita muchas relaciones anónimas en su Catálogo de las obras y manuscritos que deben consultarse para la Historia de la América Latina y particularmente del Perú45, ni menciona ésta; sólo nombra, como otros muchos autores, la relación del viaje de Hernando Pizarro a Pachacámac, de que ya hemos hablado.

Lo mismo acontece en los estudios bibliográficos de Markham y de Dorsey.

El padre Ricardo Cappa reprodujo en el tomo III de sus Estudios críticos un fragmento del interesante relato de que nos ocupamos, aquel en que Estete cuenta la visita hecha por los emisarios de Pizarro al real de Atahualpa, el combate de Cajamarca y la prisión del Inca. «Este es sólo un trozo -dice el padre Cappa- de la hermosa relación que dio Estete al Consejo de Indias cuando estuvo en España. Hállase original en el Archivo de Indias, en la sección llamada Patronato»46.

Sin duda Cappa se guió por la mención que hace de este documento Jiménez de la Espada en sus Antecedentes a las Relaciones Geográficas de Indias, en donde, al exponer que el Consejo de Indias, para la   —328→   adquisición de noticias histórico-geográficas de América, no sólo se valió de cédulas e instrucciones reales, sino que las pedía también de palabra o por memorial a los descubridores, conquistadores o cualquiera otra persona que acudía a él o a Su Majestad pretendiendo mercedes o el más pronto despacho de algún asunto, dice: «Esta procedencia reconocen: la curiosísima relación del descubrimiento del Perú, dada en la Corte por Miguel de Astete, testigo presencial de los sucesos, recién venido a Castilla el año de 1535, dueño de una fortuna de 18.000 pesos de oro y 1.650 marcos de plata; en cuyo documento, que se cita anónimo por los historiadores del Perú y permanece manuscrito y falto, se describen la tierra, el genio, las obras, costumbres y religión de los naturales, de un modo que encanta, por su sencillez y verdad»47.

El mismo autor, en el interesantísimo Catálogo alfabético de dichas relaciones48, incluye ésta y dice que una copia de ella se encuentra en su poder.

Por estas referencias debió también incluir el doctor Pablo Patrón, del Instituto Histórico del Perú, esta relación del soldado cronista en el índice de las proyectadas publicaciones que, según el informe del doctor Patrón, debía hacer el Instituto en la colección de Historiadores del Perú49. Marcada con el número 12, de la serie 2.ª, que comprende el período hispánico, consta de la «Relación del descubrimiento del Perú, dada en la corte el año de 1535. Citada como anónima por Prescott y otros historiadores del Perú; lo cierto es que pertenece a Miguel de Estete» y añade luego entre comillas, aunque sin nombrar a Jiménez de la Espada, más o menos lo que éste dice en el párrafo que hemos transcrito arriba.

  —329→  

Finalmente, nuestro erudito compatriota, el padre Alberto María Torres, O. P., en los preliminares de su libro El Padre Valverde50 hace también mención de este documento y dice: «No conocemos la presente Relación, que aún permanece inédita que sepamos, sino por los hermosos fragmentos citados por Prescott...»; y más adelante añade: «No sabemos cuál ha sido el fundamento que tuvo el erudito escritor (Jiménez de la Espada) para atribuir a Astete la paternidad de esa Relación anónima; sabemos, sí, que este conquistador, de quien existe una relación del viaje de Hernando Pizarro a Pachacámac, inserta en la obra de Jerez, fue uno de los traidores al Rey, capitaneados por Hernández Girón, cuyo levantamiento fue debelado, en gran parte, con los esfuerzos y recursos de un sobrino y otros parientes del padre Valverde. De manera que, aun dado que no fuese anónima dicha Relación, no fuera fuente tan pura, que digamos, de información histórica; carecía de la imparcialidad necesaria».

Ignora el ilustrado biógrafo de Valverde que la Relación de Estete, presentada en España en 1535, no alcanza a la época de aquellos sangrientos disturbios o guerras más que civiles, como los llamó Gutiérrez de Santa Clara, de las que acaso no hubiera podido hablar con imparcialidad. La revuelta de Hernández Girón estalló en 1553.

Si rechazamos como parciales los testimonios de aquellos que intervinieron en los sucesos por ellos mismos narrados, tendremos que privarnos de la más rica fuente de información para los acontecimientos de la época de la conquista. Nadie ignora el valor testimonial de los relatos de testigos presenciales, lo que significan, como documentos para la Historia, las memorias y crónicas. Claro está que es preciso una crítica severa a la que han de sujetarse los documentos y que, lo primero que el historiador deberá hacer,   —330→   es tratar de distinguir hasta qué punto ha podido influir la pasión en la imparcialidad necesaria a todo el que de Historia se ocupa. Pero no hemos de rechazar un autor porque su testimonio no conviene a nuestra tesis; ni hemos de aceptar otro, por la sola razón de que la apoya, como lo hace frecuentemente el padre Cappa, quien hasta cita la hermosa novela de Marmontel, Les Incas, en apoyo de sus asertos, mientras, con parcialidad manifiesta, juzga duramente o rechaza el testimonio de respetables autores.

De las relaciones escritas por los primeros conquistadores, podemos, generalizando, decir lo que Jiménez de la Espada dice respecto de la de Jerez: «Si en su obra no encuentran los eruditos y hombres de ciencia citas de autores ni hechos que se apoyen en documentos justificativos, bueno es que tengan en cuenta que es libro escrito sobre el campo de batalla y en el mismo día en que se verifican los sucesos, y ninguna cita o documento puede dar más garantías que la relación escrita por un testigo ocular, que interviene como actor importante en los trágicos sucesos que refiere»51.

Así mismo, puede considerarse esta relación como Vedia considera las de Jerez y Sancho: «La base principal y las noticias originales de la conquista del Perú»52. Efectivamente, casi todos los cronistas e historiadores de América, al tratar del Perú, han acudido a estas fuentes de indudable autoridad.

Y aun a las relaciones de los secretarios de Pizarro podría tachárseles de ser escritas por quienes estaban ligados tan íntimamente al Gobernador que, en ocasiones, podían, por complacerle, ocultar la verdad o desvirtuarla; pero la relación que hoy publicamos,   —331→   ni tiene un carácter oficial, ni se nota en ella el deseo de halagar a los capitanes o jefes españoles. En un estilo claro, sencillo y no desprovisto de elegancia, describe el autor los hechos principales de la onquista; detiénese a narrar, de modo pintoresco, las costumbres de los indígenas; pinta con vivos colores las escenas culminantes de aquellos días épicos; describe la tierra americana, como dice el Cronista mayor de las Indias, Oviedo y Valdés «a la llana como lo vido»53 y, como muy bien lo juzga Prescott: «aunque participa de la tendencia nacional a dar un colorido exagerado a las cosas, escribe como hombre de conciencia y que ha visto lo que refiere»54.

En lo esencial, concuerda esta Relación con las de Jerez y Sancho y con las noticias que Hernando Pizarro daba en su carta a los oidores de Santo Domingo55.

En la narración de los hechos, da Estete por cierto lo que él ha visto; y en aquellos sucesos de que no fue testigo presencial, refiérese a quienes le contaron lo acontecido. «Muchas cosas particulares acaecieron en estas jornadas que no las pueden saber sino los que en ellas se hallaron; y lo que yo aquí cuento, lo sé de ellos y de habérselo oído decir al dicho Pizarro muchas veces, andando en la conquista del Perú» (folio 2). Y prueba de su afán por narrar la verdad, es el haber dejado en blanco las fechas y las cifras de las que, sin duda, no estaba seguro.

Que Estete era tenido por veraz, pruébanlo estas palabras de Oviedo, puestas al final de la Relación del   —332→   viaje de Hernando Pizarro, que este autor incluyó también en su obra:

«E con esto se da fin a la relaçión quel veedor Miguel Estete escribió del viaje en que fue e se halló con el dicho capitán Hernando Pizarro, assí como en este capítulo y en el preçedente se ha dicho: y en la verdad a este hidalgo que lo escribió yo le conozco e tengo por cierto quanto dice»56.



De sensato y observador lo califica Prescott57; y nosotros no vacilamos en afirmar que el testimonio de Estete debe ser considerado como uno de los más fidedignos.

* * *

Muy escasas son las noticias que acerca de la persona de Estete, hemos podido reunir:

Miguel de Estete, fue natural de Santo Domingo de la Calzada, en la Rioja, diócesis de Calahorra58.

Debió pasar a América siendo muy joven, pues sabemos que en 1537 tenía poco más o menos treinta años, según declara él mismo al dar su testimonio en la Información de méritos y servicios de don Francisco de Ampuero y de doña Inés su mujer, hija que fue de Huayna Cápac. En este interesante documento, que   —333→   se guarda original en el Archivo de Indias y del cual poseemos una copia fotográfica, consta que en aquella época era vecino de la ciudad de los Reyes59.

Parece que pasó al Perú en el tercer viaje de Pizarro, o tal vez en alguna de las expediciones mandadas por Almagro, desde tierra firme, para reforzar la intrépida, cuanto pequeña tropa del conquistador del Perú. No sabemos si vino de Panamá o de Nicaragua; el hecho es que vino en uno de los barcos en que, atraídos por las riquezas de la nueva tierra descubierta, llegaron diversos contingentes de españoles; aparece por primera vez como testigo presencial, en su relato, cuando Pizarro y su gente pasó de la Puná a Túmbez, que dice halló desierta, «sin persona viva, que todos eran huidos la tierra adentro».

Después de fundada la villa de San Miguel, siguió Pizarro adelante con toda la gente «que serían ciento cincuenta españoles, los noventa de caballo y los demás de pie ballesteros y arcabuceros y con espadas y rodellas». Entre los de a caballo figura Estete en la lista del acta de repartición del rescate de Atahuallpa60, aunque Herrera lo nombra sólo en la infantería.

Llegados los españoles a Cajamarca, fue Estete uno de los quince caballeros que, acompañando al capitán Hernando de Soto, fueron a ver al Inca en su campamento de los baños, una legua distante de la ciudad61. De esta entrevista hace un relato interesante, en   —334→   lenguaje animado y sencillo a la vez. Figura también el nombre de Estete entre los veinte escogidos españoles que, en junta de Pizarro, atacaron las andas del Inca en el atrevido golpe de mano dado en la plaza de Cajamarca, en noviembre de 153262. Estete debía tener a la sazón cosa de veinticinco años. Su valor y denuedo le llevaron hasta el pie mismo de las andas, que conducían en sus hombros los nobles orejones, entre los que hizo gran destrozo, llegando hasta amenazar de muy cerca al Hijo del Sol, que a no ser por la defensa de Pizarro, cayera herido por las espadas de Estete y Mesa63. El intrépido joven acercose hasta arrebatar con sus manos, la borla imperial que el desgraciado monarca llevaba sobre la frente64 al mismo tiempo Pizarro hacíale caer al suelo, tirando de sus vestiduras, y en aquel instante, la vieja monarquía de los Incas se derrumbó para siempre.

Este trágico suceso que determinó la suerte de Tahuantinsuyo, se llevó a cabo en breves horas. Millares de indios perecieron ya al filo de la espada del conquistador, ya atropellados por la caballería o ahogados en el tumulto y confusión que el repentino ataque produjo. De los españoles, sólo Pizarro resultó con una leve herida, y Jerez fue el único gravemente lesionado. Según testimonio de Juan de Porras, que se halló en la batalla65: «Corriendo en su cavallo cayó   —335→   dél e se hizo pedazos una pierna estando en la conquista de tabaliba», y el capitán Juan de Salcedo dice «que vido que estuvo a punto de perder la vida»66. Esta circunstancia determinó que tuvieran que permanecer junto al Gobernador sus dos secretarios y que Pizarro escogiera entre sus soldados uno de confianza para investirle con el cargo de Veedor, en la expedición que al mando de Hernando Pizarro dispuso fuera a Pachacámac, a tomar posesión de los tesoros que se guardaban en aquel famoso templo. Partió la expedición, compuesta de veinticinco españoles, el 5 de enero de 1533, y después de recorrer todo el extenso camino entre Cajamarca y el valle de Lima, volvió trayendo riquísimo botín67.

De este viaje escribió Estete una relación, aquella especie de diario prolijo, que Jerez incluyó en su obra y que demuestra las dotes del joven soldado y cronista. Volvió a Cajamarca en compañía de Chalcochima o Calicuchima el 25 de mayo del mismo año68. El 17 de junio, cediendo a las instancias de la tropa, ordenó   —336→   Pizarro que se hiciera el reparto del tesoro reunido por orden del Inca para su rescate. El mismo Gobernador calificó el merecimiento de cada individuo: «Invocó el divino auxilio para conducirse en justicia, hizo los señalamientos, se pesó el oro y la plata después de fundir y dar sus quilates a dichos metales. Hecha separación de los quintos y de un donativo para el Rey, con más ciertas joyas de mucha rareza, se dio a los oficiales y soldados el valor de la suma que se les había asignado»69.

El acta de este reparto la extendió el secretario y teniente de escribano Pedro Sancho. Por ella sabemos que a Estete le tocaron 362 marcos de plata y 8.890 pesos de oro70.

No cumplió Pizarro su palabra de poner en libertad al Inca después de repartido el tesoro que éste había dado por su rescate; antes bien, sólo trató de cubrir con apariencias de legalidad la ejecución del inhumano designio que había concebido y procuró acumular los pretextos para deshacerse del infeliz cautivo.

Entre varias ridículas acusaciones, se atribuyó al Inca el estar maquinando la destrucción de los cristianos. La mayor parte de éstos, pérfidamente, sin oír la voz de su conciencia, opinaron que debía quitarse la vida al desgraciado Príncipe. Hubo, sin embargo,   —337→   algunos que protestaron contra el infame proyecto. Uno de éstos fue Miguel Estete: «E de ver aquesto algunos españoles comedidos, a quien pessaba que tan señalado deserviçio se hiçiese a Dios e al Emperador, nuestro señor, y que tan grande ingratitud se perpetraba, e tan señalada maldad se cometía como matar a un príncipe tan grande sin culpa. E viendo que le traían a colaçión sus delitos e crueldades passadas, quél havía usado entre sus indios y enemigos en el tiempo passado (de lo cual ninguno era juez, sino Dios), queriendo saber la verdad, e por excusar tan notorios daños como se esperaba que havían de proçeder matando a aquel señor, se ofreçieron cinco hidalgos de yr en persona a saber e ver si venía aquella gente de guerra (que los falsos inventores e sus mentirosas espías publicaban...) e fueron el capitán Hernando de Soto y el capitán Rodrigo Orgaiz, e Pedro Ortiz, e Miguel de Estete, e Lope Vélez... e no hallaron hombre de guerra... se tornaron a Caxamalca, donde el gobernador estaba: el qual ya havía fecho morir al príncipe Atabaliba... e le dijeron: 'Señor muy mal lo ha fecho vuestra señoría'»71.

Después de la muerte de Atahuallpa, Pizarro y sus tropas se dirigieron al Cuzco; y Estete fue entre los sesenta caballeros que, comandados por Hernando de Soto, iban como avanzada del ejército conquistador. Lo acontecido en esta expedición lo cuenta nuestro cronista de manera muy viva y pintoresca. Estete debía haberse granjeado la confianza de sus jefes y así lo vemos figurar en todas las misiones delicadas y en los más difíciles pasos; también formó parte de la comitiva de don Francisco Pizarro, cuando éste fue a la cacería a la cual el Inca le invitó en Jauja72.

  —338→  

Cuando Almagro partió de Riobamba a Pachacámac, en compañía de don Pedro de Alvarado, en 1534, dejó en el valle de Chimú a Miguel de Estete para que eligiera el lugar conveniente para la fundación de una ciudad; después, por mandato de Pizarro se verificó esta fundación con el nombre de Trujillo73.

En el cabildo celebrado en Jauja el 29 de noviembre de 1534, para tratar del traslado de la población a sitio mejor, dio su parecer, entre los vecinos de aquella ciudad, Miguel de Estete, y fue de opinión «quel pueblo principal se haga en los llanos e que su señoría manda pasar de aquí los vezinos a los llanos a poblar ques mejor qe todos se pasen juntamente e fagan un pueblo grande e no dos pueblos pequeños» firmolo «miguel estete de santo domyngo»74.

En 1535 se encontraba Estete de nuevo en el Cuzco, cuando ocurrieron los primeros disturbios entre los hermanos de Pizarro y don Diego de Almagro «y por orden de éste sostuvo como otros la autoridad de Hernando de Soto»75. No pueden considerarse estas diferencias como el principio de las guerras civiles, pero no hay duda que contribuyeron para agriar los ánimos y preparar aquellos tristemente célebres sucesos.

El mismo año de 35 debió pasar a España, en donde presentó al Consejo de Indias la Relación que hoy publicamos. Según Jiménez de la Espada, fue a principios del año que realizó este viaje «en la nave San Miguel, una de las que condujeron de Nombre de Dios a Sevilla, a cargo del contador de Nueva Castilla, Antonio Navarro, gran parte de los tesoros del rescate de Atahuallpa. Traía suyos 28.100 pesos de   —339→   oro y 1.650 marcos de plata. Pero esta fortuna, considerable para aquellos tiempos, no le retuvo en su patria, pues tornó al Perú, y se avecindó en Huamanga, al fundarse esta ciudad»76.

La fundación de Huamanga, por el capitán Alonso de Alvarado, en el sitio hoy llamado Huamanguilla, fue el año de 1539; se trasladó al sitio actual en 154077; y en ese mismo año aparece que se fundaron en la iglesia parroquial seis capellanías, una de las cuales era de Miguel de Estete78.

Ya hemos dicho que en 1537 era vecino de la ciudad de los Reyes, como consta de la información de méritos y servicios de doña Inés Yupanqui, hermana de Atahuallpa79. Más raras se hacen, después de esta fecha, las noticias acerca de Estete; hemos consultado varios memoriales, listas de repartimientos, padrones de los vecinos de diversas ciudades del Perú, sin encontrar el nombre de nuestro cronista. Lo hallamos en 1553, en una acta suscrita en Huamanga, «manifestando la resistencia de los vecinos a ciertos mandatos de la Real Audiencia, que no eran conformes con las leyes establecidas, por lo cual habían apelado al Rey. Esta acta la formaron para motivar la expulsión del corregidor don Juan Ruiz, que se hizo estando movida la población en favor de de don Francisco Hernández Girón, caudillo del alzamiento de 1553»80.

  —340→  

La insignia del poder imperial, arrebatada al Inca en Cajamarca, conservó Estete en su poder hasta que, al salir de las montañas el Inca Sayri Túpac en 1557, a su paso por Huamanga fue obsequiado con aquella prenda. «Sayri manifestó contento -dice Mendiburu- pero fue fingido como se supo después; siendo evidente que no podía mirar con aprecio una prenda de Atahualpa, el destructor de su familia».

No tenemos más noticias de Estete ni sabemos cuándo ni en dónde murió.

* * *

Para concluir, diremos dos palabras acerca de los papeles que contienen la interesante Relación que enseguida publicamos.

El documento se guarda original en el Archivo de Indias de Sevilla, en la sección llamada de Patronato, en donde se tomó la copia fotográfica de que nos hemos servido para este trabajo.

Como podrá ver el lector, en el primer folio, al margen, hay esta anotación con letra del siglo XVIII: «De los papeles del arca de Sta. Cruz». Alonso de Santa Cruz, a quien Oviedo llama «muy enseñado caballero y docto cosmógrafo» fue nombrado Cosmógrafo Real, con treinta mil maravedíes de sueldo, por Cédula fechada en Valladolid, el 7 de julio de 1536.

Confiriósele este cargo teniendo en cuenta sus méritos y vastísimos conocimientos; pues desde la edad de diez y nueve años en que fue como Tesorero de la armada de Sebastián Gaboto, en el viaje que hizo en 1526 al Río de la Plata, había recopilado un material considerable y precioso, no sólo de datos geográficos, sino también históricos y etnográficos, relativos a las Indias Occidentales.

  —341→  

Murió Santa Cruz en 1572 dejando un tesoro inmenso de documentos «en parte propios y la mayoría procedentes del Consejo de Indias, que se entregaron a su sucesor Juan López de Velasco y se rotularon desde entonces con la procedencia de 'Papeles del arca de Santa Cruz'»81.

El inventario de estos papeles se guarda en el mismo archivo82.

Santa Cruz dejó muchos trabajos de indiscutible mérito, aunque varios inconclusos. Es muy digno de mencionarse el Islario General, del cual se llamó autor el cosmógrafo Andrés García de Céspedes83.

La Relación inédita de Miguel de Estete, tal como hoy existe, consta de doce folios, el primero de los cuales se halla roto en los ángulos inferiores. Al fin del folio 12 vuelto se trunca la narración. Así mutilado se encontraba el documento, cuando se sacó una copia de él, que fue remitida, tal vez por Navarrete, al ilustre historiador norteamericano, Prescott. Acaso habría sólo una hoja más al principio en la que se hallaba el titulo de Relación del primer descubrimiento o sólo fue designado así por Prescott, para distinguirlo de otros documentos anónimos referentes a la Historia del Perú.

El papel del original es de color ligeramente amarillo; la letra, una hermosa procesada de la primera   —342→   mitad del siglo XVI, muy semejante a la que se halla en documentos españoles de 1530; es clara y salvo uno que otro punto, no ofrece dificultad su lectura. En los primeros folios, la letra es más abierta y fina, estrechándose bastante en los últimos; pues el primer folio tiene treinta y ocho renglones, mientras el último alcanza a sesenta y dos. Hay algunas tachaduras, correcciones y espacios en blanco, que hemos anotado en la traducción.

Por su importancia, hemos querido reproducir, en facsímil, íntegramente la parte del original que se conserva; las fototipias han sido ejecutadas por el hábil artista señor don J. Laso84.

En la traducción solamente hemos alterado la ortografía y añadido la puntuación necesaria para facilitar la lectura, cosa que nos hemos permitido hacer, por ir el texto acompañado de la reproducción facsimilar. Hemos procurado ser breves en las notas, por no disponer de espacio y porque el lector ilustrado no necesita de largos comentarios.

Abrigamos la esperanza de que la publicación de este hermoso documento, interesará a los investigadores de la Historia americana.

Quito, noviembre de 1918.