Esta edición de la obra poética de Meléndez
Valdés se ha organizado sobre la versión
póstuma Poesías (Madrid, Imprenta Real, 1820
[1821]), preparada por el escritor en el exilio y que editaron sus
amigos y admiradores el académico Martín
Fernández de Navarrete y el vate Manuel José
Quintana. A pesar de los avisos del autor para que no se publicara
el resto de la obra lírica no recogida en ella, se
añaden en un Apéndice los poemas que, por razones de
distinta naturaleza, no fueron incluidos allí, respetando el
mismo orden de géneros del texto original. Tengo
también en cuenta la lectura que hice de la misma en mi
edición de Obras completas (Madrid,
Fundación Castro, 1996-1997), en la que ocupaban los dos
primeros de los tres tomos, de la que me aparto, sin embargo, en
algunas cosas. Sólo añadimos un poema nuevo no
editado nunca, que me ha proporcionado generosamente el profesor
Antonio Astorgano Abajo (la oda «No es imperfecta en sus
inmensos seres»). Modernizo el texto en lo referente a
grafías, sintaxis y puntuación para hacer más
cómoda la lectura al lector actual, quien por otra parte
podrá enfrentarse a las composiciones primitivas en
versiones manuscritas o impresas antiguas que acompañan a
esta colección.
EMILIO PALACIOS FERNÁNDEZ
Advertencia de los editores
(Procede de la edición de 1820)
Por
los años de 1807 pensaba el autor, siguiendo el consejo de
algunos de sus amigos y discípulos, hacer una edición
de sus poesías escogidas y fijar de este modo su nombre, no
por la multitud de sus composiciones, sino por el mérito
calificado de las que se publicasen. Los sucesos de la
revolución, que al fin le condujeron a Francia, no le
proporcionaron realizar este proyecto. Allí repasó y
corrigió sus poesías, aumentó su número
y las coordinó con intento de publicarlas en España.
Para esto formó los índices o guiones de las que
entraban en cada clase o división, dándoles el orden
que le pareció, y previniendo al fin de cada uno de ellos lo
siguiente: «Aunque tengo compuestos otros varios romances [lo
mismo dice respecto a las letrillas, anacreónticas,
etc.],
los anteriores me parecen los menos imperfectos, y así
prohíbo que se impriman los demás bajo cualquier
pretexto que para ello se busque; se lo ruego así
encarecidamente al editor de mis poesías, y espero de su
probidad y buen gusto que cumplirá en todo esta mi voluntad.
Montpellier, a 2 de agosto
de 1814. Juan Meléndez Valdés». La misma nota
se halla en el índice o guión de las letrillas,
firmado en Nîmes, a 8 de julio
de 1815. Con una decisión tan terminante, los editores no
han debido ni podido alterar el orden y elección de las
poesías que ahora se publican, cumpliendo y respetando la
voluntad de su autor. El prólogo que tenía dispuesto
para la nueva edición que proyectaba es el siguiente.
Prólogo del autor
Parece que la suerte se ha declarado siempre contra la
edición de estas mis poesías, queriéndome
acaso apartar así de la tentación de publicarlas.
Detenida en prensa muchos meses la primera impresión por
haberse el manuscrito extraviado, y apuradas a poco de su anuncio
las dos que se hicieron en Valladolid a un mismo tiempo el
año de 1797, tratándose ya de otra tercera, tuve que
dejar la corte precipitadamente y vivir retirado muchos
años, sin que en ellos fuese posible emprender este trabajo
tan agradable como útil, ni la prudencia y mi seguridad me
impusiesen otra ley que la del silencio y el olvido, por si a su
sombra lograba desarmar a la calumnia y el poder ensangrentado en
mi daño.
Cuando cesó este estado, y yo y todos los buenos
divisábamos la aurora de otro más feliz para la
nación y las letras en el reinado del señor Fernando
VII, arrancándole de entre nosotros la más negra
perfidia, nos arrojó en el mar turbulento de una
revolución, toda sangre y horrores, en que se abismaban la
patria, las fortunas, las vidas de sus hijos; y yo mismo, a pesar
de mis principios y deseos, mi plan ignorado de vida y mis
resoluciones, me vi arrastrado y envuelto entre sus olas en el
punto de perecer en la borrasca. La necesidad imperiosa y el
derecho sagrado de la conservación me han detenido en ella
hasta su fin; pero en todos sus trances, ya entre el horror y
peligrosa calma que un victorioso ejército a todos
imponía, o corriendo las penas y zozobras de una
emigración de cuasi tres años, mi corazón y
mis anhelos ni han sido ni podrán ser otros que los del
español más honrado, más fiel y más
amante de su patria y sus reyes. En luces, instrucción y
todo lo demás cederé sin dificultad el lugar a
cualquiera; pero en estas virtudes jamás consentiré
que otro se me anteponga, porque las he mamado con la leche, las
consagró mi educación, las he fortificado con mi
reflexión y mis estudios, y hacen y harán constantes
la parte más preciosa de mi triste existencia, y el solo
patrimonio que me resta después de treinta y cinco
años de servicios a mi nación, y el celo más
ardiente por su felicidad.
Por
fortuna, en esta emigración, en que jamás
pensé que pisaría otro suelo que el español, a
pesar de mis inmensas pérdidas traje conmigo, sin saberlo,
los borradores de las más de las poesías con que va
aumentada esta nueva edición, y que el ocio y la necesidad
de distraerme, y hacer así más llevaderos mi suerte y
mis quebrantos, me han hecho corregir para darlas al público
menos imperfectas que al principio lo estaban. Pero, dígolo
con dolor, tan deshecha y horrible tempestad, después de
haberme aniquilado con el robo y la llama cuanto tenía, y la
biblioteca más escogida y varia que vi hasta ahora en
ningún particular, en cuya formación había
gastado gran parte de mi patrimonio y toda mi vida literaria,
también acabó con las copias en limpio de mis mejores
poesías en el género sublime y filosófico, un
poema didáctico, El magistrado, una
traducción muy adelantada de la Eneida, y otros
trabajos en prosa sobre la legislación, la economía
civil, las leyes criminales, cárceles, mendiguez y casas de
misericordia, que trataba de imprimir, y me hubieran sido de
más honor, y al público de más provecho, que
los versos y cantos de esta colección. Los frutos de diez y
más años de aplicación constante en mi retiro,
de vigilias continuas, y la meditación más grave y
detenida, todo despareció y ha perecido para siempre, sin la
esperanza aun más remota de poderlo ni descubrir ni
recobrar. Mis libros, mis reflexiones y trabajos me han
enseñado a llevar mis desgracias con un ánimo igual,
sin abatirme ni desmayar en ellas; y si la lectura y el estudio no
me pagasen hoy con este dulce premio, de nada ciertamente hubieran
conducido a mi felicidad y mi aprovechamiento.
De
los versos publicados antes he suprimido algunos, haciendo en los
demás varias enmiendas, cual me ha parecido para mejorarlos.
A veces son éstas tan ligeras que se cifran todas en la
mudanza de una palabra, un giro, un consonante u otra cosa tal para
huir de algún defecto leve de estilo o locución; a
veces son aumentos y mudanzas de estrofas en las composiciones, o
vueltas y correcciones de más bulto, que en mi entender les
dan más alma y nueva perfección. En todas he usado de
la libertad de dueño de mis versos; mis lectores, si quieren
cotejarlos, juzgarán si se han hecho con gusto y con
acierto.
Los
ahora añadidos, cuasi otros tantos como los antes
publicados, van escogidos y castigados con la lima que me ha sido
posible. Son de todos los géneros, desde la letrilla
delicada y alegre hasta lo sublime de la oda y lo grave y severo de
la epístola, porque en todos ellos me ha parecido hallar en
mis borrones composiciones de algún precio, no indignas de
la luz. Me hubiera sido fácil aumentar muchas más, y
hacer la colección más abultada; pero aun las
publicadas son ya en demasía; y si de todas ellas, con
lisonja del amor propio, pudiese yo esperar que sobrevivan
célebres, y queden al Parnaso pocos centenares de versos, me
tendré desde ahora por muy afortunado.
He
cuidado de los romances, género de poesía todo
nuestro, en que siendo tan ricos, y sonando tan gratos al
oído español, apenas entre mil hallaremos alguno
corriente y sin lunares feos. ¿Por qué no darle a
esta composición los mismos tonos y riqueza que a las de
verso endecasílabo? ¿Por qué no aplicarla a
todos los asuntos, aun los de más aliento y osadía?
¿Por qué no castigarla con esmero, y hacer lucir en
ella todas las galas y pompa de la lengua? Yo lo he intentado, no
sé si con acierto; pero el camino es tan hermoso como vario
y florido, y si los ingenios de mi patria lo quieren frecuentar y
se convierten con ardor hacia este género, nuestro romance
competirá algún día con lo más elevado
de la oda, más dulce y florido del idilio y de la
anacreóntica, más severo y acre de la sátira,
y acaso más grandioso y rotundo de la epopeya.
Tal
vez se notará que en mis versos hablo mucho de mí;
compuestos los más como distracción de mis tareas, o
hijos de mis desgracias y mis penas para aliviarme en ellas de mis
justos dolores, no es mucho que los pinte, y acaso los pondere. He
bebido mucho sin merecerlo en la amarga copa del dolor; mis
años de sazón y de frutos de utilidad y gloria los
sepultó la envidia en un retiro oscuro y una
jubilación; me he visto calumniado, perseguido, desterrado,
confinado, y aun crudamente preso en el abatimiento y la pobreza,
en lugar de los premios a que mis méritos literarios, mi
celo y mis servicios me debieran llevar; y por todo ello no debe
ser extraño que sienta y que me queje. Los que han tenido la
dicha de encontrar siempre con caminos llanos y floridos pueden
haberlos frecuentado sin fatiga y con júbilo; yo, desde que
dejé la quietud de mi cátedra y mi universidad, no he
hallado por doquiera sino cuestas, precipicios y abismos en que me
he visto ciego y despeñado.
Ingrato sería si no me mostrase sensible a la buena acogida
y los elogios que así de nacionales como extranjeros han
seguido teniendo las últimas ediciones de mis versos. Sin
haber yo dado un paso para solicitarlo, se han celebrado con
entusiasmo por los literatos españoles de mejor nota. Entre
ellos y recientemente, don Javier de Burgos, que hace hablar al
culto y delicado Horacio en metro castellano con tanta elegancia, y
acaso más estro y más espíritu que él
cantaba en latín; don Alberto de Lista, sevillano, en quien
veo renacida la musa del divino Herrera, y el ingenioso
García Suelto, que tan bien hermana la cítara de
Apolo con la vara y profundos misterios de Esculapio; y todos tres
me honran con llamarme su amigo y su maestro; me han dirigido en
este mi destierro tres composiciones, que ellas solas bastaran a
endulzarme sus horrores y a satisfacer la vanidad, si yo no viese
bien mi medianía, o ellas no fuesen hijas del entusiasmo y
el cariño. ¡Con cuánto gusto las copiara yo
aquí por sus bellezas, si la modestia no me lo
estorbase!
Los
papeles públicos extranjeros y las personas de mejor gusto
han hablado en su tiempo con no menor aprecio. Los ex jesuitas
Andrés, Masdeu y Arteaga, la Década
filosófica cuando se publicó la edición
de Valladolid, el Mercurio extranjero, Mr.Simonde de Sismondi en su
obra De la literatura del mediodía de la Europa,
pero sobre todo el sabio y erudito alemán Mr.Bouterwek, profesor de
Gotinga, en su Historia de la poesía y la elocuencia
después del siglo XIII, dicen de mí lo que yo no
merezco y me avergonzaría de referir. También se han
traducido muchas de mis composiciones en inglés, italiano y
francés; aun se ha llegado en esta lengua a escribir una
noticia de mi vida tan inexacta como lisonjera; y se han impreso en
París mis obras escogidas por los años de 1800, y en
Parma de 812, según que entonces se me notició y vi
anunciado en un periódico de Milán que hoy no tengo a
la mano.
Todo esto me ha puesto en la grata precisión de no admitir
en mi nueva edición composición alguna que a mi
parecer no lo merezca, corrigiéndolas todas más y
más; porque el modo mejor de responder, así a los
elogios como a las críticas, es el de esmerarse en los
trabajos, fijos siempre los ojos en la posteridad, que nada
disimula.
No,
empero, quiero decir con esto que todas las composiciones son
iguales, como ni en Virgilio lo son todas las
Églogas o todos los libros de su divina
Eneida, ni lo son las odas del ameno y escogido Horacio,
ni lo es nada de cuanto los hombres ejecutan. Tiene cada cosa su
mérito adecuado y su belleza, de los cuales nunca es dado
pasar; y el autor que los conoce y los alcanza arribó al
punto de la perfección. Yo no hice más, porque mis
fuerzas no han llegado a más, y ya helaron los años
mi genio y mi entusiasmo; amante de las musas españolas, he
procurado ataviarlas acaso con más gusto y aliño que
las hallé vestidas, y hacerlas hablar el lenguaje sublime de
la moral y la filosofía; pero, lo vuelvo a repetir, nunca he
pasado de un simple aficionado, llamado y ocupado siempre en cosas
de más monta. Mi ardiente afición al habla
castellana, y la alta idea que de sus bellezas y número
tengo formada, me hicieran trabajar muchas veces con un ardor y un
estro que sin ellas nunca hubiera tenido; mas desde mis bosquejos a
cuadros acabados, de lo que suena ahora a lo que puede y debe
resonar un día, ¡qué inmensa distancia no
alcanzan a ver el gusto y la razón!
Juventud española, amante de tu patria y de las letras, a ti
queda correr esta distancia y dar a nuestra lengua y poesía
el brillo y majestad de que tan dignas son, y están
demandando, de justicia. Ahí tienes un Pelayo, un
Colón, o la conquista de Granada para la musa épica,
argumento el primero en que pensé algún día,
embebecido por su interés y su grandeza, de que me
retrajeron mis desgracias, y en que lloraré siempre no
haberme ejercitado; ahí tienes en la historia cien hechos
nacionales insignes y terribles para la tragedia, y nuestras
extravagancias y ridículos para la festiva Talía, con
las voces más dulces, más llenas y sonoras para el
canto y la ópera; cosas todas en que estamos tan faltos
cuanto debiéramos ser ricos, y competir, si no vencer, lo
más culto de Europa. Trabaja, pues, por tu gloria y la
gloria nacional, que correrán a par; y déjame a
mí la pequeña, pero dulce y tranquila, de haber
empezado cuasi sin guía, haber ido adelante entre
contradicciones y calumnias, y haber comprado al fin con mi reposo
y mi fortuna el placer inocente de querer en la mía renovar
los sones de las liras que pulsaron un tiempo tan delicadamente
Garcilaso y Herrera, Villegas y León.
Pero si en estos sones encuentran por dicha mis lectores una
pequeña parte de los alivios, la calma y el recreo que al
repetirlos he probado yo; si les inspiran los gustos sencillos e
inocentes del campo, la tranquilidad, la medianía; si los
alejan de la ambición funesta y la codicia, les hacen gratos
su estado y sus hogares, y encienden en sus pechos el sagrado
entusiasmo de admiración a la naturaleza y amor a la patria
y la virtud; si imprimen en los jóvenes los sentimientos del
buen gusto, las semillas del decir urbano, la agradable magia de la
lengua y la dulce afición a nuestras musas, inflamando
además con sus cuadros y campestres escenas la
imaginación de los artistas, para que nos repitan sus
pinceles el siglo y los milagros de los Velázquez, Canos,
Juanes y Murillos, mis esperanzas quedarán satisfechas, mi
amor a mi nación recompensado, y mis trabajos ya no lo
serán.
Pudiera esta colección haberse impreso y publicado en
Francia, y haberme sido, entre sus literatos y los aficionados a
nuestra frase y nuestras musas, que hoy no son pocos, de nombre y
de interés; alguno me lo propuso, y alguno lo
aconsejó; pero español por mis principios y todos mis
deseos, he querido que mi patria tenga la primera, como un humilde
feudo de mi amor, los últimos frutos, sazonados o ingratos,
de la musa de un hijo que ofreciéndole fino cuanto ha podido
darle, de buen grado ansiara celebrarla con títulos y
timbres más ilustres, pero que envanecido con sus glorias,
ni pensó jamás ni hizo cosa que creyese menguarlas o
mancillar su nombre esclarecido.