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ArribaAbajo

Sonetos




- I -


ArribaAbajo   Sin reparar adónde me llevaba
ni a dó parar pudiera, a Amor seguía,
que por una anchurosa y fresca vía
a un deleitoso valle me guiaba.
   De lejos un palacio se mostraba,  5
al cual yo en acercarme me afligía,
cuando sintió improviso el alma mía
un lazo que seguir me embarazaba.
   Acudí a desprenderme y, como el ave
que huyendo de la liga más se enreda,  10
en prisión me miré, tan cruda y fuerte,
   que por librarme de la cárcel grave
la muerte sólo que tentar me queda,
y aun temo, ¡ay triste!, no bastar la muerte.




- II -


ArribaAbajo   Cuando de mi camino atrás volviendo,
torno y contemplo en mi infalible daño,
tal es mi pena y mi dolor tamaño
que me siento en mil ansias feneciendo.
   Mas cuando vuelvo a vos, alegre viendo  5
la dulce causa de mi dulce engaño,
luego en mi pecho siento un bien extraño,
y con gusto mis males voy sufriendo.
   Con vos se alivia mi dolor crecido
y en vos todo mi bien miro cifrado,  10
cuanto puedo esperar y cuanto quiero;
   y aunque ni el llanto acaba ni el gemido,
me miro en mi dolor tan consolado
que no siento morir si por vos muero.




- III -


ArribaAbajo   Si porque yo, señora, humilde os quiero
con una fe tan verdadera y pura,
cada vez en mi daño más segura,
vos gustáis de acabarme y yo ya muero,
   ¿qué os quedara que hacer con aquel fiero  5
que intente desdeñar vuestra hermosura
y el duro pecho, aun más que piedra dura,
negar os quiera ya por prisionero?
   Si pagáis el amor con mil rigores
y mi honesta afición es desdeñada,  10
¿con qué castigaréis a quien no os quiera?
   Volved, que amor sólo merece amores
y una tal voluntad ser bien premiada,
y quien fiero no os ame solo muera.




- IV -


ArribaAbajo   Quédense de tu templo ya colgados,
vistiendo sus paredes, mis despojos;
ya basta, Amor, de engaños y de enojos;
no quiero más tu guerra y tus cuidados.
   Dos años te he seguido mal gastados  5
que inútilmente lloran hoy mis ojos;
flores pensé coger, y halleme abrojos;
vuelvo atrás de mis pasos mal andados.
   Tuya es, Amor, la culpa; yo la pena
padezco, de servirte arrepentido,  10
que halagas blando y te descubres fiero;
   mas, ¡ay!, romper no puedo la cadena:
¡ah, tirano cruel, que al que has rendido,
lo tienes para siempre prisionero!




- V -


ArribaAbajo   ¡Oh varón consumado en toda ciencia,
y en doctrina el mayor de los mayores,
que a cuanto ya trataron mil doctores
das en breve volumen preeminencia!
   Breve es tu obra, mas con la excelencia  5
de un arte que, observando sus primores,
por sí mismos consiguen los lectores
en griego hablar riquísima afluencia.
   Gózate, oh juventud, a este habla amante,
del excelente método que hoy toma  10
de enseñarla este sabio doctor nuestro,
   pues consigue aprender el principiante
sutil y doctamente el griego idioma
sin otro arte, otro auxilio, otro maestro.




- VI -


ArribaAbajo   Ya de la luz de la razón guiado,
la variedad del orbe discurriendo,
nada de cuanto en él fui conociendo
mi corazón dejó maravillado;
   no el globo de la tierra, que asentado  5
se está sobre sí propio sosteniendo,
ni el abismo del mar, ni aquel estruendo
que forma el viento en él alborotado,
   ni el cristalino globo de diamante,
de estrellas tachonado en noche oscura,  10
ni tú, ¡oh fulgente sol!, que ardiendo veo;
   mas luego os vi, señora, y al instante
no sólo me admiró vuestra hermosura,
empero satisfizo mi deseo.




- VII -


ArribaAbajo   De Ciparis dejado, el afligido
Batilo yace en la desierta arena,
al cielo acusa y al amor condena,
de sí olvidado y del amor vencido.
   Del triste caso a compasión movido,  5
el viejo Tormes la corriente enfrena;
pero la esquiva ninfa aun huye, ajena
a la piedad el pecho empedernido.
   De helado mármol y templado acero
al encendido dardo un cerco priva  10
que abra al amor, por la piedad, entrada.
   ¡Ay, mísero zagal!, rigor tan fiero
te va acabando; y tu beldad esquiva,
viendo tu fin, aún se complace airada.




- VIII -


ArribaAbajo   ¡Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos
me arrastra y me revuelve, y la memoria
deja en las breñas de mi triste historia,
y el corazón entre ellas por despojos!
   ¡Cuál me hiere implacable, y de los rojos  5
arroyos de mi sangre la victoria
celebra de su nombre! ¿Tanta gloria
dará mi humilde fin a sus enojos?
   Muévate a compasión el dolorido
cuerpo, tirano Amor; muévate el ruego  10
de un infeliz, y alíviame el tormento;
   o de mis ayes míseros movido,
a Fili abrasa en tu divino fuego,
y en mil dolores moriré contento.




- IX -


ArribaAbajo   ¡Quién pudiera volar do mis amores
están agora, lejos en la aldea!
¡Quién de su dulce lado, cual desea,
gozara, y de su boca los olores!
   ¡Quién su pelo sembrara de mil flores  5
y viera en la vendimia cuál se emplea,
cómo en coger las uvas se recrea,
y a su cesta ofreciera las mejores!
   Mas, ¡ay, ay, que infeliz esto imagino
llorando ausente de la lumbre mía,  10
y ella llora también de mí apartada!
   ¡Oh, acabe, oh cielo, tan cruel destino;
el tiempo vuele, y venga el almo día
que limpie el lloro de mi prenda amada!




- X -


La falsa seguridad

ArribaAbajo   ¡Ah!, teme, oh ciego, como triste lloro,
también llorar de Fili abandonado,
que un tiempo, cual tú ahora, yo engañado
la oí tierna decirme: «Yo te adoro».
   Feliz, de rosa orné sus hebras de oro,  5
hallé al deseo en su mirar pintado,
en sus cándidos brazos estrechado,
su ardor venciendo al virginal decoro.
   ¡Cuál clamó, suspirando: «Dulce dueño,
firmeza aprende de tu fiel pastora;  10
ve sus ansias, su fe; duélete de ella»!
   Fue mi ventura un fugitivo sueño.
Teme, pues, que agraviado el Amor llora,
y es Fili aleve y falsa cuanto es bella.




- XI -


Apología envuelta en sátira

ArribaAbajo   ¡Oh pobre don Tomás! ¡Oh sin ventura
y triste numen, más que el hielo helado!
¡Oh musical poema y malhadado,
lleno de languidez y de tristura!
   ¡Oh fría traducción, insulsa y dura!  5
¡Oh tabernario verso, ay me cuitado!
¡Oh talento francés, sólo alabado
por quien sólo favor lograr procura!
   Por más que Cabanillas por primero
te ponga y apellide buen poeta,  10
serás siempre un poeta romancero;
   y aunque tu desvergüenza le acometa,
Forner te hizo el retrato verdadero,
y diga lo que quiera la Gazeta.




- XII -


Al señor don Francisco Gregorio de Salas

ArribaAbajo   La fuerza de Virgilio, la elocuencia
de Homero, y del Petrarca la dulzura
tu Observatorio rústico procura
exceder, ¡oh gran Salas! sin violencia.
   Del Pindo tú has subido la eminencia  5
cuando cantas en loor de Extremadura;
y así que Apolo te miró en la altura,
de sus hijas te dio la presidencia.
   Cualquiera que con pluma licenciosa
dijere que Meléndez ha dudado  10
el mérito de Salas algún día
   y esto quiera afirmarlo en verso o prosa,
está poco instruido y enterado
en Meléndez, en Salas y en poesía.




- XIII -


Al Excmo. Sr. D. Mariano Luis de Urquijo, mi antiguo y fino amigo, habiéndole nombrado el rey Caballero del insigne Orden del Toisón de Oro

ArribaAbajo   La lira de marfil que tierno un día
pulsar, Musas, osé con diestra mano
cuando de Otea en el florido llano
joven Lusindo suspirar me oía,
   a templarme volved; la amistad mía  5
hoy el timbre celebra soberano
con que su cuello resplandece ufano,
merced a un rey de buenos alegría.
   Rayos de luz el vellocino de oro
despide, ornando el generoso pecho,  10
de alta prudencia y pundonor morada.
   Velo la envidia con amargo lloro,
pero el nombre feliz a su despecho
crece, y sube a la bóveda estrellada.




ArribaAbajo

Elegías




- I -


La muerte de mi hermano don Esteban


Nihil nisi flere libet

Ovidio, Tristia III. Elegía 2.ª                


ArribaAbajo   Batiendo sobre mí sus negras alas,
¡la inexorable!, con infausto vuelo
la muerte en un instante me ha robado
mis padres y mi hermano, sumergido
con su falta dejándome en mil males,  5
huérfano, joven, desvalido y solo.
¡Oh falta, cruda falta! ¿A cuál primero
lloraré de los tres? ¿Por cuál agora
mis mejillas de lágrimas se inundan?
¿Cuál me arranca tan míseros gemidos?  10
Todos, ay, todos, y mi amor dudoso
en este punto entre los tres vacila;
del corazón iguales son las llagas,
igual es el dolor, la causa es una.
¡Ay, padre! ¡Ay, dulce madre! ¡Ay, ay, hermano!  15
Tu aciaga muerte al corazón renueva
la herida ya cerrada de las muertes
de nuestros caros padres; ellas fueron
presagio de la tuya, mas tú diste
al angustioso pecho el postrer golpe.  20
¿Cuál, ay, ora el dolor le despedaza!
   Oh noche, triste noche, tú que, sola
fiel compañera de mis largas penas,
me das para llorarlas el silencio,
seme esta vez en mi pesar benigna  25
y préstame tu influjo porque acierte
a trasladar del corazón al labio
entera mi aflicción. Tu manto triste
despliega más y más. Tú sola mandas
sobre el silencio lúgubre y las sombras;  30
y un número sin cuento de brillantes
estrellas te obedecen, mientras leyes
das de tu negro solio a la dormida
naturaleza y con el cetro augusto
la riges a tu grado. Agora infunde  35
tu vapor melancólico en mis versos,
y al llorar a mi hermano, tus más tristes
y doloridos cánticos me inspira.
   Todo yace en silencio, el mundo todo
descansa envuelto en sueño... Blando sueño,  40
regalo dulce de la humana vida
y alivio de los míseros mortales
dado del Ser Supremo, si a envolverme
vienes ya entre tus sombras..., los felices
bate allá en torno con tus blandas alas,  45
y mis ojos tu bálsamo no gocen.
Su bálsamo es el llanto; ¡ay, nunca pueden
llorar bastante, aunque contino lloren!
¡Memoria, cruel memoria!, afloja, afloja,
no el afligido pecho tanto oprimas.  50
¿Hay algo estable acaso acá en la tierra,
en esta estéril tierra, tan mojada
del lloro de los hombres? La ventura,
¿dó la hallarán los míseros mortales
acá abajo, en verdad, de do expelido  55
fuera ya ha tiempo el bien, y todo es frágil,
todo instable y caduco, y la miseria
fijo su asiento para siempre tiene,
de los cuidados y el dolor seguida?
Dígalo yo tediato: ¿no gozaba  60
lo que llaman los hombres engañados felicidad?
¿Cuándo el crudo dolor que despedaza
mi tierno corazón ha de templarse
con una breve pausa, y mis mejillas
han de verse de lágrimas enjutas,  65
porque pueda mi musa, oh dulce hermano,
dar el tributo fúnebre que debe
a tu fría ceniza y tu memoria?
Probado lo he mil veces; pero el pecho
rebosando en sollozos y gemidos  70
los ayes me interrumpe, y anudada
la voz en la garganta se detiene.
Todo yo desfallezco; hasta la musa,
la lamentable musa que me inspira,
arrima su laúd y el llanto sigue.  75
   Perdona, pues, mis ansias, que la pena
que a voces se reduce no es muy fuerte,
ni un pecho desolado más procura
que darse en soledad a la callada
dulce imaginación de sus dolores.  80
Mas ¡ay de mí, infeliz, que la memoria
de tu edad malograda y del aciago
y tenebroso día que el postrero
te vi yo de mis ojos, ya los tuyos
sumidos y sin luz y la dudosa  85
eternidad con ellos ya tocando,
jamás del pensamiento apartar puedo!




- II -


La muerte de mi hermano don Esteban


Elegía en verso blanco endecasílabo

ArribaAbajo   De la campana fúnebre ora acaba
de sonar el clamor... ¡Ay!, ¿qué infelice
a la insaciable muerte habrá ya dado?
¡Qué pocos, hombre frágil, son tus días!
¡Oh muerte...! ¡Oh infausto son...! Tú me recuerdas  5
aquel que hirió mi pecho en la más triste,
más desastrada noche, que tan viva
el dolor ha grabado en mi memoria.
   Paréceme ora ver como vi en ella
la desmayada imagen de mi hermano,  10
de mi adorado hermano, ya en el punto
de la acerba agonía y sus pavores,
extendido en el lecho, congojoso,
desfigurado, consumido, y yerto
de sombra fría y de sudor de muerte,  15
y los ojos ya turbios y caídos,
mirando en confusión a todas partes,
diciendo adiós al mundo y cerca viendo
la eternidá espantable y sus horrores.
¡Qué espectáculo éste y qué lecciones  20
para todos los hombres las de aquella
desventurada tenebrosa noche!
¡Oh noche infelicísima y de sombras
y eterno dolor llena...! Para siempre
yo te debo llorar... ¡Ay, cuántos males  25
y cuántas desventuras me trajiste
cuando en soledad tanta me has dejado!
   En el lóbrego imperio de las sombras
jamás yo hallé ventura, que enemiga
me fue siempre la noche; y mientras ella,  30
en su alto trono de ébano asentada
en medio de los cielos trasparentes,
su escuadra iba brillante gobernando
de tanta pura luz que le hace corte,
acechando a mi pecho, las desdichas  35
unidas de tropel me acometieron.
En una noche, ¡ay me!, perdí mis padres,
y en otra, ¡ay!, ¡ay!, mi malogrado hermano,
mi consuelo y mi padre y mi esperanza,
y mi postrer amparo y norte y guía.  40
¡Oh golpes duros, a acabar conmigo
bastantes!, ¡tristes, dolorosos golpes...!
¡Oh falta, cruda falta...! ¿A cuál primero
lloraré de los tres? ¿Por cuál ahora
mis mejillas de lágrimas se inundan?  45
¿Cuál me arranca tan míseros gemidos?
Todos, ¡ay!, todos; y mi amor, dudoso
en este punto, entre los tres vacila:
del corazón iguales son las llagas,
igual es el dolor, la causa es una.  50
¡Ay, padre! ¡Ay, dulce madre! ¡Ay, triste hermano!
Tu aciaga muerte al corazón renueva
la herida ya cerrada de las muertes
de nuestros caros padres; ellas fueron
presagio de la tuya, mas tú diste  55
al afligido pecho el postrer golpe,
que ahora tanto el corazón lastima.
   Tú, noche, triste noche, pues que, sola
fiel compañera de mis largas penas,
me das para llorarlas tu silencio,  60
seme esta vez en mi dolor benigna
y préstame tu influjo porque acierte
a trasladar del corazón al labio
entera mi aflicción. Tu manto oscuro
despliega más y más. Tú sola mandas  65
sobre el silencio lúgubre y las sombras;
y un número sin cuento de brillantes
estrellas te obedecen, mientras leyes
das de tu antiguo solio a la adormida
naturaleza y con el cetro augusto  70
la riges a tu grado. Agora infunde
tu vapor melancólico en mis versos,
y al llorar a mi hermano, tus más tristes
y doloridos cánticos me inspira.




- III -


ArribaAbajo   Voy a romper con generoso aliento
la rígida cadena que me oprime
y el pesado grillete que al pie siento.
   Esclava, la razón se angustia y gime,
con míseras plegarias cansa el cielo;  5
empero Amor el lazo más comprime;
   vuelvo luego los ojos, y en el suelo
miro todas las cosas, y en ninguna
a mi eterno dolor hallo consuelo.
   Cuanto debajo el cielo de la luna  10
para alivio del hombre ha Dios criado,
todo crece mi mal y me importuna;
   contino estoy en lágrimas bañado
y lanzo mil suspiros de mi pecho,
y en nada alivio el corazón cuitado.  15
   El mar para mis ojos es estrecho
y si fuera posible le llorara;
y luego en llanto el corazón deshecho,
   el llanto de mis ojos inundara
el ancha faz de la espaciosa tierra,  20
y el aire de mis quejas resonara.
   Se supiera, ¡ay de mí!, la dura guerra
y el bárbaro tumulto y saña impía
que el corazón cuitado dentro encierra.
   A noticia del mundo al fin vendría  25
del alma triste el lamentable estado;
quizá de su dolor lástima habría.
   Bien confieso que en él entró de grado,
pero nunca juzgó dentro cupiese
un tan agudo mal y porfiado.  30
   Quien de olorosas flores llena viese
una anchurosa vía do el ruido
del cristalino arroyo suspendiese
   y lo demás del campo florecido,
y el canto de las aves se escuchase  35
y el céfiro bullese con sonido,
   y un palacio de lejos se mirase
todo de plata y oro reluciente
que con mil resplandores deslumbrase,
   y mirase ir corriendo tanta gente  40
que por cien grandes puertas no cupiera
a entrar en él apresuradamente
   y que ninguno el paso atrás volviera [...]




ArribaAbajo

Silvas




- I -


ArribaAbajo   De su feliz cabaña
a la vecina corte fuese un día
la sensible Fany, no de su grado;
fuese, y llevó consigo la alegría;
fuese, y dejó a su amado  5
en lloro y penas y desvelos tristes.
¡Oh, qué día pasó! Solo, aburrido,
todo ocupado en su zagala bella,
va, viene y torna su agitada mente
veces mil cabe ella:  10
contigo va, Fany, si al prado sales;
del rico mayoral contigo sube
al suntuoso albergue;
háblante otros zagales,
y él a tu lado está; si te acarician,  15
él tus caricias goza;
¿burlas, Fany?, contigo se alboroza.
Tal vez también el desdichado gime,
duda, teme, recela,
y en míseros cuidados se desvela.  20
«Acaso aquel pastor», clama afligido,
«aquel pastor que un tiempo fue querido...
¡Oh Amor, Amor, la pena que me oprime
benigno alivia...! No, Fany, no quieras
abandonarme, no; si [...]»  25



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