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ArribaAbajoErnesto Noboa Caamaño

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Hace poco, ante un público de amigos, en charla informal acerca de la trinidad de poetas con quienes nos tocó alternar muy cercanamente en la década de 1910, concluimos afirmando que el más completo y el más formado fue Ernesto Noboa Caamaño.

Ahora, refrescada por la lectura de su obra que ha requerido información de estas páginas, repetimos la afirmación.

La apreciación general es la de que fue por esencia el poeta decadente, en un sentido casi fisiológico, enfermizo diríamos con más propiedad, de quien sólo quedó un hálito de tristeza y el desahucio de un quejido agónico.

Sí, ese es su aspecto más impresionante y el de mayores resonancias. Pero ese no fue su único aspecto. Al contrario: su lira desparramó muchos sones. Noboa Caamaño comenzó a escribir por saturación de lecturas que habían dado pábulo a su congénito sentimiento del arte. Lienzos, aguas fuertes, acuarelas simulan varios poemas, en los cuales desborda su emoción de lo bello, sea por una impresión de plasticidad, sea por otra de sobria armonía. Pinturas de arte grande,   —272→   pacientemente elaboradas son su «Retrato antiguo», su magistral goyesca «5 a. m.», su soneto «Lobos de mar», mirados desde Bretaña, y algunos más que, con los citados, copiaremos luego, y de los cuales no podríamos prescindir al intentar la semblanza literaria de este poeta. Se observa en esa labor al artista escrupuloso hasta la angustia y exigente hasta la tortura que, en cosas como «De aquel amor lejano», logra la perfección parnasiana, poema al que gustole agregar un irónico «Envío» de no menor perfección. Con igual afán acuñó un tema clásico para presentarlo en el molde anterior, bajo el título de «Las Danaidas». Y luego romanzas, como la de «Verano», en las que se está en la atmósfera tónica y fortificante de un panteísmo de la mejor esencia.

¿Por qué se han esfumado en la apreciación general de la obra de Noboa esas características que exhiben tanta variedad, tanta maestría, tanto dominio de sus instrumentos de arte, y, sobre todo, tanta salud?

A guisa de respuesta a cuestión que en cierto modo ha desnaturalizado la verdad intrínseca de una obra poética de primera calidad, es menester que recordemos ciertas condiciones que han afectado en todo su conjunto a la obra de Arturo Borja y, en casi todo, a la de Noboa Caamaño.

La obra de Arturo Borja, La Flauta de Ónix, como todos sabemos, no fue revisada por él: vio la luz pública merced al celoso empeño de sus buenos amigos Nicolás Delgado y Carlos Andrade, varios años después de la muerte del poeta. Romanza de las horas de Ernesto Noboa se publicó en 1922, en vida del autor, pero cuando éste confesaba: «Del más mínimo esfuerzo mi voluntad desiste, -y deja libremente que por la vieja herida- del corazón se escape -sin que a mi alma contriste- como un perfume vago, la esencia de mi vida».

La primera edición salió merced a la exigente solicitud de su hermano político, don Cristóbal de Gangotena   —273→   y Jijón, quien arrancó a Noboa sus papeles e hizo que le dictara aquello que aún se hallaba extraviado. Los afectuosos editores de una y otra obras no pudieron menos de respetar el desorden y la incoherencia de las obras recogidas tan azarosamente. Y, como las obtuvieron, las publicaron.

En ambos casos no intervino la revisión de los autores. De ahí que en la lectura desprevenida no se repara en el ligamen espiritual, del que se desprende una filosofía. Es preciso leer a estos poetas una y otra vez, para sentir el lazo entre pieza y pieza y notar la dependencia de un poema a otro, pero en los cuales se escucha el latir jadeante, espasmódico casi, de sus atormentados corazones.

Bajo el cuidado de sus autores y el amparo de una hipotética serenidad, creemos que La flauta de Ónix y Romanza de las horas habrían lucido esa unidad orgánica que hoy es menester desentrañar de sus elementos dispersos. Es cosa difícil, pero que la estimamos necesaria al emprender en la exégesis que requieren los dos poetas, ya que de otro modo se prescindiría de una columna central.

La obra de Noboa presenta las estaciones regulares, correspondientes a la aurora y el medio día, al poniente y la noche.

Las referencias anteriormente expuestas, corresponden a la hora auroral, esplendorosa, llena de luz y calor, que tanto se aparta de la melancolía exclusivista que le atribuye la apreciación general. En vez de la simple referencia acudamos a los poemas que justifican nuestro esclarecimiento. Dicen así:

  —274→  



Retrato Antiguo


Tienes el aire altivo, misterioso y doliente
de aquellas nobles damas que retrató Pantoja:
y los cabellos oscuros, la mirada indolente,
y la boca imprecisa, luciferina y roja.

En tus negras pupilas el misterio se aloja,  5
el ave azul del sueño se fatiga en tu frente,
y en la pálida mano que una rosa deshoja,
resplandece la perla de prodigioso oriente.

Sonrisa que fue ensueño del divino Leonardo,
ojos alucinados, manos de Fornarina,  10
porte de Dogaresa, cuello de María Estuardo,

que parece formado -por venganza divina-
para rodar segado como un tallo de nardo,
como un ramo de lirios, bajo la guillotina.



Correspondiendo a la misma hora, sin título, aparece este otro retrato y los poemas que le siguen:




Poema


Descansa sobre el busto tentador que engalanas
con el jubón ceñido de crujiente surá,
el collar donde esplenden ágatas neronianas,
diamantes de Golconda, perlas de los Valois.

Tus pupilas se pierden en visiones lejanas  5
y alucinadas miran más allá... más allá;
parecen torturadas por nostalgias arcanas,
tal vez ansias de gloria, sueños de amor quizá...

Se esconde en la impoluta redondez de tu seno
-con la aleve eficacia de su letal veneno-  10
el áspid cleopatrino de la sensualidad.

¡Y en el ígneo torrente de tu sangre volcánica
llevas, acaso, el germen de una raza vesánica
de amor, orgullo, muerte, fanatismo y crueldad!

  —275→  


5 a. m.


Gentes madrugadoras que van a misa de alba
y gentes trasnochadas, en ronda pintoresca,
por la calle que alumbra la luz rosada y malva
de la luna que asoma su cara truhanesca.

Desfila entremezclada la piedad con el vicio,  5
pañolones polícromos y mantos en desgarre,
rostros de manicomio, de lupanar y hospicio,
siniestras cataduras de sabbat y aquelarre.

Corre una vieja enjuta que ya pierde la misa,
y junto a una ramera de pintada sonrisa,  10
cruza algún calavera de jarana y tramoya...

Y sueño ante aquel cuadro que estoy en un museo,
y en caracteres de oro, al pie del marco, leo:
Dibujó este «Capricho» don Francisco de Goya.




Lobos de mar


(En Bretaña)




Crepúsculo del puerto. Sobre los malecones
de la dársena, envueltos en un polvo sutil,
entre cuerdas y fardos, mástiles y lanchones,
a la luz indecisa del cielo opaco y gris,

ágiles y robustos los marinos bretones  5
alistan a la nave que se apresta a partir,
entre risas jocundas y gritos y canciones
-esas canciones tristes de este dulce país-.

Sus mujeres ayudan a la ruda faena,
y una de ellas da el pecho, fuente de vida llena,  10
a un bello infante rubio, fresca rosa carnal,
—276→
que, como en una clara visión de su destino,
¡torna sus glaucos ojos de futuro marino
y se queda escuchando la promesa del mar...!




De aquel amor lejano


Ibas sobre la nave como una
sentimental princesa desterrada
que lamentase, triste y olvidada,
la volubilidad de la fortuna.

Con nostalgia de amor en la mirada  5
y palores cromáticos de luna,
pasabas largas horas en alguna
divagación romántica y alada.

Y a la luz del crepúsculo en derrota,
evocabas quizá la primavera  10
de nuestro amor ¡tan dulce y tan remota!

Y tu recuerdo ¡oh pálida viajera!
Se perdió, con la última gaviota
que llegó sollozando a mi ribera...




Las danaides


Hubo aroma de carnes femeniles,
ayes e imprecaciones de tormento,
y un bostezo de luz del firmamento
iluminó un milagro de perfiles.

Golpeó con ruido isócrono el acero  5
de una prora en la riba inconocida,
y escuchó la legión estremecida
el trágico ladrar de Cancerbero.
—277→

Con atributos de Censor supremo,
desde la cima de un abrupto monte,  10
dictaminó el castigo Triptolemo;

mientras sobre el fangal del Aqueronte,
en un esfume gris, al son del remo,
se alejaba la barca de Caronte.




Romanza de verano


A don Cristóbal de Gangotena y Jijón, que «vive de amor de América y de pasión de España».




Mediodía de verano -oro y azul- que pones
tanta nueva alegría, tanta ansiedad secreta,
¡como un florecimiento sobre los corazones!
Bajo la brisa inquieta
el parque rumoroso de nidos y canciones,  5
es como un armonioso corazón de poeta.

Sed de amor en las almas, que humedece los ojos,
la divina locura de divinos excesos,
en los cálices rojos
en los labios traviesos,  10
como tábanos de oro, ¡revolotean los besos!
Por las sendas brillantes,
las mullidas arenas,
las parejas amantes
entretejen con hilos de los dulces instantes  15
el manto de las horas propicias y serenas...
pasan rondas frágiles, ramilletes fragantes
de románticas rubias y ardorosas morenas.
—278→
Sobre el escudo heráldico del azul se diseña
como prócer cimera  20
la arrogante palmera
que enamorada sueña
con el pino del Norte, como cantaba el verso
melodioso de Heine; y el lago terso
como un espejo ustorio, se estremece  25
con las alas de seda
de un cisne majestuoso que padece
su galante nostalgia de los muslos de Leda...

Cielo azul, lago y cisne, ágil frondaje,
decoración de noble señorío  30
que sugiere la magia de un paisaje
del alma inmensa de Rubén Darío.

En la vecina plaza, que sombrean los ramajes
de las finas acacias y los mirtos paganos,
-harapos de color y ojos salvajes  35
cruza la caravana de gitanos.
Y rompe el aire leve y ardoroso
el monótono ritmo con que apremia
el rudo y agrio tamboril al oso
que hace danzar la zíngara bohemia.  40
¡Mujer errante de alma de leyenda,
labios huraños y ojos estelares,
que me supo cantar bajo su tienda
el divino Cantar de los Cantares...!
¡Mujer errante de fatal destino,  45
nómada ambigua que a beber me diste,
mezclada con la sangre de tu vino,
tu pena vieja y tu lujuria triste!
¡Carne morena que me dio su agreste
sabor de dátil y su olor de fiera,  50
y el opio de un sutil sueño celeste
en su boca de roja adormidera!
—279→
¡Hora de germinal, sangre encendida,
surco fecundo, palpitante entraña,
polen sagrado, savia de la vida,  55
siempre perdida bajo el sol de España!

¡Medio día de verano -oro y azul- que escancia
tanta nueva alegría, tanta inquietud secreta,
como sutil fragancia
sobre los corazones!  60
El parque rumoroso de nidos y canciones
tiembla bajo el halago de la brisa discreta
como un profundo y claro corazón de poeta.

Y vibra el día vernáculo; y la lluvia
aurífera del sol todo lo alegra:  65
brilla el metal de la guedeja rubia
junto al acero de la crencha negra.

¡Sed urgente de amor que nada calma
y hace que brote de los labios rojos
la inefable canción que sangra el alma  70
y humedece los ojos...!

Música de oro que en el aire flota,
sinfonía estival que dice: ¡ama!
en la que cada beso es una nota
y el corazón es todo el pentagrama.  75



¿Puede pedirse algo de plenitud más centelleante, de panteísmo más sentido y de optimismo más confiado? En el poema anterior desborda, casi sin quererlo, esa abundante cultura, bien decantada en el intelecto de Noboa, que trae reminiscencias del sur y del septentrión, de Heine y de Rubén Darío, el mito de Leda y la rozagante realidad de la zíngara bohemia,   —280→   concurriendo todo a la «sinfonía estival que dice: ¡ama!». Cuán lejos queda el poeta enfermizo y decadente estratificado en la impresión general.

Mas, pronto siguen la inconformidad y el desencanto. En aquel entonces, la aparición en la lírica del elegíaco Juan Ramón Jiménez, con su voz tenue, nunca antes oída en la declamatoria poesía castellana, parecía interpretar un difunto estado de ánimo. Nuestros poetas no lo imitaron, pero lo admiraron siempre y nunca lo eludieron. La elegía en general adoptó la tonalidad del verso de Jiménez. Nuestro penetrante crítico César Andrade Cordero, observó de Ernesto Noboa algo que también podría aplicarse a Jiménez. Dijo: «su poesía es dolorosa, lo cual ya es la nota distintiva, delimitatoria, que se predica en su ansiedad mental y emocional derivada de su modo inmutable de hacer voluntad poética de toda su voluntad de hombre». Con ese instrumento elegíaco, la inconformidad y el desencanto, propias de la hora del poniente, van cobrando arraigo en tierras de melancolía, como se ve en las expresivas formas de los poemas que siguen:




Nostalgia


Ante la ciudad dormida
bajo la luna sedeña,
mi pobre alma dolorida
olvida
y sueña.  5

Un astro me está llamando
con su trémula mirada,
y el alma está contemplando
extasiada
y sollozando  10
su llamada.
—281→

Y sueña ante los reflejos
del rubio astro vagabundo:
¡partir al fin!... ¡lejos, lejos
de este mundo!  15

Olvidado de amarguras
y terrenales ternuras,
ya no sentir ni pensar,
¡tener dos alas oscuras...
y volar!  20

Ante la ciudad dormida
bajo la luna sedeña,
¡oh, pobre alma dolorida,
sueña, sueña,
olvida, olvida...!  25




Brisa de Otoño



Vamos los dos a olvidarnos;
no sirven nuestros amores, mira,
¡vamos a arrancamos
del corazón nuestras flores!

Juan R. Jiménez                




- I -

El silencio... la luna en el agua
de la fuente... tu voz... y la queja
que mi vida romántica fragua
contemplando el amor que se aleja...

Tu pupila nostálgica y vaga
se ha perdido en la azul lontananza
donde, pálida y triste, se apaga
una estrella... como una esperanza...

¡Recordemos el tiempo lejano!
-nuestra breve y azul primavera-
el antiguo calor de tu mano
¡y el lugar de la cita primera!
—282→

Fue en el viejo jardín; todo olores,
una tarde callada y sombría;
tú cortabas piadosa unas flores
para el ara lustral de María

¿Por qué se arma de espinas la rosa?
... En tu brazo brotaron claveles,
y mi boca probó temblorosa
de esa sangre preciada las mieles...

... Fue un amor de divinos excesos,
ese amor que los males ensalma
con el suave calor de los besos
que florecen de estrellas el alma.

Contemplaron las frondas mis ansias
y la sombra veló tus pudores,
y el azahar te cubrió de fragancias
con el manto nupcial de sus flores.

Y era todo calor y ruido,
y era todo perfume y canción,
¡era todo sendero florido
en el campo de mi corazón!


- II -

¿Por qué tienen los besos espinas?
¿Por qué ocultan ponzoña las flores,
y el veneno las bocas divinas
y la hiel los más dulces amores?

¡Ya tu pecho mi ardor no provoca,
ni me incita tu labio sedeño,
ya no aroma el clavel de tu boca,
ni tus cantos arrullan mi ensueño!
—283→

Nuestros labios se juntan con frío,
nuestros ojos se miran con pena;
se ha tornado tu acento sombrío
y mi voz con tristeza resuena.

Nuestro beso es un beso de olvido...
y este amor con la muerte se aúna
como un rayo de sol diluido
en un triste reflejo de luna...

[...]

Ya en el cielo se borran matices,
ya la luna se va marchitando,
y me miras... y nada me dices...
y te miro... y me alejo llorando...




Emoción de una flauta en la noche


Una flauta solloza en la dormida
soledad de la noche silenciosa,
una flauta perdida,
misteriosa
y doliente,  5
cuya voz aterida
viene como una blanca mariposa,
y se posa
en mi herida
dulcemente...  10

¡Vaga y desgarradora
melodía,
la que la flauta llora
en la noche sombría!

Ave ciega y oscura  15
del Sentimiento
que inspiraste el grito de ternura
que hasta mi corazón llega en el viento,
murmura
tus trémulas escalas  20
—284→
de secreta amargura
y pliega la fatiga de tus alas
sobre mi desventura.

Suene tu ritmo cadencioso y flébil
en la noche serena;  25
mi alma es también como una flauta débil
que gusta del amparo de la noche
para hacer el derroche de su pena...

La flauta melodiosa
sigue tañendo lánguida su queja,  30
y se aleja... se aleja...
en la noche dormida y silenciosa...




Para la angustia de las horas


A mi madre.




Para calmar las horas graves
del calvario del corazón
tengo tus tristes manos suaves
que se posan como dos aves
sobre la cruz de mi aflicción.  5

Para aliviar las horas tristes
de mi callada soledad
me basta... ¡saber que tú existes!
y me acompañas y me asistes
y me infundes serenidad.  10

Cuando el áspid del hastío me roe,
tengo unos libros que son en
las horas cruentas mirra, aloe,
de mi alma débil el sostén:
Heine, Samain, Laforgue, Poe  15
y, sobre todo, ¡mi Verlaine!

Y así mi vida se desliza
-sin objeto ni orientación-
doliente, callada, sumisa,
con una triste resignación,  20
—285→
entre un suspiro, una sonrisa,
alguna ternura imprecisa
y algún verdadero dolor...



Esta poesía en sordina, esta pobreza ostentada, este no sé qué de árido, de nostálgico y de lánguido tiene algo de la plegaria del convaleciente y la apariencia de una humilde oración gratulatoria. Dentro de esa sucesión de sentimientos evanescentes, sólo la afirmación final tiene la eficacia de una realidad categórica: «y algún verdadero dolor», que persiste en la mente resonando, repitiéndose como el eco en las oquedades montañosas.

A la inconformidad y el desencanto sigue el sentimiento de evasión. Las leyes de su espíritu mantienen lógica trayectoria. En Noboa no se encuentra la inconsecuencia, menos la contradicción. Al desencanto debía seguir la fuga, del mismo modo que la inconformidad fue la secuela de su anhelo de perfección. Por lo demás, el ansia de evasión ha sido común a muchos poetas. Superflua sería la enunciación de nombres y poemas que la confirmen. Y francamente no sólo ha sido cosa de poetas sino de todo ser humano con sentido de horizontes de conquistas y de cambios. Nadie expresó ese sentimiento como el poeta de mayor influjo en la inspiración de los poetas de nuestra trinidad, el autor de L'invitation au voyage. Y Baudelaire no sólo expresó ese sentimiento en aquella pieza magistral, sino también en el poema más simple «Le voyage» y en el más complicado «Un voyage a Cythère», aunque de este viaje último sólo se sirviera para expresar las más hondas y trágicas decepciones. Lo contrario de lo que entrevió en su «Invitation», donde: «La tout n'est qu'ordre et beauté, luxe, calme et volupté», en lo que Gide encontraba todos los elementos de equilibrio de un tratado de estética. Noboa tampoco hizo de la evasión una protesta, como se ha querido que fuera ese sentimiento. Cuando lo expresó no fue un angustiado. En ese momento se nos revela suntuoso y visionario, lleno de énfasis en su ademán, como corresponde a la necesidad   —286→   impetuosa de una rica imaginación... Diferente de lo que le representa la efigie consagrada por la apreciación general, aquí tenemos un poeta de penacho, que eleva su voz hasta la amplitud teatral, lleno de apóstrofes oportunos, cargado de una ornamentación que da color y magnificencia a las estrofas. Su evasión más genuina va «tras la joyante estela de Cristóbal Colón». Oigámosle:




La Sombra de las alas


Una amicizia de terra lontana.

D'Annunzio                



Yo sueño que mis alas proyectan en sus vuelos
la débil sombra errante
hoy bajo claro cielo,
mañana en un distante
cielo brumoso y gris;
¡por mi nostalgia eterna, por mis hondos anhelos
de los arcanos mares, y los ignotos suelos
y las lejanas costas el soñado país...!

«Navigare est necesse» dice el arcaico lema
de mi heráldico emblema;
y en un ambiente leve como impalpable tul,
una galera ingrávida sobre las ondas rema,
y una nube ligera cruza sobre el azul...

El mar oculta un símbolo que sus voces en coro
descifran en lenguaje recóndito y sutil:
dar a todos la dádiva del cántico sonoro
y esconder muy al fondo el preciado tesoro,
avaros de su eterna riqueza juvenil.

Yo llevo en los caminos azules de mis venas
la clave del secreto de mi extraño anhelar;
¡por eso he comprendido la voz de las sirenas
y la plegaria errante de las olas del mar!
—287→

Hubo entre mi ascendencia
cierto viejo marino
que me legó estas blancas alas del corazón;
que sufrió mi dolencia
y hacia estas tierras vino
tras la joyante estela de Cristóbal Colón,
¡quizá buscando en vano la fuente de Juvencia,
como aquel noble hidalgo Juan Ponce de León!

¡Oh la emoción del ave
marina; de la nave
que parte, y quien sabe
si volverá algún día de la esperanza en pos!
¡Oh las claras orillas y los muelles flotantes,
donde hay siempre el milagro de unos ojos amantes
y el ala de un pañuelo que tremola su adiós!

Soñar que nos olvidan el Tiempo y el Destino
por gracia de un perpetuo renovarse, y vivir
la inefable leyenda de Simbad el Marino:
errar sin guía ni brújula, vagar sin rumbo cierto,
y en el azar del éxodo llegar hacia algún puerto...
¡para partir de nuevo... partir... siempre partir!

En las tardes tranquilas y las noches serenas,
cuando los astros lloran su trémulo fulgor,
tendido en el sedante tapiz de las arenas
o apoyado en la borda del barco arrullador,
¡abrir el relicario de las antiguas penas,
y ante las trenzas rubias y las crenchas morenas,
dejar que el viento sople las cenizas de amor!

Perderse cual las águilas o como las gaviotas
por el espacio límpido o ante la tempestad,
hacia las altas cumbres y las playas remotas
en un icáreo impulso pleno de majestad,
¡llevando nuevas plumas para las alas rotas,
sin que cese un instante la divina ansiedad!
—288→

Seguir todas las sendas
y hollar todas las rutas,
que mi coturno sepa de toda latitud:
descansar bajo el palio de las nómadas tiendas,
dormir sobre el basalto de las marinas grutas,
¡y que a la brisa norte suceda el viento sud!

[...]

Y al fin... ¡tal vez un día de nostalgia y espera,
en alguna ignorada tierra de promisión,
el Amor, en la prora de su barca velera,
cantando el ritmo eterno de su eterna canción,
del puerto de mi vida retorne a la ribera
y clave el ancla firme dentro mi corazón!



La estrofa final del poema anterior, acaso es una estrofa clave de la orientación futura del poeta. Para Ernesto Noboa el amor no era el fugaz encuentro de la aventura fortuita, sino un sentimiento grave, muy serio, que de pronto puede convertirse en el árbitro del destino. Por lo mismo, Noboa era de aquellos que a la idea del amor asocian la del matrimonio indisoluble, que ha de formar parte integrante de la vida. Y una desventura terrible le vedó que el amor le echase «el ancla firme dentro del corazón». De entonces va configurándose el sentimiento de la vida frustrada. Verlaine, Laforgue... también Semain, le señalan un diapasón a su nuevo canto; y el sentimiento de la vida frustrada pasa a ser el dominante: lo exhibe en la sucesión de sus días; lo describe en su clarovidente examen de conciencia; pero el encontrarse con el hombre frustrado le sirve para lucir el laúd de un gran poeta. Oídle en esta hora:

  —289→  



Anhelo


L'espoir a fui vaincu vers le ciel noir.

Verlaine.                



¡Oh dolor insondable, desolada amargura
de no hallar en la senda ni la flor de un cariño,
y sentirse, al comienzo de la jornada dura,
con cerebro de viejo y corazón de niño!  5

¡Y que nuestra esperanza haya sido vencida
por la implacable hostilidad del cielo!
¡Y el dolor de sentirse cobarde ante la vida,
y la renunciación de todo noble anhelo...!

¡Oh bienaventurados, en verdad, los que ignoran;  10
y si es de reír, ríen, y si es de llorar, lloran
con la simplicidad de su santa ignorancia!

¡Sólo anhelo ser siempre en mis dichas y males,
y vivir la tristeza de los días iguales,
como si el alma hubiera retornado a la infancia!  15




Nocturno


El jardín está inmóvil bajo el beso de plata
de la luna que riela sobre las mustias flores
que escuchan vagos ecos de una tenue sonata
que solloza el recuerdo de unos tristes amores.

No se rizan las aguas de la verde laguna,  5
no se mueven las hojas del mezquino frondaje;
mis ojos están ciegos de claridad de luna
y mi alma es un pedazo de alma del paisaje.
—290→

Las áureas notas ciegas de la sonata triste
producen en mi alma esa divagación  10
que precede al olvido de todo cuanto existe
para escuchar la eterna verdad del corazón.

Y el corazón me dice: «Escucha la elegía
de mi otoño que llora la ausente primavera;
murieron los rosales que en mi jardín había,  15
y sobre mis escombros solloza una quimera».

Y siento la nostalgia de lo que fue. El recuerdo
de pretéritas dichas lejanas y brumosas
y las angustias de hoy en que sólo me pierdo
por esto la senda que hollan cadáveres de rosas.  20

Una cabeza rubia cerca de mí; una mano
delicada y nerviosa temblando entre las mías;
un ramo abandonado sobre el negro piano
guardador de inefables secretas armonías.

El tenue claro-oscuro del salón... Las ternezas  25
de la postrera noche de risas y cantares;
después... adioses, besos, suspiros y promesas,
un barco amarillento perdiéndose en los mares...

Hoy mancho con la sombra de mi melancolía
este blanco sendero que perfumó tu huella:  30
¡cuán lejos de tu vida va pasando la mía
con la desesperanza de no encontrarte en ella!

Por estas mismas sendas nuestras sombras macabras
tal vez mañana crucen noctívagas y errantes;
y entonces sólo el viento oirá nuestras palabras,  35
como en aquel coloquio de las Fiestas Galantes.

El jardín viejo y mustio bajo el beso de plata
de la luna que riela como manto de olvido,
escuchando las notas de esta triste sonata,
por soñar con tu sombra, se ha quedado dormido...  40

  —291→  


Llueve


Tarde glacial de lluvia y de monotonía.
Tú, tras de los cristales del florido balcón,
con la mirada náufraga en la gris lejanía
vas deshojando lentamente el corazón.

Ruedan mustios los pétalos... Tedio, melancolía,  5
desencanto... te dicen trémulos al caer,
y tu incierta mirada, como una ave sombría,
abate el vuelo sobre las ruinas del ayer.

Canta la lluvia armónica. Bajo la tarde mustia
muere tu postrer sueño como una flor de angustia,  10
y, en tanto que, a lo lejos preludia la oración

sagrada del crepúsculo la voz de una campana,
tú rezas la doliente letanía verleniana:
como llueve en las calles, en mi corazón.




Never more



Mírame bien: soy «Lo que pudo ser»;
también me llaman: «Nunca más»,
«Demasiado tarde». «Adiós».

Dante Gabriel Rosseti                



Pudo ser... ¡y no fue! Tú, la elegida
fuiste para ser sol de mi camino,  5
¡pero un oculto, despiadado sino,
sólo un instante te acercó a mi vida!

Pudo ser y no fue. La presentida
por mi eterna inquietud de peregrino
de amor, fuiste en la noche del Destino  10
como una vaga irradiación perdida...

En medio de la sombra y la distancia,
reconoció tu espiritual fragancia
mi corazón, pero tembló cobarde...
—292→

Y sólo un punto -como dos espadas-  15
se cruzaron no más nuestras miradas
para decirse: «Demasiado tarde».



El sentimiento de la frustración va in crescendo. Su romanza ya ha tomado el carácter complejo de la piedad, del amor, del sufrimiento y de la muerte. Con esos materiales ha levantado el quimérico oratorio de sus ensueños. El dolor entonces proclama su conflicto:




Vox clamans


Oigo en la sombra, a veces, una voz que me advierte:
poeta, entre tus ruinas, yérguete vencedor:
deja la flauta débil de tu canción inerte,
y alza el himno a la vida, al orgullo, al vigor.

Acalla tu secreto, sé fuerte con la muerte,  5
y oigo otra voz que clama: fuerte como el amor.
(En mi conciencia íntima no sé cuál es más fuerte,
si el gesto de la vida o el gesto destructor).

De súbito; en tumulto, cual luminosas teas,
en el cerebro atónito se encienden las ideas,  10
mas, cuando de su foco, como de ardiente pira,

va a levantar las notas del vigoroso canto,
como una flauta débil el corazón suspira,
y la canción se trueca por un raudal de llanto.



Todo se le agrava en esas horas: su tiempo que conspira contra él y su mundo exterior. Ya se ha formado en su círculo un clima de abstracción del medio vulgar y mediocre, insensible a las manifestaciones de la emoción estética. Todo un conjunto juvenil participa de igual afán, con tal angustia que ha constituido, para abstraerse, el círculo del alcohol ocasional;   —293→   luego el círculo del alcohol habitual, el círculo de los nepentes, el círculo del hábito clarovidente, del vicio desesperado, del vicio castigado. Isaac J. Barrera, en su Historia de nuestra literatura, advierte: «Los poemas de Noboa son confesiones alarmantes de un hastío que se enfrentaba con morosa delectación a la muerte. Trataba de aturdirse, de embriagarse; muchas veces encanallándose con el nepente, que no le concede el olvido buscado con tanto afán».

Un afecto profundo, una comunidad de aficiones, una similitud de sensibilidades le vincularon fraternalmente con Arturo Borja. La súbita muerte de este hermano agravó todo su complejo espiritual. Dos veces exhibió el dolor de esta mutilación, en horas distantes entre sí, en la última de las cuales se manifestó más pungente su inconformidad:




A Arturo Borja



La golondrina canta. ¡El poeta está muerto!
¡Oh, qué dulzura tiene el viento vespertino!
Parece que una inmensa flor azul ha entreabierto
su cáliz que perfuma lo eterno y lo divino.

Juan Ramón Jiménez                



Para tu corazón que se consume  5
bajo tierra, como una inmensa rosa
hecha de amor, de sueño y de perfume,
trémula, sensitiva y melodiosa

se haga mi llanto luz. Y en esta hora
en que enmudece el labio dolorido,  10
se haga también de música sonora
para herir el silencio del Olvido.

Se unieron nuestras almas cierto día,
al fulgor de un crepúsculo abrileño,
por la santa virtud de la Poesía,  15
en el dolor, la duda y el ensueño.
—294→

Juntos seguimos la agostada senda,
entre sombras y cieno y aspereza,
y juntos aportamos nuestra ofrenda
de amor, ante el altar de la Belleza  20

¡cuántas veces tu mano bienhechora
que corona la angustia de la vida!
¡cuántas veces tu mano bienhechora
supo enjugar la sangre de mi herida!

Y cuántas, al sentir que de veneno  25
me llenaba un dolor que nada ensalma,
purifiqué mi corazón de cieno
en la castalia lírica de tu alma.

¡De qué vale llevar una ansia viva
de fe y amor y ser sincero y fuerte,  30
si la vida es tan sólo una furtiva
lágrima, en las pupilas de la Muerte!

Sólo he quedado en el sendero, hermano;
tú, abandonaste el duro cautiverio
por descorrer el velo de lo arcano,  35
sediento de infinito y de misterio.

Mi corazón, aislado, te reclama
ya que sus hondas penas compartiste,
siempre dando la lumbre de tu llama
y siempre noble y luminoso y triste.  40

Dolor, sueño y canción: tal la extinguida
llama en que ardió tu espíritu sediento,
sufrir, soñar, cantar: tal fue tu vida,
gris de dolor y azul de sentimiento.

Como una hostia, hacia Dios siempre elevaste  45
tu espíritu: la fe dormía en tu pecho;
y al desplegar las alas, exclamaste:
anima mea, fíat lux!... La luz se ha hecho.
—295→

Yo haré de mi alma una orientada perla
de llanto; y en la noche silenciosa  50
iré, doliente y trémulo, a verterla
como tributo póstumo en tu fosa.




Aria del olvido


Mi corazón es como un cementerio
que pueblan las cruces de lo que he perdido...
¡lo que no ha sepultado el Misterio,
va teniendo que hacerlo el Olvido!

Fraternal cariño que hoy se pudre inerte,  5
ternuras lejanas, pasión extinguida;
a los unos, los segó la Muerte,
a los otros... los mató la Vida.

¡La vida que ofrece tenaz y alevosa
la miel en el fresco labio sonriente;  10
la muerte que llega, dulce y cautelosa,
con su paso humilde de reina haraposa
a darnos su beso de paz en la frente!

¡Ya todos sois idos, todos estáis yertos,
rostros bondadosos, labios compasivos;  15
llevadme vosotros, corazones muertos,
que me despedazan corazones vivos!

Mi alma está poblada, como un cementerio,
con las negras cruces de lo que he perdido;
¡lo que no ha sepultado el Misterio  20
va enterrando, piadoso, el Olvido!



Y no obstante... en esa tremenda noche, hay acentos de sabiduría que rechazan el diletantismo letárgico y el amoralismo del pensamiento. Hay también la contrición profunda de una fe menospreciada, no   —296→   por la vanidad de la razón ni por la soberbia del orgullo, sino por el simple pecado empedernido, rutinario que le esclaviza con su puño de dueño. Oigámosle su dilucidación y el clamor de su arrepentimiento:




La Divina Comedia


Le coeur a sa raison que la raison ne comprend pas.


Pascal                



¡Deja sobre tu seno que ruede mi cabeza
como una flor pesada de pena y de pasión:
que amor burla con gracia sutil toda certeza,
y la cabeza siente, pues piensa el corazón!

De este divino engaño cuando la farsa empieza,  5
truecan sabios sus alas Sentimiento y Razón:
¡y el pensamiento, es todo ternura y ligereza
porque el sentir es todo cordura y reflexión!

A tiempo se repite la trama de esta ambigua
y dolorosa farsa, ¡tan nueva y tan antigua!  10
y es siempre igual el fondo y análoga la acción.

Empecemos de nuevo la divina comedia,
hoy que la duda, Amada, mi corazón asedia,
que esta vez... ¡quizá olvide que él lleva la razón!




Ofrenda


¡Toma mi corazón, Jesús Crucificado,
que también ha tenido su Calvario y Thabor;
acércalo a tu pecho divino y lacerado
sobre tu mano, pálida magnolia de dolor!
—297→

Mostrando en carne viva las llagas del Pecado,  5
se abre a tus pies, sangrando como una roja flor;
¡concédele la gracia del perdón anhelado,
puesto que Tú perdonas los pecados de amor!

Perdón para mi culpa, perdón por el olvido
en que hace tiempo, Señor, yo te he tenido,  10
y vuelve a mí tus ojos de bondad, que la Fe,

como Bella Durmiente del Bosque de mi alma,
sólo espera tu acento de dulzura y de calma
que murmure piadoso su ¡Despiértate y Cree!



De ahí en adelante la desesperación le da su tónica. Señalar sus caracteres especiales en esta noche del poeta es problema inextricable. Sólo la propia obra, por la cita y el ejemplo, puede hacerlo. En general, en la selección del fruto de sus estaciones, lo mismo de las aurorales que de las vesperales, más difícil que escoger se nos vuelve el posponer y el prescindir. En la valoración de su obra; en la correspondencia de sus partes; y en la homogeneidad de sus materiales, no hay jerarquías: el orden numeral, en la calidad de excepción, se torna inaplicable. Sin embargo, para cumplir nuestro cometido, nos vemos en la necesidad de dejar de lado varias cosas, de las que no aumentarían mucho a la condición antológica. Dentro de ese criterio, copiemos lo más lóbrego de sus horas tristes:




Plegaria


Un hambre infinita que en saciar me empeño,
una sed que el alma mitigar procura,
¡sin que nada calme mis hambres de ensueño,
sin que nada alivie mi sed de ternura!
—298→

¡Señor poderoso! Tú que eres el dueño  5
de nuestras tristezas y nuestra ventura,
tú que coronaste tu divino sueño
de amor, de esperanza, piedad y dulzura;

tú que en todo velas y que en todo existes,
que todo lo puedes y todo lo sabes,  10
que en el abandono y el mal nos asistes,

alivia la angustia de mis horas graves,
¡hazme el don humilde de unos labios suaves,
unas manos buenas y unos ojos tristes!




Vivo galvanizado


Vivo galvanizado por un recuerdo triste
que acibaró mi enferma juventud desvalida;
de los viejos tesoros que hubo en mí, nada existe;
voy con el alma en sombras y con la fe perdida.

Del más mínimo esfuerzo mi voluntad desiste,  5
y deja libremente que por la vieja herida
del corazón se escape -sin que a mi alma contriste-
como un perfume vago, la esencia de la vida.

¡Lasciate ogni speranza! Hoy sólo el alma enferma
anhela desligarse de esta mísera carne  10
que los males agobian y que el gusano merma,

y pedir al olvido su ropaje de ensueño...
¡tal vez para que pronto torne al mundo y reencarne
en el cuerpo leproso de algún perro sin dueño!

  —299→  


Hastío


Vivir de lo pasado por desprecio al presente,
mirar hacia el futuro con un hondo terror,
sentirse envenenado, sentirse indiferente,
ante el mal de la Vida y ante el bien del Amor.

Ir haciendo caminos sobre un yermo de abrojos  5
mordidos por el áspid de la desilusión,
con la sed en los labios, la fatiga en los ojos
y una espina dorada dentro del corazón.

Y por calmar el peso de esta existencia extraña,
buscar en el olvido consolación final,  10
aturdirse, embriagarse con inaudita saña,

con ardor invencible, con ceguera fatal,
bebiendo las piedades del dorado champaña
y aspirando el veneno de las flores del mal.




Ego sum


Amo todo lo extraño, amo todo lo exótico;
lo equívoco y morboso, lo falso y lo anormal:
tan sólo calmar pueden mis nervios de neurótico
la ampolla de morfina y el frasco de cloral.

Amo las cosas mustias, aquel tinte clorótico  5
de hampones y rameras, pasto del hospital.
En mi cerebro enfermo, sensitivo y caótico,
como araña poeana, teje su red el mal.

No importa que los otros me huyan. El aislamiento
es propicio a que nazca la flor del sentimiento:  10
el nardo del ensueño brota en la soledad.
—300→

No importa que me nieguen los aplausos humanos
si me embriaga la música de los astros lejanos
y el batir de mis alas sobre la realidad.



A los que profesamos una larga filosofía tolerante, hecha de misericordia y de compasión, después de la lectura de los poemas anteriores, nos asalta la estoica frase de Alfred de Vigny: «J'aime la majesté des souffrances humaines».

Todavía una palabra más sobre el artista. Ernesto Noboa consagró un asiduo esfuerzo a la lengua y al estilo. Tentó someter su obra a la lógica de la concepción que tanto admiró en Poe y en Baudelaire. Contra lo que aparece, supo disciplinar su instinto y su fantasía. Supo, por tanto, subordinar su imaginación y su sensibilidad a la observación de un método riguroso, cuyas reglas buscan, sobre todo, condiciones de claridad, de exactitud y precisión que dan a su obra cierto carácter de perfección clásica: su consistencia y su duración. Crespo Toral, en una bella nota aparecida con ocasión de la muerte de Noboa, reconoció: «Su obra muestra profundo estudio de las formas tradicionales para la selección de las más exquisitas: el vino nuevo en las ánforas antiguas».



  —301→  

ArribaAbajo Humberto Fierro

  —[302]→     —303→  

La hora era modernista, esencialmente modernista. Que eso significaron para nosotros simbolismo y parnasianismo, naturalismo y neoclasicismo, ya quedó dicho. Tardíamente entramos en la nueva era; pero al fin, por nuestros tres poetas, nos incorporamos a ella. Era inevitable; pues cada edad tiene su epidemia literaria, su contagio imitativo y mimético y muy pocos han conseguido sustraerse al aire del tiempo y de la moda en auge. Y todo lirismo nuevo -cada época tiene un nuevo lirismo- nace de la saturación literaria de ciertos maestros, lejanos casi siempre, que han impreso el estilo de sus peculiares personalidades. En nuestros poetas la saturación era evidente. Ni para qué repetir nombres-númenes. Pero en nuestros poetas, quizá por factores mesológicos, el sentimiento y el resentimiento, la sensibilidad y la pasión fueron de tal modo personalísimos y propios, que habiendo brotado todo de vertientes comunes y de las mismas influencias, se discrimina netamente lo de Noboa, lo de Borja y lo de Fierro. No obstante aquejarles males equivalentes, no se parecieron en la manera de expresarlos ni de sufrirlos.

Y el más personal fue Fierro. Nacido en la opulencia, un día se le fugó la riqueza ingrata, quedando,   —304→   prácticamente, reducido a la indigencia disimulada de un modestísimo empleo de la administración pública. Empero, fue una naturaleza madura para la adversidad. De lo más subjetivo de su obra es un poema «Dilucidaciones»; y éste no constituye sino una meditación noble y serena, una queja sin desaliento, sin blasfemia alguna, como no suelen ser las quejas. Sus raros retornos a las contingencias materiales, no revisten los caracteres de incidentes importantes. Fierro se entregó a una existencia resignada, circunscrita en un noble ideal; una existencia en la que no hay lugar sino para las preocupaciones y el cuidado de las especulaciones estéticas. Una existencia en antagonismo completo con las realidades. Isaac Barrera, colocándolo frente a las triviales necesidades de la vida de relación, le comparó con el albatros baudeleriano, desconcertado e inútil, al que «ses ailes de géant l'empêchent de marcher».

Por eso, al recordarlo en la perspectiva del tiempo que elimina detalles secundarios y da relieve a las grandes líneas que definen las fisonomías, Fierro resulta ser de los poetas de excepción, a quien se ama por su altiva vida enclaustrada, que no admite pactos ni compromisos; se le respeta por su estoicismo viril y por su lealtad de artista; y se le admira porque supo dar a sus poemas cierto estremecimiento de sedas y de hojas, algo aún no expresado claramente en el mundo de las sensaciones. Iniciemos el muestrario con sus poemas humildes:




Mañana de noviembre


Mañana de noviembre, desteñida
   como los lienzos viejos,
con su cielo lluvioso, sus campanas
   de toque plañidero
lo mismo que otros años, buena para  5
   llorar nuestros recuerdos...
¡Mañana de Noviembre, desteñida
   como los lienzos viejos!...

  —305→  


Tristeza


Los átomos de oro que arrastra el torbellino
no te dieron la angustia sedienta del camino.

Ahora, ¡no los sauces de ramas abatidas,
sino todas las cosas soñadas y perdidas!...




Navegando


Son las tardes de zafiro
que idealiza el plenilunio,
¡hermosas tardes de junio
de hálito como un suspiro!

Tan azules que en las sumas  5
claridades de los cielos,
son los montes terciopelos
suspendidos en las brumas.

Y el Poniente, todo brillo,
se desangra en amapolas,  10
propicio a las barcarolas
como un otoño amarillo...

Pensativo en mis ayeres
muchas veces, como antes,
he buscado esos instantes  15
en la barca de Citeres.

Mas de esa época florida
sólo quedó la tristeza
que deshoja la Belleza
en la copa de mi vida.  20

  —306→  


Pensieroso


Hay flores que resaltan en la grama
de los templos caídos, tristemente
como surge en el fondo de la mente
un recuerdo que nunca se embalsama...

Una amapola roja que recama  5
las olas del trigal, navega ardiente
a plena luz: alma de adolescente
que los días marchitan con su llama.

La liana que muestra cariñosa
su abrazo pasionario, de la fosa  10
me brinda evocaciones: ¡de mi vida!...

Y emblemática y triste en mil regiones
vi una flor que del hálito impelida
fuga en el viento como las canciones...



No creemos que Fierro hubiese frecuentado la poesía hermética de Mallarmé. Probablemente lo conoció, sobre todo por citas, referencias y comentarios del gran Arturo, sin ir más allá. Y he aquí que con eso sólo le vemos practicando el precepto dogmático del príncipe simbolista, al «ceder la iniciativa a las palabras», que el historiador y delicioso comentarista Albert Thibaudet, compara con la araña que al echar de su substancia un hilo entre dos puntos sólidos y próximos, ha fundado un puente de imágenes entre bellas rimas, del que cuelgan estalactitas de poesía milagrosa.

En la mística del amor puro la iniciativa se deja a Dios. En la iniciativa cedida a las palabras, el principio es un leve esquema, un tono emotivo, un vacío receptivo, una disponibilidad, un principio de ese amor puro. Oíd estas cosas inocentes -inocentes de simbolismo- de Fierro:

  —307→  



Las copas del estío


Las copas del Estío no ofrecen una esencia
que calme como tú la sed de la delicia,
como un olor de rosas me encanta la caricia
de tus queridos ojos de oscuridad de ausencia...

La alegría que sientes es la alegría mía,  5
y las tristezas mías en ti son tan frecuentes,
que el estribillo eterno de mi melancolía
es ver que estando juntos estamos siempre ausentes...

Y pensar que jamás recordarás mi vida,
¡que de una saudade sin nombre estás llenando!...  10
¡Pensar que te encontré por pasear mi herida
en una tarde triste que se iba deshojando!...




Sueño de arte


Blanca estela dejaba el cisne blanco
en las mágicas aguas azuladas,
y en gallardas y suaves balanceadas
me mostraba la seda de su flanco.

Desde el césped frondoso de mi banco,  5
a la Milo de mármol enlazadas,
trepaban las volubles lanceoladas
a ocultar el divino brazo manco.

Armoniosa la tarde descendía
parpadeando su luz con agonía.  10
Ya la estrella de Venus fulguraba.

Y mirando unas flores abstraído
de repente salté muy sorprendido:
impaciente Pegaso ya piafaba.

  —308→  


Tu cabellera


Tu cabellera tiene más años que mi pena,
¡pero sus ondas negras aún no han hecho espuma...!
Y tu mirada es buena para quitar la bruma
y tu palabra es música que el corazón serena.

Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena  5
como un libro de versos de una elegancia suma;
la magia de tu nombre como una flor perfuma
y tu brazo es un brazo de lira o de sirena.

Tienes una apacible blancura de camelia,
ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia  10
la princesa romántica en el poema inglés;

¡y un corazón del oro... de la melancolía!
La mano del bohemio permite, amiga mía,
que arroje algunas flores humildes a tus pies.



La esencia y la delicia y la caricia y la ausencia, como la pena y la espuma y la serena bruma, se nos antojan los puntos fijos en el hilo de araña, que también puede ser el de Ariadna, que nos conducen a la tesitura delicadísima de esos poemas raros y quizá a los misterios que intentan insinuar. Hasta cierta oscuridad que los envuelve, les confiere la condición enigmática, cara al poeta del Après-midi d'un faune. Lo deplorable -helás!- son las conclusiones. Las flores que arroja a los pies de la Musa amada, verbigracia, resultan inoportunas para quien tenía una cabellera con más años que su pena y cuyas ondas negras ya reclamaban la espuma. Consolémonos recordando que es fácil encontrar una declinación repentina en preclaros maestros de la música. A Tchaikovski se le señala más de una, y alguna... hasta a Beethoven.

  —309→  

De todos modos, se ve que el propósito de realizar arte puro, puso Fierro por encima de todo. Nos lo imaginamos tendido acaso en una ribera deliciosa, de cara al cielo, pastando nubes y alternando esa contemplación con la cacería de rimas, de epítetos melodiosos, de figuras no invocadas antes por la poesía, digámosla, vulgar. En su obra casi todo es artificio; pero un artificio que le servía para salirse de sí y distraerse de tormentos que laboraban bajo las superficies. Veamos algunos de sus interesantes antifaces:




Fantasía en tono menor


La tarde estival se inicia
en la celeste sonata
con sus oros y delicia
de plata.

Juega la flauta del ave  5
y hace una noche importuna
o una lánguida y suave
de luna.

En las dulzainas armónicas
van repitiendo las brisas  10
ecos vagos y sinfónicas
sonrisas.

A la lira del poniente
van mil quejas en tropel
a formar rima muriente,  15
cruel.

Las palomas angustiadas
por los ayes del ocaso,
buscan la selva en bandadas
de raso...  20

  —310→  


Oyendo a Cecilia Chaminade


¡Cuánto embarga nuestras vidas
la «kittara» de un Omeya!...
Suenan fuentes escondidas
canta pálida Sobeya...
Hay arábigos primores  5
de diamantes y zequíes...
Carnavales y dolores
la Kermesse en que sonríes...
Ya verás unir las manos
a una cándida oración  10
o hallarás bailes silvanos
al poder de la ilusión.
¡Y tu pecho se deshaz
al sentir que es el amor
la palmera de la paz  15
en la arena del dolor!...
También con ella gustamos
las armonías de Bach,
y en provincias añoramos
como Georges Rodenbach...  20
Vuelven almas consoladas
o suspiran por ahí
las damas desencantadas
de la obra de Lotí...
Cisnes interrogativos...  25
ojos negros como ausencias...
Largos ibis pensativos
en castalias transparencias...
o en Colonia, París, Lido...
Brujas, muerta de ilusión...  30
¿De qué File habrá traído
perfumado el corazón?...
¡Hoy la música florida
de Cecilia Chaminade,
me curaba de una herida  35
en un huerto de Bagdad!...

  —311→  


Los alquimistas


En un siglo apartado se quería
trocar en oro puro los metales
así como el poeta que sus males
transmuta en oro de melancolía...
Averroes guardó la luz de un día  5
enterrada con ánimos iguales,
y hubo los alquimistas orientales
y magos de más gusto y fantasía.

Así, amigos, si el mundo nos da pena
podemos justamente sonreírnos  10
de una cábala tal que nos asombra.

La vida sólo es una cadena
de experiencias triviales, hasta hundirnos
en el laboratorio de la sombra...




Serenata de pierrot7


Una romanza de oro te prometía
como con un divino violín de Hungría
y sin tristeza
ser el Anacreonte de tu belleza.
Pero los tiempos cambian, la golondrina  5
emigra a otras playas,
diosa ambarina;
el arte martiriza los corazones,
se vuelven tristecías las ilusiones;
—312→

apenas insinúan una sonrisa  10
los labios misteriosos de Monna Lisa,
y quedan en la noche de los pesares,
los pesares que alivias con tus azahares...

Hoy que la sangre hierve con el falerno
y llegan los Heraldos con el invierno,  15
¡Diosa ambarina
de mis amores,
son mis recuerdos una sordina
morosa y triste de ruiseñores!...



En realidad no todo es artificio, como lo dijimos antes, con cierta reserva aproximativa. Su artificio es una impresión de conjunto, provocada por sus frecuentes ringorrangos, que van muy bien con su turba mitológica. Pero suele despojarse de barroquismos y hablar sobriamente, simplemente dejando que el caudal cristalino corra entre breñas hasta el mar que lo absorbe. Y en este modo ha dicho cosas muy bellas. Ya mentamos sus «Dilucidaciones»; copiémoslas ahora, con otras cosas así, desnudas de abalorios:




Dilucidaciones


Quizás la bondad única que recibí del Orbe
es la de ver muy claro mi propia pequeñez.
El ocaso de mi alma ni una mirada absorbe,
ni una mejilla fresca baña de palidez.

Desvaneciose el ansia de la sabiduría  5
desde que me visitan la Noche y el Dolor.
Yo no creo que un sabio pueda con su alegría
borrar la certidumbre de un simple trovador.

Y todo lo que ahora conozco de la vida
es que me encuentro triste de ser y de pensar...  10
Mi Musa es una sombra que guía mi partida
con la fatal ceguera de una ola de la mar.
—313→

¿Qué escrutas, alma mía en esta eterna esfera
si fuera de ti misma no tienes qué perder?
¿Por qué tornas los ojos, insólita viajera,  15
si el llanto que tenías ya no te ha de volver?

Mis viejas ambiciones durmieron incoloras,
mis sencillos afectos y mis odios también;
y lejos de la playa de creencias sonoras
no sé mentir consuelos, ni quiero que me den.  20

Queda entre los recuerdos mi juventud amada
que no ha de acompañarme con la desilusión,
no quiero buscar glorias ni quiero buscar nada,
¡porque en cualquiera senda me pesa el corazón!

Me han familiarizado los días de fastidio  25
con la idea rosada de tener que morir...
Yo no tengo Pegasos... ¡Voy cansado al Exilio!
¡Y no cantaré nunca la dicha de vivir!




Fantasía desobligante


El paredón ruinoso
que encierra el monasterio,
ostenta un angustioso
blancor de cementerio,
delante de la alcoba,  5
que yo habité algún tiempo;
allí tuve en la trova
un tétrico entretiempo,
y hasta el albor primero,
en alta noche, a dúos  10
oía el agorero
chillido de los búhos.

El espejo soñaba
su antigua pesadilla:
la luna derramaba  15
su tristeza amarilla
—314→
en la calleja pálida;
y arrastrando su hastío
mi alma iba hasta la cálida
canción que, en lo sombrío  20
del parque, clareaba
la fontana amarilla...
El espejo soñaba
su antigua pesadilla.

La campana lenta  25
de la Iglesia vetusta
golpeaba soñolienta
con agria voz robusta
el penoso silencio,
y tiemblan las oscuras  30
ventanas que presencio
trocarse en sepulturas,
donde la luna orea
geranios de flor mustia...
La campana golpea  35
con monótona angustia.

El reloj de mi estancia
martillaba en la sombra
con áspera constancia.
Yo corrí por la alfombra,  40
levantándolo en brazos,
y lo estrellé sonoro,
y al saltar en pedazos
del viejo marco de oro
la pesadilla blanca,  45
dejó una oscura fosa
que difundió una franca
respiración terrosa.




Romance de nostalgia


De vuelta a la tierra virgen
en una de esas mañanas
en que suspiran apenas
las adormecidas auras:
—315→
tiempo tibio y vaporoso  5
que hace esfumar las montañas
con lejanías de ensueño
y algún dolor de campanas...
Cuando el vuelo del recuerdo
tiene alas de nostalgia  10
y el ánimo se recrea
en los pájaros que cantan
en una como sordina
de tristezas resignadas;
obediente como un niño  15
que el facultativo engaña,
he paseado en las sendas
antiguas, entre las granjas
separadas por barreras
de clemátidas. Las aguas  20
alegres de los molinos
donde el sol miente esmeraldas;
las construcciones ocultas
en frondosidades vagas;
el murmullo de los campos;  25
la fatiga de las garzas;
el canto de algún pastor,
los mil detalles del aria
con que la Naturaleza
sonríe en una mañana,  30
desvanecían mi espíritu
como una triste cantata.
Y entre los sauces llorones
y las espesuras glaucas
yo paseaba transido  35
como en un valle del alma,
por respirar el perfume
de una florida esperanza.



Pero el artista Fierro gusta de experimentar temas y estilos diversos. Como para él el mundo exterior sí existe, intenta reflejarlo en toda su cambiante variedad. De los poetas que nos ocupan fue el menos intimista,   —316→   y subjetivo, sin que dejara de serlo, siquiera por discretas alusiones a sus discretas heridas. Así, después de sencillas baladas como las anteriores, ensaya complicaciones que hacen pensar en un Góngora moderno, despojado de las célebres trasposiciones y síncopas del inigualado polifonista. Más de una vez usa hasta la socorrida diéresis del cordobés para acentuar lo melifluo de un término o limar la dureza prosódica de una palabra. La observación nos la dictan los versos que siguen:




De sobremesa8


Desdeñáis la moral y el alma pública...

Todos sabéis, amigos y poetas,
Platón nos desterró de su República
con guirnaldas de rosas y violetas.

A la sombra de un arco se le viera  5
platicando en amor y poesía,
y en los banquetes del divino era
la mejor vianda su filosofía.

Somos hijos del tiempo, para el gusto
de las filosofías y las cosas;  10
pero siempre veremos en su busto
la guirnalda recíproca de rosas.




A Clori


Para que sepas, Clori, los dolores
que tus ojos divinos me han causado,
dejo escrito en el álamo agobiado
del valle de las fuentes y las flores.
—317→

Ni en las églogas tienen los pastores  5
una amada que más hayan soñado,
ni Paolo a Francesca ha contemplado
bajo lunas más nítidas de amores.

Y así fuera en tu espíritu querido
la Pluvia que Dánae recibiere,  10
o muriendo como Atys en olvido.

O triste como Sísifo estuviere,
te diré con mis versos al oído
el Amor es un Dios que nunca muere.



Fierro, sin dejar de ser un poeta de «dolor pensativo», fue el más versátil de la trinidad. Se vivía los tiempos en que se abominaba del público «municipal y espeso» de las fiestas patrias y de las conmemoraciones oficiales y, muy especialmente, de los poetas de tales circunstancias. Y sin embargo, corriéndose los riesgos de la posible crítica que imponía la moda en auge, lo vemos pulsando la lira pindárica, que acaso llegara a su emoción a través de la épica de Olmedo. Quizá su temperamento no daba mucho para mantener el tono engolado de la oda; pero el tema cívico lo manejaba con originalidad. Escuchémosle en estos inesperados sones:




Brisa heroica


Bajando por las gradas de los Andes
entre rocas de Cíclopes mineros,
recordaba el honor de los guerreros
que llenaron la historia de hechos grandes
al desnudar los ínclitos aceros.  5

No tuvieron las águilas alpinas
paseo más triunfal sobre las ruinas
—318→
y las tumbas levíticas de Europa
que los corceles de la invicta tropa
que luchó en las Repúblicas latinas.  10

Sagradas son las cumbres y los valles
donde se enrojecieron los detalles
que la Fama magnífica prolonga,
buenos para Rolando en Roncesvalles
y dignos de Pelayo en Covadonga.  15

Oigamos las guerreras armonías
que dicen al pasar de aquellos días,
mientras huyen barridas al momento
la negra Tradición, las Tiranías,
graznando como cuervos en el viento...  20




Cabalgata bélica


Entre las arduas sierras andinas
marchas forzadas, marchas cerúleas
¿quién no ha visto al amor de la Historia
a Bolívar guiando sus Héroes?

¡Sudor y hierro, fríos crepúsculos!  5
El sol occiduo besa a los débiles,
los remisos, y pone en las cumbres
una tierna mentira de oro...

Y en los remansos del rumor bélico
se ablanda el ceño del Héroe Epónimo  10
victorioso, aclamado por vírgenes
coronadas de encina y de hiedra.

Tal le admiramos, y en las borrascas
todos sus triunfos de las Repúblicas,
como cuando volaba a Angostura  15
a dar cuenta gentil al Congreso.
—319→

Diga su nombre la Musa cívica
nunca son vanos nuestros torneos,
saludando a la América hermosa
que abrevó su caballo divino.  20

¡Ah, que no fuera su sueño espléndido,
ah, que no fuera su espada heráclida
y el destino de la Gran Colombia
se perdiera en la noche radiosa!

Los padres-ríos en triunfo síguenle,  25
el Tequendama lanza un son hímnico,
y en las astas del toro de Europa
se pasea una fúlgida estrella...

Como él un día honró en Bárbula
el corazón de Girardot,  30
en la urna preciosa; los pueblos
guardarán su recuerdo y su gloria.

Amada España: si voló el Cóndor
de la melena de tu cantábrico,
podéis verle en el puro infinito  35
sobre el mayo sin fin de los Héroes!



Sus inéditos y su pequeña colección póstuma, Velada Palatina, especialmente, nos vienen a revelar al pintor de cuadros, algunos de intención parnasiana, por los cuales se echa de ver que el hacer arte constituyó la suprema aspiración del poeta. No fue el elegíaco a quien moviera el axioma de «cantando la pena, la pena se olvida». Un rubor viril mantuvo en la penumbra sus dolores; se los siente en el trasfondo, pero nunca se los ve en el círculo que dibuja en el escenario el cono luminoso. En tal círculo puso cuadros con relieve, de colores violentos, las cimas claras y las grietas oscuras:

  —320→  



Tierra alta9


      Tarde.
El paisaje de selvas y peñones
cruza un vuelo de cóndores nevados,
que hacia los horizontes incendiados
se funde en tenebrosos nubarrones.  5

Y el cerro colosal que en los pedrones
afianza sus témpanos rajados,
vierte un río de gritos desolados
en el vórtice de hondas atracciones.

De repente, un picacho desprendido  10
baja a los arenales, rumoroso
como un tropel inmenso de corceles.

Muere el día. Un venado sorprendido
abandona el barranco pedregoso...
y el agudo ladrar de los lebreles.  15

      Crepúsculo.

Han callado los mirlos. La infinita
melancolía de la tarde quieta
se entra en el alma, como en la ancha grieta
el agua que la peña precipita.  20

Hace frío, y en torno a la casita
casi nublada de la loma escueta,
cada alondra parece una saeta,
y el rosado del cielo se marchita.

El viento arrecia. Los caballos hinchan  25
sus narices y soplan y relinchan
hacia el bajío de la tierra maga...
—321→

... Y la luz tiene algo de piadosa:
parece una mirada cariñosa,
una mirada que al morirse embriaga...  30




Siringa10


Turbó tu risa de cristal sonoro
al mirlo que habló perlas al jardín,
y el Céfiro sahumaba de jazmín
alborotando tu cabello moro.

Bajo la nervazón del sicomoro  5
el Grifo festoneado de Verdín,
prorrumpió en un alegro de violín
al inundar tu ánfora de oro...

Pan chispeaba sus ojos, en acecho
del nacarado ritmo de tu pecho...  10
Y al ocultarse de él como de un tigre

en el margen del río, a poco trecho,
¡te trocaste en la caña de que ha hecho
su flauta azul a que la tarde emigre!



Como corolario de la obra de Humberto Fierro, nos permitimos copiar el breve poema que sigue, junto al cual huelgan los comentarios sobre su personalidad. Debió llamarse «Auto-retrato», pero su buen gusto prefirió que le hiciera la observación cualquier insospechado comentarista de la posteridad. El título que lleva denuncia que para esas estrofas no encontró titulo.

  —322→  



El placer


Yo también he querido vivir de tenuidades,
gozar del placer fino de Federico Amiel;
amar las pobres vidas y amar las soledades
adonde las abejas nos brindan con su miel...

Yo también he querido vivir en un minuto  5
todo el romanticismo que ha iluminado el sol,
llegar a la Belleza del límite absoluto
como a los pies del ave, del ave del Oriol.

Guardar mis emociones en diminutos pomos,
tener entre los hombros mi alquimia espiritual...  10
que escriban otros largo, y escriban grandes tomos
yo escribo estas palabras: AMOR E IDEAL.



La contemporaneidad, la estrecha amistad y la acción innovadora en la literatura patria, juntó a estos tres poetas con lazo indesatable. Sus desgracias y la precocidad de sus vidas y de sus muertes, los juntó en la reminiscencia sintética de sus compatriotas. No fueron propiamente unos revolucionarios, pero en su medio fueron los heraldos más autorizados y conscientes de la revolución lírica promovida por Rubén Darío. Y si los tres, como ya lo hemos dicho, son diferentes, sobre los tres planea la genial sombra del Maestro.

Bajo la liberalidad y variedad de sus cánones, cada uno pudo formar una divisa que, siendo signo de su estirpe espiritual, recortara sus caracteres distintivos. Así de Noboa diríamos que en el recuerdo se consagró como el poeta amigo de las almas dolientes y heridas, a las que sacude una indecible angustia. Diríamos también   —323→   que, en tanto artista, supo encontrar la correspondencia exacta, la equivalencia perfecta entre la forma y el pensamiento; lo que significa arte supremo. De Fierro anotaríamos especialmente que fue por excelencia el pintor de decoraciones y escultor de actitudes hieráticas y artífice de versos melódicos unos, y otros sonoros y metálicos que respondían a una aspiración renacentista. Y de Borja, como último en nacer y primero en morir, diríamos que ávidamente apuró las linfas de la elegía pura y los consejos del tetrarca parnasiano para precipitarse luego en los abismos, del baudelerianismo simbolista.

Los tres marcaron en las letras ecuatorianas la línea de separación entre el academismo de los poetas conservadores y tradicionalistas y los poetas verso-libristas y vanguardistas, habiendo logrado tal influjo en las generaciones que les han sucedido, que a partir de ellos el vanguardismo se volvió crónico en la literatura nacional.

Fuertes personalidades, su huella ha sido honda y ya puede decirse que durable.

Julio de 1958.



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ArribaAbajoApéndice


ArribaAbajoEl proceso literario de Ernesto Noboa Caamaño

Por Eduardo Samaniego y Álvarez


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En el estudio precedente se ha eludido citar uno de los más admirables sonetos de Ernesto Noboa Caamaño: «Emoción vesperal», el lánguido poema de evasión, que unificó a tal grado la personalidad del aeda con el alma popular que, primero Quito y, más tarde, todo el Ecuador, difundieron su fama y su recuerdo a través de la musicalización de su cadencia lírica.

Correspondió a «Emoción vesperal» constituirse en el centro de un ruidoso «proceso» literario, que vaya para voluminoso, y otro que tal, el de la acusación y defensa, pues que ese es el destino de los predestinados, que ciertos hechos imprevistos y sorpresivos o la intervención de quienes con ellos o su genio convivieron en la realidad de la vida o en supervivencia espiritual, muchas veces pueden restar el impulso para su salto hacia la inmortalidad.

«El caso» lo denunció Francisco Divelle en 1955 y lo revivió, entretenidamente, Rosa Ariciniega, en 1957. La denuncia provocó en nuestra Patria apasionada polémica. Como los acontecimientos pertenecen a época contemporánea, he creído oportuno analizar el «proceso» en sus principales facetas. A base del manuscrito, la cronología, el testimonio, el contenido internó y el valor literario, juzgo que he conseguido formar al respecto un juicio, muy personal, pero que lo aprecio desapasionado y certero11.

En primer lugar, regocijemos el alma con la rememoración de la invalorable joya, en su versión original y auténtica.

  —[328]→     —329→  



ArribaAbajo Emoción vesperal

A Manuel Arteta, como a un hermano.




    Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día;

   emprender una larga travesía  5
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía.

   Aunque uno sepa que hasta los remotos
confines de los piélagos ignotos  10
le seguirá el cortejo de sus penas,

   Y, que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo,
le tentarán las últimas sirenas.





  —330→  

ArribaAbajoLa acusación

El argentino Francisco Divelle denunció en La Prensa de Buenos Aires, en mayo de 1955, que al leer en Romanza de las horas de Ernesto Noboa Caamaño el poema «Emoción vesperal», le pareció recordar que había conocido este soneto publicado años atrás con el título de «Spleen», exacto, literal, íntegro en el libro de un compatriota suyo Emilio Berisso, A la vera de mi senda; y que comprobó que este escritor publicó su obra en enero de 1915, en tanto que la completa de Noboa se editó en 1922, según referencia de Luis Alberto Sánchez en la Nueva historia de la literatura americana (6).

Divelle conoció, pues, la obra de Noboa en la segunda edición de 1945 (Revista de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y separata con prólogo de Pedro Jorge Vera) (12) por cuanto cita la de 1922 sólo a través de datos de segunda mano.

«La simple confrontación apresurada de estas dos fechas, dice Abel Romeo Castillo, la de 1915 y la de   —331→   1922, le da la -que él cree- suficiente evidencia para denunciar el plagio literario, naturalmente del poeta ecuatoriano»(12-21); supuesto plagio que Divelle califica de «cleptopoesía pura», adoptando un «neologismo híbrido de dudoso gusto literario», al decir de J. A. Falconí Villagómez (17-21).

Pocos años después, la escritora peruana antes citada, Rosa Arciniega, publicó en Caracas el artículo periodístico «Los fraudes literarios», fechado el 8 de octubre de 1957, que lo reprodujo El telégrafo de Guayaquil el 15 y la revista La calle de Quito en el número 35 de 16 de noviembre (6), suprimiendo las tres líneas de alerta y asombro que había añadido V. H. E., remitente del recorte al diario guayaquileño (12-21). Al revivir el affaire Rosa Arciniega, anota las coincidencias del contenido ultraterreno de las dos versiones, que lo captaron tanto Guillemo Stack, prologuista de Berisso, como Pedro Jorge Vera, de Noboa; y cree ver una nota ridícula y jocosa en el entredicho (6).



  —332→  

ArribaAbajo El denunciante

Francisco Divelle (Divella, como escribe la Arciniega; o Dibela, como lo hace Alejandro Carrión) es totalmente desconocido en el campo literario. Castillo comenta que jamás conoció una sola línea de producción suya, ni mención alguna de su nombre en artículos periodísticos, en historias literarias o en antologías de su país; y que en la época en que apareció el artículo en la sección literaria de La Prensa de Buenos Aires, ese diario se hallaba intervenido, en manos de sindicatos gubernamentales, que lo convirtieron «en un periódico cualquiera, carente del prestigio anterior» (12).

Además, es muy poco respetable la personalidad de Divelle, quien, por ejemplo, «revela una ignorancia supina cuando se refiere a poetas modernistas de América» al opinar que Lugones imitaba a Herrera Reissig... entre otros tamaños dislates... (21).