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ArribaAbajoEl conde de Villamediana

Cuatro romances: I, 228, á-o; II, 212, á-a; III, 235, ó-e y IV, 240, é-o. Total, 880 versos.

Terminado en París en la segunda mitad de 1833, cuenta la misteriosa muerte de don Juan de Tasis, conde de Villamediana, poeta e ingenio cortesano de accidentada carrera política. Su fortuna varia le vio perseguido por Felipe III y en favor del IV hasta ser alcanzado por una muerte repentina y violenta. Ni los contemporáneos ni los historiadores están de acuerdo en las causas aunque coinciden en que el difunto no supo ocultar su pasión por la reina21 y que fue tan detestado como temido por su maledicencia.

Aquí es el conde un galán caballero, justador y poeta aunque predestinado por la imposibilidad de sus amores. Triunfos y muerte suceden en un mismo día, el del cumpleaños del rey, cuando la villa arde en fiestas. Por la mañana, toros, donde se luce don Juan; máscaras y cañas por la tarde. Jefe de una cuadrilla es Villamediana, y su indiscreta divisa, la causa de su desgracia.

En el sarao, lleno de color y vida, el poeta junta a los ingenios del tiempo: Lope, Quevedo, Góngora, Paravicino, el mismo Villamediana, Melo y Velázquez, y deja sin nombrar a potentados y cortesanos, gente del momento, condenada al olvido.

Rivas atribuye a Felipe IV el fin del conde y lo enriquece con detalles tan teatrales como la conversación entre la sorprendida esposa y el rey, o el episodio del ballestero oculto. Éste es uno de los romances donde moraliza más, pues le dan ocasión a ello la despreocupación de una España al borde de la catástrofe, y la confiada soberbia de Villamediana.




Romance Primero

Los toros

   Está en la Plaza Mayor
todo Madrid celebrando
con un festejo los días
de su rey Felipe Cuarto.
   Éste ocupa, con la reina  5
y los jefes de palacio,
el regio balcón vestido
de tapices y brocados.
   En los otros, que hermosean
reposteros y damascos,  10
los grandes, con sus señoras
y los nobles cortesanos,
   ostentan soberbias galas,
terciopelos y penachos.
Las damas y caballeros  15
llenan los segundos altos,
   y de fiesta gran gentío
los barandales y andamios,
jardín do a impulso del viento
ondean colores varios.  20
   Ante la Panadería,
del balcón del rey debajo,
y de espalda a la barrera,
en la arena del estadio,
   la guardia tudesca en ala,  25
parece un muro de paño
rojo y jalde, con cornisa
hecha de rostros humanos,
   sobre la cual vuelan plumas
en lugar de jaramagos,  30
y brillan las alabardas
heridas del sol de mayo;
   los alguaciles de Corte
con sus varas en la mano,
a la jineta en rocines,  35
están en fila a los lados.
   El rey, la reina, los grandes,
las damas, los cortesanos,
los tudescos y alguaciles,
el inmenso pueblo y cuantos  40
   en la plaza están, los ojos
tornan de Toledo al arco,
por cuya barrera asoma
un caballero a caballo.

*  *  *

   Vese en medio de la arena,  45
furia y humo respirando,
los ojos como dos brasas,
los cuernos ensangrentados,
   con la pezuña esparciendo
ardiente polvo, el más bravo  50
retinto, a quien dio Jarama
hierba encantada en sus campos.
    Aún no estrenó la almohadilla
de su cuello erguido y alto
hierro alguno ni ha embestido  55
una sola vez en vano.
   Entre capas desgarradas
y moribundos caballos
se ostenta como el guerrero
que se corona de lauro,  60
   entre rendidos pendones,
sobre muros derribados;
del genio del exterminio
parece emblema y retrato.

*  *  *

   En un tordillo fogoso,  65
de africana yegua parto,
que de alba espuma salpica
el pretal, el pecho y brazos;
   que, desdeñoso, la tierra
hiere a compás con los cascos;  70
que una purpúrea gualdrapa
con primorosos recamos,
   de felpa y ante la silla,
en el testero un penacho,
la cabezada y rendaje  75
de oro y seda roja, y lazos
   en el codón y en las crines
soberbio ostenta y ufano,
a combatir con el toro
sale aquel señor gallardo,  80
   Viste una capa y ropilla
de terciopelo más blanco
que la nieve, de oro y perlas
trencillas y pasamanos;
   las cuchilladas, aforros,  85
vueltas y faja, de raso
carmesí; calzas de punto,
borceguíes datilados,
   valona y puños de encaje;
esparcen reflejos claros  90
en su pecho los rubíes
de la cruz de Santïago.
   Un sombrero, con cintillo
de diamantes sujetando
seis blancas gentiles plumas,  95
corona su noble garbo.
   Con la izquierda rige el freno,
en la diestra lleva en alto
un pequeño rejoncillo
con la cuchilla de a palmo.  100
   Acompáñanle dos pajes
a pie, de uno y otro lado;
y llevan las rojas capas,
prontas al lance, en la mano;
   síguenle sus escuderos  105
y un gran tropel de lacayos,
los que por respeto al toro
se van haciendo reacios.

*  *  *

   Puesto en medio de la plaza
personaje tan bizarro,  110
saluda al rey y a la reina
con gentil desembarazo.
   Aquél, serio, corresponde;
ésta muestra sobresalto,
mientras el concurso inmenso  115
prorrumpe en vivas y aplausos.
   Era el gran don Juan de Tarsis,
caballero cortesano,
conde de Villamediana,
de Madrid y España encanto  120
   por su esclarecido ingenio,
por su generoso trato,
por su gallarda presencia,
por su discreción y fausto.
   Gran favor se le supone,  125
aunque secreto, en palacio,
pues susurran malas lenguas...
pero mejor es dejarlo.
   De todos y todas dicen,
y es poner puertas al campo  130
querer de los maliciosos
sellar los ojos y labios.

*  *  *

   Valiente Villamediana,
cortas las riendas y bajo
del rejoncillo el acero,  135
vase al toro paso a paso.
   Éste cabecea, bufa,
la tierra escarba, marrajo,
y espera instante oportuno
en que partir como el rayo.  140
   El paje de la derecha
con grande soltura y garbo
a la fiera irrita y llama,
la capa ante ella ondeando.
   Embiste, pues; el jinete  145
tuerce el bridón, de soslayo
pasa el toro, el otro paje
con la capa hace un engaño,
   y lo revuelve, y de nuevo
lo para. Determinado,  150
le hostiga de frente el conde;
torna a embestir rebramando
   el jarameño; parece
que caballero y caballo
van a volar a las nubes,  155
cuando de la fiera intactos,
   en primorosas corvetas,
se separan y con saltos.
Un punto el toro vacila
bramido ronco lanzado,  160
   y desplómase en la tierra,
haciendo de sangre un lago
con el torrente que brota
por la cerviz, do clavado
   medio rejón aparece,  165
que el otro medio, en la mano
del noble y valiente conde
va al concurso saludando.
   Por balcones y barandas,
vallas, barreras y andamios,  170
formando una riza nube,
ondean pañuelos blancos;
   y, «¡Viva!», el pueblo repite,
y los caballeros «¡Bravo!»,
y «¡Qué galán!», las mujeres,  175
haciendo lenguas las manos.
   La reina, que, sin aliento,
los ojos desencajados
en jinete y toro tuvo,
vuelve ansiosa, respirando;  180
   «¡Qué bien pica el conde!», dice,
y, «¡Muy bien!», los cortesanos
repiten. El rey responde:
«Bien pica, pero muy alto.»
   Y en el rostro de la reina  185
clavó los ojos un rato.
Éste demudóse, y todos
los señores de palacio,
   en quienes opinión propia
fuera un peregrino hallazgo,  190
repitieron, no sabiendo
lo que decían acaso,
   y de entrambas majestades
queriendo seguir el rastro:
«Pica muy bien; mas debiera  195
haber picado más bajo.»

*  *  *

   Dos toros más se corrieron,
en que caballeros varios,
con gala y con valentía,
gran destreza demostraron;  200
   mas es pretender lucirlo
después del conde gallardo,
exceso del amor propio,
cuyos esfuerzos son vanos.
   Ser en punto mediodía  205
las campanas avisaron
de Santa Cruz en la torre.
En su carroza a palacio
   retiráronse los reyes,
tras ellos los cortesanos,  210
y aquel inmenso gentío,
la plaza desocupando,
   se apiñó en arcos y puertas,
haciendo un todo compacto,
que por las primeras calles  215
rompió, que luego en pedazos
   por otras más dividióse,
después en grupos, que al cabo
reducidos a familias,
muy pronto se dispersaron.  220
   Tal vez, así se desagua
un artificial pantano,
cuando se abren las compuertas
del malecón, y apretados
   torrentes por ellas salen,  225
que luego en arroyos varios
se dividen, y se pierden
finalmente por los campos.


Romance Segundo

Las máscaras y cañas

   Siguió el festejo a la tarde,
y llenóse la gran plaza  230
con el pueblo y con la Corte,
cual lo estuvo la mañana.
   Magníficas son las fiestas
que la regia villa paga
para celebrar el nombre  235
del poderoso monarca.
   De clarines y timbales
al son que asorda las auras,
y al de orquestas numerosas
que entonan guerrera marcha,  240
   en orden y a lento paso,
numerosas mascaradas
entran por partes distintas
y al rey y a la reina acatan.
   De los reinos diferentes  245
que el reino forman de España,
ostenta cada cuadrilla
distintivos y antiguallas,
   arbolando un estandarte
con el blasón de sus armas;  250
y de su música propia
al compás de las sonatas.
   Mézclanse ligeras luego,
formando mímica danza,
en concertado desorden  255
de figuras ensayadas,
   los cascos y coseletes
de la indómita Cantabria,
de los fieles castellanos
las dobles cueras y calzas;  260
   las fulgentes armaduras,
de los infanzones gala,
del ligero valenciano
los zaragüelles y mantas;
   de chistosos andaluces  265
los sombrerones y capas,
y las chupas con hombreras
y con caireles de plata;
   los turbantes granadinos,
jubas, albornoces, fajas;  270
los terciopelos y sedas
de vestes napolitanas;
   de la Bélgica los sayos
con sus encajes y randas;
los milaneses justillos  275
con las chambergas casacas;
   y las esplendentes plumas
teñidas de tintas varias,
con los arcos y las flechas
que el cacique indiano gasta,  280
   forman un todo indeciso
que cubre la extensa plaza
de movibles resplandores,
de confusión bigarrada.
   Parece que está cubierta  285
con una alfombra persiana,
cuyos matices se mueven
al conjuro de una maga.
    Aquí añafiles moriscos,
allí tamboril y gaita,  290
más allá trompas guerreras,
acá sonorosas flautas;
   las antárticas bocinas
en un lado, las guitarras
y crótalos en el otro;  295
los caracoles de caza
   forman estruendo confuso
en que ya el acorde falta,
y que, llenando el espacio,
aún más aturde que halaga.  300
   Por fin, terminado el baile,
sepáranse las comparsas,
y hacia lados diferentes,
en orden puestas, descansan.
   Y cada una se dirige,  305
según la suerte la llama,
a saludar a los reyes
con solemnidad y pausa,
   y doblando la rodilla,
ofrecen a su monarca  310
un rico don de productos
de aquel reino que retratan.
   Despejando luego todas,
el circo desembarazan
a los nobles caballeros  315
que salen a correr cañas.

*  *  *

   Por la izquierda y la derecha
a un tiempo entraron, galanas,
dos diferentes cuadrillas
que a unirse en el centro marchan.  320
   Compónese cada una,
compitiendo en garbo y gala,
de doce nobles jinetes
que de dos en dos avanzan.
   El conde de Orgaz, mancebo  325
de gentileza y de gracia,
es caudillo de la una;
de la otra es Villamediana.
   Aquél, en caballo negro,
enjaezado de plata,  330
de terciopelo amarillo
con celestes cuchilladas,
   vestido sale: figura
con argentinas escamas
peto y espaldar, y azules  335
lleva plumas y gualdrapa.
   Éste, en un caballo blanco,
cuya crin el oro enlaza,
ostenta un rico vestido
de terciopelo escarlata;  340
   el arnés, de hojuelas de oro
y de rica seda blanca;
con brillantes bordaduras
los afollados y faja.
   Unidas las dos cuadrillas  345
hacia el regio balcón ambas,
al paso, la pista siguen
de los jefes que las mandan;
   y el concurso, en gran silencio,
curioso la vista clava  350
de los dos gallardos condes
en las brillantes adargas;
   pues logrando de discretos
y de enamorados fama,
interesa a todo el mundo  355
ver las empresas que sacan.
   Es la de Orgaz una hoguera,
de la que el vuelo levanta
el fénix con este mote:
«Me da vida quien me abrasa»  360
   Un letrero solamente
es la de Villamediana
que dice: «Son mis amores...»,
y luego reales de plata,
   puestos cual si fueran letras,  365
con que aquel renglón acaba.
La empresa de Orgaz la entienden
todos, y aciertan la llama
   que le da vida y le quema.
La del de Villamediana  370
despierta más confusiones,
aunque es en verdad bien clara.
   Propensión funesta tiene
el joven galán que alcanza
favores de una señora  375
a la par hermosa y alta,
   de publicarlos al punto
y de sacarlos a plaza;
vanidad de enamorados
que en peligros no repara.  380
   Muchos el sentido entienden
que las monedas declaran;
mas por miedo disimulan
y de explicarlo se guardan.
   Otros, necios, se calientan  385
los cascos por descifrarla:
«Son mis amores dinero»,
repiten; pero no cuadra
   con el carácter del conde
esta explicación villana.  390
«Mis amores efectivos
son», dicen otros. ¡Bobada!
   Velasquillo el contrahecho,
enano y bufón que alcanza,
no sin despertar envidia,  395
gran favor con el monarca,
   a disgusto de los grandes,
en el balcón regio estaba,
malicias diciendo y chistes,
con insolencia y con gracia.  400
   Y, o por faltarle su astucia
entonces, o porque trata
de vengarse del desprecio
con que la reina le acaba,
   o porque ve de mal ojo  405
al noble Villamediana,
o por gusto de hacer daño,
que es de tales bichos ansia,
   dijo: «Ta, ta; ya comprendo
lo que dice aquella adarga:  410
Son mis amores reales»,
y soltó la carcajada.
   Trémulo el rey y amarillo,
y conteniendo la saña:
«Pues yo se los haré cuartos»,  415
respondió al punto en voz baja.
   Lo oyó la reina, y quedóse
inmóvil como una estatua,
pálida como la muerte,
hecha pedazos el alma.  420

*  *  *

   Las cuadrillas empuñando,
en vez de robustas lanzas,
de cintas y oro vestidas
leves quebradizas cañas,
   se embistieron... Imposible  425
es ya que encuentre palabras
con que describir la fiesta:
mi atención la reina embarga.
   ¡Pobre señora! Tampoco
merece versos y fama  430
tal diversión, ya reflejo
débil, copia degradada
   de las justas que ha dos siglos
los caballeros usaban
con gloria; que nunca gloria  435
en donde hay peligro falta,
   y en que las picas de guerra
dobles petos abollaban;
no los juncos inocentes
sedas, brocados y holandas.  440


Romance Tercero

El sarao

   Mientras que la monarquía
se desmorona, y el borde
toca de una sima horrenda,
duermen en pueriles goces,
   entre placeres se aturden,  445
deleites sólo conocen,
sin cuidarse del peligro
el rey de España y sus nobles.
   Así una casa se quema,
así desdichas atroces  450
sobre una infeliz familia
el ciego Destino pone;
   y en tanto el imbécil ríe,
duerme el embriagado joven,
y el niño con sus juguetes  455
es el más feliz del orbe.
   Si alegre fue todo el día
con públicas diversiones,
con saraos y luminarias
no lo fue menos la noche:  460
   el pueblo las anchas calles
en gozosas turbas corre,
para ver iluminadas
las casas de los señores.
   En las plazas principales  465
suenan músicas acordes,
y farsas se representan
del rey celebrando el nombre.

*  *  *

   Del palacio del Retiro
llenos están los salones  470
de todo el fausto y la gala
que son honra de la Corte.
   En los soberbios jardines
brillan vasos de colores,
que en el estanque reflejan  475
formando guirnaldas dobles.
   Un gran fuego de artificio
las densas tinieblas rompe
y rastros de luz envía
a las celestes regiones;  480
   de los rayos que le lanzan
los nublados tronadores,
dijérase que en la tierra
se estaban vengando entonces.
   Varias encendidas ruedas,  485
girando luego veloces
en atmósfera de chispas,
parecen mágicos soles;
   mas pronto en huecos tronidos
de humo blanco, alzando un monte,  490
se disipa, y desparece
aquel gigantón enorme
   de luz, que ofuscó los astros
y que deslumbró a la Corte,
como trasunto o emblema  495
del orgullo de los hombres.

*  *  *

   En el salón de los reinos,
donde el trono de dos orbes
de oro y terciopelo estriba
en colosales leones,  500
   el rey está con las damas,
la reina con los señores,
y chocolate, y conservas,
y helados pasan en orden,
   en mancerinas de oro  505
y en bandejas, cuyos bordes
lucientes piedras adornan
en caprichosas labores.
   Enseguida se bailaron,
al compás de alegres sones,  510
las folías y chaconas,
y aun zarabandas innobles.
   De cada señora al lado
sitio un caballero escoge,
y en un cojín para hablarle  515
la rodilla izquierda pone.
   Allí, en animados grupos,
lo más rico y lo más noble
de Madrid y España asiste,
y extranjeros de alto porte.  520
   Estaban, pues... ¿De qué sirve
que el tiempo perdamos nombres
ya olvidados repitiendo,
y que alcanzaron entonces
   boga por riqueza y sangre,  525
mas que hoy ya nadie conoce?
De conocidos hablemos,
de amigos nuestros, de hombres
   que aun los vemos y tratamos,
aunque ha dos siglos que esconde  530
sus cenizas el sepulcro,
sima que todo lo sorbe.

*  *  *

   En un lado de la sala
estaba el famoso Lope,
el Fénix de los ingenios,  535
con el cabello y bigote
   blancos como pura nieve;
y al través se reconoce
de sus clericales ropas
que fue guerrero de joven.  540
   La insignia adorna su pecho
de la hospitalaria Orden,
y el fuego brilla en sus ojos
que hace a los mortales dioses.
   Con él habla un caballero,  545
cabeza gorda, deformes
los pies, de negro azabache
melena y barba, mas noble
   aspecto; diciendo chistes
está, y resuenan conformes  550
carcajadas y aun aplausos,
en cuantos hablar le oyen.
   Es don Francisco Quevedo,
a quien un clérigo torpe
ya por la edad, ceceando  555
y con malicias responde.
   Ser él tal pronto se advierte
don Luis Góngora y Argote,
del nuevo estilo de moda
inventor, columna y norte.  560
   El padre Paravicino,
que de sabio alto renombre
goza, y a Madrid encanta
por sus peinados sermones,
   también es del corro; y luego  565
en él ufano ingirióse,
aún tan niño que en sus labios
ni bozo se ve que asome,
   don Esteban de Villegas,
español Anacreonte,  570
en versos cortos divino,
insufrible en los mayores.
   En una pausa del baile,
de Villamediana el conde,
que ha danzado con la reina,  575
alargó la mano a Lope,
   y como ingenio de marca
entre los otros mostróse.
Acaba de publicarse
su poema de Faetonte,  580
   en aquel tiempo un prodigio,
que hoy tiene apenas lectores;
obra de perverso gusto
y de hinchados clausulones.
   Góngora, que, envanecido,  585
un adepto de alto nombre
ve en tan claro personaje,
sus encomios prodigóle.
   Y todos lo celebraban,
aunque yo decir no ose  590
si sus versos aplaudían
o su favor en la Corte.
   Don Francisco Manuel Melo,
en quien se juntan los dotes
de historiador y poeta  595
con los bélicos blasones,
   allí está, aunque taciturno;
sin duda, abriga temores
de que el duque de Braganza
su osado intento no logre.  600
   El gran don Diego Velázquez,
de pinceles españoles
gloria, también conversaba
con tan famosos autores;
   pero lo que dicen ellos  605
parece que apenas oye,
porque de Rubens los cuadros
con gran encanto recorre;
   y en aquel retrato ecuestre
del emperador, en donde  610
apuró Ticiano el arte,
los ojos árabes pone.

*  *  *

   También el rey un momento
afable al corro acercóse,
hablando de una comedia  615
que salió al público entonces,
   y cuyo autor se nombraba
Un ingenio de esta corte.
A la cual, aunque, por cierto,
era un disparate enorme,  620
   todos dieron mil elogios
y de portento renombre,
pues que es obra del rey mismo
no hay en Madrid quien ignore.
   Ya muy tarde entró en la sala,  625
saludos y adulaciones
recibiendo del concurso,
con aire altanero y noble,
   el conde-duque; se llegan
los grandes y embajadores  630
para hablarle; el rey Felipe
con gran cariño le acoge;
   y con él, y con el nuncio
y un milanés enredóse
en importante coloquio,  635
que su atención regia absorbe.

*  *  *

   La reina, que en gallardía
a todas se sobrepone,
y cuyos hermosos ojos,
brillantes como dos soles,  640
   en Villamediana tuvo
clavados toda la noche,
viendo al rey y al favorito
con aquellos dos señores
   extranjeros en consulta,  645
que ha de ser larga supone
la conversación, notando
que hay vivas contestaciones.
   Más atenta al conde mira,
le hace una seña, y, veloce,  650
aunque con gran disimulo,
de la sala retiróse,
   de una danza numerosa
que empezó la gente joven
a enredar, aprovechando  655
la confusión y el desorden.
   Conoció al punto la seña
el favorecido conde,
que amantes favorecidos
la más pequeña conocen.  660
   Pero no son ellos solos;
también, ¡ay!, de ellas se imponen
los celosos...; el monarca
la señal fatal recoge.
   A salir Villamediana  665
siguiendo su amado norte,
iba por distinto lado
del salón, cuando turbóle
   el ver al rey furibundo,
que con miradas atroces,  670
ojos cual los de un fantasma,
en él sin quitarlos pone.
   Sobrecogido, de mármol,
ni a dar un paso atrevióse,
y trabó, disimulando,  675
un altercado con Lope.


Romance Cuarto

Final

   En aquella galería,
adornada de arabescos
y follajes primorosos,
con oro y esmaltes hechos,  680
   y cuya baranda rica
daba hacia el jardín pequeño,
en que el caballo de bronce
estuvo por largo tiempo,
   sin más luz que la que esparce  685
la luna en mitad del cielo,
esperando a alguien la reina,
está turbada y con miedo.
   Del concurso de la danza
y de la orquesta el estruendo,  690
que los salones ocupa,
oye resonar de lejos;
   y, aunque sabe que notada
ha de ser su ausencia presto,
por dar al conde un aviso  695
atropella todo riesgo.
   Siglos los instantes juzga
con mortal desasosiego,
y en el barandal dorado
palpitante apoya el pecho.  700
   Mira al ecuestre coloso,
inmóvil, oscuro, enhiesto,
entre laureles y murtas,
y tiembla, ¡infelice!, al verlo.
   Alza a la pálida luna  705
los ojos de llanto llenos,
y se extravía su mente
por precipicios horrendos.

*  *  *

   Sin rumor y de puntillas,
como fantasma o espectro,  710
en el corredor entróse
la parte oscura siguiendo,
   un hombre embozado; llega
por detrás, en gran silencio,
a la reina, que, de espaldas  715
estando, no pudo verlo,
   y le tapa el noble rostro
con dos manos como hielo;
pero delicadas manos
que agita un temblor ligero.  720
   ¿Quién pudiera aproximarse
a dama de tal respeto
sino el amante dichoso
con tal inocente juego?
   Así lo pensó ella misma,  725
pues, aunque al primer momento
de sorpresa lanzó un grito,
pronto sobre sí volviendo:
   «Déjame, conde -prorrumpe
con dulces lánguidos ecos-;  730
no es esta ocasión de burlas,
pues es de infortunios tiempo.
   »Déjame y escucha, conde.»
Libre la dejan en esto
las manos que la cegaban,  735
y se encuentra sola, ¡cielos!,
   con su marido, que arroja
por los ojos rabia y fuego.
Queda la infeliz difunta;
mas tienen el privilegio  740
   las hembras del disimulo,
y en los críticos encuentros
mucha mayor agudeza
que el hombre de más ingenio.
   Al oír el que el rey pregunta  745
con voz como voz de infierno,
«¿Yo conde?... ¿Yo?» En si tornando
la reina, responde presto:
   «Sí, señor; de Barcelona...
Y se complace mi pecho  750
con tal título, afirmado
con vuestro poder y esfuerzo,
   »después que habéis reprimido
la rebelión de aquel pueblo».
Quedó pasmado el monarca.  755
«Discreta sois por extremo,
    -repuso, y tras pausa leve-:
Mas ¿qué infortunios tenemos?»
Ya alentada la señora,
pues siempre el paso primero  760
   es el trabajoso, dijo:
«No faltan, señor, por cierto;
dígalo Flandes perdida,
y de Nápoles los reinos,
   »donde un ambicioso intenta  765
arrebatarnos el cetro;
o Milán, donde la peste
está tanto estrago haciendo;
   »y Portugal vacilante,
do traidores encubiertos...»  770
Aquí atajóla Filipo
con voz de lejano trueno:
   «Basta, pues, basta, señora;
sois francesa, bien lo veo;
tenéis interés muy grande  775
en mi honor y en del del reino.»
   «Veréis que uno y otro al punto
para aquietaros sostengo,
y que lavaré con sangre
la mancha que advierta en ellos.»  780
   Calló, y una atroz mirada
con el rostro descompuesto,
que pareció más terrible
de la luna a los reflejos,
   clavó en la reina; mirada  785
que destrozó aguda el seno
de la infeliz, pues temblando,
cayó sin sentido al suelo.

*  *  *

   Como sin rumor ninguno
vuela o se deshace un sueño  790
desapareció el monarca;
fue a su cámara en silencio,
   tocó un silbato de oro,
que tuvo mágico efecto,
pues salió de los tapices,  795
al silbido obedeciendo,
   por una encubierta entrada,
un humilde ballestero,
cual espíritu maligno
que al conjuro está sujeto.  800
   Era el favorito oculto
del rey; ambos un momento
hablaron con tal sigilo,
que el labio apenas movieron.
   Sólo al irse el confidente  805
se oyó decir al rey esto:
«Asegura bien el golpe,
y si has de vivir, secreto.»

*  *  *

   Al sarao y a los salones
tornó Filipo muy presto;  810
aunque pálido el semblante,
tranquilo y tal vez risueño,
   volvió a hablar al conde-duque,
el cual, como astuto y diestro,
que su señor encubría  815
conoció cuidados nuevos;
   al cabo de corto rato
anuncióse que en su lecho
la reina indispuesta estaba,
y se dio fin al festejo.  820
   Sucedió al bullicio alegre,
al son de los instrumentos
y a la confusión festiva
el más profundo silencio.
   Los cortesanos al punto  825
las actitudes y gestos
dejaron de la alegría,
y tomaron los del duelo;
   y a vaciarse los salones
comenzaron del inmenso  830
concurso, que los llenaba
de galas, vapor y estruendo.
   Villamediana, confuso,
de inquietud funesta lleno,
al retirarse saluda  835
al monarca con respeto,
   y éste con una sonrisa
lo deja aterrado y yerto,
mientras afable despide
a los otros palaciegos.  840

*  *  *

   De la desdichada reina
la favorita corriendo
sale por las antesalas,
busca al conde sin aliento,
   penetra la muchedumbre,  845
le hace señas desde lejos;
al fin le alcanza, va a hablarle,
un papel lleva encubierto;
   cuando se para y se hiela,
al rey de repente viendo;  850
tal queda liebre cobarde
de la serpiente el aspecto.
   El gran tropel que desciende
las escaleras, violento
arrastra a Villamediana,  855
que va delirante y ciego.
   Su carroza no parece...;
en la de Orgaz toma puesto,
y ambos condes por las calles
(que aún no estaban cual las vemos,  860
   alumbradas con faroles)
veloces van y en silencio.
Grita en una encrucijada
una voz «¡Conde!» El cochero
   para al punto los caballos;  865
pregunta Orgaz desde dentro:
«A cuál de los dos?» De fuera:
«Villamediana», dijeron.
   Villamediana al estribo,
juzgando que es mensajero  870
de la reina quien lo llama,
sacó la cabeza y pecho;
   y al punto se lo traspasa
una daga de gran precio
con tal furor, que a la espalda  875
asomó el agudo hierro.
   Cayó el herido en el coche
un mar de sangre vertiendo,
y de su amigo en los brazos
al instante quedó muerto.  880

París, 1833.



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