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ArribaAbajoEl cuento de un veterano

Escrito en 1837, tiene una «Introducción» de 68 versos asonantados y seis romances: I, 104 versos en á-a; II, 148, ó-a; III, 124, á-o; IV, 156, á-e; V, 296, í-o y VI, 144, á-a. Total, 1140 versos.

La acción tiene lugar a mediados del siglo XVIII durante la guerra de Sucesión de Austria (1741-1748), en la que intervino Felipe V junto con Nápoles y Francia en contra de los austriacos. Se recordará que, en esta misma guerra sirvió también don Álvaro (Don Álvaro o la fuerza del sino, jornadas III y IV), a quien Saavedra hizo asistir a la batalla de Véletri como capitán de Granaderos.

Tanto Enrique Gil como Valera, para quien era «un primor de cuento», gustaron mucho de este romance, de tan misteriosa y evocadora estirpe romántica22. No pensaba lo mismo el padre Blanco García, para quien era una «repugnante galería de escenas nocturnas, amores sacrílegos y venganzas femeninas, cuyo teatro no quiso el poeta que fuese España»23; Azorín, más tarde, valiéndose del recurso que usó para criticar Don Álvaro, lo juzgaba dechado de lo inverosímil e incoherente24.

No hay que pedir lógica a consejas contadas junto al fuego; el poeta refiere la aventura de don Juan Enríquez de Lara sin digresiones, y graduando el desarrollo de la trama de tal modo que, cuanto más se complica, más interés despierta en los lectores. El protagonista comparte las virtudes y los defectos propios del tipo donjuanesco. Rico, gallardo y valiente parecía «un caballo sin freno, / un demonio en carne humana» al que sólo detuvo momentáneamente el temor al sacrilegio. Pueden más el deseo de aventura y el temor a pasar por cobarde que el respeto a la clausura. Una vez en la celda de la linda monja, el «audaz libertino» intenta la seducción con la técnica acostumbrada: «Un volcán arde en mi pecho... delicioso martirio... vos, sola vos...», sin sospechar todavía que el seducido ha sido él. Destacan aquí esta escena en la celda, así como la magistral ambientación del entierro nocturno a la luz de un farol.

Azorín hallaba en este romance influencias de la Colomba de Merimée, aparecida en 1840. La monja parmesana, obsesionada por vengar el honor familiar tiene no pocos puntos de contacto con ella y pienso que también un parentesco con esas mujeres llenas de arrestos, tan corrientes en nuestra literatura, que se visten de hombre, salen a los caminos y toman venganza de quienes mancillaron su honor25.




Introducción

   ¡Oh, cuán grato es el oír,
allá en el hogar paterno,
las largas noches de invierno,
entre el cenar y el dormir,
   al veterano charlar,  5
y sus pasadas campañas,
envueltas con mil patrañas,
en rudo estilo contar!
   En nuestra niñez primera
embebidos lo escuchamos,  10
sin que una frase perdamos,
ni una palabra siquiera.
   Y la peregrina historia
se queda como grabada,
y jamás la borra nada  15
de nuestra tierna memoria.

*  *  *

   Un veterano alcancé
que en Italia combatió,
y que en Veletri se halló,
donde malherido fue.  20
   Y muy niño, allá en mi tierra,
recuerdo haberle escuchado,
de sus palabras colgado,
sucesos de aquella guerra.
   Fuera el tiempo bueno o malo  25
todas las noches venía,
y desde lejos se oía
sonar su pierna de palo.
   Era como una estantigua,
con desharrapado traje,  30
y restos del equipaje,
de un militar a la antigua.
   Del cortijo en el hogar
muy orondo se sentaba,
y la gente se agolpaba  35
en torno de él a escuchar.
   Tras un sorbo de aguardiente
encendía su cigarro,
y de su voz de catarro
se desataba el torrente.  40
    Ya un asalto refería,
estropeando los nombres
de reinos, castillos, hombres;
mas nada le detenía.
   Ora un combate, ora un duelo,  45
ya el valor de un camarada,
de una patrona burlada
el amargo desconsuelo,
   de un coronel el rigor,
la astucia de un asistente,  50
el triste fin de un valiente,
las diabluras de un tambor.
   Y una guitarra tocando
cantaba también romances,
con tal voz y tales lances,  55
que nos dejaba temblando.
   De robos y apariciones
varios casos repetía,
y costumbres, que decía
ser de lejanas naciones.  60
   Y siempre cosas extrañas,
jurando a fe de soldado
todo haberlo presenciado
en sus gloriosas campañas.
   Una noche nos contó  65
cierta peregrina historia,
que está fija en mi memoria,
y que a referir voy yo.


Romance Primero

El ayudante

   El marqués de Castelar
entró triunfador en Parma  70
con las valerosas tropas
de Nápoles y de España.
   Éstas van a la cabeza,
aquéllas a retaguardia,
y de lauro inmarcesible  75
y gloria cubiertas ambas.
   Desde Veletri venciendo,
y enmendando aquella falta,
las águilas imperiales
van ahuyentando de Italia.  80

*  *  *

   La ciudad, que a los Borbones
el más puro amor consagra,
y que el dominio detesta
de los príncipes del Austria.
   cual libertadoras mira  85
a aquellas huestes bizarras,
y con «vivas» de entusiasmo
las recibe y las aclama.
    El alto cielo ensordecen
las sonorosas campanas,  90
y a los valles y a los montes
las músicas y las salvas.
   Brillan en los balconajes
de las calles y las plazas
ricos damascos y estofas,  95
pabellones y guirnaldas.
   Y aún más el vistoso arreo
de las lindas parmesanas
ornadas de ricas joyas,
vestidas de nobles galas.  100
   Y hierve inmenso concurso
de la plebe alborozada,
estrechando la carrera
por donde las tropas pasan.

*  *  *

   El primero que desfila  105
al son de bélica marcha
es el regimiento insigne
de las españolas guardias:
   de firme lealtad ejemplo
a sus jurados monarcas,  110
modelo de disciplina
y de arrojo en las batallas.
   De Castilla los pendones,
de tanta victoria y tanta
gloria ya nuncios, ya emblemas,  115
siguen con noble arrogancia.
   Y oficiales y soldados
la atención pública llaman
por su belicoso porte,
por su merecida fama.  120

*  *  *

   En un cordobés morcillo
que con espumas de plata
el pretal, brazos y pechos
respirando fuego, esmalta,
   recorre las compañías,  125
y de un lado al otro pasa
gallardo, vivaz, activo,
don Juan Enríquez de Lara,
   del regimiento ayudante,
y de tan noble y gallarda  130
presencia, que por los ojos
entra a conquistar las almas.
   Esclarecido linaje,
de los mejores de España,
era el de este caballero,  135
y su riqueza extremada.
   En la mies de bayonetas
se descubre su cucarda,
como suele en la de espigas
una amapola lozana.  140
   De las mujeres los ojos
doquier síguenlo, y se clavan
en su rostro y en su talle,
en su garbo y en su gracia.
   Su edad a los cinco lustros  145
de seguro aún no llegaba,
pues sus facciones guarnecen
aún más bien bozo que barba.

*  *  *

   En rondas y en desafíos,
en pendencias y en batallas,  150
o con razón o sin ella,
siempre era un rayo su espada.
   Y aunque bueno, calavera,
y de ligereza tanta,
que cuanto se le ocurría  155
sin reparo ejecutaba.
   En juego y en francachelas,
y en aventuras galanas,
liberalmente expendía
sus pingües rentas de España.  160
   Era un caballo sin freno,
un demonio en carne humana,
en tratándose de amores,
en petándole una dama.
   Siendo ya tantos los lances  165
que en su tierna edad contaba,
que era su famoso nombre
conocido en toda Italia.
    Y en las calles y balcones
le reconocen por fama,  170
y en todas partes se escucha:
«Ese es don Juan, ese es Lara.»


Romance Segundo

El alojamiento

   En sus cuarteles dejando
recogidas a las tropas,
los oficiales y jefes  175
sus alojamientos toman.
   Y por las plazas y calles
pasan, cruzan y se informan
de los números y casas,
y de si hay lindas patronas.  180
   Coge don Juan su boleta,
dónde está la casa anota,
y en su fogoso morcillo
para buscarla galopa.
   Al paso dice requiebros  185
a las niñas que se asoman
a los balcones, donaires
a camaradas que topa;
   atropella a los paisanos,
y las mesillas trastorna,  190
al atravesar la plaza,
de las pobres vendedoras.

*  *  *

   A su alojamiento llega,
que es una casa de forma
donde un caballero anciano  195
muy noble y muy rico mora.
   Mas en ella no hay mujeres,
lo que a don Juan incomoda,
recetando al boletero,
por esta falta, una soba.  200
   Cortés el patrón recibe
al huésped, que en su persona,
urbanidad y despejo
fina educación denota.
   Y en una vivienda rica,  205
do nada falta, le aloja,
rogándole honre su mesa,
y que cual dueño disponga.
   Lara admite agradecido
la invitación obsequiosa,  210
y con frases cortesanas
corresponde a tales honras.

*  *  *

   Solo ya con su asistente,
se lava, atilda y adorna,
y por registrar la calle  215
a los balcones se asoma.
   No era la calle muy ancha,
y estaba desierta y sola,
por ser más de mediodía,
que era de comer la hora.  220
   Son las fronteras paredes
las de un convento de monjas,
cuya principal fachada,
de arquitectura grandiosa,
   a la plaza daba donde  225
hicieron alto las tropas
con sus bandas y banderas,
y marciales ceremonias;
   de los altos miradores
viéndolo las religiosas,  230
que no están, como en España,
en reclusión tan angosta.
   Las espaldas del convento,
frente a la casa en que mora
don Juan, daban, pues, y en ellas  235
ventanas y claraboyas,
   con espesas celosías,
que a las miradas curiosas
de imprudentes libertinos
el osado paso estorban.  240

*  *  *

   Hacia una de estas ventanas
maquinalmente se tornan
de Lara los negros ojos,
que fuego mágico brotan,
   y al través de los estorbos  245
juzga ver alguna cosa,
como un bulto negro y blanco,
que su atención fija y roba.
   No se engañó. En el momento
ve que unos dedos asoman  250
por entre las celosías,
y oye una tos sospechosa,
   y una voz sumisa luego
que claro te llama y nombra;
y él corresponde con señas,  255
pues el gozo le rebosa,
   pensando que una aventura
rara se le proporciona;
y de cierta ilustre joven,
a quien ha burlado en Roma,  260
   recuerda haber entendido
tener una hermana monja,
que en un convento de Parma
amargas lágrimas llora,
   pues allí la sepultaron,  265
no vocación fervorosa,
sino viles procederes
de un galán que la abandona,
   Luego oye que le preguntan:
«Decid: ¿la calle está sola?»  270
La registra con los ojos,
y contesta: «Sí, señora.»
   Y al punto una celosía
se entreabre, y una persona
que ver no pudo, tiróle  275
un papel que el aire corta.
   Cerrándose aquel resquicio
con rapidez, sin que sombra
ni nada a notarse vuelva
detrás de la claraboya.  280

*  *  *

   Coge el papel, que traía
dentro una medalla tosca
sólo como lastre o peso,
que era avisada la monja,
   y con un lápiz, escritos  285
en limpia y gallarda forma,
Lara estos renglones halla,
que con los ojos devora:
   «Estaría tan ufana
con vuestro ligero amor,  290
como sumida en dolor
con vuestro olvido, mi hermana.
   »Pues no es abultada, no,
de vuestro porte galán
la fama, señor don Juan,  295
que hasta mi celda llegó.
   »Quiero que me conozcáis,
y verme no os pesará;
sólo en vuestra mano está,
si de servirme os dignáis.  300
   »Esta tarde al coronel
da, de vuestro regimiento,
un agasajo el convento;
venid, si os place, con él.
   »Y en viendo una monja allí  305
con una rosa en la mano,
yo soy, yo, que... Pero en vano
es deciros más aquí.
   »Por fuerza encerrada estoy,
no tengo ni un protector,  310
y sólo en vuestro valor,
humilde, a buscarlo voy.
   »Otro papel tendréis luego
dentro de un escapulario
que os pondrá el mismo vicario,  315
¡Tened disimulo, os ruego!
   »Y sabed... Mas basta ya.
sois hidalgo, sois discreto,
sois español...; el secreto
impenetrable será.»  320


Romance Tercero

El refresco

   En un bajo locutorio
que adornan hermosos cuadros,
y muebles de terciopelo
en forma de regio estrado,
   está el coronel de Guardias  325
con su cruz de Santïago,
y con su azul uniforme
de galones y entorchados.
   El capellán le acompaña
de su regimiento, cuatro  330
capitanes ya machuchos
y el ayudante bizarro.
   Del convento, la prelada
parentesco, aunque lejano,
con el coronel tenía,  335
y ha dispuesto agasajarlo.
   Y su adhesión y obediencia
al vencedor con tal acto
manifestar, porque puede
convenirle en todo caso.  340
   Dos modestos sacerdotes,
y del convento el vicario,
los honores de la casa
haciendo están muy ufanos,
   y con melifluos semblantes  345
al coronel adulando,
y, según las graduaciones,
a todos los convidados.

*  *  *

   De bronce dorada reja
cierra el anchuroso espacio:  350
lindero entre Dios y el mundo,
término entre el siglo y claustro.
   Y detrás está extendido
un cortinón de damasco,
mientras acuden las monjas,  355
de quienes suenan los pasos.
   Descórrese la cortina
después de muy breve rato,
y la comunidad toda
descúbrese al otro lado.  360
   Fórmanla unas veinte monjas,
que con los velos echados,
y con las túnicas blancas,
y con los oscuros mantos,
   dan a la reja el aspecto  365
de algún espejo encantado,
donde un coro de fantasmas
se ve al conjuro de un mago.

*  *  *

   La prelada alzóse el velo
con señoril porte y garbo,  370
descubriendo un noble rostro,
pero ya sexagenario.
   Al coronel un cumplido
hace oportuno, aunque largo,
y manda a las religiosas  375
alzar los velos opacos.
   De varios gestos y edades
al descubierto quedaron
los semblantes compungidos,
todos modestos y gratos.  380
   Uno había como un cielo,
de tanta beldad y tanto
atractivo, grave y noble,
que no es fácil ponderarlo.
   Tez de nácar, y dos ojos  385
como poderosos rayos,
y los dientes como perlas
y como coral los labios.
   Y una palidez y un todo
tan perfecto y sobrehumano,  390
que sin humillarle el alma
era imposible mirarlo.
   Esta linda religiosa,
este prodigio, este encanto,
una rosa nacarada  395
llevaba en la diestra mano.
   Con lo que Lara los ojos
clavó y cebó en ella incauto,
conociendo ser aquella
la que pretende su amparo.  400
   Quedó como queda el ave
bajo el prestigio tirano
de los ojos de la sierpe,
de quien va luego a ser pasto.

*  *  *

   La prelada, muy oronda  405
y con gran despejo hablando,
refirió a los circunstantes
las misas y los rosarios
   que por los reyes Borbones
el monasterio ha aplicado;  410
y las predicciones cuenta
de varias santas y santos,
   que aseguran el dominio
de Italia en Felipe y Carlos,
por ser de la madre Iglesia  415
hijos predilectos ambos.
   Y luego las monjas todas,
ora en tiple, ora en contralto
mil sandeces refirieron,
mil tontunas preguntaron,  420
   que con rubor escuchaban
los clérigos y el vicario,
retozándoles la risa
a los otros en los labios.

*  *  *

   La que no habló una palabra,  425
indiferencia afectando,
fue la hermosa, que el extremo
ocupaba de un escaño.
   Si era pasmoso su rostro,
su talle era tan gallardo  430
que ni las ropas monjiles
lograban desfigurarlo,
   bien que aún en ellas había
ya negligencia, ya ornato,
una y otro disonantes  435
con la austeridad del claustro.
   Y también su alta belleza
demostraba a veces algo
como descompuesto, inquieto,
incomprensible y extraño,  440
   ya retorciendo de pronto
como convulsos los brazos,
ya revolviendo sus ojos
como bizcos y encontrados,
   ya frunciendo el entrecejo,  445
ya mordiéndose los labios;
pero todo pasajero,
rapidísimo, instantáneo,
   haciendo el desagradable
efecto que en un buen cuadro  450
la cabeza de una santa
de Murillo o de Ticiano
   que al resplandor de una vela
se está de noche mirando,
si a un soplo de viento oscila  455
la luz, y todos los rasgos,
   sombras, perfiles y toques,
se pierden, haciendo acaso
instantáneamente un monstruo
del más prodigioso encanto.  460

*  *  *

   Un exquisito refresco
de almíbares delicados,
de sorbetes y bizcochos,
sirvióse con aparato,
   en su vajilla de plata,  465
y sutilísimos vasos
de fábrica de Venecia
con cifras de oro y con ramos.
   Del locutorio ambas partes
fáciles comunicaron  470
dos tornos, que revolvían
veloces a todos lados.
   Dentro servían las legas,
demandaderos y hermanos
afuera, obedientes todos,  475
a la prelada y vicario.

*  *  *

   Mediada estaba la tarde,
bajaba el sol al ocaso,
y ser la hora de la lista
los tambores avisaron.  480
   El coronel levantóse
como militar exacto,
obedeciendo al momento
de las cajas el mandato.
   Y con palabras corteses,  485
demostrándose obligado
al convento y a las monjas
por su afecto y agasajo,
   se despide y les ofrece
la protección del muy alto  490
infante, que de las tropas
coligadas tiene el mando.
   La prelada entonces dice,
muy obsequiosa: «Anhelamos,
yo y mis hijas, que un recuerdo  495
militares tan cristianos
   »lleven, ¡oh señor!, consigo
y que pueda ser, acaso,
como impenetrable escudo,
bueno en batallas y asaltos.»  500
   Y volviéndose a la linda
con noble desembarazo:
«Traed -prosigue- a estos señores
del monasterio el regalo.»

*  *  *

   Despareció, y al momento  505
tornó la hermosa, en las manos
trayendo un rico azafate
con cartas y escapularios.
   Pasó el azafate el torno,
y el reverendo vicario,  510
siguiendo como discreto
la graduación y los años,
   fue de cada concurrente
en el cuello colocando
aquella señal bendita,  515
y poniéndole en la mano
   de hermandad sellada carta,
por la cual de los sufragios
e indulgencias del convento
gozarían como hermanos.  520
   Pero, ¡oh Dios!, hay una carta
que no tiene escapulario,
y sin él, como el más joven
y el menos condecorado,
   queda don Juan, lo que pone  525
en gran apuro al vicario.
Y lo nota la prelada,
que dice en tono muy agrio:
   «Dios os valga, hermana mía,
y qué mal habéis contado...  530
Os pierde tanta viveza...
Id por otro escapulario.»
   Corre la hermosa, figura
que donde están va a buscarlo,
y torna al punto con uno  535
que llevaba preparado.
   Lo presenta a la prelada,
ésta se lo da al vicario,
que en el cuello del mancebo
no retarda el colocarlo.  540
   Y el coronel se retira
a la prelada encargando
que el regimiento encomiende
a Dios y a todos los santos.


Romance Cuarto

Un compromiso

   «Si a una principal mujer  545
oprimida, desdichada,
contra su gusto encerrada,
queréis, señor, proteger,
   »esta noche, pues no hay luna,
a la pared de la huerta,  550
que da a una calle desierta,
venid solo al dar la una.
   »Y a la parte en que un ciprés
descuella, hallaréis subida,
que por allí carcomida  555
la tapia está, baja es.
   »Y por dentro una escalera
ya colocada estará,
que fácil paso os dará
a do mi afán os espera.  560
   »Mi humilde historia sabréis,
y entonces, cual caballero...,
nada exijo, nada quiero,
sino que me oigáis y obréis.
   »Me parece inoportuno  565
a un español militar,
a un hidalgo, asegurar
que no corre riesgo alguno.
   »Y encargarle por su honor
que eterno el secreto guarde.  570
No puedo más, que es muy tarde.
Hasta la noche, señor.»
   Esto la carta decía
que don Juan con ansia grande
sacó del escapulario  575
donde nunca debió hallarse.
   Y que leyó varias veces
como si acaso dudase
de que ser cierto pudiera
un empeño tan notable  580

*  *  *

   Encerrado en su aposento
está como delirante,
midiéndolo a largos pasos,
y lo que ha de hacer no sabe;
   que es el violar la clausura  585
sacrilegio formidable
piensa, y se detiene un punto;
mas luego pasa adelante.
   Y la beldad de la monja,
y su discrección y talle,  590
y la opresión en que gime,
y su arrojo de citarle
   recuerda, y ya se resuelve,
cuando le ocurre lo grave,
lo criminal, lo espantoso  595
del paso a que va a arrojarse,
   que no hay momento seguro
de existencia en los mortales,
y que la Justicia eterna
todo lo castiga y sabe.  600
   Va a desistir. Mas le asusta
que la nota de cobarde,
si no acomete la empresa,
con la dama ha de quedarle.
   Y en su edad, salud y brío  605
juzga estar lejos el trance
en que basta arrepentirse
al hombre para salvarse.
   A su siniestra un demonio
tiene, y a su diestra un ángel  610
que él no ve, pero que escucha
aunque le hablan sin hablarle.
   ¡Ay de Lara! El pecho cierra
al bálsamo saludable,
y al mortífero veneno,  615
¡triste Humanidad!, lo abre.
   «Iré, ¡vive Dios!, lo juro»,
alto exclama, que aunque nadie
con él esté, bien conoce
que le contradice alguien.  620

*  *  *

   La ciudad un gran sarao
a los jefes y oficiales
daba aquella noche misma,
con música, cena y baile.
   Y Lara asiste un momento,  625
de su ligero carácter
dando, como siempre, pruebas,
esmerado en porte y traje.
   Pero hubieran advertido
unos ojos penetrantes  630
que en su locuaz alegría
y movimientos marciales,
   de afectado y violento
daba muestras su semblante,
porque voces interiores  635
no cesaban de asustarle.

*  *  *

   Era medianoche en punto
cuando dejó Lara el baile,
y dos veces volver quiso
al verse solo en la calle.  640
   Mas, resuelto, va a su casa,
do toma su capa, y sale,
seguido de su asistente,
a quien mandó acompañarle,
   Por la ciudad, que dormía,  645
sin que otro rumor sonase
que el eco de los violines
o de algún búho los ayes,
   vaga el joven como loco,
porque el demonio y el ángel  650
dentro de su mismo pecho
aún empeñados combaten.
   Del Eterno los juïcios
santos son e inescrutables.
Sonó en el reloj la una,  655
y decidióse el combate.

*  *  *

   Lara del convento llega
a los humildes tapiales;
que allí aguarde a su asistente
manda, y decidido parte.  660
   El ciprés erguido mira,
que taladrando los aires
aparece entre las sombras
vago, aterrador, gigante.
   La pared registra; advierte  665
derruidos los sillares
de la planta, los ladrillos
descarnados, desiguales.
   Tienta, y ve que ofrecen paso,
y que aun ya lo han dado antes;  670
audaz trepa, y en la barda
llega pronto a cabalgarse.
   Le pasma el hondo silencio
y la oscuridad fragante
de aquel huerto, que domina  675
sin ver nada. Escucha el suave
   murmullo de agua corriente,
y de las hojas que el aire
mece con su dulce soplo...
¡Ay!, aún puede retirarse.  680
   Mas no se retira. Encuentra
cerca con los dos varales
de una escalera de mano.
En ella logra afirmarse;
   desciende sin saber dónde,  685
y al tocar la tierra, sale
de detrás de un tronco, un bulto
que por el brazo le ase
   con una mano convulsa;
y una voz, que apenas sabe  690
si es voz, le dice: «Seguidme»,
y anda el bulto sin soltarle.
   Por la confusión medrosa
de tinieblas impalpables
a tal hora, con tal guía,  695
y sin saber a qué parte
   va Lara, como caminan
tras su destino inmutable
sin verlo, del ciego mundo
por las sombras, los mortales.  700


Romance Quinto

La monja

   De una reducida celda
en el estrecho recinto,
que un claro velón alumbra
encima de un pajecillo,
   se encuentra confuso Lara,  705
cual por encanto metido,
con la misteriosa guía
que le ha llevado a aquel sitio.
   Mira en derredor, y encuentra
a un lado un lecho muy limpio,  710
al otro un reclinatorio
y sobre él un crucifijo;
   dos muy capaces armarios
de nogal negro, un antiguo
escritorio, y taburetes  715
por la pared repartidos.
   Y en medio un bufete halla,
cubierto de mantel fino,
con tortas, bizcochos, dulces,
conservas y pastelillos,  720
   dos copas y dos redomas,
que una de agua, otra de vino
parecen, y dos cubiertos,
todo muy pulcro y prolijo.
   La vista en seguida clava  725
en quien allí le ha traído,
que ya al descubierto ostenta
de su porte el atractivo.
   Y si pensó aquella tarde
que era un sol el rostro lindo  730
de la monja, ahora lo juzga
un encantador prodigio.

*  *  *

   Depuestos el velo y manto,
descubre todo el hechizo
de su esbelto y noble talle,  735
de su donaire y su brío.
   Y como no la contienen
los importunos testigos,
que acaso en el locutorio
de sus gracias fueron grillo,  740
   ostenta todo el tesoro
que el cielo donarle quiso
de belleza y gallardía,
y el de sus modales finos.
   Con sonrisa seductora  745
y con ojos expresivos
se acerca a don Juan, que, mudo,
se ve cual jamás se ha visto.
   Le ase amorosa una mano,
y «Descansad, señor mío;  750
tomad algún refrigerio
y estad seguro y tranquilo»,
   le dice. Blanda le acerca
a aquel bufete provisto,
y le ruega que se siente  755
con gran ternura y cariño.

*  *  *

   Lara torna en sí, se esfuerza,
recobra el genio nativo,
y lo pasado y futuro
dando ligero al olvido,  760
   de su temor se avergüenza,
sonrójase de sí mismo,
y de sólo lo presente
entrégase a los delirios.
   Y «No extrañéis, ¡oh señora!,  765
¡oh sol!, ¡oh encanto divino!,
-dice-, se muestre cobarde
con su señor el cautivo.
   »Ni que dude de tal dicha
quien de ella se juzga indigno,  770
y piensa que es el juguete
de un ensueño fugitivo.
   »Un volcán arde en mi pecho,
su fuego sólo respiro,
y jamás sentí en el alma  775
más delicioso martirio.
   »Vos sola, vos...» Levantóse
tan resuelto de improviso,
que atrás la monja dos pasos
dio con ademán esquivo;  780
   y lanzando una mirada
de indignación y desvío,
en tono grave y resuelto:
«Teneos, ¿Qué hacéis?», le dijo.
   El militar arrogante,  785
aterrado y confundido,
a ocupar volvió su silla
más humilde que un novicio.
   Pasmado de que un semblante
pueda tener tal prestigio,  790
que baste a imponerle freno
a tal hora y en tal sitio.

*  *  *

   La monja, ya asegurada
de que tiene poderío
para anonadar los planes  795
de aquel audaz libertino,
   torna a desplegar, astuta,
sus encantos y atractivos.
Siéntase enfrente de Lara,
y en él ambos ojos fijos,  800
   le alarga un tierno bizcocho,
y le excita el apetito,
diciéndole que ella misma,
con cuidado muy prolijo,
   lo ha elaborado anhelosa,  805
del dulce más exquisito,
para regalo del huésped
que en su socorro ha venido.
   Lara otra vez recobrando
su suelto y marcial estilo,  810
lo come, y aun otro toma,
lo que da gran regocijo
   a la engañadora maga,
que echa en una copa vino
y le dice: «Este es regalo  815
que la Navidad me hizo
   »mi hermana, señor, mi hermana;
apurad, gozoso, el vidrio,
y gane el licor por suyo
lo que pierda por ser mío.»  820
   «Brindemos por ella entrambos»,
contesta don Juan, y, fino,
va a servirle en la otra copa.
Mas ella estórbalo, y dijo:
   «Brindaré con agua pura,  825
que aunque es muy suave este vino,
por no estar acostumbrada
pudiera serme nocivo.»
   Don Juan el agua le sirve,
y bebe ella al tiempo mismo  830
que el otro el bálsamo apura,
que era añejo y exquisito.
   «De Chipre es, y es excelente
-dice don Juan-, ¡vive Cristo.»
«El comendador de Malta,  835
que vos conocéis, mi tío,
   »en su galera lo trajo
cuando volvió del Egipto»,
contestó la religiosa
con un gracioso remilgo.  840
   «Es un néctar», dice Lara,
y otra copa llenar quiso;
mas la monja le detiene
con un afable sonriso,
   diciéndole: «La cabeza  845
fuerza es conservar y el tino,
que aún nos queda que hacer mucho
y es el tiempo fugitivo.»
   Lara aquella mano toma,
que le ataja, y expresivo  850
en ella imprime los labios
y se da por convencido.

*  *  *

   La monja se alza, y, severa:
«Señor don Juan, es preciso
-dice- no perder momento  855
y que se cumpla el designio
   »con que os he dado esta cita,
a que habéis correspondido.
Vais a hacer un gran viaje
para hacerme un gran servicio.  860
   »Y por ahorrarme palabras
y que sepáis por vos mismo
mis más ocultos secretos,
y la protección que exijo,
   »abrid aquel grande armario;  865
no vaciléis, os suplico,
y ayudadme cual valiente:
abridlo, don Juan, abridlo.»
   Subyugado por el tono
del mandato imperativo,  870
y por demostrar que nada
atemoriza su brío,
   va don Juan, abre el armario,
y a sus pies cae, al abrirlo,
de un caballero el cadáver  875
con ricas ropas vestido.
   Queda helado, queda mudo,
queda transformado en risco,
en tan espantoso objeto
los ojos clavados, fijo.  880
   Cuando oyó la voz tremenda
de la monja, que el rugido
le parece de una tigre,
o de voraz hiena el grito,
   que de este modo le explica  885
hallazgo tan imprevisto,
alumbrando con un rayo
aquel ciego laberinto.

*  *  *

   «Ese objeto que os asombra
una víctima es, don Juan,  890
de su infame alevosía,
de su perfidia falaz.
   »Un ejemplo de que nunca
hembras de mi calidad
los engaños y traiciones  895
sin venganza sufrirán.
   »Con sus fingidas palabras,
ése, que no es nada ya,
logró rendir mi altiveza,
logró oprimir mi beldad,  900
   «logró encender en mi pecho
un infierno, no un volcán;
y un gran pecho no se inflama
impunemente jamás.
    »Mi amor, que era inapreciable  905
pagó con iniquidad,
y mis grandes sacrificios
con un engaño infernal.
   »Ante Dios, en los altares,
con otra (que no es mi igual  910
en sangre ni en hermosura,
pero que en ventura es más)
   »ligó su suerte, poniendo
entre él y yo, por su mal,
un insuperable monte,  915
un embravecido mar.
   »Lloré, maldije, encontréme
de la muerte en el umbral,
que la violencia del golpe
me hundió en una enfermedad.  920
   »Y por no ser el objeto
de la burla general,
de los sarcasmos del mundo,
de la charla popular,
   »me encerré en estas paredes,  925
donde he sabido pasar,
preparando mi venganza,
tres largos años en paz.
   »Y la he logrado. El aleve
vino por casualidad  930
de esta asoladora guerra
abrigo en Parma a buscar.
   »Lo supe, todos sus pasos
hice perseguir sagaz,
el señuelo de un billete  935
atrajo su liviandad;
   »y por esa tapia misma
que os abrió paso, don Juan,
y por el mismo camino
que os ha conducido acá,  940
   »cenó, cual vos, a esa mesa,
y a mi ruego pertinaz
brindó con vino de Chipre
como acabáis de brindar;
   »y en ese lecho una muerte  945
al instante tuvo, tan
espantosa, que aún me gozo
con su agonía final.
    »Encerrado en ese sitio
hace dos días está,  950
que falta de fuerza, en vano
lo he pretendido sacar.
   »En este terrible apuro
llegasteis, os vi galán,
enamorado, valiente,  955
al bien dispuesto y al mal;
   »y sabiendo que a mi hermana
habéis osado burlar
(asunto que para luego
suspendido quedará),  960
   »de todos mis planes juntos
vi cerca la realidad,
y hasta os trajo mi fortuna
tan cerca de aquí a morar.
   »Y os he llamado a mi celda  965
(cuando juzgabais, quizá,
que a ser dichoso en mis brazos),
un cadáver a enterrar.
   »Sus, al punto en vuestros hombros
esa carga colocad;  970
y si osáis mover la lengua
o hacer de no el ademán,
   »¡vive Dios!, que esta pistola,
áspid fiero de metal,
con su ponzoña o su fuego,  975
ceniza, nada os hará;
   »y en vez de uno habrá dos muertos,
que otro menguado a sacar,
enredado con mis artes,
cual ése y cual vos, vendrá.»  980

*  *  *

   Aterrorizado Lara,
viendo a la furia o vestiglo
que le apunta una pistola,
pronta a vomitar el tiro,
   y sintiendo por instantes  985
un fuego lento en sí mismo
que le abrasa las entrañas,
que le turba los sentidos,
   por salir al aire libre
de aquella celda o abismo,  990
donde del infierno juzga
escuchar los roncos gritos,
   obedece, y en sus hombros
coloca el cadáver frío,
y sigue tras de la monja  995
acobardado y sumiso.


Romance Sexto

Algo más

   Allá en un bajo terreno
de la huerta, hacia una punta
que tapias y matorrales
y espesos troncos ocultan;  1000
   envuelta en su velo y manto
está la tal monja, o furia,
como aterrador fantasma,
de pie y con la boca muda.
   En la mano una linterna  1005
tiene, que en sombras confusas
deja escondido su cuerpo,
y con luz de infierno alumbra
   a sus pies, delante de ella,
una zanja o sepultura,  1010
que don Juan con una azada
está haciendo más profunda.
   Se ve en uno de sus bordes
el cadáver, y resulta
un cuadro raro, espantoso,  1015
de un efecto que espeluzna.
   Reina silencio profundo,
y solamente se escucha
el grave vuelo y los ayes
de una agorera lechuza,  1020
   y los golpes de la azada
que entre la tiniebla oscura,
a la luz de la linterna
con vivas chispas relumbra.

*  *  *

   Que sus fuerzas desfallecen,  1025
que su helada frente suda
siente don Juan, y el trabajo
harto espantoso apresura.
   Cuando la monja bastante
el hoyo a su intento juzga,  1030
la linterna levantando
sus luces derrama astuta
   de don Juan en el semblante,
para examinar si alguna
señal da ya del efecto,  1035
que por momentos calcula.
   Y algo vio, pues presurosa
dijo: «Ya es harto profunda
la huesa; echad el cadáver,
y que esa tierra lo cubra.»  1040
   Y la linterna dejando
sobre la hierba, le ayuda
con los pies y con las manos
a llenar la sepultura.
   Y así que quedó el terreno  1045
igual, sobre él acumula
hojas, ramajes y piedras
que el fresco trabajo encubran.

*  *  *

   Encarando nuevamente
la luz a la faz adusta  1050
de don Juan, lo que esperaba
advirtió en ella sin duda.
   Pues con satánica risa:
«¿Estáis cansado?», pregunta.
Lara contestarla quiere,  1055
mas la lengua se le anuda.
   La monja, reconociendo
que el habla le dificulta
ya el estertor, que lo ahoga,
urgir los momentos juzga.  1060
   Ya ve sus planes cumplidos,
y que ya nada aventura
con quien está que no puede
revelar cosa ninguna.
   Y la linterna soltando,  1065
saca, amartilla y apunta
a don Juan una pistola,
y estas palabras pronuncia:
   «Cumplisteis con vuestro empeño,
yo con mi venganza justa,  1070
pues al alevoso encierra
el secreto de esta tumba.
   »Y también está vengada
mi hermana infeliz, que nunca
sin venganza se han quedado  1075
las hembras de nuestra alcurnia.
   »Ahora, marchad; salid luego
por do entrasteis en mi busca.
Salid, a tener descanso
de tan laboriosa angustia.»  1080
   En tanto que aquesto dice
a que se mueva le ayuda,
que ya es llegado el momento
y la detención le asusta.
   Lara, de quien los sentidos  1085
se confunden y se turban,
de quien se traba la lengua,
de quien los oídos zumban,
   anhela tan solamente
alejarse de tal furia  1090
y salir de aquel infierno
en donde un monte lo abruma.
   De una horrenda pesadilla
ser presa se le figura,
y por despertarse de ella  1095
el desventurado lucha.

*  *  *

   Tropezando en cada mata,
y por más que lo procura,
sin que en gritar le obedezca
la lengua helada y convulsa,  1100
   más que ayudado, arrastrado
por la monja furibunda,
hacia el lugar consabido,
entre las sombras oscuras,
   llega al ciprés. La escalera  1105
está en la tapia. Con suma
fatiga sube; su guía
con brazos y hombros le ayuda.
   Y al verlo sobre la barda
así en ronca voz lo insulta,  1110
retirando la escalera
con la que a don Juan empuja:
   «Sabed, menguado, que el vino
de Chipre que tanto os gusta,
con el agua de Tofana  1115
se confecciona y se endulza.»

*  *  *

   Lara a la parte de afuera
por la tapia se derrumba,
cae a la calle, arrastrando
andar por ella procura.  1120
   Tardamente lo consigue,
entre visiones confusas,
devorado de dolores
que el cuerpo le descoyuntan;
   abrasadas las entrañas,  1125
porque ya sólo circula
fuego en sus venas. Al cabo
llega con fatiga mucha,
   do el soñoliento asistente
le espera, sin que presuma  1130
de dónde viene su amo,
ni qué es lo que le atribula.
   Que de alguna francachela
ebrio sale, se figura,
como suele, y lo levanta,  1135
sin susto, por darle ayuda.
   Alzó un cadáver... La monja
en calcular era ducha
la maldita agua Tofana,
invención que Dios confunda.  1140



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