Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo Noticia y vejamen del «alacraneo»

Francisco Romero


Lo particular, lo extraordinario del «alacraneo» consiste en que, siendo un modo de crítica burlona, de jocosa censura, no supone juicios de valor como las restantes especies de censura o crítica. El «alacrán» no se pronuncia sobre su víctima. No juzga, no toma francamente su partido. De aquí el campo amplísimo por el cual transita, su ilimitada libertad de movimientos. Y también su irresponsabilidad ante sí mismo y ante los demás. Entiende que practica una suerte de deporte o de juego, con reglas arbitrarias, convencionales, y sin que los resultados trasciendan más allá del juego mismo. Terminada la partida, todo queda como antes. Ni le remorderá la conciencia después   —193→   de los pinchazos más venenosos prodigados a sangre fría, ni se inmutará cuando alguien le reproche. Probablemente, ni hallará justificado que se discuta su derecho al «alacraneo». Se cree en posesión de algo así como una patente de corso, y se somete de buen grado a servir a su vez de víctima. Esto entra en las reglas del juego.

Queda, pues, sentado que el «alacrán» no toma para blanco de su ataque este o aquel rasgo de su víctima porque resueltamente lo considere malo o vituperable. ¿Por qué, entonces? Sencillamente, porque para él no es sino un pretexto, un expediente como cualquier otro para entregarse a una actividad que en sí es desinteresada, que se podría llamar estética, en la que no hay intención ni de ofensa ni de correctivo. Esto es lo que el mismo «alacrán» nos diría, y sin duda lo que él piensa.

Mi opinión difiere de la suya. Creo que este asunto debe examinarse en función de otras maneras y propensiones nuestras con las cuales mantiene relaciones estrictas. El «alacraneo» no va contra tal rasgo personal porque se le estime de este modo o del otro, sino meramente porque existe. Esto es lo esencial. Lo que nos choca, lo que de ningún modo soportamos, es que en la ajena personalidad emerja algo visible, algo distinto y peculiar. La singularidad del prójimo nos produce una irritación específica, muy bien trasladada a la imagen, que ha ido a elegir, entre todos los pinchazos posibles, el que lleva una carga de irritación transmutada en veneno. El «alacraneo» es una protesta contra la diferencia, es un constante: «Se prohíbe ser diferente». Apenas percibe algo que -en bien o en mal, no importa- sobresale, lo somete a su esmeril. Porque, si por un   —194→   lado vale el símil del aguijón clavándose en cada prominencia, por otro se ofrece el del buen obrero aplicado a dejar una superficie libre de accidentales relieves, limpia y pulimentada.

Entre lo más sensato que se haya escrito a propósito de las Intimidades argentinas de Ortega, está el comentario de Juan Álvarez. Hay en él una conclusión con la cual no estoy de acuerdo, a pesar de su aparente exactitud, y que ahora viene a cuento. A algunas indicaciones de Ortega sobre cierto empaque que advierte en el hombre de estas tierras, contesta Álvarez que mal puede haber empaque o afectación en gentes dotadas de tan agudo sentido para lo ridículo. No hay discusión posible respecto a la finura un poco exacerbada del argentino en general para captar al vuelo los aspectos ridículos en propios y extraños. Pero la anotación de Ortega hemos de circunscribirla a Buenos Aires capital para comprenderla bien, y aquí la capacidad para ver lo ridículo funciona en complicidad con el «alacraneo» -que tiene, como hemos visto, raíz diferente-, y entre ambos favorecen más bien que impiden cierto empaque o rigidez. Este empaque no es tanto afectación como contención; es un estar sobre sí mismo, un reprimir la propia espontaneidad, en una alerta desconfiada y permanente.

Ya he apuntado en otro sitio, en forma muy sumaria, las razones de nuestra intolerancia ante cualquier tipo humano un poco acusado y original. Nos falta aún la actitud objetiva -flor de civilización-, y andamos por la vida como enfermos de nuestro propio yo, sin que los demás nos interesen. Les exigimos que entren en el molde más cómodo para nuestra indiferencia; que asuman un perfil convencional, impersonal. El sabio,   —195→   el artista europeo, pasan entre nosotros por una dura prueba, y casi siempre quedan un poco disminuidos en nuestra estimación, porque revelan un afán, para nosotros intolerable, de ser como son, de ser ellos mismos.