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- XXI -


El fanatismo

ArribaAbajo   Tronó indignado el cielo,
y sus polos altísimos temblaron
contra el ciego mortal que en torpe rito
mancillara en el suelo
la imagen soberana  5
de su Autor infinito.
Al Dios del universo abandonaron
sus hijos por la vana
deidad que impíos de su mano hicieran,
y nuevos cultos crédulos le dieran.  10
   Aquí acatar se vía
la piedra bruta, mientra allá abrasado
entre los brazos del helado viejo
el infante gemía.
En el remoto Nilo,  15
con infame cortejo
iba en danzas y cánticos llevado
el feroz cocodrilo,
y la casta matrona incienso daba
al adulterio que su pecho odiaba.  20
   Tronó el cielo en oscura
noche y en tempestad hórrida y fiera,
y a la tierra el sangriento fanatismo
lanzó en su desventura.
Las cadenas crujieron  25
del pavoroso abismo;
tembló llorosa la verdad sincera;
los justos se escondieron,
triunfando en tanto en júbilo indecente
el fraude oscuro y la ambición ardiente.  30
   El monstruo cae y llama
al celo y al error, sopla en su seno,
y a ambos al punto en bárbaros furores
su torpe aliento inflama.
La tierra, ardiendo en ira,  35
se agita a sus clamores;
iluso el hombre, y de su peste lleno,
guerra y sangre respira;
y envuelta en una nube tenebrosa,
o no habla la razón, o habla medrosa.  40
   Y él va y crece y se extiende
del suelo en la ancha faz; los altos cielos
su frente toca, la soberbia planta
al abismo desciende.
Con su cetro pesado  45
los imperios quebranta;
de pálidos espectros, de recelos
y llamas rodeado,
el orbe, cual un dios ciego, le implora,
y sus leyes de sangre humilde adora.  50
   Entonces fuera cuando
aquí a un iluso extático se vía,
vuelta la inmóvil faz al rubio oriente,
su tardo dios llamando;
en sangre allí teñido  55
al bonzo penitente;
sumido a aquél en una gruta umbría;
y, el rostro enfurecido,
señalar otro al vulgo fascinado
lo futuro, en la trípode sentado.  60
   Doquier un nuevo rito
y un presagio fatal que horrible llena
la tierra de mil pánicos terrores;
confundido el delito
con la virtud gloriosa;  65
coronada de flores
la infeliz virgen que a morir condena
la cazadora diosa;
y en medio un pueblo que su celo admira,
la indiana alegre en la inflamada pira.  70
   Así el monstruo, batiendo
las rudas palmas en su trono umbroso,
rige insolente al orbe consternado;
cual con fragor tremendo
su hondo seno estremece  75
el Vesubio inflamado,
el cielo, envuelto en humo pavoroso,
su alba faz oscurece,
y cubre un ancho mar de ardiente lava
el rico suelo do Pompeya estaba.  80
   De puñales sangrientos
armó de sus ministros y lucientes
hachas la diestra fiel; ellos clamaron,
y los pueblos atentos
a sus horribles voces  85
corriendo van; temblaron
los infelices reyes, impotentes
a sus furias atroces;
y, ¡ay!, en nombre de Dios gimió la tierra
en odio infando, en execrable guerra.  90
   Cada cual le ve ciego
en su delirio atroz, oír le parece
su omnipotente voz, y armar su mano
siente del crudo fuego
de su ira justiciera.  95
Del hermano el hermano,
del hijo el padre víctima perece;
y en la encendida hoguera
lanza el esposo a la inocente esposa:
ni un ¡ay! su alma feroz despedir osa.  100
   ¿Qué es esto, Autor eterno
del triste mundo? ¿Tu sublime nombre
que en él se ultraje a moderar no alcanzas?
¿Desdeñas el gobierno
ya de sus criaturas?,  105
¿y a infelices venganzas
y a sangre y muerte has destinado el hombre?,
¿o en tantas desventuras,
sin que haya un coto a su dominio odioso,
Satán por siempre triunfará orgulloso?  110
   Vuelve, y a tu divina
nuda verdad en su pureza ostenta
al pavorido suelo; el azorado
mortal su luz benigna
goce, y ledo respire;  115
no tiemble desmayado,
no tiemble, no, tu cólera sangrienta
cuando tu cielo mire.
Dios del bien, vuelve; y al Averno oscuro
derroca omnipotente el monstruo impuro.  120
   ¡Ay!, que toma la insana
ambición su disfraz, y ardiente irrita
su rabia asoladora y sus furores.
La cuadrilla inhumana,
¡cuál vaga!, ¡qué encendido  125
el rostro, y qué clamores!,
¡cómo a abrasar, a devastar se incita!
Y en tremendo ruïdo
corre vibrando la sonante llama,
y al Dios de paz en sus horrores llama.  130
   Vedla, vedla regida
del fiero Mahomet, cual un torrente
que ondisonante la anchurosa tierra
devasta sumergida,
de la Arabia abrasada  135
con la llorosa guerra
precipitarse en el tranquilo oriente,
en la diestra la espada,
y el Alcorán en la siniestra alzando,
«Muere, o cree» frenética clamando.  140
   De allí de luto llena
el África infeliz, y tu luz clara
en su ira ardiente, ¡oh España!, ¡oh patria mía!,
a esclavitud condena.
El trono de oro hecho  145
y rica pedrería
que opulenta Toledo un tiempo alzara,
en polvo cae deshecho.
Alcázares, ciudades, templos, todo
se hunde, ¡oh dolor!, con el poder del godo.  150
   El de Ismael domina
del Indo al mar Cantábrico; y la mora
llama en el ancho suelo arde ligera.
En medio la ruina
del orbe amedrentado,  155
la ominosa bandera
se encumbra de la luna triunfadora;
y, ¡ay!, en tigre mudado,
ciego el califa en su sangriento celo,
despuebla el mundo por vengar el cielo.  160
   Súbito, en niebla oscura
sumir se vio la tierra desolada,
y el genio y las virtudes se apagaron;
su divina hermosura
las ciencias congojosas  165
entre sombras lloraron
a manos del error vilmente ajada;
y de mil pavorosas
supersticiones la conciencia llena,
se dobló el hombre su infeliz cadena.  170




- XXII -


El paso del mar Rojo


(Traducción de la Vulgata)

ArribaAbajo   Cantemos al Señor, que engrandecido
gloriosamente ha sido,
y al mar lanzó caballo y caballero.
   Mi fuerza y mi alabanza el Señor fuera,
y mi salud se hiciera;  5
mi Dios es, gloriarelo;
Dios de mis padres fue, y ensalzarelo.
   Apareció el Señor como un guerrero.
El Potente es nombrado:
de Faraón los carros y escuadrones  10
ha en el mar derrocado,
y en sus rápidas ondas, sepultado
sus más fuertes varones.
   Abismos los cubrieron,
y al profundo cual piedra descendieron.  15
Con valerosa muestra
magnificada ha sido,
Señor, tu fuerte diestra;
Señor, tu diestra al enemigo ha herido.
   Con tu gloria infinita despeñaste  20
tus contrarios; tus iras enviaste
que como paja así los devoraran.
   De tu furor al soplo se juntaran
las aguas, las corrientes se frenaron,
y del mar los abismos se estancaron.  25
   El enemigo dijo: «Seguirelos,
partiré sus despojos, cogerelos,
desnudaré mi espada,
heriranlos mis manos, y saciada
se verá el alma mía».  30
   Tu espíritu sopló, y el mar cubriolos,
y la corriente rápida sorbiolos
como a plomo pesado.
   ¿Cuál, Señor, de los fuertes comparado
puede a ti ser? ¿O tienes semejante  35
en santidad brillante,
tan laudable y tremendo
maravillas haciendo?
   La tu mano extendiste,
la tierra halos tragado.  40
   Caudillo al pueblo fuiste
por tu misericordia rescatado,
y con tu poderío
a tu morada santa lo has llevado.
   Los pueblos lo supieron  45
y en ira se encendieron.
Al filisteo impío
dolores penetraron.
   Los príncipes de Edom se conturbaron,
los fuertes de Moab se estremecieron,  50
y los que habitan en Canaán se helaron.
   Sobre ellos el espanto
caiga y pavor de muerte;
en la grandeza de tu brazo fuerte
queden cual piedra inmóviles, en cuanto  55
tu pueblo haya salido,
pueblo que tú, Señor, has poseído.
   De tu herencia en el monte has de ponerlo,
Señor, y establecerlo,
firmísima morada que has obrado,  60
santuario que han tus manos afirmado.
   Del Señor será eterno
y mucho más el reino.
   Pues cuando con sus carros se metiera
y su caballería  65
en el mar Faraón, él revolviera
sobre ellos la corriente,
mientras a pie enjuto y sosegadamente
su camino Israel por medio hacía.




- XXIII -


A la luna

ArribaAbajo   Detén el presto vuelo
de tu brillante carro luminoso,
oh luna celestial; deja a un lloroso
mortal, que lastimado
te contempla en el suelo,  5
en tu rostro nevado
gozarse y tu alba lumbre
posada ver del cielo en la alta cumbre.
   Déjame, oh luna bella,
que con ojos extáticos te mire,  10
y a verte torne, y en mi mal respire.
Y mientra en pos la mente
va de tu excelsa huella,
cante yo balbuciente
tu majestad gloriosa,  15
plácida reina de la noche umbrosa.
   Ella su pavonado
fúnebre manto por la inmensa esfera
volando en torno desplegó ligera,
con rica bordadura  20
de luceros ornado;
y en majestad oscura
lanzando al rubio día,
con negro cetro al mundo presidía.
   Todo al caos pavoroso  25
semejaba tornar, todo callaba.
Su movimiento rápido paraba
la gran naturaleza,
con un velo nubloso
la divina belleza  30
del orbe confundida
y entre el horror su inmensidad perdida,
   cuando tú, levantando
la frente clara por las altas cimas,
en tu trono de nácar te sublimas  35
con marcha reposada,
y el velo desgarrando
de la esfera estrellada,
las tinieblas ahuyentas
y el bajo suelo a par plácida alientas.  40
   ¡Oh, con cuánta alegría
se baña el cielo en tu esplendor sereno!
¡Oh, cuál renace el universo, lleno
de tu argentada llama,
del duelo en que yacía!  45
¡Cuán presta se derrama
por el ancho horizonte,
inunda el valle y esclarece el monte!
   En el vecino río
que sesga ondisonante en la pradera,  50
saltando entre sus ondas va ligera.
En centellantes fuegos
entre el bosque sombrío
brilla y graciosos juegos;
y la vista engañando,  55
se pierde al fin, mil llamas reflejando.
   Tú sigues coronada
de puros rayos la nevada frente,
y con la undosa túnica esplendente
el ancho cielo llenas,  60
en torno acompañada
de las horas serenas
y tanta estrella hermosa
que humilde acata tu deidad gloriosa.
   Mas con excelsa lumbre  65
que el sol, tu hermano, de su trono de oro
te presta grato, del fulgente coro
las llamas oscureces;
y sola en la alta cumbre
de los cielos pareces,  70
do tu beldad divina
sobre la inmensa creación domina.
   Así, en vuelo incesante,
te arrastra en pos de sí la tierra oscura.
Ya, lleno el ancho disco de luz pura,  75
al sol rojo sucedes;
ya cual línea radiante
empieza; ya precedes
al alba, circundada
de soles que ornan tu beldad menguada.  80
   Y siempre saludable,
al bajo mundo, en movimiento blando
tus rayos van la atmósfera agitando;
hasta el profundo seno
del mar vasto, insondable,  85
su ardor baja, y él lleno
se derrama en la arena,
y luego vuelve y su correr enfrena.
   Cuanto las aguas claras,
cuanto la tierra próvida sustenta  90
y el aura leve de vivientes cuenta,
todo, luna, te adora;
tú las selvas amparas,
tú engalanas a Flora,
y tú en grato rocío  95
su blonda mies sazonas al estío.
   ¡Oh!, sin ti, ¿qué sería
del suelo, en negras sombras sepultado,
las largas noches del invierno helado
¿Y qué, cuando el Can arde,  100
a un inflamado día
muy más sigue la tarde,
el mundo desfallece,
y la congoja abrasadora crece?
   Mas llena de ternura  105
tu deidad sale, y la tiniebla espesa,
¡oh enero triste!, de tus noches cesa.
Vese el hielo punzante
entre la lumbre pura
revolar centellante,  110
y en calma venturosa
el orbe yerto de su horror reposa.
   O si, en voluptuosos
rayos, de Sirio el triste desaliento
calmar te place, bullicioso el viento  115
te sigue, y de la tierra
con soplos vagarosos
la congoja destierra,
do el mortal alentado
respira y goza, en tu fulgor bañado.  120
   Entonces todo vive:
tu luz, luna, tu luz clara y süave
tornar en día las tinieblas sabe.
Entre la sombra obscura
el soto la recibe;  125
goza de la verdura
la vista, y fugitiva
se pierde en tina inmensa perspectiva.
   ¡Oh del cielo señora,
del dios del día venturosa hermana!,  130
¡de los brillantes astros soberana!
A ti en triste gemido
en alta mar implora
el náufrago perdido,
y a ti gozoso mira  135
el caminante, y por tu luz suspira.
   El congojado pecho
te adora humilde, su aflicción te cuenta,
y en muda soledad contigo alienta
cuando con voz doliente  140
en lágrimas deshecho
se lastima; y clemente,
para templar su duelo,
tus ruedas paras en el alto cielo.
   En lecho de dolores,  145
por ti el enfermo desvelado clama;
y el ferviente amador también te llama,
ya en la inmensa ventura
de sus ciegos favores,
ya en su triste amargura  150
si gime abandonado
o arde su pecho en infeliz cuidado.
   Y a todos oficiosa
acorrer sabes y amainar sus penas,
y de esperanzas y dulzuras llenas  155
los míseros mortales.
¡Consoladora diosa!
¡Luna!, calma mis males
y vuelve al alma mía
la paz, la blanda paz que antes tenía.  160
   Horrísona tormenta
brama; la envidia de su atroz veneno
hiciera blanco mi inocente seno,
la calumnia me infama,
el poder me amedrenta,  165
sopla el odio la llama,
y en mi duelo profundo
tú sola me oyes en el ancho mundo.
   Sola tú... Mas ¿qué miro?
Una nube fatal saliote al paso,  170
te envuelve en sus tinieblas, y al ocaso
arrastra tu luz pura.
Cesa el brillante giro,
cesa; y no tu hermosura
así infamarse quiera.  175
Y tú, nube cruel, huye ligera.
   Te hundiste ya, y perdida
entre su horror, el orbe se oscurece,
y el luto infausto y la tiniebla crece.
¡Ah, beldad desgraciada!  180
También fugaz mi vida
brilló, y fue sombra y nada;
tú empero a rayar tornas
y de luz nueva el universo adornas.




- XXIV -


A mi musa


Consuelos de un inocente, encerrado en una estrecha prisión

ArribaAbajo   Hasta en los grillos venturoso siento
tu grata inspiración; el pecho mío,
mi triste pensamiento,
te reconocen ya; y entre el medroso
son de los hierros y el clamor lloroso  5
de miserable tanto, al hado impío
que mi inocencia oprime
contrasta el alma, y mi prisión redime.
   Tú, musa, favorable darme sabes
consuelos y vigor; con tu armonía  10
los tormentos más graves,
cual brilla el sol tras hórrido nublado
ledo amainando el piélago agitado,
se truecan en pacífica alegría;
y de mi encierro oscuro  15
discurro libre por el aire puro.
   Libre discurro y libre me imagino,
y libre, libre soy; pues cuando atada
a arbitrio del destino
de mi ser gime la porción grosera,  20
con raudo vuelo por la inmensa esfera
huyéndose fugaz la mente alada,
hasta el empíreo cielo
osa encumbrarse en un dichoso anhelo,
   do del Bien Sumo en la perenne fuente  25
sacio la hidalga sed, y en un tesoro
de consuelos se siente
la razón abismar. Allí, gloriosa,
la verdad ríe en su nudez hermosa,
la oficiosa piedad enjuga el lloro  30
del mísero oprimido,
y humanidad abraza al desvalido.
   Uno mismo el lugar, igual la suerte
del siervo vil y el sátrapa orgulloso,
y en la llorosa muerte  35
el olvido final; en el de hermanos
vueltos del mundo ya los nombres vanos;
y más claro, oh virtud, que el poderoso,
el que osó en la bajeza
siempre adorar tu virginal pureza.  40
   O bien de eterna paz en claro asiento
serie de héroes mirando peregrina,
no aquellos que sangriento
Marte corona y cuyo imperio aciago
fue azote a la equidad, del mundo estrago,  45
genios de maldición; su luz divina
hiere el alma y la inflama:
su nombre adora, y semideos los llama.
   Allí, en sacro laurel la sien ceñida,
brillan los que a su patria en amor santo  50
prodigaron la vida,
los que las artes útiles hallaron,
al hombre rudo en sociedad juntaron,
o de Apolo al laúd con dulce canto
religioso le hicieron  55
y alivio grato a sus fatigas dieron,
   radiantes ora y númenes divinos,
de las plagas de luz que faustos moran
mirando los destinos
del ser humano, y con clementes ojos  60
condoliendo sus lástimas y enojos;
mientras mil tristes su favor imploran,
por norte los eligen,
y a su norma feliz sus pasos rigen.
   Y allí también, resplandeciente y pura  65
alzan su frente a par los que en la tierra
el cáliz de amargura
bebieron en la afrenta y las prisiones,
ora en paz del encono y los baldones
con que el mundo les hizo cruda guerra  70
cuando, viviendo, un día
con su ciencia y virtud se engrandecía.
   ¡Sublimes genios, almas venturosas,
salud, gloria inmortal del nombre humano,
que en ansias generosas  75
del común bien vuestra delicia hiciste,
y astros de luz para la tierra fuiste!
¡Quién en sí vuestro esfuerzo soberano
no siente cuando os mira!
¡Y quién por emularos no suspira  80
   con frente y pecho igual si el vulgo necio
su honor mancilla o su virtud abate!,
generoso desprecio
que, al justo estima su altivez liviana.
¡Qué no sufristeis vos de su ira insana,  85
héroes sin par, en criminal combate
acosados, proscritos,
y viendo, oh horror, en triunfo los delitos!
   ¿Serán algo mis penas con los rudos
trabajos vuestros? Con agudo diente  90
y alaridos sañudos
la atroz calumnia os atacó viviendo;
entre los grillos y su ronco estruendo
pobreza amarga os afligió inclemente;
y delito a la lengua,  95
y fue a la patria vuestro nombre mengua.
   Aun de los brazos la amistad benignos
os arrojó cruel; visteis volveros
cien amigos indignos
la espalda con desdén, sorda la oreja  100
y helado el pecho a vuestra amarga queja,
con bárbara impiedad desconoceros,
y aun al vulgo adunarse
y en la vil delación torpes gloriarse.
   Firmes empero cual la añosa encina  105
inmoble al soplo de aquilón violento,
o roca al mar vecina
que olas ve inmensas a sus pies romperse
y en tumbos de alba espuma deshacerse,
os contempló el gran Ser de su alto asiento,  110
impávido el semblante,
y el pecho a la desgracia de diamante;
   y de su seno celestial lanzando
un rayo de dulcísimo consuelo,
contra el inicuo bando  115
sostuvo vuestro esfuerzo generoso,
dejándoos ver el galardón dichoso
que allá os guardaba en el excelso cielo,
do la virtud segura
ríe a los silbos de la envidia impura.  120
   Ligur insigne, que al antiguo mundo,
inmensos mares sojuzgando osado
con tu genio profundo,
otro mundo añadiste y otros hombres
de extrañas leyes, peregrinos nombres;  125
tú volviste cual siervo encadenado,
émulos te oprimieron,
y al sepulcro los grillos te siguieron.
   Tú, de alta trompa y tajadora espada,
los arrastraste, oh Camoens. Tú, festivo  130
Quevedo, en olvidada
y hórrida cárcel como yo penaste,
do tú, ¡oh baldón!, tus llagas te curaste.
Y tú, aliviando el padecer esquivo,
León, la lira de oro  135
bañabas en tu encierro en largo lloro.
   A él debieron tu fábula sublime
las Musas, gran Cervantes; el destino
que inocente te oprime,
¿pudo inspirarte tan alegres sales?  140
Bienhechor de los hombres, de tus males
corrió de gracias el raudal divino
que a todos entretiene;
en el mundo tu ejemplo igual no tiene.
   Y otros y otros sin fin, que hoy en honrosa  145
celebridad voláis de gente en gente,
¡raza de héroes gloriosa!
La verdad nos mostró con su luz clara
de vuestras vidas la inocencia rara;
la tierra os da tributo reverente,  150
mansión el alto cielo;
y aquí sois mi esperanza y mi consuelo.
   Musa, no ceses, y en mi mente fija
tu doctrina inmortal; de la memoria
tú que eres feliz hija,  155
grata me cuenta las ilustres penas
de cuantos el oprobio y las cadenas
justa en sus fastos consagró la historia:
suba yo con su ejemplo
por la paciencia de virtud al templo.  160




- XXV -


En la desgraciada muerte del coronel don José Cadalso, mi maestro y tierno amigo, que acabó de un golpe de Granada en el sitio de Gibraltar

ArribaAbajo   Silencio augusto, bosques pavorosos,
profundos valles, soledad sombría,
altas desnudas rocas,
que sólo precipicios horrorosos
mostráis a mi azorada fantasía,  5
tú, que mis ojos a llorar provocas
y al hondo abismo tocas
rodando, oh fuente, de la excelsa cumbre,
marchitos troncos que la edad primera
visteis del tiempo, y a la dulce lumbre,  10
con frente altiva y fiera,
de la alba luna que esclarece el mundo
cerráis la entrada en mi dolor profundo:
   ¿Vuestra más triste y fúnebre morada,
dó está?, ¿y el laberinto más umbrío,  15
do mi melancolía
del silencio y el duelo acompañada
se pierda libre? El sentimiento mío
huye la luz del enojoso día
y el canto y la alegría,  20
cual ave de la noche el sol dorado.
Sólo este valle lóbrego y medroso,
de riscos y altos árboles cercado,
que en eco lastimoso
el nombre infausto de mi amigo suena,  25
mi pecho adula y su dolor serena.
   Aquí algún tiempo en pláticas sabrosas
de Sirio el fuego asolador burlamos;
aquí a su lira de oro,
y en sus alas alzándole fogosas  30
la inspiración, sus hijos le escucharnos
de los luceros el brillante coro
con su cantar sonoro
cual un dios suspender; y aquí elevaba
mi tierno numen a la inmensa alteza  35
de su inefable Autor, o me enseñaba
a domar la aspereza
de la virtud con esforzado aliento...
¡Cuánto, ay me, cuánto estas memorias siento!
   Ya todo feneció: la mano dura  40
de la muerte cruel, aquella mano
que, de sangre sedienta,
postra al poder, la fuerza, la hermosura,
cual débil heno el áspero solano,
sólo en duelos y lágrimas contenta,  45
le arrebató violenta
a su negra mansión; y allí cerrado
con lleve de diamante la espantosa
eternidad le guarda aprisionado
en noche tenebrosa.  50
Para él los seres todos fenecieron
y fugaz sombra ante sus ojos fueron.
   ¡Terrible eternidad!, ¡vasto océano
donde todo se pierde! ¿Qué es la vida
contigo comparada?  55
¿Dó no alcanzó tu asoladora mano?
Naturaleza, ante tus pies rendida,
al abismo insondable de la nada
desciende despeñada
por tu inmenso poder, del sol divino  60
apagada la luz, y ese sin cuento
de astros, al cielo adorno peregrino,
ciegos en un momento.
¡Y aun llega al hombre, al polvo deleznable,
tu ansia de aniquilar, jamás saciable!  65
   ¿Pudo el amable, el plácido Dalmiro
tus iras encender? El virtuoso,
el bueno, ¿en qué ofendía,
para ser blanco al ominoso tiro?
¡Oh mi Dalmiro! ¡Oh nombre doloroso  70
cuanto un tiempo de gloria al alma mía!
¡Detén la acción impía,
oh muerte, oh cruda muerte...! El golpe parte,
retiembla el suelo al hórrido estampido,
y nada en tu furor basta a apiadarte.  75
¡Ay!, yo le veo tendido
fiero, espantable en la abrasada arena;
y un grito de dolor el campo atruena.
   ¡Imagen cara!, ¡idolatrado amigo!
¡Dalmiro, mi Dalmiro!, ¡sombra fría!  80
Aguarda, espera, tente;
tu cuerpo abrazaré, le daré abrigo,
te prestaré mi aliento, el alma mía,
dividida en los dos, tu seno aliente...
¡Imaginar demente!,  85
¡vana ilusión...! Mis ruegos, mis clamores,
ni al cielo ablandan, ni Dalmiro escucha,
que en el trance final con los rigores
de la atroz muerte lucha;
y a mí tornando el rostro desmayado,  90
ansia llamarme, y siente el labio helado.
   No, jamás esta imagen desastrada
mi mente olvidará, ni el lastimoso
espectáculo horrendo
de herirme acabará. La quebrantada  95
frente y trémulos ojos, el ondoso
río de hervidores sangre el lago hinchendo
viendo estoy, el estruendo
oigo del bronce atroz; y, ¡ay!, del herido
tronco la gran ruina y convulsiones  100
con que en tierra se vuelve sin sentido,
los ayes, las razones
no pronunciadas, y el tender la mano,
favor a todos demandando en vano.
   ¡Mísero!, contra el golpe irresistible  105
del infernal obús, tus peregrinas
virtudes, ¿qué valieron?
El alto pecho, el ánimo invencible,
el profundo consejo y las divinas
luces que aplausos tantos le trajeron,  110
las sales que corrieron
de su labio feliz, la voz sagrada,
órgano de las Musas, con su muerte
hoy llorosas y mudas: nada, nada,
¡desapiadada suerte!,  115
a salvarle alcanzó, de tanta gloria
durando sólo la infeliz memoria;
   durando sólo para infando duelo,
y objeto triste de dolor y espanto,
extranjero en la tierra  120
yo al gozo y a la paz, culpando al cielo,
siempre en suspiros y bañado en llanto,
ya si la lumbre matinal destierra
y el negro ocaso encierra
a la azarosa noche, ya si el día  125
torna a apagar su rayo postrimero
y se hunde el mundo en la tiniebla fría,
imagen del primero
desierto caos, do vagó perdido
en hondo sueño y sempiterno olvido.  130
   Y nunca, nunca mi doliente queja
término alcanzará; ni el malogrado,
porque le llame tierno,
grato cual antes prestará su oreja,
mis lágrimas verá ni mi cuidado.  135
Tinieblas, soledad, silencio eterno
y un insondable averno
nos separaron ya, muy más distantes,
sin cuento más, que el que felice mora
las plagas de la aurora rutilantes  140
y el que aterido llora,
del polo ansiando entre la inmensa nieve
del sol un rayo, aunque apocado y breve.
   ¡Oh fatal Calpe! ¡Oh rocas, que rizadas
subís al cielo la sañosa frente,  145
gratas tanto al abrigo
de la altiva Albión, cuanto infamadas
por ominosas a la hispana gente!
Desde la edad del infeliz Rodrigo
siempre halló el enemigo  150
en vosotras favor, gozando abierto
sus fuertes naos y cargadas flotas,
¡oh vil traición!, vuestro seguro puerto.
Siempre, sus haces rotas,
mi patria, en luto envuelta, vio perdida  155
a vuestros pies su juventud florida.
   ¡Y ora a los canos padres qué desvelos
y honroso afán! ¡Qué lágrimas no oprimen
las madres castellanas!
¡Cuál abismadas en amargos duelos  160
por sus amados las doncellas gimen!,
llegando a las provincias más lejanas
las nuevas inhumanas
de cuantos siega en vos la muerte impía.
Guardad, guardad, guerreros; no fiados  165
corráis en vuestra impávida osadía
a escalar malhadados
tanto y tanto cañón que hórrido atruena,
o a España dejaréis de lutos llena.




- XXVI -


Afectos y deseos de un español al volver a su patria

ArribaAbajo   «Benigno en fin el cielo
mis suspiros oyó; raya fulgente
el día que mi anhelo
ansió tan impaciente,
que en ruegos tantos le imploré ferviente.  5
   Los huracanes fieros
y las hórridas nubes que amagaron
inmensos aguaceros,
al rayo se ahuyentaron
de un claro sol, y el éter despejaron.  10
   La discordia ominosa
sus teas apagó, y ahogose el fuego
que en su cólera odiosa
soplaba el error ciego,
y el esplendor, el júbilo, el sosiego  15
   te robó, patria mía,
oh dulce patria, cuyo nombre santo
confunde hoy mi alegría
con el plácido llanto
en que me anego si tus dichas canto.  20
   Ya en perenne bonanza
tus días correrán; podrás segura
reír a la esperanza,
y a tu augusta hermosura
y a tu gloria volver y tu ventura.  25
   Abriste, madre tierna,
tu seno al fin a tus dolientes hijos,
que en orfandad eterna
tras males tan prolijos
penaban, siempre en ti sus ojos fijos.  30
   Lo abriste, y obedientes,
finos, leales, a lanzarse vuelan
en tus brazos clementes;
tu fausto amor anhelan,
y en alcanzarlo ahincados se desvelan.  35
   Todos en carro unidos,
todos en santa paz, todos hermanos,
lejos ya los partidos,
lejos los nombres vanos,
que enconos atizaron tan insanos.  40
   Así españoles todos
(lo fuimos siempre en el amor, lo fuimos;
bien que en diversos modos,
allí do a España vimos,
allí a salvarla crédulos corrimos),  45
   sobre tus aras santas
serlo sin fin juremos; y postrados
de nuevo ante tus plantas,
más y más inflamados,
vínculos estrechemos tan sagrados.  50
   Tal, oh patria, lo juro
con inviolable fe, si el noble celo
de un español oscuro
a él puede de consuelo
y acepto ser en su verdad al cielo.  55
   Españoles, juradlo;
juradlo todos a la par; contino,
contino renovadlo;
uno el ser y el destino,
y el nombre nuestro y su blasón divino.  60
   Deja, oh patria querida,
este grito a mi amor; da a mi ternura
que anhele embebecida
que en gloria y en ventura
por siempre brilles con la luz más pura.  65
   Lejos de ti la llama
de mi fe se avivó, cual se renueva
más y más en quien ama,
y el hado ausente lleva
la hoguera dulce en que sus ansias prueba.  70
   ¡Oh, cuánta vez, iluso,
con presto vuelo de este amor llevada,
en la cumbre me puso
del Pirene elevada
mi fogosa afición, en ti embriagada!  75
   Gozoso allí en mirarte
y en llamarme hijo tuyo, me fingía
tiernamente abrazarte;
y en mi dulce agonía
tu nombre apenas pronunciar podía.  80
   Pero, ¡ay!, ¡qué de dolores
me has causado a la par!, ¡cuánto he gemido,
viendo entre mil horrores
tu suelo destruido,
tu yermo suelo en soledad sumido,  85
   del extranjero odioso
hollada tu beldad, la vil pobreza
con su velo ominoso
nublando tu belleza,
tú derrocada en tu heredada alteza!  90
   Tus voces escuchaba;
tu hondo gemir y dolorido llanto
mi seno desgarraba;
y aún ora con espanto
oigo el eco sonar de tu quebranto;  95
   aún ora el rayo augusto
de tu luz tibio, y pálida te veo,
y tu inmenso disgusto
sobre tu frente leo,
tu manto ajado y tu divino arreo.  100
   Y, oh madre, el pecho mío
(bien, bien mi amor llamártelo merece),
con tu dolor impío
mísero desfallece,
y el llanto mis mejillas humedece.  105
   Españoles, hermanos,
¡sus!, a acorrerla rápidos volemos;
sus trances inhumanos
solícitos calmemos,
y en sustentarla en su penar estemos  110
   en uno en sus amores
con el joven real que al cetro de oro
tornó de sus mayores,
riquísimo tesoro,
si antes asunto de perenne lloro.  115
   Vuelva la agricultura
sus campos a animar; torne el ganado
a holgarse en la verdura
del ya seguro prado;
y su hogar sea al labrador sagrado.  120
   La industria, destruida
de esta guerra letal al soplo ardiente,
descollando florida
el comercio alimente,
y alce el saber su desmayada frente.  125
   Nuevos cultos reciba
la olvidada justicia; de las canas
la majestad reviva,
reinando soberanas
por su pudor las fembras castellanas.  130
   Reparados los templos,
ferviente al cielo la piedad se eleve;
mil sublimes ejemplos
la moral nos renueve;
y el patriotismo a la virtud nos lleve.  135
   No haya, oh españoles, nada,
nada que olvide nuestro ardiente celo,
que a todos va fiada
la empresa por el cielo,
y España gime en ominoso duelo.  140
   Será nuestra memoria
con alto nombre entre las gentes clara,
y oficiosa la gloria,
ya de belleza rara,
su inmortal lauro a nuestra sien prepara.  145
   Las huellas, pues, sigamos
de nuestros padres, do sin fin veremos,
porque dignos vivamos
del nombre que tenemos,
los nobles hechos que emular debemos».  150
   Tras su largo camino,
el patrio suelo hollando, así decía
mísero un peregrino;
y el júbilo en que hervía
para seguir su lengua enmudecía.  155

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