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ArribaAbajo

Elegías morales




- I -


El deleite y la virtud

ArribaAbajo   ¡Oh loca ceguedad!, ¿será que rompa
las cadenas que me atan con la tierra?,
¿o dejaré que el ocio me corrompa?
   ¿Rebelareme al vicio, y cruda guerra
le haré con firme pecho?, ¿o comunero  5
con el vulgo seré, que siempre yerra?
   ¿Osaré declararme compañero
del bando vencedor, que heroico pisa
de la virtud el áspero sendero?
   Seré del pueblo la canción y risa?,  10
¿o su malsana vanidad siguiendo,
correré a mi despeño aun más aprisa?
   Las altísimas cumbres que estoy viendo
van del honor al templo... Allí me llama,
allí, el deleite plácido riendo.  15
   Sus vinos, cebo al paladar, derrama
en trasparentes copas; con su fuego,
el ya movido corazón me inflama.
   ¡A quién no arrastrarán el blando ruego,
la música y balsámicos olores,  20
y de tanto amador la trisca y juego!
   Toda es gala la tierra y lindas flores,
del céfiro adormece el manso aliento,
los trinos de las aves son amores.
   Irme mal grado yo tras ellas siento;  25
la razón me detiene; el apetito
aguija, y corre más veloz que el viento.
   «¿Será», me dice, «disfrutar delito
los frescos valles que a la vista tienes,
o yerro entrar en tan feliz distrito?  30
   ¿No ves los lisonjeros parabienes
con que la alegre turba solicita
que a gozar corras sus inmensos bienes?
   Naturaleza próvida te incita
y su abundante mesa te prepara.  35
¿Sordo serás, cuando placer te grita?
   Escúchala, y no necio tan avara
la juzgues con el hombre que ha criado
a que sus dones como rey gozara.
   El pesar sigue al gozo, el abrasado  40
estío a la apacible primavera,
y al abundante otoño el cierzo helado.
   El tiempo vuela, la ocasión no espera;
goza tu edad lozana; y los oídos
tapa, y no escuchen la razón severa.  45
   Corre, corre estos prados que, floridos,
son viva imagen de tus verdes años;
y a la vejez remite los gemidos».
   Así me disimula sus engaños
con halagüeña voz; así procura  50
ciego arrastrarme a sempiternos daños.
   Mas luego la razón, que a su luz pura
del ánimo la niebla desvanece,
de la virtud me muestra la hermosura,
   Ella, dolida de mi error, me ofrece  55
su diestra celestial; y la gloriosa
palma me ostenta que jamás perece.
   «¿Qué los placeres son», con amorosa
boca me acusa, «y el fugaz contento,
sino envuelta en espinas frágil rosa,  60
   que apenas abre entre fragante aliento
de suave aroma el seno delicado,
la agosta el sol, o la deshoja el viento?
   Evita, evita el lazo do enredado
vas mísero a caer, y la engañada  65
tropa desdeña y su falaz cuidado.
   Presto verás cuál la vejez helada
trueca su risa en lágrimas, y en mudo
silencio el canto y música acordada.
   El pesar y el temor con diente agudo  70
su infeliz pecho romperán, las flores
lozanas vueltas en invierno crudo;
   y en pos la enfermedad y los dolores
a aquejarlos vendrán con mil insanos
recuerdos y fantásticos pavores.  75
   Hasta el sepulcro tenderán las manos
buscando asilo entre su horror. ¡Ay!, huye,
huye, y no atiendas los clamores varios.
   No los atiendas, necio». Así me arguye;
y la razón con su favor deshace  80
el ciego ardor que el corazón destruye.
   Y yo, como el enfermo a quien desplace
en fiebre ardiente amarga medicina
y odioso el que la sirve se le hace,
   así de la razón la luz divina  85
no puedo resistir, mirar no osando
la virtud en su alteza peregrina;
   y en encendidas lágrimas bañando
las pálidas mejillas, aún suspiro
por el mentido bien que voy dejando.  90
¡Tan dulce es la prisión en que me miro!




- II -


A Jovino, el melancólico

ArribaAbajo   Cuando la sombra fúnebre y el luto
de la lóbrega noche el mundo envuelven
en silencio y horror, cuando en tranquilo
reposo los mortales las delicias
gustan de un blando saludable sueño,  5
tu amigo solo, en lágrimas bañado,
vela, Jovino, y al dudoso brillo
de una cansada luz, en tristes ayes
contigo alivia su dolor profundo.
   ¡Ah, cuán distinto en los fugaces días  10
de sus venturas y soñada gloria
con grata voz tu oído regalaba!,
cuando ufano y alegre, seducido
de crédula esperanza al fausto soplo,
sus ansias, sus delicias, sus deseos  15
depositaba en tu amistad paciente,
burlando sus avisos saludables.
Huyeron prestos como frágil sombra,
huyeron estos días; y al abismo
de la desdicha el mísero ha bajado.  20
   Tú me juzgas feliz... ¡Oh, si pudieras
ver de mi pecho la profunda llaga
que va sangre vertiendo noche y día!
¡Oh, si del vivo, del letal veneno
que en silencio le abrasa, los horrores,  25
la fuerza conocieses! ¡Ay, Jovino!,
¡ay, amigo!, ¡ay de mí! Tú solo a un triste,
leal, confidente en su miseria extrema,
eres salud y suspirado puerto.
En tu fiel seno, de bondad dechado,  30
mis infelices lágrimas se vierten,
y mis querellas sin temor; piadoso
las oye, y mezcla con mi llanto el tuyo.
Ten lástima de mí; tú solo existes,
tú solo para mí en el universo.  35
Doquiera vuelvo los nublados ojos,
nada miro, nada hallo que me cause
sino agudo dolor o tedio amargo.
Naturaleza, en su hermosura varia,
parece que a mi vista en luto triste  40
se envuelve umbría, y que, sus leyes rotas,
todo se precipita al caos antiguo.
   Sí, amigo, sí: mi espíritu insensible,
del vivaz gozo a la impresión süave,
todo lo anubla en su tristeza oscura,  45
materia en todo a más dolor hallando,
y a este fastidio universal que encuentra
en todo el corazón perenne causa.
La rubia aurora entre rosadas nubes
plácida asoma su risueña frente  50
llamando al día; y desvelado, me oye
su luz molesta maldecir los trinos
con que las dulces aves la alborean,
turbando mis lamentos importunos.
El sol, velando en centellantes fuegos  55
su inaccesible majestad, preside
cual rey al universo, esclarecido
de un mar de luz que de su trono corre.
Yo, empero, huyendo de él, sin cesar llamo
la negra noche, y a sus brillos cierro  60
mis lagrimosos fatigados ojos.
La noche melancólica al fin llega,
tanto anhelada: a lloro más ardiente,
a más gemidos su quietud me irrita.
Busco angustiado el sueño; de mí huye  65
despavorido; y en vigilia odiosa
me ve desfallecer un nuevo día,
por él clamando detestar la noche.
   Así tu amigo vive; en dolor tanto,
Jovino, el infelice, de ti lejos,  70
lejos de todo bien, sumido yace.
¡Ay!, ¿dónde alivio encontraré a mis penas?
¿Quién pondrá fin a mis extremas ansias,
o me dará que en el sepulcro goce
de un reposo y olvido sempiternos...?  75
Todo, todo me deja y abandona.
La muerte imploro, y a mi voz la muerte
cierra dura el oído; la paz llamo,
la suspirada paz que ponga al menos
alguna leve tregua a las fatigas  80
en que el llagado corazón guerrea;
con fervorosa voz en ruego humilde
alzo al cielo las manos: sordo se hace
el cielo a mi clamor; la paz que busco
es guerra y turbación al pecho mío.  85
   Así huyendo de todos, sin destino,
perdido, extraviado, con pie incierto,
sin seso corro estos medrosos valles,
ciego, insensible a las bellezas que ora
al ánimo doquiera reflexivo  90
natura ofrece en su estación más rica.
Un tiempo fue que de entusiasmo lleno
yo las pude admirar, y en dulces cantos
de gratitud holgaba celebrarlas
entre éxtasis de gozo el labio mío.  95
¡Oh, cómo entonces las opimas mieses,
que de dorada arista defendidas,
en su llena sazón ceden al golpe
del abrasado segador!, ¡oh, cómo
la ronca voz, los cánticos sencillos  100
con que su afán el labrador engaña,
entre sudor y polvo revolviendo
el rico grano en las tendidas eras,
mi espíritu inundaran de alegría!
Los recamados centellantes rayos  105
de la fresca mañana, los tesoros
de llama inmensos que en su trono ostenta
majestuoso el sol, de la tranquila
nevada luna el silencioso paso,
tanta luz como esmalta el velo hermoso  110
con que en sombras la noche envuelve el mundo,
melancólicas sombras, jamás fueran
vistas de mí sin bendecir humilde
la mano liberal que omnipotente
de sí tan rica muestra hacernos sabe.  115
Jamás lo fueran sin sentir batiendo
mi corazón en celestial zozobra.
   Tú lo has visto, Jovino: en mi entusiasmo
perdido, dulcemente fugitivas
volárseme las horas... Todo, todo  120
se trocó a un infeliz: mi triste musa
no sabe ya sino lanzar suspiros,
ni saben ya sino llorar mis ojos,
ni más que padecer mi tierno pecho.
En él su hórrido trono alzó la oscura  125
melancolía, y su mansión hicieran
las penas veladoras, los gemidos,
la agonía, el pesar, la queja amarga,
y cuanto monstruo en su delirio infausto
la azorada razón abortar puede.  130
   ¡Ay!, ¡si me vieses elevado y triste,
inundando mis lágrimas el suelo,
en él los ojos, como fría estatua
inmóvil y en mis penas embargado,
de abandono y dolor imagen muda!  135
¡Ay!, ¡si me vieses, ay, en las tinieblas
con fugaz planta discurrir perdido,
bañado en sudor frío, de mí propio
huyendo, y de fantasmas mil cercado!
   ¡Ay!, ¡si pudieses ver..., el devaneo  140
de mi ciega razón, tantos combates,
tanto caer y levantarme tanto,
temer, dudar, y de mi vil flaqueza
indignarme afrentado, en vivas llamas
ardiendo el corazón al tiempo mismo!,  145
¡hacer al cielo mil fervientes votos
y al punto traspasarlos..., el deseo...,
la pasión, la razón ya vencedoras...,
ya vencidas huir...! Ven, dulce amigo,
consolador y amparo, ven y alienta  150
a este infeliz, que tu favor implora.
Extiende a mí la compasiva mano,
y tu alto imperio a domeñar me enseñe
la rebelde razón; en mis austeros
deberes me asegura en la escabrosa  155
difícil senda que temblando sigo.
La virtud celestial y la inocencia
llorando huyeran de mi pecho triste,
y en pos de ellas la paz; tú conciliarme
con ellas puedes, y salvarme puedes.  160
No tardes, ven; y poderoso templa
tan insano furor; ampara, ampara
a un desdichado que al abismo que huye
se ve arrastrar por invencible impulso,
y abrasado en angustias criminales,  165
su corazón por la virtud suspira.




- III -


De mi vida

ArribaAbajo   ¿Dónde hallar podré paz? ¿El pecho mío,
cómo alivio tendrá? ¿De mi deseo,
quién bastará a templar el desvarío?
   Cuanto imagino, cuanto entiendo y veo,
todo enciende mi mal, todo alimenta  5
mi furor en su ciego devaneo.
   Se alza espléndido el sol, y el mundo alienta
de vida y acción lleno; a mí enojosa
brilla su luz, y mi dolor fomenta.
   Corre el velo la noche pavorosa,  10
bañando en alto sueño a los mortales,
y en plácida quietud todo reposa.
   Yo solo, en vela, en ansias infernales
gimo, y el llanto mis mejillas ara,
y al cielo envío mis eternos males.  15
   ¡Ay!, ¡la suerte enemiga, cuán avara
desde la cuna se ostentó conmigo!
Jamás el bien busqué que el mal no hallara.
   En cuitada orfandad, niño, de abrigo
falto, solo en el mundo, quien me hiciese  20
no hallé un halago o me abrazase amigo.
   ¿Justicia pudo ser que así naciese
para ser infeliz, que de mi seno
nunca el gozo señor ni un punto fuese?
   ¿Nacen los hombres a penar? ¿Ajeno  25
es el bien de la tierra?, ¿o me castigas
a mí tan solo, Dios clemente y bueno?
   Perdona mi impaciencia si me obligas
a tan míseras quejas: ¿por qué el crudo
dolor en breve punto no mitigas?,  30
   ¿por qué, por qué me hieres tan sañudo?
¿Quieres, justo Hacedor, romper tu hechura?
¿El polvo, ¡ay, Padre!, en qué ofenderte pudo?
   Da paz a este mi pecho; de la oscura
tiniebla en que mis pies envueltos veo,  35
llévame por tu diestra a la luz pura.
   El iluso y frenético deseo
rige, Señor, con valedora mano,
y haz la santa virtud mi eterno empleo.
   Yo de mí nada puedo; que liviano,  40
si asirle quiero, escapa; si frenarle,
de mi flaco poder se burla insano.
   ¡Cuántas, oh cuántas veces arrancarle
del abismo do está, cuántas del puro,
del casto bien propuse enamorarle!  45
   «¡Oh, si alcanzase en soledad seguro
vivir al menos!», exclamé llorando;
«mi estado fuera entonces menos duro.
   Ferviente hasta el gran Ser la mente alzando,
la quieta noche, el turbulento día  50
pasara yo sus obras contemplando.
   Con el alba, la célica armonía
de las aves del sueño me llamara,
y a las suyas mi lengua se uniría
   a adorar su bondad; cuando vibrara  55
más sus fuegos el sol, del bosque hojoso
la sombra misteriosa me guardara.
   Si su pendón la noche silencioso
alzara, y en su trono la alba luna
bañara el mundo en esplendor gracioso,  60
   yo sus pasos siguiendo de una en una
recordara, seguro de más daños,
las vueltas que en mí usara la Fortuna.
   Allí alegre riera sus engaños,
su falaz ofrecer, el devaneo  65
de mis perdidos juveniles años».
   Amé, y hallé dolor; volví el deseo
a las ciencias, creyendo que serían
al alma enferma saludable empleo.
   Las ciencias me burlaron, me ofrecían  70
remedios que mis llagas irritaban,
y a la hidalga razón grillos ponían.
   Dejelas, y corrí do me llamaban
la oficiosa ambición y los honores,
entre mil que sus premios anhelaban.  75
   Mas fastidieme al punto; y a las flores
me torné del placer tras un mentido
bien, que a mi pecho causa mil dolores.
   ¡Oh, hubiese siempre en soledad vivido!,
¡siempre del mundo al ídolo cerrado  80
los ojos, y a su voz mi incauto oído!,
   y hubiera tantas ansias excusado,
tanto miedo y vergüenza y cruda pena,
vigilia tanta en lágrimas bañado.
   Pero el cielo parece que condena  85
los hombres al error, y que se place
en que arrastren del vicio la cadena.
   Nunca el seguro bien nos satisface;
el placer nos fascina; la paz santa
morada nunca entre sus flores hace.  90
   ¿Quién hay que huelle con segura planta
la ardua senda del bien? ¿Y quién, perdida,
la torna a hallar y en ella se adelanta?
   Toda es escollos nuestra frágil vida.
Tiende el vicio la red, y la dañosa  95
ocasión por mil artes nos convida.
   El deseo es osado, cuan medrosa
y flaca la razón: a quién el oro,
a quién mirada encanta cariñosa;
   otro al son corre del clarín sonoro  100
tras la gloria fatal, y en grato acento
le suena el bronce horrible, el triste lloro;
   aquél, con impía audacia, al elemento
voluble se abandona en frágil nave
y los monstruos del mar mira contento.  105
   Nadie se rige por razón, ni sabe
qué codicia, qué teme, qué desea,
cuál cosa vitupere y cuál alabe.
   Así el hombre infelice devanea
sin que jamás el justo medio acierte;  110
y el mal de todos lados le rodea,
hasta que da por término en la muerte.




- IV -


De las miserias humanas

ArribaAbajo   ¡Con qué silencio y majestad caminas,
deidad augusta de la noche umbrosa,
y en la alta esfera plácida dominas!
   Llena de suave albor tu faz graciosa,
ver no deja el ejército de estrellas  5
que sigue fiel tu marcha perezosa,
   mientras el carro de cristal entre ellas
rigiendo excelsa vas, y el hondo suelo
ornas y alumbras con tus luces bellas.
   Salve, oh brillante emperatriz del cielo  10
y reina de los astros; salve, hermana
del almo sol, de míseros consuelo.
   A ti me acojo en la tormenta insana
que me abisma infeliz; a ti, que amiga
oírme sabes y acorrerme humana;  15
   que en ti, de alivio cierto, su fatiga
descarga el triste, y el que en grillos llora
con tu presencia su penar mitiga.
   Perdido el rumbo, el náufrago te implora
contra la tempestad en noche oscura,  20
y el solitario tu deidad adora;
   y a todos tu solícita ternura
acoge y cura su llagado seno,
lanzando de sus rostros la amargura.
   ¡Luna!, ¡piadosa luna!, ¡cuánto peno!  25
No, jamás otro en tu carrera viste,
a otro infeliz cual yo de angustias lleno.
   Un tiempo, en lira de marfil me oíste
cantar insano mi fugaz ventura,
y envidia acaso de un mortal tuviste.  30
   ¡Oh, cómo, iluso en juvenil locura,
el mundo ante mis ojos parecía
risueño, y de la vida el aura pura!
   Crédulo yo a los hombres ofrecía
mi llano, inerme seno; entre sus manos  35
cual simple corderillo me metía.
   Ingenuos siempre, fáciles, humanos,
y la alma paz pintada en el semblante,
hermanos los creí; y hallé tiranos,
   de oído sordo y pecho de diamante  40
cuando en su amparo el infeliz los llama,
y en sólo el mal su corazón constante.
   A quién, ciego furor el pecho inflama;
quién, en muelle placer se aduerme ciego;
y quién, en ira atroz sangriento brama.  45
   Sopla la envidia su dañado fuego,
mientras de oír hinchada se desdora
la vanidad de la indigencia el ruego.
   ¡Ay!, ¡ay de aquel que abandonado llora
y, vil ultraje de enemigos hados,  50
crédulo en ellos fía sólo un hora!
   Burlado gemirá, cual disipados
al puro rayo del naciente día,
los palacios del sueño fabricados;
   el que iluso en su ardiente fantasía  55
cuanto anheló gozaba, congojoso
maldice despertando su alegría.
   Apénase burlado; y sin reposo,
del bien soñado que cual sombra vana
huye, en pos corre, y llámale lloroso.  60
   Cada cuál sólo en adorar se afana
el ídolo que alzó su devaneo,
y al cielo su afición lo encumbra insana.
   ¿Quién hace, quién, de la virtud su empleo?
¿Quién busca osado la verdad divina,  65
o al aura del favor cierra el deseo?
   Llorosa, al suelo la inocencia inclina
su lastimada faz, y tiembla y gime,
y el vicio erguido por doquier camina.
   Fiero, el poder con ruda planta oprime  70
la sencilla bondad, que desolada,
ni aun huyendo su vida al fin redime.
   La lumbre del saber yace eclipsada
en brazos del error, que omnipotente
oprime la ancha tierra sojuzgada;  75
   y el mortal ciego, cuya excelsa mente
sublimarse debiera en raudo vuelo
sobre el trono del sol resplandeciente
   y allí fijar en el confín del cielo
su mansión inmortal, siempre en llorosa  80
pena, en mísero afán gime en el suelo.
   Gime, y adoración rinde afrentosa
a otro mortal cual él; o si se aíra,
mudo, azorado, ni aun quejarse osa,
   muy más que si en su cólera le mira  85
indignado el Señor, cuando su mano
vibra el rayo, ministro de su ira,
   el rápido huracán con vuelo insano
trastorna el bajo mundo, y de la sierra
el roble erguido precipita al llano.  90
   Yo vi correr la asoladora guerra
por la Europa infeliz; a su bramido
gemir el cielo, retemblar la tierra;
   y un pálido esqueleto, sostenido
sobre ella y sobre el mar, con mano airada  95
miles hundir en el eterno olvido;
   el fuego asolador la mies dorada
aniquilar; la mies, ¡oh sana impía!,
del dueño inerme en lágrimas regada;
   y a un pueblo en sólo el círculo de un día  100
desparecer de sobre el triste suelo,
que el temblón viejo y la niñez huía;
   en tal devastación, ciego el anhelo
del humanal orgullo complacerse,
y en locos himnos insultar al cielo.  105
   Tanto el hombre infeliz embrutecerse
puede, ¡oh dolor!, el hombre que debiera
de una gota de sangre estremecerse,
   y en fraternal unión, en tanta fiera
peste como su ser mísero amaga,  110
tierno acorrerse en su fugaz carrera,
   si como atiende la ilusión aciaga
de la pasión que su razón fascina
y el blanco fuego de su serio apaga,
   dócil supiese oír su voz divina,  115
su voz que entonce incorruptible suena
y a la mansa piedad siempre le inclina.
   El daño universal ¡ni propia pena
me hizo, luna, olvidar: miro a mi hermano,
al hombre miro en infeliz cadena;  120
y aunque grave mi mal, va me es liviano.




- V -


Mis combates

ArribaAbajo   ¡Qué sedición, oh cielos, en mí siento,
que en contrapuestos bandos dividido,
lucha en contra de sí mi pensamiento!
   Ora flaco el espíritu y rendido,
la espalda vuelve y parecer no osa,  5
ora carga triunfante y atrevido.
   La razón huye tímida y medrosa;
síguela el sentimiento denodado,
y cual hambriento lobo, así la acosa.
   El confuso tropel, el lastimado  10
alarido, la queja y vocería
tiene al cobarde corazón helado.
   Gruesa niebla a mis ojos roba el día,
y en tinieblas me deja y sin consuelo,
llorando de la muerte en la agonía.  15
   Una parte de mí se encumbra al cielo,
otra entre crudos hierros gime atada
al triste, oscuro, malhadado suelo.
   Busco en vano la paz en la sagrada
lumbre del albo día; y el sombrío,  20
fúnebre imperio de la noche helada
   no es poderoso a dar al pecho mío
la tregua más liviana, o de mis ojos,
¡ay!, moderar de lágrimas el río.
   ¿Qué causa he sido yo de estos enojos?  25
¿No recelé y temí, y al escarmiento
di ya en mi error los últimos despojos?
   ¿No resolví con generoso aliento
jamás, jamás rendirme? ¿Pues qué guerra,
qué cruda guerra, ¡cielos!, en mí siento?  30
   ¿A qué ignorado clima de la tierra
para librarme huiré, si el enemigo
dentro en el corazón la carga cierra?
   ¿Por qué paz, ¡ay!, no he de tener conmigo?;
¿no será, en sus locuras ya templado,  35
de la virtud el sentimiento amigo?
   ¿Qué es el hombre infeliz, si contrastado
siempre de la ocasión o del deseo,
una vez entre mil es coronado?
   ¿Será de la razón el noble empleo  40
vencida ser del polvo...? Ensalce ahora,
ensalce aquel divino, excelso arreo
   con que las ciencias todas atesora
y con alas de fuego se levanta
sobre el inmenso espacio que el sol dora.  45
   Fuérale más seguir la virtud santa
que ante el vicio llorando estar rendida,
y besar, sierva vil, su inmunda planta.
   El eterno Saber no nos dio vida
para el cielo medir o el mar salado,  50
sino para a él labrarnos la subida;
   y el hombre, en el error enajenado,
clama llorando lejos del camino,
cual barco de las olas azotado
   que sin timón ni velas, al contino  55
batir de hórridos vientos, va ligero
a fenecer en mísero destino.
   Un mentido placer, un lisonjero
halago de la suerte, el vil encanto
del ocio, un nombre vano y pasajero,  60
   le tendrán siempre con desdén o llanto;
¡y la augusta virtud ni una mirada
podrá deberle entre desvelo tanto!
   ¡Ay!, la frente serena y elevada,
la gallarda estatura, el alto pecho,  65
de tan excelso espíritu morada,
   ¿dicen acaso al hombre que fue hecho
para este suelo humilde, deleznable,
do apenas se halla el bruto satisfecho?
   ¡Hombre!, ¡ser inmortal! ¿Tan despreciable  70
quieres hacerte? El corazón levanta,
y sé una vez en tu ambición laudable.
   Lo que más ciego anhelas, lo que encanta
tus fascinados ojos, ¡cuán mezquino
es mirado a tu luz, oh virtud santa!  75
   Esa bóveda inmensa do el divino
Poder sembró los astros, el lumbroso
sol en su trono, el rápido camino
   que hace en torno la tierra, el pavoroso
abismo, y cuanto puede de la nada  80
sacar de Dios el brazo poderoso,
   ¿no lo abarcas con sola una mirada
de la presta y ardiente fantasía,
y te creas mil mundos si te agrada?
   ¡Y en la tierra tu fin y tu alegría  85
fijas, partiendo con el vil gusano
la suerte de gozarla un solo día!
   Puedes al querubín llamar hermano,
y a las arpas angélicas unido,
seguir feliz el coro soberano  90
   con que ante el trono del Señor rendido
el pueblo celestial alegre suena
en himno de loor no interrumpido:
   ¡y el oro te deslumbra y enajena,
o por el mando y el favor suspiras,  95
y del placer arrastras la cadena!
   Corre con mente alada cuanto miras;
esos globos de luz que en la callada
noche en sus orbes rápidos admiras;
   el ancho mar, do en vano fatigada  100
la vista busca un término; la tierra,
de tanto bruto y árboles poblada;
   las pavorosas nubes, do se encierra
la grata, fértil lluvia entre el ligero
rayo que al mundo en su fragor aterra;  105
   del supremo poder el lisonjero
encanto; y luego finge en tu albedrío
otros mundos, y en todos sé el primero,
   y amontona con ciego desvarío
los bienes a los bienes; que lloroso  110
has de hallar siempre el corazón vacío.
   ¿No es inferior el oro al luminoso
sol, que lo forja con su vista ardiente
de la tierra en el seno tenebroso?
   ¿No es menos el placer que el indecente  115
ídolo que te arrastra?, ¿y la fortuna
que el gran pueblo a quien sirve reverente?
   ¿Y acaso de estas cosas puede alguna
con tu divino espíritu igualarse,
que brilla ya inmortal desde la cuna?  120
   ¿Un inmundo carbón podrá preciarse
cual el claro crisólito, y al cielo
el vil lodo que huellas compararse?
   Pues menos, menos es el ancho velo
contigo de su bóveda sagrada  125
con cuanto cubre en el humilde suelo.
   Tiempo vendrá que al seno de la nada,
la cadena del ser por Dios rompida,
caiga naturaleza despeñada.
   Fenecerán los astros, desunida  130
su masa de cristal; en el medroso
caos la tierra vagará perdida;
   y el luminar del día del reposo
saldrá de tantos siglos, impelido
del brazo de un arcángel glorioso.  135
   Mas tu ser inmortal al alarido
y universal ruina preservado,
brillará a par del querubín lucido.
   La eternidad le abrazará; y pasmado
verá siglos a siglos sucederse,  140
más y más que olas lleva el mar airado.
   ¿En qué entonces podrá reconocerse
este barro caduco, ahora expuesto
cual humo a un débil soplo a deshacerse?
   ¡Oh eternidad, eternidad! ¡Cuán presto  145
mi espirtu en tu morada tenebrosa
entrará, sin que aun nada haya dispuesto!
   ¡Acaso en plazo breve la medrosa
campana sonará! ¿Qué es, ¡ay!, la vida
sino nave en las aguas presurosa?  150
   ¿Dó están los años de la edad florida?
¿Dónde el reír? ¿El embeleso insano
de los placeres? ¡Ilusión mentida!
   Todo pasó; la asoladora mano
del tiempo en el abismo de la nada  155
lo despeñó con ímpetu inhumano.
   Cuanto fue, feneció: la delicada
beldad que ayer idolatré perdido,
hoy sin luz yace, del solano ajada.
   Al que de un pueblo ante sus pies rendido  160
vi aclamado, en la casa de la muerte
le hallo ya entre sus siervos confundido.
   Al que oí con envidia de tan fuerte
jactarse, un soplo de ligero viento
súbito en polvo su vigor convierte.  165
   El sabio que con alto entendimiento
señalaba al cometa su ardua vía,
cual él se esconde, si brilló un momento.
   Y el que en sus cofres encerrar quería
todo el oro fatal del rubio oriente,  170
desnudo baja a la región sombría.
   Perecen los imperios, grave siente
el peso del arado el ancho suelo
do la gran Troya se asentó potente.
   Desierto triste, la ciudad de Belo  175
de fieras es guarida; en la memoria
Esparta dura para eterno duelo.
   ¿Dó blasón tanto y célebre victoria,
dó se han hundido? ¡Oh suerte miserable
del ser humano! ¡Oh frágil, fugaz gloria!  180
   ¡Alma inmortal!, ¿qué es esto?, ¿en qué durable
ventura anhelas? ¿La esperanza vana
limitas ciega al barro deleznable?
   ¿Hija del cielo, tras el vicio insana
así te prostituyes...? El camino  185
emprende de tu patria soberana.
   Empréndele, no tardes; tu destino
es la virtud aquí, y en las mansiones
de gloria el premio a tus victorias digno.
   No jactes, no, tu ser si las pasiones  190
te han degradado. ¿El mando te recrea?
Bestia te torna; olvida tus blasones.
   Un alma que se afana, que se emplea
en nadas de la tierra, es un lucero
caído del cielo al lodo que le afea.  195
   La virtud, la virtud: éste el primero
de tus conatos sea, de tu mente
estudio, de tu pecho afán sincero,
de tu felicidad perenne fuente.




- VI -


La virtud, en la temprana y dolorosa muerte de un hombre de bien

ArribaAbajo   Virtud, alma virtud, don inefable
que Dios al hombre en su bondad envía,
y al puro serafín gloriosa igualas
su humilde y flaco ser, mis ruegos oye;
llena mi pecho de tu excelso fuego  5
y mis pasos sostén. Por ti respiro,
por ti soy libre y traspasar me es dado
muy más presto que el águila las cimas
del claro empíreo, hasta llegar felice
a la altísima corte del Eterno.  10
   Canto, y mi voz tus alabanzas suena,
y el coro de los ángeles sus himnos
une a los míos, y al Señor loarnos.
Ceso, y callando el ánimo te goza.
Suspiro tierno, y la oración ferviente  15
con presto vuelo extática sublima
mis blandos ayes al excelso trono,
errando más grato el Inefable escucha
con solícito amor las ansias tristes
del polvo vil que su bondad implora,  20
o gimo y lloro del ansiar contino
y entre mil sombras de mentidos bienes
errar perdidos los mortales ciegos.
   ¡Oh!, ¡cuántos días mi esperanza anduvo
colgada de un cabello! ¡Cuántos, cuántos,  25
cubierto el pecho de horrorosas nubes,
temblé del trueno el pavoroso estruendo,
y el rayo asolador mi frente hería!
Busqué la dicha, y abracé un fantasma;
torné a buscar, y hallé míseras penas,  30
y gemí triste de mi hallazgo infausto,
aquí y allí, como la arista leve,
entre el temor y la inquietud perdido.
   Tú lo has visto, Fany, sublime amiga
de la virtud, idólatra de cuanto  35
honesto y bueno las delicias hace
de las almas sensibles, cuyo seno
vence en candor a la brillante aurora,
vence a la nieve inmaculada, siempre
del pobre abierto al clamoroso labio,  40
y del triste a las lágrimas amargas.
Tú lo has visto, Fany: ¡míseros días,
de horror y luto y de zozobra y llanto,
que ya pasaron!; y a mis ojos lucen
otros más claros de inefable calma,  45
de constante placer, jamás habidos
del que a la tierra vil la mente apega.
Tu oficiosa amistad sostuvo entonces
mi desaliento; y cual benigna lluvia
de primavera, tus palabras fueron  50
al agostado corazón, que aromas
y flores goza do llevara abrojos.
Quísolo el cielo, y a curar mis llagas
y a sustentarme con potente diestra
plácida la virtud corrió a mi ruego:  55
ella, que al sabio a la región sublima
de quietud eternal, donde no alcanzan
ni los cuidados ni las torvas nubes
en que gemimos en la tierra oscura,
batidos siempre de sañosos vientos.  60
Igual su pecho sin zozobra mira
rodar los días y al profundo abismo
hundirse del no ser, en sombra y humo,
vidas, triunfos, blasones disipando.
La paz le ríe afable, la sencilla,  65
sublime paz del bien obrar; sus plantas,
más que a altísima roca el mar soberbio,
baten en vano las alzadas olas
de las pasiones; inmutable espera
al almo cielo fuertemente asido;  70
y del Eterno en el inmenso seno
arrojándose fiel, cual hijo amado
goza feliz sus próvidas caricias.
   Él solo, él solo en inexhausta fuente
sabe embriagarse de delicias puras,  75
de verdaderos gozos; sombra y nada
los gozos son del turbulento mundo.
Siempre el cuidado, la inquietud medrosa,
la inconstancia fatal el alma afligen,
y al fin la risa en lágrimas convierten.  80
Anhela hoy loca, y exhalada vuela
tras lo que al punto insípido le cansa.
Lánzase ciega a asir la rosa; y gime
no hallando en ella sino agudas puntas,
que mil y mil el corazón le hieren.  85
Y cual las flores fúnebres que exhalan
un cansado fetor, si en ricos tintes
brillan, engaño a los incautos ojos,
tal en mil formas al deseo iluso
el contento falaz su imagen vana  90
muestra, encubriendo la fatal ponzoña.
   No así, virtud, tus inefables gozos:
eternos como tú, siempre son nuevos.
Sobre la impura atmósfera encumbrados
de las pasiones y el voluble antojo,  95
el alma siempre regalarse puede
en su inmortal dulzor; y siempre gratos,
tiempo, penas, hastío, nada el gusto
del sabio apaga que a gozarlos llega.
Su ilustrada razón tranquila rige  100
su vida igual; y su conciencia llama,
de la noche en el fúnebre silencio
en que su voz más imperiosa truena,
sus pensamientos a imparcial examen.
Mira un deseo; y si traspasa indócil  105
el alto valladar con que el Excelso
próvido encierra su vagar liviano,
al punto en pos lanzándose, las alas
le rompe locas, y en el cerco estrecho
de su inefable ley torna a encerrarle.  110
   Ante él sin fruto su engañosa rueda
tiende la vanidad, que al cielo encumbra
la frente necia, y en el lodo hundida
lleva en el suelo la disforme planta.
Sin fruto ostenta sus cadenas de oro  115
el funesto poder; más soberano
que los que el mundo silencioso adora
en sus brillantes y caducas sillas,
sobre sí mismo reina; los sentidos,
el corazón, sus leyes obedecen.  120
Y mientras ve la adulación astuta,
la mentira, el error, que en torno espían
las coronadas frentes, mil fatales
sutiles lazos a sus pies tendiendo,
él recogido y en silencio escucha  125
la augusta voz de la verdad divina
y corre en pos de su brillante antorcha,
que fiel le guía al paraíso eterno.
   Mira a esta luz cuanto liviano el mundo
mas precia, y ríe en sus juicios vanos.  130
Ve en la beldad un fósforo agradable
que al quererlo tocar se apaga y deja
sólo dolor y funerales sombras;
en las grandezas, un fantasma, de humo
formado y nombres bárbaros, que esconde  135
dudoso el tiempo; en la ambición funesta,
de la infeliz humanidad el duelo
y al orbe en sangre y lágrimas bañado;
y en la elación, el impotente ahínco
del pigmeo que, alzándose, la helada  140
cima del Atlas igualar pretende.
   Su mente alada generosa vuela
sobre soles y soles, que sin cuento
rodando pueblan el inmenso espacio.
Dios solo para su carrera ardiente;  145
velo, y se postra ante el excelso trono;
y allí en deleite altísimo embriagado,
le adora y goza y en su luz se anega,
mientras su seno en lágrimas se inunda
de etérea suavidad, que en largo río  150
plácidos brotan sus felices ojos.
O si tal vez hacia la tierra triste
de allá los vuelve, con desdén burlando
su inmensa pequeñez, «¿Dó está», pregunta,
«dó está la Europa? ¿Los imperios dónde  155
que así ciegan los míseros mortales?»
Dios y su pecho ocupación le prestan
larga y sabrosa, y la virtud benigna
despierta en él mil altos pensamientos.
   Contino en ellos embebido, aprende  160
su nobleza a preciar: obra extremada
del gran Dios, hijo suyo y heredero
del reino eterno de la luz, hermano
feliz del ángel, su nobleza es ésta,
éstos sus timbres y ascendencia augusta.  165
De ella glorioso, las congojas tristes
su pecho ignora de la torva envidia;
ama tierno a su hermano; y en sus bienes
se abre sensible al inocente gozo,
cual al rayo solar fragante rosa.  170
   Buen padre, amigo fiel, buen ciudadano,
cuantos su lado afortunados ciñen,
cuantos su claro nombre lejos oyen,
todos cual numen tutelar le adoran.
Inclina reverente el vicio mismo  175
la frente ante sus pies; y si en su altura
osa mirarle, atónito enmudece.
Él, entre tanto, en afecciones tiernas,
inmenso cual su Autor, a cuanto existe
se derrama solícito, inflamado  180
de esta llama de amor que eterna arde
por la infinita creación, dichosa
cadena que al gran Ser la nada enlaza.
Corre sus milagrosos eslabones
del polvo al querubín; y en todos viendo  185
el propio bien en el común librado,
más y más vivos sus afectos arden.
   Perseguirale con sus negras teas
la atroz venganza, la calumnia aleve
le lanzará sus invisibles dardos,  190
o la injusticia de su hogar sañuda
le arrojará, sin que el enojo un punto
nuble su corazón, que, vuelto al cielo,
«Mi amigo», exclama, «es Dios», y alegre ríe.
Plácida acaso le pondrá la suerte  195
sobre su instable rueda; los honores
coronarán su mérito sublime,
y el bajo orgullo encontrará cerrado
siempre su pecho; regirá un imperio,
y gemirá en la púrpura importuna  200
por el retiro y su feliz llaneza,
mientra a Dios casi igual, próvido entiende
en la dicha del último vasallo.
   Su continente es firme; débil caña
bulle el vicioso al ímpetu del viento,  205
que va, dóblase, y vuelve en giros vagos.
No el justo así, mas cual robusta encina
dilata firme sus pomposas ramas,
y en vano el huracán su planta bate.
Pálida enfermedad, vejez caduca,  210
nada le turbará; la muerte llega,
y cual su amiga, plácido la abraza.
«Lidié», canta, «y vencí; la mano beso
que a sí me llama». La virtud sostiene
su cuello, en la ardua lid desfallecido;  215
y el claro empíreo a recibirle se abre.
   Fany, así vive el virtuoso y muere;
así brilló tu malogrado esposo,
tu Belardo infeliz, mi noble amigo,
mi protector, mi padre. Su nobleza  220
fue sola su virtud, no de su cuna
el excelso esplendor, los largos bienes.
Amó viviendo el bien, amó los hombres,
y en ellos al gran Ser con tierno pecho.
La hora sonó; y asido al hilo de oro  225
de esperanza inmortal, por siempre a unirse,
cual a la palma generoso atleta,
voló seguro a su Hacedor inmenso.
Todos lloraron en su muerte; él solo
la vio el dardo lanzar, con faz serena,  230
de ti cercado y de sus dulces hijos,
y alentó afable vuestro amargo duelo.
Su vida, un día fue cándido y puro;
su fin, cual sol que en el cerúleo ocaso
se hunde de llamas y arreboles lleno.  235



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