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ArribaAbajo

Discursos




- I -


La despedida del anciano

ArribaAbajo   Por un valle solitario,
poblado de espesas hayas
que a la silenciosa luna
cierran el paso enramadas,
   un anciano venerable,  5
a quien de la dulce patria
echan el odio y la envidia,
con inciertos pasos vaga.
   De cuando en cuando los ojos
vuelve hacia atrás, y se para;  10
y ahogársele el pecho siente
con mil memorias aciagas.
   «¡Oh, quiera el cielo benigno»,
en voz dolorida exclama,
«que sobre ti, patria ciega,  15
mi persecución no caiga!
   Tú te ofendes de los buenos;
y de tus hijos madrastra,
sus virtudes con oprobrios,
con grillos sus luces pagas.  20
   Si la calumnia apadrinas,
la desidia y la ignorancia,
¿dónde los varones sabios
podrás hallar que hoy te faltan?
   La verdad ser gusta libre  25
y con el honor se inflama;
el no preciarla la ahuyenta,
las cárceles la degradan.
   Nunca el saber fue dañoso,
ni nunca ser supo esclava  30
la virtud. Si ciudadanos
quieres, eleva las almas.
   ¡Qué carrera tan inmensa
se te descubre! Labranza,
población, letras, costumbres,  35
todo tu atención aguarda.
   Aduladores te pierden
que tus dolencias regalan;
cierra el pecho a sus consejos
y el oído a sus falacias.  40
   Las virtudes son severas
y la verdad es amarga;
quien te la dice te aprecia,
y quien te adula te agravia.
   Contempla la edad augusta  45
cuando en tu seno brillaban
mil héroes, dichosa envidia
de las naciones extrañas,
   siglo de oro de sus glorias,
en que a la tierra humillada  50
enseñoreaste a un tiempo
con las letras y las armas.
   ¿Qué se hiciera de tus timbres?
De la sangre derramada
de tus valerosos hijos,  55
¿cuál fruto, dime, sacaras?
   ¿Por qué al menos no los premias,
y su virtud nos consagras
en honrosas inscripciones
y en inmortales estatuas?  60
   A tu juventud presentas,
cuando aún no sabe imitarlas,
las venganzas y adulterios
de las deidades paganas;
   y un Pelayo, y un Ramiro,  65
y otros mil que con su lanza
quebrantaron las cadenas
do gemías aherrojada,
   ¿en olvido sempiterno
será que sumidos yazgan?  70
¡Oh mengua!, ¡oh descuido!, ¡oh siglo!
¡Cuán mal el mérito ensalzas!
   Vieran sus débiles nietos
en sus venerables canas
las virtudes que les dieron  75
nombre eterno retratadas.
   En esto, en esto debieras
gastar los montes de plata
que de las remotas Indias
traen las flotas a tus playas.  80
   El labrador descendiente
de aquellos que por su espada
te las dieron, con gemidos
triste el pan te demanda.
   Su miserable familia  85
por lecho tiene unas pajas;
¿y tú en locas vanidades
sumas inmensas derramas?
   ¡Guarte, que a tu fin caminas!
El velo fatal arranca  90
de tus ojos, y contempla,
contempla, ¡infeliz!, tus llagas.
   Esos superfluos tocados,
esos airones y gasas
que te ofrece el extranjero,  95
venenos son que te acaban.
   Con la virtud de tus hijos
los compras; tus recatadas
antiguas fembras, ¡oh tiempos!,
del vicio mismo hoy se jactan.  100
   Míralas, la frente erguida,
que altaneras y livianas,
cual vano pavón, provocan
la juventud castellana.
   Un tiempo fue, cuando apenas  105
en lo interior de su casa
como deidad la matrona
a sus deudos se mostrara.
   Las labores y los hijos,
entre dueñas y criadas,  110
del alba a la media noche
santamente la ocupaban;
   y hoy, del adúltero al lado,
sin seso calles y plazas
corre impudente, y abona  115
las más viles cortesanas.
   Ve tus jóvenes perdidos,
y dile a su degradada
naturaleza que al moro
a la Libia volver haga.  120
   Sus rizadas trenzas mira,
entre polvos y fragancia,
mentir del sesudo anciano
la cabellera nevada,
   cuando del femenil sexo  125
usurpan dijes y galas,
y de fatiga incapaces,
un sol, un soplo los aja.
   ¿Dó están los brazos velludos,
de cuyo esfuerzo temblaran  130
un tiempo la Holanda indócil
y la discorde Alemania?
   ¿Dónde aquellos altos pechos
que en las Cortes de la patria
su dignidad sostenían  135
y sus sanciones dictaban?
   ¿Dónde aquellos de virtudes
dechado augusto, en la Italia
elocuentes defensores
de las vacilantes aras?  140
   ¿Dónde el candor castellano,
la parsimonia, la llana
fe, que entre todos los pueblos
al español señalaban?
   Faltó el entusiasmo honroso,  145
la generosa crianza;
faltó que un héroe algún día
de cada hidalgo formara.
   El hijo, del padre al lado,
aprendió de sus palabras  150
la prudencia, y de su diestra
el manejo de las armas.
   Regir un bridón indócil
supo, la cota acerada
sufrir, y de sus vasallos  155
responder a las demandas.
   Vivió en sus campos entre ellos,
vio del cultivo las ansias,
y apreciar supo la espiga
en triste sudor regada.  160
   Ni se desdeñó a su mesa
de admitirlos, que, a la usanza
española, los aliños
peregrinos ignorara.
   Con ellos partió sus bienes;  165
entró a la humilde cabaña
del pobre, y trató las bodas
de la inocente aldeana.
   Mas hoy todo se ha trocado;
las ciudades desoladas  170
por su nobleza preguntan,
por sus ricos hombres claman.
   Mientras ellos en la corte,
en juegos, banquetes, damas,
el oro de sus estados  175
con ciego furor malgastan;
   y el labrador indigente,
solo llorando en la parva,
ve el trigo, que un mayordomo
inhumano le arrebata.  180
   ¿Son para aquesto señores?
¿Para esto vela y afana
el infelice colono,
expuesto al sol y la escarcha?
   Mejor, sí, mejor sus canes  185
y las bestias en sus cuadras
están. ¡Justo Dios! ¿Son éstas,
son éstas tus leyes santas?
   ¿Destinaste a esclavos viles
a los pobres? ¿De otra masa  190
es el noble que el plebeyo?
¿Tu ley a todos no iguala?
   ¿No somos todos tus hijos?
¿Y esto ves, y fácil callas?
¿Y contra el déspota injusto  195
tu diestra al débil no ampara?
   ¡Ah!, sepan que con sus timbres
y sus carrozas doradas,
la virtud los aborrece
y la razón los infama.  200
   Sólo es noble ante sus ojos
el que es útil y trabaja,
y en el sudor de su frente
su honroso sustento gana.
   Ella busca y se complace  205
del artesano en la hollada
familia, y sus crudas penas
con gemidos acompaña.
   Allí el triste se conduele
del triste, y con mano blanda  210
le da el alivio que el rico
en faz cruda le negara.
   Allí encuentra las virtudes,
allí la mujer es casta,
y los obedientes hijos  215
cual un dios al padre acatan.
   Mientras, en los altos techos
la discordia su impía rabia
sopla, y tras la vil codicia
a todos los vicios llama.  220
   La madre al hijuelo tierno
echa del pecho inhumana,
partiendo su nombre augusto
con la triste mercenaria.
   En vano las vivas fuentes  225
de dulce néctar la sabia
Providencia le abre; en vano
la enfermedad le amenaza.
   Otros gustos la entretienen:
salga el tierno infame, salga,  230
que sus débiles gemidos
los adúlteros espantan.
   ¡Ministros de Dios!, ¿qué es esto?,
¿cómo no clamáis? ¿La espada
del anatema terrible,  235
por qué ha de estar en la vaina?
   Ciérrese, ciérrese el templo,
nótese de eterna infamia
a quien cierra a un inocente
insensible las entrañas.  240
   De aquí el mal, la peste toda
de las familias, que abrasa
el cuerpo entero y anuncia
la ruina más infausta.
   El padre busca otros lechos,  245
el hermano de la hermana
no es conocido, y la madre
es para entrambos extraña.
   El ciego interés completa
la desunión; él consagra  250
a Dios la virgen, o al necio
vicioso y rico la enlaza.
   Llore la infelice, llore;
y víctima desdichada,
el cuello al yugo someta,  255
que cual dogal ha de ahogarla.
   Llore, llore; que al hermano
la ley de su alta prosapia
pasó las rentas, y a ella
la destinó a ser esclava.  260
   ¡Justo Carlos!, ¿a tu trono
sus vivas quejas no alcanzan?
Si les prestas blando oído,
¿por qué el remedio nos tardas?
   ¿Por qué estos bárbaros usos,  265
que a naturaleza ultrajan,
y a los que ella iguales hizo,
tus leyes no los igualan?
   ¡Oh interés!, tú solo eres,
tú, de tantos males causa;  270
y en su cólera los cielos
en los pechos te sembraran.
   Tú forjaste las cadenas
del hombre; inhumano, armas
contra el padre al hijo, y soplas  275
de la sedición la llama.
   Tú del mérito modesto
mofas, al ruïn ensalzas,
y de la verdad divina
el labio angélico callas.  280
   Tú, al avaro mercadante,
sin que muertes ni borrascas
pavor en su pecho infundan,
al vasto océano lanzas.
   Tú, de dañosas preseas  285
su nave en las islas cargas,
y con ellas rica en vicios,
tornas con su peste a España.
   ¡Ay!, ¡que a las orillas llega,
y en ellas suelta entre salvas  290
su ponzoña! ¡Ay!, ¡que la plebe
bate viéndola las palmas!
   Corred, corred, ciudadanos;
hundid en las ondas bravas
esos aromas y joyas,  295
que lloros mil os preparan.
   Perezcan por siempre en ellas,
y eterno anatema caiga
sobre el que a fiar tornare
su vida a una frágil tabla.  300
   Mas tú, siglo corrompido,
que hasta los cielos levantas
este interés y lo adoras,
la frente en tierra inclinada,
   ¿tu instrucción es ésta?, ¿el fruto  305
éste de tus luces sabias?
¡Oh ciego!, el abismo mira
que bajo los pies te labras.
   Imagina, inventa medios
de agotar toda la plata  310
de las minas; con tus naos
inmensos piélagos pasa.
   Los talleres multiplica;
manchen la cándida lana
ricos tintes; el capullo,  315
con prolijo afán trabaja.
   Sustituye cada hora
trajes a trajes, que ufana,
la beldad vista en oprobio
de su inocencia y sus gracias.  320
   Pon premios a quien descubra
un placer nuevo, proclama
su fatal nombre, y altares
al lujo execrable alza.
   El oro tu afán, el oro  325
solo tu afán sea; nada
sino oro suene; él la guerra
sople, la dulce paz haga.
   Al taller tus hijos lleve;
de la tierra en las moradas  330
hondas los suma; corone
sus más heroicas hazañas.
   Mas entre ellos ciudadanos
no busques que sobre el ara
de la patria a morir corran  335
con voluntad denodada.
   No el pudor busques antiguo,
no el candor en las palabras,
ni en sus corrompidos pechos,
la inocencia, la paz alma.  340
   El disfraz de las virtudes,
un honor ciego, una falsa
probidad, la vil lisonja,
la sencillez afectada,
   la astucia alzada en prudencia,  345
las ceremonias en franca
amistad, de Dios el nombre
mofado con impía audacia:
   he aquí los letales frutos
de la riqueza; a esto arrastra  350
al corazón el culpable
ciego ardor de atesorarlas.
   Su falaz brillo los pechos
fascina; del alto alcázar
a la choza humilde, a todos  355
devora su sed insana.
   Todo es menos que ellas: letras,
virtud, ascendencia clara,
mérito, honor, nobles hechos,
todo humilde las acata.  360
   Las leyes yacen; sucede
al amor del bien la helada
indiferencia; en la sangre
del pobre el rico se baña.
   Los estados no se precian  365
por razón; quien más estafa
es más honrado; la esteva
el labrador desampara,
   vuela a la corte, y vilmente
la libertad aldeana  370
vende al rico, y sus virtudes
con todos los vicios mancha.
   El maestro de ellos, bien presto
mil familias asoladas
con su industria pestilente,  375
en oro y grandezas nada.
   Elévase, y tiraniza;
funda un estado, y traspasa
con él sus pérfidas artes
a su progenie bastarda.  380
   Las fortunas son de un día:
el que es hoy señor, mañana
mendiga; nada hay estable,
todos trampean y engañan.
   En medio, en su trono de oro,  385
la opulencia atroz con vara
de hierro y sañuda frente
al pueblo agobia tirana;
   y tras ella, sí, tras ella...
¡Ah, España infeliz...! En agua  390
mi faz se inunda en tan cruda
memoria, y la voz me falta.
   ¡Dios bueno!, los ojos torna
compasivo a mi plegaria,
y echa de mi patria lejos  395
los desastres que la amagan.
   Y vosotros, castellanos:
aún hay tiempo; las infaustas
riquezas rendid gozosos
a la virtud sacrosanta.  400
   Tantos ínclitos abuelos
recordad; no hagáis que, baja,
su progenie sierva sea
de superfluidades vanas.
   Tengan vuestros enemigos  405
su fatal lujo; mas haya
honradez y ciudadanos,
cual hubo un tiempo en España».
   Así el anciano decía
entre lágrimas cansadas;  410
y triste a caminar vuelve,
viendo que ríe ya el alba.




- II -


El hombre fue criado para la virtud, y sólo halla su felicidad en practicarla

ArribaAbajo   ¿Nació, Amintas, el hombre
para correr tras la apariencia vana,
cual bestia, del placer? ¿O en sed insana,
por las riquezas míseras ardiendo
del alto Potosí, sin que le asombre  5
el inmenso océano,
turbará en frágil pino
la paz del inocente americano,
¿El roto muro impávido venciendo,
cubierto el pecho fuerte  10
de acero y saña, afrontará la muerte
con faz leda, el camino
creyéndola engañado
de una gloria sin fin? ¿Abandonado
al ocio muelle, en torpe indiferencia  15
de su alto ser, de su destino augusto,
su frágil existencia
dejará fenecer en sueño injusto?
   Esta llama divina,
pura, inmortal, que en nuestro pecho arde,  20
del supremo Hacedor plácido aliento,
tampoco al vano alarde
de congojosa ciencia se destina.
Bien puede, con osado pensamiento,
de tanto sol luciente  25
como ornando su velo trasparente
gira en la noche lúgubre callada
medir el velocísimo camino
solícito el mortal, del más vecino
planeta al más lejano  30
pesar la mole inmensa, separada
ver la luz en el prisma, o de liviano
ardor herido por el aura leve
trepar, do apena el águila se atreve;
puede al lóbrego abismo de la tierra  35
calarse, y cuidadoso,
cuanto ser raro y misterioso encierra
su ancho seno explorar, de las edades,
con ardor fastidioso,
los fastos revolver, vicios, maldades,  40
errores mil entronizados viendo,
y a ti, santa virtud, siempre oprimida,
pobre, ajada, llorosa,
o bien al pueblo indómito rigiendo
en vela triste, en inquietud medrosa,  45
de su arbitrio la vida
de miles ver colgada:
¿qué es tanto afán al cabo? Amigo, nada.
   No, la augusta grandeza
del hombre no se debe  50
fijar sobre apariencias exteriores,
que a par del justo el delincuente lleve.
Si, iluso, de la tierra en la bajeza
se anonada su espíritu, mejores
las bestias son; y el Padre soberano,  55
avaro con la muestra milagrosa
que en su excelso consejo producía
a su imagen gloriosa
y a quien rey sumo de la tierra hacía,
pródigo en su bondad abrió la mano  60
para dotarlas, sometiendo injusto
a los medios el fin. Jamás se daña
el bruto en sus deseos,
o vanidad o míseros empleos
le acibaran el gusto;  65
el hombre solo en su anhelar se engaña.
   A fin más alto el numen le destina:
la virtud celestial es su nobleza,
el lodo vil por ella se avecina
a su inefable Autor, su inmensa alteza  70
participa dichoso,
y al ángel casi igual, con planta pura
entre sus coros, de laurel glorioso
ceñida en torno la serena frente,
el alcázar de estrellas esplendente  75
en eterna ventura
sublime hollará un día.
¿Y habrá quien tenga en mísera agonía
su pecho?, ¿habrá quien vele,
y por el cetro o por el fausto anhele?  80
   ¿El heredero, el morador del cielo,
de allá al reino del llanto desterrado,
de su alma patria, de su ser se olvida?
¿El augusto traslado
del Dios del universo no alza el vuelo  85
a contemplarle, en la apariencia vana
fascinado del bien? ¿Con sed ardiente
de ser feliz, de la insondable fuente
huye de eterna beatitud? ¡Oh insana,
culpable ceguedad! Gime sumida  90
del vicio el alma en el infame lodo,
y su nobleza ilusa,
menos en lo que debe, busca en todo;
búrlase, y luego a su Hacedor acusa.
¿Mas qué, tus graves yerros, ser liviano,  95
harán trocar el orden soberano
que dio el gran Ser a su acabada obra?
No, no; ni en ella tu locura sobra.
Todo en orden está; sólo tu pecho
trastornarlo sacrílego porfía,  100
cuando una fragua de pasiones hecho,
anhela, teme, espera, desconfía.
   De no meditar nace
nuestro mísero estado. La alta mente,
a quien se dio pesar con ley severa  105
el bien y el mal, o soñolienta yace,
o en fútiles objetos se derrama,
o, del placer llevada suavemente
del aura lisonjera,
en su imagen falaz ciega se inflama;  110
el bien mentido cual verdad recibe,
y de esperanzas y de sombras vive.
   A la llorosa puerta de la vida
nos acecha el error, con faz doblada
riendo adulador, en aparente  115
mentida luz su túnica esplendente;
y una ancha senda, de otros mil hollada,
con la siniestra mano señalando,
de su diestra fatal la nuestra asiendo,
a ir en pos de la turba nos convida.  120
Luego el vicio nos hacen,
el pecho inocentillo al mal torciendo,
entre la leche y el arrullo blando
nuestros padres beber, y se complacen
si en ellos el hijuelo los remeda.  125
Vanidad loca, envidia pestilente
de su labio imprudente
oye el niño, y estudia cuidadoso,
sin saberlo, a ser vano y envidioso.
Viene el maestro y en borrar se afana  130
si del primer candor aún algo queda,
y aplausos coge por su ciencia vana.
De voces sin sentido
del viejo Lacio nuestra mente abruma;
y de autores haciendo larga suma,  135
en su estéril saber desvanecido
grita, contiende, opina,
de ignorados errores nos instruye,
nada edifica, cuanto más destruye:
¡oh instrucción saludable y peregrina!  140
   La sociedad, fecunda engendradora
de culpas, de su mano nos recibe,
y el veneno mortífero nos dora
con ilustres ejemplos.
En trono de oro al vicio nos presenta,  145
que jactancioso sus victorias cuenta
de la inocencia o la virtud mofada;
consagra el interés; erige templos
al placer indecente;
y por ley el delito nos prescribe  150
con firme voz, de miles aclamada.
   Gritan luego irritadas altamente
las infaustas pasiones, cual rabiosos
opuestos huracanes,
del mar en las llanuras despeñados,  155
y el triste pecho en míseros cuidados
dividen y en anhelos congojosos.
Crece la edad, y crecen los afanes;
trepar es fuerza a la escarpada cumbre
del fastidioso, deleznable mando,  160
y fuerza atesorar, por más que gima
el infelice que el hogar me cede.
Quede la tierra, quede
de miles de cadáveres sembrada,
y brille de laurel mi frente ornada.  165
   ¡Oh, con qué ciega furia se desvela,
cuál trabaja en su daño el miserable
mortal! Cuanto suspira, cuanto anhela,
cuanto a gozar llegó tras mil sudores,
para su mal lo quiere.  170
Espinas en su seno son las flores;
un instante agradable
de fugitivo día
luengos años le cuesta de agonía,
si de sus vicios víctima no muere.  175
Del deseo al dolor, de otro deseo
a otro nuevo dolor sin cesar veo
correr al hombre triste,
sin que de tanto error, de tanto daño,
le corrija jamás un desengaño.  180
¿En qué, desorden tal, en qué consiste?
¿El cielo en verle mísero se place?,
¿o libre sólo para el vicio nace?
   Siguen los seres todos el camino
por el dedo divino  185
del Hacedor marcado. En raudo vuelo
rodea la tierra el luminar del día
con ley igual por la región vacía.
Miles de soles el inmenso cielo
sin tropezarse cruzan; crece hojoso  190
con ornato florido y verde pompa
el árbol en el valle, y sabe diestro
su alimento escoger sin que le engañe
un jugo extraño; en giro bullicioso
la abeja sin maestro  195
juega en el prado, y con la débil trompa
también sabe libar sus dulces mieles
sin que la flor más delicada dañe.
Las avecillas, fieles
de amor al blando impulso, cuando llega  200
el ordenado plazo
unirse saben en felice lazo;
y cuando al aire tímido se entrega
de su ternura el fruto, ya instruido
de cuanto saber debe, surca el viento.  205
¿Y sólo el racional, siempre perdido,
cual ciego entre tinieblas irá a tiento?
¿Él solo, esclavo de fantasmas vanos,
de funestos errores
que abortó el interés, siempre en temores  210
sus sueños mismos adorando insanos,
dará en la tumba con su triste vida,
contando en cada paso una caída?
El fugaz punto que infeliz alienta,
¿él solo, él solo en cólera sangrienta,  215
en torpe gula, en avaricia infame,
en hinchada altivez y envidia triste
gemirá aherrojado,
por más que austera la razón le clame?
¿En qué, trastorno tal, en qué consiste?  220
   Tú, Amintas estudioso, que apartado
del liviano furor con que la corte
ora se agita, en meditar te empleas
tranquilo el ser humano al cierto norte
de la alma celestial filosofía  225
y a un tiempo te lastimas y recreas
con su inconstancia y ceguedad: ¿cuál, dime,
del abismo de penas en que gime
la causa puede ser?, ¿qué estrella impía
su suerte va de la llorosa cuna  230
hasta el sepulcro mísero rigiendo?
¿Por qué el mal sigue siempre, el bien queriendo?
En vano acusa la cruel fortuna,
hacer pretende cómplices en vano
el hombre de su suerte a las estrellas.  235
El grande Ordenador dejó en su mano
el bien y el mal; las huellas,
cual el alado poblador del viento,
que en él se pierde a su placer exento,
torna libre doquiera que le agrada;  240
y si triunfante ríe el apetito
y gime la razón abandonada,
suyo ha sido el querer, suyo el delito.
   No infame, pues, a la verdad, si yerra;
si en pago de una osada confianza  245
se ve del mar sorbido con la nave
que fue ocasión a su desdicha grave;
si a desastrada guerra
le arrebató la voz de la venganza,
o si en lecho de espinas los ardores  250
de un loco amor expía entre dolores.
   Presta, iluso mortal, presta el oído,
si de verdad anhelas ser dichoso,
de la razón al grito repetido,
y sus avisos sigue religioso.  255
Firme le cierra al seductor acento
de las pasiones; ni el antojo vano
tu pecho agite en soplo turbulento,
o des la rienda a un desear insano.
En tu fugaz carrera,  260
deja al cuidado de tu Autor divino,
pues él solo lo alcanza, tu destino,
y de su diestra tu ventura espera.
No a ajena potestad tu suerte fíes,
ni del vicio en las sendas te desvíes,  265
porque no gozarás ni el alto empleo,
ni el fresco rosicler de la hermosura,
tras quien tan loca tu pasión se afana,
si lidia en ciega guerra tu deseo;
que a la rosa más pura,  270
de su ámbar dulce y delicada grana
priva el delito, y pavoroso abismo
hacer puede de horror al cielo mismo.
   Entra pues, entra en ti; con detenida
observación estúdiate a la lumbre  275
de la augusta verdad, y cuerdo aprende
los altos fines de tu presta vida;
que quien su pecho entiende,
quien su divino ser, no la grandeza,
siervo de vil costumbre,  280
fija en el bajo, miserable suelo,
ni a los pies gime de la infiel belleza;
y libre en el oprobio y las prisiones,
con frente excelsa en contemplar se place
su faz torva al tirano sin recelo,  285
por más que muerte indigna le amenace.
   Rico en sublimes dones,
del Padre Soberano
la omnipotencia sabia
te dio a la común luz; cuanto debiera  290
para hacerte feliz, tanto pusiera
pródigo en sus bondades a tu mano.
Tu labio, querellándose, le agravia
con necedad sacrílega, y pidiendo
al ser tuyo atributos no debidos,  295
la severa razón desatendiendo,
se fatiga en inútiles gemidos.
   A esta razón divina, ¿qué prefieres
de cuanto el cielo inmensurable encierra
y la ancha faz adorna de la tierra?  300
¿Todo a tu bien con ella no refieres?
¿Su luz hasta el gran Ser no te encamina,
de ente tanto la escala peregrina
siguiendo? ¿No le ves en el lumbroso
ardiente sol sentado?,  305
¿de la nube en el rayo arrebatado?,
¿de la noche en el velo misterioso?
   Cultiva, pues, esta razón, si anhelas
al verdadero bien; a su luz pura
solícito nivela tus acciones  310
y la ardua senda de virtud emprende,
que en tu esfuerzo se libra tu ventura.
La pompa por que insano te desvelas
generoso abandona, y cuerdo entiende
que el grande, siervo vil de las pasiones,  315
por más que en su palacio suntuoso,
do inmensas suenas su fastidio encierra,
el oro le deslumbre y lisonjero
aparato de tímidos clientes,
inútil a la tierra,  320
si la verdad lo juzga, es el postrero
de todos los vivientes,
y el pobre cuanto oscuro virtuoso,
que el pan divide en su sudor regado
en mesa humilde a un escuadrón de hijuelos,  325
de mísera fortuna ultraje triste,
honor del ser humano; y de los cielos
por los ángeles mismos acatado,
con ellos en dichosa compañía,
por más, Aminta, que en la tierra asiste,  330
goza del claro empíreo la alegría.




- III -


Orden del universo y cadena admirable de sus seres

ArribaAbajo   ¡Desfallece mi espíritu, la alteza
de tu ordenada fábrica admirando,
oh inconcebible, oh gran naturaleza!
   Los ojos subo al cielo, y rutilando,
soles sin cuento en tronos de oro veo  5
sobre mi frente atónita girando.
   Loco, anhela alcanzarlos el deseo,
sus pasos acordar, hallar curioso
su final causa y soberano empleo.
   Afánase sin fruto, y silencioso,  10
sólo adora al gran Ser que bastó a echarlos
cual polvo en el espacio luminoso.
   Su excelsa diestra alcanzará a pesarlos;
su dedo, a demarcarles el camino,
y su inmenso saber podrá contarlos.  15
   ¡Sirio, brillante Sirio! ¿Más vecino
cómo no estás a mí? ¿Por qué no siento
cual el del sol tu resplandor benigno?
   ¿Y tú, sol, rey del día, dó alimento
para tu luz recibes? ¿Quién, di, guía  20
la tierra en torno de tu inmoble asiento?
   La blanca luna, en la tiniebla fría,
rige su rueda en esplendor velada,
cual diosa augusta de la noche umbría.
   ¡Oh!, ¡cuál va silenciosa!, ¡cuán callada  25
con cetro igual la esfera enseñorea,
aunque a la negra tierra torne atada!
   Venus allí graciosa se pasea,
y a distancia sin fin entre sus lunas,
tibio el cano Saturno centellea.  30
   ¿A qué le alumbran cinco?, ¿acaso algunas
vanas le son? ¿A tu pausado giro,
por qué siempre, astro infausto, las adunas?
   Mientras más lo medito, más me admiro;
la mente en calcular se desvanece,  35
y entre horror santo, ciego, me retiro.
   Mas todo hubo su fin, do resplandece,
Jovino, sabio el numen; concertado
todo está; el orbe una cadena ofrece
   de inmensos eslabones al callado  40
meditador: estúdiala, y humilla
la frente ante el Señor, que la ha formado.
   Ni en el átomo tenue menos brilla
que en el disco del sol; si más subieres,
tu pasmo crecerá en su maravilla.  45
   Doquier te vuelvas, por doquier que fueres,
un orden has de hallar; pero abarcarle,
jamás, jamás con la razón esperes.
   Acuérdome que el cielo (aun no mirarle
supiera bien, ni en mi pueril rudeza  50
con la atención de un sabio contemplarle)
   un tiempo me elevaba en su belleza,
y las horas, absorta, entretenía
del alma alada la fugaz viveza.
   ¡Cuán ledo en medio de la noche umbría,  55
sobre la muelle hierba reclinado,
sus lámparas sin fin contar quería!
   Por el éter inmenso extravïado,
de astro en astro vagando, aquél forjaba
mayor, el otro en luz más apagado.  60
   Las tiernas flores que mi cuerpo hollaba,
en ámbar me inundaban delicioso;
de lejos, triste, el ruiseñor trinaba.
   La soledad augusta, el misterioso
silencio, las tinieblas, el ruïdo  65
del aura blanda por el bosque hojoso,
   me llevaban en éxtasi embebido;
y un supremo poder engrandecía
mi espíritu, del vil lodo desprendido.
   En medio yo impaciente me decía:  70
«¡Que no haya de alcanzar cómo a moverse
bastan, qué reglas guardan, quién los guía!
   ¡Señor! ¡Señor...!» La esfera esclarecerse
sentí, y alada Inteligencia pura
a mis curiosos ojos vi ofrecerse.  75
   Con un cendal de celestial blancura
los tocó; y sonriendo cariñosa,
mi helado pecho plácida asegura.
   «Alza», dijo, «a la bóveda lumbrosa
la vista, y los milagros considera  80
do se extremó la diestra poderosa».
   Alcela, y ver logré la inmensa esfera
y el paso de las lumbres eternales
en su perenne, rápida carrera.
   ¡Qué de globos ardientes!, ¡qué raudales,  85
qué océanos de luz!, ¡qué de ostentosos
soles, del claro empíreo altos fanales!
   De maravilla tanta codiciosos,
mis atónitos ojos se perdían
del espacio en los términos dudosos;  90
   mas alcanzar aún ciegos no podían
por qué en órbita tanta diferente
tan desiguales todos discurrían.
   Tocó otra vez mi vista su clemente
divina diestra, y «Considera, oh ciego»  95
tornó a decir, «la bóveda esplendente,
   que el Excelso atendió tu humilde ruego,
y en este punto el velo ha levantado»;
y envuelta desparece en santo fuego.
   Yo vi entonces el cielo encadenado,  100
y alcancé a computar por qué camina
en torno el sol Saturno tan pausado.
   ¡Oh atracción!, ¡oh lazada peregrina
con que la inmensa creación aprieta
del sumo Dios la voluntad divina!  105
   Tú del crinado rápido cometa
al átomo sutil el móvil eres,
la ley que firme ser a ser sujeta.
   Recorre el globo: ¿al cielo volar quieres?
Trepa, pues, sonda el mar; la mente activa  110
cala al abismo de ignorados seres;
   la hallarás siempre estar obrando viva,
la atmósfera apremiar, llevar riendo
el aura por los valles fugitiva,
   los ciegos senos de la tierra hundiendo  115
labrar lagos anchísimos, las fuentes
de los eternos ríos disponiendo,
   y con brazos tajando omnipotentes
rocas y abismos, próvido camino
dispensar a sus rápidas corrientes,  120
   hacer que suba en modo peregrino
la savia, erguido roble, a tu corona,
y alzar su helada frente al Apenino.
   Muy más activa en la abrasada zona,
la espalda al mar ondísono agitando,  125
en grillos de arenillas lo aprisiona.
   El trono al sol asienta descansando
en sus planetas, y ellos en él a una
la más subida proporción guardando.
   Mientras, de otro sistema éste es coluna,  130
y firme a un tiempo en otro se sostiene,
otro sobre otro sin mudanza alguna,
   hasta llegar al Numen de quien tiene
su ser el universo, y la balanza
en su potente diestra igual mantiene.  135
   ¡Oh inmensa sucesión, a qué no alcanza
saber mortal! ¡Oh variedad estable,
grande aliento a la tímida esperanza!
   Sí, sí, Jovino: el Bueno, el Inmutable,
el Poderoso, el Sabio, cuanto hiciera,  140
lo enlazó en nudo y orden inefable.
   Todo es unión; la parte más ligera
de impalpable materia al sol luciente
sostiene, y carga en su inexhausta hoguera.
   Nada hay que no sea efecto y juntamente  145
causa no sea, igual el vil insecto
cabe el gran Dueño al querubín ferviente:
   en su inmenso saber no hay más perfecto.
Vio, quiso, obró; y a cada ser ha dado
virtud con relación a su alto objeto.  150
   Esas mínimas formas que ha creado
al parecer sin fin, ruedas son leves
que altamente en las otras ha engastado.
   Tal en lago sereno cercos breves
forma al caer la piedra; van creciendo,  155
y atónito a contarlos no te atreves.
   Quita la más sutil, y estoy temiendo
ya el todo en desunión; una le aumenta,
y un orden diferente voy sintiendo.
   Esa que en nada tu ignorancia cuenta,  160
en nudo firme a otra mayor se unía;
y otra aun mayor sobre las dos se asienta.
   ¿Qué?, ¿el granillo de arena que corría
no ha nada en el torrente cristalino
de sus ondas a arbitrio, un fin tendría?  165
   ¿Solo tampoco está? No, del vecino
monte al llano bajó; si él no existiera,
tampoco el monte, ni el favor benigno
   que útil dispensa a una provincia entera
con la nevada frente y fértil río  170
que de él nace sesgando en la pradera.
   Cuando las aguas que el diciembre frío
tornó en blancos vellones más clemente
desata abril en líquido rocío,
   él, bullendo entre peñas mansamente,  175
se apresura por dar frescor y vida
al valle, desmayado en sed ardiente.
   Besa las florecillas de corrida,
y en su cristal el álamo pomposo
dobla por verla su corona erguida.  180
   Turbio tal vez, y con rumor fragoso,
árboles, chozas, mieses arrebata,
anegando los surcos espumoso.
   Rompe puentes, aceñas desbarata,
hasta que en brazos del antiguo océano  185
se hunde, y su húmeda planta humilde acata.
   Próvido empero, con abierta mano,
de fértil limo hinchó su señorío,
que el vuelo vivifica comarcano.
   ¿Mas al cabo el granillo...? Al poderío  190
del rubio sol en tierra trasformado,
lo verá espiga algún tostado estío,
   y pan después de un sabio que al Estado
leyes dé acaso y rija virtuoso
un pueblo a sus vigilias confiado.  195
   ¡Oh Jovino! ¡Jovino! ¡Qué asombroso
el universo es! ¡Oh!, ¡quién pudiera,
lince, indagar su abismo tenebroso!
   Ve la materia inánime, grosera,
agitándose activa hasta encumbrarse  200
de su nobleza en la superna esfera,
   cocerse el oro, el talco organizarse,
la sensitiva de la mano huyendo,
y el pulpo tras la presa audaz lanzarse.
   Llega al reino animal, si en su estupendo  205
orden, su graduación, sus perfecciones
un religioso horror no estás sintiendo.
   ¡Oh cuántos, cuán trabados eslabones
desde el sutil, incalculable insecto,
al crustáceo encerrado entre prisiones;  210
   de éste al torpe reptil, ya más perfecto,
o al mudo pez en sus familias raras,
bruñida escama y portentoso aspecto!
   ¿Qué?, ¿en el inmenso leviatán te paras,
de horror lleno? Un ejército volante  215
turba ya el aire en trinos y algazaras.
   Ven, no fugaz escape; del gigante
libio avestruz al mosca matizado,
de la tórtola al buitre devorante,
   del cuervo al colorín, del tachonado  220
pavón al triste búho, ¿a quién la suma
de especies tantas recorrer fue dado?
   En índole, color, grandeza, pluma,
órganos, fuerzas, voz, ¡cuán sabiamente
ostentó el Numen su largueza suma!  225
   ¿Y habrá quien no la admire? ¿Quien, demente,
los fines niegue, o que su diestra santa
cuanto él pudo tener dio a cada ente?
   De Filomena el trino su garganta
pide, y húbola en dote; ala ligera,  230
la garza audaz que al cielo se levanta,
   tal tuvo; y demandara la onza fiera
suelta garra, y la liebre temerosa,
vencer al viento en su fugaz carrera.
   Ni, si en familia menos numerosa,  235
cede en orden el bruto ni hermosura
a la turba en las auras vagarosa.
   Crece la perfección, y en su estructura
va la sustancia orgánica en el suelo
feliz rayando en su mayor altura.  240
   Genio inmortal que con sublime anhelo
su abismo tenebroso has indagado,
alzando un tanto al universo el velo,
   ven, di las perfecciones que has hallado,
Buffon, en cada cual, dime el destino  245
que en la escala animal le has señalado,
   cuál orden la materia, qué camino
desde el feo murciélago asqueroso
sigue hasta el pongo, al hombre tan vecino.
   El sagaz elefante, ese coloso  250
animado, y tras él, Jovino, mira
el ratón en su nido cavernoso.
   Del rugiente león, que ciego en ira
por los desiertos de la Libia ardiente
con grave paso cernejudo gira,  255
   baja del corderillo a la clemente
mansedumbre, que lame la impia mano
que alza el cuchillo a herirle ferozmente.
   Sube del asno rudo al soberano
instinto del castor, en ser dudoso,  260
sabio arquitecto a un tiempo y ciudadano.
   Compara ser a ser: maravilloso
cualquiera en sí, con el inmenso todo,
Jovino, aun lo hallarás más milagroso.
   ¿Cuál divino saber bastó a dar modo  265
a tanta relación? ¿Quién tan distinto,
quién tornar pudo un mismo inerte lodo?
   Desde el orden supremo del instinto,
va lenta la materia descendiendo
en vario sinuoso laberinto  270
   al primer elemento. ¿Cómo siendo
una en sí misma, a distinguirse empieza,
la primitiva sencillez perdiendo?
   ¿Cuál es su último grado de rudeza?;
y si el fuego es su esencia, ¿en pura nieve  275
cómo se torna...? ¡Inapeable alteza!
   ¡Abismos del gran Ser, si a ello se atreve,
mientras yo reverente vos adoro,
el puro querubín sondaros pruebe!
   Entre el ojo y la luz, entre el sonoro  280
aire y mi oído fines ciertos veo;
cómo obrar puedan, asombrado ignoro.
   Solo ofrécese un ser, sagaz rastreo
su esencia y calidades; ya le admiro
en relación cumplida con su empleo.  285
   Cada cual es un centro de do tiro
líneas a los demás; ninguno existe
sin que otro exista en no finible giro.
   El árbol que de pompa el mayo viste
debe al Hombre su fruto perfumado,  290
y antes a seres mil próvido asiste.
   Da en sus hojas un pueblo alimentado
de insectos, de aves otro con la fruta;
y he allí el punzante erizo aún va cargado.
   De la tierra el humor su pie disfruta;  295
en torno empero, en su agostada hoja
calor noviembre y sales le tributa.
   La undosa lluvia apaga la congoja
de la tierra, y del monte en la agria frente,
benéfica la nube a par se aloja.  300
   Su seno esconde el mineral luciente,
de la insomne avaricia vil cimiento;
y allí bajó a labrarle el sol ardiente.
   ¿Dónde hallaremos fin do tome asiento
tan vasta sucesión? Acaso el hombre...  305
Un noble orgullo en tu interior ya siento,
   apenas resonó tan alto nombre;
y sólo para ti crédulo esperas
que mayo en flores mil el campo alfombre,
   los vientos surque el ave con ligeras  310
alas, discurra por la selva el bruto,
y alumbren soles tantos las esferas;
   de todo excelso fin, justo tributo
todo al hombre dará, que ha merecido
la divina razón en atributo.  315
   Sí, sí, que él solo, ¡oh dicha!, es admitido
a la inmortalidad; sólo en su seno
el Numen su alto ser dejó esculpido.
   Lo demás es vil lodo; él ve lo bueno,
adora la virtud, lidia, merece,  320
y a su Autor se unirá de gloria lleno.
   ¿No es, Jovino, verdad? ¿No se engrandece
tu genio, a cima tan gloriosa alzado?
Mas ya otra nueva escala aquí se ofrece.
   Ven, subámosla a par. El hombre, atado  325
el espíritu al barro nos presenta
con nudo estrecho, sí, mas ignorado.
   Él crece con la planta, y se alimenta,
se mueve cual el bruto, siente y vive;
y en querer y entender ángel se cuenta.  330
   Goza el alma el deleite que recibe
la nariz en la rosa; el alma ordena,
y el brazo a obedecerla se apercibe.
   Si la mente se angustia, desordena
del cuerpo las funciones; si él padece,  335
siente el ánimo a par su acerba pena.
   ¡Qué de misterios un misterio ofrece!
¿Dónde se obra esta unión?, ¿cuándo?, ¿al formarse
el hombre?, ¿y cómo con su fin fenece?
   En ciegas conjeturas fatigarse,  340
sabios gritar, escuelas reñir veo,
y tercos, no entendiéndose, impugnarse.
   La causa ocasional colma el deseo
del uno, la armonía a aquél agrada,
y otro al físico influjo da este empleo.  345
   Natura en tanto, en majestad velada,
sigue en nuevos milagros, y escarnece
del saber vano la arrogancia hinchada.
   Uno es el hombre; pero ¡cuál le ofrece
el Senegal ardiente, el bezo alzado,  350
llana la faz que al ébano oscurece!
   ¿Qué hay entre este común y el bien formado
rubio alemán? El patagón compara
al samoyedo torpe y abreviado.
   Ve el feo albino y la belleza rara  355
que a un vil serrallo en tráfico afrentoso
vende en Bizancio la Georgia avara.
   Del hotentote indócil, asqueroso,
pasa al francés social y delicado,
del indio inerte, al bátavo industrioso.  360
   ¡Qué extraña variedad! ¿Dónde ha empezado?
¿Cuantas sus formas son? ¿Dónde natura
pone el primero, fija el postrer grado?
   Corre de pueblo en pueblo: la estatura,
color, aspecto, voz, uno se ofrece,  365
y a hallar vienes al fin otra figura.
   El mismo el tipo, sí; ¿mas lo parece:
al que a un tiempo sagaz el hombre mira
que bajo el polo y cabe el Ganges crece?
   Aun más extraña variedad se admira  370
en la forma mental. ¡Oh, qué desprecio!,
¡oh, qué respeto celestial me inspira!
   Contemplo al gran Newton, y no hallo precio
para la humanidad; torno la mente
al rudo hurón, y aún más la menosprecio.  375
   De la patria en el ara heroicamente
se ofrece el gran Leonidas; Catilina
corre a incendiarla en su furor demente.
   Sustituyó Lucrecia a Mesalina;
y a Tito, las delicias de la tierra,  380
el monstruo parricida de Agripina.
   Aquí el hombre en sus cálculos encierra
la fuga del cometa en el vacío,
y contando allí seis perdido yerra.
   Mientra en el mármol rudo, el poderío  385
sentir del pitio numen me parece,
extático en su augusto señorío,
   el africano estúpido me ofrece
de informe lodo la deidad más fea,
y en su arte igual a Fidias se envanece.  390
   Un fútil vidrio al iroqués recrea,
si absorto Galileo en su ingeniosa
lente en el cielo inmenso se pasea.
   Ora en paz blanda, en sociedad dichosa,
este ser libre de común concierto  395
rinde a la ley su independencia odiosa;
   negándose ora al yugo, con pie incierto
vaga en las anchas selvas, y de un oso
a distinguirle en su rudez, no acierto.
   Ya la diestra bendice religioso  400
que ordenó el universo, allá elevado
do alzó el Señor su trono misterioso,
   y corre de su lumbre encaminado
cual fijo norte al lauro inmarcesible
que en el Edén eterno le ha plantado;  405
   ya sumido en tiniebla inconcebible,
doblando la vil faz al bajo suelo,
al grito de su ser sordo, insensible,
   el Dios que le pregonan tierra y cielo
desconoce, ¡oh dolor!, y cual la fiera,  410
la fatal hora afronta sin recelo.
   ¿Es éste el hombre mismo? ¿Tu severa
profunda reflexión, al contemplarle
tan desigual, tan vario, lo dijera?
   He aquí el orden, Jovino; el que al formarle,  415
rey le alzó de la tierra en su nobleza,
sabio acordó a sus climas apropiarle,
   perfecto aquí; del polo en la aspereza
le vistió su rudez; en el ferviente
Congo, la tizne con que el sol le ateza.  420
   El mismo siempre, y siempre diferente:
del placer y el dolor a par movido,
el bien ansia, y a obrarlo es impotente;
   compasivo en su ser, corre a un gemido;
culpado tiembla, y con severo acento  425
la olvidada razón truena en su oído.
   Éste es el hombre, en su inmortal aliento
imagen de su Autor, que la estructura
del orbe abarca en su hondo pensamiento.
   ¿Y quién desde él la inmensurable altura  430
que corre hasta el gran Ser trepará osado,
y de una en otra inteligencia pura?
   ¿Quién desde la inferior al abrasado
más alto serafín las perfecciones
intermedias dirá...? ¿Quién lo ha tentado?  435
   Un santo velo sus sublimes dones
envuelve misterioso a nuestra mente,
ciega en mil insondables opiniones;
   alas iguales no son; quien diferente
formó un átomo y otro, ¿recogiera  440
con el ángel su diestra omnipotente?
   Acaso alguno absorto considera,
¡suerte inefable!, del Señor el seno,
y en él la creación abarca entera.
   Otro tal vez, de encogimiento lleno,  445
menos verá sin desigual ventura,
en paz eterna de zozobra ajeno;
   o a par que otro de un mundo se apresura
la suerte a moderar, otro al destino
de mil puede regir en paz segura;  450
   todos cantando en arpas de oro el trino
con que al Santo de Santos, de esplendores
velado, acata el escuadrón divino,
   bebiendo entre purísimos amores
de eternal vida en la inexhausta fuente,  455
sin ver jamás templados los ardores.
   ¡Oh dicha!, ¡oh pasmo!, ¡oh diestra omnipotente!
¿Quién bastará a ensalzarte? ¿Quién la alteza
jamás vio de tus obras dignamente?
   ¿Quién, ¡oh!, de tanta tan distinta pieza  460
sintió la proporción? ¿Quién, la armonía
de ser tanto, sus fines, su belleza?
   Me confundo, me abismo; el alma mía
se pierde una flor sola contemplando,
una de cuantas mayo alegre cría.  465
   ¿Qué será, qué, si al cielo el vuelo alzando,
ve tanto sol y mundo allá esparcido
sobre un centro común sin fin girando,
   y éste y ellos y todo dirigido
por una sola ley, y acaso en ellos  470
millones de entes...? ¿Dónde voy perdido?
   ¿Mas qué? ¿El gran Ser no es poderoso a hacellos?
¿Es de su saber sumo acaso indigno?
¿A qué ese cuento de luceros bellos?
   ¿Sólo a la tierra dan tan peregrino  475
inexhausto fulgor...? Pues que no alcanza,
Jovino, la razón su alto destino,
ánsieles otro al menos la esperanza.



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