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Epístolas




- I -


La gran fiesta del Lunes de Aguas


Carta escrita a don José Cadalso

ArribaAbajo   A la gran borrachera
del Lunes de las Aguas,
primer fiesta de Baco
de nuestra Salamanca
   y solemnidad ilustre  5
que ella tan sólo guarda
en todas las aldeas
que el claro Tormes baña,
   donde salirse suele
a la campestre estancia  10
con opíparas mesas
de corderos de Pascua
   y en espumantes copas
del nieto de las parras
dar a la primavera  15
mil bacanales salvas,
   brindome mi capricho
tras siesta abochornada;
y al punto a puto el postre
eché a correr de casa.  20
   Fuime, como es costumbre,
a mi alameda amada,
que el árabe Aldehuela
y aun nuestro vulgo llama;
   y luego que de un alto  25
la descubrí, cual playa,
todo el pensar llevome
su grita y algazara.
   La imagen que a lo lejos
la multitud formaba,  30
de blanco, negro y verde,
no sé cómo pintarla.
   Ansioso, pues, de verme
envuelto ya en la zambra,
requerí mi sombrero,  35
rebujeme en la capa,
   y eché a correr abajo
con tan veloces plantas
que no me compitiera
la puta de Atalanta.  40
   Llégome en fin y veo
multitud de viandas,
muchedumbre de juegos
e infinidad de danzas;
   mas mi afecto entre todo  45
al baile se pegaba,
porque a las niñas tengo
cierta afición innata.
   Vime allí a las Capuchas,
la Chispa y la Cacharra,  50
la Ojotes, las Gurrumas,
las Calluzas y Claras,
   a cuál más desvergüenzas
mostrando en sus palabras,
que francas de sí mismas,  55
a nada se negaran.
   Si por acá estuvieras,
tú dijeras: «Bien haya
quien tantas putas cría
y a tantas putas guarda».  60
   Pues ¿qué podré decirte
de sus dichos y chanzas?
Lo nuestro y aun lo suyo
sin translación nombraban.
   ¿Qué de las frases, pullas...?  65
«Cache usted... Mala sarna...
Cangrena... Peste... Y fuego
de san Antón te caiga».
   Dalmiro, tú imagina
qué tal tendría yo el alma  70
con tanta nieve y rosa
cual todas me mostraban;
   pues ver sus frescas carnes
y ver sus níveas naguas
era allí más baldío  75
y más común que el agua.
   Era tanto el objeto
y eran tantas las gracias,
que el no ver con el ojo...,
lo tuve ya por falta.  80
   En esto el Zorro y otro
se traban de palabras,
que al parecer al Zorro
los celos le picaban;
   y a su rival le dijo:  85
«Hola, amigo, esa maja
chorrea por mi cuenta,
¿lo ha oído usted en plata?».
   Por esto el otro al Zorro
sentole una puñada  90
que brotó sangre y vino
de la nariz tocada;
   y el Zorro, al verse herido,
sacó su atroz navaja,
y entre los pestorejos  95
le dio una santiguada.
   Desde el medio del baile
lo vio la Perandanga;
y encarándose al Zorro,
gritó con voces altas:  100
   «Cuando pensé tuvieras
treinta orejas cortadas,
te miro cual mondongo
la cara embadurnada».
   Y al punto a su contrario  105
corre a echarle la zarpa;
mas, furiosa, del moño
la apañó la Cacharra,
   que en defensa del otro
saliera a la demanda,  110
porque el otro es su mueble,
y al verlo herido brama,
   a más que de mal ojo
mira a la Perandanga,
y estaba con el Zorro  115
no sé por qué atufada.
   Se armó una chamusquina
que el diablo la apagara:
cuál vota, cuál lamenta,
cuál bufa y cuál araña.  120
   Por cima de los cuernos
andaban las mojadas;
que muchos, aunque grandes,
de ver no los echaban.
   Acudió la justicia,  125
viéronse allí sus varas,
y era el téngase afuera
la más común palabra.
   Cierto fraile francisco,
que de fuera atisbaba  130
cual piojo por costura,
metiose entre la danza.
   «Téngase el fraile», dice
muchacha desollada;
«vaya al coro a osearse  135
las moscas de las nalgas».
   A tan revuelto río,
vi a algunos que pescaban
truchas, que con el cebo
del toma arman la caña.  140
   «Esta es ocasión buena,
que no nos ven, muchacha;
harto esperar me has hecho;
ya es tarde y tengo gana».
   «Poco a poco», ella dice,  145
«que mire usted apurada-
mente, que ya por darlo
está rabiando el alma.
   Despacio..., pues..., no es cosa
de ahogarse en poca agua;  150
las seis son, y es bien cierto
que hay tiempo hasta mañana».
   Otra busca a su hija
con alto grito, y clama:
«Colasa, que tu padre  155
con la merienda aguarda».
   «Yo merendar no quiero»,
responde, «usted se vaya
con él a su merienda,
que a mí el bailar me basta».  160
   Y la madre al oírlo
replica: «sal, muchacha;
¿qué entre alcahuetas haces
y entre mujeres malas?»
   Mas ella dice: «madre,  165
¿que es usted tan honrada?
Y que lo fueran, ¿de ello
a mí qué me pegaban?».
   La madre va a cogerla;
y ella, alzadas las naguas,  170
echa a correr y vase
donde el majo la aguarda,
   y los dos con mil risas
se meten..., pero vaya,
presume a qué se meten,  175
Dalmiro, entre las zarzas.
   Quién, menos audaz, dice,
llegándose a la Juana,
zurcidora de gustos,
corredora de casas:  180
   «hola, abuela, así cace
la moza tras quien anda,
que no me engañe y diga
si ha hablado a mi salada».
   «Hijo», la vieja dice,  185
«¿tú juzgas que olvidaba
tu gusto? ¡Bueno es eso
para mi edad y maña!
   De quién, en dónde, cuándo
y cómo está citada,  190
bien pagármelo puedes,
que es la zagala honrada;
   más limpia está que un oro,
la flor es de las majas;
que sal tiene en el baile,  195
y un ángel es si canta;
   y ve, niño, seguro
que no te pegue nada,
que lo he visto y revisto
y está frescota y sana.  200
   ¡Qué pulpa que te comes...!
¡Querido..., qué rapaza...!
Yo al verla, aunque ya vieja,
me alegro y me dan ganas.
   Gozaros, angelicos,  205
que la mocedad pasa;
pero a la pobre vieja
para vino una blanca».
   Tras de esto en mil columpios,
la mantilla terciada,  210
talle igual, y pie chico
con la hebillota baja,
   el cuerpo atimbalado,
jubón de estrecha manga,
ancho escote, y al cuello  215
pañolillo de gasa,
   con desenfado chusco
mirando de pasada,
pisando a lo brioso,
riéndose a lo zaina,  220
   Marica al baile viene
de Antón acompañada;
y atrás con el Zurdillo
le sigue la Catalna.
   Llegaron al arroyo,  225
y al punto que pasaban,
primero que ellas, quiso
pasar una madama.
   «Deténgase», le dijo
Marica en voz airada;  230
«¡Miren la de escofieta!
¡Qué tiesa que se pasa!»
   La uisía no la escucha;
Marica va y la agarra,
y de las pasaderas  235
la arroja dentro el agua,
   y sigue su camino
diciendo, puesta en jarras:
«aprenda y no se encuentre
en jamás con las majas».  240
   A fuego a toda prisa
tocaron las campanas,
porque de amor o vino
todos allí se abrasan;
   la gente se alborota,  245
cuál corre hacia su casa,
y cuál para apagarlo
va y besa la empegada.
   En esto ya la noche
su manto desplegaba,  250
sin duda para hacerlo
de tantos vicios capa.
   Yo a esta señora noche
por mí la encorozara,
como a quien es de Venus  255
tercera en sus marañas.
   Tú mira si de día
lo que he dicho pasaba,
de noche en campo raso
qué tal iría la zambra.  260
   Vos, Musas, pues ya débil
veis que mi voz se cansa,
contad a mi Dalmiro
la brega que allí andaba.
   Pues repetir los votos  265
y palabras pesadas
de los llenos de vino
en la vuelta a sus casas,
   sus tumbos y vaivenes,
carreras y paradas,  270
ya hablando como amigos,
ya echándose bravatas,
   fuera decirte cosas
ni escritas ni notadas,
que sólo el padre Baco  275
en sus archivos guarda;
   que yo por mí no tuve
paciencia que bastara
a tantos disparates,
no obstante mi cachaza.  280
   Esto es todo lo nuevo
y divertido que halla
mi afecto que contarte
en la Atenas de España.
   Yo, tu amigo, en día aciago,  285
martes por la mañana
siguiente a la gran fiesta
del Lunes de las Aguas.




- II -


Al señor don Gaspar de Jovellanos, oidor en Sevilla, sobre mi amor


Silva poética en verso blanco endecasílabo


Quamquam animus meminisse horret,
luctuque refugzt, incipiam...

Virgilio, Aeneid., II, ver. 12.                


ArribaAbajo   Tiempo fue, gran Jovino, que amarrado
llevé del Amor crudo la cadena,
la pesada cadena a cuyos golpes
el ánima mezquina tiembla agora,
teniendo por eterna bienandanza  5
la gloria celestial, el rostro bello,
el mirar amoroso y riso afable,
la delicada voz y blanda queja
de aquella pura luz... ¡Ay!, ¡ay!, que temo,
y aún tiembla el corazón al acordarme,  10
inundada la faz de un largo lloro.
¡Ah, malogrado tiempo, y quién pudiera
tornar atrás tu rueda voladora!
¡Oh niñez!, ¡oh cuidados de los hombres!,
¡oh ciega voluntad! No fuera dado  15
en la tierna niñez al alma débil
el augusto consejo y clara lumbre
que goza en vano la vejez cansada;
y el hombre, a imagen de su Dios formado,
al vicio y al error en el principio  20
mancipado será por su flaqueza.
   Yo, en la primera edad, inocentillo,
cuando apenas, señor, el lento curso
quince veces contara al sol dorado
del Aries a los Peces, ni rompiera  25
la delicada barba al blando bozo,
ya de virtud secreta conmovido
que sembró diva en mi inocente seno,
maldije del amor, del fuego impuro,
del lazo inevitable, do enredado  30
un mozo malhadado vi abrasarse.
¡Ay, si el fatal ejemplo me salvara,
y en el ajeno daño docto fuera!
   Fue mi sencilla diversión entonces
en dulce sombra por el bosque ameno  35
cantar desocupado algunas veces,
seguir las artes de la casta diosa,
la caza frecuentando, o más humilde,
disponer a las aves blanda liga,
sus nidos inquirir, y tantos juegos  40
do la alma paz y la inocencia asisten
a una con el candor en santo lazo.
¡Tiempo voluble, y cual la sombra vana
o alegre ensueño que la mente burla,
ni luego deja de su bien señales!  45
   Porque súbito, ¡ay Dios!, sentí encenderse
mi blando corazón con una llama
de regalado fuego que en los huesos
difundió su veneno tan ligera
cual suele discurrir por el otoño  50
ardiente exhalación en noche oscura.
   Difundiérala Amor, que descendiendo
con giro arrebatado dende el cielo
por el aire vacío a do volando
somete cielo y tierra en mandar crudo,  55
de la dorada Venus sostenido,
indignado de mí, lanzó una flecha
de inextinguible ardor, que en las entrañas
súbito levantó tan grandes fuegos;
y huyó volando con maligna risa  60
a contar a su madre el fatal hecho.
   Yo di al punto en temblar despavorido,
con la torpe visión la sangre helada,
ignorando el misterio; y hacia el cielo
las palmas levantando, en tales voces,  65
medroso y triste, prorrumpí llorando:
   «acorre, acorre, oh Dios, y el fuego apaga
que el miserable corazón devora,
y el funesto tropel y el alboroto
levantado apacigua, si merece  70
favor el inocente perseguido
y mis himnos sonantes te cantaron;
dame amparo, Señor, y poderoso,
confunde el enemigo». En este punto,
santa virtud del cielo descendida  75
con agua saludable templó el fuego,
y haciéndome más fuerte, «A la batalla
intrépido», me dijo, «te apercibe,
y oponte valeroso al gran contrario.
¡Ay de ti miserable, si cayeres,  80
qué cárceles te quedan y qué lloros,
qué míseros lamentos y cadenas
y qué mezquinos ayes!». Cesó y fuese
volando al cielo con serenas alas,
y dejando tras sí de clara lumbre  85
un rastro celestial y perfumado
de etéreo odor, de líquida ambrosía.
   Yo la miraba con atentos ojos
y volviendo en el ánimo estas cosas,
sintiendo ya mi corazón tranquilo  90
y una nueva virtud que me esforzaba
contra el Amor y su maligno fuego;
pero, ¡oh ciega natura y miserable
inclinación del hombre, a las virtudes
rebelde mármol y a los vicios cera!  95
   Desde esta fatal hora que del cuento
de los años borrarse fuera digna,
en negro olvido envuelta, más ufano
trataba ya de Amor, ni jamás pude
atizar en el pecho el odio antiguo,  100
malgrado mis esfuerzos, ni a su canto
de mágico poder y letal furia
la oreja miserable ya negaba;
mas antes sosegado y con faz leda,
en pláticas de amor me complacía,  105
y la queja, el suspiro y largo lloro,
el ruego humilde y el penar contino
y a veces la alta gloria y bien sin cuento
del ánima infeliz que, en lamentable
mísera esclavitud adormecida,  110
a un recíproco amor vive ayuntada,
envidiaba, ¡mezquino!, y ya quisiera
gozar yo en torno tan falaces bienes.
   ¿Cuántas veces también el blando fuego
excitaba leyendo, y qué no pudo  115
el ardiente Tibulo y el divino
Propercio con sus números sonoros,
o el que lloró del pájaro la muerte,
delicias de su Lesbia, que mudable
por otros le dejara tan liviana?  120
¿Ni qué pecho feroz no ablandarían
el delicado Ovidio y tierno Laso,
grande nombre del Tajo, do aún resuenan
el cantar miserable del Salicio
y los suspiros y el amor de Albanio?  125
¡Ay, números divinos, cuál mi seno
llenasteis de letífera ponzoña!;
y, ¡ay!; ¡ay de mí, infeliz!, ¿quién recelara
de tal dulzura tan amargo acíbar
ni peste tan fatal? En este punto,  130
ya sujeto al Amor sin yo sentirlo,
llevaba la cadena y las doradas
esposas en las manos, y ésta fuera
de mi ciego dolor la causa prima,
porque hallado en el mal y aletargado  135
del veneno mortal, en largo olvido
comencé de gozarme, relajada
la antigua propensión al noble estudio.
   Ninguno de repente malo fuera,
y a par de la virtud tiene sus grados  140
el vicio y el error, ni pasar pudo
súbito a la maldad el inocente,
que un mal otro mal llama. Conducido
yo a la gran corte del monarca hispano,
do las magas habitan que trasforman  145
(cual escribe la fábula de Circe)
con mágico poder en apariencias
de animales los hombres miserables
y en formas tristes de sangrientas fieras,
malgrado mi querer y los esfuerzos  150
de la virtud antigua, de dar hube
el postrimero paso en mi ruina;
allí acabé de hacerme a la dorada
cárcel y avezadarme al error ciego,
porque allí plugo a Venus que morase  155
todo el reino de Amor y la hermosura.
¡Oh fuerza del ejemplo! ¿A cuál no arrastra
la frecuencia del mal, ni huyó prudente,
del vicio en la costumbre autorizado?
   Cabe un ameno valle, de odorosa  160
hierba y flores pintado, a do conduce
un camino apacible, con la inmensa
muchedumbre de gentes y de pueblos
que van y vienen en tropel confuso
cual suelen en verano las abejas  165
en largo enjambre acometer las flores,
hubo un antiguo bosque, venerado
con larga religión y santo miedo
de la engañada gente; las encinas,
la copa alzada al cielo, no permiten  170
ver del dorado Febo la luz clara.
Parece que los dioses habitaron
allí cuando los hombres aún no fueran
salidos de la tierra, tan antigua
veneración le ocupa. Conducido  175
yo de mano invisible bien adentro,
fuime alejando en él por una senda
que a mil lados revuelta, en error ciego
envuelve la salida; y de otra parte,
sereno arroyo de sonante curso  180
la corta, y cierra con su vuelta el bosque.
Aquí beben las gentes largo olvido
de la virtud y el bien, y en torpe sueño
duermen de ciego amor aletargadas;
la orilla es venenosa, y el deleite,  185
el infame deleite, el más horrible
de los humanos males, esparcido
allí con larga mano, luego causa
la blanda ociosidad y la pereza.
   Tal es del dios alado el ciego imperio,  190
tal el sagrado bosque que conduce
a su dorado alcázar. ¡Cuántas cosas
viera yo allí, señor! ¡Oh, si contarlas
dignamente pudiese! Blanda Musa,
dame tu voz y tu divino fuego;  195
mayores cosas canto, mayor orden
empiezo desde agora; a ti se deba
el levantado verso y voz sonora.
   Vulcano, según cuentan, el suntuoso
palacio fabricara cuando quiso  200
al tálamo llegar de la alma Venus;
los entallados jaspes, las columnas
de piedras preciosísimas, demuestran
el divino poder, y las paredes
de esmeralda y crisólito altamente  205
reverberan al sol en lumbre clara,
venciendo a la materia y ricos dones
el arte y docta mano; ni jardines
tales hubo en Tesalia, o tan florido
fue el valle de Dodona, ni las selvas  210
de los Elíseos Campos que los dioses
plantaron de propósito y colmaron
de primavera eterna y manso viento.
   Aquí agrada esperar a la alma Venus,
del cristalino Olimpo descendida,  215
la triunfal pompa del Amor su hijo
cuando hace ostentación el gran tirano
del crudo imperio en que los hombres manda.
Él, en carro de fuego y por seis potros
de la raza apolínea conducido,  220
cual en la clara Roma un tiempo fueron
los victoriosos cónsules llevando
tras sí un número inmenso de varones
y los vencidos reyes en cadenas,
también llevaba en torno larga tropa  225
de mezquinos mortales, que en ley cruda
su mandar obedecen miserables.
   Allí vieras los reyes victoriosos,
acá un tiempo en la tierra, ser vencidos,
y los claros varones, que inundaron  230
el orbe de su fama, ir como siervos,
al cuello la cadena y bajo el rostro.
Hércules y Perseo, en pos de Aquiles
con el grande Agamenón, por caudillos
van del número inmenso, sin que falte  235
de divinos ingenios luenga copia.
A todos vence Amor; ninguno pudo
de sus pesadas redes sacudirse.
   En blando fuego por su dulce Laura
ardiendo va el Petrarca, y el divino  240
Orfeo, por Eurídice aún osando
tornarla con sus cantos del Averno;
luego en pos de Propercio y mi Catulo,
el amador de Némesis y Delia,
y el infeliz Ovidio acompañaban  245
en faz llorosa el apolíneo coro.
¿Cómo el número inmenso contar puede
mi voz de los que siguen, cual si pinta
primavera la tierra de mil flores?
¿Ni la alta majestad con que los nuestros,  250
el culto Herrera y el ardiente Laso
y el claro Figueroa y tantos otros,
tras el divino Lope, en talar ropa,
a par ceñidos de laurel, los siguen?
Amor desde su carro a todos manda  255
y enciende más y más en voraz fuego
porque el pesado yugo no sacudan
con que su cuello y libertad humilla
-¡cuál linaje de mal, ay, Amor crudo,
a tus esclavos míseros no causas!-,  260
cuando hacia mí tornando, al verme aún libre
y casi exento de su ardor el pecho,
indignado en el rostro tornó a hablarme
con tales voces de furor henchidas,
que tembló al empezar la escuadra toda:  265
«¡Y aún, mísero, pretendes resistirte
del poder del Amor! ¡Y aún en tu pecho
el dardo agudo que lancé no pudo
prender su cruda llama! ¡Escapar quieres
del duro cautiverio y la cadena!  270
¿No soy, no soy yo Amor, quien en mil formas
de Olimpo hace bajar los altos dioses?
¿O algún mortal, con resistencia inútil,
de mi yugo librarse jamás puede?
Presto, infeliz, serás de entre mis siervos,  275
y sentirás mis penas y cuál arde
tu empedernido pecho. ¡Qué castigos,
duros castigos de mi fuerte mano
te quedan que llevar! No me enternecen
tus lágrimas futuras, no tus ruegos  280
ni el crudo lamentar; por luengos días
arde y padece mísero». Y cesando,
torna a seguir con la dorada pompa
por mil regiones que contar no puedo
al reino antiguo de su dulce madre.  285
   Hermosísima virgen en pos de ella
en este punto de otra parte asoma,
de las Gracias seguida y de la turba
de lascivos amores pequeñuelos.
¿Bastaré yo a pintarla, o ser humano  290
puede alabar su angélica belleza?
Enlazado el cabello o libre al viento,
oscuro deja al sol en luengos hilos;
los ojos, de la paloma, y con tal gracia
que el más exento corazón humillan;  295
un partido rubí la dulce boca,
de do la blanda persuasión discurre,
con la esplendente túnica que muestra
el más que humano ser del alto dueño.
Tal en los cintios valles va Diana  300
seguida de mil ninfas, descollando
cual palma sobre todas en belleza,
y del ebúrneo lado el carcaj pende,
el dorado carcaj a cuyos tiros
rinde su ligereza el alto ciervo.  305
   Yo, que a tanta beldad hasta aquel punto
jamás mi débil vista alzado hubiera,
absorto de su gracia y del decoro
del rostro y del augusto señorío,
hincada la rodilla por tres veces,  310
probé a adorarla y la juzgué por diosa,
cuando un ardor secreto se fue entrando
de súbito por medio de mis huesos
que todo me mudara; y en silencio
discurriendo la llama, el alma Venus,  315
con la beldad brillante y blandas gracias
que entre los dioses en Olimpo ostenta,
así tomó la voz, con dulce risa,
capaz de seducir al almo Jove:
   «el reino del Amor y el feliz lazo  320
de la virtud y angélica hermosura goza,
joven dichoso, y para siempre
en mis delicias anegado vive;
que una llama os abrase y mis placeres
juntos bebáis en una misma copa,  325
y en ósculos iguales vuestros labios
las amorosas tórtolas imiten,
y que Cupido del Olimpo baje
con blanda risa y ademán travieso
a reposar en medio de vosotros.  330
¡Oh, tres veces feliz al que los dioses
tal suerte concedieron, y el que puede
en mi gremio gozar de un dulce sueño!».
Engañosa dijera, y de la mano
a entrambos nos unió con blanda fuerza,  335
y al cielo torna respirando amores.
   ¿Quién a Venus jamás resistir pudo,
o de su dulce voz no fue vencido?
¿Qué hiciera yo, infeliz? La sangre helada,
quedé como en la noche el caminante  340
que vio el agudo rayo, desatado
de negra nube, deshacer el roble,
pasmado de temor. ¡Qué acerbas penas
la visión deliciosa me costara!
¡Quién fuera a bien contarlas poderoso!  345
   Aún el ánimo agora se horroriza
con la cruda memoria y los temores
y las cansadas lágrimas que un tiempo
del afligido corazón lanzaba.
Errores, sueños y dolor de muerte,  350
miedo, vergüenza y suspirar contino,
confusa ceguedad, y largos ayes
de agudos celos, y esperanza vana,
vergonzoso sufrir, y en mil maneras
pesada servidumbre, tales fueron  355
de mi amor loco los acerbos frutos.
   ¡Ay, miserable amor! Aletargado
con sus blandos halagos, ya no curo
del bien; y ciego abandonando todo,
cesa el ardiente estudio, y de las letras  360
el augusto ejercicio desdeñado
yace hollado por tierra, ni a los dones
doy de Minerva reverente oído,
del ciego error premiado, que en mis venas
siembra ya libre su mortal veneno.  365
   Mojados de las lágrimas mis ojos,
sólo amor respiraban, sus delicias
sólo cantaban mis dolientes voces;
y el miserable pecho, así inflamado
cual si tuviera su deidad presente,  370
con mil latidos atizaba el fuego
del blando corazón. ¡Ay!, en mi rostro,
la flaca amarillez y la tristeza
y el dolor y el silencio iban pintados.
   Así, en míseras ansias, yo acababa  375
con indigna flaqueza, a todas partes
volviéndome veloz, cual alto ciervo
que hinche los montes de bramidos tristes,
del diestro cazador atravesado,
y en vano intenta con veloz corrida  380
del lado sacudir la flecha aguda;
o volviendo la noche, y en las alas
de su callada sombra el blando sueño,
yo solo y desvelado, ¡cuántos votos
(el frío lecho en lágrimas bañado)  385
desperdiciaba en vano! ¡En qué temores
el ánimo afligido se anegaba!
¡Qué agudo cavilar! ¡Ay, infelice
el que el Amor airado ha bien herido!,
pues mortales congojas son sus sueños.  390
   ¡Qué de veces también llamaba en vano
la muerte!; y cual la rosa desfallece,
perdiendo con el sol su lozanía,
yo me iba consumiendo, sin que hallase
otro consuelo a mi dolor agudo  395
que la callada soledad, en ella
los infelices casos revolviendo
de mi cuitado error. Acaso un día,
del bosque enmarañado sin pensarlo
entreme tan adentro, que a una cueva,  400
de algún selvaje dios morada inculta,
(tanto el rústico adorno, y la hermosura
del florido terreno tanta fuera)
llegué, y de fatigado, el flaco cuerpo
recliné en tierra a la callada sombra,  405
que en tres lóbregas noches jamás pude
al plácido descanso dar entrada.
   Algún dios lo dispuso que el gobierno
tiene allá de las cosas de los hombres,
y mandándome un sueño sobrehumano,  410
la regalada paz tornó a mi pecho.
Yo durmiera tranquilo, los ardores
del insano dolor casi extinguidos,
cuando en medio las sombras, ¡quién pudiera
contarlo agora todo dignamente!,  415
Minerva, del Olimpo descendida,
con beldad simple y ademán modesto,
armada de su égida impenetrable
y en la derecha la brillante lanza,
se presentó a mis ojos; yo en las señas  420
conociéndola al punto, un santo miedo
me ocupó todo el pecho, y erizados
los cabellos, de horror temblando, apenas
pude, en tierra postrado humildemente
adorándola, hablarla en esta forma:  425
   «oh santa diosa, poderosa estirpe
de Júpiter divino, ¡en qué peligros
estoy agora puesto!, ¿o dónde puedo
tornarme sino a vos? La aguda llama
ya por el pecho libremente corre:  430
libradme, ¡ay!, ¡ay!, libradme, y poderosa,
templad el fiero mal». Entonces ella
así tornó sus voces celestiales,
blando aroma en los labios respirando:
    «al que una vez la acata y las razones  435
divinas oye de su santa boca,
jamás Minerva abandonado deja.
Huye esta fatal tierra y parte luego
a la ciudad antigua do mi numen
tiene su culto y aras y el fragante  440
odor siempre es quemado, que cortada
te tiene allí mi mano la victoria;
y oye en la orilla del undoso Betis,
con cítara dorada y docto labio,
reclinado cantar al gran Jovino,  445
honor augusto de la toga hispana,
el ensueño de Amor y los encantos
que las magas hicieran a tu nombre.
¡Qué fiero sortilegio, y cuál sería
con él martirizado el blando pecho  450
sin su sagrado ruego! Él lo deshizo,
tu faz librando de la eterna infamia;
así escúchalo agora y cual si fuesen
sus preceptos de Apolo, los venera,
porque pueda acabar tu mal agudo».  455
   Luego el varón clarísimo descubre
en quien Temis guardara sus secretos,
y en todo semejante al cano Orfeo,
pues cuando ornado de sus largas ropas
diestro la lira de marfil tañía,  460
las aguas se pararon, y en las cumbres
de los ásperos montes se movieron
los árboles erguidos, y a escucharle
las indómitas fieras se humillaron.
   Yo, embelesado con la voz divina,  465
cuasi hablar no pudiendo, cual si alguno
vio entre sueños su muerte, que despierto
a respirar no acierta de alborozo,
«Oh amigo, oh padre», dije, «ya recibo
con voluntad humilde los consejos  470
que os dicta el almo Apolo; ya mi pecho
los sigue arrepentido; y pues los dioses,
tocados de mis lágrimas humildes,
gozar en vos me dieron... ¡Ay!, no puede
seguir mi flaca voz..., ni a decir basta  475
la regalada llama y blando fuego
de la santa amistad; ella nos una
con vínculo inmortal que eterno dure,
roto el del ciego Amor». La diosa entonces,
mi faz viendo bullir en lumbre clara  480
y ya en santo deseo arder mi pecho
de seguir sus avisos celestiales,
con su diestra tocó mi débil vista,
tornándola clarísima; y al punto
en mi acuerdo volví del dulce sueño.  485
   Huyose la visión, quedando el aire
de angélicos aromas perfumado,
y el cielo fulgidísimo, y mi pecho,
ya del acerbo mal del todo libre,
merced a vos, señor, arrepentido  490
de haber seguido a Amor y sus errores.

... victus cum matre Cupido.




- III -


A Jovino, en sus días

ArribaAbajo   Hoy, pues, ¡oh gran Jovino!, que tu día
nos vuelve con el año el triste enero,
démosle todo al gusto y la alegría.
   Arrímese la toga, y el severo
ejercicio del foro el paso ceda  5
al canto de las Musas lisonjero.
   Sobrado tiempo a los cuidados queda,
ni siempre con su vuelta han de aquejarnos,
como aqueja a Ixión la triste rueda.
   Tiempo ha de haber en que al descanso darnos  10
podamos algún rato libremente,
y de inocentes gustos recrearnos.
   El espíritu humano no consiente
que en continuos afanes le ocupemos,
que es muy estrecho y la fatiga siente.  15
   Así, en ocio tranquilo, celebremos
con la Pascua tus años, y un tal día
con blanca piedrezuela lo notemos.
   ¡Oh, si pudiera ser, con qué alegría
y en cuán sencilla fe lo festejara  20
a tu lado, señor, la amistad mía!
   ¡Cómo el dulce Mireo sazonara
el tiempo con Trudina y sus amores,
aunque Delio severo le notara!
   Yo detuviera el paso a mis dolores,  25
y dándome su humor el buen Lïeo,
también vertiera alegre algunas flores.
   Paréceme esta vez que ya me veo
con la copa en la mano; ¡oh, y cómo ceba
con su color dorado mi deseo!  30
   Delio, cuanto a los labios se la lleva,
la deja ya con gesto melindroso;
dame acá, Delio, y déjame que beba,
   que enloquecer en día tan glorioso,
antes que no a locura y desvarío,  35
yo me lo tengo como a caso honroso.
   Luego el cáliz me diera un nuevo brío
y, aunque con voces trémulas, cantara
tus loores, señor, el plectro mío.
   ¡Oh venturoso aquél a quien ampara  40
Apolo, y que benigno le concede
de Aganipe beber la linfa clara!,
   que el tiempo entretener contino puede
y el convite alegrar, sin que ninguno
ni su voz huya ni sus cantos vede;  45
   y ¡ay del que de las Musas siendo aluno,
ya cual cansado asnillo cede al peso
de un dédalo de leyes importuno!
   Cada vez que esto pienso, pierdo el seso;
¡oh dura esclavitud, do el albedrío  50
llora cansado y se lamenta preso!
   Si yo tuviera tiempo y fuera mío,
o el trato de ignorantes no me hiciera
zonzo el entendimiento, el numen frío,
   quizá a cantar de nuevo me encendiera,  55
y el Tormes con tu voz resonaría,
cual un tiempo del Ebro la ribera,
   cuando el otro las fieras conmovía,
y las peñas y chopos levantados,
al canto de la lira entretenía,  60
   que al mundo por los dioses fueron dados
los números divinos porque hiciesen
estos y otros milagros señalados.
   Ni pienses tú, señor, que me excediesen
los que benigno inflama el almo Febo  65
o que sus dulces voces me venciesen,
   que me diera amistad su blando cebo,
mi sencilla amistad, porque cantara
con sonorosa voz y aliento nuevo.
   Luego, porque mejor la voz sonara  70
el néctar jerezano al pecho diera
calor con que la musa se inflamara;
   y algo también de Ciparis dijera
por darte a conocer la ninfa mía,
aunque el fuego apagado se encendiera.  75
   Mas ¿dónde va a parar mi fantasía?
Detenerla no puedo, que enloquece
sólo con la memoria de un tal día.
   Pues gózalo feliz, cual apetece
mi fina voluntad, ya que a tu lado  80
mi amor solemnizarlo no merece.
Diciembre y veinte y tres.

Tu fiel criado.




- IV -


Batilo, a su amado Jovino

ArribaAbajo   Deja el mísero llanto y largos ayes
y blando suspirar a las mujeres,
y aunque de tierno pecho, no desmayes,
   ni así con encontrados pareceres
revuelvas en la mente acongojada  5
Betis, su alegre orilla y sus placeres.
   La memoria, continuo porfiada,
nos presenta las cosas que ya fueron,
y cuanto más nos duelen, más se agrada;
   mas tú, señor, a quien los dioses dieron  10
con larga mano de sus claros dones,
y a quien tan acabado en todo hicieron,
   ¿arrastrarás los graves eslabones
que el ignorante vulgo arrastrar suele,
cerrado de Minerva a las razones?  15
   Si Sevilla en el ánimo te duele,
de Madrid el bullicio regalado
la fiebre temple y tu dolor consuele.
   «Pero ¿de mis amigos separado...?».
Puesto en el cabo estoy; ellos lo mismo  20
te amarán que en el Betis te han amado.
   «Este mi nuevo empleo es un abismo,
y sus obligaciones contempladas
son tantas que no caben en guarismo.
   Tener todas las horas ocupadas,  25
ora en el tribunal, ora en juïcio,
y rondar en las noches más heladas;
   negarme a la piedad en perjuicio
de la santa justicia...». ¡Duro encargo,
pesada sujeción, gravoso oficio!  30
   Pudiera hacer catálogo muy largo
yo en contra de los bienes que en sí tiene
y comparar la data con el cargo;
   pero ahora tan largo no conviene
los vuelos extender; quizá algún día...,  35
si con su ayuda Apolo me sostiene;
   mas no me negarás cuánta alegría
un corazón resiente virtuoso
por tener así lleno todo el día.
   Del mismo trabajar sale gozoso;  40
cuando el que en ocio vive, o más bien muere,
llega a hacerse a sí mismo fastidioso.
   ¡Oh venturoso el hombre que pudiere
continuo trabajar!, que a sus aldabas
ni el vicio tocará ni los placeres.  45
   Tú en tus disgustos el afán te agravas;
jamás su carga siente, alegre, el pecho,
ni preso estás si la prisión alabas.
   ¿En la orilla del Betis no te han hecho
mil amigos sencillos y leales  50
tu blando trato y tu inocente pecho?
   Pues harante en Madrid ahora otros tales
(¿quién tratarte podrá que no lo sea?),
y saldrás ganancioso de tus males,
   como mi fino amor te lo desea,  55
hasta que en alto tribunal sentado
con mis alegres ojos yo te vea,
cual José, de los pueblos adorado.




- V -


[Sobre sus amores con Julia]

ArribaAbajo   ¿Qué vale, Julia, que amorosa premies
mi ardiente llama, que con mil promesas
estreches la lazada con que el cielo
tu pecho uniera dulcemente al mío,
que, ¡ay!, en tus brazos..., entre las caricias,  5
los éxtasis de amor, me lo asegures,
tus albos brazos con felice nudo
mi cuello atando, mi felice boca
tu espirtu y tus promesas alentando,
si un otro, un otro en tu memoria aún vive?;  10
un otro cuya imagen importuna
mis dichas acibara, cuyo nombre
en tus labios contino claro dice
que... No, los celos tristes no se hicieron
para un amor tan puro, para un alma  15
que mereció agradarte, do señora
tú reinas, Julia, y reinarás por siempre.
¡Ay!, no son celos, no, los que atormentan
mi amante corazón, los que cubierto
le tuvieran ayer en negro luto;  20
triste, mi bien, te veo, y estoy triste.
Infeliz tú, no puedo ser dichoso.
De ti, como la luna del sol toma
su gracioso esplendor, su clara lumbre,
así toma mi espíritu el contento,  25
la dulce paz, su llena bienandanza.
¡Ay, si lo vieses!, ¡ay, si la fiel llama,
la llama inextinguible que devora
mi corazón, señora, ver pudieses!
No, nadie, nadie como yo ha sentido;  30
nadie te amó como mi pecho te ama,
no te amará jamás... ¿Y un otro, Julia,
reina en tu pecho y tu cariño parte
conmigo...? Un otro... Proseguir no puedo;
la mano tiembla, el pecho desfallece...  35
Todo mi ser en convulsión horrible
en este punto está... Sé feliz, Julia.
¡Oh, cuál me cuesta el acabar...! No puedo
con el adiós fatal... Mi bien, mi vida,
mi señora, mi amor... Si jamás hombre  40
te idolatró cual yo, si para en uno
nuestras dos tiernas almas formó el cielo,
salgan, sí, salgan todos de la tuya,
límpiala de vulgares afecciones,
conságrala al amor, reine yo en ella,  45
reine por siempre y solo, que en la mía
tú serás soberana, y en mi boca
será tu nombre el último suspiro;
las tristes sombras que contino anublan
nuestra común ventura se disipen  50
al fuego del amor, y nada turbe
en adelante, oh Julia, los placeres,
las indecibles glorias en que inunda
él nuestras tiernas almas... Sé felice...
¡Ay!, selo, Julia, y lo será tu amigo.  55




- VI -


[A Julia, en su desventura]


[Fragmento]

ArribaAbajo   ¿Por qué a tu amigo, lastimada Julia,
el secreto celar de tu tristeza?
¿Por qué afligir nuestros sensibles pechos
con tu silencio y suspirar profundo?
¿Es ésta la llaneza, la fe pura  5
que te debe y le debes? O las almas
que arden de la amistad al fuego santo,
¿tener pueden secretos? Tus disgustos
yo los debo partir; tus alegrías
las solas son que pueden alegrarle;  10
lo demás todo es tibio, indiferente
a un pecho apasionado cual el mío.
¡Oh!, si pudieses verlo o fuese dado
leer en él la angustia dolorosa
que tu silencio y padecer le causan,  15
cuánto imagina y teme, a qué delirios
le conduce su ciego devaneo.
Si este triste callar, Julia, naciera...
Si a mis males sensible... Mas por esto,
¿por qué abatirse así...? Vano deseo,  20
deslumbrada ilusión; no, mi ventura
nunca igualó a mi mérito, y no alcanzo
a hallar la causa amarga de tus males;
no alcanzo a hallarla, no; todo te ríe
en torno y en tu suerte se desvela,  25
y tu alma amable comunica a todo
de su virtud el celestial sosiego.
Pues ¿para qué temer, a qué entregarse
de la tristeza al tenebroso abismo?
Siéntanla los malvados, y su azote  30
justo los amedrente noche y día.
Mas la pura virtud, los corazones,
cual estos nuestros, de entusiasmo llenos
hacia lo honesto y bueno; mas tú, oh Julia,
tú, oh Julia, ¿suspirar? ¿De dónde vienen  35
eso ayes profundos y abatidos
que mi afligido espíritu traspasan?
Duélete de un amigo que padece
al verte padecer; tu seno le abre,
que el suyo de lealtad es santuario;  40
y si me amas y mi amiga eres,
sepa tus penas y lloremos juntos.
¡Qué ayes te vi lanzar sola, llorosa,
inquieta, distraída, y apoyada
la mano en la mejilla! Yo a tu lado  45
sentado estaba en el vergel ameno
bajo el jazmín fragante que otras veces,
¡ah!, con tu dulce voz se conmovía.
Tu tristeza fatal nubló mi pecho,
y yo triste también lloré contigo.  50
Tu voz, ¿por qué no resonó armoniosa?
¿Dó huyeron tu viveza y alegría?
¿Qué es esto, Julia, lastimada Julia?
Cruel amiga, ¿acaso te complaces
en vernos padecer? ¿Tu seno escondes  55
a tus fieles amigos, siendo el suyo [...]




- VII -


A Menalio, sobre la ambición

ArribaAbajo   También yo un tiempo la rodilla humilde
incliné a la ambición, y fascinado
vi arder mi juvenil incauto pecho
por el vano laurel; también la dulce
libertad puse a precio, con el vulgo  5
en el lado y favor del poderoso
creyendo hallar la suerte más colmada.
   Sí, Menalio, mi crédulo deseo
cedió también en este vasto océano
de errores y delirios a los soplos  10
de una halagüeña brisa que en mar alta
mi barquilla infeliz deshecho hubiera.
Mejor el cielo lo ordenó en mi abono,
los mismos males trasmutando en bienes.
   Hoy vivo en libertad, ni de pobreza  15
sujeto al vil ultraje, ni al fastidio
mortal de la opulencia, que acibara
del magnate la mesa suntuosa.
Hoy vivo en libertad, mirando ledo
la turbación, los míseros gemidos,  20
los votos insensatos, las zozobras
de los mortales ciegos; y estos campos
me ven tranquilo en sus repuestos valles
cultivar mi razón a la luz clara
de la filosofía, en paz conmigo,  25
en dulce paz con todo el universo,
al miedo superior y a los temores.
Entero puedo con ingenuo labio
lo bueno celebrar, enardecerme
contra lo malo, en la balanza justa  30
de la razón el mérito estimando;
siervo soy de la ley, no del capricho
ciego del poderoso, y la ley misma
oso tal vez al tribunal severo
llamar de la verdad, por la inmutable  35
ley que en mí escribió el dedo del Muy Alto
sus decretos juzgando reflexivo.
¡Cuántos, Menalio, del error nacieran,
cuántos del interés! El pobre gime
bajo una carga que llevar no puede,  40
y el rico impune a su miseria insulta;
triunfa el vicio y el fraude; divididas,
las clases se combaten, y alza en medio
su torva frente el variable arbitrio.
Ven, oh justa igualdad, de la inocencia,  45
de la libertad madre; ven y extirpa
de una vez de entre hermanos esta odiosa
desigualdad que en tigres y corderos
a los hombres divide inicuamente.



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