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ArribaAbajo

Odas filosóficas y sagradas




- I -


A Delio, por su excelente y devotísimo sermón del Sacramento

ArribaAbajo   Tal, más rico que el oro,
del pecho del Crisóstomo salía
el celestial tesoro
de la sabiduría
y de su dulce labio miel corría  5
   cuando a su grey dichosa
el pan de la palabra esparramaba
y de la venenosa
hierba la separaba
y a los pastos de gloria la guiaba,  10
   cual tu hablar peregrino,
Delio, con fervoroso y santo intento
nos llevó hasta el divino
amor que el Sacramento
humilla a jamás visto abatimiento.  15
   El velo descorriste
que nuestra flaca vista detenía,
y al ojo nos pusiste
lo que la fe creía
mas el dañado corazón no vía.  20
   Y ora tu fervorosa
voz nuestro tibio pecho lastimara,
ora más amorosa
su flaqueza alentara
y en pos de sí a la gloria nos guiara,  25
   siempre la atenta oreja
con el sabroso estilo suspendida,
ni al desdén ni a la queja
dio lugar, embebida
en tu alto razonar del pan de vida.  30
   ¿Adónde, di, bebiste
moral tan celestial, y el peregrino
hablar, dó lo aprendiste?
¡Ay!, todo es del divino
tesoro de tu padre, el agustino.  35
   Todo es de aquel tesoro
y de su seno angélico tomado,
mas tú aun sabes al oro
dar más prez, trasformado
en el divino amor que te ha abrasado.  40
   ¡Ay!, si dado nos fuera
entonces ver tu corazón sensible
volar por la alta esfera
hasta el Ser invisible
y, humillado en su trono inaccesible,  45
   gemir ante Él postrado
la ceguedad del mundo y sus errores,
¡cómo, mal de su grado,
de tan santos clamores
nuestros pechos sintieran los favores!  50
   El tibio, confundido,
tocado de la llama se alentara;
volviera el descreído
a su Dios, y dejara
el mundo quien por él le huye la cara.  55
   Pues no de otra manera
que súbita centella que cayendo
cuanto halla de carrera
deshace y va rompiendo,
tu voz fue nuestros pechos encendiendo.  60
   Así contino suene
tu dulce labio, cuyo son sagrado,
a par que me enajene,
rompa el yugo pesado
do aún gime este mi pecho mal su grado.  65
   Taparé a las livianas
palabras de los hombres el oído
y a sus promesas vanas,
por seguir desprendido
tus santas huellas, de tu ardor movido.  70




- II -


En la solemne entrada de los primeros niños en el Seminario Conciliar, fundado bajo la real protección por el Ilmo. Sr. don Felipe Bertrán, obispo de Salamanca, inquisidor general, dándoles su Ilustrísima las becas

ArribaAbajo   La alabanza es dulcísima y debida
al Señor Dios del cielo,
que mirar a su pueblo se ha dignado;
el Señor de sus siervos sea cantado,
y sus ministros fieles, escogida  5
porción suya en el suelo,
glorifíquenle en himnos celestiales,
y al alto suban humos inmortales.
   ¡Qué nueva inspiración conmueve el pecho
y de sí le enajena  10
hasta el alto Sión, do la corriente
de Siloa se desliza blandamente,
allá do en tiernas lágrimas deshecho,
en la noche serena,
el hijo de Jesé la arpa tañía  15
y a su cantar los cielos atraía!
   Yo veo un nuevo pueblo levantarse
sobre la cumbre alzado
a la dorada bóveda del cielo,
merced al alto pecho y santo celo  20
que todo a sus ovejas consagrarse
sabe, jamás cansado,
y a la inocente Esposa del Cordero
guardarle quiere su rebaño entero.
   El hijo de Filipo esclarecido,  25
que rige el Principado
de España, con su nombre lo engrandece
y reales dones liberal le ofrece;
tal del sol, rey del día, desprendido
rayo da al yerto prado  30
su aljofarada y húmida verdura,
colmándolo de gala y hermosura.
   ¡Qué puro y dulce fruto regalado
con bendición cumplida
producen ya sus almas inocentes,  35
guardadas a los cierzos inclementes!
Rocío de los cielos nacarado
las riega sin medida,
y el aura de la gracia las rodea,
y su divino aliento las recrea.  40
   Así un tiempo el anciano venerable
a Esaú preferido
sus nietos y sus hijos ayuntaba
y la postrera bendición les daba,
tal el claro Pastor con rostro afable,  45
el pecho enternecido,
mira la amable juventud rendida,
de turquí y rica púrpura vestida.
   Sus labios abre, y de la boca de oro
de miel süave corre  50
un arroyo caudal que el alma riega
y del terreno limo la despega;
sus voces son suavísimo tesoro
con que a todos acorre,
y alegre lluvia del benigno cielo  55
que inunda y fertiliza el mustio suelo.
   Los inocentes jóvenes, que un día
serán del templo ornato
y siervos fieles de la Iglesia santa,
alegres mueven la devota planta,  60
en el rostro la cándida alegría,
hacia el Pastor, que grato
ciñéndoles la toga purpurada,
de Dios los entra en la Real Morada.
   Sus padres dichosísimos al vellos  65
bendicen su edad cana,
lloran de gozo y llaman venturosas
mil veces por tal fruto a sus esposas,
no osando retirar la vista de ellos
plácida, alegre, ufana;  70
¡y cuántos con envidia, ay, este día
miran sus canas y su edad tardía!
   Y las tropas angélicas, volando
con sus doradas alas
de lumbre llenas y de odor de gloria,  75
cantan de la inocencia la victoria;
y otros a sus alcázares tornando
por las empíreas salas,
postrados ante el trono, Santo, Santo
repiten con divino y dulce canto.  80
   Mas los niños, cual tiernos corderillos
sin mácula, en contorno
a su Pastor santísimo rodean
y las canas de plata le hermosean;
así, con albas de candentes brillos  85
en celestial adorno,
el Águila de Dios miró primero
seguir los inocentes al Cordero.
   Todo es placer y júbilo y contento,
los ánimos colgados  90
del Pastor que la frente al ara inclina
y a Dios ensalza en su oración divina;
discanta el coro en celestial concento
sus cánticos sagrados,
que el cóncavo del templo temblar hacen,  95
los cielos mueven y al Señor complacen.
   Ni tú, Virgen purísima, que al suelo
el celestial rocío
lloviste y el deseo de las gentes,
te niegues a sus súplicas ardientes;  100
benigna inclina desde el alto cielo
el rostro afable y pío,
y tu manto real de nieve y oro
los cubra y limpie el derramado lloro.
   El claro obispo de Milán, postrado,  105
Señora, ante tu planta,
«Días», dice, «vendrán que tu alta gloria
canten, y de tu brazo la victoria;
sus ojos a ti miran; tu sagrado
semblante, que quebranta  110
del mar la furia y del Averno ciego,
benigno acoja su inocente ruego.
   Helos, oh Esposa del Amor, oh Alba,
madre del Soberano
Sol, que hacia ti revuelven los llorosos  115
ojos entre suspiros dolorosos;
en tu ciudad santísima los salva,
y llévelos tu mano
por la noche del vicio y niebla oscura
del santo templo a la mansión segura».  120
   La Emperatriz altísima del cielo
torna la faz de rosa
con un mirar divino que de llama,
de amor y gloria el alto empíreo inflama,
y oye a su siervo Carlos; hasta el suelo  125
corrió la glorïosa
luz, y en el aire puro resonaron
mil himnos que los ángeles cantaron.
   Y yo vi levantarse de odor llena
al punto una alba nube  130
que agradó a la gran Reina, y que cercaba
al sol y de sus rayos se doraba;
el templo en tiernos cánticos resuena,
al alto el rumor sube,
de do el Señor recibe con agrado  135
el nuevo pueblo en su heredad plantado.

Ilmo. Señor:
B. L. P. a V. S. I. con el más profundo respeto
su más rendido servidor

JUAN MELÉNDEZ VALDÉS.




- III -


A mi fino amigo don Antonio Tavira, de la Orden de Santiago, capellán de honor de S. M.

ArribaAbajo   El fausto, la grandeza,
de oro puro de Ofir labrado techo,
y del mando la alteza,
todo le viene estrecho
a un claro, generoso y alto pecho.  5
   Todo lo estima en nada:
fausto, riquezas, poderoso mando,
de la fortuna errada
las suertes contemplando
y el bajo suelo con desdén mirando.  10
   La virtud sola puede
al ánimo encumbrar con claro vuelo,
y más cuando concede
a su ferviente anhelo
la llama de amistad plácido el cielo;  15
   la amistad, regalado
consuelo al mortal triste, don precioso
que al hombre malhadado
llovió el cielo amoroso,
y más rica que el oro más lustroso;  20
   tal, dulcísimo amigo,
cual en llama purísima encendida
yo la gozo contigo,
contigo a quien unida
feliz es ya mi quebrantada vida.  25
   Por esto el pecho mío
descansa en ti embargado; tú entretienes
gustoso al albedrío,
mi esperanza mantienes
y en mi ser que hoy renace parte tienes.  30
   Por ti gozo yo el lado
del gran varón en que el hispano suelo
su bien tiene cifrado,
cuyo saber y celo
ha roto a la ignorancia el torpe velo,  35
   y a quien agradecidas
las españolas musas, que en olvido
yacían oscurecidas,
harán que engrandecido
vuele al cielo su nombre esclarecido.  40
   Tú el pecho generoso
me das de tus amigos; tú fomentas
su amor, y cariñoso,
en mi cantar me alientas
y de mi humilde musa a todos cuentas.  45
   La fe más tierna y pura,
la más sencilla fe, y agradecida
voluntad más segura,
a ti por mí es debida;
tan grato empleo ocupará mi vida.  50
   Tú tendrás en mi pecho
el lugar merecido, y en mi canto
será, aunque a tu despecho,
este divino encanto
célebre, de la envidia con espanto.  55




- IV -


[Fragmento]

ArribaAbajo   ¿Cómo de entre las manos se me ha huido
el gozo engañador? ¿Dónde han volado,
¡ay!, ¡ay!, sus frescas flores?
¿Dónde la risa y el contento es ido?
¿Dónde la paz del corazón cuitado?  5
Trocáronse los gustos en dolores,
calmaron los ardores
del iluso y frenético deseo,
y todo fue cual sombra ante mis ojos.
¡Ay, si me miro, qué de horrores veo,  10
y en qué amargos enojos,
de una pasión la furia sosegada,
deja el placer el alma envenenada!
   ¡Oh placer, placer falso, no a mi pecho
disimulado tornes, ni te sienta  15
jamás el alma mía!
Bástanme ya los daños que me has hecho,
bastan..., y con mis yerros te contenta.
Tiempo fue cuando incauto yo creía
celeste la armonía  20
con que mi oreja crédula gozabas,
y entre rosas y flores engañado
al abismo espantable me arrastrabas,
cual, el mar sosegado,
canta ante el navegante la sirena  25
y hasta darle la muerte le enajena.
   ¡Con qué festiva pompa conducida
fue por ti mi inocencia, y qué aparato
mi vista deslumbraba!
Una tropa de jóvenes lucida  30
súbito me cercó con rostro grato,
y la risa en sus labios revolaba;
cada cuál me abrazaba
y en eterna amistad a mí se unía,
con vítores mi nombre resonando;  35
todo era parabienes y alegría,
a una todos contando,
ya oyéndolo impacientes mis deseos,
sus gustos y amorosos devaneos [...]




- V -


ArribaAbajo   Almas sublimes, cuyo afán dichoso
llegó do de belleza
los tesoros guardó naturaleza,
de vuestro genio ardiente en tan gozoso
y afortunado día  5
mi espíritu llenad, a la alegría
venid universal, y su memoria
consagrad en el templo de la gloria.
   La Paz, la dulce Paz del alto cielo
bajó a la humilde tierra  10
y ahuyentó los furores de la guerra,
cual el sol, rey del día, el denso velo
rompe de nube oscura
y el orbe llena de su lumbre pura,
en las cumbres del cielo sublimado  15
de inaccesible resplandor cercado.
   La Paz, la dulce Paz ha descendido
a reparar los males
que lloraban los míseros mortales,
a nuestras tiernas súplicas su oído  20
concediendo apiadada,
y en cuna de oro y de marfil labrada,
bajando en rico don a los iberos
campos desde la gloria dos luceros,
   dos cándidos luceros, dos hermosos  25
infantes, que algún día
su consuelo serán y su alegría.
Del helado Fuenfría los umbrosos
valles con grato estruendo
«Dos cándidos luceros» van diciendo;  30
óyelo Guadarrama y se alboroza,
y el aura repitiéndolo se goza.
   A los climas opuestos voladora
la Fama alegre lleva
tan agradable no esperada nueva.  35
Desde el poniente al reino de la aurora
se oye en dulce ruido
«Dos cándidos luceros han nacido».
«La Paz», sólo «la Paz» los aires llena,
y «Carlos y Felipe» el eco suena.  40
   ¡Carlos!, ¡Felipe!, nombres deliciosos
a las iberias gentes,
que el cielo dio a sus súplicas ardientes,
¡vivid, creced, y dominad gloriosos!
Ya las guerras cesaron,  45
y mil himnos de gozo resonaron.
¡Creced, niños reales!
¡Creced, del mundo cesarán los males!
   La tierra os reverencia enmudecida
y os ofrece sus flores,  50
sus bálsamos el Asia y sus olores,
y sus palmas el África rendida,
América tesoros,
y Europa de poetas dulces coros,
que del mísero suelo  55
os alzan a la bóveda del cielo.
   El Héspero feliz gozará un día,
por vosotros tornada,
en su puro candor la edad dorada.
¡Cumplid, cielos, tan fausta profecía!  60
¡Cumplidla, y que a su lado
el bélico furor yazca aherrojado,
y la industria florezca,
reine la Paz, y la justicia crezca!
   Y tú, ilustre Academia, que inmortales  65
con tus doctos pinceles
los ínclitos varones hacer sueles,
anima de colores celestiales
el lienzo en honra suya;
y en mármoles que el tiempo no destruya  70
haz que un nuevo Lisipo
nos eternice a Carlos y Filipo.
   La Patria lo demanda, y en ti espera
que, presto renacidos,
los nombres le darás esclarecidos  75
de Velázquez, Murillo, Cano, Herrera.
La juventud gozosa
que acabas de premiar, ya codiciosa
los imita y los sigue.
¡Oh, si vencerlos con su ardor consigue!  80
   Entonces, oh Academia, sublimada
en gloria al alto cielo,
de ilustres hijos cubrirás el suelo,
y a la edad llevarás más apartada
por su pincel divino  85
el natalicio augusto y peregrino,
causa de nuestro gozo,
y al real abuelo lleno de alborozo.
   Ante las aras le pondrás postrado,
y el semblante encendido,  90
cual en ferviente súplica embebido;
en un grupo de nubes nacarado,
dos infantes reales
le ofrecerá la Paz en todo iguales,
y él ledo los reciba,  95
clamando un pueblo inmenso «¡Viva!, ¡viva!».




- VI -


Mi cántico de muerte


[Fragmento]

ArribaAbajo   El golpe inevitable
hiere mi pecho, y eternal reposo
al polvo deleznable
ofrece ya el sepulcro pavoroso.
   De mí se esconde el día,  5
conturbados mis ojos desfallecen,
el alma en la agonía
se atribula, y mis huesos se estremecen.
   Humo los años fueron.
Como la tela en el telar cortada,  10
mis días se rompieron;
volví, y en su lugar hallé la nada [...]

[PLAN]

¡Ay!, el golpe fatal hiere mi corazón; la muerte llama a mi puerta; forzoso es dejar la vida; demos el polvo al polvo; sal, alma mía, sal y preséntate humilde ante el trono del eterno juez.

En tanto que yo espero el golpe fatal, millares de vivientes me acompañan, etc.

¡Ay, qué multitud de males minan el corazón del hombre!

Cercáronme los dolores de la muerte; volví mis ojos y no hallé sino tribulación y dolor.

Alma mía, el Señor que te crió te guarda; él te protege en este día; mira sus ángeles santos, etc.

Oye, Señor, mi ruego, porque cerca de ti está la misericordia.

Yo cantaré las alabanzas del Señor cerca de su trono y acompañaré los himnos de alabanza entre sus ángeles. Dulce esposa, enjuga tus lágrimas; enjugadlas, amigos; esta suerte no es suerte de dolor.

Yo soy obra de tus manos, Señor; no la desprecies.

Bienaventurado el que confía en su Hacedor y se pone en sus manos para ser juzgado. Las manos de Dios, piedad, y sus juicios, misericordia.

Mi alma está turbada, mi espíritu se deshace, mis huesos se estremecen.

Acuérdate, Dios, de tus misericordias infinitas y de tus piedades, etc.; de mis pecados no, etc.

Ya salgo de la morada del llanto, y del lago de miserias sale mi espíritu.

Mi espíritu se adelgaza, mis días se abrevian, y sólo me queda el sepulcro.

Ver la lección séptima de los difuntos; a la podredumbre dije: «Tú eres mi padre, y mis hermanos los gusanos».




- VII -


El bien y el mal


[Fragmento]

ArribaAbajo   Damón, sabio Damón, ¿de dónde viene
que el universo, de hermosura lleno,
mezclado al bien el mal doquiera tiene?
Apena el sol en el cenit sereno
preside al claro día,  5
la noche asoma pavorosa, umbría.
Apena en mayo la galana Flora
alza entre rosas la risueña frente,
cuando todo lo agosta el Can ardiente,
y ya sus lluvias y punzante hielo  10
entre sonoros vientos atesora
el invierno aterido,
y en tinieblas y horror envuelve el mundo.
De ricas mieses se corona el suelo
y la abundancia a los mortales ríe  15
premiando su solícito desvelo,
cuando todo lo tala
un viento asolador, y el pavoroso
esqueleto del hambre en torno deja.
Súbito en sus entrañas corrompida,  20
un aire funeral la tierra exhala;
y la antorcha apagando de la vida,
con la orfandad, el duelo y los gemidos,
la infeliz peste por la tierra vuela;
o bien los arduos montes, conmovidos  25
en vaivenes violentos,
deshechos sus fortísimos cimientos,
vacilan, caen, y en su infeliz ruina,
cuando menos el hombre el mal recela,
una inmensa ciudad al suelo igualan.  30
El padre, el niño, la inocente esposa:
todos perecen; destrozado gime
el temblón viejo, y la beldad divina
clama al cielo, sin fruto, congojosa;
gime el Vesubio y sus torrentes talan  35
de ardiente lava el pompeyano suelo,
de los frutos de Baco coronado;
el mar en montes de olas
asaltar osa el cielo,
y a la vecina tierra  40
hace contino desastrosa guerra.
Todo es desolación; la horrible muerte
en formas mil nuestra existencia asalta;
la infantil inocencia, el varón fuerte,
el sabio, el virtuoso:  45
nadie su dardo evitará ominoso;
un sutil viento para herir le basta;
el veneno infeliz de que acabamos,
de mil y mil dolencias combatida
en su plazo fugaz la frágil vida,  50
en nuestro seno del nacer llevamos.
Nacemos a morir, ¿por qué nacimos?
¿Por qué, en plazo tan breve,
de la débil niñez, de la cascada
vejez, del sueño aun se verá abreviada  55
nuestra vida infeliz? Lo que vivimos,
¿quién ni un día se atreve
a haberse por dichoso?
Del mundo el alto rey menesteroso
nace de todo; en lágrimas alienta,  60
y el fugaz tiempo por sus males cuenta.
Crece llorando; y su infelice seno,
de loco amor y de soberbia insana,
de envidia congojosa
y otras mil pestes y huracanes lleno,  65
ni un instante reposa;
siempre esperanza, en sus prestigios vana,
desde el dolor hasta el placer le lleva,
mas fugaz huye cuando asirla prueba.
Ni es, Damón, otro el orden detenido.  70
La sagaz vista por el orbe tiende,
y el mal cierto verás, el bien, fingido;
cuanto existe no vive
sino de ajeno mal: deseca el suelo
si de él la savia el vegetal recibe;  75
si su enramada copa el árbol tiende,
asombra el vegetal; tala el gusano
el árbol, mas el ave lo devora;
y aves y brutos, con rabioso anhelo,
en implacable guerra  80
pueblan de sus cadáveres la tierra.
¿Por qué el gran Ser con diestra valedora
el torrente inhumano
no detiene del mal? ¿Por qué en la esfera
no ríe siempre alegre primavera?  85
¿Por qué ricos los árboles de frutos
siempre no irán; los indomables brutos
no lamerán la mano de su dueño;
caerá el bravo león su torvo ceño;
su veneno, la sierpe ponzoñosa;  90
y el hombre, rey en juventud hermosa,
vivirá sin morir? ¡Oh afortunada
ansia del puro bien, jamás saciada!
¿Si lo pudo el gran Ser, por qué la mano
quiso avaro encoger? ¿Escasa tiene  95
acaso su virtud? ¿No soberano,
poderoso no es? Lo pudo y quiso,
mas su inmensa bondad... Ciego, indeciso
en laberinto tanto,
me vuelvo al cielo en congojoso llanto,  100
y exclamo: «Dios del bien, omnipotente
próvido ordenador, tu excelsa mente
convierte hacia la tierra,
y el mal, Señor, que tu bondad desdora,
poderoso destierra.  105
Oye a un mortal que tu clemencia implora;
todo cual tú sea bueno, todo aclame,
todo, cual tú, perfecto y acabado,
manifieste su Autor, y en el traslado
doquier sin sombras tu bondad se vea,  110
y templo de ti digno el orbe sea».
Así humilde clamé, cuando esplendente
un querubín, sin duda al ruego mío,
bajó del alto cielo,
y alzándome benigno en raudo vuelo,  115
«Acércate», me dijo en voz clemente,
«acércate y contempla». Un sudor frío
de mis miembros corría,
y su labio enseñándome seguía:
«En el inmenso templo trasladado  120
estás de las ideas;
mira y verás cuanto saber deseas».
La vista alcé cuidoso,
y vi un coloso inmenso, ilimitado,
aunque deforme al parecer, hermoso,  125
en mil distintas formas variado,
caliente a un tiempo y frío,
leve y pesado, fluido esplendente,
húmedo, seco, sólido y sombrío,
de cuyo seno sin cesar salían  130
seres, a par que seres se perdían.
El universo, en fin, esa espaciosa
bóveda donde gira lumbre tanta,
es su cabeza hermosa;
cuerpo, la tierra; el aire, su vestido;  135
llegando hasta el abismo con la planta,
de una invisible mano sostenido.
De espectro tal yo atónito no osara
la vista alzar medroso,
ni por más que lo hiciera  140
la mole inmensa a recorrer llegara;
mas la excelsa verdad con voz süave:
«¿Querrás», me dijo, «oh ciego, este gran todo
juzgar y alzarte contra tu alto dueño?» [...]




- VIII -


ArribaAbajo   En fin rompí la bárbara cadena,
rompí, Dios bueno, los pesados grillos
que tantos años arrastré y sonaron
con pavoroso son en mis oídos.
Ya puedo a ti volverme; ya mis ojos  5
al cielo se alzan, y el alegre brillo
del astro de la luz enjutos gozan.
Ya soy libre, ya existo, ya respiro;
erré cual ciego en la tiniebla oscura
de una infeliz pasión, perdido el tino,  10
perdida la razón..., lágrimas..., quejas...,
recelos..., esperanzas... ¡Oh delirio
de juvenil edad! ¡Lejos, sí, lejos
de un corazón que sin cesar ha ardido
y aún siente triste entre cenizas frías  15
el escondido fuego! Dios benigno,
perdona si te ofendo y en mis votos
dudoso alguna vez tiemblo y palpito.
Tú sabes bien si batallé, si pude
más resistir a orilla del abismo  20
do me arrastraba irresistible impulso.
Tú me mirabas de tu excelso empíreo,
gozoso en que un mortal bastar pudiese
contra enemigo tanto; mis gemidos
escuchaste, Señor, y en otras llamas  25
al punto sentí arder el pecho mío,
llamas más nobles, de vergüenza exentas,
exentas de temor, objeto digno
de mi esencia inmortal, imagen tuya,
de un corazón a la virtud nacido.  30
Tú en él las encendiste al dulce soplo
de tu amor celestial; con blando silbo
me llamaste y te oí; miraste afable,
y más veloz que el astro matutino,
cuando se ostenta en el dorado oriente,  35
del cielo alumbra el pabellón sombrío
y en pura luz el universo inunda,
un rayo de tu faz me abrió el camino
entre el horror y las eternas nieblas
en que clamaba mísero y perdido.  40
Sin ti, ¿qué fuera yo? Tu poderosa
diestra, Señor, los mágicos prestigios
que ante mis ciegos ojos presentaba
el placer seductor, feliz deshizo,
y alzarme puedo en generoso vuelo  45
sobre sol tanto y globo cristalino.




- IX -


[Fragmento]

ArribaAbajo   Aunque la envidia en soplo pestilente
y la calumnia infame de mis días
nublar quieran el brillo,
el que vive inocente,
no sus armas impías [...]  5




- X -


[La creación del mundo]


[Fragmento de traducción]

ArribaAbajo   Crió Dios al principio cielo y tierra:
la tierra informe en la tiniebla umbría
del caos imagen era,
denso vapor la atmósfera cubría;
del Señor el espíritu llevado  5
iba sobre el abismo
y dijo: «La luz sea»,
y al punto pareció.
Vela y la aprueba con sonrisa amable,
y de las sombras su esplendor divide.  10
Ya disipa su espléndido rayo
de la noche la fúnebre sombra;
goza el mundo del cándido día;
nace el orden; el horror cesó.
   De los negros espíritus la inmunda  15
tropa en la noche lóbrega y profunda
ciega se precipita.
Su torpe pecho habita
la rabia y el furor.
Y se ve nuevo al mundo  20
de las manos salir del Hacedor [...]




- XI -


[Fragmento]

ArribaAbajo   Oye, Señor, el suspirar profundo
de tu pueblo infeliz; convierte pío
a su llorar tus ojos;
ve su miseria, y cesen tus enojos.
   El campo expira al incesante soplo  5
con que el levante su verdor devora,
y al agostado suelo
niega su lluvia, cual de bronce, el cielo.
   Do el mayo alegre su galana alfombra
de hierba y flores extender solía,  10
macilento el ganado
lame la tierra y desconoce el prado;
   el flaco buey con un mugido triste
por alimento clama y cae sin vida,
y la teta apurada  15
al choto da la vaca desmayada.
   Todo es desolación: en el semblante
el abandono y el dolor pintados,
sus secas mieses mira
el colono, y gimiendo se retira;  20
   su hogar en lloros y en suspiros suena;
la esposa triste al pequeñuelo infante
estrecha contra el seno,
de lágrimas y penas sólo lleno.
   Del hambre macilenta le parece  25
ver a su lado el pavoroso espectro,
y al marchar, desfallido,
de sus áridos huesos el ruïdo;
   y gime la infeliz, y al tierno niño
estrecha más y más, a Vos alzando  30
su corazón lloroso;
¡vela y atiende a su llorar piadoso!
   Vela y nuestro dolor... ¿Cuándo las iras,
la cólera de un padre duró tanto?
¿Más que del mar la arena  35
no es tu piedad, que el universo llena?
   ¿Y aun cesaréis, buen Dios, y a vuestras nubes
no mandaréis que de su seno envíen
refrigerante el riego
que del árido mundo apague el fuego?  40
   Tú, tú, Señor, el poderoso eres,
el Señor de la lluvia; ante tu trono
tus órdenes espera;
manda, y a nos descenderá ligera.
   Manda, y al prado volverán las flores,  45
lozana hierba alfombrará los valles,
y la mies aterida
súbito se alzará con nueva vida.
   Manda... ¡Oh Padre, oh Señor! De albos vellones
mi solícita vista el ancho cielo  50
súbito ve entoldarse
y las trombas de nubes condensarse.
   ¡Oh, piadoso acabad! Vuestro rocío
baje a consolarnos, y ostentad,
ostentad vuestra bondad otra  55
y otra vez con vuestros hijos,
aunque ingratos, etc. [...]




- XII -


El destino del hombre

ArribaAbajo   Alma virtud, del cielo
desciende a la voz mía,
que en la triste morada
del mísero mortal en nada fía
consuelo mi dolor. ¿Será por siempre  5
esclavo el hombre del error y el vicio,
y la ignorancia erguida
alzará su cerviz, y ufano el crimen
la tierra sumirá en perpetuo llanto?
Desolada pobreza, en vano gimes  10
del opulento al acerado oído,
que sordo a tu llorar, en fastuoso
lecho y en mesa opípara reúne
los bienes de ambos mundos,
y en placeres buscados  15
su ser destruye y la justicia ofende,
que en santa ley la propiedad no hiciera
del linaje mortal en daño insano,
antes porque, seguro
de todos el vivir, ninguno osara  20
contra su hermano el fraude o la violencia.
¿Pues qué si del malvado
prospera la ambición y el alto solio
ocupa, do el honor y la fortuna
y hasta el mismo vivir priva o concede?  25
¡Ay del que fuerte entonces
la justicia benéfica y el orden
y la inocencia a defender se atreva!,
y muy más desdichado
si, en vez de torpe incienso al poderío,  30
pábulo diera a la feroz envidia,
el recto obrar juntando
del profundo saber al don funesto.
   Mas ¡ay!, ¿qué fiera imagen
mi espíritu conmueve? En vasto campo,  35
dos bandas numerosas de mortales
con encontrados pasos se amenazan.
Oigo rugir las máquinas que oprimen
las armas espantosas
que en globos de metal la muerte esparcen.  40
Con pálido semblante,
todos el plomo y el acero aprestan
que en horas espaciosas
forjara el hombre, de teñirle en sangre
con lenta sed y con furor calmoso.  45
Del bruto generoso
que a fértiles trabajos
natura destinó lleva el auxilio;
y del arte divina
a cantar los amores destinada,  50
la süave moral, las justas leyes,
saca los tonos que la rabia engendran.
Seña el clarín, y un hórrido estampido
que los vecinos montes estremece
de sulfúreo vapor el aire inunda,  55
que en densa nube a Marte sanguinoso
ofrece grato incienso. El alarido
horror infunde y virulenta saña,
que en sangrientos despojos
de cuerpos destrozados se alimenta,  60
y en fuego y sangre derretida, crece
y puebla de cadáveres la tierra.
Falta la luz, que Febo horrorizado
huye la faz del lamentable objeto
a do del grande océano las ondas  65
espectáculo ofrecen más tranquilo.
Mas no cede el furor. Entre las sombras,
las vibrantes espadas centellean,
y más segura muerte se amenaza.
   Humanos, ¿qué pensáis?, ¿qué fiera idea  70
al militar suplicio
de vuestra grey la juventud envía?,
¿qué genio malhechor los pueblos deja
en viudez y orfandad? Del justo mando,
que el bien a todos imparcial divide,  75
¿vana será por siempre la esperanza?
   Almas sublimes que el Elíseo Campo
felices habitáis, de vuestras luces
ved extinguido el resplandor que un día
alumbrar todo el orbe prometiera.  80
Y tú, Supremo Ser... «Mortal, suspende
el querelloso acento:
Te habla la Verdad. Mira a su diestra
la celestial Virtud, que del humano
los votos no desoye  85
si el corazón sincero los pronuncia.
Escucha de los hombres el destino
por ley eterna que poder ninguno
a impedir bastará. Mas no presumas
el plazo señalar que oculta mano  90
encubre, de tu ser en beneficio,
que solícito nadie procurara
el bien para los otros reservado.
   Benéfica, Minerva
la dicha acerca por ignotos rumbos.  95
De la avara Sidón el débil leño,
de mercancía y fraude recargado,
ella condujo por lejanos mares;
y de Grecia ofendida,
el magno vengador ocupó el Asia,  100
en su sangre bañado,
porque en el trato unidas
tan apartadas gentes, se aumentara
del hombre la razón y se esparciera.
Roma, orgullosa, la servil cadena  105
del carro talador de la Victoria
del Éufrates al Tajo repartiendo,
la sabia Atenas visitó; y el templo
de la sacra deidad los ecos dulces
con plácida armonía resonando,  110
culto le diera el guerreador latino.
Ni tú, César audaz, el duro cetro
sobre la tumba de Catón alzaste
sino porque el romano, envilecido
con tirana opresión, del Capitolio  115
al bárbaro las puertas confiando,
dueño le hiciera del esclavo suelo,
y partidos de Roma los despojos
entre ignorantes tribus,
por la fuerza indomables,  120
por el saber vencidas,
humanas leyes, artes deliciosas,
fueran un día del mortal gozadas.
   Atrevido Mahomet, guía tus huestes
desde el Asia impostora  125
al África feroz. La Europa vea
armado el horroroso fanatismo
con más sangrienta faz. Huid, hispanos,
del alto Pirineo a la fragura,
mientras que de Pelayo el heroísmo,  130
de Fernandos y Jaimes heredado,
vuestra perdida libertad repara;
que de Bagdad a Córdoba, Minerva
llevará sus ministros, y los nombres
del griego sacerdocio recordando,  135
oráculos dará más provechosos.
Y vosotros, oh tracios fugitivos
del otomano alfanje, las reliquias
que la llama de Omar no consumiera
en el pecho salvad; Italia sea  140
donde en brillantes aras
el culto de la diosa se renueve,
y al Támesis y al Sena se propague,
y por el orbe todo se difunda.
   Será. Mientras previene  145
en Gama y en Colón osados pechos
que al alto mar las naves entregando
por aguas no surcadas,
los dorados países del Oriente
y un nuevo mundo vean al ocaso  150
que del humano ser las perfecciones
por sus mismos atrasos represente.
Del arte prodigioso
de pintar las razones,
divina perfección, Minerva inspira  155
a Juan de Guttenberg que de su rito
el bien por siempre a los mortales fije.
Con mágica presteza,
de la deidad las copias aumentando,
se ahuyentará el error, de los humanos  160
el enemigo solo, el padre fiero
de cruel superstición y tiranía;
y las viles falanges
que impostores ministros acaudillan,
con eléctrico golpe destrozadas  165
por los fuertes espíritus que, un día
mártires del saber, Minerva ahora
en unión milagrosa levantara,
sus leyes mandarán; de la justicia
florecerá el imperio; y la ventura  170
unida al bien obrar, de los malvados
faltará el interés. La medianía,
por doquier disfrutada,
ni el vicio nacerá de la opulencia,
ni a la miseria seguirá el delito.  175
La opinión ilustrada,
el mérito, dará los magistrados,
y la razón inspirará el precepto.
Saber, beneficencia,
dignidades serán; y esposo y padre,  180
títulos de placer que amor formara,
no soberbia ambición ni vil codicia;
y al arte de engañar que la ignorancia
política llamó, fatal doctrina
de adquirir desolando  185
en lid horrible o en parcial gobierno,
se verá suceder verdad sincera,
perpetua paz, universal contento.
   No está lejos, mortal, el feliz día.
Pero tu vida es corta. Veinte siglos  190
ni un instante numeran
del año grande en que un millar de soles
gira en torno del astro primitivo.
Tú de Minerva, en tanto,
el benéfico culto no abandones.  195
Sé fiel a la virtud que adora el cielo;
si no ventura, lograrás consuelo».




- XIII -


ArribaAbajo   Un tiempo, en lira de oro
y labio juvenil canté inflamado
de las Artes la Gloria;
del mágico pincel, del animado
mármol al golpe del cincel sonoro.  5
[...]
Madrid me oyó, ¡oh plácida memoria!
Tal vez, festivo en medio me ponía,
y en dulce voz mis himnos repetía.
   Entonces convidaba  10
al canto edad feliz; y si ominoso
por el Betis rodando
iba de Marte el carro en son fragoso,
el Tajo en su urna de oro en paz callaba;
doquiera me tornaba,  15
ámbares y delicias respirando
su fausto cuerno derramó Amaltea;
y el alma halló cuanto alcanzar desea.
   Hoy, de sangre y horrores
encapotado el cielo, más tremendo  20
arde Marte, y va el mundo
de muerte y luto y destrucción cubriendo.
Del yerto polo a do sembrando flores
ríe el día entre albores,
truena el bronce infernal; con furibundo  25
grito, Meguera, atroz, su azote agita,
y en la nada cien pueblos precipita.
   ¡Patria infeliz!, tú apuras
postrera el cáliz del dolor, y en fieras
tus hijos convertidos,  30
del pérfido Albión tu dicha esperas.
¡Ah, qué ilusa doblar tus desventuras
con tu encono procuras!,
y a la verdad cerrando los oídos,
los ojos a la luz, a la cadena  35
que ansias huir, tu empeño te condena.
   Tus buenos mancillados,
del maléfico inglés tu pompa hollada,
la paciente Castilla
a su carro de muerte gime atada.  40
Los campos de cadáveres sembrados,
tus pueblos asolados,
y al cuello puesta la fatal cuchilla
del Héroe Augusto a quien a herir provocas,
al borde mismo del sepulcro tocas.  45
   ¿Y podrá el dios del canto
sus cisnes inspirar?, ¿lucir sus galas
el ingenio, y al cielo
alzarse ufano en sus brillantes alas?
¿Podrá el pincel, su delicioso encanto  50
ostentando, del manto
robar del Alba el sonrosado velo,
con que tocas, Poussin, tu Sol hermoso,
que el carro guía en su nacer glorioso?
   ¿Dará el cincel agudo  55
al bronco mármol movimiento y vida
porque falaz retrate
a Níobe en su angustia dolorida,
de Alcmena al hijo colosal membrudo,
al Atleta forzudo,  60
ya apuesto el brazo al bárbaro combate,
del congojado Laocoón el ceño,
o al dios del vino en su ademán risueño?
   Sí, sí, que la bonanza
sigue a la tempestad; cuando el nublado  65
más denso el cielo niega,
al mundo en miedo y sombras sepultado,
ya el aura matinal las nubes lanza;
el gozo y la esperanza
faustos la siguen, de sus perlas riega  70
riente el campo, y la fragante rosa
levanta ufana su corona hermosa.
   Grato, el cielo lo ordena:
que siempre el néctar al absintio unido
nos dé en giro perenne,  75
cual pos hórrido invierno, abril florido.
Así a vosotras, tras la inmensa pena
en que lloráis, serena
mansión, oh Nobles Artes, os previene
el héroe invicto, a cuyo ardiente acero  80
cae Blake, dobló Sagunto el cuello fiero.
   Vuestro verdor lozano,
hoy a la sombra del laurel divino
con que brilla su frente,
vuelva, naciendo a más feliz destino;  85
que un rey que anhela generoso, humano,
el bien del pueblo insano
que le huye ciego, en majestad clemente
os tenderá su diestra afable y pía,
ni está ya lejos de la paz el día.  90
   Vendrá esta paz ansiada,
vendrá, aunque el anglo infiel la ahuyente aleve
los pechos fascinando;
y con pincel feliz en lienzo breve
nos la darás, oh López, retratada  95
entre genios llevada:
ría a la industria, al labrador llamando;
sígala el gozo en alas fugitivas;
resuene el mundo en incesantes vivas.
    Paisajes agradables  100
siembra ingenioso en torno, y las escenas
más dulces de la vida:
campestres ferias de bullicio llenas,
juegos y danzas, y triscando afables
con mancebos amables  105
niñas, que artero Amor a amar convida.
Madres y ancianos lontananza sean,
y en la esperanza ya cien nietos vean.
   ¡Ah!, campo más sublime,
¿cuándo al talento se le abrió en las Artes?  110
¿Cuándo en más claros hechos
brillar pudo feliz por todas partes?
Si hollada la cadena en que ora gime,
excelso se redime
y rompe audaz sus límites estrechos,  115
nunca mayor que cuando a la fatiga
sangrienta, inmensa, la bonanza siga.
   Tras el afán guerrero
que unos tronos derroca, otros levanta,
corre el pincel valiente,  120
y el numen vuela que inmortal los canta.
Antes ardió Ilión que fuese Homero,
y Leónidas primero
ornó que Apeles de laurel la frente.
El que hoy mayor que cuanto fue se ostenta,  125
con su gloria, ¿a las Artes cuánta aumenta?
   A la lid, dichosos
hijos del Turia, preparad pinceles;
templad, genios del canto,
las cítaras; de Fidias los cinceles  130
requerid, otros; y volad famosos
tras los nombres gloriosos
del que al bárbaro escita pone espanto
dominador, y de su Hermano el bueno,
de paz el rostro y de indulgencia lleno.  135
   Crezca el nombre y la gloria
de Joanes y Ribalta, de aquel Joanes
do admiro al grande Urbino,
de Muñoz y sus ínclitos afanes.
Esta mansión nos guarde su memoria,  140
y émulo de la historia,
los graves casos el pincel divino
eternice que en torno nos rodean;
aun nuestras culpas nuestros nietos vean.




- XIV -


ArribaAbajo   No es imperfecta en sus inmensos seres
Naturaleza, ni del ciego acaso
inesperado aborto. Varia, hermosa,
rica, acordada, próvida, refleja
doquier del Supremo Ordenador la imagen.  5
Si admirar, Lauro, dignamente quieres
su inexhausta virtud, el concertado
desorden de sus partes detenido,
estúdiala y el pecho a las falaces
sistemas cierra que al error nos guían.  10
Entonce en cada ser las perfecciones
verás que debe haber: el alto cedro
al ciego abismo la raíz lanzando,
y el efímero musgo apena asido
con febles hilos a la eterna roca.  15
Si audaz subir pretendes o cobarde
nuevamente bajar el punto evitas
de do una mirar las partes debes
de este gran todo, en el lugar te queda
que te dio el Hacedor y de sus obras  20
conocerás la armónica belleza.
[...]



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