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ArribaAbajo

Poesía épica




- I -


[Traducción de la Ilíada]


[Fragmento]

ArribaAbajo   Canta, ¡oh diosa!, de Aquiles de Peleo
la perniciosa ira, que tan graves
males trajo a los griegos y echó al Orco
muchas ánimas fuertes de los héroes
que las aves y perros devoraron [...]  5




- II -


[Traducción de la Eneida]


[Fragmento]

ArribaAbajo   Yo, aquel que un tiempo con humilde avena
canté, y saliendo de las selvas hice
al colono, aunque avaro, el campo dócil
empresa grata a la labor, ahora
del fiero Marte las horribles armas  5
y el varón canto que aportó el primero
de Troya a Italia y la lavinia costa,
prófugo por los hados, de los dioses
y de Juno en su enojo memorable
mucho por tierra y mares agitado,  10
mucho en guerra cruel también sufriendo
mientras sus dioses y su trono pudo
en el Lacio asentar, de do el latino
linaje viene y los albanos padres
y el alto muro de la invicta Roma.  15
   Dime, oh Musa, las causas: ¿qué ofendido
numen, por qué irritada de los dioses
la reina en casos y trabajos tantos
tan ínclito varón envolver pudo?
¿Encono tal en las deidades cabe?  20
   Frente y opuesta al Tíber y la Italia,
Cartago sita está, colonia antigua
de la opulenta Tiro, rica tanto
cuan áspera en las artes de la guerra.
Juno en su amor a Samos la prefiere  25
y a los lugares todos; allí estuvo
su carro y armas, y en su mente agita
domine al mundo, si lo dan los hados;
mas entendió que levantarse un día
de la troyana sangre un pueblo debe  30
que los tirios alcázares trastorne
cuando soberbio con sus triunfos venga
y su ancho imperio a devastar la Libia:
tal lo decretan las volubles Parcas.
Por esto, y no olvidada de la guerra  35
que a Troya hiciera por sus caros griegos
(que aun no las causas de sus iras crudas
se le fueran del ánimo, altamente
repuesta en él guardando la sentencia
de Paris y el linaje aborrecido,  40
la injuria a su belleza desdeñada
y honores del robado Ganimedes),
así ardiente de Italia los troyanos
que el griego perdonó y el fiero Aquiles
por todo el mar perdidos alejaba,  45
vagando en torno de él ya muchos años
del destino a merced. ¡De tanta mole
era el alzar de Roma la grandeza!
   Dejando apenas la trinacria orilla
tienden alegres por el mar las velas,  50
rompiendo el remo la salada espuma,
cuando en su pecho la inmortal herida
guardando Juno, así entre sí: «¿Que ceda,
vencida, de mi intento? ¿Y que de Italia
no alcance a separar al rey troyano?  55
¡Estórbamelo el hado! ¿Y qué? ¿La griega
escuadra Palas abrasar no pudo,
y su gente anegar, por el delito
de uno y las furias del oileo Ayaca?
Ella, de Jove los alados rayos  60
lanzando de las nubes, con los vientos
las naves dispersó, turbó los mares,
de un torbellino arrebatando al impío,
pasado el pecho y vomitando llamas,
para enclavarlo en un escollo agudo;  65
¡y yo, del cielo reina, del gran Jove
mujer y hermana, vanamente lidio
contra esta sola gente tantos años!
¿Y habrá tras esto quien a Juno adore,
y en mis aras humilde inciensos queme?».  70
   Esto en su ardiente pecho revolviendo,
la diosa parte a Eolia, de borrascas
patria y triste mansión de Euros furiosos.
Allí, cual rey, en sus inmensas cuevas
Eolo imperioso los airados vientos  75
enfrena y sonorosas tempestades,
con cadenas y en cárcel apremiados.
Ellos, en torno la prisión, sañudos
braman, del monte con inmenso estruendo;
y Eolo sentado en el excelso alcázar  80
con duro cetro su furor modera,
sus iras templa, que, si no, los mares,
la tierra, el alto cielo en pos consigo
rápidos por el aire arrastrarían.
Por evitarlo, omnipotente Jove  85
los cerró en cárcel tenebrosa y puso
la mole encima de tan altos montes,
dándoles rey que con seguras leyes
ora frenarlos o aflojar las riendas
supiese, atento a su inefable mando.  90
Al cual rendida Juno en voces tales:
«Eolo», decía, «a quien el rey supremo
de hombres y dioses concedió el que puedas
calmar o alborotar las ondas bravas,
un pueblo, de mí odiado, el mar Tirreno  95
surca, Ilión y sus vencidos dioses
llevando a Italia. Poderoso aguija
tus vientos, y hundan sus deshechas naos,
o a otras partes echándolos, sus cuerpos
cubran dispersos el salado golfo.  100
Darete en premio, de catorce ninfas
de gallarda beldad, a Deyopea,
hermosísima entre ellas, en estable
unión, cual propia; y vivirá contigo,
por tan alta merced, eternos años,  105
dando a tu fausto amor cien hijos bellos».
   Eolo humilde la responde: «tuyo
es, oh reina, el mandar; y obedecerte
yo debo sólo, pues por ti este cetro
llevo, a tu Jove favorable gozo  110
su augusta mesa, y poderoso rijo
las tempestades y sañosos vientos».
   Aún no bien acabó, y a un lado empuja
el monte el cetro vuelto; de repente,
cual formado escuadrón rápidos parten  115
y en torbellinos mil las tierras corren,
lánzanse al mar; su abismo el Euro, el Noto
y Ábrego borrascoso a una revuelven,
a la playa arrojando inmensas olas.
Claman los marineros y resuena  120
de los tirantes cables el chasquido;
súbito a los troyanos cielo y día
las densas nubes de la vista roban,
y una lóbrega noche el mar abruma.
Retumba el trueno; sin cesar el aire  125
en relámpagos arde, y todo muestra
presente ya a los míseros la muerte.
   Un súbito pavor los miembros hiela
de Eneas, que gimiendo, al cielo alzadas
las manos, dice: «¡Veces mil dichosos  130
los que de Troya ante los altos muros
de vuestros padres a la vista hallasteis
un fin glorioso! ¡No me fuera un día
dado el caer en los ilianos campos
lanzando el alma por tu heroica diestra,  135
fortísimo Diomedes, do el gran Héctor
por la lanza acabó del fiero Aquiles
y el alto Sarpedón, donde rodando
tantos arrastra el Simois en sus ondas
yelmos y escudos y valientes cuerpos!».  140
   Así exclamaba; y de Aquilón bramando
hiere una vela el huracán de frente,
las olas salpicando a las estrellas;
los remos rotos y la proa hendida,
se abre al mar el costado, y a anegarla  145
un monte amaga despeñado de olas.
Sobre ellas penden, unos a otros muestran,
abriéndose entre el agua, el hondo abismo,
y el mar revuelto con la arena hierve.
Tres naves fiero el Noto arrebatando  150
combate entre unas rocas escondidas,
ruda loma en la mar, Aras llamadas.
Tres Euro arrastra desde el alto golfo,
¡mísero caso!, entre unas ciegas sirtes
y en su vadoso suelo las encalla,  155
de un valladar ciñéndolas de arena,
mientras una ola inmensa ante sus ojos,
la en que los licios van y el fiel Oronte,
de proa a popa hiere; sacudido,
cae el piloto y en el mar se abisma;  160
la onda carga y tres veces la rodea
y hunde al profundo en raudo torbellino.
Súbito algunos míseros nadando
y tablas y armas y presea troyanas
sobre el turbio ancho piélago aparecen.  165
Ya la del cano Aletes, de Ilioneo
la fuerte nave, la de Acates y Abas
vence la tempestad; de los costados
floja la trabazón, la quilla hendida,
llenas de agua fatal zozobran todas.  170
   Neptuno, en tanto, con fragoso estruendo
alborotado el mar por la borrasca
siente y revuelto en su profundo abismo.
Cuidando de él y gravemente airado,
plácida alza del agua la alta frente;  175
y errante por sus piélagos de Eneas
la escuadra y los troyanos ve oprimidos
por las iras del cielo y por las olas.
Luego halló el dolo y furias de la hermana
el dios; y al Euro y Céfiro llamando,  180
«¿A tal», les dice, «en vuestro origen llega
la confianza? ¿Sin licencia mía
mezclar, vientos, osasteis tierra y cielo,
alzando de olas tan inmensas moles?,
a quienes yo... Mas aplacar conviene  185
el conmovido mar; pagaréis luego
exceso tal con ejemplar castigo.
Prestos huid, y a vuestro rey decidle
que a mí solo, no a él, la suerte diera
el imperio del mar y el gran tridente.  190
Eolo allá tiene sus inmensas rocas,
morada vuestra: glóriese en sus aulas
y en cerrada prisión reine en sus vientos».
   Dice, y súbito el mar calma agitado,
lanza las densas nubes, y el sol torna.  195
Cimotoe y un tritón pujando a una
las naos arrancan de un agudo escollo.
El mismo dios alívialas benigno
con su tridente, las vadosas sirtes
abre y, plácido el mar, sobre las olas  200
raudo va en rueda rápida volando.
Cual, en motín el numeroso pueblo,
que del vil vulgo el ánimo inflamado,
piedras y fuegos por los aires vuelan,
dándoles armas su furor insano,  205
si por acaso algún varón parece,
grave en piedad y méritos, suspensos
páranse a oírle con atento oído,
y a su voz pechos y ánimos se calman,
así cayó del mar la inmensa furia  210
sólo al mirarlo el dios que al aire para
llevado y, sus caballos revolviendo,
vuela en carro veloz y floja rienda.
   Ganar la orilla próxima procuran
los cansados troyanos, y a las playas  215
de África proas y carrera vuelven.
Hay un lugar en un repuesto golfo
do hace un puerto una isla abriendo opuestas
al mar sus puntas, que las olas rompen,
mansas corriendo a su cerrado seno.  220
De aquí y de allá altas rocas, y al Olimpo
menazantes escollos que callado
ven el tendido mar bajo sus cimas;
y en lo alto un bosque de temblantes hojas
que horrendo amaga con su sombra oscura.  225
Frente, una gruta, entre enriscadas peñas,
de las ninfas mansión, que ornan tallados
asientos en la roca y dulces aguas,
do ni amarra ligó cansada nave,
ni ancla la afierra con su corvo diente.  230
Entra allí Eneas, de su escuadra toda
con siete solas naos. Los troyanos,
de ellas saltando por su grande anhelo
de tierra, gozan de la ansiada arena,
su húmedo cuerpo en ella reclinando.  235
Al punto Acates la centella ardiente
arranca al pedernal, entre las hojas
recibiola, y en torno árido cebo
dándole, brilla en el fogón la llama,
y, aunque rendidos por trabajos tantos,  240
de Ceres sacan las mojadas mieses
con sus útiles armas, disponiendo
que el fuego tueste, y en harinas vuelva
la piedra el trigo que escapó al naufragio.
   Subiendo el héroe, en tanto, un alto escollo,  245
la vista esparce por el mar tendido
por si del viento acaso ve arrastrados
a Anteo, Capis y las frigias naves,
o la alta popa y armas de Caïco.
Vela ninguna alcanza; errantes mira  250
tres ciervos por la playa; en pos la turba
marcha en largo escuadrón, pastando el valle.
Párase, y toma el arco y prestas flechas
que fiel le lleva Acates, derribando
primero afortunado las tres guías  255
que alzando marchan las ramosas frentes;
luego, la turba por el bosque hojoso
vulgar agita, y vencedor, no cesa
sin siete grandes cuerpos dar caídos,
igualando su número a las naves.  260
De allí al puerto tornando, dividiolos
entre sus compañeros, del preciado
vino añadiendo que el heroico Acestes
le dio al partir de la trinacria orilla,
y alienta así sus congojados pechos:  265
    «¡amados compañeros! ¡Oh, en más graves
trances probados (que olvidar no puede
los males la memoria antes sufridos),
también a éstos su fin les dará el cielo!
Vosotros, que, escapando a la rabiosa  270
Escila y sus escollos resonantes
probasteis de los Cíclopes las rocas,
el ánimo cobrad, el miedo triste
lejos lanzando, que agradable un día
será acaso el recuerdo de estos males.  275
Por varios trances y trabajos tantos
a Italia vamos, do mansión segura
el hado nos señala; allí de Troya
de nuevo alzar el reino nos es dado.
Perseverad, y a las futuras dichas  280
salvos os reservad». Consuelos tales
les da, y llagado con inmensas penas,
su faz tranquila la esperanza finge
y un profundo dolor el pecho esconde.
   Ellos alegres el festín previenen  285
con prisa tal, y de la piel desnudan
las costillas y entrañas palpitantes:
quién en partes las corta, quién las pone
al agudo asador, o la olla hirviente
sienta en la playa, o la ministra fuego.  290
La mesa al fin sus fuerzas restaurando,
se hinchen, tendidos por la fresca hierba,
de gruesas carnes y de añejo vino [...]




ArribaAbajo

Composiciones varias




- I -


ArribaAbajo   Cuando explico mis ardores
a mi querida Filena,
ella con dos mil rigores
los desdeña por traidores,
como está de amor ajena.  5
   ¡Ay, con qué esquivez recata
su nevado pecho hermoso!,
¡con qué desdén riguroso
me consume y me maltrata
como doble y mentiroso!  10
   Yo, que las verdades veo
de mi fe sencilla y pura,
con mil lágrimas deseo
y mil suspiros arreo
hacer que quede segura.  15
   Y ella, aunque entonces conoce
la verdad del amor mío,
por disculpar el desvío
la extraña y la desconoce
con más novedad y brío.  20
   Y con esto en desdeñarme
prosigue por nuevo modo,
pues para más angustiarme
hace que lo cree todo
y empieza luego a burlarme.  25




- II -


ArribaAbajo   Así un pastor inocente,
cuando volvió a su ribera,
cantaba con voz doliente
los males que padeciera
mientras de ella anduvo ausente,  5
   y a su zagala querida
comenzara a ir razonando
desde la triste partida,
por si puede ser movida
con lo que le va contando.  10
   Mas primero, al acordarse
de mil penas rigurosas,
la lengua siente anudarse
y el rostro todo regarse
de lágrimas dolorosas,  15
   porque la amarga memoria
de su fiero mal postrero
le acuerda la dulce historia
y la dulcísima gloria
del bien que gozó primero;  20
   y como a éste otro ninguno
semejante pudo serle,
luego al partirse y perderle
fue su mal más importuno
y mayor para excederle.  25
   Y así calla enmudecido,
temblando en ansias mortales;
mas luego, de amor herido,
vuelve y comienza perdido
la relación de sus males.  30




- III -


ArribaAbajo   Pastorcilla de mi vida,
cesen, cesen tus rigores;
paga mi amor con amores,
que no es culpa ser querida;
   y vuelve tus lindos ojos  5
a mi pecho con agrado.
Cesen, cesen los enojos
con que ya le has lastimado.
   Verás en él esculpida
la beldad de tu semblante;  10
pues porque ella no sea herida,
cesen, cesen al instante.
   Mira bien que no es victoria
triunfar tanto de un rendido.
Baste, baste ya a tu gloria  15
Delio que la ha resistido;
   mas al esclavo no lleves
por rigor tan desusado;
baste, baste que le pruebes
antes de gozar tu agrado.  20
   Luego no lleve más pena,
ni seas con él rigurosa;
y para hacerte piadosa
baste, baste su cadena.




- IV -


Respuesta del autor por la pastora, y en los mismos consonantes

ArribaAbajo   Del mismo modo pagaba
a su querido pastor
la ninfa que aun más le amaba
las caricias de su amor:
   «¿Ves cuánto aljófar al prado  5
la blanca aurora prestó?
Pues, ¡ay!, mi pastor amado,
más veces te quiero yo.
   ¿Ves cuánta nube alborada
al ponerse el sol bordó?  10
Pues, ¡ay!, mi prenda adorada,
más veces te quiero yo.
   ¿Ves cuánta rosa colora
cuando el verano empezó?
Pues, ¡ay!, cree a tu pastora,  15
más veces te quiero yo.
   ¿Ves la cierva que va herida,
cuánto en el monte voló?
Pues, ¡ay!, pastor de mi vida,
más veces te quiero yo.  20
   ¿Ves cuánta zagala hermosa
a verte al prado salió?
Pues, ¡ay!, suerte venturosa,
más veces te quiero yo.
   ¿Ves tu amor cuán cortesano  25
su eficacia ponderó?
Pues, ¡ay!, mi bien soberano,
más veces te quiero yo».




- V -


Dedicatoria

ArribaAbajo   Pues vais a la corte,
dulces cantilenas,
de mil que os murmuren
Anarda os defienda;
   la discreta Anarda,  5
que en las blandas letras
de Batilo estima
lo que otros reprueban;
   la apacible Anarda,
que hasta la llaneza  10
baja de Batilo
desde su grandeza;
   ella, que las musas
ama de la aldea,
no las musas tristes  15
de lágrimas llenas;
   ella, que se place
de ver las ternezas
que hacen los pastores
a sus zagalejas;  20
   bien cual tortolillas
que ora se lamentan,
ora en fino arrullo
la consorte cercan.
   Id, pues, a sus plantas,  25
id en hora buena,
cual ibais un tiempo
a las de Florela.
   Id, versos humildes,
y guardar no os vean  30
los severos jueces
que el amor condenan;
   el amor sabroso
con que a la belleza
honesto tributo  35
paga la inocencia.








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