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- III -


 

Mirtilo y Silvio.

 

SILVIO

ArribaAbajo    ¿Dónde, Mirtilo amado,
tan cuidadoso, tan veloz caminas?,
¿dónde, el caro redil abandonado?

MIRTILO

    A ofrecer estas frescas clavellinas
a mi gentil zagala, Silvio mío,  5
que cogí en el vergel. Aún salpicadas
ve en líquido rocío
sus tiernas hojas; pero muy más bellas
sus mejillas rosadas
son, y su boca más fragante que ellas.  10
Voy, Silvio, pues; ¡el pecho se alboroza!,
y en la feliz ventana de su choza
en un ramo donoso
las dispongo, y retírome de un lado
con paso respetoso.  15
Luego al rabel le canto apasionado
la amorosa tonada
que entre todas las mías más le agrada,
porque me sienta allí; la zagaleja,
de timidez y gozo palpitando,  20
el blando lecho silenciosa deja
y asómase a escuchar; mira el fragante
vistoso ramo que feliz le ofrece
mi desvelo constante;
tómalo y ríe; a la nariz hermosa  25
lo llega; y en su aroma regalado,
pensando en su Mirtilo cariñosa,
absorta se embebece,
yo envidiando mi ramo afortunado.

SILVIO

    ¡Zagal feliz!, que de placer suspiras  30
mientras las tristes iras
yo sin ventura lloro
de Amarilis cruel, de linda boca,
ojos vivaces y cabello de oro,
que parte en rizos por el cuello tiende,  35
parte entre rosas agraciada prende,
mas rebelde al amor cual dura roca.
Así pues te dé, blanda, Galatea
los dulces premios que tu fe desea,
que me cantes, te ruego, esa tonada,  40
que cual tuya será tierna y süave.

MIRTILO

    Harelo, Silvio amado,
así porque no sabe
mi sencilla afición negarte nada,
como por ocuparme afortunado  45
en Galatea y mi sabrosa pena.
La noche va tornando silenciosa,
y la alba luna, que en el alto cielo
su carro guía en majestad serena,
con su cándida luz bañando el suelo,  50
despiertan la gloriosa
llama de amor, mi espíritu conmueven,
y el labio y el rabel al canto mueven.
Oye pues, Silvio: la zagala mía
un clavel oloroso  55
puesto galanamente
en el baile llevaba;
violo mi loco amor, y así decía,
mientras él, insensible, el cerco hermoso
de sus purpúreas hojas levantaba  60
sobre su seno cándido y turgente:
      ¡Oh, si yo, feliz, fuera
   ese clavel fragante,
   donosa Galatea,
   que ufana al seno traes,  65
      cuán fino y cariñoso
   su nieve palpitante
   delicioso empapara
   en mi aliento suave!
      Sobre él las hojas tiernas,  70
   ¡oh dicha imponderable!,
   tendiera, y sin zozobra
   lograra en fin gozarle.
      Viera si su alba esfera
   de rosas y azahares  75
   hizo Amor, o de nieve
   mezclada con su sangre;
      la fuerza que lo agita
   cuando turbado late,
   y el valle de jazmines  80
   que forma dónde sale;
      de dó el olor subido
   le viene, y qué contraste
   con sus turgentes globos
   la lisa tabla hace.  85
      Viera si el breve hoyuelo
   de do esta tabla parte
   es lecho de azucenas
   do Amor dormido yace.
      Pues si a gozar el ámbar  90
   de mi encendido cáliz
   tal vez la nariz bella
   inclinaras afable,
      ¡oh, y cuál lo dilatara!,
   ¡cuán tierno, cuán amante  95
   el tuyo inundaría
   de gozos celestiales!,
      ¡y con tu aliento unido
   me deslizara fácil
   por él, hasta que ardieras  100
   del fuego que en mí arde!
      ¡Bebiera tus suspiros,
   mis encendidos ayes
   envueltos en aromas
   bebieras tú anhelante!  105
      Mas, ¡ah!, que helada y muerta
   gozar la flor no sabe
   bien tanto, y en mil ansias
   mi pecho se deshace.
      ¡Clavel, oh Amor, me torna,  110
   o cefirillo amable;
   y siempre a mi bien siga,
   y en mi ámbar la embrïague!


   Ya Mirtilo callaba,
y aun Silvio embebecido  115
sin sentirlo prestaba
al eco tierno un silencioso oído.
Volvió en fin, y le dice: «El bullicioso
curso del arroyuelo
y del favonio el susurrante vuelo  120
no igualan con tu voz, zagal dichoso.
Dulce al labio es la miel, y la mirada
tierna de una pastora
dulce al zagal que fino la enamora;
pero muy más el ánimo recrea  125
tu amorosa tonada.
Toma, toma por ella esta cayada,
que entallé diestro de arrayán y flores;
tan fácil premio mi amistad desea
a tus tiernos ardores».  130
Recibióla Mirtilo; y más contento
que el ciervecillo juguetón y exento
brinca en pos de su madre en la pradera,
a poner fino el ramo afortunado
vuela en planta ligera  135
a la ventana de su dueño amado.




- IV -


El zagal del Tormes

ArribaAbajo   Fértiles prados, cristalina fuente,
bullicioso arroyuelo que saltando
de su puro raudal, plácido vagas
entre espadañas y oloroso trébol,
y tú, álamo copado, en cuya sombra  5
las zagalejas del ardiente estío
las horas pasan en feliz reposo,
adiós quedad; vuestro zagal os deja,
que allí del Ebro a los lejanos valles
fiero le arrastra su cruel destino,  10
su destino cruel, no su deseo.
Ya más, ¡oh Tormes!, tu corriente pura
sus ojos no verán; no sus corderas
te gustarán; ni los viciosos pastos
de tus riberas gozarán felices;  15
no más de Otea las alegres sombras,
no más las risas y sencillos juegos,
pláticas gratas y canciones tiernas
de la dulce amistad. Aquí han corrido,
cual estas lentas cristalinas aguas  20
riendo giran con iguales pasos,
de mi florida edad los claros días.
De las dehesas del templado extremo
vine extraño zagal a estas riberas
cuando mi barba del naciente bozo  25
apenas se cubría, y en las ramas
de los menores árboles los nidos
pudo alcanzar mi ternezuela mano
de los dulces pintados colorines.
Aquí a sonar mi caramillo alegre  30
me enseñó Amor, y el inocente pecho
palpitando sentí la vez primera.
Aquí le vi temer y a la esperanza
crédulo dilatarse, cual fragantes
a los soplillos del favonio tienden  35
sus tiernas galas las pintadas flores
cuando en mayo benigno el sol les ríe.
Con planta incierta discurriendo ocioso
en inocencia y paz, libre y seguro
cantar me oísteis, y volver mis trinos  40
parlero el monte en agradable juego.
Llevar me visteis mi feliz ganado
del valle al soto, y desde el soto al río.
Bañado en gozo cuando el sol hería
mi leda faz con su naciente llama,  45
en dulce caramillo y voz süave
su lumbre celebraba y mi ventura.
Mis ovejillas, del caliente aprisco
saltando huían con balido alegre,
seguidas de sus cándidos hijuelos,  50
al conocido valle, do seguras
se derramaban; y ladrando en torno
mi perro fiel con ellas retozaba.
Otros zagales a los mismos pastos
sus corderos solícitos traían,  55
a par brindados de la hierba y flores;
y juntos bajo el álamo que cubre
con sombra amiga y susurrantes hojas
la clara fuente, en pastoriles juegos
nos viera el sol en su dorado giro  60
perder contentos las ardientes horas
que en torno de él fugaces revolaban.
Vionos la noche y el brillante coro
de sus luceros repetir los juegos
entre las sombras del callado bosque,  65
y a mí, embargado en contemplar el giro
de tanta luz, o la voluble rueda
con que del año la beldad graciosa
ornan del crudo enero el torvo ceño,
del mayo alegre las divinas flores,  70
las ricas mieses del ardiente estío,
y de olorosas frutas coronado
el otoño feliz, las maravillas
cantar de Dios con labio balbuciente,
en tierno gozo palpitando el pecho  75
y sonando otra voz muy más canora
que de humilde pastor mi dulce flauta.
¡Delicia celestial, ante quien bajo
es cuanto precia el cortesano iluso
de oro, de mando o deleznable gloria!  80
No allí a nublar tan inocente gozo
el pálido temor, no los cuidados
solícitos vinieran, o la envidia,
sesga mirando, su cruel ponzoña
pudo sembrar en nuestros llanos pechos.  85
Todo fue gozo y paz, todo süave,
santa amistad y llena bienandanza.
En plácida igualdad, muy más seguros
que los altos señores, nunca el día
nos rayó triste, ni la blanca luna  90
salió a bañar con su argentada lumbre
nuestra llorosa faz, cual allá cuentan
que en las ciudades y soberbias cortes
la noche entera en míseros cuidados
los ciudadanos desvelados lloran.  95
¡Tanto bien acabó! Como deshace
del año la beldad crudo granizo
que airada lanza tempestosa nube,
y la dorada mies, del manso viento
antes movida en bulliciosas olas,  100
ya entre sus largos surcos desgranada
del triste labrador la vista ofende,
así el hado marchita mi ventura,
así a dar fin a mi apenada vida
a tan lejanos términos me lleva.  105
¡Ay!, ¿para qué? De mis fugaces años
a más nunca tornar desparecieron
los más serenos ya; y acaso a hundirse
los que me esperan de dolor conmigo
corren infaustos en la tumba fría.  110
Pasó cual sombra mi niñez amable,
y a par con ella sus alegres juegos.
Relámpago fugaz, en pos siguiola
la ardiente juventud: danzas, amores,
cantares, risas, doloridas ansias,  115
dulces zozobras, veladores celos,
paces, conciertos agradables, todo
despareció también; y el sol me viera,
entre rosas abriendo a la galana
primavera las puertas celestiales,  120
seis lustros ya sus bienhechores rayos
mirar contento con serenos ojos.
¡Y ora habré de dejar estas riberas
donde vivo feliz!, ¡y estos oteros,
este valle, este río, en libre planta  125
cantando veces tantas de mí hollados,
no veré más! ¡Y mis amigos fieles!,
¡y mis amigos, oh dolor! Con ellos
aquí me gozo y canto; aquí esperaba
el trance incierto de mis breves días,  130
y que cerrasen mis nublados ojos
con oficiosa mano. ¿A qué otros bienes,
otras riquezas y cansados puestos?
¿A qué buscar en términos distantes
la dicha que me guardan estas vegas,  135
y estas praderas y enramadas sombras?
Mi choza humilde a mi llaneza basta,
y este escaso ganado, a mi deseo.
Téngase allá la pálida codicia
su inútil oro, y la ambición sus honras;  140
que igual alumbra el sol al alto pino
y al tierno arbusto que a sus plantas nace.
Mas ya partir es fuerza; bosque hojoso,
floridos llanos, cristalino Tormes,
quedad por siempre adiós; dulces amigos,  145
adiós quedad, adiós; y tú, indeleble,
conserva, árbol pomposo, la memoria
que impresa dejo en tu robusto tronco,
y sus letras en lágrimas bañadas:

«Aquí Batilo fue feliz; sus hados  150
le conducen del Ebro a la corriente.
Pastores de este suelo afortunados,
nunca olvidéis vuestro zagal ausente.»

Id, ovejillas, id; y tan dichosas
sed del gran río en los lejanos valles,  155
cual del plácido Tormes lo habéis sido
con vuestro humilde dueño en las orillas.
Id, ovejillas, id; id, ovejillas.



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