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ArribaAbajo

Odas




- I -


La visión de Amor

ArribaAbajo   Por un prado florido
iba yo en compañía
de la zagala mía
ocioso y distraído,
do, suelta el alma de pasiones graves,  5
con mi fácil rabel seguir curaba
del viento el silbo, el trino de las aves,
o el be que a mis corderas escuchaba;
y en gozo rebosaba
mi infantil pecho, que a un zagal divierte  10
   cuanto en los campos de gracioso advierte,
cuando en faz placentera
cuanto en bullir donosa,
vi a una doncella hermosa
que nunca visto hubiera.  15
«La Musa», dijo, «soy de los amores.
Nada, simple zagal, nada receles;
y pues ves en suavísimos ardores
los hombres y aves, brutos y vergeles,
no cantes ya cual sueles  20
esa rusticidad de la natura,
que bien mayor mi numen te asegura.
   Dócil oye mis voces:
sigue el común ejemplo,
ven de Venus al templo,  25
ven con plantas veloces,
que allí es paz todo y célicas delicias.
Sobre el ara feliz tu blando seno,
cual rosa virginal que a las caricias
se abre alegre del céfiro sereno,  30
de otros encantos lleno
la vivaz llama del placer aspire,
y de amor solo tu rabel suspire.
   Di en él de tu zagala
la esplendente belleza,  35
su noble gentileza,
su enhiesto cuello y gala.
La luz divina de sus ojos bellos,
su dulce hablar y angelical agrado
estro den a tu voz, y suenen ellos  40
y su nombre por todos celebrado.
De rosas coronado
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   En estos frescos valles  45
el ánimo se encanta;
corra feliz tu planta
sus deliciosas calles,
que aquí alzó Venus su dichoso imperio.
Ve allí nudas triscar sus ninfas bellas,  50
y allá en brazos de amor y del misterio
dulces gemir las tímidas doncellas.
Sigue alegre sus huellas;
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.  55
   Mira allí prevenidas
entre parras espesas
cien opíparas mesas
de amorcitos servidas,
do risueño el placer insta a sentarse.  60
Al Teyo mira que el festín ornando,
ya empieza con los brindis a turbarse,
y entre lindas rapazas retozando,
te está dulce cantando:
«Sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,  65
brazo con brazo a tu zagala asido».
   Corre, joven dichoso,
que el anciano te llama,
y con su copa inflama
tu pecho aún desdeñoso.  70
Allá otros niños bellos al Parnaso
suben, do a Cintio Venus los entrega,
cual Tíbulo, Villegas, Garcilaso,
y alegre el niño Amor entre ellos juega.
Ea, al coro te agrega:  75
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   Oye bullir sonantes
las melifluas abejas,
oye arrullar sus quejas  80
cien tórtolas amantes,
y allí bajo una hiedra enmarañada
gemir dos venturosos amadores,
la sien de mirto y rosa entrelazada,
y a Venus derramar sobre ellos flores.  85
Aquí, que es todo ardores,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.»
   Dijo Erato amorosa,
y en una vega amena  90
de aves parleras llena
dejonos misteriosa;
y yo y mi zagaleja nos entramos
en una gruta retirada, umbría,
y quién más pudo arder allí probamos,  95
y ella mi amor y el suyo yo vencía.
Desde tan fausto día
sigo siervo feliz, sigo a Cupido,
brazo con brazo a mi zagala asido.




- II -


Los días de Filis al entrar la primavera

ArribaAbajo   Del céfiro en las alas conducida
por la radiante esfera,
baja, de rosas mil la sien ceñida,
la alegre Primavera;
   y el mustio prado, que el helado invierno  5
cubrió de luto triste,
al vital soplo de su labio tierno
de hierba y flor se viste.
   Las aves en los árboles cantando
su venida celebran;  10
brotan las fuentes, y su hervor doblando,
entre guijas se quiebran;
   y por doquier un celestial aliento
de vida se derrama,
que en dulce amor, en plácido contento  15
al universo inflama.
   Mas sale Fili en el glorioso día
que años cumple graciosa,
sale y más rosas tras su planta cría
que primavera hermosa.  20
   La venturosa tierra, que animarse
por su beldad divina
y de insólita pompa siente ornarse,
humilde se le inclina;
   y del aroma y las delicias lleno  25
que aspiró de las flores,
hinchendo el viento de placer su seno
la embalsama en olores.
   Las plantas a su vista reverdecen,
los arroyuelos saltan  30
entre los tallos, que ondeando mecen
y en su aljófar esmaltan.
   Las dulces y parleras avecillas
le dan en voz canora,
con sus picos haciendo maravillas,  35
más trinos que a la aurora;
   y uniendo de sus tonos no aprendidos
la música extremada,
le echan, dejando los calientes nidos,
otra nueva alborada.  40
   «Salve», le dicen, «copia peregrina
de la beldad eterna;
salve, virginal rosa y clavellina;
salve, azucena tierna.
   Salve, y al bajo mundo de tus dones  45
liberal enriquece.
¡Ay, qué lazo a los tiernos corazones
ya tu hermosura ofrece!,
   ¡qué gracia celestial en tu semblante!,
¡qué almíbar en tu boca!,  50
¡de tus labios la rosa purpurante
qué de gozos provoca!
   Amor, riente Amor, desde tus ojos
flecha su arpón ardiente,
y mil fieles cautivos por despojos  55
te ofrece reverente.
   ¡Oh, qué grato rubor si se alboroza!,
¡con qué embeleso apura
su adorno al gusto, y al cristal se goza
riente su hermosura!  60
   ¿Para qué bello joven venturoso,
alma Venus, preparas
la víctima sin par? ¿Quién anheloso
la ofrecerá en tus aras?
   ¿A quién, Dïone hermosa, has acordado  65
tal premio?, ¿o quién es digno
de ver tu pecho de su ardor tocado,
lucero peregrino?
   Que en vano el cielo tu beldad no cría;
y aunque el rostro colores,  70
tu cuello a Amor se doblará algún día
y ansiarás sus favores».
   Así las avecillas van cantando
con bullicioso acento;
y vivas mil hasta el Olimpo alzando,  75
se esparcen por el viento.




- III -


El sufrimiento hace los males llevaderos

ArribaAbajo   No porque congojoso
al sordo cielo en tus angustias mires,
o abatido y lloroso
sobre tu mal suspires,
Lucio, a templarlo querellando aspires,  5
   que en orden inmutable
los casos ruedan de la humana vida,
y el hado inexorable
ya tiene decidida
tu fausto vuelo o tu infeliz caída.  10
   Cuanto en contrario obrares
es cual si opuesto a un rápido torrente
nadando te obstinares
contrastar su corriente,
o herir los cielos con tu altiva frente.  15
   Afanaraste en vano;
y el término infeliz de tu porfía
será con necia mano
dar a la suerte impía
más poder sobre ti que antes tenía,  20
   cual con la misma fuerza
con que en su rabia al gladiador, que osado
le hirió, alcanzar se esfuerza,
de su estoque acerado
cae el toro a sus pies atravesado.  25
   Cede al ímpetu fiero,
y calla y sufre cual sufrir conviene,
que así un pecho severo,
o el nublado previene
que horrísono sobre él tronando viene,  30
   o con frente serena
del rayo ve devastador las iras.
Tal de calma y luz llena
jamás, Febe, retiras
tu faz del cielo que entoldado miras,  35
   sino que hermosa subes
tu carro por el alto firmamento,
dejando atrás las nubes.
Del más rudo tormento
remedio es celestial el sufrimiento.  40




- IV -


Al Amor, confesándose rendido

ArribaAbajo   ¿Qué más quieres, oh Amor? Ya estoy rendido;
ya, el pecho indócil de tu arpón llagado,
humilde imploro tu favor sagrado.
Tu esclavo soy, si tu enemigo he sido
      con furor obstinado.  5
   Mi diestra débil ya dejó vencida
las inútiles armas por seguirte.
¡Oh, qué demencia ha sido el resistirte!
Ya lo conozco, ya; desde hoy mi vida
      consagraré a servirte.  10
   No habrá ni un pensamiento ni un deseo
que tú no inspires en el pecho mío.
Como supremo rey de mi albedrío,
tuya es su dirección, tuvo su empleo,
      tuyo su señorío,  15
   y el estro tuyo, el trinar süave
que a mi labio feliz la Musa inspira.
Mi dulce verso sólo amor suspira,
cual tierno el corazón sólo amar sabe,
      y amor, cantar mi lira.  20
   Si colmar de una vez mis votos quieres,
víbrame, Amor, aun más ardientes flechas
y en tus cárceles gima más estrechas,
al pie los grillos, grillos de placeres,
      que a tus más fieles echas.  25
   Sólo a la ninfa de que te has valido
para rendirme con su vista hermosa
haz que me alivie en la prisión dichosa,
haz me regale el corazón herido
      mirándome graciosa.  30




- V -


A don Salvador de Mena, en un infortunio

ArribaAbajo   Nada por siempre dura.
Sucede al bien el mal, al albo día
sigue la noche obscura,
y el llanto y la alegría
en un vaso nos da la suerte impía.  5
   Trueca el árbol sus flores
para el otoño en frutos, ya temblando
del cierzo los rigores,
que aterido volando,
vendrá tristeza y luto derramando;  10
   y desnuda y helada
aun su cima los ojos desalienta,
la hoja en torno sembrada,
cuando al invierno ahuyenta
abril y nuevas galas le presenta.  15
   Se alza el sol con su pura
llama a dar vida y fecundar el suelo,
pero al punto la obscura
tempestad cubre el cielo,
y de su luz nos priva y su consuelo.  20
   ¿Qué día el más clemente
resplandeció sin nube?, ¿quién contarse
feliz eternamente
pudo?, ¿quién angustiarse
en perenne dolor sin consolarse?  25
   Todo se vuelve y muda.
Si hoy los bienes me roba, si tropieza
en mí la suerte cruda,
las Musas su riqueza
guardar saben en mísera pobreza.  30
   Los bienes verdaderos,
salud, fe, libertad, paz inocente,
ni a puestos lisonjeros,
ni del metal luciente
siguen, Menalio, la fugaz corriente.  35
   Fuera yo un César, fuera
el opulento Creso, ¿acaso iría
mayor si me midiera?
Mi ánimo solo haría
la pequeñez o la grandeza mía.  40
   De mi débil gemido
no, amigo, no serás importunado,
pues hoy yace abatido
lo que ayer fue encumbrado,
y a alzarse torna para ser hollado.  45
   Vuela el astro del día
con la noche a otros climas, mas la aurora
nos vuelve su alegría;
y Fortuna en un hora
corre a entronar al que abismado llora.  50
   Si hoy me es el hado esquivo,
mañana favorable podrá serme;
y pues que aún feliz vivo
en tu pecho, ofenderme
no podrá, ni a sus pies rendido verme.  55




- VI -


De la inconstancia de la suerte

ArribaAbajo   ¿Ves, oh dichoso Lícidas, el cielo
brillar en pura lumbre,
sublime al sol en la celeste cumbre
animar todo el suelo?,
   ¿la risa de las flores y el pomposo  5
verdor del fresco prado,
bullir lascivo el céfiro, el ganado
ir paciendo gozoso?,
   ¿cómo los altos árboles se mecen,
y entre el blando sonido  10
los coros de las aves que el oído
y el ánimo adormecen?,
   ¿cómo el arroyo se desliza y salta,
y al salpicar las flores,
su grata variedad y sus colores  15
de perlas mil esmalta?
   ¡Ay!, tiembla, tiembla, que fatal un hora
sople el cierzo inclemente,
revuelva el cielo, anuble el sol fulgente,
y su honor lleve a Flora,  20
   las hojas de los árboles sacuda
y esparza por la vega,
ate al arroyo que fugaz la riega,
y al ave deje muda.
   Así ominosa la inconstante suerte  25
a su antojo varía
la faz del universo en solo un día
y en mal el bien convierte.
   Ella derroca el cedro más altivo,
estremece al tirano,  30
da la púrpura a un mísero villano
y hace a un rey su cautivo.
   La negra ingratitud, la desabrida
dureza la acompaña,
la vil doblez que a la bondad engaña,  35
y la insolencia erguida.
   Evita, pues, un lamentable caso.
Súfrela inexorable;
si la diestra te ofrece favorable
modera cuerdo el paso,  40
   y no a un dudoso piélago te entregues
marinero inexperto,
o infeliz llorarás sin luz ni puerto
cuando en su horror te anegues.
   Un tiempo yo la vi también contenta  45
y con rostro sereno,
engañome cruel. Del daño ajeno,
Lícidas, escarmienta.




- VII -


De la voz de Filis

ArribaAbajo   Amable lira mía,
canta, acorde a mi llama deliciosa,
la dulce melodía,
la gracia sonorosa
de la ninfa más bella y desdeñosa.  5
   ¡Ay!, canta, si te es dado
sus loores cantar como es debido,
el suspiro apenado
que arrebató mi oído
y en la gloria me tuvo embebecido;  10
   o el brío y ligereza
con que los albos dedos gobernaba
y la gentil destreza
con que el clave tocaba
y con su amable voz lo acompañaba;  15
   su amable voz que suena
cual la de los pardillos más canoros
y el alma así enajena
con sus trinos sonoros
cual suele Amor en sus süaves coros,  20
   mudando blandamente
a su placer el ánimo encantado,
el ánimo que siente
todo su ardor mezclado
con el gemir ardiente, apasionado;  25
   sigue empero embebido
el mágico compás del son sabroso,
mientras por el oído
con ardid engañoso
el ciego rey le roba su reposo;  30
   y la herida sintiendo
y el volcán que la grata melodía
va en el pecho prendiendo,
oye aún con alegría
el suave hechizo que sus penas cría;  35
   oye el labio que suena
en feliz consonancia al instrumento,
y extático en cadena
detiene al pensamiento,
dudoso entre la pena y el contento.  40
   ¿Pero quién podrá tanto,
o cuál lira será la celebrada
que a seguirte en su canto
llegue, lengua adorada,
si el mismo Apolo no la da templada?  45
   ¿Quién podrá dignamente
ese don ponderar, oh voz sonora,
que al alma blandamente
rinde, embarga, enamora,
y aun haciéndola esclava la mejora?  50
   ¡Oh voz!, ¡oh voz graciosa!,
¡voz que todo me lleva enajenado!,
¡oh garganta armoniosa!,
¡pecho tierno y nevado,
de do tono tan blando ha resonado!  55
   Tú solamente puedes
tu dulzura cantar como es debido,
que a las Gracias excedes
feliz y a quien ha sido
tan claro don del cielo concedido;  60
   y pues tú solamente
puedes bien celebrarte, ¡ay voz sonora!,
suenen de gente en gente
tus trinos, mi señora,
y cesen ya las salvas a la Aurora;  65
   ni los sueltos pardillos
que van la aura purísima surcando
abran más sus piquillos
mientras estés cantando
y tu humilde zagal te esté escuchando.  70




- VIII -


A Lisi, que siempre se ha de amar

ArribaAbajo   La primavera derramando flores,
el céfiro bullendo licencioso
y el trino de las aves sonoroso
nos brindan a dulcísimos amores
      en lazo delicioso.  5
   Viene el verano, y la insufrible llama
agosta de su aliento congojado
árboles, plantas, flores, hierba y prado.
Todo cede a su ardor; sólo quien ama
      lo arrostra sin cuidado.  10
   El amarillo otoño asoma luego,
de frutas, hiedra y pámpanos ceñido;
la luz febea, su vigor perdido,
se encoge, mientra amor dobla su fuego
      blando y apetecido;  15
   y en el ceñudo invierno, cuando atruena
más ronco el aquilón tempestuoso,
entre lluvias y nieves en reposo
canta su ardor y ríe en su cadena
      el amador dichoso.  20
   Que así plácido amor sabe del año
las estaciones, si gozarlos quieres,
colmar, Lisi, de encantos y placeres.
¡Ay!, cógelos, simplilla; ve tu engaño
      y a la vejez no esperes.  25




- IX -


A la Fortuna

ArribaAbajo   Cruda Fortuna, que voluble llevas
por casos tantos mi inocente vida,
de hórridas olas agitada siempre,
      nunca sumida;
   tú, que de espinas y dolor eterno,  5
pérfida colmas con acerba mano
tus vanos gozos, de la mente ciega
      sueño liviano;
   aunque sañosa de tiniebla cubras
lóbrega el cielo que en humilde ruego  10
férvido imploro por huir tu odioso
      bárbaro juego;
   aunque el asilo de mi hogar me robes;
aunque me arrastres ominosa y fiera
desde los campos de la dulce patria  15
      donde ligera
   tu undosa vena con alegre curso,
ancho Garona, se desliza, y pura
riega los valles que de mieses orna
      rica natura,  20
   y solo y pobre en peregrino suelo
mi labio el cáliz apurado lleve
con que a la envidia la calumnia unida
      me infama aleve,
   nunca rendido mi inocente pecho,  25
nunca menguado mi valor aguardes,
ni que mi plectro varonil querellas
      gima cobardes.
   Como afirmado en su robusto tronco,
añoso roble en elevada sierra  30
inmóvil burla del alado viento
      la hórrida guerra,
   el justo, firme en su opinión, seguro
de su conciencia, reirá a la suerte.
Miedo, amenaza, inútiles asaltan  35
      su ánimo fuerte.
   Ponme, Fortuna, do en eterna nieve
gime abismado el aterido mundo,
que en noche envuelto, nebulosa y sueño
      yace profundo;  40
   ponme do Febo su fogoso carro
sin cesar rueda por el ancho cielo,
do Sirio ardiente la arenosa tierra
      cubre de duelo:
   siempre tranquilo, moderado siempre,  45
con igual frente me verás, ¡oh, cruda!,
sin que provoque tu rigor, ni a viles
      lloros acuda.




- X -


A un amigo en las Navidades

ArribaAbajo   Templa el laúd sonoro
del lírico de Teyo,
y un rato te retira
del popular estruendo.
   Cantaremos, amigo,  5
con alternado acento
en días tan alegres
sus delicados versos;
   sus versos que del alma
las penas y los duelos  10
disipan, cual ahuyenta
las nubes el sol bello;
   y el inocente gozo,
las Gracias y el risueño
placer nos acompañen  15
y enciendan nuestro pechos,
   o en el hogar sentados,
las Musas y Lieo
nos diviertan, y burlen
las furias del enero.  20
   ¿Qué a nosotros la corte
ni el mágico embeleso
de confusiones tantas
cual sigue el vulgo necio?
   El sabio se retira  25
y admira desde lejos
del mar alborotado
las olas y el estruendo.
   Gozoso en su fortuna,
su rostro está sereno,  30
sus manos, inocentes,
tranquilos van sus sueños.
   Ni el oro le perturba,
ni adula al favor ciego,
ni teme, ni codicia,  35
ni envidia, ni da celos.
   Por eso entre sus vinos,
sus bailes y sus juegos,
de sabio dieron nombre
los siglos a Anacreon,  40
   mientras el de Estagira,
del Macedón maestro,
con obras inmortales
no alcanzó a merecerlo.
   La vida es sólo un punto,  45
las honras, humo y viento,
cuidado, los tesoros,
y sombra, los contentos.
   Feliz el sabio humilde
que en ocio vive, exento  50
de miedo y esperanzas,
bastándose a sí mesmo.
   Un libro y un amigo,
pacífico y honesto,
le ocupan, le entretienen  55
y colman sus deseos.
   Alegre el sol le nace;
de noche, el firmamento
consigo le enajena
en pos de sus luceros.  60
   Sus horas deliciosas
cual plácido arroyuelo
se pierden que entre flores
con risa va corriendo.
   ¡Dichoso el tal mil veces!  65
Su inmóvil planta beso,
pues supo así elevarse
del miserable suelo.
   Un tiempo a mí Fortuna
con rostro placentero  70
también falaz me quiso
contar entre sus siervos.
   Llevome a que adorara
la imagen de su templo,
y al ánimo inocente  75
detuvo prisionero;
   mas luego el desengaño,
bajando desde el cielo,
me muestra sus ardides
y libra de su imperio.  80
   De entonces, dulce amigo,
seguro de más riesgos,
la humilde medianía
en blanda paz celebro.




- XI -


Al capitán don José Cadalso, de la dulzura de sus versos sáficos

ArribaAbajo   Dulce Dalmiro, cuando a Filis suena
tu delicada lira,
el río, por oírte, el curso enfrena,
y el mar templa su ira;
   alzan las ninfas su nevada frente  5
coronada de flores;
suelta Neptuno el húmido tridente,
absorto en tus amores;
   del céfiro en los brazos calma el vuelo
el ábrego irritado;  10
y el verdor torna al agostado suelo
tu acento regalado.
   Desde el Olimpo baja Citerea;
tanto con él se agrada,
y en sus canoros trinos se recrea,  15
de Mavorte olvidada.
   Siguen tus blandos ayes arrullando
sus cándidas palomas;
sus cupidos, contino derramando
sobre ti mil aromas;  20
   y otros, tan fino amar tiernos oyendo,
una guirnalda bella
de mirto y rosas y laurel tejiendo,
ornan su sien con ella.
   Las vagarosas parlerillas aves  25
que ven la cipria diosa
aclaman con mil cánticos süaves
su llegada dichosa
   y en dulcísimos tonos no aprendidos
le dan la bienvenida;  30
mas de tu lira oyendo los sonidos,
calla su voz vencida,
   o Filomena sólo, que enardece
tan celestial encanto,
en blandos píos remedar parece  35
las gracias de tu canto,
   mientras que de Dïone los loores
renovando divinos,
la imploras favorable en tus amores
con mil sáficos himnos,  40
   que muy más dulces que la miel más pura,
que el aroma agradables,
sólo respiran plácida blandura,
sólo afectos amables,
   delicias sólo y embeleso y gloria,  45
y paz y eterna calma,
bien que de Fili la llorosa historia
renuevan en el alma
   y aquel brillar cual fósforo esplendente
que raudo cruza el cielo,  50
para hundirse en el lóbrego occidente,
dejando en luto el suelo.
   Todo oyéndote calla; tu voz suena,
y el concepto armonioso
puebla el aire, y el ánimo enajena  55
en éxtasi amoroso.
   No cese, pues, poeta soberano,
son tan claro y subido;
goza el sublime don que en larga mano
te dan Febo y Cupido.  60
   Gózale; y en mi oreja siempre suene
tu derretido acento,
que de ternura celestial me llene
y de inmortal contento.




- XII -


La reconciliación


LIDIA

ArribaAbajo    Ingrato, cuando a hablarme
a mi choza de noche te llegabas,
¡cómo para ablandarme
al umbral te postrabas
y en dolorido llanto lo regabas!  5

FILENO

    Ingrata, cuando a verme
a la huerta del álamo salías,
¡cuál, ay, por encenderme
donosa te prendías
y extremos mil de apasionada hacías!  10

LIDIA

    ¿Pues qué, cuando halagüeño
a la sombra del álamo dijiste:
«Tú eres, mi Lidia, el dueño
de este alma que rendiste»,
y al yo probar huir me detuviste?  15

FILENO

    ¿Pues qué, cuando celosa
en la vega afligido me topaste,
y al verme así, amorosa
por detrás te acercaste
y en tus cándidos brazos me enredaste?  20

LIDIA

    ¿Y cuando tú engañoso
me importunabas que la choza abriera,
jurándote mi esposo?
¡Qué empeños no me hiciera
tu labio infiel porque a tu ardor cediera!  25

FILENO

    Y cuando tú enviabas
con Lálage a avisar que allá tornase,
¿tierna no me ordenabas
que hasta el alba aguardase,
clamando al alba que en salir tardase?  30

LIDIA

    Calla, pastor aleve;
calla, que por Dorila me has dejado
y, más que el viento leve,
el voto has quebrantado
que mi alma fina te creyó sagrado.  35

FILENO

    Calla, falaz pastora,
que das tu fe por Lícida al olvido
y, voluble y traidora,
el voto no has cumplido
con que a ti me juzgué por siempre unido.  40

LIDIA

    Pues, ¡ay!, celoso mío,
calma tu ceño, cálmalo, y entremos
por este bosque umbrío
do piques olvidemos
y al dulce amor y nuestra unión cantemos.  45

FILENO

    Pues canta, Lidia bella,
y aves y vientos párense a escucharte.
Ven, con tus brazos sella
la fe con que agradarte
y nombre anhelo entre las bellas darte.  50




- XIII -


El mediodía

ArribaAbajo   Velado el sol en esplendor fulgente
en las cumbres del cielo,
lanza derecho ya su rayo ardiente
al congojado suelo,
   ya al mediodía rutilante ordena  5
que su rostro inflamado
muestre a la tierra, que a sufrir condena
su dominio cansado.
   El viento el ala fatigada encoge
y en silencio reposa,  10
y el pueblo de las aves se recoge
a la alameda umbrosa.
   Cantando ufano en dulce caramillo
su zagaleja amada,
retrae su ganado el pastorcillo  15
a una fresca enramada,
   do juntos ya zagales y pastoras
en regocijo y fiesta,
pierden alegres las ociosas horas
de la abrasada siesta,  20
   mientras en sudor el cazador bañado,
bajo un roble frondoso,
su perro fiel por centinela al lado,
se abandona al reposo.
   Y más y más ardiente centellea  25
en el cenit sublime
la hoguera que los cielos señorea
y el bajo mundo oprime.
   Todo es silencio y paz. ¡Con qué alegría
reclinado en la grama  30
respira el pecho, por la vega umbría
la mente se derrama!
   O los ojos alzando embebecido
a la esplendente esfera,
seguir anhelo, en su extensión perdido,  35
del sol la ardua carrera.
   Deslúmbrame su llama asoladora;
y entre su gloria ciego,
torno a humillar la vista observadora
para templar su fuego.  40
   Las próvidas abejas me ensordecen,
con su susurro blando,
y las tórtolas fieles me enternecen,
dolientes arrullando.
   Lanza a la par sensible Filomena  45
su melodioso trino,
y con su amor el ánimo enajena
y suspirar divino.
   Serpea entre la hierba el arroyuelo,
en cuya linfa pura  50
mezclado resplandece el claro cielo
con la grata verdura.
   Del álamo las hojas plateadas
mece adormido el viento,
y en las trémulas ondas retratadas  55
siguen su movimiento,
   como a lo lejos su enriscada cumbre
descuella la alta sierra,
que recamada de fulgente lumbre
el horizonte cierra.  60
   Estos largos collados, estos valles
pintados de mil flores,
esta fosca alameda en cuyas calles
quiebra el sol sus ardores;
   el vago enmarañado bosquecillo  65
do casi se oscurece
la ciudad, que del día al áureo brillo
cual de cristal parece;
   estas lóbregas grutas... ¡Oh sagrado
retiro deleitoso!,  70
en ti sólo mi espíritu aquejado
halla calma y reposo.
   Tú me das libertad; tú mil süaves
placeres me presentas;
y mi helado entusiasmo encender sabes,  75
y mi cítara alientas.
   Mi alma sensible y dulce en ver se goza
una flor, una planta,
el suelto cabritillo que retoza,
la avecilla que canta.  80
   La lluvia, el sol, el ondeante viento,
la nieve, el hielo, el frío,
todo embriaga en celestial contento
el tierno pecho mío;
   y en tu abismo, inmortal naturaleza,  85
olvidado y seguro,
tu augusta majestad y tu belleza
feliz cantar procuro,
   la lira hinchendo en mi delirio ardiente
los cielos de armonía,  90
y siguiendo el riquísimo torrente
audaz la lengua mía.




- XIV -


A mi amigo don Manuel Lorieri, en sus días

ArribaAbajo   Desdeña, Anfriso, del enero triste
las rudas furias y aterido ceño;
su cana faz, su nebulosa vista
      plácido mira.
   Turbe su soplo por el yermo monte  5
los chopos altos; a la fuente pare
su giro, y hiele el delicioso pico
      de Filomena.
   Tú no receles; en el hondo vaso
el vino corra y el hogar se cebe,  10
do entre mil vivas del ilustre padre
      y los amigos
   el día pierde que saliste fausto
a la luz alma del alegre cielo,
que puro siempre y apacible luzca  15
      para la tierra.
   Lejos el llanto y veladora cuita
el día claro de mi tierno amigo;
sólo las Gracias, el amable gozo
      plácido reine.  20
   Vuele la risa cariñosa; llena
ruede la copa con alegre canto
que eco, vagando por el alto techo,
      grato repita.
   Vive feliz, ¡oh de mi pecho amante  25
parte dichosa, de Batilo gloria!
Vive, mi Anfriso, y la voluble suerte
      ciega te sirva.




- XV -


A Jovino, el día de sus años

ArribaAbajo   Deja, dulce Jovino,
el popular aplauso, retirado
conmigo do el divino
Apolo al concertado
plectro te canta tu dichoso hado;  5
   y escúchale cuál suena,
el luciente cabello despartido
por la frente serena,
y a su trinar subido
el Manzanares queda embebecido.  10
   Él canta cómo fuiste
al nacer de sus Musas regalado,
y cómo mereciste
ser por él doctrinado
en pulsar diestro su laúd dorado;  15
   y canta los favores
que los cielos te hicieran, el lustroso
nombre de tus mayores,
y entre ellos cuán glorioso
crece el tuyo y descuella, cual frondoso  20
   álamo que al corriente
de las aguas tendiéndose, levanta
sobre todos la frente,
y luego el son quebranta
y el triste lamentar del Betis canta.  25
   Cuando tú por la orilla
del claro Manzanares le dejaste,
¡ah, cuánta pastorcilla
partiéndote apenaste!,
y a los zagales ¡qué dolor causaste!  30
   «¡Oh Jovino felice!,
¡oh por siempre sereno, fausto día!»,
la voz alzando dice;
«¡vive, vive, alegría
del suelo ibero y esperanza mía!  35
   ¡Oh, vive, afortunado!,
que el cielo te concede dadivoso
larga edad». El sagrado
plectro cesa, y lumbroso
se ostenta el dios de su cantar gozoso.  40




- XVI -


En la muerte de Filis

ArribaAbajo   Cruel memoria, de acordarme deja
la gracia celestial de aquellos ojos
que al afligido pecho un tiempo dieron
      serenidad y vida.
   ¿Qué vale que fantástica retrates  5
los delicados labios do entre rosas
Amor adormecido reposaba
      y el razonar divino?
   El donaire, la gracia, el delicioso
hechizo de su voz, el albo cuello  10
y aquellas hebras do viví cautivo
      y al oro deslucían,
   todo la muerte lo acabó, nublando
la tierra, Fili, que en gozarte ufana,
mientras la hollaste con tu planta bella  15
      semejó al claro cielo;
   mas ora yerta, mustia, en ciega noche
sepultada y en luto sempiterno,
sólo se queja de su triste muerte
      con lastimeras ansias.  20
   «Dónde está», dice, «la real presencia
de la divina Fili? El manso halago
y el brillar de sus niñas celestiales,
      ¿dónde se ha oscurecido?
   ¿Cuándo no anticipó la primavera  25
saliendo al valle, y el estío ardiente
no templó afable con la nieve pura
      de su turgente seno,
   el céfiro jugando bullicioso
entre sus labios, o besando amante  30
las flores que tocándolas se abrían
      a ofrecerle su aroma?
   ¡Ay!, danos, muerte cruda, el malogrado
pimpollo que agostaste; restituye
su milagro al amor y su tesoro  35
      a la angustiada tierra».
   Divina Fili, si mi ruego humilde
algo alcanza contigo, desde el cielo
tus ojos a mis lágrimas inclina,
      y templa mi quebranto.  40

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