La presencia del
ansia en la obra de Rosalía es una realidad casi tan
repetida como la del dolor. ¿Ansia de qué? Ansias de
todo tipo: la inquietud, el desasosiego, la falta de paz, el deseo
amoroso, el deseo de vivir, y además un anhelo indefinible,
sin objeto determinado, forman una extensa gama de sentimientos que
Rosalía expresa con frecuencia.
Rosalía se
refiere muchas veces al ansia o a las ansias como a algo de sobra
conocido y que no necesita que se especifique su naturaleza. A
veces parece sinónimo de dolor inquieto, de falta de paz
provocada por el dolor:
Costa arriba, costa
arriba,
desandémolo
camiño.
¡Fuxamos
deste sosego,
dos pesares
enemigo!
¡Qué
negro contraste forman
da natureza o
tranquilo
reposo,
coas ansias feras
que abaten o inxel
esprito!
(F. N. 274)
—212→
Otras veces,
Rosalía se refiere a las ansias como a algo
característico del alma humana. Así, para indicar la
molestia que le producen las horas de calor, dice:
Bien pudiera
llamarse, en el estío,
la hora del mediodía,
noche en que al hombre, de luchar
cansado,
más que nunca le
irritan
de la materia la imponente
fuerza
y del alma las ansias
infinitas.
(O. S. 322)
Las ansias
aparecen aquí como huéspedes permanentes del
espíritu, que se exacerban en esa hora central del
día. Veamos otro ejemplo en el que las ansias parecen
participar del carácter perenne que tenía al final el
dolor para Rosalía:
Desbórdanse los ríos, si engrosan
su corriente
los múltiples arroyos que de
los montes bajan;
y cuando de las penas el caudal
abundoso
se aumenta con los males
perennes y las ansias,
¿cómo contener,
cómo, en el labio la queja?
¿Cómo no desbordarse
la cólera en el alma?
(O. S. 354)
Rosalía
siente el desasosiego como una constante en su vida. Pero creemos
que, al menos por cierto tiempo, lo consideró una
consecuencia de su vida dolorosa y que sólo lentamente se
fue abriendo paso en ella la idea de que el ansia era una
característica de la vida humana.
En Rosalía
el ansia se presenta con una nota muy característica: la
vaguedad, la falta de determinación de su objeto. Como
consecuencia de ello también es insaciable. Veamos uno de
los primeros ejemplos de esto:
—213→
Xa nin rencor nin
desprezo,
xa nin temor de
mudanzas;
tan só unha
sede..., unha sede
dun non sei
qué, que me mata.
Ríos da
vida, ¿ónde estades?
¡Aire!, que
o aire me falta.
(F. N. 170)
De forma muy
concentrada, Rosalía ha expresado aquí su experiencia
del sentimiento del ansia. Fijémonos en que dice
«Ya ni rencor, ni desprecio, ni temor
de mudanzas»; es decir, esa vivencia anhelante no puede
vincularse a un deseo de vengar viejas ofensas, ni a un desasosiego
que tenga alguna relación con cambios.
Las mudanzas que
puedan sobrevenirle no le preocupan, no la inquietan, y ya no
siente tampoco el arañazo vengativo del rencor; sin embargo,
pervive esa sed de algo que no puede determinar. Observemos
también que el ansia es siempre, para Rosalía, una
vivencia acongojante. Todos los ejemplos citados nos la presentan
no como una fuerza, como un impulso o tendencia positiva, sino como
un estado de gran desasosiego, de inquietud dolorosa, angustiosa.
Esa vivencia está magníficamente expresada en este
poema con esa exclamación: «¡Aire!, que o aire
me falta».
Los ejemplos en
que aparece el carácter insaciable del ansia son
también numerosos. Rosalía, a fuerza de repetirlo,
alude a este carácter como a algo evidente, que no necesita
aclaración.
¡Oh tierra,
antes y ahora, siempre fecunda y bella!
Viendo cuán triste brilla
nuestra fatal estrella,
del Sar cabe la orilla,
al acabarme, siento la sed
devoradora
y jamás apagada que
ahoga el sentimiento,
y el hambre de justicia, que abate
y que anonada
—214→
cuando nuestros clamores los
arrebata el viento
de tempestad airada.
(O. S. 317)
Rosalía se
plantea si ese sentimiento será en realidad ansia de Dios y
si al fin en él podrá saciarse. Pero fijémonos
en el tono entre dubitativo y esperanzado con que la autora se
plantea esta cuestión en el poema «Sedientas las
arenas, en la playa»:
¡Y
quién sabe también, si tras de tantos
siglos de ansias y anhelos
imposibles,
saciará al fin su sed el
alma ardiente
donde beben su amor los
serafines!
(O. S. 327)
El ansia
insaciable puede adoptar las formas de ansia de amor, de deseo de
vivir y gozar. El poeta disculpa a aquellos seres que, presos de
una sed inextinguible, se lanzan en pos del amor o del placer, en
un loco afán de saciar un anhelo imposible:
De la vida en la lucha, perenne y
fatigosa,
siempre el ansia incesante y el
mismo anhelo siempre;
que no ha de tener término
sino cuando, cerrados,
ya duerman nuestros ojos el
sueño de la muerte.
(O. S. 348)
No
murmuréis del que rendido ya bajo el peso de la vida
quiere vivir y aún quiere
amar;
la sed del beodo es insaciable, y
la del alma lo es aún más.
(O. S. 353)
Al final de su
vida, Rosalía llegó a percibir que hay, que hubo en
ella dos tipos diferentes de ansia. Una de signo positivo, una
fuerza impulsora, un anhelo esperanzado que lleva a descubrir lo
desconocido: así, el ansia amorosa empuja
—215→ al alma a descubrir «sorpresas
celestiales, dichas que nos asombran». Pero después el
placer desaparece, el dolor se hace constante y el ansia pierde su
carácter positivo; se convierte en «deseo que no
acaba», con su secuela de inquietud, incertidumbre y
desasosiego («Ansia que ardiente crece», O. S. 388).
El reverso del
deseo de algo es el sentimiento de su falta. En Rosalía
encontramos este sentimiento con las mismas notas de
indeterminación que vemos en el ansia: es la falta de algo
que no se sabe qué es y que nada puede suplir. En una
ocasión este sentimiento aparece proyectado sobre un
personaje popular que se expresa en términos muy
concretos:
-Anque me des
viño do Ribeiro de Avia,
tódolos
almibres e tódalas viandas
das que os reises
comen e no mundo haxa,
ña madre
querida, non sei qué me falta.
(F. N. 295)
Uno de los
fenómenos que provocan los sentimientos de ansia o de
carencia es la tentación de la huida, el deseo de cambiar de
horizonte. No es una huida hacia un lugar determinado sino un
impulso ciego, irracional, a escapar de una situación de
desasosiego interior: huida vana e inútil, por tanto, ya que
esa situación depende de la propia persona y la
acompañará adonde vaya. Rosalía experimenta la
tentación, pero es consciente de la interioridad de su mal y
de la inutilidad de intentar huir:
¡Quérome ire, quérome
ire!
Para dónde,
non o sei.
Cégame os
ollos a brétema.
¿Para
dónde hei de coller?
—216→
N'acougo cunha
inquietude
que non me deixa
vivir:
quero e non sei o
que quero,
que é todo
igual para min.
Quérome
ire, quérome ire,
din algúns
que a morrer van;
¡ai!, queren
fuxir da morte,
¡i a morte
con eles vai!
(F. N. 294)
La estrofa final
establece una comparación con las anteriores y aclara su
sentido: igual que el que quiere huir de la muerte la lleva en su
interior, Rosalía lleva consigo la inquietud de la que
querría escapar.
La
tentación de la huida se hace particularmente fuerte a la
vista de algún camino cuya dirección se ignora. Pero
veamos cómo se reitera la idea de la inutilidad de la
fuga:
Dende aquí
vexo un camiño
que non sei
adónde vai;
polo mismo que n'o
sei,
quixera o poder
andar.
Nin fuxo, non, que
anque fuxa
dun lugar a outro
lugar,
de min mesma,
naide, naide,
naide me
libertará.
(F. N. 295-296)
La huida puede no
ser física, puede tomar la forma de deseo amoroso que ya
hemos visto. En todo caso es un intento inútil:
Alma que vas
huyendo de ti misma
¿qué buscas,
insensata, en las demás?
Si en ti secó la fuente del
consuelo,
secas todas las fuentes has de
hallar.
(O. S. 334)
—217→
Rof Carballo pone
en relación el desasosiego de Rosalía y sus
tentaciones de huida con la psicología del vagabundo. En un
trabajo ya mencionado dice:
Sigue el destino
de los vagabundos, de los cuales por el análisis profundo
sabemos que si vagan sin cesar es en busca de esa profunda imagen
maternal que ha quedado borrosamente grabada, sin la suficiente
precisión, en un sector, el más arcaico, de sus
estructuras cerebrales [...] Sobre nuestra Rosalía,
recién nacida, el rostro maternal sólo demoró
muy breve tiempo. Nuestra gran poetisa era -primerísima
observación, fundamental para todo lo que vamos a decir- una
niña abandonada o semiabandonada [...] La impresión
más justa con la que puede resumirse la totalidad, el
conjunto, de sus poesías es ésta: Son un gran
vagabundaje, un merodeo en busca del rostro maternal, en busca de
esa insaciada imagen arquetípica de la Madre, que es
decisiva en la vida de todo hombre.43
Sus particulares
características biográficas favorecieron, pues, la
nostalgia y la búsqueda de un algo indefinido e
indeterminable. La falta de madre en sus primeros años de
vida pudo exacerbar un sentimiento que, por otra parte, es
típico de la literatura romántica inmediatamente
anterior a Rosalía... y de la literatura mística; la
inquietud del corazón humano que sólo descansa en el
Señor es tema nada desdeñable a la hora de buscar
explicaciones al ansia inextinguible de Rosalía.
Hemos visto la
existencia de una sed insaciable cuyo objeto es indefinido en
Rosalía. Veamos ahora la búsqueda del objeto
desconocido, del bien perdido, del bien soñado que calme su
inquietud. Nos sorprende, en primer lugar, la constancia de esa
búsqueda, la persistencia en una tentativa
—218→
que la razón presenta como condenada al fracaso: es
una esperanza contra toda evidencia:
Tras de
inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
caigo en la senda amiga, donde una
fuente brota
siempre serena y pura;
y con mirada incierta, busco
por la llanura
no sé qué sombra vana
o qué esperanza muerta,
no sé qué flor
tardía de original frescura
que no crece en la
vía arenosa y desierta...
(O. S. 315)
Fijémonos
en la contradicción indicada por los dos verbos:
busco algo que no crece; algo inexistente, como
una «sombra vana» o una «esperanza muerta»;
búsqueda que sólo conduce a una «inútil
fatiga», pero que, curiosamente, no desengaña al
perseguidor que insiste una y otra vez en su intento. En la
persistencia de esta esperanza contra toda esperanza tienen gran
importancia los sueños. Los sueños ayudan a vivir,
mantienen viva la ilusión; en contra de la razón y la
evidencia, los sueños permiten conservar lo que se ha
perdido para siempre:
Mas aun sin alas
cree o sueña que cruza el aire, los espacios,
y aun entre el lodo se ve limpio,
cual de la nieve el copo blanco.
(O. S. 353)
En uno de sus
más conocidos y más hermosos poemas, Rosalía
hace una conmovedora defensa de esos sueños que ayudan a
sobrevivir («Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes,
ni los pájaros», O. S. 370):
¡Astros y
fuentes y flores!, no murmuréis de mis sueños;
sin ellos, ¿cómo
admiraros ni cómo vivir sin ellos?
(O. S. 370)
—219→
Las plantas y las
fuentes, la naturaleza toda llama «loca» a
Rosalía porque sueña con una primavera eterna cuando
los campos están cubiertos de escarcha. Pero no está
loca; ella ve la realidad, ve la escarcha y sus canas, ve que los
campos «se agostan» y las almas «se
abrasan», pero prosigue soñando con «la eterna
primavera de la vida que se apaga»; este verso es
fundamental porque expresa con ese verbo en presente una esperanza
al margen de toda lógica. La vida se apaga, las alas
están rotas para siempre, pero Rosalía sigue
soñando «que cruza el aire», que la primavera es
eterna. Lo impresionante es la conciencia de la doble realidad: la
de la vida y la de los sueños que la transforman y sin la
cual aquélla no sería posible.
Los sueños
pueden ser así una forma de huir de la realidad, de hacer
más dichosa la vida:
No importa que
los sueños sean mentira,
ya que, al cabo, es verdad
que es venturoso el que
soñando muere,
infeliz el que vive sin
soñar.
(O. S. 322)
Pero los
sueños son, sobre todo, un medio de hallar el bien
perdido.
Veamos la
íntima relación entre los sueños y la
búsqueda de ese bien que calmará su desasosiego:
Busca y anhela el
sosiego...
Mas... ¿quién le
sosegará?
Con lo que sueña
despierto,
dormido vuelve a soñar:
que hoy como ayer, y
mañana
cual hoy, en su eterno
afán
de hallar el bien que
ambiciona
-cuando sólo encuentra el
mal-
—220→
siempre a soñar
condenado,
nunca puede sosegar.
(O. S. 354)
A través
del sueño se llega a la percepción del bien anhelado;
dormido y despierto, la poeta se acerca a esa realidad inalcanzable
por medio de sus sueños. Pero ese bien no es un
sueño; éste es sólo uno de los medios de
llegar a él. Veamos de qué otras maneras ese bien
anhelado se acerca a la conciencia de Rosalía sin entregarse
totalmente a ella:
En los ecos del
órgano o en el rumor del viento,
en el fulgor de un astro o en la
gota de lluvia,
te adivinaba en todo y en todo te
buscaba,
sin encontrarte nunca.
La
selección siempre es significativa. Fijémonos:
«ecos del órgano», ambiente sacro, catedralicio.
En varios poemas -«Santa Escolástica»,
«Na catredal...»-
Rosalía nos habla de las emociones religiosas que despiertan
en su espíritu las músicas, las sombras, el silencio
de los templos; «rumor del viento», misteriosa voz de
la naturaleza, incomprensible voz de las sombras que toman a veces
la apariencia del viento -«no soy yo, pero soy,
murmuró el viento» (O. S. 359)-; «fulgor de un
astro», sugerencia de infinito, inalcanzable lejanía
que anonada al hombre; «gota de lluvia», el misterio de
lo pequeño, la maravilla de lo insignificante. Por la
vía de lo religioso o de la naturaleza, Rosalía se
asoma a lo inefable, a un sentimiento de anonadamiento ante lo
incomprensible. Al poeta le queda la duda de si alguna vez ha
poseído ya ese bien:
Quizá
después te ha hallado, te ha hallado y te ha perdido
otra vez, de la vida en la batalla
ruda,
ya que sigue buscándote y te
adivina en todo,
sin encontrarte nunca.
—221→
De lo que no se
duda es de la existencia de ese bien: «hermosura sin
nombre», «perfecta y única». A pesar de
percibirse a través del sueño, no puede confundirse
con él:
Pero sabe que
existes y no eres vano sueño,
hermosura sin nombre, pero perfecta
y única;
por eso vive triste, porque te
busca siempre,
sin encontrarte nunca.
Sin embargo, la
naturaleza exacta de ese bien siempre buscado y nunca hallado
permanece en el misterio para la misma Rosalía; la posible
relación con él pertenece a un mundo ajeno a la
razón, a ese mundo en el que hemos visto que la creencia, la
esperanza, los sueños, se sobreponen a la evidencia:
Yo no sé
lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el
cielo;
yo no sé lo que busco, pero
es algo
que perdí no sé
cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que
invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto
veo.
Pero
Rosalía algunas veces no se resigna a dejar en el misterio
lo que de suyo es misterioso e inexplicable. Hay en ella un prurito
explicativo que, en parte, puede proceder del realismo, del deseo
de claridad y exactitud de la época, y, en parte, de gusto
personal.
Por ello,
Rosalía se decide a dar un nombre a ese algo que busca y que
ha perdido, y le llama Felicidad:
Felicidad, no he
de volver a hallarte
en la tierra, en el aire ni en el
cielo;
¡aun cuando sé que
existes
y no eres vano sueño!
(O. S. 365)
—222→
Sin pretender
enmendar la plana al poeta, hay que reconocer que el final del
poema es un colofón poco afortunado. Para empezar, la
felicidad es un estado, es decir, el resultado de determinadas
circunstancias, mientras que todo el poema se está
refiriendo a un algo productor de felicidad. La felicidad no es el
objeto, sino el sentimiento resultante de la posesión del
objeto desconocido. Ha habido, por tanto, un desplazamiento -poco
afortunado poéticamentede la causa a la consecuencia, del
ser inefable -«hermosura perfecta y única»- al
estado que resulta de su posesión. En otro poema citado
anteriormente -«Anque me des viño
do Ribeiro de Avia»- se produjo un cambio
parecido, aunque menos chocante. El joven se está lamentando
de la falta de algo que no sabe qué es y que nada puede
saciar, y al fin dice que le han cortado «las alas de la
esperanza» y que sin esperanza no hay alegría. De
nuevo se ha pasado del objeto -desconocido- al sentimiento -la
esperanza- que iba unido a él, y a su resultado
psicológico: la pérdida de la alegría. Por
otra parte, volviendo al poema que estábamos comentando, me
parece también un error hablar en dos estrofas inmediatas de
dos vivencias tan distintas: en una, la búsqueda de algo
inefable, y en la otra, la pérdida irreparable de algo
determinado y conocido como es la felicidad. A la vista de todo
esto creo que se debe considerar la estrofa final de este poema
como una prueba más del carácter inefable, es decir
'no expresable' de los sentimientos a los que el poeta se
está refiriendo. Rosalía está rozando un tipo
de experiencias similares a las de la mística. Acierta
cuando respeta el carácter oscuro, indeterminable, de sus
intuiciones; se equivoca cuando quiere concretar a posteriori, mediante la
razón, la naturaleza de éstas.
La relación
con experiencias de tipo místico se hace cada vez más
patente. Rosalía nos habla de un estado relacionable
—223→
con la vía iluminativa de la mística, en el
cual las pasiones están ya apagadas. El lenguaje toma la
forma de antítesis para expresar un sentimiento que
compromete la totalidad de la persona humana. Véase la
cercanía de la vivencia reflejada en este poema a la
«regalada llaga» de nuestros escritores
místicos:
Ya duermen en su
tumba las pasiones
el sueño de la nada;
¿es, pues, locura del
doliente espíritu,
o gusano que llevo en mis
entrañas?
Yo sólo sé que es un
placer que duele,
que es un dolor que
atormentando halaga,
llama que de la vida se
alimenta,
mas sin la cual la vida se
apagara.
(O. S. 335)
Veamos otro poema
en que se insiste en el estado de acabamiento de todo tipo de
pasión: el deseo de saber, el deseo de belleza, el amor:
Cuando todos los
velos se han descorrido
y ya no hay nada oculto para los
ojos,
ni ninguna hermosura nos causa
antojos,
ni recordar sabemos que hemos
querido,
aun en lo más profundo del
pecho helado,
como entre las cenizas la chispa
ardiente,
con sus puras sonrisas de
adolescente,
vive oculto el fantasma del
bien soñado.
(O. S. 353)
La diferencia
fundamental con la poesía de tipo místico es la
valoración negativa que Rosalía da a este estado de
ataraxia. Para ella no es cambio ni etapa hacia otra cosa. El
«pecho helado» donde ningún deseo alienta es el
antecedente inmediato de la muerte, del total acabamiento.
Rosalía comprueba, diríamos que con extrañeza,
la persistencia del «fantasma —224→
del bien soñado», de un anhelo perenne, de un
ansia insaciable que agota su vida y al mismo tiempo la sostiene.
Vive con asombro la existencia de algo en su interior que le parece
desconectado de sus experiencias vitales. No hay, por tanto, camino
de perfección, voluntaria ascesis. Pero hay
revelación:
De la vida entre
el múltiple conjunto de los seres,
no, no busquéis la imagen de
la eterna belleza;
ni en el contento y harto seno de
los placeres,
ni del dolor acerbo en la dura
aspereza.
Ya es
átomo impalpable o inmensidad que asombra,
aspiración celeste,
revelación callada;
la comprende el espíritu y
el labio no la nombra,
y en sus hondos abismos la
mente se anonada.
(O. S. 356)
Parece que, por
fin, Rosalía ha hallado el objeto de su ansia incesante, ha
alcanzado el bien soñado y su espíritu se anonada en
él. Este hallazgo que la poeta no relacionaba con su
ascesis, con una muerte de las pasiones, sí confiesa que
tiene relación con la vivencia de la soledad y la libertad
de espíritu:
-Dejadme solo, y
olvidado, y libre:
quiero errante vagar en las
tinieblas;
mi ilusión más
querida
sólo allí dulce y sin
rubor me besa.
(O. S. 323)
Veamos otro
ejemplo en el que Rosalía se refiere, mediante la imagen de
la luz y el calor, a la realidad que con «secreto
halago» la conforta: pertenece al poema «Cuido una
planta bella»:
—225→
Por eso yo, que
anhelo que el refulgente astro
del día calor preste a mis
miembros helados,
aún aliento y resisto sin
luz y sin espacio,
como la planta bella que odia del
sol el rayo.
Ya que otra
luz más viva que la del sol dorado
y otro calor más dulce
en mi alma penetrando
me anima y me sustenta con su
secreto halago
y da luz a mis ojos, por el
dolor cegados.
(O. S. 364)
Heidegger,
refiriéndose a Hölderlin, decía: «Los poetas son los mortales que, cantando con
seriedad al Dios del vino, buscan las huellas de los Dioses
ausentados, permanecen en su pista y así atisban para los
mortales congéneres el camino del cambio».
Rosalía parece encajar plenamente en la definición
heideggeriana. Los dioses están ausentes, pero ella persigue
incansable el rastro apenas perceptible de su existencia:
Si al
festín de los dioses llegas tarde,
ya del néctar celeste
que rebosó en las
ánforas divinas,
sólo, alma triste,
encontrarás las heces.
Mas aun
así, de su amargor dulcísimo
conservarás tan
íntimos recuerdos,
que bastarán a consolar tus
penas
de la vida en el áspero
desierto.
(O. S. 384)
Hemos visto a
través de este capítulo la existencia en
Rosalía de un ansia insaciable, de una sed inextinguible,
cuyo objeto era desconocido para ella misma; hemos visto su
tentación de huir de algo que va en su interior; hemos
asistido a la búsqueda de ese objeto desconocido, y
presenciado un largo proceso de acercamiento a él, en el que
los —226→
sueños eran elemento decisivo: a través de
ellos contemplaba a su objeto y se mantenía viva la
esperanza. Por último, hemos sido testigos de un estado de
plenitud: su «ilusión más querida» la
basa en la soledad, su mente se anonada en la contemplación
de la «eterna belleza», experimenta un «placer
que duele», un «dolor que atormentando halaga»;
la sustentan «con secreto halago» una «luz
más viva que la del sol dorado y otro calor más
dulce», y el recuerdo de ese «amargor
dulcísimo» basta para consolar su vida de dolor. No
pretendemos que Rosalía tuviera revelaciones místicas
de tipo religioso. Pero sí creemos que, igual que se
asomó a las profundidades de la desolación humana y
llegó a sentir el dolor como su única y definitiva
compañía, también llegó a romper los
límites de su propia soledad para alcanzar de forma
intuitiva, a sistemática, la contemplación del
ser.