A Rosalía,
pese a sus deseos de encontrar un sentido trascendente a la vida,
se le imponía a veces una visión absurda, sin
sentido, de la existencia humana. En ocasiones llega a ella
empujada por el dolor, por los golpes del destino; en otras, tiene
el carácter de una revelación súbita. La vida
se le torna problemática y se interroga sobre sí
misma, sobre su vocación, sobre la vida, sin encontrar una
respuesta. Y esta vivencia de la falta de sentido, del absurdo, es
absolutamente coetánea de sus momentos de fe, de sus
momentos de éxtasis, en los que se siente consolada y
justificada por el «amargor dulcísimo» de las
heces sobrantes del «festín de los dioses». No
se pueden establecer etapas de una evolución. Rosalía
vivía a golpes de sentimiento y nos da la expresión
poética de ellos según le sobrevenían. Lo
único que podemos concretar es que la vivencia de la falta
de sentido comienza con Follas novas.
Rosalía
problematiza su propia personalidad. Ella no canta a las palomas y
a las flores como hacen otras mujeres, como es propio de mujeres;
ella es distinta. Pero no vive esta distinción al modo
romántico, como algo que individualiza —228→
y separa al poeta de los demás mortales, como algo
que, al fin y a la postre, le hace superior. Así
sentía la joven Rosalía en La Flor :
«sola era yo con mi dolor profundo / en
el abismo de un imbécil mundo» (O. C. 221). En Follas novas lo vive con
extrañeza; Rosalía se extraña, no comprende,
se interroga sobre algo cuyo sentido se le escapa:
Daquelas que
cantan as pombas i as frores
todos din que
teñen alma de muller.
Pois eu que n'as
canto, Virxe da Paloma,
¡ai!, ¿de qué a
teréi?
(F. N. 165)
Con una
intuición de conceptos que revelaría el
psicoanálisis, Rosalía se siente poseída por
ideas locas, por imágenes extrañas, que se reflejan
en lo más hondo de su intimidad, en «el fondo sin
fondo» de su pensamiento. Esta hondura insondable escapa a la
comprensión de la poeta; es como el espacio inmenso del
cielo, oscurecido o aclarado por nubes que lleva el viento:
Tal como as
nubes
que impele o
vento,
i agora asombran,
i agora alegran
os espasos
inmensos do ceo,
así as
ideas
loucas que eu
teño,
as imaxes de
múltiples formas,
de estranas
feituras, de cores incertos,
agora
asombran,
agora
aeraran
o fondo sin fondo do meu
pensamento.
(F. N. 165)
Su vocación
poética es algo que tampoco tiene justificación, o,
para ser más exactos, algo que algunas veces se le muestra
desprovisto de sentido, ya que en otras ocasiones
—229→
sí lo justifica. Ahora siente que está
pensando cosas que otros pensaron anteriormente. ¿Para
qué escribirlas, entonces? No hay una justificación
personal; Rosalía se siente como una máquina que
repite siempre lo mismo:
Ben sei que non
hai nada
novo en baixo do
ceo,
que antes outros
pensaron
as cousas que ora
eu penso.
E ben,
¿para qué escribo?
e ben, porque
así semos,
relox que
repetimos
eternamente o
mesmo.
(F. N. 165)
Pero es el sentido
general de la existencia humana lo que a Rosalía más
frecuentemente se le muestra carente de sentido.
La vida se le
aparece como una sucesión de hechos repetidos que abocan
inevitablemente a la vejez y a la muerte:
A un batido, outro
batido;
a unha dor, outro
delor;
tras dun olvido,
outro olvido;
tras dun amor,
outro amor.
I ó fin de
fatiga tanta
e de tan diversa
sorte,
a vellés
que nos espanta
ou o repousar da
morte.
(F. N. 171)
Frente a la idea
de un Dios providente, compasivo, misericordioso, que a veces vemos
aparecer en sus versos, nos encontramos, otras, con una
visión de la vida regida por el más absoluto azar,
por un destino que parece complacerse —230→
en lo ilógico: muere el joven, muere el que ama la
vida, y sobreviven los que quisieran morir; en cualquier momento
todo ser viviente puede ser víctima de lo que Rosalía
llama «amargas burlas del destino»:
Era en abril, y
de la nieve al peso
aún se doblaron los morados
lirios;
era en diciembre y se agostó
la hierba
al sol, como se agosta en el
estío.
En verano o en
invierno, no lo dudes;
adulto, anciano o niño,
y hierba y flor, son
víctimas eternas
de las amargas burlas del
Destino.
Sucumbe el joven
y, encorvado, enfermo,
sobrevive el anciano; muere el
rico
que ama la vida, y el mendigo
hambriento
que ama la muerte es como eterno
vivo.
(O. S. 386)
Aun dentro de unas
creencias religiosas, Rosalía se rebela contra lo que le
parece un contrasentido: ¿por qué es un crimen
quitarse la vida cuando a uno la vida le cansa? Si uno no puede
regir sus propios dolores, ¿cómo Dios que los
consiente podrá enojarse con el suicida?:
¿Por qué, Dios
piadoso,
por qué
chaman crime
ir en busca da
morte que tarda,
cando a un esta
vida
lle cansa e lle
afrixe?
Cargado de penas,
¿qué
peito resiste?
¿Cál
rendido viaxero non quere
buscalo
descanso
que o corpo lle
pide?
—231→
¿Por qué si un non
rexe
as dores que o
oprimen,
por qué din
que te amostras airado
de que un antre as
tombas
a frente
recrine?
(F. N. 199)
En ocasiones el
sentimiento de la falta de sentido de la vida combate con un deseo
de justificación. Rosalía desdobla las dos posturas
en un poema. Ella percibe:
Luz e progreso en
todas partes..., pero
as dudas nos
corazós,
e bágoas
que un non sabe por qué corren,
e dores que un non
sabe por qué son.
Los
«recién llegados» protestan sobre esa postura,
ellos aconsejan buscar la fe:
Outro cantar, din,
cansados
deste estribilo,
os que chegando van
nunha nova
fornada, e que andan cegos
buscando o que
inda non hai.
¡Réprobos!... Sempre ó
oculto perguntando
que,
mudo, nada vos di.
Buscade a fe, que
se perdéu na duda
e deixade de
xemir.
Sin embargo,
piensa Rosalía, ellos mismos buscan lo que no hay, y al fin
andan perdidos y desorientados en la vida:
Mais eles
tamén perdidos
por unha i outra
senda van e vén,
sin que sepan,
¡coitados!, por onde andan,
sin paz, sin rumbo
e sin fe.
(F. N. 182-3)
—232→
La falta de
sentido la proyecta a veces sobre la naturaleza, sobre detalles
cotidianos que pasarían inadvertidos. El viento mueve las
nubes, y ella siente que las lleva sin orden, y no sabe cuál
es su fin ni su causa:
Sopran ventos contrarios na
altura
y á
desbandada,
van
levándoas sin orden nin tino,
nin eu sei pra
ónde,
nin sei por
qué causa.
(F. N. 175)
Las nubes forman
parte de un universo poblado de infinitos seres, en que el hombre
se siente perdido; seres que se suceden en rápida carrera
incierta. Queda la esperanza y la duda de un reencuentro y el hecho
cierto de estar inmersos en ese universo acelerado cuyo fin se
desconoce:
Los astros son
innúmeros, al cielo
no se le encuentra fin,
y este pequeño mundo que
habitamos,
y que parece un punto en el
espacio,
inmenso es para mí.
Después..., tantos y tantos,
cual las arenas del profundo
mar,
seres que nacen a la vida,
y seres que sin parar su
rápida carrera,
incierta siempre, vienen o se
van.
Que se van o se
mueren: esta duda
es en verdad cruel;
pero ello es que nos vamos o nos
dejan
sin saber si después de
separarnos
volveremos a hallarnos otra
vez.
(O. S. 358)
—233→
Como a Roquentin,
protagonista de La Náusea, la sensación de
extrañamiento sobreviene a Rosalía a veces de forma
inesperada. Tenemos la impresión, derivada del
análisis del estilo, de que en ocasiones se trata de una
reflexión sobre la vida. Así sucedía en el
poema que comienza «A un batido, outro
batido», que hemos transcrito anteriormente. En
otras, por el contrario, la sensación de lo absurdo la
acomete de forma súbita, como una revelación. Es un
entierro. El muerto ya está solo; se han acabado los cantos
fúnebres, se ha dispersado el acompañamiento.
Sólo se ve, alejándose entre la bruma, un negro
estandarte, cuyas orlas van flotando al viento. Y Rosalía
siente de pronto lo absurdo de la situación: el contraste
entre los llantos y el silencio, el duelo y la soledad. El muerto
se queda en su fosa, y todo lo demás se muestra como una
ceremonia hueca. El hombre quiere dar un sentido a su último
acto en la tierra. Rosalía siente que no lo tiene:
En la altura los
cuervos graznaban,
los deudos gemían en torno
del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste
concierto.
Algo había
de irónico y rudo
en los ecos de tal
sinfonía;
algo negro, fantástico y
mudo
que del alma las cuerdas
hería.
Bien pronto
cesaron los fúnebres cantos:
esparcióse la turba
curiosa,
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su
fosa.
Tan sólo a
lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas
flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos
robaron.
—234→
Igual carencia de
sentido: la pluma perdida que el viento arrastra y las orlas
flotantes de un estandarte funerario (O. S. 388).
¿Cuál es la actitud de Rosalía ante esa
revelación de la falta de sentido de cuanto la rodea? No hay
una actitud única. A veces se lo plantea como un
interrogante, o predomina en su tono la angustia. Es frecuente una
actitud de cansancio, de hastío, de amargura también.
Pero creo que predomina una actitud de resignación estoica
que roza el sentido del humor. Rosalía reacciona a veces
como un Sísifo humorista, como un Sísifo que bajase
la montaña con la cansada sonrisa de un campesino gallego:
la tarea humana es tejer y destejer continuamente una misma tela;
no se puede hacer otra cosa que aceptarla así:
¡Esperad y
creed!: «crea» el que cree,
y ama con doble ardor aquel que
espera.
Pero yo en el
rincón más escondido
y también más hermoso
de la Tierra,
sin esperar a Ulises
(que el nuestro ha naufragado en la
tormenta)
semejante a Penélope,
tejo y destejo sin cesar mi
tela,
pensando que
ésta es del destino humano,
la incesante tarea:
y que ahora subiendo, ahora
bajando,
unas veces con luz y otras a
ciegas,
cumplimos nuestros días y
llegamos
más tarde o más
temprano a la ribera.
(O. S. 393)
Rosalía
conoce el poder creador de la fe, la fuerza que da la esperanza,
pero ella se confiesa al margen de ellas. Como una Penélope
que sabe que Ulises no ha de llegar, Rosalía realiza su
tarea, sin más finalidad que cumplir su destino humano.