Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —227→  

ArribaAbajoXIII

Vivencia del absurdo


A Rosalía, pese a sus deseos de encontrar un sentido trascendente a la vida, se le imponía a veces una visión absurda, sin sentido, de la existencia humana. En ocasiones llega a ella empujada por el dolor, por los golpes del destino; en otras, tiene el carácter de una revelación súbita. La vida se le torna problemática y se interroga sobre sí misma, sobre su vocación, sobre la vida, sin encontrar una respuesta. Y esta vivencia de la falta de sentido, del absurdo, es absolutamente coetánea de sus momentos de fe, de sus momentos de éxtasis, en los que se siente consolada y justificada por el «amargor dulcísimo» de las heces sobrantes del «festín de los dioses». No se pueden establecer etapas de una evolución. Rosalía vivía a golpes de sentimiento y nos da la expresión poética de ellos según le sobrevenían. Lo único que podemos concretar es que la vivencia de la falta de sentido comienza con Follas novas.

Rosalía problematiza su propia personalidad. Ella no canta a las palomas y a las flores como hacen otras mujeres, como es propio de mujeres; ella es distinta. Pero no vive esta distinción al modo romántico, como algo que individualiza   —228→   y separa al poeta de los demás mortales, como algo que, al fin y a la postre, le hace superior. Así sentía la joven Rosalía en La Flor : «sola era yo con mi dolor profundo / en el abismo de un imbécil mundo» (O. C. 221). En Follas novas lo vive con extrañeza; Rosalía se extraña, no comprende, se interroga sobre algo cuyo sentido se le escapa:


Daquelas que cantan as pombas i as frores
todos din que teñen alma de muller.
Pois eu que n'as canto, Virxe da Paloma,
      ¡ai!, ¿de qué a teréi?


(F. N. 165)                


Con una intuición de conceptos que revelaría el psicoanálisis, Rosalía se siente poseída por ideas locas, por imágenes extrañas, que se reflejan en lo más hondo de su intimidad, en «el fondo sin fondo» de su pensamiento. Esta hondura insondable escapa a la comprensión de la poeta; es como el espacio inmenso del cielo, oscurecido o aclarado por nubes que lleva el viento:


      Tal como as nubes
      que impele o vento,
i agora asombran, i agora alegran
os espasos inmensos do ceo,
      así as ideas
      loucas que eu teño,
as imaxes de múltiples formas,
de estranas feituras, de cores incertos,
      agora asombran,
      agora aeraran
o fondo sin fondo do meu pensamento.


(F. N. 165)                


Su vocación poética es algo que tampoco tiene justificación, o, para ser más exactos, algo que algunas veces se le muestra desprovisto de sentido, ya que en otras ocasiones   —229→   sí lo justifica. Ahora siente que está pensando cosas que otros pensaron anteriormente. ¿Para qué escribirlas, entonces? No hay una justificación personal; Rosalía se siente como una máquina que repite siempre lo mismo:



Ben sei que non hai nada
novo en baixo do ceo,
que antes outros pensaron
as cousas que ora eu penso.

E ben, ¿para qué escribo?
e ben, porque así semos,
relox que repetimos
eternamente o mesmo.


(F. N. 165)                


Pero es el sentido general de la existencia humana lo que a Rosalía más frecuentemente se le muestra carente de sentido.

La vida se le aparece como una sucesión de hechos repetidos que abocan inevitablemente a la vejez y a la muerte:



A un batido, outro batido;
a unha dor, outro delor;
tras dun olvido, outro olvido;
tras dun amor, outro amor.

I ó fin de fatiga tanta
e de tan diversa sorte,
a vellés que nos espanta
ou o repousar da morte.


(F. N. 171)                


Frente a la idea de un Dios providente, compasivo, misericordioso, que a veces vemos aparecer en sus versos, nos encontramos, otras, con una visión de la vida regida por el más absoluto azar, por un destino que parece complacerse   —230→   en lo ilógico: muere el joven, muere el que ama la vida, y sobreviven los que quisieran morir; en cualquier momento todo ser viviente puede ser víctima de lo que Rosalía llama «amargas burlas del destino»:



   Era en abril, y de la nieve al peso
aún se doblaron los morados lirios;
era en diciembre y se agostó la hierba
al sol, como se agosta en el estío.

   En verano o en invierno, no lo dudes;
adulto, anciano o niño,
y hierba y flor, son víctimas eternas
de las amargas burlas del Destino.

   Sucumbe el joven y, encorvado, enfermo,
sobrevive el anciano; muere el rico
que ama la vida, y el mendigo hambriento
que ama la muerte es como eterno vivo.


(O. S. 386)                


Aun dentro de unas creencias religiosas, Rosalía se rebela contra lo que le parece un contrasentido: ¿por qué es un crimen quitarse la vida cuando a uno la vida le cansa? Si uno no puede regir sus propios dolores, ¿cómo Dios que los consiente podrá enojarse con el suicida?:



   ¿Por qué, Dios piadoso,
por qué chaman crime
ir en busca da morte que tarda,
cando a un esta vida
lle cansa e lle afrixe?

   Cargado de penas,
¿qué peito resiste?
¿Cál rendido viaxero non quere
buscalo descanso
que o corpo lle pide?
—231→

   ¿Por qué si un non rexe
as dores que o oprimen,
por qué din que te amostras airado
de que un antre as tombas
a frente recrine?


(F. N. 199)                


En ocasiones el sentimiento de la falta de sentido de la vida combate con un deseo de justificación. Rosalía desdobla las dos posturas en un poema. Ella percibe:


Luz e progreso en todas partes..., pero
      as dudas nos corazós,
e bágoas que un non sabe por qué corren,
e dores que un non sabe por qué son.


Los «recién llegados» protestan sobre esa postura, ellos aconsejan buscar la fe:



Outro cantar, din, cansados
deste estribilo, os que chegando van
nunha nova fornada, e que andan cegos
      buscando o que inda non hai.

¡Réprobos!... Sempre ó oculto perguntando
   que, mudo, nada vos di.
Buscade a fe, que se perdéu na duda
e deixade de xemir.


Sin embargo, piensa Rosalía, ellos mismos buscan lo que no hay, y al fin andan perdidos y desorientados en la vida:


      Mais eles tamén perdidos
por unha i outra senda van e vén,
sin que sepan, ¡coitados!, por onde andan,
      sin paz, sin rumbo e sin fe.


(F. N. 182-3)                


  —232→  

La falta de sentido la proyecta a veces sobre la naturaleza, sobre detalles cotidianos que pasarían inadvertidos. El viento mueve las nubes, y ella siente que las lleva sin orden, y no sabe cuál es su fin ni su causa:


   Sopran ventos contrarios na altura
y á desbandada,
van levándoas sin orden nin tino,
nin eu sei pra ónde,
nin sei por qué causa.


(F. N. 175)                


Las nubes forman parte de un universo poblado de infinitos seres, en que el hombre se siente perdido; seres que se suceden en rápida carrera incierta. Queda la esperanza y la duda de un reencuentro y el hecho cierto de estar inmersos en ese universo acelerado cuyo fin se desconoce:



   Los astros son innúmeros, al cielo
no se le encuentra fin,
y este pequeño mundo que habitamos,
y que parece un punto en el espacio,
inmenso es para mí.

   Después..., tantos y tantos,
cual las arenas del profundo mar,
seres que nacen a la vida,
y seres que sin parar su rápida carrera,
incierta siempre, vienen o se van.

   Que se van o se mueren: esta duda
es en verdad cruel;
pero ello es que nos vamos o nos dejan
sin saber si después de separarnos
volveremos a hallarnos otra vez.


(O. S. 358)                


  —233→  

Como a Roquentin, protagonista de La Náusea, la sensación de extrañamiento sobreviene a Rosalía a veces de forma inesperada. Tenemos la impresión, derivada del análisis del estilo, de que en ocasiones se trata de una reflexión sobre la vida. Así sucedía en el poema que comienza «A un batido, outro batido», que hemos transcrito anteriormente. En otras, por el contrario, la sensación de lo absurdo la acomete de forma súbita, como una revelación. Es un entierro. El muerto ya está solo; se han acabado los cantos fúnebres, se ha dispersado el acompañamiento. Sólo se ve, alejándose entre la bruma, un negro estandarte, cuyas orlas van flotando al viento. Y Rosalía siente de pronto lo absurdo de la situación: el contraste entre los llantos y el silencio, el duelo y la soledad. El muerto se queda en su fosa, y todo lo demás se muestra como una ceremonia hueca. El hombre quiere dar un sentido a su último acto en la tierra. Rosalía siente que no lo tiene:



   En la altura los cuervos graznaban,
los deudos gemían en torno del muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.

   Algo había de irónico y rudo
en los ecos de tal sinfonía;
algo negro, fantástico y mudo
que del alma las cuerdas hería.

   Bien pronto cesaron los fúnebres cantos:
esparcióse la turba curiosa,
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.

   Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
del negro estandarte las orlas flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos robaron.


  —234→  

Igual carencia de sentido: la pluma perdida que el viento arrastra y las orlas flotantes de un estandarte funerario (O. S. 388).

¿Cuál es la actitud de Rosalía ante esa revelación de la falta de sentido de cuanto la rodea? No hay una actitud única. A veces se lo plantea como un interrogante, o predomina en su tono la angustia. Es frecuente una actitud de cansancio, de hastío, de amargura también. Pero creo que predomina una actitud de resignación estoica que roza el sentido del humor. Rosalía reacciona a veces como un Sísifo humorista, como un Sísifo que bajase la montaña con la cansada sonrisa de un campesino gallego: la tarea humana es tejer y destejer continuamente una misma tela; no se puede hacer otra cosa que aceptarla así:


   ¡Esperad y creed!: «crea» el que cree,
y ama con doble ardor aquel que espera.
   Pero yo en el rincón más escondido
y también más hermoso de la Tierra,
sin esperar a Ulises
(que el nuestro ha naufragado en la tormenta)
semejante a Penélope,
tejo y destejo sin cesar mi tela,
   pensando que ésta es del destino humano,
la incesante tarea:
y que ahora subiendo, ahora bajando,
unas veces con luz y otras a ciegas,
cumplimos nuestros días y llegamos
más tarde o más temprano a la ribera.


(O. S. 393)                


Rosalía conoce el poder creador de la fe, la fuerza que da la esperanza, pero ella se confiesa al margen de ellas. Como una Penélope que sabe que Ulises no ha de llegar, Rosalía realiza su tarea, sin más finalidad que cumplir su destino humano.



Anterior Indice Siguiente